
Chapter 5
Rhaenyra Targaryen avanzaba por los pasillos de Hogwarts con el ceño fruncido. Había pasado una mala noche y el desayuno no había ayudado. Apenas había tomado un par de tostadas antes de que la profesora McGonagall, con su andar siempre enérgico, se detuviera frente a ella.
—Señorita Targaryen, le recuerdo que tiene clase de pociones con el profesor Slughorn en cinco minutos. Le sugiero que no se retrase.
Rhaenyra asintió sin muchas ganas y apresuró el paso. Al llegar al aula del sótano, la atmósfera cálida y cargada de olores ácidos la envolvió. Buscó un lugar donde sentarse y terminó al lado de Severus Snape. El chico apenas le dedicó un vistazo antes de hundirse en sus propios pensamientos.
El profesor Slughorn comenzó la clase explicando la preparación de una poción de curación avanzada. Rhaenyra se inclinó hacia su caldero, concentrándose en las instrucciones, pero no pudo evitar notar cómo Severus movía su varita con destreza y perfección, agregando los ingredientes en el momento exacto.
—Estás haciendo un buen trabajo,—le dijo en voz baja, sin mirar directamente a él.
Snape no respondió de inmediato, pero finalmente asintió ligeramente.
—El acónito se agrega antes de la bilis de armadillo. Así evitarás que se coagule,—murmuró, sin levantar la vista de su trabajo.
Rhaenyra siguió su consejo y observó cómo su pociones empezaban a tomar el color y consistencia correctos. Mientras trabajaban en silencio, se dio cuenta de que los ojos de Snape se desviaban de vez en cuando hacia Lily Evans, que estaba al otro lado de la clase. La expresión de su rostro era un torbellino de emociones contenidas.
—Es una chica hermosa,—comentó Rhaenyra, con una pequeña sonrisa.
Snape no respondió. Su expresión se endureció, y después de un momento de tensión, regresó a su poción. Rhaenyra había escuchado los rumores: la amistad entre Lily y Severus había terminado de forma abrupta cuando él la llamó "sangre sucia". Desde entonces, el distanciamiento era evidente, aunque la forma en que Severus la miraba dejaba en claro que sus sentimientos no habían cambiado.
Cuando la clase terminó, los estudiantes comenzaron a salir. Rhaenyra guardó sus cosas con calma, pero notó cómo un grupo se quedó rezagado. Sirius Black, James Potter y Remus Lupin habían rodeado a Snape.
—¿Qué tal tu "poción perfecta", Snivellus? ¿Vas a usarla para lavar ese cabello grasiento?—se burló Sirius, riendo mientras los demás se unían a las risas.
Snape apretó los labios, intentando ignorarlos, pero Sirius sacó su varita con un destello travieso en los ojos.
—Tal vez deberíamos darle un poco de brillo. ¿Qué dices, James?
Antes de que pudiera hacer algo, Rhaenyra levantó su propia varita y desarmó a Sirius con un movimiento rápido.
—¿No tienes nada mejor que hacer, Black?—dijo, con un tono gélido mientras el arma de Sirius aterrizaba en su mano.
Sirius la miró sorprendido, pero luego esbozó una sonrisa divertida.
—Vaya, la princesa Targaryen viene al rescate. ¿Estás buscando sumar puntos para Ravenclaw, o simplemente te molesta nuestra forma de divertirnos?
Rhaenyra se acercó, devolviéndole la varita con un gesto desafiante.
—Tal vez simplemente no soporto a los matones inmaduros que necesitan una audiencia para sentirse importantes.
James soltó una carcajada, y Remus se tapó la boca con la mano para disimular su sonrisa. Sirius, lejos de molestarse, pareció encontrar la situación intrigante.
—Tienes agallas, princesa,—comentó, inclinando la cabeza con algo que casi parecía admiración.
Rhaenyra rodó los ojos y se dio la vuelta. Para entonces, Snape ya había salido del aula, sin una palabra de agradecimiento. Rhaenyra no esperaba nada más.
—Idiotas,—murmuró para sí misma, antes de salir también. No estaba allí para hacer amigos, y eso estaba bien para ella.
Rhaenyra entró al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras con una mezcla de emociones: irritación, anticipación, y una pizca de resignación. No era un secreto que detestaba esta clase, pero no por el contenido. Era por quien impartía la materia.
Daemon sabía que su sobrina lo detestaba por la forma en que la trataba, pero era mejor así. Tampoco podía darle preferencia, incluso la trataría más estrictamente que a cualquier otro estudiante.
Rhaenyra se podría frustrar por eso, pero al final de cuentas, era lo mejor para ella.
—Bien, hoy nos enfocaremos en el combate práctico —anunció Daemon, con esa voz baja y controlada que parecía un rugido contenido—. ¿Alguien aquí cree que puede defenderse adecuadamente? Vamos a probarlo.
La clase murmuró emocionada. Rhaenyra suspiró, revisando los nombres en su lista mental de personas a las que evitar hacer pareja. Justo cuando se giró para buscar a alguien, la voz de Daemon resonó.
—Parejas. Y que sean rápidas.
Para su mala suerte, todos a su alrededor ya habían formado equipos. Excepto Snape. Él estaba parado al fondo del aula, con su expresión habitual de indiferencia, como si todo esto fuera una pérdida de tiempo. Rhaenyra rodó los ojos, más para sí misma que para él, y caminó hacia donde estaba.
—Parece que nos tocó trabajar juntos otra vez —dijo, cruzando los brazos.
Snape asintió con un leve movimiento de cabeza.
Daemon observó la clase por un momento antes de alzar la voz. —Lupin, Black, ¿algún voluntario para demostrar lo que saben?
Sirius y Remus intercambiaron miradas cómplices antes de que Sirius levantara la mano con entusiasmo.
—¿Contra quién, profesor? —preguntó Sirius con una sonrisa ladeada.
Daemon alzó una ceja, evaluando rápidamente la situación. Su mirada cayó sobre Rhaenyra y Snape, y Rhaenyra supo que esto no iba a terminar bien.
—Targaryen y Snape. Frente a Black y Lupin- dijo Daemon y Rhaenyra apretó los puños. Ni siquiera se dirigía a ella por su nombre, no era como si muchos profesores lo hicieran, pero le irritaba que él no la llamara Rhaenyra.
Rhaenyra bufó en silencio, mientras Sirius se giraba hacia ella con una expresión que era mitad desafío y mitad burla.
—¿Lista para perder? —le dijo Sirius con un guiño.
—¿Y tú para ser humillado? —respondió Rhaenyra con frialdad.
Daemon no esperó a que la tensión aumentara. —¡Comiencen!
El duelo comenzó con rapidez. Lupin y Sirius eran buenos, pero Rhaenyra y Snape no se quedaban atrás. Snape mostró una precisión meticulosa en sus hechizos, mientras que Rhaenyra complementaba con su rapidez y reflejos. Era evidente que ambos entendían cómo cubrir las debilidades del otro.
En un punto, Sirius trató de lanzar un hechizo especialmente elaborado, claramente más para impresionar que para ganar. Rhaenyra lo vio venir, bloqueó el ataque con facilidad y contraatacó con un "Expelliarmus" que lo desarmó en un instante.
Sirius aterrizó en el suelo con una expresión entre sorprendido y divertido. Lupin intentó intervenir, pero Snape lo paralizó con un hechizo antes de que pudiera hacer algo más.
Cuando el duelo terminó, Daemon hizo un gesto con la cabeza, aprobando su desempeño, aunque sin mostrar una pizca de favoritismo hacia Rhaenyra.
—Aceptable. Tomen asiento.
Mientras la clase se dispersaba, Sirius se levantó y le lanzó a Rhaenyra una sonrisa descarada.
—Tienes talento, princesa. Quizás deberíamos practicar juntos algún día- dijo él y Rhaenyra arqueó una ceja.
Rhaenyra lo ignoró, rodando los ojos mientras caminaba hacia su asiento.
Snape, por otro lado, le dedicó una breve sonrisa, apenas un movimiento en las comisuras de sus labios, antes de apartar la mirada.
—Buen trabajo —dijo ella en voz baja.
—Igualmente —respondió Snape, sin más, mientras ambos regresaban a sus lugares en silencio.
Era tarde, y los pasillos de Hogwarts estaban envueltos en una calma engañosa. Daemon Targaryen patrullaba como de costumbre, con pasos silenciosos y mirada afilada. No era un deber que disfrutara, pero lo cumplía. El castillo tenía su propio ritmo en la noche, y él siempre encontraba maneras de hacer que su presencia pesara sobre los estudiantes más audaces.
Esta vez, los encontró rápido. En un rincón cerca de una de las escaleras, las voces de los Merodeadores rompían el silencio. Daemon se detuvo a escuchar, oculto en las sombras.
—Te digo, jamás había visto a alguien como ella —dijo Sirius, con una mezcla de admiración y frustración en el tono—. Es... diferente. No como las demás.
—¿"Diferente"? —James alzó una ceja, burlón—. ¿Qué le pasó al Sirius Black que conocíamos? Ese que nunca miraba a una chica dos veces.
Sirius lo fulminó con la mirada, pero luego dejó escapar un suspiro pesado. —Es que no es cualquiera. Es la princesa Rhaenyra, James. La heredera al trono de los Targaryen. ¿Te das cuenta de lo absurdo que es?
Daemon sintió cómo algo en su interior se tensaba al escuchar esas palabras.
—Bastante absurdo, sí —intervino Lupin, con una sonrisa que no alcanzó a esconder su tono serio—. Ella es... bueno, ella es prácticamente intocable. Su familia está a otro nivel, Sirius. Ni siquiera sé si podrías hablarle más allá de lo estrictamente necesario.
—Lo sé —admitió Sirius, cruzando los brazos. Había una seriedad poco común en su voz—. Pero no puedo evitarlo. Es como si cada cosa que hace me dejara más... prendado. Hasta cuando me desarma en un duelo, me deja pensando en ella.
James y Peter estallaron en risas, pero Lupin negó con la cabeza. —Esto es una locura, Sirius. Su tío es Daemon Targaryen. ¿Te imaginas qué haría si supiera que tienes... interés en ella?
Daemon, oculto en las sombras, apretó los dientes. No podía evitar que los celos le quemaran el pecho. ¿"Interés"? ¿En su princesa? Sirius Black era un buen estudiante, eso era innegable. Provenía de una familia noble, una buena alianza para la corona, si alguien lo viera desde un punto de vista político. Pero para Daemon, esa idea era tan insoportable como absurda.
—Por supuesto que es imposible —dijo Sirius, con una risa amarga—. Soy un Black, pero ella es... es una Targaryen. La heredera del trono. Probablemente ya tenga algún compromiso pactado con un príncipe o alguien digno de ella. No soy tan iluso.
Daemon sintió un momento de alivio al escuchar esas palabras, pero su irritación no disminuyó. El simple hecho de que Sirius considerara cualquier posibilidad, aunque imposible, era suficiente para hacerlo hervir.
—Entonces, ¿por qué sigues insistiendo? —preguntó Peter, confundido.
—Porque no puedo evitarlo —respondió Sirius, encogiéndose de hombros con una sonrisa torcida. Luego, mirando a sus amigos, añadió—: Es como si... simplemente estuviera escrito. Aunque sé que no hay esperanza, no puedo dejar de pensar en ella.
Daemon se apartó de las sombras, su mente una tormenta de emociones. No les dijo nada, no reveló que había escuchado cada palabra. Los Merodeadores nunca supieron que él estaba allí, observando, escuchando, debatiéndose entre la razón y sus propios impulsos.
Caminó por los pasillos con pasos firmes, su capa ondeando tras de sí. Sirius Black podía soñar todo lo que quisiera. Pero Rhaenyra no era para él, ni para nadie más. No mientras Daemon tuviera algo que decir al respecto, aunque supiera que no tenía derecho a sentir lo que sentía.
Daemon caminaba por los pasillos con la mandíbula apretada, el eco de las palabras de Sirius resonando en su cabeza. ¿Prendado? ¿De Rhaenyra?. Era ridículo, y sin embargo, no podía apartar la irritación que hervía en su interior. Él no debería sentir nada de esto. Había tomado su decisión hacía mucho tiempo: la había dejado atrás, por su bien, por la estabilidad de ambos. Estaba casado, tenía dos hijas preciosas. No había espacio en su vida para la confusión que Rhaenyra despertaba en él.
Y sin embargo, aquí estaba.
Cuando su guardia terminó y se disponía a regresar a sus aposentos, algo llamó su atención. Una figura conocida, envuelta en la penumbra, se movía rápidamente por los pasillos. Rhaenyra.
Sin pensar, la alcanzó en tres largas zancadas y la tomó del brazo con fuerza, obligándola a detenerse. Sus ojos azules, llenos de sorpresa y una pizca de miedo, se encontraron con los suyos.
—¿Qué crees que estás haciendo? —gruñó él, su voz baja pero cargada de enojo.
—¡Daemon! —respondió ella, sorprendida y algo confundida—. ¿Qué te pasa? No estaba haciendo nada malo.
—¿Nada malo? —Daemon la miró con una mezcla de furia y algo más, algo que no quería reconocer—. ¿Ahora tus pasatiempos incluyen coquetear con alumnos de otras casas?
Rhaenyra frunció el ceño, completamente desconcertada. —¿De qué estás hablando?
—No te hagas la inocente. Primero Sirius Black, ahora... ¿qué sigue? ¿Snape? —espetó, sus palabras llenas de veneno.
Ella abrió los ojos con incredulidad. —¡Eso no tiene sentido! Ni siquiera sé por qué me estás diciendo esto.
Daemon apretó los dientes, su agarre en el brazo de Rhaenyra se hizo más fuerte por un momento, aunque no lo suficiente para lastimarla. ¿Por qué estaba haciendo esto? Él no tenía derecho. Pero verla tan cerca de otros, verla sonreír, mientras él se debatía con su propio caos interno, era demasiado.
—Escúchame bien, Rhaenyra —dijo con voz baja y tensa—. Deja de causar problemas. Quédate en tu lugar, o la próxima vez tendrás serios problemas.
—¿Por qué me tratas así? —preguntó ella, su voz apenas un susurro. Había tristeza en sus ojos, algo que hizo que Daemon apartara la mirada, incapaz de sostenerla por más tiempo.
Sin responder, la empujó suavemente hacia la dirección de la torre de Ravenclaw. Su capa ondeó tras él mientras se alejaba, sin mirar atrás, sus pasos resonando en el silencio de los pasillos.
Rhaenyra se quedó quieta, conmocionada, con el brazo aún sintiendo el calor del agarre de Daemon. Había algo en su mirada, algo en sus palabras que la había herido profundamente. Y aunque no lo comprendía del todo, una parte de ella sabía que no se trataba solo de enojo.
En su camino de regreso a sus aposentos, Daemon cerró los puños, intentando calmarse. ¿Qué derecho tenía para comportarse así? Ninguno. Pero por mucho que intentara convencerse, no podía ignorar la verdad: verla con otro lo hacía arder de celos, aunque no tuviera ningún derecho a sentirlos.