Raíces Ocultas.

La lluvia caía con suavidad sobre las calles de Londres cuando Harriet Potter apareció en un callejón oscuro y solitario cerca de Piccadily Ciecus. La chaqueta de cuero marrón que llevaba puesta no era suficiente para protegerla del frio, pero apenas lo notaba. Había pasado las últimas semanas preparando su viaje, reuniendo información, organizando documentos y trazando un plan. Ahora que viajaba a Montana, el nerviosismo amenazaba con instalarse en su estómago como una piedra.

Con una mochila de cuero cruzada sobre el hombro y las botas resonando contra el pavimento mojado, Harriet se dirigió al aeropuerto de Heathrow. Había decidido viajar como muggle para evitar las complicaciones con las autoridades mágicas estadunidenses. Aunque la magia podía facilitar su traslado, no quería levantar sospechas en el MACUSA ni en los sistemas de inmigración muggles. Este viaje necesitaba ser discreto.

Llego al aeropuerto al anochecer, cuando las luces del terminal brillaban como un enjambre de luciérnagas. La chaqueta de cuero marrón y la bufanda color tierra la hacían pasar desapercibida entre los viajeros, pero sus ojos verdes, intensos y alertas, estaban siempre en movimiento. Había elegido un vuelo nocturno directo a Bozeman, Montana, un lugar lo suficientemente cerca al rancho Yellowstone como para comenzar su investigación. La mayor parte de su equipaje ya había sido enviado por medios mágicos a un punto seguro, lo que le permitía viajar con pocas cosas encima.

El proceso de seguridad en el aeropuerto fue tedioso, pero Harriet había aprendido a manejarse con soltura en el mundo no mágico. Paso los controles con su pasaporte británico, emitido por el Ministerio de Magia con una identidad ligeramente modificada: Harriet Elizabeth Evans. Había elegido ese apellido en honor a su madre adoptiva, un recordatorio de las raíces que siempre llevaría consigo.

El vuelo fue largo y tranquilo. Harriet se acomodó junto a la ventana, mirando las luces de Londres desaparecer bajo las nubes. En su regazo, un cuaderno de cuero lleno de notas  y recortes descansaba abierto. Había dedicado horas a estudiar todo lo que podía sobre los Dutton y el rancho Yellowstone. Bethany Dutton, o Beth, como la llamaban había sido descrita como una mujer feroz y complicada, mientras que Rio Wheeler era un misterio aun mayor, un hombre con un pasado oscuro y una lealtad inquebrantable hacia la familia Dutton.

Cuando el avión aterrizó en Bozeman, el aire frio y seco la golpeo con fuerza. Harriet respiro hondo, dejando que la frescura la llenara de energía. La terminal era mucho más pequeña que la de Londres, con un ambiente casi hogareño, su corazón latía con fuerza mientras se dirigía al control de inmigración.

La fila de inmigración era larga, y Harriet se entretuvo observando a las personas a su alrededor, una familia con niños pequeños trataba de mantenerlos en línea, una pareja de ancianos discutía en voz baja sobre el formulario de entrada, ella sostenía su propio formulario en su mano,  repasando las preguntas una vez más

Cuando llego su turno, un oficial con expresión cansada la llamo al mostrador.

-¿Motivo de su visita?- pregunto, sin levantar mucho la mirada del ordenador.

-Turismo- respondió Harriet con naturalidad.

El oficial tecleo algo y miro su pasaporte antes de fijar su mirada en ella.

-¿Cuánto tiempo planea quedarse?

-Unas semanas, quizás un mes.

El oficial asintió, sello su pasaportee y la dejo pasar. Harriet sintió un alivio momentáneo al cruzar las puertas a la zona de llegada. Sin embargo, aún quedaba otro paso: registrarse en el MACUSA para obtener un permiso de estancia mágica.

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El enclave mágico de Montana estaba escondido tras una tienda de suministros agrícolas en las afueras de Bozeman. Harriet llego allí al medio día, su chaqueta y botas cubiertas de polvo tras caminar desde la parada de autobús, el edificio era discreto con una fachada que no llamaba la atención, pero que al cruzar la entrada encantada, se encontró con un espacio amplio y moderno, lleno de brujas y magos trabajando diligentemente.

Se acercó al marcador de registro, donde un mago de mediana edad con una pluma flotante la recibió con una mirada inquisitiva.

-¿Propósito de su visita?- pregunto el hombre mientras la pluma comenzaba a escribir en un pergamino.

-Investigación personal- dijo Harriet, manteniendo su tono neutral.

El mago la observo por un momento antes de sellar su visa con un movimiento de su varita.

-Bienvenida a los Estados Unidos. Recuerde que cualquier uso de magia fuera de las zonas designadas debe de ser reportado al MACUSA.

Harriet asintió, agradeció al mago y salió rápidamente del edificio. El sol brillaba intensamente sobre las montañas cercanas, y Harriet sintió, que por primera vez desde que había aterrizado, podía respirar con algo de calma.

Se instaló en un pequeño motel en Bozeman, una ciudad tranquila situada cerca del rancho Yellowstone. La habitación era sencilla pero cómoda, con paredes decoradas en tonos terrosos que hacían eco del paisaje exterior. Harriet colgó su chaqueta de cuero en la percha junto a la puerta y se dejó caer en la cama, mirando al techo mientras su  mente seguía procesando todo lo que había aprendido.

Durante los siguientes días, Harriet dividió su tiempo entre investigar en la biblioteca local y reunirse con Daniel Graves, un abogado especializado en adopciones y herencias. Daniel había sido recomendado por Robert Flinch, el detective privado que había contratado en Londres, y resulto ser una figura clave en su investigación.

En su primera reunión, en café en Bozeman, Daniel reviso los documentos que Harriet le había proporcionado.

-Este es un caso inusual, Harriet- dijo Daniel, ajustándose las gafas mientras hojeaba el archivo-. Según estos papeles, su adopción fue gestionada atreves de una agencia privada en Montana. Si queremos obtener pruebas legales  de su parentesco con Bethany Dutton, lo primero que necesitamos es su certificado de nacimiento original.

-¿Cómo podemos conseguirlo?- pregunto Harriet, inclinándose hacia adelante.

-Tendrá que presentar una solicitud formal al condado en el que nació, eso podría tomar varias semanas, dependiendo de cómo de accesibles sean los registros.

Harriet asiento, aunque la idea de esperar tanto tiempo la frustraba.

-Mientras tanto- continúo Daniel-, podemos considerar una prueba de ADN. Pero para eso necesitaría a alguno de los Dutton.

Harriet frunció el ceño, sabiendo que eso sería complicado. No estaba lista para acercarse a Beth directamente, no sin más pruebas.

Unos días después, Harriet decidió explorar la ciudad y familiarizarse con el entorno. Vestida con un sweater beige, sus botas de cuero y la chaqueta marrón, camino por las calles de Bozeman observando cada detalle. Visito el banco local para abrir una cuenta muggle y transferir fondos desde Gringotts, asegurándose de que tendría suficiente dinero para cubrir cualquier eventualidad.

En una de sus caminatas, paso al de un edifico moderno con un letrero que decía “Schwartz & Meyer”. Sabía que Beth trabaja allí. Harriet se detuvo al otro lado de la calle, observando el lugar con una mezcla de curiosidad y miedo. ¿Cómo sería entrar y enfrentarse a la mujer que, era su madre biológica?

No estaba lista. Aun no

Finalmente Daniel llego con una propuesta para obtener el certificado de nacimiento original. También con había coordinado con un laboratorio local para realizar la prueba de ADN, utilizando un vaso desechable que, con discreción, había sido recolectado por un investigador privado en la oficina de Beth. Aunque  Harriet tenía sentimientos encontrados sobre este método, sabía que necesitaba la prueba de ADN antes de dar el siguiente paso.

Cuando los resultados llegaron, confirmando su parentesco con Bethany Dutton, Harriet supo que era hora de acercarse al rancho y enfrentarse a su pasado. Pero justo cuando estaba a punto de llamar a Daniel para planear su estrategia, alguien golpeo la puerta de su motel.

El sonido seco y firme la hizo congelarse. Harriet se levantó lentamente, su corazón latiendo con fuerza mientras alcanzaba su varita oculta en la chaqueta colgada junto a la puerta. Con precaución, se acercó y pregunto:

-¿Quién es?

El silencio del otro lado duro unos segundos eternos antes de que una voz masculina, grave y desconocida, respondiera.

-Sabemos quién eres.