
Bajo Ataque
Sus pasos eran firmes, casi desesperados, mientras cruzaba la sala en dirección a su dormitorio. La luz cálida de la lámpara apenas alcanzaba a iluminar el pasillo estrecho, y la madera bajo sus pies crujía ligeramente en el silencio del departamento. Al entrar en su habitación, encendió la luz. Era un espacio pequeño, dominado por una cama sencilla y una ventana cubierta con cortinas opacas. Se dirigió directamente al armario empotrado, cuyas puertas de madera se abrieron con un tirón abrupto. Con las manos temblorosas, comenzó a rebuscar entre las estanterías y los cajones interiores, sacando camisas dobladas, cajas de zapatos y carpetas polvorientas, que arrojaba al suelo sin cuidado. Su respiración se volvió más rápida, y una expresión de frustración cruzó su rostro cuando un par de objetos golpearon el suelo con un ruido sordo.
Finalmente, sus dedos encontraron una caja vieja y desgastada, escondida detrás de una pila de ropa. Una caja que jamás había visto en su vida. Se agachó y la sacó con cuidado, como si fuera un objeto frágil. La colocó en la cama y levantó la tapa con un movimiento decidido. Dentro, el tiempo parecía haberse detenido. Había montones de fotos desordenadas: instantáneas de él denudo en varios lugares de la casa. A veces solo, otras posando con un vibrador. Pero las que más le impactaron eran las que compartía cama con varios hombres. ¡Hombres que no había visto jamás en su vida! A veces solo con uno a la vez, otras...
Bill se quedó en silencio, mirando una de las imágenes que sostenía entre los dedos. La luz del dormitorio se reflejaba en sus ojos. Había fotos de él usando vibradores o vestido de mujer. ¿Cómo podía...? Miró a su alrededor, y efectivamente había maquillaje, accesorios femeninos, y... muy poca ropa masculina
- ¡Esto no es mío! — dijo tajantemente
- Es tu casa, Bill — susurró Fleur
- ¡Tienes que creerme! — suplicó — ¡No soy gay!
- ¡Eres tú el de las fotos! — dijo ella con voz quebrada
- Amor, arreglare esto — dijo Bill tomándole las manos
- Solo quiero que seas feliz — dijo Fleur
- ¡Tú eres mi felicidad! — dijo Bill alzando la voz — ¡amor! — suplicó. Una vez la había dejado ir sin pelear por ella, no cometería dos veces el mismo error — ok. ¿Quieres la verdad? Alguien me chantajea, me obliga a hacer cosas y me graba... Dice que va lastimar a mi familia. Él me citó en el callejón. ¡Tienes que creerme! ¡Mi vida! ¡Podemos comenzar de...!
- Conocí a alguien más — dijo Fleur y Bill se quedó inmóvil — es lindo conmigo. Sabe de... esto...
- ¿Y yo? — susurró Bill — ¿y... lo... nuestro?
- Perdóname — respondió ella zafándose lentamente — podrás contar siempre conmigo... como amigas
- ¡¿Amigas?! — repitió Bill — quieres que sea tu amiga. ¿acaso soy una mujer, para ser tu amiga? — y Fleur miro hacia el armario — ¡Vete de mi casa!
- ¡Bill!
- ¡Largo! ¡Fuera! — dijo tomándola del brazo y sacándola a empujones — ¡fuera de aquí! — y con un golpe cerró la puerta antes de llorar abiertamente
Bill estaba sentado en el suelo de su departamento, con la espalda apoyada contra la fría pared de ladrillos. Las luces de la calle se colaban a través de las cortinas entreabiertas, dibujando líneas amarillas en el suelo de madera desgastada. Eran las once de la noche, apenas podía respirar. Sus manos temblaban al presionar sus rodillas contra el pecho, mientras sus ojos, hinchados y enrojecidos, derramaban lágrimas que caían en su camiseta gris. Intentaba calmarse, repetir que todo estaba bien, pero las palabras no llegaban. Cada crujido del edificio, cada sombra moviéndose con el viento, le parecía una amenaza. Miraba a la puerta una y otra vez, convencido de que alguien lo estaba observando. De que ese hombre estaba a punto de entrar.
En su mente, los pensamientos corrían desbocados, un torbellino de miedos y recuerdos que no podía detener. Su corazón latía tan rápido que parecía que iba a salir de su pecho. Quería gritar, pero el miedo a que alguien lo oyera lo paralizaba aún más. Solo podía llorar en silencio, mientras el mundo parecía continuar sin que le importaba lo que estaba viviendo.
A un lado, el vaso que había dejado en la mesa más temprano estaba volcado, y una pequeña mancha de agua se extendía lentamente sobre la madera. Todo en el departamento parecía inmóvil, congelado en el tiempo, salvo por Bill, roto en medio de su propia tormenta.
Cada crujido del edificio lo hacía encogerse un poco más sobre sí mismo, como si su propio cuerpo pudiera convertirse en un refugio. El sonido del frigorífico arrancando en la cocina le hizo dar un respingo, pero no gritó, solo apretó los brazos alrededor de sus piernas, hundiendo la cabeza entre las rodillas, como si con suficiente fuerza pudiera desaparecer. El tic — tac del reloj sobre la repisa del pequeño salón sonaba interminable, marcando cada segundo con una precisión que parecía burlarse de su desesperación. Bill cerraba los ojos con fuerza cada vez que el viento agitaba las ventanas, imaginando figuras oscuras observándolo desde afuera. Tal vez no había nadie, lo sabía en el fondo, pero el miedo no razonaba.
Sus dedos se clavaban en sus pantorrillas, y el roce de la tela de su pantalón le daba un mínimo consuelo, algo tangible para aferrarse mientras todo lo demás parecía amenazar con devorarlo. Escuchó un clic lejano, tal vez una tubería, y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Instintivamente, se inclinó más, acurrucándose como un niño pequeño, intentando fundirse con el suelo, hacerse tan pequeño que el mundo lo olvidara.
Cuando los ruidos se apagaban, quedaba solo el eco de su respiración entrecortada, casi inaudible, mezclada con sus sollozos. Era como si el silencio también lo persiguiera, opresivo y constante. A pesar de sus esfuerzos por calmarse, la paranoia seguía latiendo en su pecho, inmóvil pero omnipresente, como un peso invisible que no podía quitarse de encima.
Mirando hacia todos lados se deslizó hacia su cama y se cubrió con las mantas. Tania sueño. Estaba exhausto pero su miedo lo mantenía alerta. Llevaba ya varias horas en esas condiciones, y el cansancio le estaba pasando factura. Apenas había parpadeado, cuando noto que sus brazos estaban hacia arriba. Quiso bajarlos, pero algo frío alrededor de sus muñecas se lo impedía. Lo que lo desespero
- No hagas eso, bomboncito — dijo una voz desde la penumbra congelándolo en su lugar — te puedes lastimar
El hombre estaba de pie a los pies de la cama de Bill, inmóvil, con su figura oscura apenas iluminada por el tenue resplandor de las luces de la calle que se filtraban por las cortinas. Su silueta parecía descomunal en la penumbra, con los hombros tensos y el cuello ligeramente inclinado hacia un lado, como si analizara cada detalle del hombre que acababa de despertar frente a él. Sus ojos brillaban con un destello opaco, un reflejo frío que parecía observarlo todo y nada al mismo tiempo. El aire a su alrededor se sentía denso, cargado de una presencia que no necesitaba palabras para imponerse. No hacía ruido, ni siquiera su respiración era perceptible, como si su existencia misma fuera un susurro en la habitación. Sus manos, grandes y callosas, descansaban a los costados, relajadas pero cargadas de una fuerza latente, como si pudieran quebrar el espacio que los separaba en un instante si lo deseara.
- Pensé en enviarte tu regalo como hice con el anterior... — susurro
- ¡Aléjese! — suplico Bill — ¡aléjese! — quiso en gritar, pero la voz no le salía
- ...Pero en vista que no supiste como usarlo, decidí venir a ayudarte personalmente — dijo subiendo a la cama — y así lo vamos disfrutando juntos
- Por favor, no — suplicaba llorando — ¡No! ¡No!
- Primero veamos qué tan sensible esta tu piel — susurró él antes de deslizar su lengua sobre el pecho del pelirrojo, lamiendo sus tetillas y arrancándole un gemido involuntario — ¡música para mis oídos!
- ¡Ayuda, por favor! — decía Bill retorciéndose bajo esas manos que se deslizaban hacia el sur de su cuerpo — ¡que alguien me ayude! — pedía mientras le abrían las piernas para situarse en medio, oprimiéndole las piernas contra el pecho — ¡ayuda, por favor!
- La única ayuda que recibirás esta noche es la mía — dijo el hombre acariciándole sus glúteos desnudos — y será para subir al cielo
Ya había vivido eso, sabía lo que venía, así que luchó con todas sus fuerzas, pero literalmente lo estaban aplastando. Y su traicionero cuerpo que seguía ese juego cruel, a pesar de sus intentos por protegerse. Sus ojos se cerraban contra su voluntad, de sus labios salían gemidos descontrolados. Era mucho más de lo que había sentido jamás en la cama con cualquier mujer, solo que, en ese momento, él era esa mujer ¡Y no quería serlo!
Dedos salían y entraban de su cuerpo como si solo fuese un túnel y nada más. Labios y dientes que antes chupaban y mordían su cuello y pecho, ahora devoraban su boca con gula desmedida en sincronía perfecta. Solo era una muñeca inflable saciando los deseos de un monstruo. Y para horror suyo, entre esos brazos, el clímax lo golpeó como un tsunami a un pobre mortal, mientras su atacante llegaba al cielo enterrado muy dentro suyo
- Demuéstrale a tu macho cuando disfrutas estar en sus brazos — dijo su atacante y su grito de placer se confundieron con los petardos que encendían el cielo de la noche londinense
Estaba agotado. Había olvidado el número de veces que su garganta se había desgarrado en gritos de placer desmedido, aunque no lo quisiera. Tumbado en la cama, con las piernas ligeramente abiertas, sentía como su cuello era mordisqueado hasta que a sus fosas nasales llegó el inconfundible olor a sangre. Los dientes bajaron por su espalda y la marcaron por donde pasare. Sabía cuál era su destino, pero no había nada que él pudiese hacer para impedírselo
Londres despertaba el día de Navidad con una tenue luz grisácea que se colaba por las rendijas de las cortinas, iluminando las habitaciones con un resplandor pálido y mortecino. En la calle, se escuchaban los sonidos apagados de algunos coches pasando, el eco de pasos en los adoquines y, ocasionalmente, el canto lejano de algún villancico que resonaba desde un radio o una ventana abierta. Sin embargo, la quietud predominaba, como si la ciudad aún estuviera contenida por el peso de la celebración de la noche anterior.
En su habitación, Bill despertó lentamente, con una sensación punzante que recorría su cuerpo como si hubiera estado en una pelea que apenas recordaba. Estaba boca abajo, su rostro parcialmente hundido en la almohada, y el frío del suelo de madera tocaba el costado de su mano que colgaba inerte del borde de la cama. El cuarto olía a algo metálico y tenue, y aunque no podía verlo de inmediato, sentía el peso del dolor irradiando en sus partes íntimas.
Intentó moverse, pero un dolor agudo lo obligó a detenerse. Al alzar la mano el lugar, ya desatada, sintió algo húmedo y seco al mismo tiempo. Sangre. Entonces lo recordó. Tan solo había parpadeado, y ese hombre había entrado y lo había... sus lágrimas caían cuando sus manos temblorosas exploraron más. Él... ni siquiera lo podía decir en voz alta. No sabía cuánto tiempo había pasado desde entonces.
El reloj de la mesita de noche marcaba las cinco de la mañana, pero para Bill el tiempo parecía suspendido. La manta estaba arrugada y tirada en el suelo, y las marcas de botas sucias en el suelo le decían que no había sido un sueño. Giró la cabeza con esfuerzo, observando las paredes de su habitación: la pintura blanca tenía ahora una pequeña mancha oscura en el rincón, como si alguien hubiera apoyado algo allí, y la puerta del armario estaba entreabierta, cuando él recordaba haberla cerrado. Afuera, las campanas de una iglesia cercana comenzaron a sonar, rompiendo el silencio de la mañana. Era Navidad, pero para Bill, solo era un día más en su infierno personal.
- Qué bueno que ya despertaste — dijo una voz que le erizo la piel junto a un ligero temblor — anoche nos divertimos tanto que te dormiste antes de que estrenes tu regalo — lo giró boca arriba
- No por favor — suplico Bill — ya basta
- Yo sé que te mueres por usarlo — susurro mientras se inclinaba para lamerle el cuello — y mostrarles a todas tus amiguitas lo que te Papa Noel te trajo
- Suélteme — suplicó Bill mientras sus lágrimas caían
- Relájate y disfruta — susurro al oído el extraño acomodándose entre sus piernas, las que abrió y admiro antes de lamerle la mejilla mientras le colocaba una bola de trapo en la boca — . Ya no hay fuegos artificiales y no queremos asustar a los vecinos. Te prometo que lo vas a disfrutar. No te preocupes, amo ver tu cara de placer
Manos, uñas y dientes a partes iguales volvieron a recorrer su cuerpo de norte a sur, de este a oeste. Sus lágrimas no dejaban de brotar, aunque ya no sabía si eran de miedo, impotencia o placer. Él no era homosexual, y de eso estaba completamente seguro, pero su piel parecía haberlo olvidado completamente. De su boca solo salían gemidos ahogados por su mordaza, que se intensificaron cuando entre sus piernas algo grueso, tibio y palpitante se abría paso con una clara intención.
- Prometo enviarte el video para que veas con tus propios ojos lo sexi que eres cuando tu alfa te hace suya — le susurro al oído mientras empujaba más — ¡Dios, eres simplemente sublime!
Cuando estuvo dentro completamente, escuchó un Vmmm que provenía de él y que se movía en su interior. Era diferente, más constante, pero igual de emocionante. Era... sintió un movimiento en la cama y alcanzó a ver las piernas del hombre a la altura de las rodillas. Segundos después lo vio sentarse completamente desnudo, cruzar las piernas y presionar un botón un pequeño control que intensificó el movimiento ¿acaso le había puesto un maldito vibrador? Quería pararse. Quitárselo. Quería golpear a ese maldito hasta que solo fuese un montón de carne y sangre que ensuciaba su alfombra, pero no podía. Su cuerpo solo quería disfrutar al máximo ese objeto que lo denigraba como hombre.
Se mordía los labios y aplastaba el rostro contra la almohada. No gemiría. no le daría esa satisfacción ¡Claro que no!
- No te cohíbas por mí, preciosa — dijo — . sé que lo estás disfrutando y no tiene nada de malo. Exprésalo abiertamente. Nadie te va a juzgar — Bill sintió como la velocidad del vibrador aumentaba, y por instinto levantó más las caderas — . Vamos sé tú misma. Sin miedo
No pudo más y se entregó por completo al placer y la lujuria. Gritaba y gemía suplicando por más a pesar de la mordaza. cerraba y abría las piernas, luego las volvía a cerrar apretándolas a más no poder, en un acto desesperado de sentir el objeto más adentro. Era enloquecedoramente placentero.
Despertó nuevamente al sonido de su contestador desde la sala. Era su madre deseándole feliz navidad. No se quería mover. Si bien le dolía el trasero, ya no tenía puesto el vibrador, pero si algo más. Movió las sábanas y lo vio. ¡Llevaba puesta lencería de mujer! El conjunto era simple, combinaba bragas tipo bóxer y un sujetador deportivo diseñado con un enfoque moderno, cómodo y estéticamente atractivo, debía reconocerlo. El bóxer era de corte ajustado, corto, que seguía la línea del cuerpo sin ser restrictivo. El material era una mezcla de algodón suave y elastano para garantizar elasticidad, transpirabilidad y comodidad durante el día. El tejido tenía un acabado mate con detalles sutiles en costuras planas para evitar irritaciones. De color rosa , con un cinturón elástico ancho decorado con un pequeño logotipo discreto o un patrón geométrico minimalista. En los laterales tenía paneles de malla.
El sujetador, también rosa, estaba inspirado en los crop tops ajustados, con tirantes anchos y espalda en estilo cruzado o en forma de "Y" para ofrecer comodidad. Al igual que los bóxers, el tejido sería una mezcla de algodón y elastano, suave al tacto y con propiedades de absorción de humedad para evitar incomodidades durante el uso prolongado. Era liso en su mayoría, con algún detalle que hacía juego con los bóxer, como un pequeño ribete en el borde inferior del mismo color que el cinturón de los bóxer.
Su celular sonó, era un SMS. Con mano temblorosa tomó el aparato y lo desbloqueo. Fue al WhatsApp y abrió el chat. “Buenos días mi Cobrecito Apasionado. Perdón que me fui sin despedirme, pero te veías tan exhausta y feliz. Espero que tu otro regalo te haya gustado tanto como el primero. Mira el rostro de alguien que disfruta mucho tener un hombre dentro suyo”. Había un link más abajo. Le dio clic y lo llevó a la página de “La Cámara de los Deseos” Fue hasta la sección dedicada a su nombre dio clic. Sus lágrimas cayeron. Había un nuevo video. El de la noche anterior y fotos suyas vestido con la lencería. No soportó más y lanzó un grito desesperado lanzando lejos el celular.