
Segundo año. Invierno 1986
2 de enero de 1986
El castillo de Hogwarts había recuperado su bullicio habitual tras las vacaciones. Los estudiantes regresaban lentamente a sus rutinas, las salas comunes volvían a llenarse de risas y conversaciones, y los pasillos resonaban con el eco de pasos y murmullos.
En la sala común de Slytherin, Barnaby Lee hablaba emocionado sobre un artículo que había leído en El Quisquilloso sobre una criatura mágica que decía ser mitad dragón, mitad unicornio. Sentado en uno de los sofás de cuero verde, gesticulaba con entusiasmo, tratando de convencer a Ismelda que aquello no era un invento.
—Te lo digo, ¡existe! —insistía Barnaby, sus ojos brillando con esa inocencia característica.
—Claro que sí, Barnaby, y yo soy la heredera de Salazar Slytherin —replicó Ismelda con sarcasmo, mientras limaba sus uñas con una expresión de aburrimiento.
Envy estaba sentada en el otro extremo del sofá, con una leve sonrisa en los labios mientras observaba la escena. Era casi como si nada hubiera cambiado. Como si aquella noche del 24 de diciembre nunca hubiera ocurrido. De hecho, había pasado los últimos días convenciéndose de que era mejor así.
Merula estaba sentada en un sillón chesterfield individual, los brazos cruzados sobre el pecho, mirando la discusión con el mismo aire de superioridad que siempre llevaba. Sin embargo, cada vez que sus ojos se encontraban con los de Envy, había un breve instante de tensión, una chispa que ninguna de las dos reconocía en voz alta.
—¿Y tú qué opinas, Envy? —preguntó Barnaby de repente, girándose hacia ella. —¿Crees que los dragoniquinos son reales?
Envy parpadeó, sacada de sus pensamientos.
—¿Los qué?
—¡Dragoniquinos! —repitió Barnaby, como si fuera obvio.
—Claro, Barnaby, seguro que existen —respondió Envy con un tono condescendiente, lo suficiente para satisfacerlo sin comprometerse demasiado.
Merula soltó una risa seca desde su posición.
—Deja de darle esperanzas, Envy. Lo único que conseguirás es que empiece a buscar huevos de dragoniquino en el bosque prohibido.
Barnaby frunció el ceño.
—No sería una mala idea...
—¡Por Merlín, no le des ideas! —saltó Ismelda, rodando los ojos.
La conversación continuó, pero Envy y Merula permanecían en sus propios mundos, lanzándose miradas furtivas que intentaban disimular. Ninguna mencionaba lo ocurrido en la víspera de Navidad, y ambas actuaban como si nada hubiera pasado. Sin embargo, debajo de la superficie, las emociones seguían agitándose, un torbellino que ninguna de las dos estaba lista para enfrentar.
El tiempo con el grupo era como siempre: risas, bromas, y planes para nuevas travesuras. Pero cada vez que Envy miraba a Merula, o sentía su mirada sobre ella, no podía evitar pensar en aquel momento en el dormitorio. En cómo había roto algo que no sabía si se podría reparar.
Por su parte, Merula mantenía su fachada de dureza, pero cada vez que veía a Envy, recordaba ese beso robado, y el torbellino de emociones que había sentido después. Lo ocultaba con sarcasmo y actitud distante, pero no podía ignorar la tensión que seguía latente.
La sala común de Slytherin se había vaciado lentamente a medida que la noche avanzaba. El fuego en la chimenea crepitaba suavemente, lanzando sombras danzantes sobre las paredes verdes y plateadas. Barnaby e Ismelda se habían retirado a sus dormitorios, dejando a Merula y Envy solas, sentadas en silencio.
Envy estaba en un sillón cerca del fuego, mirando las llamas sin realmente verlas. Su mente estaba llena de pensamientos que no se atrevían a convertirse en palabras. Merula, mientras tanto, estaba apoyada en el borde de la mesa más cercana, tamborileando con los dedos, aparentemente distraída, aunque sus ojos lanzaban miradas furtivas hacia Envy.
Finalmente, Merula rompió el silencio.
—¿Vas a ignorar esto para siempre?
Envy parpadeó, sorprendida por la pregunta directa. Se enderezó en su asiento, girándose para mirarla.
—¿De qué hablas? —intentó fingir inocencia, aunque sabía exactamente a qué se refería.
Merula cruzó los brazos y la miró con el ceño fruncido, pero su tono no era tan duro como de costumbre.
—Sabes de qué hablo. De lo que pasó en mi dormitorio en Navidad.
Envy tragó saliva, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir más rápido.
——Yo... —Envy buscó las palabras, frotándose las manos con nerviosismo. —Sobre lo que pasó en Navidad... No debí haberlo hecho. Me dejé llevar, y no pensé en cómo te haría sentir. Fue un error.
Merula frunció más el ceño, pero esta vez parecía más confundida que molesta.
—¿Un error?
—Sí, claro. Fue un momento extraño. No quería hacerte sentir incómoda. —Envy bajó la mirada, sintiendo una mezcla de vergüenza y arrepentimiento.
Merula permaneció en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. Finalmente, se acercó y se sentó en el borde del sillón junto a Envy.
—No fue un error —dijo con voz baja, pero firme.
Envy levantó la mirada, sorprendida.
—¿Qué?
Merula desvió la vista, como si le costara admitir lo que estaba a punto de decir.
—No me enojé porque no me gustara. Me enojé porque no lo esperaba. Porque… no sé, no estoy acostumbrada a sentir cosas como esa.
Envy sintió un leve calor subiendo por sus mejillas, pero no dijo nada, dejando que Merula continuara.
—Siempre estoy controlando todo, ¿sabes? Si alguien me ataca, yo ataco primero. Pero tú… —Merula la miró directamente a los ojos, y por un instante, toda su fachada de dureza pareció desaparecer. —Tú me pillaste completamente desprevenida.
Envy se quedó sin palabras, pero había algo en la voz de Merula, algo honesto y vulnerable, que la hizo sonreír ligeramente.
—¿Entonces no me odias? —preguntó en un susurro.
Merula bufó, pero su tono era casi juguetón.
—Si te odiara, no estaría aquí hablando de esto, ¿verdad?
Envy soltó una risa nerviosa, pero luego se volvió seria.
—No quería arruinar lo que tenemos. Tú, Ismelda, Barnaby... son lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Merula la miró fijamente, su expresión volviéndose más suave.
—No lo arruinaste. —Hizo una pausa antes de añadir, casi con timidez: —Aunque... si alguna vez quieres besarme de nuevo... avísame.
Ambas rieron suavemente, y por primera vez en días, la tensión entre ellas se desvaneció. Aunque todavía había mucho que procesar, en ese momento, ninguna de las dos podía negar que algo había cambiado entre ellas. Algo que, quizás, no estaba mal después de todo.
Las semanas pasaron, y algo nuevo comenzó a formarse entre Envy y Merula, aunque ninguna de las dos se atrevía a llamarlo por su nombre. Cada vez que encontraban un momento a solas —ya fuera en un rincón desierto de la sala común de Slytherin, en los pasillos vacíos del castillo o incluso en los terrenos nevados—, compartían besos que comenzaban con timidez pero que se volvían cada vez más intensos.
Para Envy, aquellos momentos se sentían como pequeños fragmentos de un sueño hecho realidad. Cada beso, cada roce, parecía acercarla más a Merula, quien, pese a sus murallas emocionales, permitía esa cercanía sin demasiado reparo. Envy no podía evitar enamorarse más con cada instante que pasaban juntas. Merula no era perfecta, pero había algo en su fuerza, en su determinación, que la fascinaba.
Pero Merula no lo veía de la misma manera. Para ella, los besos eran un escape, una forma de olvidarse de sus propios problemas y las expectativas que la rodeaban. Había algo emocionante en estar con Envy, algo que disfrutaba, pero su corazón no se entregaba de la misma forma. Los sentimientos más profundos que Envy albergaba no encontraban un reflejo en Merula, aunque esta no decía nada para detener lo que estaba ocurriendo.
Una tarde de febrero, el dormitorio de Merula estaba en completo silencio, excepto por el leve crujido de las velas que iluminaban tenuemente el espacio. Las otras camas estaban vacías, ya que Ismelda había decidido pasar la noche en la biblioteca y el resto de las chicas aún no regresaban. Esto les dejaba a Merula y Envy un inesperado momento de soledad.
Merula estaba sentada en su cama, con las piernas cruzadas, mientras Envy ocupaba el borde del colchón. Habían estado hablando de cosas sin importancia, pero la conversación poco a poco se había desvanecido, dejando en el aire un silencio cargado de algo que ninguna de las dos sabía cómo definir.
Finalmente, Envy se movió hacia Merula, acercándose lo suficiente como para que sus hombros se rozaran.
—¿Sabes? Nunca imaginé que terminaríamos aquí, tú y yo —murmuró Envy, con una sonrisa suave.
—¿En mi habitación? —respondió Merula, tratando de sonar indiferente, aunque había un leve sonrojo en sus mejillas. —Es mejor que el dormitorio de Liz y Rowan, ¿no?
Envy se rió suavemente, pero no respondió. En cambio, giró el rostro hacia Merula, observando cada detalle: sus ojos violetas que parecían siempre tan desafiantes, su cabello rebelde que caía en mechones desordenados. Había algo en Merula en ese momento que la hacía parecer más accesible, más humana.
Antes de pensarlo demasiado, Envy alzó una mano y la posó en la mejilla de Merula, con una suavidad que la sorprendió incluso a ella.
—Tienes razón. Es mucho mejor estar aquí... Contigo...
Merula se quedó quieta, sus ojos fijos en los de Envy. Por un momento, parecía debatirse internamente, pero luego, con una decisión repentina, cerró la distancia entre ambas y la besó.
El beso comenzó con timidez, casi como si ninguna de las dos quisiera admitir lo que estaba pasando, pero pronto se volvió más intenso, más seguro. Los brazos de Merula encontraron el camino alrededor de la cintura de Envy, mientras esta le correspondía rodeándola con los suyos, acercándola más.
Envy se dejó caer ligeramente hacia atrás, llevándose a Merula consigo, mientras sus labios se buscaban una y otra vez. El mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo el calor compartido entre ambas y el sonido de su respiración entrecortada.
Cuando finalmente se separaron, ambas estaban ligeramente sin aliento. Merula apoyó su frente contra la de Envy, sin soltarla.
—Esto es... raro, ¿no? —murmuró Merula, con una risa nerviosa.
—¿Raro bueno o raro malo? —preguntó Envy, con una sonrisa traviesa.
—Raro bueno —admitió Merula con un ronroneo, evitando mirarla directamente.
Envy no pudo evitar reír suavemente. El beso que compartieron fue apasionado, casi desesperado. Envy apoyó su frente contra la de Merula, su respiración entrecortada mientras la miraba a los ojos.
—Creo que me estoy enamorando de ti —susurró, su voz temblorosa pero honesta.
Merula se quedó inmóvil, con los labios aún entreabiertos por el beso. No respondió de inmediato, y Envy vio cómo su expresión cambiaba, pasando del desconcierto a algo más frío, más calculador.
—No digas eso —dijo Merula finalmente, incorporándose de la cama.
Envy parpadeó, confundida por la reacción.
—¿Por qué no? Es lo que siento.
Merula suspiró, cruzando los brazos y evitando su mirada.
—Porque yo no siento lo mismo.
Las palabras cayeron como un peso sobre Envy, quien retrocedió ligeramente, como si un hechizo invisible la hubiera golpeado.
—Pero... todo esto —dijo Envy, refiriéndose a sus besos, sus momentos compartidos—. ¿Qué significa entonces?
Merula la miró, y por un instante pareció querer decir algo más amable, algo que pudiera suavizar el golpe. Pero no era su estilo, y decidió ser honesta.
—Significa que me gusta estar contigo. Que me divierto. Pero no estoy enamorada, Envy. Y no creo que llegue a estarlo.
El silencio que siguió fue abrumador. Envy sintió cómo su corazón se rompía un poco, pero intentó mantenerse firme, sin permitir que las lágrimas que amenazaban con salir lo hicieran.
—Entonces, ¿por qué me besas? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
Merula se encogió de hombros.
—Porque me gusta hacerlo. Pero eso no significa que signifique más para mí.
Envy asintió lentamente, tratando de procesar las palabras. En ese momento, supo que estaba en un camino peligroso, uno que solo traería más dolor si seguía adelante. Pero también sabía que alejarse sería casi imposible, no mientras su corazón estuviera tan profundamente involucrado.
—Está bien —dijo finalmente sonriendo, aunque sabía que no lo estaba en absoluto.
Merula le dedicó una sonrisa que no llegó a sus ojos, se levantó de la cama y se marchó, dejándola sola en aquella habitación. Envy se quedó allí, viendo cómo su figura desaparecía en la distancia, sintiendo que, aunque el sol brillaba, el día había perdido todo su calor.
El resto del año escolar pasó como una estrella fugaz. En los pasillos de Hogwarts, Merula y Envy eran las mismas de siempre: parte del grupo que todos en Hogwarts conocían como problemáticos y bravucones. Se unían a Barnaby e Ismelda para planear fechorías, dominaban las clases con la competitividad e inteligencia de un Slytherin, y mantenían su actitud de superioridad que intimidaba a cualquiera que no formara parte de su círculo.
Se convirtieron en expertas en encontrar escondites por el castillo, rincones donde podían estar juntas sin preocuparse por ser descubiertas. El aula de pociones vacía después de clases, el ala abandonada del tercer piso, el invernadero cuando los demás estaban en almuerzo... Cada rincón del castillo parecía tener una historia nueva, un recuerdo compartido entre risas, besos robados y conversaciones que nunca llegarían a oídos ajenos.
Incluso las mazmorras, con su aire frío y húmedo, se convirtieron en testigos de sus momentos más cercanos. Envy a menudo se burlaba de la elección de Merula por los lugares más lúgubres, pero nunca se resistía a acompañarla.
Sin embargo, ninguna de las dos hablaba de lo que significaba todo aquello. No había declaraciones de amor, ni promesas de futuro. Solo existía el momento, la chispa que las empujaba a buscarse una y otra vez, pero sin comprometerse a nada más.
—¿Alguna vez vas a tomarte esto en serio? —preguntó Envy un día, mientras estaban acurrucadas en un rincón del invernadero.
Merula la miró con una sonrisa ladeada, esa que siempre llevaba un toque de arrogancia.
—¿Y arruinar lo divertido que es así? Ni loca.
Envy rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír también. Había aprendido que, con Merula, todo tenía su tiempo.
—Supongo que eres tú quien se pierde lo bueno de estar conmigo.
—No te emociones demasiado —respondió Merula, tirando de Envy hacia ella para silenciar cualquier réplica con un beso.
Era un día gris en Hogwarts, con nubes bajas cubriendo el cielo y una brisa fría que se colaba incluso en los pasillos del castillo. Envy y Merula estaban escondidas en una de las aulas abandonadas, lejos del bullicio de los otros estudiantes. Habían escapado allí después de una clase particularmente aburrida, buscando el aislamiento que tanto apreciaban.
Envy estaba sentada sobre un escritorio, con las piernas balanceándose despreocupadamente. Merula, apoyada contra la pared, jugaba distraídamente con su varita. El silencio entre ellas no era incómodo, pero estaba cargado de algo más, algo que Envy no terminaba de entender.
De repente, Envy rompió la calma con una pregunta que había rondado su mente durante días.
—¿Crees que estemos juntas en cada universo? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y vulnerabilidad en su voz.
Merula levantó la mirada, sorprendida por la pregunta. Frunció el ceño, claramente incómoda.
—¿Qué clase de tontería es esa? —respondió con su habitual tono sarcástico, aunque había algo en su expresión que no era habitual: duda.
Envy insistió, bajando la mirada al suelo por un instante antes de regresar a los ojos de Merula.
—No es una tontería. Quiero decir... si hay otros mundos, otras versiones de nosotras, ¿crees que también se buscarían como lo hacemos nosotras aquí?
Merula se quedó en silencio, como si estuviera evaluando la pregunta. Luego, con un resoplido, se cruzó de brazos y soltó:
—¿Tan siquiera estamos juntas en este universo?
La habitación pareció quedarse en silencio absoluto después de esas palabras. Envy sintió cómo su corazón se detenía por un instante, seguido de una punzada de dolor que no había anticipado.
—¿Qué? —murmuró, con la voz rota, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
Merula desvió la mirada, su expresión más cerrada que nunca.
—Lo que hacemos, Envy... no significa nada. Solo es... diversión. Algo para pasar el rato.
Las palabras cayeron como un balde de agua fría sobre Envy. Se sintió como si todo lo que habían compartido —los besos, las risas, los momentos de intimidad— hubiera sido reducido a algo trivial, sin peso ni valor.
—¿Eso es lo que piensas? —preguntó Envy, intentando mantener la calma aunque su voz temblaba.
Merula no respondió de inmediato. Finalmente, levantó los hombros en un gesto que pretendía ser indiferente, aunque sus ojos evitaban los de Envy.
—Es mejor no complicar las cosas.
Envy se puso de pie, su corazón latiendo con fuerza, no de emoción esta vez, sino de tristeza.
—Pensé que después de todo este tiempo, esto era más que eso para ti —dijo, tratando de mantener su dignidad mientras la herida abierta en su pecho ardía.
Merula no dijo nada, y ese silencio fue peor que cualquier palabra que pudiera haber dicho. Envy respiró hondo, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir, pero se negó a dejarlas caer frente a ella.
—¿Sabes qué? —continuó Envy, su voz firme aunque sus ojos brillaban. —Tal vez en otros universos, yo tengo mejor suerte.
Sin esperar una respuesta, salió del aula, dejando a Merula sola con sus pensamientos y el eco de sus propias palabras.
Cuando la puerta se cerró, Merula dejó caer la cabeza hacia atrás, golpeándola suavemente contra la pared. Resopló, no porque se sintiera culpable, si no porque aunque no lo admitiera, las palabras de Envy no le dolieron en lo absoluto.