La eternidad de los dragones

House of the Dragon (TV) Harry Potter - J. K. Rowling
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La eternidad de los dragones
Summary
Crossover de House of the dragon con el mundo mágico de Harry Potter (Porque la autora anda creativa jaja)Rhaenyra Targaryen, la heredera al trono del mundo mágico, cursa su sexto año en Hogwarts, donde nunca se ha sentido aceptada, especialmente tras ser seleccionada para Ravenclaw en lugar de la tradicional Slytherin de su familia. Su vida se complica cuando su tío Daemon, con quien tiene un pasado complicado, regresa como jefe de Slytherin en medio de crecientes ataques contra Muggles que amenazan con desatar el caos. Rhaenyra deberá enfrentar secretos familiares y su propia oscuridad mientras el destino del reino pende de un hilo.
Note
¡Hola a todos! Les traigo uno de los fanfics más difícil que he escrito de House of the dragon jajaja llevo meses en esto y soltaré algunos capítulos en este mes. Es un Crossover en realidad, con el mundo mágico de Harry Potter. No estarán los personajes de Harry Potter obviamente, porque este fic está inspirado unos 15 a 20 años antes de los sucesos de esas películas y libros. Pero si estarán algunos profesores más jóvenes y todo jaja. Me lo habían pedido unas 15 personas que hiciera algo así, y como me gustan ambas sagas, lo hice jaja.Me ha costado amoldar a los personajes, así que si tienen ideas que les gustaría aportar, no duden en hacerlo.Espero les guste estre prólogo y por favor, comenten jeje en serio, si no veo comentarios me declararé frustrada y me retiraré de la página jajajajaja broma. o tal vez no.Besos y abrazos.
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Chapter 2

Rhaenyra abandonó el gran comedor con paso apresurado, deseando alejarse del bullicio y la atención que parecía siempre rodearla. Las escaleras hacia su habitación eran solitarias y silenciosas, justo lo que necesitaba para ordenar sus pensamientos. Pero al pasar junto a uno de los grandes ventanales, algo captó su atención.

Allá abajo, en los terrenos del castillo, una criatura extraña caminaba tambaleándose hacia el bosque prohibido. Era negra como la noche, delgada hasta los huesos, con alas membranosas que colgaban lánguidamente a sus costados. Rhaenyra se detuvo en seco, incapaz de apartar la mirada. ¿Qué era eso? Jamás había visto algo igual.

Entonces lo notó: una de sus alas estaba herida, un rastro de sangre marcaba su camino hacia los árboles. La criatura avanzaba con dificultad, como si cada paso fuera un esfuerzo monumental. Una sensación extraña se instaló en el pecho de Rhaenyra, mezcla de fascinación y compasión. Sabía que no debería, que las reglas eran claras sobre no aventurarse en el bosque prohibido, pero algo en su interior la empujaba a seguirlo.

Miró a su alrededor. Nadie la estaba viendo. Con el corazón latiéndole en los oídos, giró sobre sus talones y bajó las escaleras tan rápido como pudo.

El aire frío de la noche le golpeó el rostro cuando salió del castillo, pero ella apenas lo notó. Caminó con determinación hacia el bosque, siguiendo el rastro de sangre fresca en la hierba. Los árboles se alzaban altos y amenazantes a su alrededor, sus sombras danzando con la luz de la luna. Cualquier otra noche, habría sentido miedo, pero ahora la urgencia de encontrar a la criatura herida la impulsaba.

Finalmente, lo encontró en un claro. El thestral, como más tarde sabría que se llamaba, estaba recostado en el suelo, respirando con dificultad. Su ala izquierda tenía un profundo corte que rezumaba sangre negra. Rhaenyra se acercó lentamente, con las manos en alto, susurrando palabras tranquilizadoras que ni ella misma entendía.

—Tranquilo, no voy a hacerte daño —murmuró.

El animal levantó la cabeza y la miró con ojos brillantes, profundos, que parecían ver directamente a su alma. Algo en esa mirada la hizo sentirse pequeña, insignificante, pero también conectada a algo mucho más grande. Se arrodilló junto a él, sacó su varita y, con un hechizo que apenas había practicado, cerró la herida. El thestral, que era el nombre de la criatura que ella no sabía, soltó un sonido suave, como un relincho apagado, y bajó la cabeza, permitiéndole acariciarlo. Sus dedos rozaron la piel tibia y extrañamente suave del animal, y una sonrisa involuntaria se dibujó en sus labios.

—Ahí está —una voz grave y autoritaria rompió el momento.

Rhaenyra giró la cabeza de golpe, su corazón deteniéndose por un instante. Dos guardianes del castillo se acercaban a ella, con faroles en mano y expresiones severas. Se puso de pie de inmediato, con el miedo subiendo por su garganta como una marea.

No tardaron en escoltarla de regreso al castillo, sus palabras de disculpa cayendo en oídos sordos. Cuando la llevaron frente a la puerta de la oficina de su directora de casa, Rhaenyra apretó los dientes, preparándose para enfrentar el sermón que seguramente recibiría.

Pero cuando la puerta se abrió, no fue la directora quien salió. Era él.

Daemon Targaryen.

Su tío. Su presencia llenó el espacio con una intensidad casi palpable. Sus ojos, fríos y penetrantes, se clavaron en los de Rhaenyra, haciéndola sentir como si tuviera 11 años nuevamente.

Ella trató de articular algo, cualquier cosa, pero su garganta se cerró. Una oleada de emociones la embargó: miedo, vergüenza, y algo más profundo que no podía nombrar.

Daemon avanzó hacia ella con pasos firmes, sin siquiera importarle que era la primera vez que ella lo veía desde que la abandonó más de 5 años atrás .

—Yo me encargo de mi sobrina —dijo, dirigiéndose a los guardianes sin siquiera mirarlos.

Antes de que pudiera reaccionar, la tomó del brazo con brusquedad. Una brusquedad que no recordaba de él.

Él solía tratarla con cariño, con dulzura, no así. Era la primera vez que lo veía en años ¿Qué podría haberle hecho ella? No sabía que decir, quería decirle que lo odiaba por abandonarla, pero nada salía de su garganta.

Su toque era firme, casi intimidante, y el calor de su mano contrastaba con el frío de su mirada. Rhaenyra se quedó inmóvil, incapaz de resistirse o protestar.

Sin añadir palabra alguna, Daemon comenzó a caminar, arrastrándola por el pasillo.

Rhaenyra sintió cómo la fuerza de su carácter la aplastaba, dejándola perdida en un torbellino de emociones mientras trataba de descifrar qué iba a suceder a continuación.

Daemon no dijo una palabra mientras la arrastraba por los pasillos del castillo, su agarre firme en el brazo de Rhaenyra como una advertencia silenciosa.

Ella tropezó un par de veces al intentar seguir su paso rápido, pero él no aflojó. Finalmente, llegaron a la sala común de Ravenclaw. Estaba vacía, como él esperaba, y la soltó con un movimiento brusco, como si no quisiera tocarla más tiempo del necesario.

Rhaenyra se tambaleó ligeramente, pero no dijo nada. Sus ojos, grandes y azules, lo miraron fijamente mientras él se giraba para encararla. Por un momento, ella tuvo la absurda sensación de que tenía 11 años otra vez, una niña pequeña emocionada de verlo cuando llegaba al palacio. Pero esta no era esa época. Él ya no era el tío que la abrazaba y le regalaba sonrisas. Ahora, solo quedaba ese hombre frío y distante frente a ella.

¿Qué le había hecho ella para que él la tratara así? ¿Por qué? Ella no había hecho nada más que quererlo incondicionalmente.

Quiso odiarlo. De verdad que quiso. Pero lo único que sentía era un nudo en el pecho que no podía deshacer. Lo único que podía hacer era mirarlo.

—¿Qué demonios creías que estabas haciendo, Rhaenyra? —Su voz era baja, pero cada palabra era dura. ¿Por qué le hablaba así?

Ella abrió la boca para responder, pero no salió nada. ¿Qué podía decir? Había seguido a una criatura que ni siquiera conocía al bosque prohibido. Sí, claro, eso sonaba genial.

—¿No tienes idea de lo que hay en ese bosque? —Daemon dio un paso hacia ella, y aunque su tono no subió, su intensidad hizo que Rhaenyra retrocediera instintivamente. —¿O acaso no te importa? ¿Es eso, Rhaenyra? ¿Te da igual lo que pueda pasarte?

Ella no bajó la mirada a pesar que le dolía la molestia con que él le hablaba . Sus manos temblaron un poco, así que las escondió detrás de su espalda. No tenía una buena excusa, y lo sabía.

—¿No tienes nada que decir? —continuó él, su tono endureciéndose aún más. —¿Es que no te das cuenta de que eres la princesa heredera? No puedes andar por ahí como si no fueras importante. Hay cosas que podrían hacerte daño… personas que podrían hacerte daño- gritó él y ella quiso sonreír con sarcasmo.

Rhaenyra alzó la mirada de golpe al escuchar eso, pero el resto de las palabras quedaron atrapadas en su garganta.

Él único que le hacía daño en ese momento era él. Nadie más que él, y ni siquiera parecía darse cuenta.

Sus ojos brillaron, aunque no sabía si por la rabia o por las lágrimas que amenazaban con derramarse. Quiso gritarle, preguntarle por qué le importaba ahora, después de haberse ido sin más. Pero lo único que pudo hacer fue mirarlo, perdida, tragándose todas las emociones que luchaban por salir.

Daemon, por su parte, se quedó en silencio por un instante. La tensión entre ellos era sofocante. Finalmente, exhaló con fuerza, como si intentara liberar algo que no podía decir en voz alta.

—No quiero verte en problemas otra vez, Rhaenyra —dijo con frialdad, cada palabra un golpe. —Si te metes en otro lío, yo mismo me aseguraré de que te dejen en detención hasta que aprendas a comportarte.

Rhaenyra parpadeó, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Sus labios se movieron antes de que pudiera detenerse, las palabras saliendo en un susurro quebrado:

—Te fuiste hace más de cinco años- dijo ella odiando que su voz sonara tan quebrada.

Daemon se congeló por un segundo, apenas perceptible, antes de girarse hacia ella. La miró como si quisiera decir algo, pero lo único que salió fue un tono cortante:

—No tengo por qué darte explicaciones- dijo él duramente. Si había algo más que decir, si tenía alguna explicación, él la guardó solo para él.

Con eso, se giró y caminó hacia la puerta. Antes de salir, volvió la cabeza lo suficiente para lanzarle una última advertencia.

—Compórtate- advirtió él una vez más y se fue de allí.

La puerta se cerró con un golpe seco, dejándola sola en la habitación vacía. Por un instante, Rhaenyra se quedó allí de pie, el eco de sus palabras resonando en su mente. Y entonces, como si algo dentro de ella finalmente se rompiera, corrió hacia su dormitorio.

Se arrojó sobre la cama, enterrando el rostro en las almohadas, y las lágrimas que había estado conteniendo finalmente cayeron. Su pecho subía y bajaba con sollozos incontrolables, toda la confusión, la rabia y la tristeza inundándola de golpe. Quería odiarlo, lo juraba. Pero todo lo que podía sentir era el vacío de haberlo perdido una vez, y el dolor de que ahora que estaba de vuelta, no era el mismo.

Estaba sola. Y no importaba cuánto quisiera negarlo, la sensación era insoportable.

Pasaron las horas y ella seguía inmóvil, mirando el dosel de su cama mientras las lágrimas secas tiraban de su piel. Había llorado tanto que ahora dolía. Pero el vacío en su pecho dolía aún más.

¿Por qué había vuelto? Durante años, se había preguntado si lo volvería a ver. En las noches más solitarias, se imaginaba cómo sería ese momento. ¿Le sonreiría? ¿La abrazaría? ¿Le explicaría por qué había desaparecido? Pero nunca, nunca, había pensado que la trataría así, con esa dureza que la hacía sentir como si no significara nada para él.

Porque eso era ahora, ¿no? Nada.

El Daemon que conocía, que había sido su tío, su héroe, su amigo, ya no existía. Este hombre frío y cruel no sentía cariño por ella. Era como si todo lo que alguna vez compartieron hubiera desaparecido en el aire. Y ella... ella se quedó allí, sin saber cómo llenar el hueco que había dejado.

El sonido de la puerta de la habitación abriéndose la sacó de sus pensamientos. Las voces de sus compañeras de cuarto llenaron el espacio, risas y conversaciones que parecían tan lejanas a lo que sentía en ese momento. En un pánico silencioso, se giró hacia el otro lado y tiró de las sábanas sobre su cabeza, escondiéndose como si el simple hecho de verla pudiera revelar su vulnerabilidad.

No podía dejar que la vieran así. No podía dejar que nadie supiera cuánto dolía.

Bajo las sábanas, con su respiración atrapada entre el algodón, cerró los ojos. Pero las lágrimas comenzaron de nuevo, calientes y silenciosas, corriendo por sus mejillas y empapando la almohada. Lloró hasta que el cansancio finalmente ganó, llevándola a un sueño lleno de recuerdos que nunca dejó de atesorar.

Soñó con él. Con Daemon.

Era como si el tiempo retrocediera, llevándola a aquellos días donde el mundo era sencillo y ella no tenía miedo de perderlo. Lo vio sonriendo, esa sonrisa que solía iluminar su rostro, mientras montaban sus dragones juntos, volando sobre los cielos de Rocadragón. El viento golpeaba su rostro y todo parecía perfecto, como si nada pudiera dañarlos.

En su sueño, recordó su primer vuelo en escoba. Él estaba allí, sujetándola mientras le enseñaba a mantener el equilibrio. “No tengas miedo, Nyra”, le había dicho, su voz suave y paciente. “Yo estoy aquí”. Y ella había creído en él, porque en ese momento, él era su mundo entero.

En su sueño, sonrió. Por un instante, la tristeza desapareció, reemplazada por una felicidad tan pura que casi podía tocarla. Allí, en sus sueños, todo estaba bien. Allí, él aún la quería, aún era el Daemon que ella recordaba.

Pero los sueños no duran para siempre.

Cuando despertara, volvería al vacío. Volvería al dolor. Pero en ese momento, mientras dormía bajo las sábanas con su rostro todavía húmedo de lágrimas, el único lugar donde Rhaenyra era feliz era en sus sueños junto a él.

Cuando Rhaenyra abrió los ojos, el sol ya iluminaba la habitación con intensidad. Tardó un segundo en procesar lo que estaba pasando. Sus compañeras no estaban en la habitación, y eso solo podía significar una cosa: estaba tarde.

—¡Mierda! —murmuró mientras se levantaba de un salto, buscando desesperada su uniforme.

Se vistió tan rápido que olvidó abotonar bien la camisa, y sus calcetas no coincidían, pero no tenía tiempo para preocuparse por eso. Salió corriendo de la torre de Ravenclaw, su cabello alborotado y su corbata apenas puesta. Corrió por los pasillos como si un mismísimo trol la persiguiera, esquivando a estudiantes y tropezando con las esquinas.

Llegó al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras con el corazón latiendo a mil por hora. Se asomó rápidamente antes de entrar y vio que los estudiantes estaban sentados, conversando. “Por suerte, todavía no empieza la clase”, pensó aliviada, entrando apresuradamente y sentándose al lado de Elinda.

—Por suerte alcancé a llegar antes de que comenzara la clase —dijo, sonriendo y respirando agitada.

Pero Elinda no le devolvió la sonrisa. En cambio, la miró con los ojos muy abiertos, claramente nerviosa. Fue entonces cuando Rhaenyra notó que algo estaba mal.

Muy mal.

Levantó la vista y lo vio. Ahí estaba él. De pie frente a la clase, con los brazos cruzados y esa mirada afilada que parecía perforarla.

Daemon.

El aula estaba en completo silencio, y todos los estudiantes estaban inmóviles, como si ni siquiera se atrevieran a respirar. Rhaenyra sintió cómo su corazón se hundía en el pecho.

—Señorita Targaryen, qué amable de su parte unirse a nosotros. —La voz de Daemon era fría, cargada de sarcasmo, y resonó en el aula como un trueno.

Rhaenyra tragó saliva, tratando de mantener la compostura. Los profesores en Hogwarts no eran amables con quienes llegaban tarde a sus clases, pero él era su tío,. “No puede regañarme tanto. Soy su sobrina”, se dijo a sí misma, aferrándose a esa idea como a un salvavidas. Pero esa esperanza murió rápidamente.

—Quizás piensa que su posición en la familia real le permiten llegar a la hora que quiera. —El tono de Daemon era tan ácido que ella sintió que el rostro se le encendía.

—Lo siento, tío...profesor - dijo ella corrigiéndose, su voz fue apenas un susurro.

—¿Lo siente? —Daemon alzó una ceja y dio un paso hacia ella. Cada palabra que decía era como un golpe directo a su orgullo. —Espero que ese “lo siento” sea suficiente para derrotar a un Inferius o a un hombre lobo en plena transformación, porque claramente no es suficiente para esta clase.

Rhaenyra sintió las miradas de todos sus compañeros clavándose en ella con burla. Ellos estaban felices de que el profesor Daemon no hiciera distinciones porque ella era la princesa o su sobrina, todos los demás profesores lo hacían, pero él no y eso era evidente.

Se obligó a mantener la cabeza en alto. No iba a llorar. No frente a él.

—Además de quedarse después de clase para discutir la importancia de la puntualidad, tendrá un ensayo sobre las consecuencias de la irresponsabilidad en situaciones de peligro mortal. Quiero cinco pergaminos para mañana. —Su voz era dura, pero había algo más.

Algo que Rhaenyra no pudo percibir.

E incluso si lo hubiera percibido, no le importaba. Él la había humillado.

Elinda tomó su mano bajo el escritorio, apretándola suavemente en un intento de consolarla. Rhaenyra no la miró, pero agradeció el gesto.

Mantuvo una expresión digna durante el resto de la clase, pero por dentro estaba rota. Quería llorar, gritarle que dejara de tratarla así, que dejara de ser tan frío y cruel. Pero no lo hizo.

Se quedó en silencio, sosteniendo la pluma con fuerza mientras escribía sus notas. Fingió que no le importaba, aunque cada palabra de él se había clavado en su corazón como un cuchillo.

Y en el fondo, se preguntaba por qué. ¿Por qué había cambiado tanto? ¿Por qué era tan diferente al hombre que recordaba? ¿Y por qué, a pesar de todo, aún dolía tanto quererlo?

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