
"s-sorry, I didn't mean to scare you".
Uuuuuuuuuff. Hacía frío, mucho, mucho, mucho frío. ¿Cómo había sido tan estúpido de ni siquiera haber cogido abrigo? El Callejón Diagón estaba desierto, a excepción de pequeños grupos de mortífagos, paseando por la oscura calle cómo si les perteneciera. La mayoría de ellos parecían demasiado jóvenes, y Draco supuso que tal vez por eso no les habían asignado ninguna tarea importante. El grupo apenas lo miró, y los que parecían más interesados en asustarlo, acabaron pensándolo dos veces al verlo: el pelo rubio platino, tan pálido cómo de costumbre, solo podía indicar la pertenencia a la tan respetada familia Malfoy.
Por una vez, Draco se sintió orgulloso de que aquello valiera para algo.
La rutina fue la misma, aunque a cada paso, cuánto más cerca estaba de la tienda de pociones, más extraño se sentía. Era un paso menos para verlo otra vez, para ver a Potter otra vez. ¿Se acostumbraría alguna vez a verlo con aquel traje ridículo, cómo si realmente fuera un simple camarero? ¿Y que había de aquel pinchazo de culpa que de vez en cuando amenazaba con hacer sangrar su conciencia? Weasley y Granger. Ellos merecían saberlo, ellos tenían que saberlo, y cuánto antes mejor. Pero no había otro modo, Draco no podía decírselo hasta no acercarse lo suficiente a Potter. Si el chico se había asustado al verlo en aquel estado, Draco no quería imaginarse lo que pensaría cuando viera a a Weasley flipando y a Granger gritándole para que recuperara la memoria. Aunque podría ser divertido... muy divertido, desde el punto de vista de espectador, Draco sabía que la existencia de Potter no podía ser una excusa para echarse unas risas. No aún, al menos.
Entró en la pequeña tienda con el nombre de Mulpepper's Apotechary, dejando sonar la campanilla que colgaba del techo por unos instantes. Una caja cuidadosamente cerrada yacía sobre el mostrador. Sin siquiera esperar al hombrecillo de pelo blanco, se aproximó, levantando el paquete y colocándolo bazo su brazo, abrazándolo con el brazo izquierdo. Iba a salir cuando una vocecilla aguda sonó tras una estantería:
— Puedes decirle a Severus que antes de que se acabe el mes, ya no necesitará recoger más envíos.
La nuca del rubio se erizó por completo: tal vez por el frío, tal vez porque eso complicaba las cosas.
— Se lo diré.
Dio un último respiro antes de salir de ahí, continuando recto, sin tan siquiera pensar en la posibilidad de dar vuelta atrás. Pensó en aparecerse en el rincón habitual, junto al cubo de basura. Algo poco sofisticado pero más rápido. Descartó la idea casi enseguida, siendo consciente de que aún tenía algunos detalles que resolver. ¿Eso haría? ¿Esperaría ahí, en el bar de Tom? ¿O fingiría dar una vuelta, estar dando un paseo? Tal vez podía quedarse por alguna tienda de al lado, pendiente de cuando Potter saldría de ahí. ¿Y si se hacía muy tarde? ¡Oh! ¿Y si Malfoy simplemente preguntaba a qué hora cerraba la cafetería? A algún muggle que pasara por ahí. A cualquiera de los alrededores. No perdía nada.
Pasó una tienda, pasó otra tienda, pasó una calle que olía a muerto, pasó otra en la que se escuchó algún que otro grito. ¿De verdad no iba a aparecerse? No, decidió que no. Decidió que hoy no.
No tuvo que caminar más de media hora: en un abrir y cerrar de ojos, con un pequeño toque de su varita, la pared de ladrillos se mostró ante él, intacta, para luego dejar un hueco en medio, dando al estrecho y cuadrado patio. De nuevo, pero ahora con el corazón en la boca, Malfoy abrió la puerta negra, dejándose ver en el establecimiento. Tom, el posadero, estaba secando una copa con un trapo cuando vio al chico. Dejó de hacer lo que estaba haciendo, apoyando ambas manos en el mostrador, una sujetando la copa y la otra aguantando el trapo.
— ¿Le sirvo algo, Señor Malfoy?
— No — el chico lo miró casi con compasión —, no es necesario. Gracias.
El lugar estaba desierto, y para ser un bar, era tétrico. Salió por la puerta principal, calle abajo. Muggles subían y bajaban, ninguno prestándole atención. Cruzar la esquina. Solo tenía que cruzar, y ahí estaría: la cafetería muggle.
Pánico. Oleadas de pánico amenazaron con echar al chico para atrás. Potter... él lo odiaba. Lo odiaba. O bueno, al menos, seguro, seguro, seguro que le tenía miedo. ¿Y si con verlo en la esquina ya llamaba a la policía? ¿No saldría eso por todas las noticias?
Malfoy respiró, una y otra vez, tratando de tranquilizarse. Oxígeno. Oxígeno. Oxígeno. Eso era lo que necesitaba su mente para pensar correctamente. Bien, sí, era evidente que las cosas entre ellos, de manera... sorprendente, no habían ido bien. Pero por eso estaba él ahí, ¿no? Para arreglarlo. ¿Para decirle que lo sentía, tal vez? ¿Qué lo había confundido con otra persona? Cualquier excusa de esas iría bien.
Para no arriesgarse, bajó unos pasos más, evitando la otra acera. Aún era pronto, apenas las 21:10, por lo que se permitió entretenerse con el escaparate de una de las perfumerías cerradas. No estaban tan mal. El diseño de los botes, al menos. ¿Olerían igual que las colonias mágicas? ¿O incluso mejor? Los muggles podían ser considerados inferiores en el mundo mágico, pero, realmente fabricaban cosas buenas a veces, cómo los libros de ficción que Draco echaba tanto de menos. Bueno, tal vez otro día pudiera descubrirlo.
21: 20, aún nadie había abandonado la cafetería. Bueno, nadie importante. ¿Y si Potter no trabajaba hoy? ¿¡Draco había pensado en eso?! ¡O peor, y si ya se había ido y Malfoy no se había dado cuenta! Acercarse un poco al escaparate, solo lo justo, para comprobar que el tipo siguiera ahí. ¿Sería capaz de hacerlo?
21:30, Malfoy decide bajar un poco más la calle para ir a una librería. Bastante más pequeña que la anterior, por supuesto, pero al menos hay algunas novelas de Star Wars. ¡Oh, si pudiera, se quedaría aquí hasta que cerrarán! De vez en cuando, mira por el rabillo del ojo, procurando controlar quién sale y quién entra. Se quedó ahí, repartiendo su tiempo entre mirar libros y vigilar la cafetería. ¿Y si de mientras él estaba echándole un vistazo a los nuevos tomos, Potter se había ido? No, no, no. No tenía que pensar en eso. Pero... el tiempo pasaba y pasaba, ya eran casi las diez de la noche, y aún no había habido rastro de ninguna cabellera negra.
Poco antes de que el reloj marcara las diez en punto, Draco tuvo que abandonar el pequeño comercio. La mayoría de tiendas de la calle ya estaban cerradas, a excepción de la cafetería, a unos metros más arriba de dónde se encontraba Draco. Ya tendría que haber llegado al castillo, o al menos, estar cerca. ¿Alertarían los mortífagos a Snape si tardaba mucho? ¿Serían capaces de ir a buscarlo? Malfoy no había pensado en eso, pero descartó la idea enseguida. De todas maneras, lo único que importaba era el dichoso paquete de pociones, no Draco; y mientras estuviera en manos de Snape para mañana a primera hora, nadie tendría porque inmiscuirse en nada.
Aún con la esperanza de que Potter no se le hubiera escapado, subió la calle, a paso lento, casi con miedo a volver a pasar cerca de la gran vitrina. ¿Iba a cruzar? Mejor no, mejor no. Mantenerse en la acera de enfrente, no acercarse demasiado al objetivo antes de tiempo, eso...
¡Ahí! ¡Ahí, ahí, ahí! Draco se quedó quieto. De repente, sus piernas dejaron de funcionar. Potter estaba ahí, apunto de bajar el pequeño escalón de mármol gris, poniéndose una chaqueta negra sobre la camisa blanca que vestía. Salió de la cafetería, sin tener intención de cruzar la acera, sino de bajar la calle dos o tres pasos. Dobló la esquina de la calle interna, dando la espalda a la grana avenida principal, y se adentró en lo que Draco identificó cómo calles más estrechas.
El rubio no perdió el tiempo. Cruzó la avenida, pendiente de que no pasara ninguna de esas máquinas muggles, y se adentró en las calles oscuras. Ni siquiera reparó en el detalle de que parecían ser peor que el Callejón Knockturn. Potter iba delante de él, con ambas manos en los bolsillos y sin aparentemente reparar en el hecho de que tenía a un acosador tras él.
Llegaron a una encrucijada. Draco iba varios pasos tras él y apenas vio por dónde Potter se había escabullido. Se apresuró, casi corriendo, y decidió girar a la derecha.
Nada. No había absolutamente nada ni nade. Solo una larga calle, con altos palos metálicos que acababan en grandes orbes de luz. Draco fue a darse la vuelta cuando sintió que ya había una figura tras él, amenazando el lateral de su cuello con algo frío y punzante. ¿¡Potter acostumbraba a llevar objetos punzantes encima?! ¿Y el loco tenía que ser el pobre Malfoy? El rubio sintió su corazón latir con fuerza, demasiada fuerza, y la mano que sujetaba el paquete amenazaba con perder la fuerza.
— ¿Por qué me estás siguiendo?
Era Potter. Era la voz de Harry. De no ser porque parecía estar apunto de asesinarlo, Malfoy casi se sintió orgulloso de no haber olvidado el sonido de su voz.
— P-perdona — Malfoy no se movió ni un ápice, temeroso de que el impulsivo de Potter lo matara ahí mismo, en medio de un sucio callejón —. No quería asustarte.
— ¿Ah, no? — cuestionó el chico. — ¿Por eso me seguías a las tantas de la noche?
— Solo son las diez — se quejó Draco —. Bueno, casi las once. Y solo... quería pedirte disculpas. Por lo de ayer. No voy a hacerte nada.
Un silencio. El frío del metal aún amenazando el cuello del rubio. Finalmente, Potter habló:
— ¿Por qué debería creerte?
— Porque no soy yo el que lleva un cuchillo.
— Tampoco soy yo el que sigue a un desconocido a las once de la noche.
— Tampoco... — una pausa, en la que la cabeza de Draco puso las ideas en orden — Bien, vale. Pero no sabía como hablar contigo sin... bueno, sin que-
— ¿Sin que saliera corriendo?
El objeto punzante dejó en paz la piel del rubio, quién finalmente se dio la vuelta. El camarero habló de nuevo:
— Y no es un cuchillo, son las llaves de mi apartamento.
¿Pero qué...? Potter, tan normal, frente a él. Casi, ¿sonriente?, ¿¡después de haberle amenazado de muerte?! ¿Qué le pasaba en la cabeza? Aunque... ¿apartamento? ¿El idiota se había conseguido un apartamento?
— Siento haber hecho eso — comenzó Malfoy —, quiero decir... haberte dicho todo eso. Te había confundido con alguien.
— Ya lo imaginé.
— ¿No pensaste que estaba loco?
Un silencio, Draco se maldijo por haber dejado que las palabras se le escaparan de la boca.
Pero contra todo pronóstico, en vez de empuñar de nuevo las afiladas y mortíferas llaves contra él, Potter luchaba contra sí mismo para evitar dejar escapar algo parecido a una risa.
— Creo que todo el mundo lo pensó. Oye, ¿me estabas siguiendo sin saber a dónde ibas o vives por aquí cerca?
¿Cómo? ¿cómo? ¿Pero este tipo era idiota? ¿Cómo podía...? ¡Pero si hasta hace cinco minutos estaba apunto de rajarlo! Vale, vale, vale. Inspira, expira, inspira, expira. Eso eso, eso es.
— ¿Me acabas de preguntar dónde vivo?
— Si vas por el mismo camino que yo, estaría bien saberlo. Para no amenazarte de muerte la próxima vez.
Draco frunció el ceño, extrañado, aliviado. ¿Tranquilo, tal vez?
— Pues no, no vivo por aquí. Ni loco me voy a vivir por uno de estos callejones.
Potter rió.
— Pues yo me tengo que ir — lo miró, sin fingir nada, sin creer que estaba hablando con un loco, sin estar aterrorizado.
Harry apretó los labios en una pequeña y educada sonrisa, algo nerviosa, sí, pero no fingida. Draco se quedó ahí, de pie, sin creerse que todo hubiera salido... bien.
— Por cierto — soltó —. Me llamo Draco.
El chico de la cicatriz se giró, mirándolo de nuevo.
— Harry.
Aunque ya supiera la respuesta, su corazón rebotó de alivio: seguía conservando su nombre.
— ¿Harry? — era agradable volver a pronunciar el nombre, sabiendo que él que lo llevaba seguía vivo: justo delante de él, sin apenas un rasguño. — ¿No sería más apropiado utilizar el apellido?
— Todos me llaman Harry — admitió —. Pero si lo prefieres, puedes llamarme Potter.
— Claro — se sintió estúpido, sin saber que contestar a eso.
— ¿Puedo llamarte Draco, entonces?
Lo pensó. Lo pensó, lo pensó, lo pensó. ¿Había alguien en Hogwarts que solo lo llamara Draco? No mucha gente, no. ¿E iba a darle el privilegio a Potter, al cara rajada, al niño que vivió para poder servir café los lunes por la noche? Pf, que montón de tonterías. Él, el heredero de la noble Casa Malfoy, dejando...
— Sí, no hay problema.
— Bueno — Harry lo miró por última vez —. Adiós, Draco.
— Adiós — el rubio se quedó ahí, pasmado, mirando cómo el enemigo número uno se sentía lo suficientemente confiado como para andar por un callejón oscuro a las once y algo de la noche; sin tan siquiera acordarse de que un psicópata estaba obsesionado con él —...Harry.
Salió cómo un susurro, llevado y olvidado por el viento. ¿Así iba a ser ahora? ¿Iba a llamarlo Harry? ¿Y él... él iba a llamarlo Draco?