Seducción Oscura

Harry Potter - J. K. Rowling
M/M
G
Seducción Oscura
Summary
Bill Weasley llevaba una vida común, hasta que el azar lo puso en el camino de alguien que vio en él mucho más que un rostro atractivo. Lo que comenzó como algo que él creyó una broma se convirtió en un entramado de manipulación y poder, donde cada paso alejará más a Bill de sí mismo, hundiéndolo en una oscuridad que lo consumirá lentamente, convirtiéndolo en una pieza más de un juego cruel y calculado
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Admiral Duncan

Londres, a principios de diciembre, lucía como un escenario sacado de un cuento navideño. Las calles estaban llenas de luces que parpadeaban en tonos cálidos, contrastando con el cielo gris y las tempranas noches invernales. En Oxford Street, las decoraciones navideñas se extendían como un techo brillante sobre las cabezas de los transeúntes, mientras las vitrinas de las tiendas mostraban elaboradas escenas invernales con maniquíes vestidos para las festividades.
En Covent Garden, un enorme árbol de Navidad se alzaba en el centro de la plaza, rodeado de puestos que vendían castañas asadas y vino caliente. El olor dulce y especiado llenaba el aire, mientras los turistas y locales disfrutaban de pequeñas actuaciones callejeras. Los mercados navideños, como el de Southbank, ofrecían todo tipo de delicias: desde artesanías hechas a mano hasta dulces típicos, como el "mince pie".

 

La niebla matinal, que cubría los parques y los tejados de la ciudad, se disipaba lentamente, dejando paso a un frío que calaba los huesos. Sin embargo, esa misma frialdad hacía que un té caliente en cualquier café del Soho se sintiera como un abrazo. Al caer la noche, la ciudad se transformaba; el Támesis reflejaba los destellos de las luces navideñas, y el London Eye, iluminado, giraba lentamente sobre un horizonte vibrante y festivo. Todo en Londres parecía preparado para la llegada de la Navidad, con una mezcla única de tradición y modernidad que capturaba a cualquiera que la visitara. Todo, menos el departamento de Bill Weasley
Se había mudado a la capital hacía unas semanas, después de que Fleur lo hiciera. Seguían en contacto a pesar de su ruptura, y Bill no perdía las esperanzas de volver con ella. La amaba, y aunque no insistía en su relación, tampoco renunciaba a ella

 

El departamento de Bill estaba en un edificio antiguo de ladrillos rojos, cerca del Támesis. Era pequeño pero acogedor, con un diseño sencillo y funcional que reflejaba su nueva vida en solitario. La sala principal tenía un sofá gris algo desgastado, una mesa de madera con marcas de uso y estanterías llenas de libros y objetos que había recogido en sus viajes. Las ventanas grandes dejaban entrar mucha luz durante el día, aunque las cortinas oscuras ayudaban a mantener la privacidad por las noches.
La cocina estaba integrada al salón, con electrodomésticos modernos pero pocos utensilios, ya que Bill cocinaba lo justo para él. La mesa de comedor solo tenía espacio para dos personas, pero sobre ella siempre había un ramo fresco que compraba en el mercado los fines de semana. El dormitorio era sencillo, con una cama doble cubierta por una colcha de tonos neutros y una pequeña lámpara de lectura sobre la mesita de noche. Un perchero junto a la puerta tenía colgadas sus chaquetas y bufandas, algo esencial para el clima londinense.

En las paredes había algunas fotografías y dibujos, pero no demasiados, como si aún no terminara de decidir qué quería que el espacio dijera sobre él. Desde las ventanas podía verse el río y, en la distancia, la silueta de algunos de los edificios más emblemáticos de Londres. Había una sensación de transición, como si el lugar esperará a que Bill decidiera si era un refugio temporal o el inicio de algo nuevo.
Desgraciadamente, el cambio de ciudad no lo ayudó a deshacerse de su acosador. Las cartas, llamadas, email y SMS continuaban llegándole a diario. Sugiriéndole que hacer, donde ir, que vestir. Una mañana salió de la ducha y sobre su cama había un cachetero de encajes para hombre con ligas. Era rosado pastel y en la parte de atrás llevaba inscrito con letras blancas “Parque de Diversión de Papi”

 

- No quiero — suplico Bill — por favor. Ya pare. Ya no

 

Le llegó un SMS con un video de Ginny riendo con unas amigas en una cafetería. La persona que grababa sostenía el diario de tal manera que se veía la fecha de ese día y un mensaje “Entonces lo usara ella cuando seis hombres la visiten en un rato” y Bill cayó de rodillas llorando. Después de unos minutos se calmó y lentamente se quitó la toalla y se iba a poner la prenda. Era muy suave. Su celular sonó y desbloqueándolo se lo colocó en el oído.

 

- Activa tus audífonos inalámbricos — ordenó el hombre y el pelirrojo obedeció — haz una pasarela
- Tenga piedad — suplicó Bill
- No olvides mover las caderas

 

Bill cerró la puerta de su habitación con un suave clic, asegurándose de que nadie pudiera interrumpirlo. Frente al espejo de cuerpo entero, colocó una mano en la cadera y respiró hondo. Lentamente se sentó en la cama y tomando la prenda, pasó primero pierna derecha y luego la izquierda, se puso de pie y la subió por sus muslos suaves. Se sentía bien. Acomodo su miembro en su lugar. Se sorprendió al notar que no le incomodaba

 

- Haz una pasarela — repitió
- Mírate al espejo — se le ordenó y obedeció. Sus lágrimas volvieron a caer al verse tan distinto — mírate desde distintos ángulos. Admira lo hermosa que eres. Toda una hembra. Camina varios hacia atrás e intenta ver su trasero. Avanza hacia el espejo. Acaríciate los pechos, baja por tu abdomen, juega con tu clítoris. Siente como el suave roce del encaje sobre su piel te hace sentir sofisticada y femenina, eres la estrella de este desfile privado. Con cada paso mueve las caderas en un suave vaivén. Detente frente al espejo, inclínate ligeramente hacia adelante para observar los pequeños detalles del diseño mientras los acaricias. ¡Eso! Recorre tus muslos. Mete tu mano por debajo de la tela y acaricia tus muslos suaves. Deja que tu dedo se esconda en un...
- ¡No! — grito se quitó la prenda lanzándola lejos antes de lanzarse a la cama
- Bill... tu dedo — dijo la voz — introdúcelo en ti
- No — repitió el pelirrojo desafiante — no soy gay — y automáticamente se prendió el televisor mostrándolo a él en el callejón la noche que lo atacaron. La imagen se congeló en su rostro desdibujado de placer — ¡Me obligaste! ¡yo no soy eso! — la imagen del televisor cambió a una donde él se auto exploraba en su habitación cuando aún vivía con Fleur — ¡Me obligaste! ¡Tú me obligaste! ¡Yo no quiero! ¡No quiero! — y colgando la llamada lanzó lejos sus auriculares para hacerse un ovillo en la cama sin dejar de llorar

 

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A las ocho de la noche del 24 de diciembre, Londres respiraba un aire festivo y nostálgico bajo un cielo despejado, aunque gélido. Las calles principales, como Oxford Street y Regent Street, estaban iluminadas por un mar de luces navideñas que colgaban en guirnaldas doradas y plateadas entre los edificios. Los escaparates de las tiendas lucían decoraciones elaboradas, con figuras de renos, muñecos de nieve y escenas de invierno, mientras los últimos compradores apresurados buscaban regalos de última hora. El sonido de villancicos se escuchaba en rincones estratégicos; pequeños grupos de cantantes, envueltos en abrigos y bufandas, ofrecían melodías clásicas como Silent Night o Hark The Herald Angels Sing. Algunos transeúntes se detenían para escuchar, dejando caer monedas en las cajas de recogida de caridad, mientras otros seguían su camino con las manos llenas de bolsas y rostros apresurados.

 

El Támesis reflejaba las luces de la ciudad como un espejo fragmentado, y la noria del London Eye brillaba en tonos festivos de rojo y verde. En los parques, como Hyde Park, familias y parejas patinaban sobre pistas de hielo temporales, rodeadas de puestos que vendían chocolate caliente, castañas asadas y vino especiado. En contraste, las callejuelas más apartadas, como las del barrio de Covent Garden, parecían más tranquilas, aunque igual de mágicas. Los faroles antiguos proyectaban sombras suaves sobre los adoquines, y el murmullo de conversaciones se mezclaba con el crujido de la nieve fresca que empezaba a caer lentamente.

 

La luz cálida y tenue del Admiral Duncan se derramaba por las ventanas de marco antiguo, creando un refugio acogedor en medio de la bulliciosa Old Compton Street. Desde el exterior, el bar parecía pequeño, casi modesto, con su fachada negra y su letrero de letras doradas, pero al cruzar el umbral, el espacio cobraba vida con una vibrante mezcla de colores, risas y música. El interior estaba decorado con banderas arcoíris que colgaban con orgullo entre las vigas del techo, recordando a todos que este lugar había sido durante décadas un símbolo de resistencia y comunidad en el corazón del Soho. Las mesas y sillas de madera desgastada parecían contar historias de innumerables noches de confidencias, brindis y carcajadas. En el centro del bar, un mostrador de madera oscura, brillante por los años de cuidado, era atendido por camareros que servían con destreza pintas espumosas y cócteles llenos de color.

 

En una esquina, un pequeño escenario elevado albergaba a una drag queen con un vestido de lentejuelas que brillaba como un tesoro bajo los focos. Con voz potente y gestos teatrales, arrancaba aplausos y gritos de entusiasmo del público, que se apretaba en el espacio reducido, formando una multitud heterogénea: parejas cogidas de la mano, grupos de amigos y algunos solitarios con miradas pensativas pero sonrientes. El ambiente era cálido, casi íntimo, como si tuviera la capacidad mágica de hacer que cada visitante se sintiera en casa, sin importar quién fuese. El ruido de las conversaciones competía con la música, creando un fondo sonoro que era al mismo tiempo caótico y encantador. Y, a pesar del frío londinense que se deslizaba por las calles afuera, dentro del bar el calor humano lo envolvía todo, haciendo olvidar, aunque fuera por un rato, las prisas y preocupaciones de la ciudad.

 

Bill entró con pasos inseguros y se sentó en una mesa media escondida de la vista de curiosos. No quería estar ahí, pero había recibido un SMS con esa dirección y la orden, porque lo era, de visitar el lugar, bajo amenaza de lastimar a Fleur si no obedecía, junto con una foto de la chica en su nuevo taller. Miró en todas direcciones, pero al principio nadie parecía notar su presencia. Era solamente un cliente más. Iba a irse al cabo de una hora aproximadamente de su llegada cuando le llegó un nuevo mensaje: “Te veo en el callejón de atrás, mi Llamita Ardiente. Te ves sexi con ese pantalón”

 

Bill salió del pub cerrando la puerta tras de sí mientras una ráfaga de aire frío le golpeaba el rostro. Su abrigo de lana gris estaba abotonado hasta el cuello, pero aun así se estremeció ligeramente, metiendo las manos en los bolsillos para protegerse del gélido viento Las luces de las farolas reflejaban el brillo de la escarcha acumulada en los adoquines, y el eco de sus pasos resonaba con fuerza en la calle casi vacía. Miró a su alrededor, asegurándose de que no había nadie siguiéndolo. Algunos clientes del pub aún reían y charlaban en su interior, sus voces apagadas por las gruesas ventanas. Bill caminó con calma, como quien no tiene prisa, pero sus ojos, nerviosos, escudriñaban la penumbra mientras se acercaba al callejón que bordeaba el bar.
El callejón era estrecho y mal iluminado, flanqueado por paredes de ladrillo cubiertas de grafiti y viejos carteles descoloridos por la lluvia. Una luz titilante al fondo, proveniente de un farol defectuoso, era la única fuente de claridad en ese espacio sombrío. Al dar el primer paso dentro del callejón, Bill giró la cabeza hacia atrás, asegurándose de nuevo de que nadie lo observaba. El silencio era absoluto, salvo por el lejano murmullo de un coche pasando en la calle principal y el crujido de suela sobre la escarcha. Avanzó hacia el fondo del callejón. Su figura se fue desdibujando en la penumbra, hasta que el parpadeo del farol lo engulle por completo. A medida que se adentró más, noto la presencia de dos hombres altos con figuras bastante trabajadas apoyados en la pared. “Motoqueros” pensó. Al notar su presencia ambos hombres se incorporaron

 

- ¡Pero mira nada más el regalo que nos trajo Santa! — dijo uno mirándolo de pies a cabeza
- ¡Y yo que estaba convencido de que había sido un niño malo! — dijo el segundo — uno muy malo
- Perdón — dijo Bill retrocediendo — soy nuevo en la ciudad y... Feliz Navidad — y se giró para volver por donde entró, pero otros tres hombres se acercaban por el otro lado. ¡Estaba rodeado!
- ¡Aquí tengo tu regalo, belleza! — dijo el primero acariciándose su entrepierna bastante prominente
- ¡Mira esa boquita! — dijo otro
- Yo prefiero ese trasero — dijo un quinto que no había visto y se relamía los labios — ¡debe saber a la misma gloria!
- ¡Aléjense! — suplico Bill pegando su espalda contra la pared — ¡Aléjense o gritaré! — amenazó desesperado
- Nada en la vida me gustaría más que escucharte gritar conmigo adentro — dijo otro mientras empezaba a acariciarle los muslos y otro el pecho. Alguien le besaba el cuello a la par que alguien más le abría el pantalón

 

Quería gritar y no podía. ¡Estaba completamente paralizado! ¡Otra vez lo iban a violar y él no lograba defenderse! Parecía solo una muñeca inflable lista para ser utilizada ¿Qué rayos le pasaba?

 

- ¿Qué pasa ahí? — preguntó alguien desde el otro extremo del callejón justo antes de que todos los hombres corrieran en dirección contraria — ¡Hey alto! — grito, pero no fue obedecido — ¿señor, está bien? — dijo — señor — insistió al notar que Bill había perdido el conocimiento — Control, aquí Unidad 124, tengo un código 434, repito, tengo un código 434 — llamó por su radio — . La dirección es Dean St. Atrás de Admiral Duncan. Se necesita asistencia inmediata. La víctima es un hombre, treinta años aproximadamente, inconsciente, sin lesiones visibles. Cuatro a seis sospechosos, hombres de unos cuarenta años, cabello oscuro, chaqueta negra, última vez visto dirigiéndose hacia Bourchier st — dijo mirando a su alrededor — . Tranquilo amigo, ya viene la ayuda — le susurro a Bill

 

Shad Thames es una calle estrecha y empedrada ubicada al sur del río Támesis, cerca del Tower Bridge, en Londres. Sus edificios de ladrillo rojo son restos de antiguos almacenes victorianos, que en su época almacenaban especias y mercancías exóticas traídas por el puerto. Hoy en día, muchos de estos almacenes se han transformado en apartamentos modernos y restaurantes elegantes, pero conservan elementos originales como las pasarelas metálicas que conectan los pisos superiores de los edificios. La calle tiene un aire histórico, con faroles que iluminan suavemente las fachadas durante la noche y un constante murmullo del río cercano.

 

El departamento de Bill estaba en Cayenne Court, un edificio de ladrillos rojos con grandes ventanas de marco negro, que en otro tiempo había sido un almacén de especias. Desde la calle, las pasarelas de metal que cruzaban entre edificios añadían un toque industrial a la atmósfera del lugar. Su apartamento, en el segundo piso, era pequeño pero luminoso, con una vista parcial del Támesis entre los tejados de los edificios vecinos.
La patrulla estacionó en la entrada y por el vidrio Bill la vio. Estaba sentada en unos de los peldaños. Fleur llevaba un abrigo trench beige, ajustado en la cintura con un cinturón, que caía hasta las rodillas, dándole un aire elegante pero relajado. Debajo, se vislumbraba un jersey de cuello alto color crema, cálido y cómodo para el clima invernal. Vaqueros oscuros ajustados, que realzaban su figura sin perder la comodidad. En los pies llevaba botines de cuero marrón, con un pequeño tacón cuadrado que le añadían unos centímetros de altura y que eran ideales para caminar por las calles empedradas de Shad Thames. Como toque final, Fleur había escogido una bufanda de lana gris claro, que caía despreocupadamente sobre sus hombros, y un bolso bandolera de cuero marrón a juego con los botines. Su cabello, ondulado y ligeramente despeinado, se escapaba bajo un gorro tejido blanco, que complementaba perfectamente el conjunto. Parecía un ángel. Un ángel que no merecía, pero tampoco quería perder

 

- Mon cher — dijo ella abrazándolo cuando se bajó, después que el policía le abriese la puerta — todo estará bien — susurro cuando Bill empezó a llorar
- Lo atacaron detrás del Admiral Duncan — dijo el oficial — No llegaron a...
- Entiendo — dijo la rubia mientras lo sentía estremecerse en sus brazos — gracias oficial
- Nott — dijo este — Theodore Nott
- Gracias oficial Nott — dijo ella
- Señorita. Disculpe que me involucre, pero no es seguro que su hermano visite callejones así — dijo el oficial — los... bares son más segu...
- ¡No soy gay, ni su hermano! — dijo Bill alterado
- Pero...
- ¡Me atacaron! — dijo Bill desesperado
- Tranquilo — dijo Fleur — . Ve entrando
- ¡No soy gay! — repitió Bill — te lo juro
- Ahora te alcanzo — dijo ella cerrando la puerta — gracias de verdad
- Disculpé, pensé que eran — dijo Nott
- Salimos un tiempo..., pero..., solo quiero que sea feliz — dijo Fleur
- La entiendo — dijo él — no se preocupe. Que tengan buenas noches. Permiso y Feliz Navidad — y se retiró

 

Bill estaba sentado en el pequeño sofá de su sala, con la cabeza apoyada en ambas manos mientras miraba el suelo de madera desgastada. Su chaqueta estaba colgada del respaldo de la silla más cercana, y la camisa de lino que llevaba mostraba un par de manchas de polvo del callejón donde había ocurrido el ataque. Estaba completamente inmóvil, con la mirada perdida, un reflejo inconsciente de la adrenalina que aún corría por su cuerpo. La luz iluminaba el espacio, proyectando sombras suaves sobre las paredes desnudas del departamento. El sonido del hervidor llenaba el silencio, acompañado por los movimientos metódicos de su amigo en la pequeña cocina al otro lado de la sala. Bill alzó la vista cuando Fleur le extendió una taza de té en la mano. Su rostro mostraba miedo y vergüenza. "Gracias", murmuró, extendiendo la mano para tomar la taza.

 

- Colócate esto — dijo ella pasándole una frazada — ¿Por qué fuiste a ese callejón? — preguntó ella sentándose a su lado
- Quería arreglar un problema — contesto sin mirarla
- El oficial tiene razón — dijo Fleur suavemente
- ¡No soy gay! — dijo tajantemente alzando la voz
- Cuando fui por la frazada... — dijo ella intentando no alterarlo — vi todo. Bill debes aceptarte. Yo te apoyo. Jamás te voy a juzgar
- ¿Todo? — preguntó intrigado — . Ahí solo está mi ropa
- Exacto — dijo Fleur — tu ropa. Faldas, blusas, zapatos de tacón..., vestidos, maquillaje..., lencería
- No — dijo Bill — yo no...
- Hay fotos... con varios..., ya sabes, en la cama — dijo Fleur — las vi cuando fui por la frazada — el hombre se levantó de golpe y caminó deprisa al dormitorio — Bill, espera. Bill

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