La aventura de Sirius Black

Harry Potter - J. K. Rowling
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La aventura de Sirius Black
Summary
Sirius siempre ha visto la vida como una gran aventura, James fue quien le mostro las maravillas de la vida. Y es Harry por el que su vida tiene sentido. Cuando a Sirius se le presenta la oportunidad de salvar a su querido niño, no duda y la toma.
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Chapter 1

Su vida siempre había sido una aventura tras otra, pero no siempre fue así. La sed de aventura llegó en cuanto el Sombrero Seleccionador lo colocó en Gryffindor. Fue allí, en ese instante, donde aprendió a respirar por primera vez.

La Casa de los Black, Grimmauld Place, era todo lo que Sirius conocía y todo era monotonía y oscuridad. La única chispa de color era el brillo metálico de las decoraciones plateadas. De ahí todo lo demás era gris. Su madre, siempre rígida, se peinaba con un moño tan apretado que parecía que sus cabellos nunca hubieran tocado el viento. No había ni un solo pelo fuera de lugar. Su padre, por su parte, no mostraba nunca emoción alguna. Su rostro era una máscara de piedra, y Sirius no podía recordar una sola vez que lo hubiera visto sonreír. Y honestamente, no estaba seguro de que su padre supiera lo que era una emoción.

Durante los primeros diez años de su vida, Sirius creyó que así era el mundo. No sabía que existían colores fuera del gris ni que había músicas que no fueran “coros de iglesia” como decía McDonald en critica. No sabía que los muggles podían cantar de una manera que hacía que su corazón saltara en su pecho. Todo eso lo descubrió cuando llegó a Hogwarts, o más específicamente, cuando llegó a Gryffindor.

Sinceramente, nunca fue su intención quedar en una casa diferente. Todos los miembros de su familia habían estado en Slytherin, y por supuesto, él lo haría también. Fue una sorpresa cuando el Sombrero le susurró que tenía el corazón de un león esperando a eclosionar. "Gryffindor", dijo, "es la casa para ti".

Al principio, Sirius pensó que el Sombrero estaba senil, que ya necesitaba un reemplazo. Pero, al final, resultó que tenía razón.

Apenas se sentó en la mesa de Gryffindor, un niño de cabello rebelde que desafiaba la gravedad y gafas que se caían constantemente de su nariz le pasó un abrazo encima suyo, el medio abrazo era cálido y casi asfixiante. Con una sonrisa traviesa, el niño conspiró en su oído.

— Así que hay un Black con honor, ¿eh? —dijo, y sus ojos castaños brillaron con una chispa inconfundible.

Sirius, atónito, lo miró. En ese preciso instante, viendo esos ojos brillantes llenos de confianza y una alegría que no podía evitar contagiar, supo que estaba condenado.

Si había algo que definiera a los Black era su posesividad. No había forma de escapar de la lealtad de un Black. Y, por alguna razón, en cuanto esos ojos cafés lo miraron, Sirius entendió: estaba atado. Sirius estaría condenado a dejar a esos ojitos de venado se empañesieran en dolor. El niño a partir de ese momento se volvió posesión de Sirius, y lo seguiría eternamente.

El niño, que pronto supo que se llamaba James, era una fuerza de la naturaleza. Y de algún modo, a pesar de su naturaleza rebelde, Sirius sintió que no podría alejarse de él ni aunque lo intentara.

Y no lo intentó.

Desde ese momento, James se convirtió en su mejor amigo, su mayor posesión. No en el sentido oscuro y cruel que la palabra pudiera sugerir. No. James era la chispa que faltaba en su vida gris, el fuego que deshacía las sombras del pasado de Sirius. Las aventuras llegaron a ellos con la misma rapidez que el viento, y con James, Sirius aprendió cosas que nunca creyó posibles. Aprendió a sonreír sin miedo, a reír con libertad, a amar con toda su alma.

 

Hogwarts fue una aventura, y Sirius había pensado que su vida siempre sería igual. Cosa que no fue. El tiempo se llevó a sus mejores amigos.  Remus se fue a hacer su maestría. Peter entró al Ministerio a trabajar, y James, su querido James, se casó.

Sirius no pensó que sería un problema. Pensó que todo seguiría igual. Pero no lo hizo. Ya no podía pasar todos los días con James. Ya no lo veía ni siquiera los fines de semana. El mundo de James se había centrado en Lily. Y Sirius, devastado, se quedó atrás, con el corazón lleno de celos y tristeza. A veces todo eso junto.

¿Por qué no podía aparecer en la casa de James cuando quisiera verlo? ¿Por qué ahora estaba mal visto que se quedara a dormir en su casa, como antes? A donde fueron esas escapadas nocturnas de ver las estrellas juntos hasta que el cansancio los alcanzara y se quedaban dormidos. ¿Dónde habían quedado esas noches interminables mirando las estrellas?

Ahora, Sirius se quedaba en su departamento de Londres, acostado en el techo, mirando las estrellas, deseando que James estuviera allí con él.

El mundo parecía haberlo dejado de lado, y con él, todo lo que había significado para Sirius.

Decir que había superado la falta de James sería una mentira. Nunca lo superó. Bueno, solo dejó de pensar en él cuando nació Harry.

El pequeño Prongslet. Se convirtió en su pequeña estrella que iluminaba otra vez su mundo, con sus pequeñas manos y sus sonrisas destentadas de bebé aquel ser rosado, tan pequeño y frágil se convirtió en su mundo.

Lo nombraron padrino. Y, aunque lo hicieron más por insistencia de James que por el consentimiento de Lily, a Sirius no le importaba. No le importaba cómo llegó a serlo. Harry era suyo. Y aunque nadie lo entendiera, él lo cuidaría con su vida. No dejaría que nada le pasara, Sirius ardería en llamas antes de permitir que algo le pasara al pequeño prongslet

Afortunadamente, no tuvo que arder en llamas. Pero su corazón sí lo hizo. Mataron a James. James estaba muerto. El dolor era tan intenso que Sirius no pudo pensar con claridad y en su furia persiguió al desgraciado ¿Por qué Peter? ¿Por qué Colagusano? ¿Por qué lo hiciste?

La furia lo llevó a perseguir al traidor. A quien creía que era su amigo, su familia. Pero lo que no sabía, lo que no podía prever, era que Peter le tendería una trampa. y Sirius no se dio cuenta hasta que fue muy tarde.

Nadie le creyó. Por más que grito y rogo que le escucharan nadie le hizo caso. Nadie. Nadie creyó que él no era el monstruo que decían que era. Todos pensaron que era un mortífago. Y Sirius escucho como todos creían que realmente siempre había sido un mago oscuro. (Que estaba en su sangre)

Eso dolió hasta el alma ¿Tan poco pensaban de él?. Los mismos amigos que había conocido, la misma gente con la que había compartido su alma, lo había abandonado. Y lo condenaron sin juicio. Lo metieron en Azkaban, y lo dejaron pudrirse allí durante doce largos años.

Lo incriminaron sin juicio, lo condenaron a la pena máxima y lo dejaron pudrirse en Azkaban. Pero Sirius no se rindió y hizo lo que nadie había hecho nunca.

Escapo. Escapo de Azkaban.

En esos doce años, la única cosa que lo mantuvo cuerdo fue pensar en aquel niño de ojos de bambie que era su responsabilidad. El pequeño Harry. Harry, Harry, Harry. El pensamiento de que Dumbledore priorizaría la seguridad de su ahijado le dio algo de paz en medio de la oscuridad de Azkaban. Pero esa paz se rompió cuando salió de la prisión.

¿Qué había hecho Dumbledore? ¿Acaso nadie veía las señales de abuso en su ahijado? era obvio que lo estaban maltratando y matando de hambre en casa. El niño era tan delgado, tan pequeño. (lo cual no tenía sentido James era alto y Lily no era para nada una enana)

¿Qué le habían hecho a ese bebe inocente? Los ojos de Harry hablaban de tormentos inimaginables. Harry no era un guerrero ni un dios. Era un niño por el amor a Merlin. Un niño que merece un hogar caliente y amoroso, no vivir encerrado debajo de las escaleras.

Sirius lamento, no por primera vez, haber corrido en busca de venganza. Sirius lo lamentaba, una y otra vez. Nunca debió haber corrido en busca de venganza. Cegado por su furia, había condenado a su ahijado.  Al niño que debía cuidar, lo dejó en manos ajenas. Nunca debió haber confiado en el bastardo de Dumbledore.

Sirius maldecía al viejo decrepito, y se maldecía a si mismo, a su propia imprudencia. Maldita sea su sed de aventuras. Maldita sea su imprudencia.

Lo peor de todo era que no podía hacer nada. Estaba atrapado, era un hombre buscado por toda la comunidad mágica y muggle. Y no en el buen sentido. Era un asesino en masa suelto, un peligro.

Merlín, ¿por que tenía que ser así?

No podía sacar dinero de sus cuentas, no podía cambiar su testamento para quitar a Dumbledore como responsable de Harry. Estaba atado. Tenía las manos atadas. En todos los sentidos. Era prisionero en la casa de su infancia, prisionero de su mente atormentada por las imágenes de Azkaban, y prisionero de un destino que ya no podía controlar.

¿Qué haría con Harry? Sabía que el niño estaba en peligro, y no podía hacer nada.

Harry se enfrentaba a la muerte casi a diario. Su niño estaba luchando contra el mismísimo señor oscuro ¡y Sirius no podía hacer nada!

Y entonces ocurrió. El Caliz de Fuego.

Alguien había puesto el nombre de Harry allí. Nadie hizo nada para impedirlo. Sirius solo quería poder ejercer su poder como Lord Black y sacar a Harry de esa locura, de esa estupidez. ¿Cómo alguien podía permitir que un niño participara en ese tipo de competición mortal?

Y cuando escuchó que Harry corría hacia la sala del Ministerio para salvarlo, Sirius no pudo creerlo. No tenía sentido. Sirius estaba seguro en Grimmauld Place. ¿Cómo era posible que Sirius estuviera allí? Maldigo otra vez al idiota de Dumbledore por no permitirle tener algún medio de contacto con Harry. Sirius tenia su varita y magia restringida, ya que cualquier hechizo que lanzara alertaría al ministerio de su ubicación. (en conclusión, ser Sirius apestaba).

No podía quedarse sentando esperando que su ahijado sobreviviera, Así que  hizo lo que siempre había sabido hacer. Se lanzó a la aventura. A salvar a Harry. No pensó en las consecuencias. No pensó en los riesgos. No pensó en nada más que en el niño por el que daría su vida.

Y la dio

Cuando cayó en el velo, arrastrado por su prima Bellatrix, supo que había cometido el peor de los errores. Debería haber aprendido de su última aventura. Y esta vez, pensar mejor las cosas.

 

 

La cara de Harry lo perseguiría hasta su último aliento. La imagen del dolor de su niño, viendo cómo caía a través del velo, era ahora una sombra que se quería grabada en su mente. Sirius sintió la oscuridad lo absorbía por completo. Pero en un milagro extraño, Sirius seguía vivo. Así que camino para salir del velo, pero no pudo. Una pared invisible se lo impedía.

Luchó, y pateo con todas sus fuerzas esa pared invisible que no le permitía salir. Quería salir de allí, y estar de vuelta con Harry. Pero no podía. La pared invisible, como un muro de cristal, lo mantenía atrapado en ese espacio sombrío.

Impotente, Sirius veía a Harry desde allí. Vió cómo Harry se derrumbaba en un mar de lágrimas frente al velo, su rostro marcado por el dolor, incapaz de comprender lo que acababa de suceder. Sirius gritó, golpeó y pateó con toda la fuerza que le quedaba, intentando atravesar esa barrera, pero no lo lograba nada.

"¡Harry!" Grito, pero parecía que su voz no llegaba a su niño.

Desde el otro lado del velo, Sirius pudo ver cómo arrastraban a Harry a la fuerza de ahí.

Desde el velo podía ver todo el exterior y si se enfocaba lo suficiente podía ver a Harry. El tiempo avanzaba. Y su pequeño Harry creció.  

Lo vio en la Sala de los Menesteres, buscando respuestas, luchando contra los Horrocrux.

Vio cómo su pequeño se transformaba en un guerrero, pero a la vez, cómo se iba destrozando por dentro. El niño que una vez había conocido con su sonrisa brillante, ahora estaba marcado por la guerra. Vio la tristeza en sus ojos, vio cómo su alma se quebraba con cada pérdida. Vio como sus ojos envejecían y se apagaban

Vio como su pequeño se destrozaba al ver las muertes de sus compañeros. Vio como sollozaba por la muerte de aquel elfo doméstico, Dobby. La imagen de Dobby, muerto por la mano de Bellatrix, quebró el alma de Harry. Sirius vio cómo su ahijado lloraba por él, cómo ese ser pequeño pero lleno de amor había sido la última chispa de luz en la vida de Harry.

Luego vino la injusticia. Sirius vio cómo el Ministerio lo perseguía, cómo lo acusaban de mentiroso, de insensato, de ser una amenaza y lo sometían a juicio a pesar de ser solo un menor de edad

Vio la tortura mental que vivió bajo la mano de la cruel Dolores Umbridge, ese sapo rosa que marcó las manos de su ahijado con las palabras “no decir mentiras”

Vio como Hogwarts caía.  Como Dumbledore caía desde la Torre de Astronomía. La caída de la esperanza, de la luz caía. Sirius vio todo. Vio a Snivellus volverse el director.

Vio como el castillo de Hogwarts, su hogar, se convertía en un campo de batalla, machando de sangre y muerte. Vio como Harry ya casi un hombre se enfrentaba sin emoción alguna a Voldemort

Harry se enfrentó a Voldemort. Y Sirius observaba desde el otro lado del velo, en silencio absoluto. Su niño, su pequeño, ahora casi un hombre, luchaba sin emoción, sin esperanza. Los ojos de Harry estaban vacíos. La guerra lo había devorado. Y entonces, vio lo que más temía.

Harry se enfrentó a su destino. Y allí, en el fragor de la batalla final, Harry murió.

Sirius no pudo contener su dolor. Pensó que ya no quedaban más lágrimas en él. Pero se deshizo en sollozos crudos, desgarradores, casi animales. El peso de la pérdida, la impotencia de haber estado tan cerca pero incapaz de salvarlo, lo destruyó por completo.

Pero en medio de la tristeza, una mano fría y huesuda se alzó ante él.

Sejmet.

La diosa egipcia, venerada por su familia, conocida por su fuerza y poder, apareció ante Sirius. Él siempre había oído hablar de ella, había visto a su madre y a su familia rezarle, buscando poder, buscando fuerza, pero nunca había imaginado que la diosa fuera real. Ella lo miró con ojos llenos de simpatía, un brillo de compasión en su mirada.

-¿Quieres salvarlo?- La voz de Sejmet era sueva, pero sus palabras tenían peso.

Sirius no pensó. No tenía que siquiera pensarlo. Solo había una respuesta, y esta salió de sus labios sin que él pudiera detenerla.

-Sí-

La diosa lo miró con una suavidad infinita. -Entonces, lo salvarás.-

Un destello cegador iluminó el lugar. Sirius sintió una energía vibrante y abrumadora envolviéndolo. La luz lo atravesó, y todo se desvaneció.

 

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