La eternidad de los dragones

House of the Dragon (TV) Harry Potter - J. K. Rowling
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La eternidad de los dragones
Summary
Crossover de House of the dragon con el mundo mágico de Harry Potter (Porque la autora anda creativa jaja)Rhaenyra Targaryen, la heredera al trono del mundo mágico, cursa su sexto año en Hogwarts, donde nunca se ha sentido aceptada, especialmente tras ser seleccionada para Ravenclaw en lugar de la tradicional Slytherin de su familia. Su vida se complica cuando su tío Daemon, con quien tiene un pasado complicado, regresa como jefe de Slytherin en medio de crecientes ataques contra Muggles que amenazan con desatar el caos. Rhaenyra deberá enfrentar secretos familiares y su propia oscuridad mientras el destino del reino pende de un hilo.
Note
¡Hola a todos! Les traigo uno de los fanfics más difícil que he escrito de House of the dragon jajaja llevo meses en esto y soltaré algunos capítulos en este mes. Es un Crossover en realidad, con el mundo mágico de Harry Potter. No estarán los personajes de Harry Potter obviamente, porque este fic está inspirado unos 15 a 20 años antes de los sucesos de esas películas y libros. Pero si estarán algunos profesores más jóvenes y todo jaja. Me lo habían pedido unas 15 personas que hiciera algo así, y como me gustan ambas sagas, lo hice jaja.Me ha costado amoldar a los personajes, así que si tienen ideas que les gustaría aportar, no duden en hacerlo.Espero les guste estre prólogo y por favor, comenten jeje en serio, si no veo comentarios me declararé frustrada y me retiraré de la página jajajajaja broma. o tal vez no.Besos y abrazos.
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Chapter 17

El inviero había llegado con toda su fuerza, cubriendo los jardines y torres del castillo.

A esa hora de la mañana, el frío calaba hasta los huesos, y los estudiantes buscaban la forma de refugiarse.

Pero Rhaenyra no.

Ella caminaba sola, con la mirada perdida en la blancura que la rodeaba, sintiendo el crujido de la nieve bajo sus botas como el único sonido en la inmensidad de su soledad. Sus manos estaban frías, aún cuando las tenía metidas en los bolsillos de su túnica.

Desde hace tres meses, todo dentro de ella parecía haberse congelado.

Daemon se había ido. La había abandonado. A ella, incluso a Laena y a sus hijas.

No lo comprendía. Lo había buscado, pero simplemente no había señales de él.

Algunas personas decían haberlo visto lejos de allí, ella y Laena lo habían buscado, pero él simplemente había desaparecido.

Su carta, escrita en alto valyrio con su misma letra, se lo confirmaba. Ni siquiera sabía por qué había albergado esperanza, si él le había dejado aquella carta a ella y a Laena.

Había tratado de mantenerse firme, de no derrumbarse, pero cada vez que cerraba los ojos, la veía a ella misma con esa hoja de pergamino entre las manos, temblando, leyendo y releyendo las mismas palabras hasta que su corazón dejó de latir con la misma fuerza de antes.

Había días en los que la rabia la consumía, en los que deseaba desgarrar esa maldita carta en pedazos y gritarle al mundo que Daemon Targaryen era un cobarde, un mentiroso, un traidor.

Pero luego venían las noches, los susurros de su mente que le decían que algo no cuadraba. Que eso no sonaba como él. Y sin embargo era su letra, y él no estaba en ningún lado.

Y ahora, cada vez que se miraba al espejo, veía la prueba viviente de lo que había compartido con él. Solo una noche había bastado.

Estaba embarazada.

Nadie lo sabía. Nadie, excepto ella.

Cuando su padre lo supiera, la obligaría a abortar o a casarse con algún noble sin importar si aún no terminaba la escuela.

Ella no quería que la obligaran a deshacerse de ese niño, ella ya lo amaba, porque era el único recuerdo que le quedaba del hombre que amaba, aunque él no la amara realmente.

Y por eso caminaba sola, tratando de acallar los pensamientos en su cabeza.

No escuchó los pasos tras ella, no hasta que una presencia conocida ya estaba a su lado.

Snape apareció cerca de ella, sigiloso como siempre.

No dijo nada.

Solo la miró.

Él siempre aparecía cuando menos lo esperaba, y siempre sabía cuándo algo estaba mal.

Snape no hizo ningún ademán de acercarse más. No preguntó por qué estaba afuera en pleno invierno sin capa. No preguntó por qué sus ojos parecían vacíos.

Solo estaba allí.

Esperando.

Esperando que ella hablara.

El viento sopló con más fuerza, y ella tembló ligeramente. Pero no se movió.

—Estoy embarazada —susurró, con una voz que apenas reconoció como propia.

Snape no reaccionó de inmediato. Ni un parpadeo, ni un movimiento innecesario. Solo una tensa quietud.

Entonces, con un tono bajo y medido, formuló la única pregunta que tenía sentido.

—¿Es de Sirius Black?- preguntó Snape, pues él sabía que el imbécil merodeador estaba tras de ella.

Rhaenyra dejó escapar una risa corta y amarga.

Sirius.

Él había intentado acercarse a ella estos últimos meses, pero Rhaenyra lo había evitado con todo lo que tenía.

Ella había sido la que lo había besado primero, antes de esa noche con Daemon. Antes de que todo su mundo se desmoronara. Pero desde entonces, había mantenido las distancias. Lo había alejado sin explicaciones, sin darle siquiera la oportunidad de preguntarle por qué.

Snape, desde su rincón en las sombras, había visto los intentos de Black.

Había visto a Sirius acercándose, intentando hacerla reír, intentando ganarse su atención.

Lo había visto a ella girar el rostro, esquivar sus intentos de contacto, alejarse cada vez más.

Así que tenía sentido que lo pensara.

Pero no.

Rhaenyra negó con la cabeza lentamente.

—No- dijo ella rápidamente.

Snape la observó con intensidad, sus ojos buscando algo en su expresión.

Y entonces, sin que ella tuviera que decirlo, él lo entendió.

—Daemon Targaryen —dijo, su voz baja, casi un susurro.

Ella cerró los ojos por un segundo. Luego asintió.

Sí.

El viento ululó a su alrededor, y la nieve siguió cayendo suavemente entre ellos.

Snape no dijo nada más. No había sorpresa en su expresión, ni juicio, ni siquiera una pizca de conmoción.

Solo entendimiento.

Se quedaron en silencio.

Porque Snape no era alguien que diera palabras de aliento.

Pero él entendía lo que era estar solo.

Y, de alguna forma, su presencia fue suficiente.

El frío era intenso, pero Rhaenyra apenas lo sentía. Su mente estaba atrapada en una espiral de pensamientos que no podía detener, en un torbellino de miedo y desesperación del que no podía escapar.

Snape no apartó su mirada de ella, observándola con la misma intensidad de siempre, pero esta vez con una pizca de algo más. Algo que no llegaba a identificar.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó, su voz baja pero firme.

Rhaenyra sintió que su garganta se cerraba.

Sabía que esa pregunta llegaría tarde o temprano. Lo había estado evitando, intentando no pensarlo, aferrándose a la idea de que aún tenía tiempo.

Pero no lo tenía.

No podía permitirse tener un bastardo.

Era la princesa heredera.

Y su padre jamás lo permitiría.

Las lágrimas ardieron en sus ojos antes de que pudiera detenerlas. Se mordió el labio con fuerza, intentando contenerlas, intentando aferrarse a la compostura que siempre había tenido.

Pero fue inútil.

Se rompió.

Los sollozos escaparon de su pecho antes de que pudiera detenerlos, y de repente estaba llorando como no lo había hecho en meses.

Rhaenyra nunca lloraba frente a alguien más. Nunca.

Pero ahí estaba, temblando, con las lágrimas deslizándose por su rostro mientras todo el peso de la realidad caía sobre ella.

Snape no dijo nada.

No le ofreció palabras vacías ni intentó decirle que todo estaría bien, porque no era su estilo, porque no era lo que ella necesitaba.

Pero sí hizo algo que jamás hacía.

Con un movimiento tenso y vacilante, la atrajo hacia él, dejando que su frente se apoyara contra su pecho, rodeándola con sus brazos en un gesto torpe pero genuino.

Era extraño.

Snape jamás abrazaba a nadie.

Pero en ese momento, Rhaenyra no lo cuestionó.

Se aferró a él como si fuera su única ancla en un mar de desesperación, hundiendo los dedos en la tela de su túnica, dejando que su llanto se apagara poco a poco.

No supo cuánto tiempo estuvieron así.

Pero cuando alzó la mirada, su corazón se detuvo.

Los Merodeadores y Lily los estaban observando.

Sirius tenía el ceño fruncido, su expresión ilegible, pero sus ojos oscuros estaban fijos en Rhaenyra con algo que no podía descifrar.

James miraba la escena con una mezcla de confusión y diversión contenida, como si no pudiera creer lo que veía.

Remus estaba serio.

Y Lily... Lily solo observaba a Snape.

Pero lo que más sorprendió a Rhaenyra fue que Snape no se apartó.

No se tensó, no se alejó bruscamente como si el contacto con ella lo hubiera quemado.

Simplemente la miró con la misma calma de antes.

Y entonces, sin dudarlo, la tomó del brazo y la sacó de allí.

Antes de que alguien pudiera escuchar lo que estaban diciendo.

Y sin embargo, alguien los había seguido. Alguien había escuchado su conversa.

Sirius Black, que había aparecido frente a ellos cuando se apartaron de los demás.

Rhaenyra sintió el pánico recorrer su cuerpo al ver a Sirius frente a ellos.

¿Cuánto había escuchado?

Rhaenyra supo que él había escuchado todo cuando su mirada era de preocupación absoluta.

Él no la estaba juzgando, solo estaba sorprendido. Jamás esperó que lo de ella y Daemon llegara a tanto.

Para él, Daemon era un monstruo que se había aprovechado del amor que ella sentía por él y luego la había abandonado.

En ese minuto, Sirius Black lo odiaba.

Sirius se acercó y Rhaenyra negó, asustada de que él dijera algo. Snape lo miró con desafío, dispuesto a cortarle la lengua si era necesario. Solo dirían que fue un accidente escolar.

—No diré nada —aseguró, su voz tranquila pero seria.

Rhaenyra bajó la mirada, sintiendo su corazón latir con fuerza. No quería hablar de esto con nadie más. No quería más personas involucradas.

Sirius suspiró y se acercó, sentándose a su lado en la nieve. Snape lo fulminó con la mirada, como si con ello pudiera alejarlo, como si le advirtiera que no intentara aprovecharse de la situación.

Sirius notó la mirada, pero no la tomó en cuenta. Se giró hacia Rhaenyra con una determinación que sorprendió a ambos.

—Cásate conmigo- dijo él de repente.

Rhaenyra sintió que el aire se le atascaba en la garganta.

—¿Qué?- preguntó Rhaenyra sin entender bien por qué él decía algo como eso.

—Cásate conmigo —repitió él, con más seguridad esta vez—. Asumiré la responsabilidad. Soportaré la ira de tu padre si es necesario- dijo Sirius pensando en una posibilidad de salvar a Rhaenyra.

Rhaenyra sintió que la cabeza le daba vueltas.

—Sirius, yo no te amo- dijo ella duramente, intentando hacerle entender que su corazón no correspondía lo que él sentía, y que no podía aceptar tal propuesta.

Él sonrió con tristeza, pero no vaciló.

—Lo sé. Y no me importa- dijo él rápidamente.

Eso la desconcertó aún más.

—No quiero que estés sola en esto —continuó Sirius—. Sé lo que significa para ti, y sé lo que puede hacer tu padre si descubre la verdad. Si estás casada conmigo, no podrá obligarte a casarse con alguien más.

Rhaenyra sintió sus ojos humedecerse.

¿Por qué él era tan amable con ella?

Snape, que había permanecido en silencio, habló entonces, su tono frío como siempre.

—No es una mala idea- dijo de repente.

Rhaenyra y Sirius lo miraron sorprendidos.

—¿Qué? —preguntó ella, como si no lo hubiera escuchado bien.

Snape se encogió de hombros.

—Digo que es una idea estúpida, pero tiene sentido. Black será un imbécil, pero su linaje es puro. La familia real no pondrá tantos problemas si creen que el hijo es suyo- dijo Snape que buscaba de alguna manera salvar a Rhaenyra también.

Había pensado en ayudarla a huir, y esconderse. Pero la idea de Sirius tenía sentido.

Sirius alzó una ceja.

—Gracias, Snivellus. Un cumplido viniendo de ti- dijo Sirius intentando que su tono sonara en burla, pero estaba demasiado preocupado para que sonara así.

Snape lo fulminó con la mirada, pero decidió ignorarlo.

—Tendría que ser una boda secreta —dijo, dirigiéndose a Rhaenyra—. Si tu padre se entera antes de que sea un hecho, lo evitará a toda costa- dijo Snape, pues para casi nadie era secreto que Viserys Targaryen quería casar a su hija con el hijo de Corlys Velaryon.

Rhaenyra mantuvo la vista fija en el suelo, incapaz de mirar a Sirius a los ojos. Su pecho se sentía pesado, como si una mano invisible lo oprimiera con cada latido. Daemon la había dejado. No importaba cuánto lo hubiera amado, cuánto hubiera luchado por mantenerse a su lado… al final, él había elegido alejarse. Y ahora, la única opción que le quedaba era aceptar la única salida que tenía, aunque eso significara obligar a Sirius a cargar con una culpa que nunca le perteneció.

- No quiero arruinar tú vida- susurró ella con la voz quebrada, apenas audible.

- No lo harás, por favor, déjame hacer esto por ti- pidió él que estaba perdidamente enamorado de la chica.

De la princesa heredera. Todos dirían que lo hizo por interés, pero él lo hacia por amor, y con que ella lo supiera, le bastaba.

- Está bien- dijo Rhaenyra con el corazón roto. Con dudas aún, pero demasiado desesperada para negarse a esa oferta.

Sirius la miró en silencio, con una mezcla de alivio y tristeza reflejada en sus ojos oscuros. Sabía lo que significaba para ella aceptar esa decisión, sabía que en su interior su corazón se estaba rompiendo en mil pedazos. Pero no había otra alternativa.

—Rhaenyra… —intentó decir algo más, pero ella negó con la cabeza, como si no pudiera soportar escuchar palabras de consuelo.

—Solo… no digas nada- pidió ella con lágrimas en sus ojos.

El viento frío se filtró entre ellos, pero Rhaenyra apenas lo sintió. Su alma estaba demasiado herida, demasiado entumecida para reaccionar a algo tan mundano como el clima. Respiró hondo, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con escapar. No podía permitirse llorar. No ahora.

Había perdido demasiado. A Daemon, a la vida que alguna vez soñó tener, y ahora… también su dignidad. Porque al aceptar esto, sabía que estaba sellando su destino, que nunca podría volver atrás.

Pero lo haría.

Porque no le quedaba nada más.

Solo Snape y Sirius, sabrían la verdad aparte de ella.

Y lamentaba condenarlos a ese secreto.

En otro lugar, Daemon sentía las paredes húmedas y oscuras de Azkaban parecían cerrarse sobre él, atrapándolo en una prisión que no solo encadenaba su cuerpo, sino también su mente. El aire estaba impregnado de desesperación, de los susurros agónicos de los prisioneros que, como él, habían sido condenados a un destino peor que la muerte. Pero Daemon no tenía miedo. No podía permitirse el lujo de sentirlo.

La puerta de su celda se abrió con un chirrido metálico y, como cada noche, los carceleros entraron sin decir una palabra. Sus varitas ya estaban levantadas, sus rostros indiferentes, casi aburridos. Solo cumplían órdenes. Órdenes de los Hightower.

—Crucio.

El hechizo lo golpeó como una explosión de fuego en su interior. Cada fibra de su ser se retorció, sus músculos se tensaron hasta el límite, su visión se nubló por el dolor insoportable. Pero no gritó. Nunca lo hacía. Sus labios permanecieron sellados, su orgullo intacto, aunque su cuerpo se quebrara una y otra vez bajo la maldición.

Los carceleros intercambiaron miradas frustradas. Querían oírlo suplicar, querían verlo arrodillado, reducido a nada. Pero Daemon Targaryen no les daría ese placer.

No cuando su mente tenía aún los dulces recuerdos de sus hijas, y de Rhaenyra.

Pensaba en Baela y Rhaena para darse ánimos, para resistir. Pensaba en su risa cuando jugaban con él, en la forma que corrían a abrazarlo cada vez que regresaba a casa.

Pensaba en Rhaenyra. Su dulce Rhaenyra. En la promesa de una vida juntos que no pudo cumplirle.

¿Ella pensaría que lo había abandonado? Él jamás lo habría hecho, la amaba, la amaba demasiado.

Pensaba en Laena. Su compañera, su amiga.

¿Ella también pensaría lo peor de él?

Él había escrito esa carta. ¿Cómo podrían pensar lo contrario?

El dolor era insoportable, pero no mayor que el que ya llevaba en el alma. Así que apretó los dientes, respiró hondo y esperó a que terminara.

Porque lo harían otra vez mañana. Y al día siguiente.

Y él seguiría sin gritar y sin darles el gusto a los Hightower.

En otro lugar, Laena leía la carta una y otra vez, sus hijas estaban tristes porque no veían a su padre hace meses y solo podía dejar que Laenor la abrazara y juntos miraran hacia el horizonte, esperando a alguien que no llegaría.

- Hermano ¿De verdad él nos ha abandonado?- preguntó Laena y Laenor no quiso responder.

Él creía que si. La carta decía que si. ¿Qué más se suponía que podían pensar?

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