
Verano 1984 Parte 1
1 de septiembre de 1984
Era el primero de septiembre de 1984, y el sol apenas comenzaba a colarse entre las cortinas cuando el estridente grito de su tía Mildred rompió el silencio de la mañana:
—¡Envy! ¡Es tardísimo! ¡Levántate ahora mismo o perderemos el tren!
Con los ojos aún pesados de sueño, Envy se incorporó lentamente en su cama, confundida por el dramatismo. Giró hacia el despertador en su mesita de noche: 6:00 am. ¿Tardísimo? Apenas había amanecido.
Desde la puerta, Mildred la miraba con los brazos en jarras, sus rizos meticulosamente hechos y el vestido que habia comprado especificamente para ese día, que sugería que ya llevaba un buen rato despierta.
—¡Te lo dije anoche! El tren sale a las 11 en punto desde King’s Cross, y necesitamos tiempo para todo: desayunar, empacar lo que te falta y llegar a la estación. ¡Vamos, que no quiero contratiempos!
No era la primera vez que su tía exageraba la importancia de la puntualidad, pero sabía que discutir no serviría de nada. Envy suspiró y lentamente se incorporó de la cama, escuchó a Mildred murmurar algo sobre relojes y responsabilidades, mientras los aromas del té y las tostadas comenzaban a llenar la casa.
—¡Arriba, he dicho! —exclamó Mildred mientras tomaba un cepillo que había encontrado sobre la cómoda. Con un movimiento ágil pero nada gentil, le dio un golpe en la espalda con el mango del cepillo, lo suficiente como para despertarla del todo.
—¡Ve a bañarte ahora mismo, niña! No tenemos tiempo para tus perezosas mañanas de verano —añadió con impaciencia mientras señalaba la puerta del baño, como si su orden no pudiera ser ignorada bajo ningún concepto.
Envy, todavía somnolienta y con el pelo despeinado, se levantó arrastrando los pies, murmurando algo ininteligible mientras Mildred salía de la habitación. Desde el pasillo, la voz de su tía resonó con un tono de frustración exacerbada.
—Los primeros de septiembre son un caos, siempre lo han sido. ¡La estación de King’s Cross llena de niños corriendo como si el mundo se fuera a acabar! —refunfuñaba mientras caminaba hacia las escaleras—. ¡Si tan solo los mandaran por polvos flu, todo sería mucho más eficiente! Pero no, claro que no, tiene que ser el tren. Tradiciones tontas...
Envy dejó escapar una pequeña sonrisa mientras cerraba la puerta del baño. Conocía de memoria las quejas de su tía sobre los primeros de septiembre, y aunque parecían sinceras, siempre estaban teñidas de un dejo de emoción que Mildred nunca admitía abiertamente.
Envy entró al baño con paso lento, cerrando la puerta tras ella. El vapor del agua caliente envolvía la habitación, una sensación acogedora y relajante que contrastaba con el caos que había dejado atrás en su habitación. La bañera, que Totty había preparado con tanto cuidado, estaba llena hasta el borde, el agua burbujeante reflejaba una suave luz anaranjada proveniente de los rayos del amanecer. Envy suspiró profundamente mientras se sumergía en el agua, permitiendo que el calor la rodeara y la calmara por un momento.
A pesar de lo reconfortante del baño, su mente no dejaba de girar. El pensamiento de tener que ir a la estación King’s Cross junto a los muggles la inquietaba. No podía evitarlo, la idea de mezclarse con ellos le causaba una leve sensación de incomodidad.
Recordaba vívidamente el incidente de su infancia: cuando tenía tan solo seis años y contrajo polio. Una enfermedad muggle que mutó y la había dejado marcada para siempre. Estuvo a punto de perder la vida. Los recuerdos eran nublados y dolorosos, pero cada vez que veía a los muggles, especialmente en lugares tan concurridos como King’s Cross, sentía un escalofrío recorrerle la espalda. No era por prejuicio hacia ellos, sino por el miedo residual que esa enfermedad había dejado en su cuerpo y su mente.
Con un suspiro más profundo, cerró los ojos y dejó que el agua la envolviera, intentando calmar su ansiedad. Sabía que tenía que salir de esa bañera pronto, pero aún no estaba lista para enfrentarse al ajetreo de la estación, ni mucho menos para mezclarse con esos extraños seres de los que aún guardaba un temor irracional.
Envy se deslizó lentamente en la bañera, permitiendo que el agua caliente le cubriera hasta los hombros. Cerró los ojos y, casi sin pensarlo, dejó que su cuerpo se hundiera un poco más, hasta que el agua rozó su barbilla. Finalmente, sumergió la cabeza por completo, dejando que el mundo exterior desapareciera en un instante.
Desde aquel día sobre el hielo de invierno, el agua se había convertido en su refugio. Recordaba con claridad el accidente: el crujido del hielo quebrándose bajo sus pies, la caída repentina al agua helada, y cómo la sensación de estar completamente rodeada por el líquido, aunque aterradora en ese momento, se había transformado en algo paradójicamente tranquilizador con el tiempo.
Bajo el agua, todo era distinto. Los sonidos se apagaban hasta quedar reducidos a un murmullo lejano, como si el mundo entero se detuviera. Allí no había gritos, ni prisas, ni tías exasperadas corriendo por los pasillos. Solo estaba ella y el peso amable del agua abrazándola, aislándola del caos.
La sensación de paz y soledad la invadía cada vez que hacía esto. No era una soledad desagradable; al contrario, era un alivio. Como si, por un momento, pudiera desaparecer del mundo y estar completamente a salvo, sin preocupaciones, sin expectativas. Allí, bajo la superficie, era el único lugar donde podía encontrar verdadera calma.
Envy mantuvo los ojos cerrados mientras el agua cubría su rostro, permitiendo que su mente divagara en ese vacío tranquilo. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo, pero esos breves segundos eran suficientes para recargarse, para encontrar la fuerza que necesitaría en el caos del día que tenía por delante.
Envy se incorporó lentamente, dejando que el agua resbalara por su rostro y cuello, mientras una bocanada de aire fresco llenaba sus pulmones. Ya no había tiempo para perderse en pensamientos, así que, sin más demora, alcanzó los frascos perfectamente alineados en el borde de la bañera. Sus jabones y champús, caros y exquisitos, desprendían aromas que inundaban el baño con una mezcla de vainilla, jazmín y notas cítricas. Cada burbuja, cada espuma que se deslizaba por su piel, parecía borrar un poco del peso que llevaba encima.
Mientras se lavaba el cabello con movimientos precisos, su mente no podía evitar divagar hacia lo que estaba por venir. Todo lo que más anhelaba estaba tan cerca, casi al alcance de sus manos. Tan pronto como tomara ese tren, todo cambiaría. No más reglas estrictas, no más formalidades opresivas, no más días eternos dentro de esa jaula de oro en la que había estado atrapada durante tanto tiempo.
Su vida, hasta ahora, había sido perfecta a los ojos de cualquiera: riqueza, comodidad, privilegios. Pero para Envy, esa perfección era una prisión. Una prisión adornada con lujos, sí, pero una prisión al fin y al cabo. Cada paso que daba estaba controlado, cada decisión tomada por otros. No había espacio para ser ella misma. Pero el tren… ese tren que la llevaría a un mundo nuevo, lleno de magia, aventuras y desconocidos con los que no compartía ninguna historia, era su boleto de salida.
Con una sonrisa que empezaba a formarse en el rincón de sus labios, Envy enjuagó el último rastro de jabón. Salió de la bañera y se envolvió en una toalla mullida. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía que el día la arrastraba; era ella quien corría hacia él. Y no podía esperar a dejar atrás lo que hasta ahora había sido su vida.
Envy volvió a su habitación con el cabello húmedo goteando sobre los bordes de la toalla que llevaba envuelta alrededor de los hombros. Al abrir la puerta, se encontró con Totty, su pequeña y diligente elfa doméstica, quien trabajaba con rapidez y precisión.
—¡Oh, señorita Envy! —chilló Totty al verla entrar—. ¡Totty está terminando! No se preocupe, todo estará listo a tiempo.
La elfa estaba levitando la pila de baúles y cajas que habían estado abarrotando el rincón de la habitación la noche anterior. Uno por uno, los enormes baúles desaparecían de la vista al encogerse con el encantamiento *Reducio*, hasta quedar del tamaño de pequeñas cajitas que Totty colocaba cuidadosamente dentro de una sola maleta.
—Totty sabe que los trenes son muy estrictos con el equipaje, señorita. ¡Pero no se preocupe! Totty hará que todo entre aquí —dijo con entusiasmo mientras hacía que un par de botas brillantes se encogieran y cayeran con un suave *plop* dentro de la maleta.
Envy observó el proceso con los brazos cruzados y una ceja arqueada. Aunque estaba acostumbrada a la eficiencia de Totty, nunca dejaba de sorprenderla cómo la elfa podía convertir una tarea caótica en algo tan impecable.
—Gracias, Totty —dijo Envy al fin, con una voz más amable de lo que solía usar—. Al menos no tendré que cargar con un montón de cosas por la estación.
Totty giró para mirarla, con las orejas temblando de emoción por el reconocimiento.
—¡Oh, Totty siempre está aquí para ayudar a la señorita Envy! Totty sabe lo importante que es este día para usted —dijo, haciendo una pequeña reverencia. Luego, alzó la vista con una expresión ligeramente preocupada—. Pero la señorita debe desayunar antes de irse. ¡No puede irse con el estómago vacío!
Envy soltó una ligera risa. Por muy opresiva que fuera su vida en casa, la dedicación de Totty era uno de los pocos consuelos que siempre había tenido. Pero no podía distraerse más. El reloj seguía avanzando, y el tren a King’s Cross la esperaba.
Envy miró a Totty con una media sonrisa mientras se acercaba al biombo de madera tallada que estaba al fondo de su habitación.
—No puedo irme sin vestirme primero, Totty —respondió con un toque de ironía en su voz—. Y tampoco puedo llegar en bata de baño a King’s Cross, ¿verdad?
Totty asintió rápidamente, con las orejas aún temblorosas, y volvió a concentrarse en terminar de organizar la maleta.
Envy suspiró mientras se colocaba detrás del biombo. Sobre el perchero cuidadosamente preparado, colgaba el conjunto que su tía Mildred había escogido para ella la noche anterior: jersey tejido de canalé beige, un chaleco de vestir negro, una falda a cuadros que caía justo por debajo de las rodillas, y un par de botas de cuero brillantes, recién lustradas. Todo el atuendo parecía gritar "perfección y elegancia", pero para Envy, solo le recordaba lo poco de su vida que le pertenecía realmente.
Con movimientos lentos, comenzó a vestirse. El jersey, aunque suave al tacto, le resultaba ligeramente restrictiva, como si cada costura estuviera diseñada para recordarle que era una joven de buena familia y debía comportarse como tal. Al ajustarse la falda y atarse las botas, Envy no pudo evitar pensar que, aunque pronto estaría fuera de esta casa, todavía llevaba consigo las expectativas y las imposiciones que habían definido toda su infancia.
Al salir de detrás del biombo, Totty alzó la mirada, inspeccionándola con una mezcla de orgullo y ternura.
—¡Oh, la señorita Envy se ve tan bonita! —exclamó la elfa con entusiasmo, aplaudiendo suavemente con sus pequeñas manos—. ¡Su tía estará muy contenta!
Envy forzó una sonrisa y se miró en el espejo de pie al lado de la ventana. La joven que le devolvió la mirada lucía impecable, con el cabello aún húmedo cayendo en cascada sobre sus hombros. Pero detrás de esa imagen perfecta, Envy sentía un fuego encenderse, una emoción creciente que no era miedo, ni ansiedad, sino una mezcla de emoción y alivio.
—Bueno, Totty, espero que esta sea la última vez que me pongo algo que mi tía elige por mí —murmuró, más para sí misma que para la elfa. Totty ladeó la cabeza, sin comprender del todo, y continuó con su tarea mientras Envy daba los últimos retoques a su apariencia.
Envy se miró una vez más en el espejo, notando cómo su cabello húmedo caía sobre sus hombros. Suspiró y giró hacia Totty, que estaba cerrando la maleta saltando sobre ella.
—Totty, ¿podrías ayudarme con mi cabello? —pidió Envy, su tono más suave de lo habitual—. No puedo irme así.
La elfa doméstica alzó la vista con entusiasmo, feliz de ser útil.
—¡Por supuesto, señorita! Totty lo secará y lo arreglará como siempre —respondió, corriendo hacia Envy con movimientos rápidos y ágiles.
Totty inhaló profundo, y con un fuerte soplido, un encantamiento de secado comenzó a disipar aire tibio a través de las hebras húmedas de Envy. Mientras el cabello se secaba, Totty lo peinaba con cuidado, separándolo en dos secciones perfectas con la precisión que solo ella parecía tener.
—La señorita Envy siempre luce tan linda con estas colitas —dijo Totty mientras recogía cada mechón y lo ataba con pequeños lazos a juego con su atuendo—. ¡Totty está muy contenta de que la señorita vaya a tener un gran día hoy!
Envy no pudo evitar sonreír ligeramente mientras sentía cómo el cabello se tensaba suavemente bajo las hábiles manos de Totty. Las dos colitas eran su peinado de siempre, algo que Mildred había criticado en varias ocasiones por ser "infantil" y "poco acorde con una joven de su posición". Pero para Envy, esas colitas eran un pequeño acto de rebeldía, un recordatorio de que, aunque muchas cosas eran controladas por otros, esa parte de ella seguía siendo suya.
—Gracias, Totty —dijo Envy una vez que la elfa hubo terminado, tocando las colitas y asegurándose de que estaban bien atadas.
Totty dio un paso atrás y la miró con orgullo, como si ella misma hubiera diseñado el conjunto completo.
—La señorita está lista para un día maravilloso —declaró Totty con convicción.
Envy asintió y volvió a mirar su reflejo. Esta vez, se permitió una sonrisa más amplia. Ahora sí estaba lista.
—Ya sabes qué dejar en mi equipaje de mano, Totty —dijo Envy con seguridad mientras ajustaba la falda y echaba un último vistazo a la habitación.
Totty asintió vigorosamente, con las orejas temblando de emoción.
—¡Totty lo tiene todo bajo control, señorita! —respondió, ya revisando los últimos detalles de la maleta con manos ágiles.
Sin más que decir, Envy salió de la habitación y comenzó a bajar las escaleras con pasos firmes. El sonido de sus zapatos resonaba suavemente contra los peldaños de madera pulida, mientras el aroma de un desayuno recién preparado llegaba desde el comedor.
Estaba dispuesta a enfrentarse a lo que quedaba de la mañana. Aunque el caos de King’s Cross y el bullicio de los muggles le resultaban desagradables, este día significaba algo más grande que esas molestias. Hoy era el primer paso hacia su libertad.
Con una mezcla de anticipación y nerviosismo, entró al comedor, decidida a tomar un desayuno rápido antes de partir.
Envy entró al comedor, donde la mesa estaba impecablemente dispuesta, como siempre. Se sentó en su lugar habitual, al lado de la ventana que dejaba entrar la suave luz de la mañana. Apenas había acomodado su servilleta sobre el regazo cuando, con un leve destello, su plato apareció mágicamente frente a ella.
Era un desayuno sencillo pero elegante: tostadas perfectamente doradas, huevos revueltos con hierbas frescas, y una pequeña porción de fruta cortada con precisión. A un lado, una taza de té humeante desprendía un aroma reconfortante.
Observó la comida durante un momento, casi como si quisiera memorizar ese detalle. Sabía que pronto estaría lejos de estas pequeñas comodidades, pero eso no le importaba. Estaba más emocionada por lo que estaba por venir.
Envy tomó un sorbo del té y empezó a desayunar, sabiendo que necesitaría toda la energía para enfrentar lo que quedaba del día.
. . .
Mientras Envy terminaba su desayuno, el sonido de pasos apresurados resonó en el pasillo. No tardó en aparecer su tía Mildred, con un semblante aún más estresado que de costumbre. Llevaba en una mano un reloj de bolsillo y en la otra un sombrero que parecía haberse puesto apresuradamente.
—¡Envy! —exclamó mientras entraba al comedor—. ¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¡No tenemos todo el tiempo del mundo, sabes!
Envy apenas levantó la vista de su plato. Tomó otro sorbo de té con una calma calculada, sabiendo que eso solo exasperaría más a su tía.
—Todavía es temprano, tía Mildred. Tenemos tiempo de sobra para llegar a la estación —respondió con un tono neutral, aunque en el fondo disfrutaba un poco ver cómo la paciencia de su tía se desmoronaba.
Mildred chasqueó la lengua y señaló el reloj con dramatismo.
—No quiero llegar con prisas, Envy. Los primeros de septiembre siempre son un caos, y no pienso quedarme atrapada en una multitud de muggles desorganizados —dijo mientras se acomodaba el sombrero y miraba su reflejo en un espejo cercano—. ¿Ya tienes todo listo?
Envy dejó su taza sobre el platillo y asintió.
—Totty está terminando de preparar mi equipaje de mano. Estaré lista en un minuto.
—Más te vale —respondió Mildred, frunciendo el ceño mientras le daba un vistazo rápido al atuendo de su sobrina—. Al menos luces presentable. Ahora, date prisa.
Mildred salió del comedor con la misma energía con la que había entrado, dejando a Envy sola una vez más.
Terminó de comer en silencio, sintiendo cómo la emoción crecía en su pecho con cada minuto que pasaba. Este no era solo un viaje más; era el comienzo de algo nuevo.
Antes de salir, se cepilló los dientes y se aseguró de ponerse sus gafas, ajustándolas sobre el puente de su nariz. Todo tenía que estar en su lugar, o su tía encontraría otra razón para regañarla. Fue entonces que Totty apareció junto a ella, llevando la pequeña maleta de mano con cuidado.
—Aquí está su equipaje, señorita —dijo la elfa doméstica, inclinando la cabeza con respeto.
Envy tomó la maleta y le dedicó una pequeña sonrisa.
—Gracias, Totty.
Con eso, se dirigió hacia el vestíbulo, donde Mildred ya la esperaba junto a la puerta principal, golpeando el suelo con la punta de su paraguas con impaciencia.
—¡Vamos, Envy! El tren no esperará por ti.
Envy tomó su abrigo oscuro del perchero cercano y se lo colocó mientras Mildred seguía lanzando órdenes a diestra y siniestra. Suspiró, ajustó la correa de su maleta en la mano y cruzó la puerta, lista para enfrentar lo que le esperaba en King’s Cross.
Afuera, el aire de la mañana era fresco, y el sonido de los pájaros se mezclaba con el crujir de las ruedas del automóvil que ya aguardaba para llevarlas a la estación. El Chrysler LeBaron 1980, con su pintura negra reluciente, ya estaba estacionado frente a la casa. Totty, eficiente como siempre, cerraba la cajuela tras haber colocado el baúl de Envy con cuidado. La pequeña elfa luego se apresuró a abrir la puerta trasera, asegurándose de que la jaula del cuervo, con su inquieto inquilino, estuviera bien colocada y segura sobre el asiento trasero.
—Gracias, Totty —murmuró Envy al pasar junto a la elfa, quien le dedicó una última reverencia antes de retroceder hacia la casa.
Cuando Envy se acercó al auto, una bocanada de humo de cigarro llegó hasta ella. Su tío Fergus estaba ya acomodado en el asiento del conductor, con el sombrero ladeado sobre su cabeza y una expresión de malhumor marcada en su rostro. Como de costumbre, sostenía un cigarro entre los dedos mientras golpeaba el volante con impaciencia.
—¿Por fin? —gruñó Fergus sin mirarla directamente, exhalando otra nube de humo hacia la ventana entreabierta—. Espero que no planees hacernos llegar tarde.
—Estoy lista, tío Fergus —respondió Envy, subiendo al asiento trasero junto a la jaula del cuervo. El ave la observó con sus ojos oscuros y penetrantes, emitiendo un suave graznido de descontento, como si compartiera el humor de Fergus.
Mildred subió al asiento del copiloto con un suspiro exagerado, cerrando la puerta de golpe.
—¡Por favor, Fergus, empieza de una vez! Este día va a ser un infierno en la carretera y en la estación —espetó, mirando su reloj por enésima vez.
Fergus bufó, tiró el cigarro por la ventana, y encendió el motor con un rugido bajo.
—Bien, allá vamos —dijo con voz grave, mientras el Chrysler se ponía en marcha, crujiendo ligeramente al moverse por el camino de grava.
Envy se recostó contra el asiento, observando cómo la casa se hacía cada vez más pequeña a medida que se alejaban. Aunque el humo del cigarro aún flotaba en el aire, mezclándose con el aroma del cuero viejo del auto, todo aquello parecía insignificante comparado con lo que sentía en su pecho: la emoción contenida de saber que estaba dejando atrás una parte de su vida.
Mientras el Chrysler avanzaba por el camino principal, Mildred no tardó en encontrar algo más sobre lo cual quejarse, como era su costumbre.
—¡Es completamente ridículo! —exclamó, ajustándose el sombrero que amenazaba con caerle al rostro—. Tener que conducir hasta Londres solo para que estos niños tomen un tren. ¡Un tren! Cuando vivimos mucho más cerca de Hogwarts que de esa estación abarrotada de muggles.
Fergus, con los ojos fijos en el camino, gruñó algo ininteligible mientras encendía otro cigarro. Era evidente que ya estaba acostumbrado a los discursos de Mildred y prefería ignorarlos.
—Si tan solo usaran un poco de sentido común —continuó Mildred, ignorando la falta de respuesta—. Podrían permitirnos llevarlos directamente a Hogwarts mediante polvos flu o un encantamiento de aparición. Pero no, todo tiene que ser “tradición”. El Expreso de Hogwarts es parte de la experiencia educativa, dicen. ¡Patrañas!
Envy, desde el asiento trasero, rodó los ojos mientras miraba por la ventana, tratando de desconectarse de la conversación. Mildred tenía razón en que vivir tan cerca de Hogwarts hacía el viaje algo innecesario, es por ello que la noche anterior había llegado a su casa a las afueras de Londres para llegar más rápido a la estación usando los ineficientes medios de transporte muggle, pero Envy sabía que el tren significaba mucho más que un simple medio de transporte. Era la frontera entre la vida que dejaba atrás y la nueva que estaba por comenzar.
—Y ni hablar del caos que se forma cada año en la estación King’s Cross —prosiguió Mildred, con un tono cada vez más dramático—. Familias entrando y saliendo como locas, niños perdiendo sus baúles, y no digamos lo complicado que es atravesar el andén 9¾ sin que algún muggle curioso lo note.
—Quizá deberías escribirles una carta con tus sugerencias, Mildred —gruñó Fergus sin apartar la vista del camino, mientras exhalaba una bocanada de humo.
Mildred lo fulminó con la mirada, pero decidió ignorarlo.
—Deberían agradecer que hago el esfuerzo —dijo con altivez, cruzando los brazos—. Si no fuera por mí, esta niña nunca llegaría a tiempo.
Envy contuvo el deseo de responder con algo sarcástico, optando por mantener la vista fija en el paisaje que pasaba rápidamente. El viaje era largo, pero cada kilómetro la acercaba más a su destino, y eso era lo único que importaba.
El Chrysler LeBaron negro rodaba con suavidad por el estrecho camino que conectaba la residencia de los Skullers con la carretera principal. Uno de sus hogares, una mansión de piedra gris rodeada de densos bosques, estaba situado en las afueras de Londres, lejos del bullicio de la ciudad. La propiedad parecía aislada del mundo, como un pequeño refugio para una familia que prefería mantenerse apartada, incluso de otros magos.
El camino serpenteante estaba cubierto por una ligera niebla matutina, y los árboles a ambos lados formaban un dosel que apenas dejaba pasar la luz del sol. Fergus conducía con una expresión pétrea, apenas prestando atención a los comentarios interminables de Mildred, quien seguía lamentándose sobre la necesidad de hacer este viaje.
—Es completamente ridículo —dijo Mildred por décima vez, agitando las manos como si quisiera enfatizar su punto—. ¡Un viaje tan largo cuando podríamos haber resuelto esto con un simple hechizo!
Envy, sentada en el asiento trasero, no respondió. En cambio, mantenía la mirada fija en la ventana, observando cómo el paisaje cambiaba lentamente de bosques solitarios a las primeras señales de la civilización. A su lado, la jaula del cuervo emitía un suave crujido cuando el ave se movía, inquieta por el trayecto.
Cuando finalmente salieron del camino privado y se incorporaron a la carretera principal, el tráfico comenzó a hacerse evidente. A medida que se acercaban a Londres, la atmósfera cambiaba: más ruido, más coches, y una sensación de movimiento constante que contrastaba con la tranquilidad de su hogar.
—Deberíamos haber salido antes —gruñó Fergus, apretando el volante con una mano.
—Si tú no te hubieras entretenido con tu periódico esta mañana, Fergus, estaríamos mucho más adelantados —replicó Mildred con desdén, ajustándose nuevamente su sombrero.
El viaje continuó con una mezcla de silencios tensos y quejas ocasionales. Pasaron por calles cada vez más concurridas hasta que finalmente llegaron al corazón de Londres, donde los edificios altos y las multitudes les daban la bienvenida. Fergus maniobró el auto por las calles abarrotadas, maldiciendo por lo bajo cada vez que otro conductor se atravesaba en su camino.
Cuando el reloj marcó las 9:45, el Chrysler finalmente llegó a la estación King’s Cross. Fergus estacionó cerca de una entrada lateral, donde los Skullers solían detenerse para evitar llamar demasiado la atención.
—Hemos llegado —anunció Fergus con un gruñido mientras apagaba el motor.
—Por lo menos, llegamos a tiempo. Aunque no gracias a Fergus —dijo, lanzándole una mirada cortante.
—Pero falta poco más de una hora —respondío Envy, Mildred se preparó para otro discurso de odio sobre los primeros de septiembre cuando su esposo la detuvo.
—Ya basta, Mildred —ordenó Fergus.
Envy bajó del auto con su maleta de mano y tomó la jaula del cuervo, que graznó suavemente al ser levantada. Respiró hondo mientras observaba el enorme edificio de la estación frente a ella. A pesar de las quejas de su tía y el mal humor de su tío, no pudo evitar sentir una chispa de emoción.
Fergus apagó el motor del Chrysler con un gruñido y salió del auto, aplastando la colilla de su cigarro contra el suelo con la punta de su zapato. Sin decir una palabra, caminó hacia la cajuela, la abrió con un movimiento brusco y comenzó a sacar el baúl de Envy.
El hombre refunfuñó mientras arrastraba el pesado baúl hasta el suelo, levantándolo con esfuerzo. Mildred, quien ya había bajado del auto y se estaba sacudiendo el polvo imaginario de su abrigo, lo miró con impaciencia.
—¿Puedes apurarte, Fergus? No tenemos todo el día —espetó, mirando nerviosa su reloj de bolsillo.
—¿Por qué no vienes y lo cargas tú misma, Mildred? —respondió Fergus con un tono áspero, mientras ajustaba el peso del baúl en sus manos.
Envy observaba desde un lado, sosteniendo la jaula de su cuervo con cuidado. Sabía que cualquier comentario de su parte solo encendería aún más la discusión, así que se limitó a esperar en silencio.
Cuando Fergus finalmente logró equilibrar el baúl, lanzó un resoplido y comenzó a caminar hacia la entrada de la estación King’s Cross, seguido de cerca por Mildred y Envy. La multitud de muggles iba y venía, formando un río constante de personas que empujaban maletas, hablaban en voz alta y se apresuraban a tomar sus trenes.
El ruido y la multitud de muggles en la estación la abrumaron por un instante, pero se obligó a concentrarse. Entre el peso del maletín en su espalda y la jaula en su mano, se sentía cargada, pero también curiosamente liberada. Cada paso que daba hacia la entrada de King’s Cross era un paso más lejos de la vida que estaba dejando atrás.
Fergus no se detuvo ni un momento, caminando con paso decidido mientras los muggles a su alrededor lo esquivaban, algunos lanzándole miradas molestas por el cigarro que llevaba encendido. Envy aceleró el paso para mantenerse detrás de él, deseando llegar pronto al andén 9¾ y dejar el caos muggle atrás.
Envy se detuvo en seco al entrar en la estación y ver la multitud de muggles que se movía como un río desbordado. El bullicio de voces, los pasos apresurados, y, sobre todo, el sonido de estornudos y toses la envolvieron como una nube opresiva.
Su respiración se volvió superficial, y sintió cómo el pánico comenzaba a aferrarse a su pecho. Sus ojos se movían frenéticamente de un lado a otro, fijándose en cada persona que tosía sin cubrirse la boca, en cada pañuelo usado que asomaba de los bolsillos. Recordó el olor a medicinas y el ardor en su cuerpo cuando era una niña y la fiebre escarlata casi la había matado. Aquella sensación de vulnerabilidad regresó con fuerza, como si las enfermedades estuvieran flotando en el aire, esperando atraparla otra vez.
La jaula del cuervo tembló ligeramente en su mano, el ave graznando con inquietud, pero Envy apenas lo notó. Se quedó clavada en el suelo, incapaz de dar un paso más, mientras Fergus seguía caminando, ajeno a su estado.
Un hombre muggle pasó cerca de ella, estornudando ruidosamente, y eso fue suficiente para que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. Envy retrocedió un paso, apretando el maletín contra su espalda y sujetando con fuerza la jaula del cuervo, como si eso pudiera protegerla de lo que sentía como una amenaza invisible pero letal.
Quiso llamar a Fergus, pero las palabras se atascaron en su garganta. Su mente le decía que todo estaba en su cabeza, que no corría peligro real, pero su cuerpo no parecía estar dispuesto a escuchar. El ruido de la estación se mezclaba con el eco de sus propios pensamientos, cada vez más fuerte, cada vez más abrumador.
El pánico que envolvía a Envy la desconectó de todo lo que la rodeaba. Cuando finalmente levantó la vista, se dio cuenta de que Fergus y Mildred ya no estaban a la vista. El bullicio de la estación parecía multiplicarse a su alrededor, y las decenas de caras desconocidas que pasaban apresuradas le resultaban una masa indistinguible.
Su respiración se aceleró aún más al comprender que estaba perdida. Giró sobre sus talones, tratando de localizar a sus tíos, pero lo único que encontró fue un mar de muggles, todos moviéndose con urgencia, ignorando completamente su presencia.
El sonido de un tren que llegaba a la estación retumbó en sus oídos, y el ruido metálico de las ruedas contra los rieles se mezcló con los gritos y charlas de las personas. Por un momento, el miedo la paralizó por completo.
—¿Tía Mildred? ¿Tío Fergus? —intentó llamar, pero su voz salió apenas como un murmullo ahogado por el ruido.
El cuervo enjaulado graznó, como si intentara consolarla o quizás compartir su descontento. Envy apretó los labios, sintiendo el peso del maletín en su espalda como una carga aún más pesada de lo que realmente era.
“Cálmate”. Se dijo a sí misma. “Piensa. No es tan difícil.”
Sabía que debía encontrar el andén 9¾, pero entre el caos y la presión, no podía recordar exactamente dónde estaba. Miró alrededor una vez más, buscando algo familiar, pero todo parecía igual: muggles cargando maletas, niños corriendo, y empleados con uniformes apresurándose entre los trenes.
Un estornudo fuerte a su izquierda la hizo retroceder un paso instintivamente, chocando contra una columna. Su mente estaba enredada en recuerdos de enfermedad y aislamiento, y el presente parecía desdibujarse en medio de su ansiedad.
Estaba sola, perdida, y cada segundo que pasaba sentía que el tiempo se le escapaba de las manos. La idea de perder el tren y quedarse atrapada en este lugar le revolvía el estómago. Tenía que moverse, pero no sabía hacia dónde.
Envy respiró hondo, tratando de calmar su mente lo suficiente como para pensar con claridad. Miró alrededor y su mirada se detuvo en la columna junto a la que estaba apoyada. Había un número pintado en ella: el 6.
"¿Andén 6?" pensó, frunciendo el ceño. Giró la cabeza y vio el letrero del andén 7 a su derecha. Un destello de esperanza atravesó su ansiedad. Sabía que el andén 9¾ estaba cerca de los andenes 9 y 10, y si estaba en el 6, debía estar acercándose.
Se enderezó, apretando la jaula del cuervo contra su cuerpo como si eso pudiera darle fuerza, y ajustó la correa de su maletín en su hombro. El sonido de la multitud todavía la rodeaba, pero ahora tenía un objetivo, algo en qué enfocarse.
"Solo un poco más", se dijo a sí misma mientras comenzaba a caminar hacia la derecha, siguiendo los números crecientes de los andenes. Cada paso la acercaba más a su destino, aunque aún sentía cómo su corazón latía con fuerza en su pecho.
La idea de estar cerca del andén 9¾ le dio un pequeño alivio. Tal vez Fergus y Mildred ya habían llegado allí y estaban esperándola. No quería imaginar lo que su tía diría si llegaba tarde, pero eso no importaba ahora. Tenía que llegar al andén, encontrar a sus tíos y, finalmente, abordar el tren que la llevaría lejos de todo esto.
Miró hacia adelante con determinación renovada, ignorando a los muggles que pasaban a su lado, algunos estornudando o tosiendo, otros cargando maletas o leyendo sus boletos. No eran su preocupación ahora. Solo importaba avanzar.
Finalmente, Envy llegó al andén 9, el corazón todavía latiéndole con fuerza mientras sus ojos buscaban desesperadamente el distintivo 9¾. Sin embargo, todo lo que vio fue una plataforma ordinaria: un tren muggle estacionado, pasajeros subiendo y bajando, y empleados verificando boletos.
Giró sobre sus talones, mirando cada rincón del andén, pero no había nada que indicara la existencia del famoso andén mágico del que siempre había oído hablar. Sus manos comenzaron a temblar, apretando con más fuerza la jaula de su cuervo, que soltó un graznido bajo, como si sintiera la creciente desesperación de su dueña.
“¿Dónde está?” pensó, su mente dando vueltas mientras trataba de recordar las instrucciones de su tía Mildred. Sabía que el andén 9¾ estaba en algún lugar entre los andenes 9 y 10, pero no había ninguna señal, ningún letrero que lo indicara.
El miedo de estar perdida comenzó a regresar. ¿Y si no lograba encontrarlo a tiempo? ¿Y si el tren partía sin ella? El peso de su maletín en la espalda y la jaula en su mano se sentía más pesado con cada segundo que pasaba.
—Cálmate —murmuró para sí misma, aunque su voz sonaba débil, incluso para sus propios oídos—. Tiene que estar aquí en alguna parte...
Miró a su alrededor, buscando algún indicio, algo fuera de lo común. Pero los muggles seguían con sus vidas, ignorándola por completo, y no había ninguna pista de que este andén escondiera algo mágico.
Por un momento, pensó en preguntar a alguien, pero rápidamente desechó la idea. Ningún muggle sabría lo que estaba buscando, y seguramente la mirarían como si estuviera loca.
Respiró hondo y trató de calmar el temblor en sus manos. Solo tenía que encontrar el punto exacto. Mildred había mencionado algo sobre una columna... pero ¿cuál?
El pánico creció en su pecho cuando Envy observó cómo una figura se acercaba al andén 9. A primera vista, parecía un muggle más, alguien caminando entre la multitud, pero algo en su movimiento llamó la atención de Envy. Al mirar de reojo, vio cómo esa persona simplemente desaparecía al atravesar una columna cerca del andén 9.
Su corazón dio un vuelco. ¿Era eso... magia? ¿Había alguien que realmente atravesó una pared, o columna, como si fuera invisible? El miedo y la emoción se mezclaron en su interior. Este debía ser el momento en que el secreto se revelaba, el momento de cruzar al otro lado, pero el terror aún la frenaba.
“¿Cómo lo hicieron?” pensó rápidamente, mirando alrededor, buscando alguna pista más. Nadie parecía notar el extraño fenómeno, y todos continuaban moviéndose por el andén sin interés alguno en lo que acababa de ocurrir. Envy se sintió fuera de lugar, casi como si no estuviera viendo lo que todo el mundo veía.
Respiró hondo, sabiendo que el momento de actuar había llegado. Tenía que atravesar esa columna. Eso era lo que debía hacer. Con paso vacilante, caminó hacia donde la figura había desaparecido, con la jaula del cuervo apretada contra su cuerpo y el maletín aún colgado de su hombro.
Su corazón latía en sus oídos mientras se acercaba a la columna. A medida que avanzaba, la sensación de estar haciendo algo completamente prohibido, algo que solo los magos conocían, la invadió por completo. ¿Y si lo hacía mal? ¿Y si no conseguía atravesarla?
Con una mirada furtiva para asegurarse de que nadie la observaba, Envy apretó los ojos, extendió una mano temblorosa y, sin pensarlo más, la deslizó hacia la columna. Al principio, no pasó nada. El frío de la superficie de piedra la rodeó, y su corazón saltó en su garganta. Pero, cuando comenzó a avanzar, su cuerpo atravesó la columna como si fuera aire.
Una ráfaga de emoción recorrió su cuerpo al darse cuenta de que había logrado lo impensable. El ruido del andén desapareció y fue reemplazado por el retumbar lejano de las ruedas del tren. Al dar un paso más, Envy se encontró en otro mundo, completamente distinto al bullicio del mundo muggle: el andén 9¾.
Allí, ante sus ojos, el tren de Hogwarts se alzaba imponente, su brillante color rojo y su chimenea humeante parecían darle la bienvenida. El caos de la estación muggle ya no estaba, solo la calma mágica que le ofrecía un respiro de alivio.
Por el rabillo del ojo, vio a dos figuras familiares cerca de donde había aparecido. Fergus y Mildred estaban allí, claramente discutiendo como siempre. Fergus gesticulaba con su cigarro en la mano, mientras Mildred lo miraba con el ceño fruncido y hablaba con evidente irritación.
El alivio golpeó a Envy como una ola. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ellos, esquivando a los otros brujos que caminaban a su alrededor, con el maletín balanceándose en su espalda y la jaula del cuervo tambaleándose en su mano.
—¡Tía Mildred! ¡Tío Fergus! —gritó con desesperación mientras se acercaba.
Los dos se giraron al escuchar su voz, y antes de que pudieran decir algo, Envy los abrazó con fuerza. La jaula del cuervo quedó atrapada entre ellos, y el ave graznó molesta, pero ella no le prestó atención.
—¡Creí que los había perdido! —dijo con voz temblorosa, sintiendo cómo las lágrimas de alivio amenazaban con brotar.
Mildred la apartó ligeramente, aunque no con brusquedad, y le ajustó las gafas que se habían torcido durante el abrazo.
—¿Qué estabas haciendo, niña? ¡Te dije que no te separaras! —regañó, aunque su tono era más preocupado que enojado.
Fergus resopló, apagando su cigarro contra el piso y su zapato.
—Ya está aquí, Mildred, no hagas un drama —gruñó, aunque su mirada dejó entrever un destello de alivio al verla sana y salva.
Envy respiró hondo, soltándolos finalmente.
—Lo siento... me distraje y no sabía dónde estaba el andén 9¾ —admitió, mirando la columna con una mezcla de ansiedad y curiosidad.
Envy se secó la frente con la manga de su abrigo y ajustó la jaula del cuervo en su mano. Su corazón aún latía rápido, pero ahora, con sus tíos a su lado, se sentía mucho más tranquila.
El reencuentro no paso desapercibido, las familias mágicas que ya estaban en el andén comenzaron a girar sus cabezas hacia ellos, reconociéndolos al instante. Las miradas eran frías, algunas con abierta desaprobación, otras con curiosidad morbosa. Susurros llenaron el aire, palabras que Envy no podía escuchar claramente, pero que sabía perfectamente que estaban dirigidas a ellos.
Había sido así desde el encarcelamiento de sus padres, un escándalo que parecía seguirla como una sombra. Los Skuller habían sido una familia respetada, poderosa incluso, pero todo cambió cuando sus padres fueron acusados y sentenciados. Desde entonces, la vergüenza y el rechazo eran parte de su vida, un peso que Mildred y Fergus ignoraban.
Pero Envy sí las sentía. Cada mirada era como un cuchillo que cortaba su confianza. Reconoció a algunas de las familias: padres y estudiantes que habían sido amables con ella antes de que todo cambiara. Ahora, sus miradas eran distintas, llenas de juicio y distancia.
El corazón de Envy se hundió al recordar como había perdido a Emma poco después del juicio de sus padres. Al principio, su amiga había intentado quedarse a su lado, pero las presiones de su familia y de otros amigos hicieron que finalmente se alejara. Envy lo entendía, en cierto modo, pero eso no hacía que doliera menos.
Apretó la jaula del cuervo con más fuerza y se ajustó el maletín, tratando de ignorar las miradas y los susurros. Había aprendido a aparentar que no le importaba, aunque en el fondo deseara gritarles a todos que no era como ellos pensaban, que no tenía la culpa de lo que sus padres habían hecho.
Fergus, por su parte, ni se inmutó. Encendió otro cigarro, ignorando deliberadamente los letreros que decían "Prohibido fumar", y lanzó una nube de humo al aire, provocando que una mujer cercana torciera la nariz y se apartara.
—Siempre el mismo espectáculo —gruñó mientras miraba alrededor con un gesto de desdén—. ¿No tienen otra cosa mejor que hacer?
Mildred, por su parte, mantenía la barbilla en alto, ignorando las miradas juzgonas. Sus labios estaban apretados en una línea delgada, pero había un destello de satisfacción en su expresión, como si disfrutara del efecto que los Skullers causaban en los demás.
—Deja de prestarles atención, Fergus —dijo con voz altiva, sacudiendo una mota imaginaria de su abrigo—. No esperaría menos de esta multitud de hipócritas.
Envy, sin embargo, sentía las miradas como si fueran dagas atravesándola. Su espalda se tensó y bajó ligeramente la cabeza, ajustándose las gafas para cubrir parte de su rostro. Sujetó con más fuerza la jaula de su cuervo, que graznó suavemente, como si también notara la tensión en el aire.
—¿Por qué nos miran así? —murmuró, aunque ya sabía la respuesta.
—Porque pueden, querida —respondió Mildred con una sonrisa fría—. Los débiles siempre sienten la necesidad de despreciar lo que temen.
Unos pasos más adelante, un grupo de niños de primer año cuchicheaba, lanzando miradas furtivas hacia Envy. Uno de ellos incluso la señaló a ella antes de ser reprendido por su madre con un tirón de oreja.
—Que sigan mirando —añadió Fergus—. No tienen el valor de hacer algo más.
Con un chasquido de dedos, Fergus llamó a los elfos de la estación para que subieran el equipaje de Envy al tren, apagando su cigarro en la cabeza de uno de ellos. Mildred rió bajo y caminó a una de las entradas del vagón, asegurándose de que nadie pudiera percibir ni una pizca de inseguridad en su porte.
Envy caminó detrás de ellos, con la mirada fija en el suelo, deseando que el andén dejara de sentirse como un escenario en el que todos parecían juzgarla. Sin embargo, en el fondo de su mente, sabía que ese era el precio de llevar el apellido Skuller. Y aunque una parte de ella deseaba escapar de esa sombra, otra entendía que no podía separarse completamente de quien era.
Las miradas continuaron siguiéndolos hasta que finalmente alcanzaron el tren, donde Fergus se ajustó sus mancuernillas y Mildred ajustó su abrigo una vez más.
—Vamos, Envy —dijo su tía, haciendo un gesto hacia la puerta del tren—. Es hora de despedirnos.
Envy, con un ligero nudo en la garganta, se giró hacia Fergus. A pesar de su habitual brusquedad, él siempre había sido el más cercano a un apoyo constante en su vida, aunque nunca lo demostrara con palabras. Pensó que, quizá, esa sería una oportunidad para un gesto más cálido antes de marcharse.
Dio un paso adelante, a punto de abrazarlo, pero Fergus, como si pudiera leerle el pensamiento y quisiera evitarlo a toda costa, extendió su mano hacia ella, firme y directa.
Envy se quedó inmóvil por un segundo cuando vio la mano de Fergus extendida hacia ella. Había dado un paso hacia él con la intención de abrazarlo, un gesto que quizás habría sido extraño para otros, pero que, en su mente, parecía lo correcto. Sin embargo, Fergus, con su postura rígida y su expresión severa, había dejado claro que un apretón de manos era todo lo que estaba dispuesto a ofrecer.
La chica parpadeó, sintiendo un pequeño nudo formarse en su pecho, pero rápidamente recuperó la compostura. Ajustó sus gafas y extendió su mano para encontrarse con la de él.
—Cuídate —dijo Fergus, apretando su mano firmemente pero sin emoción en su voz—. Haz lo que debes y no nos hagas quedar en ridículo.
El apretón duró apenas un instante antes de que él soltara su mano y retrocediera, metiendo las suyas en los bolsillos de su abrigo. No hubo palabras adicionales, ni siquiera una mirada más larga de las necesarias. Fergus simplemente encendió otro cigarro, como si despedirse no fuera más que otra tarea rutinaria.
Mildred, que había estado observando desde un lado, dio un paso al frente.
—Muy bien, Envy —dijo, ajustándole el chaleco a Envy—. Recuerda todo lo que te hemos enseñado. En un mundo egoista...
—El egoista triunfa —respondío, aquel mantra grabado en su psique.
La mujer sonrió y le plantó un beso rápido y frío en la mejilla, como quien cumple con una formalidad. Luego, retrocedió con elegancia, su cintura siendo atrapada por la mano de su esposo.
Envy tragó saliva y asintió, evitando que sus emociones se reflejaran en su rostro.
—Hasta pronto, tía Mildred, tío Fergus —dijo, con un tono neutral que ocultaba cualquier traza de vulnerabilidad.
Sin mirar atrás, subió al tren, sujetando con firmeza la jaula de su cuervo y su maleta de mano. Sabía que no debía esperar más de ellos, pero algo dentro de ella seguía deseándolo, una pequeña chispa de afecto que nunca terminaba de extinguirse.
Mientras el tren comenzaba a llenarse con el bullicio de los estudiantes y los silbatos anunciaban la inminente partida, Envy encontró un compartimento vacío y se acomodó en el asiento junto a la ventana. Desde allí, vio cómo Fergus y Mildred se alejaban, mezclándose con la multitud del andén sin molestarse en quedarse hasta que el tren partiera.
Envy dejó escapar un suspiro, dejando que el peso de ese momento se deslizara fuera de su cuerpo. Era un adiós como cualquier otro con ellos, frío y formal, pero esta vez significaba algo más. Esta vez, el tren la llevaba hacia un lugar donde, al menos por un tiempo, podría ser algo más que una Skuller.