La eternidad de los dragones

House of the Dragon (TV) Harry Potter - J. K. Rowling
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La eternidad de los dragones
Summary
Crossover de House of the dragon con el mundo mágico de Harry Potter (Porque la autora anda creativa jaja)Rhaenyra Targaryen, la heredera al trono del mundo mágico, cursa su sexto año en Hogwarts, donde nunca se ha sentido aceptada, especialmente tras ser seleccionada para Ravenclaw en lugar de la tradicional Slytherin de su familia. Su vida se complica cuando su tío Daemon, con quien tiene un pasado complicado, regresa como jefe de Slytherin en medio de crecientes ataques contra Muggles que amenazan con desatar el caos. Rhaenyra deberá enfrentar secretos familiares y su propia oscuridad mientras el destino del reino pende de un hilo.
Note
¡Hola a todos! Les traigo uno de los fanfics más difícil que he escrito de House of the dragon jajaja llevo meses en esto y soltaré algunos capítulos en este mes. Es un Crossover en realidad, con el mundo mágico de Harry Potter. No estarán los personajes de Harry Potter obviamente, porque este fic está inspirado unos 15 a 20 años antes de los sucesos de esas películas y libros. Pero si estarán algunos profesores más jóvenes y todo jaja. Me lo habían pedido unas 15 personas que hiciera algo así, y como me gustan ambas sagas, lo hice jaja.Me ha costado amoldar a los personajes, así que si tienen ideas que les gustaría aportar, no duden en hacerlo.Espero les guste estre prólogo y por favor, comenten jeje en serio, si no veo comentarios me declararé frustrada y me retiraré de la página jajajajaja broma. o tal vez no.Besos y abrazos.
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Chapter 3

Rhaenyra no podía creer que había acabado en detención una vez más.

Solamente había llegado tarde a la clase, y su tío la había enviado a detención. Ni siquiera fue capaz de decirle que tendría que hacer, sino que la envió con la directora de Ravenclaw.

Y por supuesto, la directora acostumbrada a que ella estuviera en detención, la miró y la envió a ordenar libros en la biblioteca. No era la primera vez que lo haría. Curioso era que ya estuviera en detención el segundo día de clases.

Rhaenyra fue hacia la biblioteca con una mueca amarga en los labios. Odiaba a su tío, o al menos quería convencerse de eso.

Cruzó los pasillos del castillo, y parecía que todos la miraban con burla, seguramente sabían que nuevamente estaba en detención.

¿Por qué siempre la mandaban a hacer ese tipo de cosas? No recordaba que su padre o su madre le dijeran que los trataban así. Bueno, ellos en general se comportaban.

Al llegar a la biblioteca, el aire fresco y el suave olor a papel la rodearon. Era su refugio, su lugar secreto. Pero hoy, al entrar, notó que no estaba sola. En una esquina de la sala, con libros apilados sobre la mesa, estaban Lucius Malfoy y Severus Snape, probablemente obligados a trabajar juntos pues ninguno de los dos solía ser conocido por trabajar bien en grupos. Conversaban en voz baja, y Rhaenyra agradecía que no estuvieran gritando porque no quería escuchar a nadie.

Rhaenyra se desplazó hacia las estanterías más alejadas, buscando alguna distracción, cuando vio a James Potter y Sirius Black sentados en una mesa cercana, con papeles esparcidos, aparentemente intentando hacer tarea.

Sirius no dejaba de interrumpir a James que intentaba concentrarse. Rhaenyra no los miró por mucho tiempo; no le importaban en ese momento. Lo que sí le importaba era la sensación de que no encajaba, que nunca encajaría en ese mundo lleno de risas y amistades perfectas. O incluso los que no se llevaban bien trabajaban juntos y ella siempre estaba sola.

Pero su corazón dio un vuelco cuando vio a su hermano Aegon. El mocoso no llevaba dos días en Hogwarts y ya estaba rodeado de personas. ''Amigos''

Él estaba rodeado de sus amigos, riendo a carcajadas, como si la biblioteca fuera una sala de estar. De inmediato, una oleada de rabia y tristeza la invadió. Escuchó risitas y palabras de admiración, como si todo el castillo estuviera destinado a rendirse ante él.

"Vas a ser el rey, Aegon. Lo sabemos. No te preocupes por tú hermana"

Aegon pareció nervioso un momento, miró hacia todos lados y luego puso una sonrisa altanera, para decir : "Eso es obvio. No hay competencia. Rhaenyra no está hecha para el trono. Lo único que yo tengo que hacer es esperar."

Las palabras se clavaron en su pecho, como dagas invisibles. De repente, la biblioteca ya no parecía tan acogedora. No importaba cuántos libros llenaran las estanterías, ninguno de ellos podía aliviar la angustia que sentía al escuchar esas palabras. Ella, la hija del rey, no era nada más que una sombra detrás de su hermano. Desde que él nació había sido así, solo porque había nacido con una polla, todos querían que él fuera el rey.

No quería odiar a su hermano, pero a veces lo odiaba. Era la hermana mayor, tenía que cuidarlo, pero simplemente, no podía.

Sin pensarlo más, Rhaenyra tomó el primer libro que vio, un pesado tomo sobre magia antigua. Lo cerró con fuerza y lo levantó del estante. Su mirada se endureció mientras salía de la biblioteca, sin importar que estuviera ignorando la detención. No le importaba. No le importaba nada de eso. Solo quería escapar.

El aire frío de los pasillos de Hogwarts la abrazó mientras caminaba sin rumbo, con el libro aún en las manos.

Su hermano sería el rey, ella lo sabía, era cosa de tiempo para que su padre cambiara de opinión. Ni siquiera le importaba ser reina, a veces creía que si, pero lo único que quería, era no estar sola.

Pero en ese momento, cuando sentía que estaba en un lugar que no encajaba, solo quería alejarse.

Todo lo que quería en ese momento era escapar.

El único lugar que se le ocurría era el lago negro, aquel lugar siempre tan tranquilo era el único lugar donde sentía que podía respirar.

Cuando llegó, el aire frío la envolvió, y aunque el viento le erizó la piel, a Rhaenyra no le importó. Solo quería estar sola, alejada del ruido, de las miradas y las expectativas que no entendía. Caminó a lo largo de la orilla, con el libro apretado en las manos, hasta que algo le llamó la atención.

A lo lejos, vio varias figuras oscuras que patrullaban alrededor del castillo. Aurores. Se quedó quieta, observando desde detrás de un árbol. No sabía qué hacían allí, pero no era normal verlos cerca de Hogwarts.

Al acercarse un poco más, notó a uno de los aurores con más detalle. Es... Harwin. La cara de Harwin Strong, el antiguo amigo de Daemon, se destacaba entre ellos. Rhaenyra se quedó un momento mirando, sorprendida. ¿Qué hacía él allí? No era alguien a quien esperara ver.

¿Era un auror? No sabía eso.

Recordaba a Harwin, había sido una figura importante en su vida, aunque de lejos. Siempre había sido un hombre de carácter tranquilo, pero también protector, y en su mente estaba grabada la imagen de él, siempre al lado de Daemon. ¿Qué hacía en ese momento en Hogwarts?

Rhaenyra pensó en acercarse y preguntarle qué estaba pasando, pero no lo hizo. No quería involucrarse en esos misterios. Solo quería estar sola, lejos de todo.

Se sentó a la orilla del lago y comenzó a leer su libro.

Rhaenyra llevaba dos horas sentada junto al lago negro, absorta en las páginas del libro que había arrancado de la biblioteca. Sus dedos recorrían las palabras sin realmente leerlas, como si las letras pudieran distraerla de sus pensamientos. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Por qué parecía que nunca encajaba, ni en la familia ni en Hogwarts? Cada vez que pensaba que algo podría mejorar, algo ocurría que la volvía a hundir. La sonrisa de Aegon, la forma en que la gente lo adoraba, cómo él se reía mientras ella siempre quedaba atrás, en las sombras.

Suspiró con fuerza, cerrando el libro y dejando que el viento frío le despeinara el cabello. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? Solo quería escapar de todo, perderse en alguna parte donde nadie pudiera juzgarla ni mirarla con esos ojos llenos de burlas.

Pero entonces, algo la hizo levantar la vista.

Un movimiento en el cielo. Una sombra. Una forma que reconoció al instante.

Caraxes.

¿A dónde iba su tío? ¿Por qué no simplemente se aparecía fuera del castillo? ¿Sería que acaso el aún seguía amando volar en Caraxes?

Rhaenyra se sintió curiosa acerca de a donde podía ir él.

Su primer impulso fue simplemente observarlo, pero algo dentro de ella la impulsó a levantarse.

Sabía que su relación con su tío no estaba bien. Por alguna razón él parecía odiarla, pero aún así no pudo evitar lo que haría.

''No debería hacer esto'' pensó mientras tomaba su escoba.

abía que estaba rompiendo todas las reglas, que ningún estudiante tenía permitido salir del castillo pero ¿qué más daba? No era como si no rompiera las reglas a menudo.

Lo único que deseaba en ese momento era escapar, dejar atrás todo el peso de ser la hermana mayor, la hija del rey, la que siempre debía estar en segundo plano. Quizá, solo quizá, si seguía a Caraxes, podría encontrar una respuesta de por qué su tío la odiaba . O tal vez solo lo hacía porque quería sentirse viva por un momento.

Voló, alejándose del castillo, asegurándose de no ser vista por los aurores. Los veía patrullando cerca de la entrada, como si el castillo fuera una prisión. Lo cuál era bastante extraño, no solía haber seguridad en Hogwarts. Con los profesores era suficiente.

Lo siguió prudentemente, odiando aún no tener la edad para simplemente aparecerse, pero cuando llegó lo suficientemente cerca de Caraxes, la duda la detuvo. Vio a lo lejos la figura de su tío Daemon, y, antes de que pudiera pensar en retroceder, vio algo que la hizo quedarse inmóvil.

Laena.

Laena Velaryon, su prima, la esposa de su tío, había ido a verlo, por eso él había ido en Caraxes, porque ella había llegado en Vhagar junto a sus pequeñas niñas.

Lo miró escondida entre unos árboles flotando en su escoba.

Rhaenyra observó, con los ojos fijos, cómo Daemon abrazaba a Laena, y luego, con un gesto suave, la besaba. Su corazón dio un vuelco, y una sensación amarga se apoderó de ella. ¿Por qué no podía ser ella la que estuviera ahí? ¿Por qué Laena y no ella? ¿Por qué su tío nunca había esperado a que ella estuviera lista, a que pudiera ser algo más que una tonta mocosa que lo seguía por todos lados?

Pero la imagen que más la destrozó fue ver a las dos pequeñas hijas de Daemon, Baela y Rhaena, acercándose a ellos. Pequeñas, con la risa y la alegría de los niños, jugando alrededor de sus padres. Las mismas hijas que Rhaenyra nunca podría tener con él.

Cuando su madre solía decirle que ella debería dar hijos al reino, siempre imagino que tendría los hijos de Daemon, era lo natural, era lo que esperaba. ¿Con quién más podría casarse ella? ¿Quién mejor que su tío para mantener pura la sangre valyria?

Pero él no lo veía así. Él se había ido y había formado una familia. Y ahora ella estaba sola, en un lugar que odiaba, incluso cuando lograra salir de esa horrible escuela, seguramente su padre le exigiría que se casara con alguien que ella no quisiera. Solo porque era la hija del rey.

Y ahora veía a Daemon ser feliz con Laena. ¿Por qué? ¿Por qué no ella? Quiso llorar pero se negó a llorar. No quería hacerlo y sin embargo parecía inevitable.

"No quiero ver esto", pensó, pero se quedó allí, observando como un espectador impotente. Un dolor profundo se le apoderó del pecho mientras veía cómo ellos eran felices. Laena, con sus hijas y Daemon. ¿Por qué no ella?

Y sin saber por qué, la rabia y el dolor se apoderaron de ella, y, por primera vez, Rhaenyra deseó poder desaparecer. Sin embargo, ahí estaba, en el aire frío, sin poder moverse ni reaccionar, mientras la imagen de su tío y Laena seguían flotando frente a sus ojos.

"¿Por qué?", murmuró para sí misma, con una mezcla de frustración y tristeza.

La respuesta no llegó, y lo único que pudo hacer fue girarse en su escoba y regresar. Lo único que había conseguido era destrozar aún más su corazón, sin saber por qué todo tenía que ser tan complicado.

Rhaenyra no se dio cuenta de que Daemon y Laena la habían visto. Estaban lejos, pero no tanto como para que su presencia pasara desapercibida.

Rhaenyra se elevó en la escoba, con el viento enredando su cabello y las lágrimas ardiendo en sus ojos. No miró hacia atrás. No quería hacerlo. No podía hacerlo. Había algo terriblemente definitivo en la forma en que sus manos se aferraban al mango de la escoba, como si este fuera su única conexión con la libertad que tanto anhelaba.

Desde el suelo, Laena y Daemon la observaron mientras ascendía hacia el cielo nocturno. Los dragones detrás de ellos emitían un bajo gruñido, inquietos, como si sintieran la tensión que cargaban sus jinetes. Daemon la siguió con la mirada hasta que desapareció entre las nubes, su mandíbula tensa, los nudillos blancos alrededor de la espada que cargaba siempre, incluso dentro del castillo.

Laena dio un paso hacia él, apenas un movimiento, y luego levantó la mano para rozar su rostro con delicadeza. Su toque era cálido, reconfortante, pero también cargado de un peso que ni siquiera ella podía explicar del todo.

—Ve por ella, Daemon —dijo en voz baja, sus ojos buscando los suyos con una intensidad que no admitía dudas.

Daemon negó con la cabeza, aunque su mirada seguía clavada en el cielo.

—No —respondió, su voz grave, casi ronca—. Ella está mejor así- dijo él simplemente

Laena frunció los labios, apartando su mano lentamente, como si temiera que su contacto fuera a romper algo frágil en él. Sus ojos lo examinaron, como buscando algo en las líneas de su rostro, algo que él no estaba dispuesto a mostrar.

—Daemon... —murmuró. Su tono era una mezcla de preocupación y resignación, como si supiera que su insistencia no cambiaría nada, pero sintiera que debía intentarlo de todas formas.

Él no respondió, no necesitaba hacerlo. Ambos sabían que el silencio entre ellos hablaba más que cualquier palabra. Laena bajó la mirada hacia sus propios pies por un instante, y luego volvió a alzarla, fija en la figura de Daemon.

—¿Hasta cuándo vas a seguir cargando con esto? —preguntó al fin, su voz apenas un susurro.

Daemon soltó un suspiro largo y pesado, pero no respondió. Sabía exactamente a qué se refería ella. Sabía lo que estaba diciendo sin decirlo, lo que sus ojos le gritaban incluso mientras sus labios guardaban silencio. Pero también sabía que ese tema estaba más allá de lo que cualquiera de ellos podía permitir.

—Algunas cosas no pueden arreglarse, Laena —dijo finalmente, su tono seco, casi frío, aunque su mirada seguía fija en el horizonte donde Rhaenyra había desaparecido.

Ella no replicó, solo lo observó, su expresión neutral pero con un trasfondo de tristeza que resultaba imposible de ignorar. Había secretos que compartían, pero que nunca pondrían en palabras. Porque si lo hacían, todo podría derrumbarse.

Los dragones gruñeron de nuevo, impacientes, y Daemon finalmente apartó la vista del cielo.

—Será mejor que nos vayamos, las llevaré a la ciudad, luego volveré —dijo, su tono más controlado ahora.

Laena asintió lentamente, aunque por dentro sabía que no había terminado. Ninguno de los dos lo había hecho. Había algo que ambos entendían, algo que los mantenía unidos más allá de su matrimonio , más allá de los secretos y las mentiras.

Mientras los dragones se preparaban para partir, Laena echó un último vistazo al cielo. Y por un instante, susurró un pequeño hechizo, un pequeño hechizo que ayudaría a que su prima volviera en paz al castillo.

Mientras regresaba, Rhaenyra odio la tormenta que se había desatado, sin embargo, sintió una voz en su oído, una voz que se le hacía conocida, y su escoba se movió con vida propia hacia el castillo. No se mojó por la lluvia y el camino que tomó jamás lo había visto.

¿Qué había pasado? ¿Cómo su escoba había hecho eso?

No supo que pasó, pero pudo llegar a su habitación a salvo.

Al otro día la regañarían por saltarse la detención, eso era obvio.

Pero no le importó, solo pudo tirarse a su cama y rogar quedarse dormida para no seguir pensando.

Era lo único que quería.

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