Recuerdos borrosos

Harry Potter - J. K. Rowling Harry Potter: Hogwarts Mystery (Video Game)
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Recuerdos borrosos
Summary
Una compilacion de recuerdos para entender mejor el trasfondo de Envy SkullerPor el momento no estarán ordenados en orden cronologico 👍🏻
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Verano 1984

Mediados de julio de 1984



Envy Skuller avanzaba con pasos cortos y emocionados por el empedrado irregular del Callejón Diagon, sus ojos grandes y curiosos moviéndose de un lado a otro mientras absorbía la magia vibrante que impregnaba cada rincón del lugar. Era su primera visita a este mercado mágico, y aunque trataba de mantener una actitud tranquila, su entusiasmo era palpable. A su lado, su tía Mildred, una mujer de rostro severo y labios finos que siempre parecían estar apretados en una mueca de desaprobación, caminaba con un aire de superioridad, como si el bullicio a su alrededor fuese una molestia que soportaba solo por obligación.  

 

Totty, la elfa doméstica de la familia Skuller, trotaban detrás de ellas cargando una pila de bolsas que ya parecían pesar más que la pequeña criatura misma. Su aspecto era peculiar incluso para un elfo doméstico: llevaba un vestido hecho con retazos de tela, visiblemente remendado pero limpio, y sus enormes ojos verdes brillaban con un nerviosismo constante, especialmente cuando la voz de su ama cortaba el aire como un látigo.  

 

—¡Totty! ¡No te quedes atrás! —gruñó Mildred al girar la esquina, sus tacones resonando con firmeza contra las piedras.  

 

—¡Sí, ama! Totty no se quedará atrás. Totty será rápida —murmuró el elfo, casi tropezando con sus propios pies.  

 

Envy apenas escuchaba las recriminaciones de su tía. Estaba demasiado absorta observando una vitrina llena de calderos autopropulsados, aunque el tirón impaciente de Mildred en su brazo la obligó a seguir adelante. Su destino era Madam Malkin’s, la famosa tienda de túnicas para todas las ocasiones.  

 

Al entrar en la tienda, el tintineo de una campanilla anunció su llegada. El interior estaba repleto de estantes llenos de túnicas de todas las formas y colores. Madam Malkin, una mujer robusta con una sonrisa cordial, apareció desde detrás de una cortina con una cinta métrica flotando mágicamente a su lado.  

 

—¡Bienvenidas, bienvenidas! —dijo con un tono amable—. ¿Qué puedo hacer por ustedes hoy?  

 

—Mi sobrina necesita túnicas escolares para su primer año en Hogwarts —anunció Mildred, su tono frío dejando claro que no estaba dispuesta a perder más tiempo del necesario.  

 

—¡Oh, qué emocionante! —exclamó Madam Malkin mientras guiaba a Envy hacia un taburete elevado frente a un espejo alto—. ¡Tu primer año! ¿En qué casa crees que estarás, querida?  

 

Envy sonrió tímidamente, jugando con un mechón de su cabello oscuro mientras se subía al taburete.  

 

—No lo sé... toda la familia ha sido de Slytherin, pero Gryffindor no suena mal —respondió con un toque de ilusión en su voz.

 

Su tía la miró con desaprobación evidente, frunciendo el ceño como si Envy acabara de decir algo vergonzoso.

 

—Gryffindor —repitió con desdén—. Espero que reconsideres. En nuestra familia, la ambición siempre ha sido una virtud, no la imprudencia.

 

La elfa permanecía cerca de la puerta, luchando por mantener el equilibrio con las bolsas. Sus grandes orejas se movían ligeramente, captando cada palabra, aunque mantenía su mirada fija en el suelo, como si temiera ser regañada por disfrutar demasiado del ambiente.  

 

Madam Malkin se puso manos a la obra, haciendo que las túnicas de prueba se ajustaran mágicamente al cuerpo de Envy mientras la cinta métrica tomaba medidas por sí sola.

 

Y mientras Madam Malkin seleccionaba telas y comenzaba a confeccionar la túnica, Totty, de pie en un rincón, no podía evitar sentir una pequeña chispa de orgullo por estar allí, junto a la pequeña a la que había jurado servir y proteger. Mildred, por su parte, cruzó los brazos y comenzó a mirar impacientemente su reloj de bolsillo.

 

—Espero que esto no tome demasiado tiempo. Tenemos muchos otros lugares que visitar —dijo con brusquedad.  

 

Madam Malkin sonrió con profesionalismo, sin dejarse afectar por el tono de la mujer.  

 

—Será rápido, señora. Su sobrina estará perfectamente vestida para Hogwarts.  

 

Madam Malkin, ajena a la tensión que flotaba en el aire, seguía ajustando las túnicas de Envy con su cinta métrica mágica. Mientras las túnicas se moldeaban perfectamente a la pequeña figura de la niña, Mildred cruzó los brazos y, tras unos segundos de contemplar críticamente el reflejo de su sobrina, carraspeó de forma significativa.

 

—Espero que esas túnicas no sean demasiado holgadas —dijo con voz cortante, dirigiendo su mirada aguda hacia Madam Malkin—. Quiero algo que mantenga una silueta adecuada. Nada de prendas que la hagan parecer descuidada... o que le permitan guardar unos kilitos de más.

 

Envy sintió un calor incómodo en sus mejillas y apretó los labios, deseando que el espejo pudiera tragársela en ese momento. Totty, desde su posición junto a la puerta, tembló ligeramente, como si las palabras de su ama pudieran golpearla también.

 

Madam Malkin, sin embargo, mantuvo su compostura profesional, aunque su sonrisa se tensó apenas perceptiblemente.

 

—Nuestras túnicas están diseñadas para ajustarse cómodamente, señora. Pero si lo desea, puedo entallar las costuras un poco más. Aunque, claro, el ajuste más ceñido puede ser menos práctico para un día lleno de actividad escolar —respondió con diplomacia.

 

—Entalle lo necesario —insistió Mildred con un gesto de la mano, como si ya estuviera acostumbrada a dar órdenes que nadie se atrevería a discutir—. Mi sobrina tiene que entender que la disciplina comienza con una buena presentación.

 

Envy, incapaz de contenerse, murmuró en voz baja:

 

—¿Y qué pasa si quiero poder respirar bien?

 

El comentario, aunque dicho con timidez, hizo que Totty soltara un débil sonido que casi parecía una risa contenida, lo que le valió una mirada de advertencia de su tía.

 

—¡Envy Skuller! —espetó ella, sus ojos oscuros fulminándola—. No seas insolente. Esto es por tu propio bien.

 

Madam Malkin interrumpió rápidamente, dirigiéndose a Envy con amabilidad para aliviar la tensión.

 

—No te preocupes, querida. Me aseguraré de que te sientas cómoda y te veas estupenda. Las túnicas de Hogwarts están hechas para durar y para que los estudiantes puedan moverse libremente. Es importante que estés lista para todo lo que tu primer año te traerá.

 

—Gracias, Madam Malkin —dijo suavemente, esforzándose por no mirar el reflejo desaprobador de su tía en el espejo. La desaprobación constante de su tía era como una nube oscura que ensombrecía la emoción de estar eligiendo su uniforme para Hogwarts.

 

Mientras Madam Malkin terminaba los ajustes, Envy miró su reflejo en el espejo, pero esta vez el peso en su pecho no provenía solo de la desaprobación de su tía. Una punzada de culpa se deslizó en su interior. Sabía que, aunque las palabras de sus tíos eran duras, habían hecho mucho por ella.

 

Después del encarcelamiento de sus padres, Mildred y su tío Fergus tomaron su custodia, asegurándose de que no le faltara nada. Más aún, recordó cómo su tía había estado a su lado tras el accidente en el lago, cuando una caída imprudente la dejó atrapada bajo el agua helada y al borde de la muerte. Fue Mildred quien la sostuvo mientras sanadores del Hospital San Mungo trabajaban frenéticamente para salvarla, y quien se aseguró de que tuviera todo lo necesario para su recuperación.

 

Suspiró profundamente, bajando la mirada. Por muy estricta que fuera su tía, su preocupación venía, en última instancia, del deseo de protegerla y moldearla para que fuese fuerte en un mundo que podía ser cruel.

 

Quizás su tía no siempre expresaba su afecto de la manera más dulce, pero Envy sabía, en el fondo, que todo lo hacía por su bienestar. Envy respiró hondo y decidió que intentaría demostrarle a su tía que su esfuerzo valía la pena. Se prometió a sí misma que usaría cada oportunidad en Hogwarts para crecer y honrar el sacrificio que su familia había hecho por ella, incluso si a veces las expectativas se sentían como un peso.

 

Cuando la cinta métrica mágica terminó de tomar las últimas medidas, Mildred se acercó con pasos firmes.

 

—Espero que todo esté listo pronto. Tenemos otros asuntos que atender antes de que termine el día —dijo, aunque esta vez su tono era menos áspero.


Una vez que Madam Malkin terminó con las últimas puntadas y ajustó mágicamente los dobladillos, dobló cuidadosamente las túnicas escolares y las guardó en una caja adornada con el elegante sello de Madam Malkin, Mildred tomó la delantera mientras el trío salía de la tienda. La campanilla de la puerta tintineó una vez más, mezclándose con el bullicio del Callejón Diagon.

 

Con las túnicas ya guardadas en su caja, el trío continuó su recorrido por el Callejón Diagon. Envy seguía sosteniendo la elegante caja de la boutique, tratando de mantenerse al ritmo de los pasos decididos de su tía. Sin embargo, su atención se desvió casi de inmediato al pasar frente a una tienda de escobas, cuyo escaparate mostraba con orgullo la última escoba Cometa reluciendo bajo una luz mágica.

 

La escoba parecía flotar en el aire, girando lentamente para mostrar cada ángulo de su diseño impecable. Envy se detuvo sin darse cuenta, sus ojos brillando con admiración. Era la primera vez que veía una escoba tan de cerca, y aunque nunca había montado una, siempre había soñado con hacerlo.

 

—Tía —llamó tímidamente—. ¿Podemos entrar? Solo para mirar, por favor.

 

Mildred se detuvo, girándose hacia su sobrina con una expresión de sorpresa que rápidamente se transformó en desaprobación.

 

—¿Entrar a una tienda de escobas? —preguntó, frunciendo el ceño como si Envy acabara de decir algo completamente inadecuado—. Espero que no estés considerando montar una escoba como un pasatiempo, Envy.

 

La niña abrió la boca para responder, pero su tía levantó una mano, deteniéndola antes de que pudiera decir una palabra.

 

—Una señorita no tiene por qué volar en escobas como si fuera un niño salvaje o una buscadora de Quidditch. Es peligroso y, francamente, innecesario. Hay maneras más apropiadas de destacar que exponerse al ridículo volando por los cielos —continuó Mildred, con su tono frío y definitivo.

 

Envy sintió que su corazón se hundía un poco, pero trató de disimular su decepción.

 

—Solo quería mirar, tía —dijo en voz baja, aunque no pudo evitar lanzar otra mirada anhelante hacia la tienda.

 

Totty, que cargaba pacientemente las bolsas detrás de ellas, miró a Envy con simpatía, pero no dijo nada. Sabía que cualquier comentario suyo podría enfurecer aún más a su ama.

 

—No, no tiene sentido perder el tiempo ahí —declaró, ajustándose la capa sobre los hombros—. Las escobas son herramientas, no juguetes. Si alguna vez necesitas montar una, será en circunstancias que lo justifiquen, no para entretenerte.

 

Sin más discusión, Mildred reanudó su marcha, y Envy no tuvo más remedio que seguirla, aunque sus ojos se quedaron pegados al escaparate hasta que la tienda desapareció de su vista.

 

Mientras caminaban, un pensamiento cruzó por la mente de Envy: ¿Por qué todo lo divertido siempre parecía estar prohibido para ella? Sabía que su tía tenía una visión muy estricta sobre lo que era “apropiado” para una señorita, pero Envy no podía evitar preguntarse si alguna vez tendría la libertad de explorar sus propios intereses, aunque fueran diferentes a los que su tía aprobaba.

 

Más sin embargo, una chispa de determinación comenzó a formarse en el corazón de Envy. Tal vez Hogwarts sería el lugar donde, finalmente, podría encontrar su propio camino, con o sin la aprobación de su tía.

 

Mientras reanudaban la marcha, Totty tropezó ligeramente con una piedra del camino y dejó caer una de las bolsas. Un pequeño frasco rodó por el suelo, haciendo un leve tintineo que atrajo la mirada curiosa de un grupo de magos sospechosamente encapuchados que pasaban cerca.

 

Mildred se detuvo en seco y giró rápidamente sobre sus talones, sus ojos oscuros chispeando con impaciencia.

 

—¡Totty! —espetó, su voz helada como un viento invernal—. ¿Es que ni siquiera puedes hacer algo tan simple como cargar unas bolsas? Eres absolutamente inútil.

 

Totty, encogida bajo el peso de las palabras de su ama, se apresuró a recoger el frasco y las bolsas caídas, murmurando disculpas entrecortadas mientras temblaba visiblemente.

 

Envy sintió un nudo en el estómago al ver la escena. Quería decir algo, quería defender a Totty, quien había sido una de las pocas personas cálidas en su vida. Pero el frío peso del miedo a su tía la mantuvo en silencio.

 

Apretó los labios y desvió la mirada, fingiendo estar más interesada en el escaparate de una tienda cercana que en el castigo de Totty. Sabía que, si intervenía, solo empeoraría la situación tanto para la elfa doméstica como para ella misma.

 

Mildred, sin prestar atención al conflicto interno de su sobrina, continuó con su reprimenda.

 

—Es increíble que sigas siendo tan torpe después de tantos años. Si sigues así, tal vez deba considerar reemplazarte por alguien más competente —dijo con un desdén afilado, lo suficientemente alto como para que cualquiera en las cercanías pudiera escucharla.

 

Totty bajó aún más la cabeza, sus orejas grandes y flácidas temblando.

 

Envy sintió una punzada de vergüenza y tristeza al ver a Totty así. Envy sabía que su tía era estricta con la elfa doméstica, pero ella no podía evitar sentir cariño por Totty, quien había estado siempre a su lado, especialmente después del accidente en el lago. Recordaba cómo Totty había llorado en silencio mientras la cuidaba durante semanas, asegurándose de que estuviera cómoda en todo momento. La había escuchado castigarse a si misma por haber permitido que pasara aquel fatídico incidente. Pero ese mismo recuerdo la hizo sentir aún más incapaz.

 

—¡Envy! —la voz de su tía cortó sus pensamientos como un cuchillo—. ¿Vas a quedarte ahí mirando como una tonta o vas a seguirme?

 

La niña dio un respingo y asintió rápidamente, apresurándose para mantenerse cerca de su tía.

 

Mientras seguían caminando, Envy lanzó una última mirada a Totty, que cargaba nuevamente las bolsas con expresión resignada. Quiso decirle algo, aunque fuera en silencio, algo que pudiera transmitirle cuánto la apreciaba. Pero no lo hizo. El miedo, esa sombra constante que su tía proyectaba sobre ella, era demasiado fuerte.

 

Y así, mientras Totty los seguía a cierta distancia, Envy no pudo evitar sentirse un poco como la escoba en el escaparate de la tienda: atrapada, suspendida en el aire, incapaz de moverse por sí misma.

 

—Vamos, aún nos falta recoger tus libros y algunos ingredientes para pociones. Y no olvides tu varita. Es lo más importante —dijo su tía mientras caminaba a paso firme por el Callejón Diagon.

 

Envy intentó mantenerse al ritmo, aunque sus piernas más cortas hacían el esfuerzo agotador. El bullicio del callejón seguía fascinándola: vendedores ambulantes ofrecían plumas que escribían solas, telescopios mágicos brillaban en los escaparates, y un grupo de niños observaba emocionado cómo un grupo de sapos cantores ofrecía un concierto improvisado.

 

Totty, jadeando ligeramente bajo el peso de las bolsas, trotaba detrás de ellas. De vez en cuando, Envy giraba la cabeza para asegurarse de que su elfa doméstica estuviera bien.

 

Finalmente, se detuvieron frente a Flourish & Blotts, la librería mágica. Mildred suspiró y examinó su reloj de bolsillo con expresión severa.

 

—Entra y recoge los libros de la lista que te enviaron de Hogwarts. Yo hablaré con el encargado sobre las ediciones avanzadas de encantamientos. Debes estar por encima de tus compañeros, Envy. La primera impresión cuenta bastante si quieres volverte prefecta —dijo, dándole un vistazo rápido y crítico.

 

Envy asintió obedientemente y se abrió paso entre las estanterías abarrotadas de la tienda. El aroma a pergamino y tinta llenaba el aire, y por un momento, se permitió relajarse. Pasó los dedos por los lomos de los libros, leyendo títulos fascinantes como "Mil hierbas mágicas y hongos", "Guía básica de transformaciones", y "Teoría mágica ".

 

Al fondo, escuchó a un grupo de estudiantes más grandes hablando animadamente sobre sus materias favoritas y quejándose de un tal profesor Snape. Se preguntó cómo sería estar allí el próximo año, rodeada de compañeros de casa, aprendiendo cosas que nunca imaginó posibles.

 

Totty, fiel como siempre, apareció a su lado cargando con las bolsas.

 

—¿Necesita ayuda la señorita Envy? Totty puede buscar libros por usted —dijo con una sonrisa nerviosa.

 

—No te preocupes, Totty, puedo hacerlo sola.  —respondió Envy con amabilidad.

 

La elfa asintió tímidamente y se quedó a un lado, observando con ojos atentos mientras Envy seleccionaba los libros de su lista. A pesar de la seriedad de su tía, Envy no podía evitar emocionarse al imaginarse abriendo estos libros en su dormitorio de Hogwarts, preparándose para una vida llena de magia, desafíos y aventuras.

 

Mientras pagaba en el mostrador, oyó la voz de su tía llamándola desde la puerta.

 

—¡Apresúrate, Envy! No tenemos todo el día.

 

Envy suspiró, pero obedeció. Sabía que el día aún no había terminado y que la tienda de instrumentos alquímicos sería su próxima parada. Y aunque su tía podría convertirlo todo en una tarea rigurosa, Envy no podía evitar emocionarse. Después de todo, estaba un paso más cerca de comenzar su nueva vida en Hogwarts.

 

—No podemos quedarnos todo el día aquí. Aún falta mucho por hacer antes de regresar a casa —declaró con impaciencia, ajustándose la capa mientras dirigía al grupo hacia la siguiente tienda.

 

Envy, con la caja de sus túnicas aún en brazos, siguió en silencio, sintiendo el peso invisible de la tensión que había quedado flotando en el aire. Totty, cargando el resto de las bolsas, mantenía la cabeza gacha mientras trotaba detrás de ellas.

 

Llegaron a una tienda oscura y algo desordenada, cuyo cartel, ya descolorido, rezaba: "Calderos y Accesorios de Alta Calidad." La puerta se abrió con un chirrido metálico, y un fuerte olor a metal y humo llenó el aire.

 

—Necesitamos un caldero de peltre estándar tamaño 2 —dijo Mildred al dependiente, sin molestarse en saludar—. Nada más.

 

El hombre detrás del mostrador asintió rápidamente y desapareció entre las estanterías abarrotadas. Mientras tanto, Envy no pudo evitar mirar alrededor. Había calderos de todos los tamaños y materiales: de bronce, de cobre, e incluso uno brillante de oro que era completamente innecesario.

 

En pocos minutos, el dependiente regresó con un caldero de peltre y lo dejó sobre el mostrador con un golpe sordo.

 

—Aquí lo tiene, señora.

 

Mildred examinó el caldero con mirada crítica antes de asentir.

 

—Bien. Agréguelo a nuestra cuenta.

 

Sin esperar respuesta, se giró hacia Envy.

 

—Vamos, aún faltan tus herramientas para Pociones.

 

La siguiente parada fue una pequeña tienda de instrumentos alquímicos justo al lado. Dentro, los estantes estaban llenos de kits de tubos de ensayo, frascos de cristal y balanzas que oscilaban ligeramente con el movimiento de la puerta. El dependiente, un mago anciano con gafas redondas y manchadas de polvo, los saludó con un asentimiento.

 

—Un kit básico de tubos de ensayo y una balanza de latón —dijo Mildred con su tono habitual de autoridad—. Y que sea rápido, por favor.

 

El anciano se apresuró a reunir los artículos mientras Mildred tamborileaba los dedos contra el mostrador, impaciente. Envy, por su parte, observaba en silencio las herramientas brillantes. Había algo fascinante en todo aquello, aunque también se sentía un poco intimidada. ¿Y si era terrible en Pociones? ¿Y si ese tal Snape era tan malo como decían? Había escuchado a los estudiantes de la biblioteca quejarse de cómo él los había obligado a tomar lecciones de regularización en vacaciones.

 

—Aquí están, señora —dijo el dependiente, colocando un estuche de tubos de ensayo y una balanza de latón sobre el mostrador—. Son de excelente calidad.

 

Mildred apenas asintió, sacando unas monedas de su monedero sin siquiera mirar.

 

—Empaquételos bien. No quiero que nada se rompa antes de llegar a Hogwarts.

 

Totty tomó con cuidado las nuevas adquisiciones, añadiéndolas a su ya pesada carga. Sin embargo, no emitió ni un sonido, como si temiera que cualquier queja provocara otra reprimenda.

 

Con todo empaquetado, su tía se giró hacia Envy.

 

—¿Ves? Así es como se hacen las cosas. Sin rodeos, sin perder el tiempo. Si adoptaras esta mentalidad, podrías llegar lejos —dijo con tono severo antes de volver a salir por la puerta, dejando a Envy y Totty luchando por seguirle el paso.

 

Mientras caminaban hacia la siguiente tienda, Envy suspiró para sí misma. El día apenas comenzaba, y ya se sentía agotada.

El aire cambió ligeramente cuando se acercaron al Emporio de Lechuzas, una tienda de animales donde las jaulas llenas de criaturas mágicas llenaban cada rincón del espacio. El sonido de aleteos y suaves graznidos se mezclaba con los murmullos de los clientes, creando un ambiente caótico pero emocionante.  

 

Envy apenas pudo contener su emoción al entrar. Sus ojos se abrieron de par en par mientras observaba las majestuosas lechuzas nival, las pequeñas y ruidosas lechuzas chillonas, y otras criaturas mágicas en las jaulas cercanas. Pero lo que realmente atrajo su atención fue un rincón de la tienda donde había más que lechuzas: pequeños sapos con piel brillante, gatos de ojos penetrantes, ratas con colas tupidas, e incluso un cachorro de crup con dos colas que agitaba frenéticamente detrás de su jaula.  

 

—¡Oh, tía! ¿Puedo mirar aquí? —preguntó, señalando hacia las jaulas más variadas con evidente entusiasmo.  

 

Mildred, quien estaba revisando con desdén una lechuza negra de ojos amarillos, se giró hacia ella con una ceja levantada.  

 

—¿Un sapo? —dijo, su tono cargado de incredulidad—. No seas ridícula, Envy. Solo los excéntricos llevan sapos a Hogwarts. ¿De verdad quieres ser el hazmerreír de la escuela desde el primer día?  

 

Envy retrocedió un poco, mordiéndose el labio, pero antes de que pudiera protestar, Su tía continuó protestando.  

 

—Y ni se te ocurra sugerir un gato. Están por todas partes, arañan los muebles y no sirven para nada más que para causar problemas.  

 

El entusiasmo de Envy comenzó a desvanecerse, pero no pudo evitar mirar a uno de los gatos, un hermoso ejemplar negro con ojos verdes que parecía mirarla fijamente desde su jaula. Sin embargo, no se atrevió a insistir.  

 

—¿Qué tal una rata? —murmuró Envy, aunque su voz apenas se escuchaba.  

 

Mildred soltó una risa seca.  

 

—Por favor. Las ratas son absolutamente vulgares.

 

Envy bajó la mirada al suelo, pero sus ojos se iluminaron al escuchar un suave ladrido. Giró la cabeza hacia la jaula del crup, que movía sus colas con entusiasmo al verla.  

 

—¿Y ese crup? —preguntó con timidez.  

 

Su tía se cruzó de brazos y la miró como si hubiera sugerido traer un dragón a casa.  

 

—Los crups son para magos que tienen tiempo y paciencia para entrenarlos. Y tú no tienes ninguna de esas cualidades. Además, dudo que Hogwarts permita tenerlos. No, no pierdas el tiempo.  

 

Envy sintió que el peso de las palabras de su tía aplastaba cualquier esperanza que tuviera de escoger algo que realmente quisiera. Se limitó a asentir en silencio, obligándose a no mirar más a las criaturas que la rodeaban.  

 

—Elige una lechuza y acaba con esto de una vez —ordenó, señalando las jaulas del otro lado de la tienda—. Al menos una lechuza tiene utilidad práctica.

 

—¿Esta está bien, tía? —preguntó en voz baja, señalando la lechuza.

 

Mildred la observó brevemente y asintió con desdén.

 

—Sí, será suficiente. Al menos parece discreta —respondió, entregando unas monedas al dependiente sin mirar siquiera a la lechuza elegida.


Mientras el encargado preparaba la jaula para la lechuza, Envy se quedó en silencio, acariciando suavemente las plumas del ave. No era el compañero que había imaginado pero serviría. Sus ojos volvieron a vagar por la tienda y esta vez no pudo evitar mirar al fondo de la tienda, en una esquina oscura y ligeramente apartada, una jaula más pequeña contenía un cuervo de plumaje negro como la noche. Sus ojos, brillantes e intensos, parecían observarla directamente, como si supiera algo que ella no.

 

Envy se detuvo en seco, sintiendo un inexplicable tirón en el pecho. Había algo diferente en ese cuervo, algo que no podía ignorar. Su mirada no era como la de las otras aves, que simplemente parecían estar esperando ser compradas. Este cuervo irradiaba una presencia que era a la vez inquietante y fascinante.

 

—Tía… —comenzó a decir, sin apartar los ojos del cuervo—. Mira ese cuervo.

 

Mildred, al notar que Envy se había detenido, frunció el ceño con impaciencia y giró la cabeza hacia donde señalaba su sobrina.

 

—¿Un cuervo? —repitió, con un tono de absoluto desdén—. ¿Por qué demonios querrías algo tan siniestro? Es totalmente inapropiado.

 

Pero Envy apenas escuchó las palabras de su tía. Había algo en los ojos del cuervo que la hacía sentir comprendida, como si él pudiera ver todo lo que ella guardaba en su interior: sus dudas, sus miedos, e incluso las pequeñas chispas de esperanza que no se atrevía a expresar.

 

Se acercó un poco más a la jaula, casi hipnotizada.

 

—No sé… es diferente —murmuró, como si estuviera hablando más consigo misma que con su tía.

 

El cuervo inclinó la cabeza hacia un lado, soltando un suave graznido que parecía dirigido únicamente a ella. Envy sintió una conexión inmediata, como si el cuervo la hubiera elegido en el mismo momento en que ella lo vio.

 

—Es fascinante… —susurró, sus dedos acercándose a la jaula, aunque sin tocarla.

 

Su tía chasqueó la lengua con frustración y la tomó del brazo, apartándola bruscamente.

 

—Deja de comportarte como una niña caprichosa, Envy. Ya tienes una lechuza. Ese cuervo no es más que una distracción grotesca. No hay nada fascinante en una criatura que solo trae malos augurios.

 

Envy apretó los labios, pero no se atrevió a replicar. A pesar de las palabras de su tía, no podía apartar la mirada del cuervo, que ahora graznaba suavemente, como si protestara por la interrupción.

 

Totty, que había notado el interés de Envy, murmuró tímidamente:

 

—Señorita Envy, los cuervos son muy inteligentes. Dicen que recuerdan a las personas que les muestran bondad.

 

Mildred la fulminó con la mirada, y Totty bajó la cabeza de inmediato, arrepentida de haber hablado.

 

—No necesitamos ninguna filosofía barata de elfos domésticos, Totty —espetó Mildred antes de mirar a Envy—. Y tú, olvídate de ese cuervo. No vamos a llevarnos algo tan impropio.

 

Sin más opciones, Envy se dirigió de nuevo al mostrador, tratando de ocultar su desánimo. Había esperado poder elegir algo que realmente quisiera, algo que fuera suyo y que la hiciera sentir menos sola. Pero sabía que cualquier intento de discutir con su tía sería inútil.

 

Mientras se dirigían hacia la salida del Emporio de Lechuzas, con Envy cargando la jaula de la lechuza nival recién comprada, una necesidad de rebeldía la controló.

 

Asegurándose de que su tía estuviera distraída y demasiado ocupada con sus quejas hacia Totty, Envy se acercó rápidamente a la jaula del cuervo. Su corazón latía con fuerza mientras miraba a la criatura, que inclinó la cabeza hacia ella, como si supiera exactamente lo que estaba a punto de hacer.  

 

Con movimientos rápidos pero silenciosos, Envy intercambió la jaula de la lechuza nival que ella cargaba con la del cuervo. La jaula de la lechuza era ligeramente más grande, pero nadie parecía haber notado el cambio. Envy tiró de la manta que había cubierto la jaula de la lechuza y la colocó cuidadosamente sobre la jaula del cuervo, escondiendo a su nuevo compañero de la vista de su tía.  

 

El cuervo se mantuvo tranquilo, como si entendiera la importancia del momento y no quisiera delatarla.  

 

—Vamos, Envy, no tengo todo el día —llamó Mildred desde la puerta, sin molestarse en mirar hacia atrás.  

 

—Ya voy, tía —respondió Envy, esforzándose por mantener la voz calmada mientras tomaba la jaula cubierta con firmeza.  

 

Totty la miró con curiosidad, como si hubiera notado algo extraño, pero no dijo nada. Su lealtad hacia Envy era más fuerte que cualquier duda que pudiera tener.  

 

Mientras seguían a la matriarca Skuller hacia la siguiente tienda, Envy sintió una mezcla de emociones. Una parte de ella estaba aterrada por lo que su tía podría hacer si descubría el cambio. Pero otra parte, más fuerte, estaba llena de una extraña alegría.  

 

Sabía que había tomado un riesgo enorme, pero no podía evitar sentirse conectada con el cuervo. Había algo en él que la hacía sentir menos sola, como si compartieran un entendimiento silencioso.  

 

Mientras caminaba detrás de su tía, apretó la jaula cubierta contra su pecho y susurró suavemente, lo suficientemente bajo como para que solo el cuervo pudiera oírla:  

 

—Estaremos bien. Lo prometo.  

Una vez fuera del Emporio de Lechuzas, Mildred se detuvo bruscamente en medio de la acera, girándose hacia Totty con una mirada fría y calculadora. Envy apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que su tía comenzara a hablar con voz autoritaria.

 

—Totty, regresa a la mansión ahora mismo —ordenó su ama, sus ojos oscuros fijos en la elfa, que tembló ligeramente ante la contundencia de la orden—. Tienes trabajo que hacer. No tienes por qué seguirnos más.



—Sí, señora —dijo con voz apenas audible, haciendo una pequeña reverencia mientras tomaba con cuidado la jaula que Envy cargaba antes de desaparecer con un leve pop, llevándose consigo el resto de las bolsas.

—Vamos —ordenó Mildred, avanzando con decisión hacia un callejón oscuro que se abría al otro lado del Callejón Diagon—. Es hora de conseguir tu varita.

 

Envy parpadeó, confundida.

 

—¿No vamos a Ollivanders? —preguntó con timidez.

 

Mildred soltó una risa seca, como si la pregunta fuera lo más absurdo que había oído.

 

—¿Ollivanders? Por favor. Ese viejo hace varitas para magos comunes y corrientes. Tú necesitas algo… especial. Algo más adecuado para alguien con tu linaje.

Mientras avanzaban hacia el oscuro y estrecho pasaje que conducía al Callejón Knockturn, las risas y el bullicio del Callejón Diagon comenzaron a desvanecerse, reemplazados por susurros y sonidos mucho más ominosos. Envy sintió cómo el aire parecía volverse más denso, y las sombras parecían alargarse a medida que caminaban.

 

Mildred, como siempre, caminaba con paso firme, sin mostrar la menor señal de incomodidad. Envy, en cambio, tenía que esforzarse por mantener el ritmo, sus ojos escaneando nerviosamente cada rincón oscuro y cada figura encapuchada que pasaba junto a ellas.

 

Finalmente, llegaron al Callejón Knockturn, un lugar que Envy había oído mencionar en susurros pero nunca había visitado. Las tiendas tenían escaparates llenos de objetos extraños y perturbadores: manos marchitas que parecían moverse bajo las sombras, calaveras que parecían observarlas, y libros con títulos que hacían que su corazón latiera con fuerza.


Envy no dijo nada, pero su estómago se revolvió con una mezcla de curiosidad y aprensión mientras seguía a su tía. Las calles se volvieron más estrechas y sombrías, y el aire adquirió un olor húmedo y rancio. Apenas había luz, y las pocas personas que se cruzaban en su camino parecían esquivar sus miradas, envueltas en capas oscuras y susurrando entre dientes.

 

—No te retrases —le advirtió, sin girarse.

Finalmente, se detuvieron frente a una pequeña y desvencijada tienda cuyo cartel apenas era legible. A través del vidrio polvoriento, Envy alcanzó a ver estantes llenos de varitas de aspecto inusual, muchas de ellas torcidas o con colores extraños.

 

—Aquí es donde encontraremos algo adecuado para ti —dijo su tía, con un tono que no dejaba espacio para discusión.

 

Sin esperar una respuesta, empujó la puerta y entró, dejando a Envy con el corazón latiendo con fuerza mientras la seguía hacia lo desconocido.

El interior de la tienda estaba iluminado con una tenue luz verdosa que parecía emanar de ninguna parte en particular. El aire estaba cargado con un aroma a madera envejecida y magia antigua, una mezcla que hacía que la piel de Envy se erizara.  

 

Detrás del mostrador, un mago de aspecto encorvado y ojos penetrantes la observó con una mezcla de curiosidad y cautela. Vestía una túnica oscura manchada de polvo, y sus dedos largos y nudosos parecían moverse con vida propia mientras inspeccionaba a las recién llegadas.

 

—Madame Skuller —dijo, inclinándose levemente hacia la mayor de las Skuller, aunque sin apartar del todo la vista de Envy—. ¿Qué puedo hacer por usted hoy?  

 

Mildred levantó la barbilla con su habitual aire de superioridad.  

 

—Mi sobrina necesita una varita. Algo único, desde luego. No esos productos en masa que uno encuentra en Ollivanders.  

 

El dependiente asintió lentamente, una sonrisa ladeada asomando en su rostro.

 

—Entendido. Para algo tan importante, será necesario explorar nuestras piezas más… especiales.  

 

Se giró hacia los estantes detrás de él y comenzó a sacar cajas largas y polvorientas, colocándolas sobre el mostrador con movimientos precisos. Cada vez que abría una, aparecían varitas de diversos materiales: maderas claras y oscuras, varitas lisas y otras con grabados intrincados, algunas tan torcidas que parecían ramas tomadas directamente de un árbol encantado.  

 

—Prueba esta, niña —dijo, extendiéndole una varita de madera rojiza.  

 

Envy la tomó con cuidado, pero apenas tuvo tiempo de sostenerla antes de que la varita emitiera un leve chisporroteo y se quedara inerte.  

 

El dependiente chasqueó la lengua y retiró la varita de sus manos.  

 

—No, no. Esa no te acepta. Intentemos otra.  

 

Una tras otra, las varitas rechazaban a la niña. Algunas emitían chispas débiles, otras vibraban violentamente, y unas cuantas no reaccionaban en absoluto. A medida que el tiempo pasaba, el rostro de Mildred se endurecía cada vez más.  

 

—Espero que no estemos perdiendo el tiempo aquí —advirtió ella con frialdad.  

 

El dependiente, aparentemente imperturbable, lanzó una mirada evaluativa a Envy antes de volver a los estantes. Esta vez, se agachó para buscar en una esquina más oscura y polvorienta.  

 

—Tal vez esta… —murmuró para sí mismo antes de sacar una caja de mármol reluciente. La colocó sobre el mostrador con cuidado y la abrió, revelando una varita negra como la noche, con un brillo que parecía absorber la luz a su alrededor.  

 

—Ébano, con núcleo de pelo de rougarou, 13 ¾, rígida como hueso —anunció mientras olfateaba la varita, con un tono que denotaba respeto—. Es una varita temperamental, poderosa y leal, pero solo para quien demuestre ser digno de ella.  

 

Mildred frunció el ceño al escuchar "rougarou".  

 

—¿Un núcleo de criatura oscura? —preguntó con desagrado—. Eso no suena apropiado para una señorita, menos para una estudiante de Hogwarts.  

 

El dependiente sonrió, mostrando un destello de dientes amarillentos.  

 

—El pelo de rougarou es raro, sí, pero formidable. No se vincula fácilmente, pero cuando lo hace, crea una conexión inquebrantable.  

 

Envy apenas escuchaba la conversación. Algo en la varita la llamaba, una energía que parecía latir en sincronía con su propio corazón. Extendió la mano antes de que nadie pudiera detenerla y la sostuvo con cuidado.  

 

En cuanto sus dedos tocaron la madera, un calor reconfortante subió por su brazo, y una suave corriente de aire llenó la tienda, moviendo levemente los cabellos de todos los presentes. La varita emitió un destello verde, casi imperceptible, pero lo suficientemente fuerte como para que el dependiente sonriera con aprobación.  

 

—Ahí está —dijo, inclinándose hacia Envy—. Parece que ha encontrado a su dueña.  

 

Mildred observó la escena con los labios apretados, claramente contrariada, pero no dijo nada.  

 

—¿Que tan segura es? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.  

 

—Tan segura como lo permite su portadora —respondió el dependiente con un dejo de misterio en su voz—. Esta varita no hará nada que su dueña no desee… aunque puede amplificar ciertos impulsos, si entiende lo que quiero decir.  

 

Mildred frunció el ceño, pero antes de que pudiera objetar, Envy levantó la vista, sosteniendo la varita con firmeza.  

 

—Es perfecta, tía —dijo con emoción.  

 

El dependiente asintió, satisfecho, mientras cerraba la caja de la varita y la entregaba a Envy.  

 

—Cuiden bien de ella. Y asegúrese de que la joven esté a la altura de su elección.  

 

Mildred lanzó una mirada severa a Envy, pero no añadió nada. Simplemente pagó con brusquedad y salió de la tienda, esperando que su sobrina la siguiera.  

 

Envy, por su parte, sintió un extraño alivio al sostener la varita. Como si, por primera vez en mucho tiempo, algo en el mundo le perteneciera solo a ella.

Cuando salieron de la tienda, el aire del Callejón Knockturn parecía aún más denso que antes, cargado de susurros y miradas furtivas de magos y brujas que pasaban cerca. La Skuller mayor caminaba con paso firme, pero su expresión estaba endurecida, y Envy podía sentir la desaprobación irradiando de su tía como un fuego invisible.  

 

Finalmente, al llegar a una esquina menos transitada, Mildred se detuvo en seco, girándose hacia su sobrina con los ojos entrecerrados.  

 

—Escúchame bien, Envy —dijo en un tono bajo pero cargado de autoridad—. La magia no es un juego, y menos con una varita como la que te acaba de elegir.  

 

Envy apretó la caja de la varita contra su pecho, sin atreverse a decir nada. Sabía que su tía no estaba siendo simplemente melodramática; podía sentir el peso de lo que había ocurrido en la tienda y la reacción de su tía.  

 

Mildred inclinó la cabeza ligeramente, estudiando a su sobrina con una mezcla de desconfianza y severidad.  

 

—En el arte de las varitas, no hay nada casual. Cada núcleo, cada madera, está cargado de significado. Y el pelo de rougarou… —Se detuvo, como si las palabras fueran demasiado importantes para pronunciarlas apresuradamente—. Tiene una afinidad peligrosa por las artes oscuras.  

 

Envy tragó saliva.  

 

—¿Artes oscuras?  

 

Su tía asintió, sus ojos destellando con una advertencia.  

 

—Así es. El rougarou es una criatura salvaje, una bestia feroz y letal. Su pelo, cuando se utiliza en varitas, tiende a responder a las emociones más primitivas y a los impulsos más oscuros. Se dice que así como un vampiro no puede resistirse al llamado de la sangre, una varita con núcleo de rougarou tiene una atracción natural hacia las magias más prohibidas.  

 

Envy miró la caja de la varita con nuevos ojos, sintiendo un leve escalofrío recorrer su cuerpo.  

 

—Una varita como esta no es indulgente. Responderá a tus emociones más que a tus palabras. Si pierdes el control, aunque sea por un momento, podrías desatar algo que no puedes manejar.  

 

La niña bajó la mirada, apretando la caja con más fuerza. Había algo en las palabras de su tía que la inquietaba profundamente, pero también despertaban una especie de curiosidad que no podía ignorar.  

 

Al notar el silencio de su sobrina, continuó en un tono aún más grave:  

 

—No cualquiera puede manejar una varita así, y mucho menos una niña.

 

Envy bajó la mirada, sintiendo cómo sus manos temblaban ligeramente alrededor de la caja.

 

—¿Entonces por qué… me escogió? —murmuró, más para sí misma que para su tía.

 

Mildred resopló, claramente frustrada.

 

—Eso es lo que me preocupa. Las varitas no escogen sin motivo. Si esa varita te eligió, significa que vio algo en ti. Algo que, quizás, ni siquiera tú comprendes todavía.

 

Envy tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago. No sabía si las palabras de su tía eran una advertencia o un reproche, pero ambas opciones la inquietaban.

 

—Quiero dejar algo claro —continuó, enderezándose y ajustando su capa con un movimiento firme—. Si descubro que estás usando esa varita de forma irresponsable o, peor aún, para explorar caminos indebidos antes de tiempo, no dudaré en tomar medidas drásticas. No queremos otro escándalo como el que desataron tus padres.

 

La amenaza implícita en sus palabras no necesitaba mayor explicación. Envy asintió lentamente, sin atreverse a replicar.

—Recuerda lo que te he dicho, Envy —finalizó, inclinándose hacia ella con una mirada penetrante—. Eres una Skuller. Y los Skuller no juegan con la magia. La dominan, o perecen bajo ella.

 

Dicho esto, se giró con su habitual elegancia severa y continuó caminando por el callejón, dejando a Envy atrás, sumida en un torbellino de emociones. Por primera vez, la niña sintió que la conexión con su varita no solo era un regalo, sino también una responsabilidad aterradora.


Mildred no dijo nada más mientras avanzaban hacia el final del Callejón Knockturn, donde el ambiente se volvía aún más opresivo. Envy trataba de mantener el ritmo, sosteniendo la caja de su varita con fuerza, pero no pudo evitar mirar hacia atrás una última vez, como si el callejón oscuro y sus secretos la estuvieran despidiendo.

 

De repente, su tía se detuvo en seco y giró hacia Envy, extendiendo una mano enguantada para tomarla firmemente del brazo.

 

—No tenemos más que hacer aquí. Si nos quedamos más tiempo, ojos curiosos van a empezar a sacar las cosas de contexto—dijo con tono cortante—.


Sin previo aviso, la mujer tomó firmemente a Envy del brazo, su agarre frío y autoritario. La sensación de control absoluto en ese simple gesto hizo que Envy sintiera un escalofrío recorrerle la espalda.

 

—Sujétate bien —ordenó, sin mirarla.

 

Antes de que Envy pudiera preguntar o prepararse, sintió cómo el mundo a su alrededor cambiaba drásticamente. La presión de la Aparición la envolvió de inmediato, como si su cuerpo estuviera siendo empujado a través de un tubo estrecho y comprimido. El aire parecía desaparecer, y por un breve pero intenso momento, no hubo nada más que oscuridad y la mano de su tía que la sostenía con firmeza.

 

De pronto, el mareo terminó, y sus pies tocaron una superficie sólida. Envy abrió los ojos y vio que estaban de pie en el enorme vestíbulo de la mansión Skuller. Los altos techos adornados con candelabros de cristal y los fríos pisos de mármol pulido parecían tan imponentes como siempre, proyectando un aire de opulencia que nunca había logrado sentirse cálido o acogedor.

 

Mildred soltó su brazo con brusquedad y se giró hacia ella, alisándose la capa como si el viaje hubiera sido un inconveniente menor.

 

—Ve directamente a tu habitación y coloca esa varita en un lugar seguro, No quiero verte vagando por la casa con ella como si fuera un juguete. —ordenó con tono severo, sin darle oportunidad de responder—. Y recuerda lo que te dije, Envy. No toleraré ningún tipo de insubordinación.

 

Su tía la observó un momento con una mirada inescrutable antes de girarse hacia el camino que conducía a los jardines traseros. Envy sabía que ella tenía cosas más importantes en las que ocuparse que en su sobrina; siempre era así.


Envy permaneció inmóvil durante unos segundos, intentando calmar el ritmo frenético de su corazón. Miró la caja en sus manos, el peso de la varita parecía duplicarse ahora que estaban en casa. Finalmente, respiró hondo y comenzó a caminar hacia las escaleras que conducían a su habitación, sintiendo como si cada paso la acercara un poco más a un destino que todavía no comprendía del todo.

Envy subió las escaleras con paso lento, el peso de la varita y las palabras de su tía aún gravitando en su mente. El largo pasillo de la mansión estaba envuelto en un silencio sepulcral, solo interrumpido por el eco de sus propios pasos sobre el frío suelo de mármol. Mientras avanzaba, su habitación apareció ante ella como una pequeña cápsula de calma en medio de todo el caos de su vida.

 

Cuando abrió la puerta, el aire fresco de la estancia la envolvió, y al instante notó que algo había cambiado. Sobre su cama, todas las compras que había realizado con su tía ya estaban ordenadas en su equipaje: los libros, las herramientas, el uniforme escolar cuidadosamente doblado, y los otros accesorios que ni siquiera había tenido tiempo de mirar. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue la percha en el rincón junto a la ventana, donde su cuervo, al que aún no le había puesto un nombre, estaba posado tranquilamente.

 

Envy se acercó al ave con una sonrisa que no pudo evitar dibujarse en su rostro. El cuervo levantó la cabeza, sus ojos brillando en la penumbra, pero no voló lejos. En lugar de eso, se quedó allí, observándola, y Envy se acercó un poco más, extendiendo la mano con cautela.

 

El cuervo giró la cabeza, sus ojos fijos en ella, y cuando la niña estuvo lo suficientemente cerca, él dio un pequeño paso hacia adelante. Envy, sintiendo la conexión instantánea, inclinó la cabeza hacia el ave con suavidad. El cuervo hizo lo mismo. Unos segundos después, sus frentes se chocaron con un leve toque, casi como un saludo amistoso, como si compartieran un vínculo que solo ellos pudieran entender.

 

Envy rió suavemente, sintiendo que esa pequeña muestra de afecto la reconfortaba más que cualquier palabra de su tía. Durante un momento, se permitió relajar los hombros y cerrar los ojos, disfrutando de la sensación de tener al cuervo cerca, de saber que, al menos en ese instante, no estaba sola.

 

El cuervo picoteó suavemente su cabello, como si estuviera buscando algo, y Envy lo acarició con la punta de los dedos, aún sonriente.  

 

—Voy a llamarte… Sir Corwin Timothy Valdus—dijo en voz baja, el nombre naciendo de algún rincón de su mente. El cuervo emitió un suave "caw", como si estuviera aprobando la elección.

 

Con el cuervo posado en su hombro, Envy se permitió un momento de paz en su habitación, antes de que el peso de las expectativas y las advertencias de su tía regresaran a su mente. Pero por ahora, no importaba. Habia conseguido algo que no habia tenido durante un largo tiempo: un amigo.

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