
Not without a plan.
Aquella noche, cuando volvió al castillo, Malfoy fue directo a su habitación. Se cambió al pijama, se metió en la cama, y si había alguien más despierto, nadie hizo o dijo nada. Se tapó con las sedosas sábanas, sin tener ninguna intención en cerrar los ojos y dejar a un lado lo que acababa de pasar, así que cuando el sueño comenzó a vencerlo, se aseguró de recordar cada detalle de su encuentro con el chico; desde el filo de las llaves apuntando su cuello hasta la repentina normalidad con la que Potter le habló. Cómo si Malfoy fuera alguien normal, no un loco, y tampoco un psicópata acosador. ¿Qué... acababa... de pasar? El rubio no tenía ni idea, tampoco se molestó en buscar una respuesta. Le bastó con la sonrisa comprensiva del chico, con cómo le habló, y cómo se despidió. Cómo alguien normal haría. Fue la primera noche en la que durmió. Durmió de verdad. Sin pesadillas, sin sentirse una escoria humana. Sin ni siquiera acordarse de la marca en su brazo, sin pensar en las expectativas de Bellatrix o en que el castillo parecía más una cárcel que un colegio.
A la mañana siguiente, fue el primero en despertar, con la firme convicción de que aquella vez, no tenía rastro de ojeras bajo los ojos, o el tono amarillento de una piel enferma. Salió de la habitación, sin tan siquiera tener tiempo de salir al pasillo: Pansy, Zabini y Nott estaban ahí: durmiendo en plena sala común. Zabini estaba en uno de los sillones, Pansy en el sofá y Nott apoyando la espalda contra el cojín de asiento de otro sillón. Draco se acercó lentamente, sin dar más de dos pasos cuando Pansy abrió los ojos de golpe, soñolienta:
— ¿D-draco? — se frotó los ojos, dando un pequeño bostezo. Luego, al cabo de dos o tres pestañeos, se irguió, quedando sentada en el sofá y mirándolo con grave angustia. — ¿Estás bien? ¿Bellatrix te hizo algo?
— ¿Qué? — Draco avanzó, quedando de pie frente a una recién levantada Pansy y un aún dormido Zabini. Nott seguía durmiendo. — ¿Por qué iba a hacerme algo?
— Ayer — Pansy lo miró, al borde de un gran enfado —. ¡Eran las doce y cuarto de la noche y aún no estabas aquí! ¿Dónde te habías metido?
Oh. ¿Era por eso? ¿Tan tarde había llegado Draco? ¿Y Potter? ¿Habría llegado bien a su casa? Él había dicho que vivía en un apartamento. ¿Tendría algún día la confianza cómo para enseñarle a Draco dónde vivía? "Ojalá". Pensó Malfoy, pero dándole otra vuelta más en su cabeza, ¿no sería eso injusto? Draco... bueno, él no podía enseñarle nada. Absolutamente nada relacionado con el mundo mágico. Pero... bueno, el rubio confiaba en ver a Potter a menudo, en tal vez entablar lo más parecido a una amistad, Draco se conformaba con cualquier cosa; y luego, luego, luego, ¡le enseñaría a Granger y a Weasley que Potter estaba vivo! Y... bueno, si se enfadaban porque Malfoy había aprovechado para hacerse su amigo primero... oye, que se fastidiaran. Haber ido al bar de Tom, salir del mundo mágico, bajar la calle y cruzar, y asomarse a la cafetería. Cómo si fuera tan difícil, hombre.
Pansy seguía ahí, clavándole agujas por todo el cuerpo con la mirada. Malfoy habló:
— Solo me dijo que quería lo mejor para mí — recordó la mención de aquel nuevo profesor —, que me comporte delante del profesor nuevo. Dice que es alguien muy importante para el Señor Oscuro.
Afortunadamente, la atención de la chica se distrajo con eso.
— ¿Y no te ha dicho quién es? — curioseó.
— Creo que Snape lo sabe, pero mi tía no — opinó —. Y tampoco es como si Snape fuera a confiar en ella.
Pansy asintió, con una mueca entre: "normal, porqué tu tía está loca", y, "que fastidio".
— Oye — Pansy lo miró —, ¿bajamos a desayunar?
— ¿Y Zabini y Nott?
Malfoy les echó un vistazo: Zabini acurrucado en el sillón y Nott con la cabeza echada hacia atrás, medio al aire, sin poder poder apoyarse en el asiento vacío del sillón.
— No creo que tengan hambre — dijo ella —. Y tampoco es que les vaya a hacer daño que alguien se eche tres o cuatro risas a su costa, ¿no? Seguro que así aprenderán a no quedarse dormidos en la sala común.
Malfoy la miró a la chica de pelo negro, extrañado.
— Pero tú...
— Cállate — Pansy avanzó hasta la salida, instándole a Draco que la siguiera —. Venga, que no tengo todo el día.
Los pasillos estaban desiertos, ni siquiera había dos mortífagos por pasillo, cómo era común. Uno en cada dos esquinas, como mucho. La idea saltó en su cabeza sin que Draco pudiera retenerla: seria un buen momento, entre la noche y primera hora de la mañana, para colar a Harry en el castillo si hiciera falta en el futuro. Al fin y al cabo, la vida de camarero no iba a durarle mucho, ¿no? Aunque... ¿y si Potter decidía que había tenido suficiente? Incluso si conseguía que el chico recuperara la memoria, nada le aseguraba que quisiera volver a jugar al héroe; y más si realmente tenía una vida, una vida fuera del mundo mágico. Tenía un apartamento, un trabajo, un sueldo, amigos que lo habían apoyado cuando se debió haber despertado solo, sin memoria. Otra pregunta asaltó la ya completa lista de dudas de Draco: ¿Potter, incluso amnésico, había salido adelante, con un trabajo y un apartamento él solito? No es que no pudiera, claro, pero... ¿nadie... nadie de ahí, que no fuera del mundo muggle, lo había ayudado? ¿Él solo se había integrado tan bien ahí?
— ¿Qué harás esta tarde? — le preguntó Pansy. — ¿Snape te obliga a ir a por más entregas de esas?
— Pero no son por la tarde — dijo Malfoy —. Creo que me pondré a hacer algo de pociones.
Cualquier cosa para que Snape lo dejara tranquilo, sin miradas llenas de sospechas o preocupación por los garabatos de Malfoy en clase.
Entraron al Gran Comedor, no tan vacío de cómo el rubio esperaba encontrárselo: era agradable desayunar en un sitio que no estuviera desolado. Se sentaron a un lado de la mesa, evitando el centro. Pansy se sentó frente a él. La chica dio un pequeño suspiro, poniéndose dos tostadas en el plato.
— Menos mal que todo eso se acabará pronto — soltó la chica —. Cuando te asciendan a mortífago. A uno del círculo, me refiero.
¿Q-qué?
¿Pansy... hablaba...? Draco ni siquiera se atrevió a estirar el brazo para coger una tostada de mermelada. Ella... ella... no bromeaba. Lo decía enserio. Y más bien parecía que el raro era él. El chico susurró, sin aguantarse las ganas de contestar:
— ¿Pero qué te pasa? — protestó él. — Solo los locos y los que tienen ganas de ser asesinados entran ahí. ¿Y, además, ya te has olvidado de cómo se ha vuelto esto? Todo es... todo es una mierda. Por su culpa.
Por culpa del maldito Señor Oscuro. ¡Por culpa del maldito Harry Potter que se había ido a servir café a las afueras del bar de Tom! Pero por mucho que lo pensara, que aquello lo hiciera enfadar: aquella era la única razón por la que merecía seguir luchando por un futuro mejor. Porque Harry Potter trabajaba en una cafetería. Haciendo de camarero. Sirviendo café. ¿Y si el Señor Oscuro pasara por ahí un día, de casualidad, y viera que Harry Potter era el camarero? ¿Lo mataría antes o después de beberse el café?
— Draco — Pansy miró a su amigo —. ¿Te das cuenta de que eso es lo mejor a lo que puedes aspirar, verdad? — miró a ambos lados, dudando de si hablar, pero finalmente haciéndolo en un firme susurro. — Potter está muerto, todos los que se han opuesto al Señor Oscuro están muertos. Y al menos, dentro del círculo, seguirías estando con tus padres y tu tía — se recompuso, volviendo entonces a su tono habitual —: es lo mejor a lo que cualquiera puede aspirar.
Vale. Vale. Vale. Bueno. Casi se le escapó un suspiro de alivio. Pansy, ella, cómo todos los demás pensaba que Potter estaba muerto, asesinado por el gran y ausente Señor Oscuro. ¿Y si el hombre... espera, realmente podía llamársele una persona? ¿Y si el Señor Oscuro seguía sin mostrarse porque estaba enfermo? ¿Gravemente enfermo? La idea alegró a Draco de inmediato. ¡Y si se moría, y si se moría! ¡Ay, sí! Por favor, por favor, por favor; que el Señor Oscuro se muriera y Draco pudiera ir cada día a tomar café con Harry.
El rubio paró de untar la tostada con mantequilla. ¿Pero qué... acababa... de pensar? ¿Ir a tomar café con Harry? Pfff. Que cosa más... muggle, más vulgar, más... más impropia de alguien tan respetable e importante cómo un Malfoy. Además, eso podía hacerlo estando o no el Señor Oscuro con vida.
No se enfadó con Pansy. Tampoco le recriminó nada. Porque era comprensible: la chica solo quería... bueno, construir una nueva realidad dentro del nuevo mundo de Voldemort. Y Draco, él... sí, tal vez, bueno, no, tal vez no. Evidentemente, entrar en el círculo del Señor Oscuro era lo que se esperaba de él. Lo mínimo que se esperaba él. Pero no era lo que Draco quería, no era lo correcto: Malfoy tenía una misión, una muy ajena a toda esa realidad oscura, y cuando la completara, cuando finalmente ganara suficiente puntos con Potter cómo para presentárselo a Granger y Weasley, ¡entonces...!
Oh.
¿Entonces empezaría otra guerra, verdad? ¿Sería la Tercera? ¿O la otra mitad de la Segunda? ¿Y si simplemente dejaba que Potter hiciera de camarero hasta que el Señor Oscuro se diera cuenta?
— No es lo que quiero.
Las palabras salieron de su boca sin previo aviso, dejando un incómodo silencio. Pareció que Pansy iba a decirle algo, a reprenderlo, tal vez, y entonces de repente cogió el cuchillo de postre a un lado del plato, y comenzó a untar otra tostada. El chico sabía que su amiga no diría nada. Nada respecto a lo que pensaba, respecto a la conversación, si es que así podía llamársele, pero el simple hecho de haber soltado aquello lo incomodaba. Pansy... ella... ¿y si realmente no veía tan mal el nuevo régimen del Señor Oscuro? La mera idea le revolvió el estómago y lo instó a levantarse. Por supuesto, la chica no iba a dejar que Malfoy le hiciera ningún desplante, pero para cuando abrir la boca, seguramente queriendo añadir algo más sobre "lo que era mejor para él", Zabini y Nott aparecieron por detrás. También estaba Goyle, que desde hacía unas semanas se había tenido que ausentar del colegio.
Aún ya levantado y sin abandonar la intención de irse, Draco se alegró de verlo. No por nada habían sido, y aún eran, mejores amigos. Goyle siempre había estado ahí, junto a él, desde el primer curso hasta ahora. Draco estaba seguro de haberle mandado una carta a Goyle al inicio del nuevo curso, preguntando por él y por sus padres, pero decidió no sacar el tema. No es que tuviera importancia al fin y al cabo.
— ¿Qué tal te ha ido, dónde has estado? — interrogó al instante.
— En casa — respondió Goyle —. Las cosas han... sido complicadas estos últimos meses.
— Y que lo digas — intervino Pansy, antes de darle un bocado a su tostada —. Entonces, ¿os váis a sentar?
Los chicos se sentaron primero, y Draco estuvo tentado a seguirlos. Podría quedarse ahí, podría charlar con Goyle, o al menos escuchar lo que respondía a las preguntas de los demás. Pero siendo realistas, lo que Malfoy quería saber; si Goyle realmente estaba bien, si su familia había tenido problemas tras el ascenso del Señor Oscuro. No iba a poder preguntarlo en ese momento, no ahora, y aunque lo hiciera, nada le garantizaba que la respuesta que fuera a recibir fuera verdadera. Prefería hablar con él a solas, en cualquier otro momento en el que supiera que Goyle fuera a decirle la verdad.
Draco quería irse: sintió una profunda urgencia que le instaba a irse. A llegar a su dormitorio y tumbarse en la cama, a recordar. Por primera vez, le apetecía recordar: cómo Potter intentó ¿matarlo, para ser exactos?, y cómo luego lo miró, viendo más allá del chico rubio aparentemente trastornado que se le había puesto a gritar en una cafetería. Malfoy pensó en eso último con más sutileza. ¿Y si Potter había mentido? ¿Y si lo había tratado bien momentáneamente para poder largarse cuanto antes? ¿Y si realmente pensaba que Draco estaba... loco?
— Malfoy — volvió a llamar Pansy.
El rubio levantó la mirada: no solo ella lo observaba, los chicos también.
— He de hacer algo — se excusó él —. Nos vemos luego.
— ¿Qué? — Blaise acabó de dar un sorbo a su zumo de calabaza, y cuando quiso hablar, Malfoy ya comenzaba a alejarse—: ¡no llegues tarde a herbología!
— En fin — Pansy masticó un trozo de tostada —. Chicos.
Los murmullos fueron quedándose atrás, atrapados en las cuatro paredes del Gran Comedor a cada paso que el rubio daba para salir de ahí. ¿Qué tenía luego, herbología? Pf. Plantas y más plantas, nada comparado con... bueno, con... ayer. ¿Cómo iba a acordarse de trasplantar una mandrágora si apenas podía ordenarle a su mente que dejara de importunarlo? Harry Potter. Harry Potter estaba vivo y su mente no acababa de asimilar que la primera persona en hablar con el chico había sido él. Y... no para pelearse, o insultarse, o discutir, sino... ¿cómo dos amigos? Bueno, vale, tal vez fuera demasiado pronto para eso, pero, ¿cómo dos personas que se trataban bien? Apenas había hablado algo más de cinco minutos, nada relevante, realmente, y aún así... ¿siempre había sido así de simple? ¿O el golpe realmente lo había echado a perder completamente? Bueno, el golpe... aquello sería lo más fácil de decir para un Harry muggle, ajeno al mundo mágico. Porque él tipo ni siquiera había sabido ubicar a Malfoy, al mismísimo Malfoy. Ni siquiera le sonaba, ni siquiera le había dado el mínimo indicio de que aún quedara algo de cordura en su cerebro. ¿Qué había de un "perdona, ¿nos hemos visto antes"?, o un, ¿"me suenas de algo"? ¿O una mirada de reconocimiento, o de curiosidad, o...? Potter no recordaba nada. Absolutamente nada. Y la imagen del chico de la cicatriz despertando aturdido en algún lugar del Londres muggle solo sirvió para azuzar la conciencia del rubio.
¿Qué le habrían dicho? O mejor, ¿cómo había llegado hasta allí, quién se había encargado de eso? ¿Y para justificar el pedazo de "accidente" que había causado que Potter se quedara sin memoria, qué se habrían inventado? Dudas, dudas, y más dudas. No había realmente nada a lo que Draco pudiera sujetarse, nadie de quién sospechar. Porque todos querían a Potter muerto, y de no ser así, aún por miedo, avisarían al Señor Oscuro sin dudarlo. Solo había algo seguro: si Potter se había olvidado de quién era hasta tal punto, tan solo recordando su nombre y muy seguramente porque la persona que lo salvó se apiadó de ese pequeño detalle cómo para no inventarle otro, era por un único motivo: ni una caída ni ningún "accidente", cómo estaba seguro que el chico creía. Alguien le había lanzado un encantamiento desmemorizante.
Casi se desvió de pasillo, no una sino dos veces, ¿o tres?, hasta que llegó a la sala común y fue directo a su dormitorio. Se tumbó en su cama, sobre el suave dosel de un verde intenso, mientras miraba al techo, con los ojos bien abiertos y los nervios a flor de piel. Tenía que descubrirlo, tenía que saber quién había hecho tal cosa. ¿Sabía esa persona que ahora Potter estaba más cerca que nunca del mundo mágico?, ¿lo vigilaba, había visto ya a Draco acercándose a él? El corazón le dio un vuelco ante aquello. ¿Alguien... los había visto hablar? No, eso no importaba ahora. Cien personas más lo habían visto montar un escándalo y tampoco es que nadie le hubiera dado un toque de atención por eso; porque nadie lo sabía, nadie iba al mundo muggle, ni aunque fuera para ir a tomar café.
Lo meditó durante unos segundos, alternando entre "si aún era muy pronto" o "si tenía que esperar un poco más", y en algún momento, decidió que ni siquiera él sabía del tiempo que realmente disponía hasta que el Señor Oscuro se diera cuenta de quién era el nuevo camarero de la esquina. Así que lo decidió: ya tenía las bases... más o menos... formadas. Potter lo...
Oh. Ya casi no se acordaba. Ahora podía llamarlo Harry. Imaginó la cara de Weasley y Granger al ver aquello: Potter, llamando a Malfoy por su nombre, y el rubio respondiéndole con un gentil y amistoso Harry. Apenas habían pasado dos días, ¿cierto?, y tal vez, tal vez ahora que lo pensaba mejor, convenía esperar un poco más, tratar de acercarse más al chico. No persiguiéndolo por ningún callejón ni tampoco invadiendo su cafetería de nuevo. Tal vez, si supiera a que sitios iba, podría... ¿pretender que él también estaba ahí? ¿Funcionaría? ¿Iba Harry también a las librerías, le gustaba Star Wars, o escuchaba...? Bueno, Draco tampoco era tan friki, así que conocía poca música muggle, por decir algo. Pero cualquier cosa que Harry escuchara, él también lo haría. Necesitaba una oportunidad, una última oportunidad antes de contar su hallazgo a Weasley y a Granger.
Un encuentro espontáneo, algo... genuino, una conversación que realmente pudiera funcionar. Ni peleas ni callejones a media noche: algo más civilizado.
Ahora. ¿Cómo iría Draco a saber eso? Se recordó la hora: la clase de herbología había comenzado hacía pocos minutos; y también el día: miércoles.
Miércoles.
Snape no le mandaba a recoger nada los miércoles. Absolutamente nada los miércoles y rara vez los jueves. Parecía que las pociones que contenía el envío empezaban a hacer el efecto deseado, porque eso solo podía significar que dentro de poco, Draco volvería a quedarse encerrado en el castillo, sin tener ninguna excusa para ir al mundo muggle. Poco tiempo. Poco tiempo. Tenía menos tiempo del que pensaba. Pero debía hacer las cosas bien, debía construir bien su plan si quería que Potter confiara en él. O, bueno, que al menos, ¿lo apreciara, lo considerara su medio-amigo? ¿Existía eso?
Draco se levantó de la cama, se colgó su bolsa , y salió del dormitorio a paso firme. Pasó por la sala común, saliendo de aquellas cuatro paredes y encaminándose hacia la biblioteca. Tenía que hablar, bueno, que encontrarse adecuadamente con Potter. Lo antes posible. Y no iba a salir a buscar ningún paquete o a presentarse a ninguna clase del día hasta que supiera cómo.