Seducción Oscura

Harry Potter - J. K. Rowling
M/M
G
Seducción Oscura
Summary
Bill Weasley llevaba una vida común, hasta que el azar lo puso en el camino de alguien que vio en él mucho más que un rostro atractivo. Lo que comenzó como algo que él creyó una broma se convirtió en un entramado de manipulación y poder, donde cada paso alejará más a Bill de sí mismo, hundiéndolo en una oscuridad que lo consumirá lentamente, convirtiéndolo en una pieza más de un juego cruel y calculado
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El Ascenso del Lobo

Corría el año en 1973, en un pequeño apartamento de un barrio marginal en el este de Londres nacía Fenrir Greyback. Su familia vivía en condiciones precarias, rodeada de pobreza y violencia cotidiana. Su padre, un hombre alcohólico y violento, trabajaba como estibador en el puerto, mientras que su madre hacía pequeños trabajos de limpieza para mantener a él y a sus dos hermanos menores, Ewan y Callum. Desde muy joven, Fenrir aprendió que el mundo no era un lugar justo. Su hogar era un sitio frío y hostil, donde los gritos y los golpes eran parte de la rutina. A los cinco años, Fenrir ya pasaba gran parte del día en la calle. En el barrio, era común que los niños formarán pequeños grupos para sobrevivir y defenderse de otras pandillas o de los adultos que los explotaban. Fenrir, sin embargo, no tardó en destacarse por su agresividad y su capacidad para imponerse. Su complexión física, más robusta que la de otros niños de su edad, lo convirtió en un líder natural, aunque su liderazgo se basaba más en el miedo que en el respeto.
Una vez con apenas cinco años, un vecino anciano llamado Mr. Higgins, quien solía regañar a los niños del barrio por jugar cerca de su puerta, salió enfurecido, gritando y amenazando con llamar a la policía. Mientras los otros niños huyeron, Fenrir se quedó inmóvil, observándolo con una mezcla de desafío y rabia. Cuando Mr. Higgins intentó empujarlo fuera de su camino, Fenrir agarró la lata y, sin pensarlo dos veces, la lanzó con fuerza contra la pierna del anciano. El golpe fue contundente, y el hombre cayó al suelo con un grito de dolor. En lugar de huir o disculparse, Fenrir se quedó allí, mirándolo fijamente, como si estuviera midiendo el impacto de su acción. Finalmente, uno de los adultos del edificio intervino, separándolo y llevándolo a rastras de vuelta a su apartamento. Esa noche, su padre lo golpeó como castigo, pero Fenrir no mostró lágrimas ni arrepentimiento. En su mente infantil, ya había entendido que la violencia podía convertir el miedo en poder.

 

Cuando comenzó la escuela, se encontró con un entorno que no entendía ni quería entenderlo. Era un niño problemático, propenso a meterse en peleas y a desafiar la autoridad. Los profesores lo etiquetaron como "un caso perdido", y para los diez años ya había sido expulsado de varias escuelas locales. Sin embargo, aunque carecía de educación formal, era astuto y tenía un instinto natural para leer a las personas, una habilidad que más tarde se convertiría en una de sus mayores fortalezas.
Los primeros encuentros reales de Fenrir con la violencia organizada comenzaron a los doce años. Un hombre llamado Gellert Grindelwald, un delincuente local que controlaba parte del barrio, notó al joven Greyback y lo reclutó para pequeños trabajos. Al principio, hacía encargos simples: entregar paquetes, vigilar esquinas o intimidar a otros niños para que trabajaran para Grindelwald. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Grindelwald se diera cuenta de que Fenrir tenía un talento innato para la intimidación.

 

A los trece años, Fenrir ya se había ganado una reputación dentro del pequeño círculo criminal de Gellert Grindelwald. Un día, Grindelwald lo llamó a su guarida, un oscuro almacén en el corazón del barrio. Le encomendó una tarea que, según él, determinaría si Fenrir estaba listo para asumir trabajos más serios. Un comerciante local, el señor Crawley, había estado retrasando los pagos de "protección" durante semanas. Grindelwald quería que Fenrir le diera una lección. Fenrir, aún joven pero ya acostumbrado a la intimidación, tomó la tarea con una mezcla de entusiasmo y frialdad. Se presentó en la tienda de Crawley al anochecer, cuando sabía que no habría clientes. Al entrar, el hombre detrás del mostrador lo miró con desconfianza, reconocía la cara del muchacho como alguien vinculado a Grindelwald.
Sin mediar muchas palabras, Fenrir empezó a tirar al suelo los frascos y cajas de mercancía con una calma inquietante. Cuando Crawley intentó detenerlo, Fenrir lo empujó con fuerza, haciendo que tropezara contra una de las estanterías. Aprovechando el momento, el joven sacó un cuchillo oxidado que había llevado escondido y lo clavó en el mostrador, justo frente al hombre.

 

- Grindelwald dice que, si no pagas esta semana, la próxima vez no será el mostrador el que reciba el cuchillo — , dijo con un tono que sonaba adulto, casi burlón.

 

Crawley, temblando, le aseguró que tendría el dinero listo al día siguiente. Fenrir salió del local sin mirar atrás, dejando un desastre como advertencia. Esa noche, cuando regresó al almacén, Grindelwald lo felicitó con una sonrisa torcida.
A los catorce años, Fenrir ya era conocido como el “perro de Grindelwald”. Cierto día, cuando lo enviaron a amenazar a Ollivander, un tendero que se había negado a pagar el dinero de protección hizo tanta gala de su brutalidad, que sorprendió incluso a los hombres de Grindelwald. Rompió las ventanas del local, destruyó las estanterías y golpeó a Ollivander con tal violencia que quedó inconsciente. Ya estaba consciente que, en su mundo, la violencia no solo era una herramienta, sino también un medio para obtener poder. ¡Y él conseguiría todo el poder!

 

A los 15 años, Fenrir ya había dejado completamente atrás cualquier apariencia de infancia. Había abandonado su hogar, harto de los abusos de su padre y del silencio de su madre, y vivía en un apartamento compartido con otros jóvenes delincuentes. En ese mismo año, Grindelwald le encargó su primera tarea de "verdadero peso": eliminar a Peter Pettigrew, un joven que había traicionado a la organización. Aunque Fenrir dudó inicialmente, el miedo a decepcionar a Grindelwald, y la promesa de ganar más dinero del que jamás había visto, lo empujaron a hacerlo. Fenrir cumplió la tarea con una mezcla de nervios y adrenalina que, al terminar, lo dejó sintiéndose invencible. Había estudiado por unos días la rutina de Pettigrew, y una noche entró al bar donde estaba el otro chico, y le dio un tiro en la cabeza mientras Pettigrew bebía una cerveza en la barra. El trabajo no fue limpio ni profesional, pero fue efectivo. Ese día marcó un punto de no retorno en su vida. Había cruzado la línea que separaba a un simple delincuente de alguien dispuesto a todo por el poder.

 

Esos años formativos moldearon a Fenrir Greyback en lo que llegaría a ser. La pobreza lo hizo ambicioso, el abuso lo volvió insensible, y la violencia temprana le enseñó que la fuerza bruta podía abrir cualquier puerta. A los dieciséis años, ya no era un simple chico de barrio; se había convertido en una herramienta letal al servicio del crimen, con un instinto feroz y una ambición que lo impulsaría a conquistar el bajo mundo del Reino Unido.

 

A los veinticinco años era un hombre cuya presencia imponía respeto y temor en partes iguales. Ya no era el chico de Grindelwald, ahora era conocido por ser un individuo despiadado, con un sentido del poder que iba más allá de la mera ambición. Ya estaba en las ligas mayores y rápidamente comenzó a ascender en la jerarquía criminal del Reino Unido. Aprovechando su astucia y su habilidad para manipular a las personas, consolidó alianzas con varias familias criminales como los Riddle, los Black o los Malfoy, eliminando sin piedad a cualquiera que se interpusiera en su camino. Para el año 2000, Greyback ya controlaba un vasto imperio delictivo que incluía tráfico de drogas, armas y trata de personas. Aunque la joya de la corona era la prostitución

 

Pero todo rey, necesita una reina, y Greyback conoció la suya a los catorce años, en una de las esquinas del barrio donde solía pasar el rato con su pandilla. Remus Lupin, un chico tímido y reservado, que vivía en un edificio cercano y solía pasar por ahí de camino a la biblioteca. Era evidente que no pertenecía a ese entorno, con su ropa limpia y libros bajo el brazo, pero eso fue precisamente lo que llamó la atención de Fenrir. Al principio, lo abordó con una mezcla de curiosidad y burla. Se interponía en su camino, le hacía zancadillas, lo empujaba. una tarde, observándose con una sonrisa torcida mientras los demás chicos reían.

 

- ¿Qué haces siempre cargando esos libros? — preguntó Fenrir, fingiendo interés — ¿Crees que te harán mejor que nosotros?

 

Remus, nervioso pero educado, respondió con una voz temblorosa que leía porque quería aprender y aspiraba a algo más allá del barrio. Fenrir no dijo nada más, pero algo en Remus le intrigó. Lo veía como un desafío, alguien que podía moldear a su antojo. Con el tiempo, Fenrir comenzó a buscarlo de forma "amistosa". Lo interceptaba después de la escuela y lo acompañaba a casa, ganándose su confianza a base de comentarios ingeniosos y fingido interés por los libros que leía. Sin que Remus se diera cuenta, Fenrir empezó a aislarlo de otros compañeros, insinuando que no eran lo suficientemente buenos para él, o que solo se burlaban de su intelecto.
Un día, Fenrir le propuso que lo acompañara a uno de los trabajos que hacía para Grindelwald. Remus, incómodo pero temeroso de perder la amistad de Fenrir, aceptó. Durante años, Fenrir lo manipuló para que lo siguiera en sus actividades, asegurándose de que Remus dependiera emocionalmente de él. Usaba palabras sutiles para hacerle sentir que no encajaba en ningún otro lugar, que solo Fenrir lo entendía y protegía.

 

Aunque Remus era consciente de que las actividades de Fenrir eran peligrosas e inmorales, sentía que no podía alejarse. Fenrir era carismático, y cada vez que Remus intentaba distanciarse, Fenrir lo convencía de quedarse, usando una mezcla de halagos y amenazas veladas. Aunque compartían una conexión que, desde el principio, había sido desequilibrada y peligrosa, Remus, un adolescente tímido con una vida familiar llena de expectativas sofocantes, encontró en Fenrir algo que confundió con camaradería. Fenrir, con su carisma oscuro y su actitud desafiante, le ofrecía una salida al mundo controlado y estructurado en el que había crecido. Sin embargo, esa relación no tardó en volverse un pozo de manipulación emocional.
Fenrir, siempre calculador, usaba las inseguridades de Remus como una herramienta. Cuando notaba su miedo a no ser aceptado, lo consolaba con palabras que eran tanto un halago como una trampa.

 

- Nadie más te entiende como yo, Remus. Todos los demás te ven como un debilucho, pero yo sé lo que puedes llegar a ser — , le decía, mientras lo abrazaba por la cintura.

 

Remus quería creerle. Quería pensar que Fenrir veía algo en él que nadie más había visto. Pero con cada "lección", Fenrir iba moldeando su carácter a su favor. Lo llevaba a situaciones cada vez más comprometedoras: intimidar a los vecinos, participar como su "guardián" en reuniones con Gellert Grindelwald, o quedarse en silencio mientras Fenrir resolvía sus problemas con violencia.
Una noche, Fenrir lo llevó a un callejón donde planeaba asustar a un cobrador que había desobedecido a Grindelwald. Fenrir le ordenó a Remus que se quedara a un lado, pero cuando el cobrador intentó defenderse, Fenrir lo empujó hacia Remus.

 

- ¡Defiéndete! — le gritó. Remus, paralizado, no supo qué hacer. Cuando el hombre huyó, Fenrir lo miró con desprecio — Sabía que no podías manejarlo — , le espetó, antes de suavizar su tono. — Pero está bien, para eso me tienes a mí. Solo recuerda que, si yo no estoy, no vas a sobrevivir.

 

Este patrón se repetía constantemente. Fenrir alternaba momentos de desprecio con muestras de "afecto" que mantenían a Remus atrapado en un ciclo de culpa y dependencia. Físicamente, Fenrir también imponía su presencia, sujetándolo del brazo con fuerza cuando se mostraba renuente o acercándose demasiado, invadiendo su espacio personal como una forma de intimidación sutil.
Para Remus, esa relación era un constante vaivén entre el miedo y la esperanza de pertenecer a algo. Pero lo que no entendía del todo era que Fenrir no veía en él a un amigo, sino a una extensión de su propio poder, alguien a quien podía usar y descartar cuando dejara de ser útil.

 

Esta relación no solo marcó la juventud de Remus, sino que dejó cicatrices profundas en su carácter, de las cuales toda su vida luchó por escapar con todas sus fuerzas. Fenrir, por su parte, veía en ello una victoria más en su camino hacia el dominio total de quienes lo rodeaban. Para Remus, esos años fueron una prisión emocional disfrazada de lealtad. Para Fenrir, en cambio, era otra forma de ejercer control, una habilidad que perfeccionaba con cada persona que entraba en su órbita.

 

Para el 2005, Fenrir entendió que, para mantener su poder, necesitaba expandir su alcance más allá de las fronteras. A través de contactos en Europa del Este y América Latina, estableció rutas seguras para el contrabando de productos ilícitos. En Italia, trabajó de cerca con los Zabini, mientras que en Rusia se asoció con Igor Karkarov, consolidando su posición como un jugador clave en el crimen organizado global.
Para ello, y con el control absoluto del bajo mundo criminal del Reino Unido diseñó una visión clara para su nuevo imperio: no conformarse con dominar un solo territorio. Su ambición lo llevó a diversificar sus actividades y a expandir su influencia más allá de las islas británicas, estableciendo un dominio que tocaba cada rincón del mundo.

 

Ciudades como Manchester, Birmingham y Liverpool eran sus centros de operaciones dentro de las fronteras europeas para el tráfico de drogas, para lo cual utilizó las redes locales de pequeños distribuidores para formar una cadena altamente eficiente. Desde cocaína proveniente de América Latina hasta anfetaminas fabricadas en laboratorios clandestinos del norte de Inglaterra. Perfeccionó el sistema de "protección" en barrios y comunidades vulnerables. Propietarios de negocios locales eran obligados a pagar una tarifa semanal para evitar ataques o saqueos organizados por los mismos hombres de Fenrir.
Con el incremento de la violencia en las calles, vio la oportunidad de lucrar vendiendo armas ilegales a bandas rivales. Estas armas, muchas de las cuales provenían de la Europa poscomunista, fluían a través de rutas cuidadosamente establecidas por su red de contactos.

 

Utilizando su reputación y conexiones más que consolidada, estableció alianzas con otras organizaciones criminales que le permitieron operar a escala global. En Italia, trabajó de la mano con la Camorra, facilitando el intercambio de armas y drogas a través del Mediterráneo. En Rusia, sus tratos con Karkarov les dieron acceso a mercados de tráfico humano y contrabando de materiales peligrosos como uranio. Eso lo llevaría a establecer vínculos con cárteles de Colombia y México, asegurando una provisión constante de cocaína de alta calidad para su distribución en Europa. Los acuerdos se manejaban a través de intermediarios, pero Fenrir no dudaba en viajar personalmente si las negociaciones lo requerían. En Asia, sus operaciones se centraron en el tráfico de heroína desde el Triángulo de Oro (Myanmar, Tailandia y Laos). Fenrir también aprovechó el crecimiento del mercado de drogas sintéticas en países como China, donde adquiría grandes cantidades de precursores químicos.
En África, se involucró en el contrabando de diamantes y marfil, utilizando rutas en países como Sierra Leona y la República Democrática del Congo. También financiaba grupos armados a cambio de acceso a recursos naturales valiosos. Sin embargo, aunque nunca buscó una presencia dominante en Estados Unidos, sí estableció relaciones con mafias locales y pandillas como los Latín Kings y la Mafia italoamericana, actuando como proveedor y enlace para negocios más grandes.

 

A medida que su poder crecía, Fenrir comenzó a invertir en negocios legales como fachada para lavar dinero y ocultar sus actividades ilícitas. Estos incluían restaurantes, empresas de transporte y compañías de construcción que servían como una cobertura perfecta. No solo era un jefe del crimen: era un estratega global. Su capacidad para conectar redes criminales de diferentes partes del mundo, diversificar sus operaciones y mantener el control a través del miedo y la manipulación lo convirtieron en una figura imparable en el bajo mundo.

 

Sin embargo, la joya de su corona siempre fue la trata de personas. Con contactos en Europa del Este, mientras su competencia captaba principalmente mujeres jóvenes que eran traídas al Reino Unido con falsas promesas de empleo y luego explotadas en clubes nocturnos y burdeles clandestinos, Fenrir estableció una red de tráfico de personas diferente. Aprovechando el auge de las redes sociales del nuevo siglo, hackeaba cuentas y usaba la información para espiar a sus víctimas y luego obligarlas a hacer videos eróticos desde la privacidad de sus hogares, que colgaba en la Dark Web. Su organización había perfeccionado un sistema metódico y despiadado que combinaba espionaje, manipulación psicológica y explotación tecnológica.

 

El éxito de la operación dependía de elegir víctimas con perfiles específicos. Su equipo de hackers escaneaba las redes sociales buscando personas que cumplieran con ciertos criterios, como apariencia atractiva, cosa que lograban mediante algoritmos que analizan automáticamente imágenes públicas para identificar a personas con características físicas que tuvieran alta demanda en la Dark Web. De ellas seleccionaba perfiles que mostraran publicaciones de tristeza, conflictos personales, problemas económicos o aislamiento social eran marcados como objetivos prioritarios. Se evitaba a víctimas con conexiones influyentes o acceso fácil a apoyo legal, prefiriendo a quienes estuvieran más desprotegidos. A continuación, se les enviaba enlaces maliciosos disfrazados de mensajes amistosos, ofertas de empleo o promociones de productos. Al hacer clic en estos enlaces, las víctimas permitían la instalación de spyware en sus dispositivos, lo que otorgaba a la organización acceso completo a cámaras y micrófonos en tiempo real, grabando contenido privado sin su conocimiento. Galerías de fotos y videos. Mensajes y redes sociales para identificar miedos, secretos y relaciones que pudieran usarse como puntos de presión.

 

Con suficiente material recopilado, se ponían en contacto con la víctima. Este acercamiento era calculado y progresivo: al principio las víctimas recibían un mensaje anónimo acompañado de fotos o videos privados que habían sido grabados sin su conocimiento. El mensaje dejaba claro que, si no cooperaban, el contenido sería enviado a sus amigos, familiares o empleadores. Como primeras exigencias se les pedía cosas menores, como grabar un video de prueba, asegurándose de que la víctima comenzará a cumplir con sus demandas. Este pequeño paso buscaba quebrar la resistencia psicológica. Se les advertía que hablar con alguien o buscar ayuda tendría consecuencias inmediatas, aumentando así su sensación de desamparo.
Una vez que la víctima estaba completamente bajo el control de la organización, comenzaba la explotación directa. Las víctimas eran obligadas a convertir sus propios hogares en escenarios para grabar videos eróticos. Las instrucciones eran detalladas, indicando qué ropa usar, qué hacer y cómo comportarse frente a la cámara. Monitoreaban las grabaciones en tiempo real, asegurándose de que las víctimas siguieran las órdenes al pie de la letra. Si no cumplían, las amenazaban con publicar el contenido ya grabado o dañar a sus seres queridos. Para evitar que las víctimas fueran reconocidas, los hackers usaban software de edición para alterar parcialmente los videos, cambiando rasgos faciales o distorsionando voces. Esto no solo protegía a la red, sino que también hacía que las víctimas sintieran que escapar era inútil.

 

Los videos eran subidos a sitios en la Dark Web controlados por Fenrir. Estas plataformas funcionaban como mercados clandestinos donde los usuarios pagaban grandes sumas en criptomonedas para acceder al contenido. Membresías exclusivas, subastas en vivo de víctimas que eran forzadas a participar en transmisiones en vivo, donde los usuarios pagaban por solicitar actos específicos denigrantes. Fenrir supervisaba personalmente estas subastas, asegurándose de maximizar las ganancias. Para evitar que las víctimas intentaran liberarse, Fenrir implementaba un sistema continuo de chantaje, como recordatorios constantes sobre su vulnerabilidad en el acceso a sus dispositivos y que podía reactivar las cámaras o micrófonos en cualquier momento.
Esta operación no sólo lo convirtió en un titán del crimen digital, sino que también lo hizo prácticamente intocable. Las víctimas, sumidas en el miedo y la vergüenza, rara vez denunciaban, y el anonimato de la Dark Web hacía que rastrear su red fuera casi imposible. Para Fenrir, este sistema era una evolución de su filosofía: no necesitaba cadenas ni cárceles físicas, porque había encontrado la forma de esclavizar a las personas desde sus propias mentes.

 

_____________________

 

A los 54 años, Remus Lupin ya no era más que una sombra de la persona que había sido en su juventud. Durante casi cuatro décadas, había sido manipulado, controlado y humillado por Fenrir, quien lo había reducido a una existencia de completa sumisión. Aunque Fenrir lo usaba como una posesión privada, su "Cachorrita", esa posición solo intensificaba la tortura psicológica y física. Para Remus, cada día era un recordatorio de su impotencia y de todo lo que había perdido.
Recluido en la casa principal de Fenrir, ubicada en un bosque remoto al norte de Inglaterra. La casa, que alguna vez había sido una finca elegante, se había convertido en una prisión para él. No tenía acceso al mundo exterior: no había teléfono, internet ni posibilidad de escapar. Cada ventana estaba enrejada, y las puertas permanecían bajo llave, vigiladas por matones leales a Fenrir.

 

En los últimos meses, Fenrir había intensificado su control, imponiendo castigos más crueles por la más mínima resistencia. Remus, quien ya se encontraba física y emocionalmente desgastado, comenzó a mostrar signos evidentes de desesperación: pasaba días sin comer, apenas hablaba y se refugiaba en la poca privacidad que encontraba en su habitación, cuando no estaba en un “live” para los canales de su señor.
En los últimos años de su vida, Remus Lupin había perdido todo rastro de su antigua identidad. Fenrir Greyback, quien lo mantenía bajo un control absoluto, había utilizado sus fábricas para desarrollar una droga experimental con efectos devastadores, y Remus había sido forzado a convertirse en el conejillo de indias. Los efectos de la sustancia no sólo alteraban su percepción del tiempo, sino que también fragmentaban su mente, sumiéndolo en un limbo entre la realidad y un estado animalizado que Fenrir manipulaba para su propio entretenimiento.

 

Cada vez que Remus despertaba de uno de esos trances, se encontraba en situaciones humillantes: desnudo, reducido a una parodia de una mascota, con una cola falsa insertada como un símbolo grotesco de su total sumisión. Fenrir, con una crueldad calculada, siempre respondía a sus cuestionamientos con la misma frase:

 

- Tú lo aceptaste, Remus. Es tu problema si quieres fingir que no lo recuerdas.

 

Estas palabras, acompañadas por la imposibilidad de distinguir la verdad de las lagunas mentales inducidas por la droga, quebraban cada vez más su espíritu. Remus se sentía atrapado en un ciclo interminable de degradación, donde incluso su propio cuerpo ya no le pertenecía. Una noche, tras otro episodio de trance, Remus despertó en el suelo del dormitorio de Fenrir. Su cuerpo estaba cubierto de marcas que no recordaba haber permitido, y al mirarse en el espejo, apenas reconoció al hombre que veía reflejado. La combinación de humillación, confusión y las palabras burlonas de Fenrir lo llevaron al borde de la desesperación.
Esa noche, mientras Fenrir celebraba en otra parte de la casa con su círculo cercano, Remus tomó una decisión. Sabía que nunca podría recuperar lo que había perdido, ni escapar de las garras de Fenrir. Lo único que le quedaba era recuperar algo de control, aunque fuera a través de un acto final.

 

En la habitación donde lo mantenían, había un cajón con varias de las herramientas que Fenrir usaba para sus "juegos". Entre ellas, Remus encontró una cuerda gruesa. La observó por un momento, sintiendo una extraña calma al pensar que, por primera vez en años, iba a hacer algo que nadie le impondría. Se asomo al balcón y ató la cuerda al marco de la rejilla. Con movimientos lentos pero decididos, hizo un nudo en uno de los extremos y lo ajustó alrededor de la baranda. Volvió a la habitación y busco lápiz y papel en las gavetas del escritorio y escribió:

"Fenrir, no soy tu mascota. No soy tuyo. Pero tampoco soy nada de lo que quería ser. Sin embargo, esto es mío. Mi decisión. Mi fin. Hoy escapó para siempre de ti y de eso que tú llamas amor"

Con la nota colocada en el escritorio, volvió al balcón, pasó la soga por su cuello y saltó hacia su libertad con una sonrisa radiante en los labios. Cerca de veinte minutos después, uno de los hombres de Fenrir subió para llevarlo a la sala, ya que “el señor” quería presumir a su “cachorra”, pero solo encontró el cuerpo sin vida. La noticia llegó rápidamente a oídos de Fenrir, quien se presentó en la habitación, leyendo la nota con una expresión impenetrable. Para sus hombres, Fenrir parecía indiferente, como si la muerte de Remus no tuviera importancia.

 

— Déjenlo. Incineren el cuerpo y limpien el lugar — ordenó con frialdad.

 

Sin embargo, horas después, cuando estuvo solo, Fenrir rompió la nota en pedazos, incapaz de admitir que, en ese último acto, Remus había recuperado algo que él nunca podría quitarle: su libre albedrío. En el fondo, esa muerte marcó un punto de inflexión en la vida de Fenrir. Aunque nunca lo admitiría, el acto final de Remus fue un recordatorio de que incluso el más sometido podía recuperar su agencia, aunque fuera en la forma más trágica, y lo tenía que remediar

 

Tras la muerte de Remus Lupin, Fenrir Greyback se sumió en un espiral de luto que se reflejó en sus negocios. Si bien su visión y control sobre la organización no disminuyó, su comportamiento se endureció, se volvió más sádico, más implacable, ordenando que se secuestren a hombres y mujeres captados en las redes sociales para llevarlos a casa de entrenamientos, donde según él eran categorizadas según sus “cualidades artísticas” y se les inyectaba la droga mejorada, la cual no solo bloqueaba su capacidad de razonamiento, sino reducía sus órganos sexuales al grado de volverse inútiles sin dejar de tenerlos. Las víctimas eran entrenadas para cumplir fantasías exóticas, su nueva consigna era “si no tenemos tu juguete favorito, te lo creamos” A pesar de todo, él no tomaba a ninguno para su disfrute personal. Sentía que ninguno estaría a la altura para reemplazar a Remus. Sus socios se lo insinuaban, pero a él no le interesaba

 

Fue durante una tarde cualquiera el verano anterior, mientras se encontraba en un café del centro de Londres, que Fenrir vio a Bill por primera vez. No era un lugar al que soliera acudir, pero aquel día había decidido observar a la gente común, algo que ocasionalmente hacía para relajarse. Estaba sentado junto a una ventana, sorbiendo un expreso, cuando Bill entró en el local. El chico destacaba en la multitud. Su cabello largo y rojizo, su postura relajada pero segura, y la manera en que se movía con naturalidad llamaron de inmediato la atención de Fenrir. Parecía el tipo de persona que atraía miradas sin siquiera intentarlo, y eso lo intrigó. Fenrir observó cómo Bill pidió su café y se sentó en una mesa cercana. Sacó un libro de su mochila y comenzó a leer, ajeno al resto del mundo. Esa combinación de confianza y tranquilidad fascinó a Fenrir, quien, acostumbrado a identificar a las personas rápidamente, percibió en él un equilibrio entre fuerza y sensibilidad que le resultó irresistible. Fue en ese momento cuando decidió. No importaba cuánto tiempo le llevará o qué medios tuviera que emplear ese chico sería de su propiedad; había algo en Bill que le decía que era la persona adecuada para ocupar el lugar que Remus había dejado.

 

Sin que Bill lo supiera, Fenrir puso en marcha su red de vigilancia. Utilizó a sus hombres para seguirlo discretamente y obtener información básica: dónde vivía, qué hacía, quiénes eran sus contactos. Al principio, el hecho de que Bill fuera restaurador no tuvo relevancia para Fenrir; lo que le interesaba era la vida que llevaba fuera de su trabajo, los pequeños detalles que lo definían. Los informes que recibió confirmaron sus primeras impresiones. Bill no solo era atractivo y carismático, sino también independiente y con un fuerte sentido de sí mismo. No parecía el tipo de persona que se dejara manipular fácilmente. sería todo un reto. ¡Justo lo que él merecía!

 

Tras semanas de observación, Fenrir decidió dar el siguiente paso. Organizó un encuentro "casual" en un cine del barrio que Bill solía frecuentar. Fenrir se aseguró de sentarse cerca de él, simulando ser un espectador cualquiera. Vio en silencio como una mujer rubia se sentaba junto a él e iniciaba una conversación casual. Bill, con su carácter afable, respondía con la misma naturalidad. Durante esa vigilancia, Fenrir reforzó su decisión. Había algo en la forma en que Bill hablaba y gesticulaba, en su mezcla de confianza y calidez, que lo hacía aún más interesante.
Esa noche, Fenrir no pudo dejar de pensar en el pelirrojo. Era diferente a Remus, pero eso era precisamente lo que lo hacía perfecto. No buscaba un reemplazo idéntico, sino un nuevo proyecto, alguien que representara un desafío fresco y emocionante. Desde ese momento, Fenrir centró toda su atención en Bill. Aunque sabía que tomaría tiempo acercarme a él de forma significativa, estaba dispuesto a esperar. Con paciencia y determinación, comenzó a trazar un plan que lo llevaría a incluir a Bill en su vida, moldeando poco a poco hasta convertirlo en suyo.

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