
Chapter 16
La noche había llegado en la mansión Targaryen.
Todo era tranquilo y afuera la nieve caía en silencio.
Adentro de la mansión, la chimena mágica mantenía cálido el hogar.
Rhaenyra estaba de pie junto a la ventana con una enorme sonrisa, sus pensamientos estaban entre la incertidumbre y el torrente de emociones que Daemon le despertaba.
Él estaba detrás de ella, y la abrazó con cuidado.
—¿En qué piensas? —preguntó Daemon con voz suave, aunque había un matiz de vulnerabilidad en ella.
Rhaenyra giró la cabeza para mirarlo. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y nerviosismo.
—En lo improbable que parece todo esto... pero también en lo correcto que se siente- dijo ella sorniendo, sintiendo que todo lo que soñaba se hacia realidad.
Pensó que él no sentía nada por ella, pensó que él la odiaba por alguna razón, pero ahora sabía que él sentía lo mismo que ella, que ahora estaban juntos.
Daemon dio un paso más, acortando la distancia entre ellos. Sus manos se posaron suavemente en la cintura de ella, y al sentir su tacto, Rhaenyra dejó escapar un suspiro que llevaba atrapado todo el día.
—Rhaenyra... —dijo él, su voz ahora baja, casi ronca—. Esto que tenemos... ¿Estás segura? Quiero ofrecerte el mundo, pero yo he vivido, y tú...- dijo él y ella sonrió.
- Tú eres todo lo que quiero- dijo ella mirándolo a los ojos y él sonrió.
Daemon no respondió con palabras. En lugar de eso, inclinó su cabeza y la besó. Un beso que no contenía dudas ni restricciones, solo pasión y promesas no dichas. Rhaenyra respondió con igual fervor, entregándose completamente a él, dejando que todas las barreras que había construido se derrumbaran.
Esa noche, ambos se fueron a la habitación y ella fue suya. Fue el inicio de algo que ninguno de los dos podría deshacer, algo que no se trataba solo de deseo, sino de una conexión que ambos habían negado por demasiado tiempo.
Ella jamás olvidaría esa noche, su dulzura, su pasión, el cuidado y amor con que él la trató.
Cuando el primer rayo de sol iluminó la habitación, Daemon despertó antes que Rhaenyra. Ella dormía plácidamente a su lado, con una expresión de calma que lo hacía olvidar cualquier tormenta que pudiera venir. Por un instante, se permitió solo mirarla, grabando en su mente cada línea de su rostro, cada mechón de su cabello desordenado sobre la almohada.
Era un momento perfecto, pero también frágil. Algo dentro de él, una fuerza que no había sentido en años, comenzaba a tomar forma. Quería más.
Daemon se levantó con cuidado para no despertarla. Se vistió en silencio y caminó hacia el balcón, donde el aire frío de la mañana lo golpeó con fuerza. Sus pensamientos eran un torbellino.
Había hablado con Laena hacía solo unos días. Ambos sabían que su matrimonio no era más que un pacto político, y ambos estaban de acuerdo en que merecían algo más que eso. Felicidad. Amor verdadero. Laena le había sonreído con ese aire despreocupado que siempre llevaba consigo y le había dicho que Harwin era su camino, así como Rhaenyra era el suyo.
Pero ahora, frente al amanecer, las dudas lo atacaban.
¿Estaba siendo egoísta? ¿Estaba arrastrando a Rhaenyra a una vida llena de problemas, rumores y peligros? ¿Era él lo suficientemente bueno para ella?
"Ella merece más de lo que yo puedo darle," pensó, apretando el borde del balcón. Pero al mismo tiempo, otra verdad se impuso. Rhaenyra lo hacía querer ser mejor. Querer cambiar. Y eso era algo que no podía ignorar.
Cuando volvió a entrar en la habitación, Rhaenyra estaba despierta. Sus ojos lo buscaron de inmediato, y al encontrarlo, una sonrisa se dibujó en su rostro.
—¿Siempre te levantas tan temprano? —preguntó ella, con la voz adormilada.
Daemon dejó escapar una leve risa y se sentó al borde de la cama.
—Suelo hacerlo- dijo él disculpándose y ella sonrió.
Rhaenyra se incorporó, sujetando las sábanas sobre su cuerpo, y lo miró con curiosidad.
—¿Algo te preocupa?- preguntó ella notando su mirada.
Daemon negó con la cabeza al principio, pero luego suspiró.
—No exactamente. Solo pienso en lo que viene- dijo él sabiendo la tormenta que ambos tendrían encima.
Ella lo miró en silencio por un momento, estudiando cada expresión de su rostro. Finalmente, tocó su mano.
—Daemon, no sé qué va a pasar después de esto. Pero sé que no me importa, siempre y cuando estés conmigo- dijo ella sonrojada.
Su confesión lo desarmó, y por un momento, todas las dudas desaparecieron. Ella lo escogía a él. No porque fuera lo más fácil, sino porque lo quería.
Daemon se inclinó y besó su frente, dejando que el momento hablara por él. Sabía lo que quería hacer, lo que debía hacer. Pero no ahora. Había tiempo para todo, y este momento era solo suyo.
El sol de la mañana apenas había alcanzado su punto más alto cuando Daemon salió de la mansión. Había dejado a Rhaenyra aún en la cama, con la promesa de que regresaría antes de la tarde. Ella lo había mirado con una sonrisa somnolienta y le había dicho que tuviera cuidado. Si tan solo supiera lo que él planeaba.
Daemon caminó por las calles cubiertas de nieve, con una decisión que alegraba su corazón.
Esa mañana, había tomado una determinación: pedirle a Rhaenyra que fuera su esposa.
Lo habían hablado con Laena, tenían que divorciarse y lo harían, para que ella pudiera ser feliz con Harwin, y él pudiera casarse con Rhaenyra si es que ella elegía una vida a su lado.
Había pasado demasiado tiempo evitando lo que sentía, dudando de si era digno de ella. Pero ahora lo sabía. No podía dejar pasar la oportunidad de tener algo real, algo verdadero.
Entró a una pequeña joyería mágica en el callejón Diagon. Era discreta, pero los anillos en los escaparates brillaban como si contuvieran luz propia. Daemon examinó cada uno con cuidado, hasta que vio el indicado: un anillo de oro blanco con un zafiro que brillaba como fuego atrapado en hielo.
—Ese, lo llevaré —dijo al dependiente, colocando un puñado de galeones sobre el mostrador sin siquiera contar.
El vendedor envolvió el anillo con rapidez, pero antes de que pudiera entregárselo, algo ocurrió. Un destello rojo iluminó la tienda, y la puerta se abrió de golpe.
—Daemon Targaryen, estás bajo arresto- dijeron de repente y él no comprendía que ocurría.
Daemon se giró bruscamente, encontrándose frente a un grupo de aurores vestidos con túnicas negras, con las varitas apuntándole directamente al pecho.
—¿Arresto? —repitió, incrédulo, dando un paso atrás. Su tono era mordaz, pero sus ojos estaban afilados, calculando cada movimiento de los aurores. —¿De qué demonios están hablando?
Uno de ellos, un hombre alto y severo con una cicatriz en el rostro, dio un paso al frente.
—Por orden del Rey Viserys y el Ministro de Magia, quedas detenido- dijo uno de los aurores.
Daemon sintió que la sangre hervía en sus venas. Viserys. Su propio hermano.
—¿Con qué cargos? —exigió, su voz resonando con furia contenida.
—No estamos autorizados a discutirlo- dijeron ellos simplemente.
Por supuesto, alguien como él jamás se rendiría sin luchar, sin poder saber de qué se le acusaba, pero la suerte no estaba de su lado esa mañana.
Antes de que pudiera reaccionar, otro destello de luz lo alcanzó. Daemon sintió cómo sus músculos se tensaban y caía al suelo, incapaz de moverse. Su mente estaba nublada por la rabia, pero una única idea perforaba su confusión: Rhaenyra.
El juicio fue una farsa.
Lo llevaron directamente a una sala del Ministerio de Magia, un lugar oscuro e imponente con gradas llenas de magos y brujas que observaban en silencio. En el centro, una silla con cadenas esperaba a Daemon.
Intentó luchar cuando lo colocaron allí, pero las cadenas mágicas se envolvieron alrededor de sus muñecas y tobillos, inmovilizándolo.
Viserys estaba allí, sentado en un trono improvisado. No llevaba corona, pero su autoridad llenaba la sala. Su rostro era serio, pero sus ojos delataban algo más: culpa.
—¿Vas a explicarme esto, hermano? —gruñó Daemon, con el sarcasmo afilado en su tono. —¿O simplemente vas a jugar a ser rey y juez?
Viserys no respondió de inmediato. Otto Hightower, de pie a su lado, intervino.
—Daemon Targaryen, estás acusado de conspirar contra la corona y de poner en peligro la estabilidad del mundo mágico- dijo Otto Hightower rápidamente.
Daemon soltó una carcajada amarga.
—¿Conspirar? ¿Estabilidad? ¿Eso es lo mejor que puedes inventar, Otto?- preguntó Daemon queriendo matar con sus propias manos a ese sujeto, sin una varita, sin un dragón, quería despedazarlo con sus propias manos.
El ministro de magia golpeó su varita contra el suelo, pidiendo silencio.
—Esto no es un debate, príncipe Daemon. Las pruebas están claras- dijo el ministro y Daemon no entendía de qué pruebas hablaban.
Daemon escupió al suelo frente a ellos.
—No tienes pruebas de nada. No las necesitas, ¿verdad? Esto es solo otro juego de poder, otra excusa para culparme de cosas que no he hecho- dijo Daemon mirando directamente a su hermano.
Viserys finalmente habló, su voz quebrada por algo que no era del todo ira.
—Daemon, esto es por el bien del reino. No puedes seguir comportándote de esta manera.Te advertí que te alejaras de mi hija, te pedí volver para que la protegieras, no para que la pusieras en peligro nuevamente- dijo Viserys rápidamente- Pensé que podía confiar en ti, que habías cambiado, que Laena y tú estaban enamorados, pero ambos no son más que una farsa.
- Deja a Laena fuera de esto, y si me culpas de amar a Rhaenyra, la amo, perdidamente- dijo Daemon reconociéndolo frente a todos
La mención de su amor por Rhaenyra hizo que un murmullo recorriera la sala. Viserys apretó los labios, pero no respondió.
Entonces, el injusto veredicto llegó rápidamente. Sin defensa, sin posibilidad de apelación. Daemon Targaryen fue sentenciado a Azkaban, condenado por crímenes que nunca cometió, en un juicio que nunca fue real.
Solo era una forma de tenerlo controlado y alejado para siempre de Rhaenyra.
Cuando lo arrastraron fuera del tribunal, Daemon luchó con todas sus fuerzas. No por él mismo, sino por Rhaenyra. No podía dejarla sola, no después de todo lo que habían compartido.
Ella no entendería por qué él no había regresado. Ella estaba esperándolo.
—¡Viserys! —gritó, su voz reverberando en los pasillos fríos. —¡Eres un cobarde! ¡Esto no es por el reino, es por tu miedo a que alguien sea más feliz que tú!
Viserys no respondió. No pudo.
Cuando lo subieron a un carruaje encantado rumbo a Azkaban, Daemon dejó que el silencio lo envolviera. Sus pensamientos volvieron a Rhaenyra, al anillo que nunca llegó a entregarle, a la vida que había imaginado junto a ella.
"No permitiré que esto sea el final," juró para sí mismo. "Rhaenyra, volveré contigo."
Cuando llegaron a Azkaban, pensó que todo terminaría, que de alguna manera Laena y Rhaenyra se enterarían que estaba allí. Pero no eran todos los planes de Otto Hightower y Viserys.
Lo torturaron con la maldición Cruciatus para que escribiera una carta a Rhaenyra y Laena diciéndoles que se iba lejos.
Pero a pesar del dolor, a pesar del sufrimiento agonizante, él no cedió. Probablemente era uno de los pocos magos que podía resistir la maldición Cruciatus y no ceder.
Finalmente, tuvieron que utilizar la maldición Imperius en él, y débil por la anterior maldición, no pudo resistirse esa vez.
El dolor de estar bajo la maldición Imperius se hizo aún más insoportable cuando Daemon tuvo que escribir las cartas. Cada palabra le desgarraba el alma, cada frase se sentía como una traición, y lo peor de todo era que no tenía control sobre sus propias manos. Sin embargo, mientras la maldición lo controlaba, algo dentro de él permanecía despierto, consciente de la injusticia de la situación, pero también sabiendo que no podía resistirse a esa fuerza que lo arrastraba hacia donde no quería ir.
Tomó la pluma y, con la mente nublada, comenzó a escribir la carta para Rhaenyra.
Para Rhaenyra,
"Rhaenyra,
Sé que esto será un golpe doloroso, pero no tengo otra opción. Estoy lejos, fuera de tu alcance, y no quiero que me busques ni intentes comprender por qué lo hice. Las cosas entre nosotros jamás serán lo que deseas, y me temo que mi presencia en tu vida solo traerá más caos. Te mereces algo más que lo que yo puedo ofrecerte.
Si alguna vez pensaste que esto sería un cuento de hadas, lamento decirte que los sueños nunca se hacen realidad para los que nacieron en este mundo. La vida me ha enseñado que la pasión no siempre es suficiente para mantener a las personas juntas. Yo soy un hombre destruido, y te he arrastrado conmigo en mi caída.
Mi único deseo ahora es que sigas adelante sin mí. Libérate de las ilusiones que creíste que tenías conmigo, y encuentra tu paz lejos de mi sombra. Yo no puedo darte lo que buscas. Nunca podré ser el hombre que necesitas.
Daemon."
Al terminar la carta, Daemon sintió un vacío profundo en su pecho, una sensación de haber destruido algo irremplazable. Sabía que esas palabras romperían el corazón de Rhaenyra, pero también sentía que, en su dolor, ella entendería que no había otra opción. Se sentó, agotado, y un dolor punzante en el estómago lo llenó de desesperación.
La carta a Laena, aunque menos cruel, también le costó escribirla, porque aún sentía la responsabilidad de lo que había hecho. La maldición Imperius lo obligó a ser directo, y sin poder evitarlo, comenzó a escribir.
Para Laena,
"Laena,
Lo siento. Lo siento mucho, pero esto ya no puede seguir. El peso de lo que he hecho me ha sobrepasado, y ya no puedo seguir atado a una vida que nunca fue realmente mía. A pesar de todo lo que compartimos, nunca fue suficiente para darme la paz que ambos merecemos.
No quiero que sigas viviendo bajo esta falsa idea de lo que somos, porque no podemos seguir engañándonos a nosotros mismos. Te debo una disculpa, por todo el daño que causé, pero necesito que sepas que no quiero seguir siendo el hombre que te prometió algo que no podía cumplir.
Tu felicidad está en otro lugar, tú felicidad y también la de Rhaenyra. Por favor, sé feliz y cuida de nuestras hijas
Daemon."
Cuando terminó la carta, la dejó caer, su cuerpo temblando por el agotamiento emocional. La maldición había sido más difícil de lo que pensaba. Había dicho cosas que no sentía, cosas que sabía que no eran verdad, pero no pudo evitarlo. El control ya no estaba en sus manos.
Sintió cómo los aurores tomaban las cartas, llevándolas con rapidez y sin compasión, y entonces, el peso de lo que había hecho lo aplastó.
Había escrito incluso esas cartas en alto valyrio, nadie creería que no fue él quien escribió esas cartas.
Lucho contra los aurores, pero lo encadenaron a una de las peores celdas de Azkaban, una celda capaz de contenerlo a él y a todo su poder.
Bloquearon con magia su presencia allí para que Laena no pudiera rastrearlo y tampoco Caraxes.
Desapareció del mundo ese día, y nadie, nadie sabría que estaba allí.
Para Laena, sus hijas y Rhaenyra, él se habría ido sin dejar huella, huído como un cobarde cansado de pelear contra el mundo.
Viserys Targaryen había roto todo a su alrededor en su habitación.
El peso de lo que había hecho lo carcomía por dentro y ni siquiera Alicent pudo calmarlo.
Su conciencia lo atormentaba. ¿Qué había hecho?
¿Era lo correcto? ¿o realmente había caído en las manipulaciones de Otto Hightower?
Rhaenyra por su parte miraba la puerta esperando a su tío. Había dicho que volvería, pero él no llegaba.
¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba él?
Y en ese momento, Laena apareció con los ojos llorosos y una carta para Rhaenyra que acababa de llegar.
- Rhaenyra, él se ha ido- dijo Laena sin comprender, sin querer creerlo.
¿Qué había pasado? ¿Él realmente se había ido?
- ¿Qué?- preguntó Rhaenyra tomando la carta y cuando terminó de leerla, su corazón estaba tan roto, que ella se desmayó frente a Laena y no volvió a levantarse en un par de días, tumbada por el dolor en su corazón.
¿Por qué? ¿Por qué él la había abandonado?