La eternidad de los dragones

House of the Dragon (TV) Harry Potter - J. K. Rowling
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La eternidad de los dragones
Summary
Crossover de House of the dragon con el mundo mágico de Harry Potter (Porque la autora anda creativa jaja)Rhaenyra Targaryen, la heredera al trono del mundo mágico, cursa su sexto año en Hogwarts, donde nunca se ha sentido aceptada, especialmente tras ser seleccionada para Ravenclaw en lugar de la tradicional Slytherin de su familia. Su vida se complica cuando su tío Daemon, con quien tiene un pasado complicado, regresa como jefe de Slytherin en medio de crecientes ataques contra Muggles que amenazan con desatar el caos. Rhaenyra deberá enfrentar secretos familiares y su propia oscuridad mientras el destino del reino pende de un hilo.
Note
¡Hola a todos! Les traigo uno de los fanfics más difícil que he escrito de House of the dragon jajaja llevo meses en esto y soltaré algunos capítulos en este mes. Es un Crossover en realidad, con el mundo mágico de Harry Potter. No estarán los personajes de Harry Potter obviamente, porque este fic está inspirado unos 15 a 20 años antes de los sucesos de esas películas y libros. Pero si estarán algunos profesores más jóvenes y todo jaja. Me lo habían pedido unas 15 personas que hiciera algo así, y como me gustan ambas sagas, lo hice jaja.Me ha costado amoldar a los personajes, así que si tienen ideas que les gustaría aportar, no duden en hacerlo.Espero les guste estre prólogo y por favor, comenten jeje en serio, si no veo comentarios me declararé frustrada y me retiraré de la página jajajajaja broma. o tal vez no.Besos y abrazos.
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Chapter 15

La puerta de la habitación se abrió suavemente, y Rhaenyra, que estaba aún absorta en el torbellino de emociones tras el beso con Daemon, levantó la vista para encontrarse nuevamente con Laena. Esta vez, su expresión era distinta. Su habitual semblante sereno estaba teñido de algo más profundo, algo que parecía una mezcla de determinación y vulnerabilidad.

—¿Puedo entrar? —preguntó Laena en un tono suave, casi tímido.

Rhaenyra asintió, aunque no estaba segura de lo que venía. Laena cerró la puerta tras de sí y se sentó al borde de la cama, dejando un espacio entre ellas.

—Quiero hablar contigo —comenzó, mirando a Rhaenyra con seriedad—. Pero, por favor, escucha todo antes de sacar conclusiones.

El corazón de Rhaenyra latió con fuerza. ¿Qué podía ser tan importante como para que Laena regresara después de lo que había pasado?

—Lo que ocurrió con Daemon... —dijo Laena, sus palabras cuidadosamente escogidas—. No me sorprende.

Rhaenyra la miró con confusión, pero no dijo nada.

Laena respiró hondo antes de continuar.
—Hay algo que necesitas saber, algo que probablemente ya sospechas desde hace un tiempo. Harwin y yo... somos amantes.

La confesión cayó como un rayo en la habitación, pero no fue el golpe devastador que Laena había esperado. Rhaenyra cerró los ojos por un momento, dejando escapar un suspiro que había estado reteniendo.
—Lo vi... en Hogwarts —admitió Rhaenyra finalmente, su voz baja pero firme—. Cuando creían que nadie los observaba.

Laena parpadeó, sorprendida, pero no negó nada.
—Entonces sabes que mi matrimonio con Daemon no es lo que parece. No es un matrimonio real, sino un acuerdo político. Él lo sabe. Yo lo sé. Y ahora tú también lo sabes.

Rhaenyra la miró, buscando alguna señal de mentira, pero no la encontró. La sinceridad de Laena era palpable, casi dolorosa.

—¿Por qué estás diciéndome esto ahora? —preguntó Rhaenyra, su voz temblando ligeramente.

Laena dejó escapar una pequeña risa amarga.
—Porque mereces saber la verdad, o al menos parte de ella. Sobre por qué Daemon y yo estamos juntos, eso le corresponde a él decírtelo. Pero hay algo que sí puedo decirte.

Se inclinó un poco hacia adelante, sus ojos clavados en los de Rhaenyra.
—Daemon está enamorado de ti- dijo Laena sabiendo que Daemon estaría muy molesto cuando se enterara que había hablado con Rhaenyra, pero él merecía ser feliz.

Y solo lo sería, si podía estar al lado de Rhaenyra.

Rhaenyra sintió que el aire abandonaba sus pulmones.
—¿Qué? —susurró, su voz apenas un hilo.

—Te ama, Rhaenyra —repitió Laena con una suavidad que contrastaba con el peso de sus palabras—. Siempre lo ha hecho, aunque nunca lo haya dicho en voz alta. Pero también tiene miedo, un miedo que lo consume. Miedo de hacerte daño, miedo de que no sea lo que mereces.

Rhaenyra apartó la mirada, procesando las palabras de Laena. Su corazón estaba en llamas, sus pensamientos enredados en un torbellino de emociones.

—Él... nunca me lo ha dicho —murmuró, más para sí misma que para Laena.

—Porque cree que te está protegiendo al no hacerlo —respondió Laena con tristeza—. Daemon no es perfecto, Rhaenyra. Está roto en muchos sentidos, pero contigo... contigo es diferente.

Rhaenyra volvió a mirar a Laena, sus ojos llenos de dudas.
—¿Por qué me dices esto, Laena? ¿Por qué no estás... molesta?

Laena sonrió, una sonrisa pequeña pero llena de significado.
—Porque quiero que Daemon sea feliz. Y porque sé que tú también lo amas.

Las palabras golpearon a Rhaenyra con la fuerza de una verdad innegable. No respondió de inmediato, pero Laena no esperaba que lo hiciera.

—Hablar con él no será fácil —añadió Laena, poniéndose de pie—. Pero si alguien puede atravesar las barreras que Daemon ha construido, eres tú.

Se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se volvió una vez más hacia Rhaenyra.
—No lo juzgues demasiado duro, Rhaenyra. La lucha que lleva dentro es más grande de lo que imaginas.

Y con eso, Laena salió de la habitación, dejando a Rhaenyra sola con su corazón latiendo desbocado y un millón de preguntas sin respuesta.

Al día siguiente, el sol apenas había comenzado a filtrarse por las ventanas de la mansión Targaryen cuando Daemon buscó a Rhaenyra. Su rostro mostraba una mezcla de frustración y pesar , como si llevara días luchando contra si mismo.

La encontró en uno de los jardines traseros, sentada bajo un árbol, sus ojos perdidos en el horizonte.

—Rhaenyra, tenemos que hablar —dijo, su voz firme pero con un leve temblor que no podía ocultar.

Ella levantó la vista, sorprendida al verlo, pero se enderezó en su lugar.
—Si es sobre lo que Laena me contó anoche... —comenzó, pero Daemon la interrumpió.

—Sí, es sobre eso. Y antes de que digas nada, no fue su lugar hacerlo. Yo debería haberte dicho todo desde el principio —dijo, pasando una mano por su cabello con evidente frustración.

Rhaenyra lo miró con calma, pero sus palabras fueron firmes.
—Agradezco que Laena lo hiciera, Daemon. Porque, si te soy honesta, no sé si tú alguna vez lo hubieras hecho- dijo ella nerviosa, su corazón palpitaba rápidamente.

Ni siquiera podía creer que él sentía algo por ella. Era lo que siempre había soñado, él era todo lo que quería, y pensaba que era indiferente a ella, pero no era así, y ni siquiera sabía que pensar.

Él apretó la mandíbula, claramente afectado por la verdad de sus palabras. Dio un par de pasos hacia ella, pero luego se detuvo, como si temiera acercarse demasiado.

—¿Sabes lo que hizo el Ministerio? —preguntó finalmente, sus ojos encontrando los de ella.

Ella negó con la cabeza.

Daemon respiró hondo antes de continuar.
—Quisieron obligarme a casarme con Rhea Royce. Decían que era la elección adecuada, una unión estratégica que beneficiaría a ambas partes. Pero yo... no pude. Simplemente no podía- dijo Daemon y Rhaenyra comprendió.

Rhaenyra lo observó con atención, notando la tensión en su voz, la forma en que evitaba mencionar ciertos detalles.

—Entonces huiste con Laena- dijo Rhaenyra sorprendida sin siquiera necesidad de que él lo dijera.

Él asintió lentamente.
—Sí. Laena y yo... hicimos un pacto. Ella necesitaba escapar de su propia prisión, y yo de la mía. Nuestro matrimonio nunca fue más que eso, lo intentamos, pero simplemente, no nos amábamos- dijo Daemon siendo sincero con Rhaenyra.

Culpándose por eso, se suponía que debía protegerla, y sin embargo estaba allí, arriesgándose, tirando todo por la borda, porque era incapaz de alejarse de ella.

Daemon evitó mencionar la parte más dolorosa, cómo Viserys lo había desterrado, cómo su propio hermano había sido quien le dio la espalda. No quería empañar la imagen que Rhaenyra tenía de su padre.

—¿Y por qué nunca me lo dijiste? —preguntó Rhaenyra, su voz apenas un susurro.

Daemon se acercó a ella, finalmente acortando la distancia que los separaba. Sus ojos estaban llenos de arrepentimiento.
—Porque no quería arrastrarte a mis sombras, Rhaenyra. Porque pensé que merecías algo mejor que un hombre que ha pasado toda su vida huyendo.

Rhaenyra lo miró, sus ojos brillando con una intensidad que casi lo hizo retroceder.
—No quiero algo mejor, Daemon. Te quiero a ti.

Él pareció quedarse sin palabras por un momento, sus labios entreabiertos, sus ojos buscando alguna señal de duda en los de ella. Pero no encontró ninguna.

—Rhaenyra... —comenzó, pero ella lo interrumpió.

—Eres la única persona que podré amar alguna vez en mi vida. ¿No lo entiendes? —dijo, su voz cargada de emoción—. No me importa lo que pienses que merezco. Eres tú. Siempre has sido tú.

Daemon cerró los ojos, como si sus palabras lo golpearan en el lugar más profundo de su ser. Cuando los abrió, su mirada estaba llena de algo que Rhaenyra nunca había visto en él: esperanza.

Sin decir una palabra más, se inclinó hacia ella y la besó. Fue un beso lleno de todo lo que no se habían dicho, de todos los sentimientos que habían reprimido durante tanto tiempo. Sus manos se entrelazaron, y por un momento, el mundo pareció detenerse.

Cuando se separaron, ambos estaban sin aliento, pero no dejaron de mirarse. Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Daemon, y Rhaenyra no pudo evitar devolverle el gesto.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó ella, con una mezcla de timidez y felicidad.

Daemon acarició su mejilla con el dorso de su mano, su mirada llena de una calidez que rara vez mostraba.
—Lo que tú quieras, Rhaenyra. Pero esta vez, no pienso dejarte ir- dijo él perdiendo la batalla contra si mismo.

Ambos se quedaron allí, sonriendo y con el corazón más ligero, sabiendo que finalmente habían dejado de huir de lo que siempre habían sabido.

Más tarde, el jardín estaba cubierto de un manto de nieve, y las ramas de los árboles desnudos parecían rendirse al peso del invierno. Harwin, Laena, Daemon y Rhaenyra estaban de pie junto a una banca de hierro forjado, envueltos en capas gruesas, con bufandas que apenas dejaban entrever sus rostros. A lo lejos, Baela y Rhaena construían un muñeco de nieve, sus risas resonando entre el aire helado, indiferentes al frío que enrojecía sus mejillas.

Laena respiró profundamente, el vapor escapando de sus labios, y llamó a las niñas. Estas acudieron corriendo, dejando atrás sus guantes olvidados en el suelo. Sus ojos brillaban con esa inocencia tan característica, pero al mismo tiempo parecían esconder una sabiduría que los adultos no sospechaban.

Daemon les lanzó una mirada nerviosa a Laena, quien respondió con un leve asentimiento. Luego miró a Rhaenyra, quien simplemente le apretó el brazo, dándole ánimos.

—Baela, Rhaena... —empezó Daemon, su voz grave y ligeramente tensa—. Hay algo importante que necesitamos contarles.

Las niñas intercambiaron miradas traviesas, y antes de que Daemon pudiera continuar, Baela soltó una risita.

—¿Qué ocurre? —preguntó Rhaenyra, arqueando una ceja mientras intentaba entender la reacción de la niña.

—¿De verdad creen que no lo sabíamos? —dijo Baela, con una sonrisa tan amplia que revelaba un pequeño diente recién perdido.

Ahora Rhaena también reía, tapándose la boca con las manos enguantadas. Harwin, que hasta entonces había mantenido una postura seria, no pudo contenerse más y soltó una carcajada, casi doblándose de la risa.

—¡Harwin! —exclamó Laena, furiosa, girándose hacia él. Pero su furia solo creció cuando lo vio reír más fuerte, incapaz de detenerse.

—¡Tú lo sabías! —le acusó, alzando su varita y apuntándole.

Harwin levantó las manos, retrocediendo con una sonrisa divertida. —¡No sabía que ellas lo sabían! ¡Lo juro!

Pero Laena ya no escuchaba razones. —¡Harwin Strong, más vale que corras!

Harwin salió disparado por el jardín, resbalando en la nieve mientras Laena lo perseguía, lanzando pequeños hechizos que chisporroteaban a su alrededor sin causarle daño real. Las niñas observaron la escena entre risas, claramente disfrutando el caos.

Daemon se llevó una mano a la cara, negando con la cabeza, mientras Baela y Rhaena se le acercaban, abrazándolo por los costados.

—¿Cómo supieron? —preguntó finalmente, mirando a sus hijas con una mezcla de asombro y ternura.

—Papá, no somos tontas —respondió Baela con un encogimiento de hombros.

—Solo queríamos que ustedes fueran felices —añadió Rhaena, con una seriedad que parecía demasiado madura para su edad.

Daemon se quedó quieto, sintiendo cómo el hielo bajo sus pies parecía menos frío con aquellas palabras. Se inclinó y besó las frentes de ambas, apretándolas en un abrazo mientras sus ojos brillaban con algo más que la luz del invierno.

En la distancia, el eco de los hechizos y la risa de Laena y Harwin todavía resonaba, pintando el cuadro perfecto de una familia que, a su manera, intentaba encontrar la felicidad.

Fuera del calor y la alegría de la mansión Targaryen, en las sombras heladas de la noche invernal, unos ojos atentos observaban cada movimiento. Los espías de Viserys, cuidadosamente colocados, vigilaban cada gesto, cada risa compartida entre Daemon y Rhaenyra, cada mirada que hablaba de un vínculo más profundo de lo que el rey estaba dispuesto a tolerar.

En la Fortaleza Roja, Viserys estaba sentado frente a la chimenea, su rostro iluminado por el fuego, pero ensombrecido por la preocupación. En silencio sostenía las imágenes y reportes traídos por sus informantes. A su lado, Otto Hightower permanecía de pie, las manos cruzadas detrás de la espalda, con una expresión solemne que ocultaba un brillo de satisfacción en sus ojos.

—Mi rey, no puedo dejar de notar lo... inapropiado de esta cercanía entre Rhaenyra y el príncipe Daemon —dijo Otto con una voz suave pero firme—. Su hija, nuestra heredera, no puede permitirse este tipo de asociación- dijo Otto sabiendo que este sería el fin de Daemon Targaryen, luego cuando él no estuviera, sacar a Rhaenyra de la sucesión sería fácil.

Viserys apretó los labios, su mirada fija en el fuego, como si buscara en las llamas las respuestas a un dilema que lo atormentaba.

—Es mi hermano, Otto. ¿Qué clase de rey sería si no confío en mi propia sangre?- preguntó Viserys aún intentando apelar por su hermano.

Otto dio un paso hacia adelante, inclinándose ligeramente, como si quisiera transmitir su consejo con mayor urgencia.

—Con el debido respeto, mi rey, Daemon no ha hecho nada para ganarse esa confianza. Su historia está llena de desobediencia, de actos que ponen en peligro la estabilidad de la corona. Si permites que esto continúe, no solo será tu hermano quien se vea afectado... será el reino entero- dijo Otto sabiendo que ganaría esta batalla.

Viserys respiró profundamente, los recuerdos de los muchos deslices de Daemon pesando en su mente. Sabía que Otto tenía razón, pero admitirlo le costaba.

—Rhaenyra se casará con Laenor Velaryon —declaró finalmente, con un tono que buscaba convencerse a sí mismo tanto como a su Mano—. Esa alianza es lo que el reino necesita.

Otto asintió con aprobación, aunque en su interior celebraba la influencia que había logrado ejercer sobre el rey. —Una elección sabia, mi rey. Pero si me lo permites, debo preguntar: ¿qué harás con Daemon?

Viserys cerró los ojos brevemente, luchando contra los sentimientos contradictorios que lo consumían. Cuando volvió a abrirlos, su resolución era clara, aunque su voz temblaba ligeramente al hablar.

—Daemon... tendrá lo que merece. No permitiré que ponga en riesgo todo por lo que hemos trabajado.

Otto se enderezó, su satisfacción apenas contenida.

—Tu sabiduría guía a este reino, mi rey. Y tu firmeza asegurará que permanezca unido- dijo Otto con una mirada de supuesto pesar, pero sonriendo en su interior.

Mientras tanto, en la mansión Targaryen, la familia disfrutaba de una felicidad que no sabían que estaba bajo amenaza. La nieve caía suavemente afuera, cubriendo el mundo en un manto blanco, mientras en la Fortaleza Roja se gestaban los planes que pondrían en peligro todo lo que habían construido.

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