
La Última Noche
Febrero llego en medio de un invierno gris y frío en Londres, y la niebla que había envuelto la ciudad durante semanas parecía no despejarse nunca. Las calles, que siempre habían estado llenas de vida, se habían quedado solitarias y tranquilas, como si la ciudad misma estuviera esperando a que pasara el tiempo. Los árboles de los parques, que en otros meses habían sido verdes y frondosos, ahora se alzaban desnudos, sus ramas estirándose hacia el cielo gris como dedos largos y frágiles. Los edificios de ladrillo rojo y las torres de las iglesias se veían difusos entre la niebla, mientras que el viento, que siempre había soplado con fuerza en el Támesis, arrastraba hojas secas por las aceras y hacía que los transeúntes se envolvieran aún más en sus abrigos.
La ciudad, que siempre había sido bulliciosa y vibrante, parecía más calmada que nunca. Los turistas, que durante el verano habían invadido los museos y las principales atracciones, ahora habían desaparecido casi por completo. Solo unos pocos, cubiertos hasta los ojos, se cruzaban en las calles vacías, buscando un refugio cálido en los cafés o en las librerías que todavía permanecían abiertas. En las plazas, los bancos, que en otros tiempos se llenaban de risas y conversaciones, ahora estaban vacíos, cubiertos de una ligera capa de escarcha.
En los mercados, los vendedores que habían llegado temprano para montar sus puestos, ahora se refugiaban bajo toldos de plástico, mientras las luces de las farolas se reflejaban en los charcos que se formaban por las lluvias constantes. Las cafeterías del centro, que habían sido un punto de encuentro para los habitantes de la ciudad, se llenaban de la calidez del café recién hecho, que se esparcía por el aire como una invitación al descanso. Los puentes, que habían soportado el peso de miles de pasos durante todo el año, ahora estaban tranquilos, y el río, aunque se mantenía en movimiento, parecía reflejar la quietud del invierno.
A pesar del frío, Londres había mantenido su encanto. Los londinenses, que ya estaban acostumbrados a la niebla y la lluvia, seguían adelante con sus vidas, como si la ciudad fuera parte de ellos. Algunos habían decidido pasar el día en los museos, mientras que otros se dirigían a sus trabajos, cubiertos por una capa de rutina que los protegía del mal tiempo. El aire, que había estado cargado de humedad durante días, se sentía denso, pero al mismo tiempo, había algo especial en ese ambiente, como si el invierno hubiera traído consigo una calma extraña y profunda.
Bill Weasley viajaba en el metro de Londres. El viento helado que se colaba por las rendijas de las estaciones subterráneas contrastaba con el calor sofocante del vagón abarrotado. Vestía un abrigo oscuro de lana que había comenzado a acumular pelusas por el uso constante, y un par de guantes de cuero que no lograban esconder las marcas de pintura y barniz en sus dedos. Sentado junto a la ventana, miraba distraído cómo las luces del túnel pasaban a toda velocidad, reflejándose en los cristales empañados. Sostenía un libro en las manos, aunque sus ojos parecían más interesados en las historias que vagaban en su mente que en las palabras impresas. A su alrededor, la vida londinense seguía su curso: una mujer revisaba su teléfono con expresión cansada, un grupo de jóvenes hablaba en voz baja y un hombre mayor leía un periódico cuyo titular anunciaba una crisis económica.
El traqueteo rítmico del tren lo envolvía, una especie de música de fondo que lo relajaba después de un largo día. Los viajes en metro eran para él momentos de desconexión, un espacio donde no se esperaba nada de él, donde podía simplemente existir entre desconocidos. Al levantarse para bajarse en King’s Cross, ajustó la bufanda alrededor de su cuello y se mezcló con la multitud, listo para enfrentarse al frío que lo esperaba fuera.
Eran las seis de la tarde, justo cuando el bullicio de la ciudad alcanzaba su punto máximo. La multitud se agolpaba por los pasillos y andenes, creando una mezcla de sonidos que iban desde el incesante sonido de los pasos apresurados hasta los anuncios en el altavoz, que a menudo se perdían entre la confusión. La estación, con su arquitectura imponente y su aire nostálgico, parecía un reflejo perfecto de la agitación del Londres moderno, donde la historia se encontraba con la prisa del presente.
Bill caminaba con paso firme entre la multitud, su figura destacándose por encima de las cabezas de los demás. A pesar del caos, él mantenía una calma casi contraria a la energía frenética a su alrededor. La gente lo rodeaba sin mirarlo realmente, absorta en sus teléfonos o buscando un lugar donde esperar. Bill se detuvo un momento, observando las grandes pantallas de información, mientras el sonido de las puertas automáticas abriéndose y cerrándose añadía otra capa de ruido al ambiente. A medida que caminaba hacia la salida, se dio cuenta de lo insignificante que se sentía entre tantos rostros desconocidos. Nadie le prestaba atención, pero de alguna manera, en su interior, se sentía más observado que nunca. Tenía terror de llegar a su casa.
En el andén, la multitud empujaba y se alineaba de manera desorganizada para abordar los trenes. Bill, con una ligera sonrisa en los labios, observó cómo se desvanecían las líneas de orden, la gente en su constante movimiento. No era la primera vez que pasaba por este momento de caos, pero siempre le resultaba fascinante cómo, dentro de todo ese desorden, podía encontrar su propio espacio. Sin prisa, se subió al tren que lo llevaría a casa, listo para dejar atrás el bullicio de la estación y regresar a la tranquilidad que solo encontraba en su refugio personal.
El ring de su celular seno, era un SMS para advertir que iba a recibir una llamada y debía contestar. Diez segundos después la llamada entro
- Adoro cuando bajas tu carita sonrojada cada vez que un hombre te habla — dijo Fenrir con una sonrisa bailándole en los labios
- ¿Qué quiere? — dijo Bill intentando controlar su voz y escucho un suspiro tras una pausa corta
- ¿Ves al hombre de pelo negro y saco largo que acaricia un relicario en la banca que tienes a tu derecha? — preguntó — síguelo o yo te seguiré a ti, hermosa — y colgó
Vio al hombre ponerse de pie y bajar del tren. Caminaba lento pero seguro, con la elegancia propia de la aristocracia. Se deslizaba sobre el suelo de la estación como si de un baile se tratase. Su fluides no permitía que nadie siquiera lo rosase al pasar a su lado, mientras Bill iba chocando a cada paso y disculpándose. Al llegar a la esquina de la estación, el hombre se desvió hacia un callejón solitario, alejado del bullicio de la plaza. La oscuridad lo envolvió rápidamente, aunque el callejón estaba ligeramente iluminado por una tenue luz proveniente de una lámpara envejecida en la esquina. El ambiente aquí era más tranquilo, el aire más frío y denso, y las paredes de ladrillo que se alzaban a su alrededor parecían absorber cualquier sonido, dejando el lugar sumido en un silencio inquietante.
Con cada paso, el eco de sus zapatos resonaba suavemente en las paredes cercanas. Se movía con una elegancia que no necesitaba ser mostrada, como si hubiera nacido para moverse así, con la gracia de un aristócrata que nunca perdió su compostura, sin importar lo que sucediera a su alrededor. Imponente, sereno, pero cargado de una extraña sensación de peligro latente.
“Idiota” “Imbécil” “enserio que tú no aprendes” “ya te violaron una vez por andar solo en callejones oscuros, y aquí estamos de nuevo” “lo que sea que te pase es tu culpa” se recriminaba mentalmente, pero no encontraba valor para girarse e irse del lugar. Iba tan concentrado en sus insultos que no noto cuando el extraño se detuvo, haciéndolo trastabillar, por suerte el hombre alcanzo a detenerlo abrazándolo por la cintura y evitar que se cayera. Le dio una mirada evaluadora, para luego regalarle una media sonrisa burlesca, que más parecía una mueca. Aunque algo le dijo a Bill que aquello contaba como una carcajada
- Espero te diviertas mucho esta noche, cachorrita — susurro acariciándole la mejilla, logrando que Bill se estremeciera de miedo sin lograr reaccionar
El hombre abrió la puerta de atrás del copiloto de un Dodge Charger SRT Hellcat negro. Por un momento Bill dudo, pero al instante entro, por lo cual se volvió a insultar mentalmente. La puerta se cerró y una luz tenue ilumino todo. El interior del automóvil era igualmente oscuro, con asientos de cuero negro y detalles metálicos que le daban un toque de lujo sin ser demasiado ostentosos. El diseño era minimalista, sin adornos innecesarios, para reflejar la personalidad del dueño: directo, sin complicaciones y enfocado en el poder y la efectividad. Bill no conocía mucho de autos, pero había leído que el motor V8 supercargado era el corazón de este automóvil, rugiendo con fuerza
Fenrir estaba sentado en el asiento trasero del coche, ligeramente reclinado, pero con una postura que transmitía control absoluto. Vestía un traje oscuro de tres piezas, perfectamente ajustado a su complexión robusta. La tela, de un gris profundo casi negro, tenía un sutil patrón de espiga que solo se percibía bajo la luz tenue que entraba por las ventanas del vehículo. La camisa, de un blanco impoluto, contrastaba con el tono oscuro del traje, y el cuello estaba cerrado con una corbata de seda negra, anudada con una precisión casi obsesiva. Encima del traje, llevaba un abrigo largo de lana en un tono carbón, con solapas anchas que caían con elegancia sobre sus hombros. El abrigo estaba desabrochado, permitiendo ver el chaleco perfectamente ceñido que realzaba la línea de su torso.
En sus manos descansaban unos guantes de cuero negro, simples pero impecables, que complementaban la pulcritud de su atuendo. En la muñeca derecha, bajo el borde del puño de la camisa, asomaba un reloj de diseño clásico, con una correa de piel negra que parecía una extensión natural de su estilo. Sus zapatos, apenas visibles desde la posición en que estaba sentado, eran de piel brillante y sin un solo rastro de suciedad, reflejando la atención al detalle que ponía en su apariencia. Todo en su vestimenta hablaba de poder, control y una elegancia calculada que no dejaba lugar para la casualidad. Ese hombre parecía no solo alguien que se vestía bien, sino alguien que utilizaba su apariencia como una extensión de su dominio sobre los demás.
- Buenas noches, cachorrita — dijo sobresaltando a Bill, quien por analizar todo a su alrededor no se había percatado del hombre. Por alguna extraña razón para el pelirrojo, se sonrojo — ¿cómo estuvo tu día? — pero el miedo no permitía que el chico encumbrase su voz — ven aquí — dijo acariciándose el muslo derecho
- ¡ya déjeme en paz, por favor! — suplico — ¡solo quiero mi vida de vuelta! — y sus lágrimas cayeron — . Le juro que jamás hablare de usted
- Te creo. Ven aquí — dijo Fenrir con voz suave acariciándose el muslo
- No quiero — susurro Bill
- Solo vamos a hablar — dijo el hombre — lo prometo. Vamos a negociar tu libertad — y Bill lo miro sorprendido — ven — Bill lo miró fijamente y sus lágrimas cayeron mientras se sentaba en los muslos del hombre — eres realmente muy hermosa — dijo Fenrir embelesado acariciándole el rostro —
- veras cachorrita, esta noche tengo una reunión muy importante, pero no puedo presentar solo. Necesito una compañía... muy especial
- ¿Qué clase de compañía? — pregunto Bill si dejar de mirarlo como hipnotizado
- Necesito una mascota — contestó — Necesito que por esta noche seas una perra. Necesito que por hoy camines como una mascota. Comas como una mascota. Te sientes como una mascota. Te acuestes como una mascota. Necesito que por hoy te convenzas completamente que eres una mascota — dijo acariciándole la parte interna de los muslos.
- ¿Por qué una mascota? — pregunto Bill tratando de no pensar en la mano que lo recorría distraídamente
- No quieres ser una mascota — dijo Fenrir respirando hondo mientras llevaba su mano al bolsillo de su saco — no importa. Te verías hermosa con un pañal bajo un mameluco rosado tomando tu biberón — dijo sacando un chupón y acercándoselo a la boca — acostado en una cuna esperando que le cambie su pañal sucio y juegue con ella ¿te gusta esa idea? — y Bill negó lentamente mientras seguía succionando el chupón — entonces puedes ser una niña muy, muy traviesa que necesita que su papi le suba la faldita, la ponga en sus rodillas y le de unas buenas nalgadas — y Bill negó lentamente sin dejar de succionar — solo una noche Bill — dijo sacándole el chupón y guardándolo nuevamente en su bolsillo — ¿tenemos un trato, hermosa? — algo en Bill reacciono y empujo al hombre, abrió la puerta y salto fuera sin que el automóvil se detenga — ¡Detenté ahora! ¡Detenté ahora! — ordenó Fenrir y el chofer obedeció. Bill ya corría dando tumbos calle arriba — Estoy completamente seguro que a mis clientes les fascinará ver como violan a Ginny — dijo fuerte y claro — o una orgia entre Fred, George y Percy — y los pasos de Bill fueron disminuyendo hasta detenerse — no olvidemos a Fleur. Pero espera, tengo una llamada. Es para ti — y le lanzo el aparato
- Hola — dijo Bill inseguro colocándose el celular en la oreja
- Hijo — dijo su padre — que bueno que llamaste ¿vienes a casa?
- No — dijo Bill apretando los ojos — solo quería saludar. ¿cómo están mamá y tú?
- Bien — dijo Arthur — fue una pena que no pudieras venir para navidad
- Pronto iré — dijo Bill llorando en silencio — te quiero — y colgó llorando abiertamente
- No quiero presionarte, hermosa, pero... tengo algo de prisa — dijo Fenrir — primero quítate la ropa
- ¿aquí? — dijo Bill mirando hacia todos lados
- No tienes nada que no muera por ver de nuevo — dijo Fenrir — así que si, aquí y ahora. Para lo que pasara esta noche no la necesitaras — lentamente Bill se quitó toda la ropa — ¡Irresistible! — susurro el mayor relamiéndose los labios — ahora ¿cómo caminan las cachorras?
- ¡Por favor! — suplico Bill, pero ante la mirada del otro hombre no le quedó más remedio que ponerse de rodillas y apoyar las manos en el suelo
- Ven aquí — dijo Bill sentándose en cuclillas — ven hermosa. Demuéstrame lo feliz que estas de verme — y Bill se acercó para lamerle la cara — también me gusta que hoy estes aquí — sin que Bill dejase de lamerlo — , pero ya es tarde, tenemos que irnos — y agarrándolo de los cabellos volvieron al automóvil
el chofer cerró la puerta de la movilidad, y con una calma calculada en medio de la oscuridad del callejón, iluminado solo por la tenue luz de una farola que parpadeaba de vez en cuando, recogió con cuidado las prendas de Bill, doblándolas como si fueran un tesoro frágil. Fingía con maestría que las depositaba en el maletero, pero en lugar de abrirlo por completo, desvió su camino hacia un contenedor de basura cercano. El callejón permanecía en silencio, salvo por el leve sonido de las hojas que el viento arrastraba y el murmullo distante de la ciudad que nunca dormía. Miró alrededor con una tranquilidad ensayada, asegurándose de que nadie estuviera observando, y lanzó las prendas al interior del contenedor. Sacó un encendedor plateado del bolsillo de su abrigo, lo abrió con un chasquido seco y prendió fuego a la tela, que comenzó a arder con rapidez, dejando escapar un humo gris que se perdió en la negrura de la noche.
Cuando el fuego estuvo consumiendo todo, regresó al auto con la misma serenidad. Abrió la puerta del chofer y se sentó en dicho lugar, cerró la puerta y ajustó su posición, le dio contacto a la llave dejando que el motor del coche rompiera el silencio mientras este comenzaba a moverse. El viaje transcurría en un silencio tenso, roto únicamente por el leve ronroneo del motor y el eco distante de las ruedas al pasar por las calles vacías. El hombre, sentado con una compostura casi arrogante, miraba por la ventana, observando cómo las luces de la ciudad se desvanecían gradualmente en el horizonte, mientras conducía hacia la propiedad de su jefe, donde el destino de Bill Weasley ya estaba sellado.
Bill estaba sentado en el asiento trasero del auto, encogido contra la puerta, con la mirada fija en Fenrir. Sus ojos, grandes y cargados de un miedo que no podía disimular, se movían nerviosos, buscando cualquier posible escape que no existía. Su respiración era superficial, como si temiera que cualquier ruido pudiera enfurecer al hombre que tenía enfrente. Fenrir, en cambio, se mostraba completamente relajado. Observaba a Bill con una sonrisa apenas perceptible, disfrutando cada segundo de aquella mirada aterrada que lo alimentaba. Para él, ese miedo palpable era una confirmación de su poder, una prueba irrefutable de que controlaba la situación. Se recostó ligeramente en el asiento, ajustándose el abrigo con un movimiento pausado, como si el tiempo estuviera a su favor y no hubiera prisa alguna.
Cada gesto de Fenrir parecía diseñado para aumentar el peso de la tensión en el aire. Bill seguía inmóvil, sus manos temblaban ligeramente sobre sus rodillas, mientras intentaba evitar el contacto visual directo. Pero Fenrir no apartaba la mirada, disfrutando de ese dominio silencioso que ejercía. El miedo de Bill lo hacía sentir más importante, más poderoso, como si su mera presencia pudiera doblegar a cualquiera que osara desafiarlo.
La atmósfera dentro del auto era sofocante, cargada de emociones reprimidas que solo Fenrir controlaba. Mientras el coche seguía
- Ven aquí — dijo Fenrir tocándose la rodilla derecha — coloca tu cabeza — y Bill obedeció sin dejar de mirarlo — no tienes por qué sentir miedo. Si tú cumples con tu parte del trato, yo cumplir con la mía ¿Cómo contestaría, una linda cachorrita? — pregunto Fenrir y tras pensarlo un momento, Bill le lamio la cara — muy bien — dijo el hombre — Ahora no te alarmes, pero desgraciadamente esto va doler un poco. Pero la culpa es tuya por no obedecer a tu amo. Acuéstate bocabajo — dijo acomodándolo en el asiento para que las caderas de Bill queden sobre sus muslos — tengo un regalo para ti — le dijo inclinándose un poco hacia los pies de Bill — necesito que te relajes
Bill sintió como le acariciaban la cabeza, bajaban por su espalda y llegaban hasta sus glúteos. Lento. Suave. Sin prisa algo frio y muy resbaladizo entraba en él. Dolía, pero una mano firme a la mitad de la espalda lo mantenía en su sitio. Con cada milímetro que el invasor ganaba terreno, él sentía que se perdía más a sí mismo. No quería gemir de placer, pero su cuerpo necesitaba más contacto. “ Solo una noche, solo una y seré libre” se repetía
Sintió como colocan algo frio sobre su espalda desnuda y lo amarraban con corras de cuero debajo de las axilas, a la altura de las costillas y por la cintura. Sintió como otras barras de metal bajaban por sus glúteos hasta sus muslos amoldándose a sus rodillas y terminando en una abrazadera n sus tobillos. ¡estaba en cuatro patas si posibilidad de erguirse. Fenrir trabajaba con calma, ajustando cada hebilla y asegurándose de que el arnés quedara perfectamente ceñido a su cuerpo. Sus dedos se movían con precisión, casi con una frialdad calculada, mientras apretaba las correas alrededor de los hombros y la cintura de Bill. Cada movimiento de ajuste emitía un leve chasquido metálico, rompiendo el silencio opresivo del lugar. Fenrir se detuvo un momento, observando su obra con una sonrisa de satisfacción.
- Perfecta — dijo, su voz grave y cargada de dominio, mientras daba un paso atrás para admirar el resultado.
Bill intentó moverse, pero las barras lo mantenían en una posición fija, apoyado sobre la palma de sus manos y sus rodillas. Sus músculos temblaban con el esfuerzo de sostenerse, y el cuero del arnés crujía con cada pequeño intento de ajuste. Fenrir, imperturbable, se acercó nuevamente y le acarició la cabeza como si estuviera elogiando a una mascota bien entrenada.
- Así es como debes estar — murmuró, dejando que el peso de sus palabras reafirmara el control absoluto que ejercía — ¿Que falta? Ah si — Bill tembló ligeramente cuando el otro hombre se inclinó sobre él para tomar algo que coloco alrededor de su cuello. Cuando Fenrir se alejó, Bill noto que era un collar con una placa — ¡eres hermosa! Apoya tu cabeza aquí — dijo golpeándose suavemente el muslo y Bill obedeció