Seducción Oscura

Harry Potter - J. K. Rowling
M/M
G
Seducción Oscura
Summary
Bill Weasley llevaba una vida común, hasta que el azar lo puso en el camino de alguien que vio en él mucho más que un rostro atractivo. Lo que comenzó como algo que él creyó una broma se convirtió en un entramado de manipulación y poder, donde cada paso alejará más a Bill de sí mismo, hundiéndolo en una oscuridad que lo consumirá lentamente, convirtiéndolo en una pieza más de un juego cruel y calculado
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Ausencias Que Duelen

Bill tomó la caja con los objetos y metiéndolos en una bolsa, lo tiró en el basurero. Se sentó en su silla mirándolo fijo mientras tamborileaba con sus dedos sobre la mesa y respiraba agitadamente. Su celular sonó. ¡Era él! No iba a hacerlo. No se iba a colocar esa… Llegó otro SMS y lo abrió “Colócate el vibrador y bríndame un espectáculo, preciosa. O entraré en este momento…”

- ¡Hazlo! ¡hazlo, maldito cobarde! — grito fuera de sí — ¡hazlo! ¡entra y da la cara! ¡Te mataré con mis propias manos! ¡Vamos! ¿Qué esperas? Eso imagine. ¡Tu juego terminó hoy!

Se puso de pie y tomando la bolsa salió lo más deprisa que pudo. Esas paredes tan familiares, ahora se erguían imponente y atemorizantes. Las luces parpadeaban débilmente, proyectando sombras inquietantes en las paredes antiguas. Bill corrió por los pasillos desesperado mientras su celular sonaba. Salió del museo, corrió por las escaleras de piedra, su respiración era agitada y su corazón latía con fuerza. El viento frío de la noche le golpeaba la cara mientras miraba a su alrededor, sus ojos se llenaban de pánico. Las puertas del museo se cerraron con un estruendo detrás de él, como si quisieran atraparlo en su interior para siempre. “¡Es solo el viento!” se dijo a sí mismo

Subió a su auto y corrió por las calles desiertas. Los faroles parpadeaban, intensificando la sensación de urgencia. Los pensamientos volaban en su mente, intentando pensar en su siguiente paso. Debía renunciar e irse de esa maldita ciudad. Sabía que Fleur lo entendería y lo apoyaría. Empezarían de cero. Muy lejos

Condujo su auto por las estrechas y serpenteantes carreteras de Cornualles. El aire estaba lleno de una humedad que se pegaba a su piel. Los faros apenas penetraban la densa niebla que envolvía todo a su alrededor. Sentía cómo el miedo se apoderaba de él con cada kilómetro recorrido. Los pensamientos giraban en su mente, creando un remolino de angustia que no podía detener. Finalmente, llegó a un oscuro y solitario callejón.

Detuvo el auto lentamente, sus manos temblaban ligeramente sobre el volante. Miró a su alrededor, las sombras de los edificios antiguos se alzaban, proyectando una sensación de desolación. Apagó el motor y se quedó en silencio por un momento, intentando calmar su respiración acelerada. Cada ruido nocturno, el crujido de una rama o el susurro del viento, parecía amplificarse en la quietud del lugar. Bill bajó del coche con la bolsa, el peso de su ansiedad casi palpable en el aire frío de la noche. Miro hacia todos lados. Sacó su celular y lo tiró al piso antes de pisarlo. ¡Esa noche, esa pesadilla se terminaba definitivamente!

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En noviembre, Cornualles tenía un encanto único. Los días eran cortos y las noches largas, creando una atmósfera de tranquilidad y aislamiento. El viento soplaba con fuerza desde el océano, trayendo consigo un aire fresco y salino. Los acantilados se alzaban imponentes contra el cielo gris, y las olas rompían con furia contra las rocas. Por las mañanas, el paisaje amanecía cubierto por una fina capa de escarcha. Las aldeas pequeñas, con sus casas de piedra, parecían sacadas de un cuento de invierno. La gente caminaba envuelta en abrigos gruesos, y el humo de las chimeneas ascendía lentamente hacia el cielo. Los mercados navideños se llenaban de luces y colores, y el olor a vino caliente y especias impregnaba el aire.

Al caer el sol, se transformaba en un paisaje aún más mágico. El cielo se oscurecía temprano, y las estrellas brillaban intensamente en el firmamento despejado, lejos de la contaminación lumínica de las grandes ciudades. La luna iluminaba suavemente los acantilados y las olas que golpeaban con furia las rocas, creando reflejos plateados en el agua. Las aldeas eran tranquilas y casi desiertas. Las luces navideñas adornan las casas de piedra, parpadeando cálidamente en contraste con el frío nocturno. El viento soplaba con más intensidad, haciendo que las ramas de los árboles crujieran y susurraran entre las sombras. El aire estaba impregnado del aroma de chimeneas encendidas, que lanzaban su humo hacia el cielo estrellado.

En el puerto, los barcos anclados se mecían suavemente en las aguas oscuras, y el sonido de las olas llenaba el silencio. Los callejones estrechos y adoquinados se sumían en una penumbra misteriosa, con la niebla que serpenteaba alrededor de las esquinas y callejones.

Sin embargo, en Shell Cottage las cosas eran abismalmente diferentes. La casa que en otra época estaba repleta de felicidad, ahora reflejaba tristeza y melancolía. Las risas que antes llenaban las habitaciones se habían desvanecido, y en su lugar, el silencio reinaba. Las paredes, que una vez presenciaron momentos de alegría y amor, ahora parecían oprimir a quienes se encontraban dentro. El jardín, que antes florecía con vida y colores vibrantes, ahora estaba desatendido, con plantas marchitas y hojas secas cubriendo el suelo. El sonido constante del mar, que solía ser una melodía reconfortante, ahora sonaba como un lamento. Shell Cottage, con sus ventanas empañadas y su fachada desgastada, se había convertido en un reflejo del dolor y la angustia que sus habitantes llevaban en el corazón.

Cada día en Shell Cottage comenzaba con una sensación de lejanía y melancolía entre Bill y Fleur. Bill se levantaba temprano, pero ya no disfrutaba de su café mirando el mar; en su lugar, se sumergía rápidamente en su trabajo de restauración, buscando una distracción en la minuciosa labor de devolver vida a muebles olvidados. El taller, que antes era un espacio de creatividad y calma, ahora parecía un refugio del dolor que sentía. Fleur, por su parte, despertaba con una pesada sensación de soledad. Sus mañanas se llenaban de bocetos y proyectos de diseño, pero la pasión que antes la movía se había desvanecido. Pasaba horas en su estudio, pero sin el entusiasmo que solía caracterizarla. Las visitas a sus clientes eran mecánicas, sin la chispa de creatividad que solía encender sus ideas.

Al mediodía, ya no compartían la comida juntos, porque las conversaciones eran escasas y tensas, llenas de silencios incómodos. Bill vivía prácticamente en su taller del museo, refugiándose en su trabajo para evitar enfrentar sus problemas. Cuando caía la noche, la casa se sumía en un silencio aún más profundo. La cena era un trámite más que un momento de conexión. Bill y Fleur compartían la misma mesa, pero sus miradas apenas se encontraban. Las palabras eran pocas y medidas, como si temieran despertar el dolor escondido. Después de la cena, en lugar de pasear juntos por la playa, se retiraban cada uno a sus propios rincones de la casa, buscando consuelo en la soledad. Si bien ya no era acosado, ni su relación, ni él habían vuelto a ser los mismos

Una tarde de invierno, mientras la oscuridad ya comenzaba a envolver Shell Cottage, Bill trabajaba en el taller con una concentración intensa. Estaba restaurando una antigua silla de madera y, en un descuido, dejó una lata de barniz abierta sobre una mesa cercana. Fleur, quien estaba absorta en sus propios pensamientos y planes de diseño, decidió bajar al taller en busca de inspiración para un nuevo proyecto. Al entrar al taller, la atmósfera llena de productos químicos y herramientas por doquier la hacía sentir un poco mareada. Al no percatarse de la lata de barniz abierta, tropezó con una de las patas de una mesa y cayó, derramando el barniz por todo el piso. El líquido, resbaladizo, hizo que perdiera completamente el equilibrio. Fleur cayó de espaldas, golpeándose la cabeza contra el borde de una mesa.

El sonido de la caída resonó por todo el taller. Bill, alarmado, corrió hacia ella. Al ver a Fleur inconsciente en el suelo, con una pequeña herida en la cabeza que comenzaba a sangrar, sintió una profunda culpa y desesperación. Llamó a emergencias, y los minutos que siguieron parecieron eternos. La ambulancia llegó rápidamente y Fleur fue trasladada al hospital. Durante la espera en la sala de emergencias, Bill no podía dejar de culparse por el accidente. Sabía que su descuido había provocado una situación peligrosa para Fleur, y el peso de la responsabilidad lo agobiaba. Las horas pasaron lentamente, y finalmente un médico salió para informar que Fleur estaba estable, pero que necesitaría tiempo para recuperarse de la conmoción y el golpe. Aunque eso no era lo peor. ¡Fleur estaba embarazada y había perdido al bebe!

Los días posteriores a que Fleur salió del hospital estuvieron impregnados de una melancolía densa, casi palpable. En la casa se sentía un enorme y vacío, como si cada rincón se hubiera llenado de ecos de lo que pudo haber sido. Fleur apenas hablaba. Pasaba horas sentada junto a la ventana del salón, mirando el jardín cubierto de hojas secas, con una taza de té en las manos que casi siempre dejaba enfriarse sin tomar un sorbo. Bill intentaba llenar el silencio con palabras de consuelo, pero no podía. Había en él una mezcla de culpa y desesperación, pero también una creciente distancia que no sabía cómo salvar. Se quedaba mucho tiempo en el taller, trabajando con las herramientas que ahora parecían cómplices de la tragedia. Cada vez que regresaba a casa, encontraba a Fleur más lejos, no físicamente, pero sí emocionalmente, como si cada día que pasaba ella construyera un muro invisible entre ambos.

Una noche, cuando él intentó hablar del futuro, de cómo podrían superar esto juntos, Fleur simplemente negó con la cabeza. Él sintió cómo su silencio caía como una piedra en su pecho. Intentó tomar su mano, pero ella la retiró suavemente, sin brusquedad, pero con una firmeza que dolió más que cualquier grito. Fleur estaba perdida en su propio duelo, y Bill, a pesar de su amor, no sabía cómo alcanzarla y pedirle ayuda para solucionar todo.

Las semanas siguientes siguieron un patrón similar. Fleur empezó a dormir en el cuarto de invitados, alegando que necesitaba espacio. Bill aceptó sin discutir, aunque eso le rompía el corazón. En el taller, donde todo había comenzado, él sentía una punzada cada vez que encendía las luces o tocaba las herramientas. Por las noches, miraba las fotos en la repisa: recuerdos de su tiempo juntos, momentos felices en Shell Cottage, y se preguntaba si alguna vez podrían volver a ser esas personas. A veces, en los silencios de la madrugada, podía oír el llanto ahogado de Fleur en la habitación contigua. Quería ir, abrazarla, prometerle que todo estaría bien, pero algo en su interior sabía que esas promesas ahora sonaban vacías. No sabía si realmente había escapado de ese hombre y recuperado su vida

La respuesta le llegó unas semanas después, una mañana gris en Shell Cottage, mientras el mar rugía con más fuerza de lo habitual, como si el océano supiera que algo importante estaba por suceder. Fleur se movía por la casa en silencio, recogiendo las pocas pertenencias que había decidido llevarse. Sus movimientos eran metódicos, casi automáticos, pero había una pesadez en cada gesto, como si cada objeto que guardaba en su maleta le recordara lo que estaba dejando atrás. Bill estaba en la cocina, de pie junto a la mesa, mirando una taza de café que no había tocado. Sabía que Fleur se iba, lo había sabido desde hacía días, quizá semanas. No había palabras que pudiera decir para detenerla, ni argumentos que ella quisiera escuchar. La casa, que alguna vez había sido un refugio, se había convertido en un recordatorio constante del vacío entre ambos.

Cuando Fleur bajó las escaleras con la maleta en la mano, Bill sintió un nudo en la garganta. Quiso moverse, ayudarla, hacer algo, pero sus pies parecían clavados al suelo. Se limitó a observar mientras ella se detenía un momento en la puerta, como si estuviera despidiéndose de algo más grande que la casa misma. El sonido de la puerta al cerrarse resonó como un eco que tardó en desvanecerse. Bill se quedó inmóvil, mirando el lugar donde ella había estado momentos antes. Fuera, el viento se llevaba el último rastro de su perfume, y él sintió que, con cada paso que Fleur daba alejándose de Shell Cottage, se llevaba también una parte de él que nunca volvería.

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La oficina era sorprendentemente luminosa, con amplias ventanas que dejaban entrar la claridad del mediodía y un ligero olor a café recién hecho que flotaba en el aire. Una gran mesa de madera clara ocupaba el centro de la habitación, cubierta con pantallas que mostraban diversas vistas de Shell Cottage. Cada ángulo estaba cuidadosamente escogido: el jardín delantero con su cerca blanca, el taller donde las herramientas descansaban en aparente desorden, la sala de estar con sus muebles acogedores.

El sonido de un ventilador de computadora zumbaba suavemente en el fondo mientras las imágenes parpadeaban en los monitores. La cámara principal seguía cada movimiento en la casa, mostrando a Bill cuando se inclinaba sobre su banco de trabajo o cuando cruzaba la sala con una expresión pensativa. Sus gestos parecían impregnados de cansancio, como si algo invisible lo cargara de un peso constante.

Sobre la mesa, junto a un cuaderno lleno de notas rápidas y esquemas indescifrables, había una taza de cerámica, con marcas de café seco en el borde, que se había enfriado hacía tiempo. En un rincón de la oficina, un perchero sostenía una chaqueta oscura. Todo estaba cuidadosamente organizado. A pesar de la claridad de la habitación, había una inquietante precisión en la forma en que las cámaras capturaban cada detalle de Shell Cottage. Las imágenes se sucedían una tras otra, implacables, mientras el reloj en la pared marcaba el paso del tiempo con un tic — tac constante, casi imperceptible.

Llamaron a la puerta, y una mujer de edad media entró cuando fue autorizada. Sus tacones resonaban contra el suelo a cada paso, se sentó frente al hombre y respiro hondo cruzando las piernas. Era de piel pálida, con un rostro afilado que irradiaba una mezcla de belleza oscura y locura inquietante. Sus ojos grandes y hundidos brillaban con un toque de crueldad, siempre atentos, como si buscaran su próxima presa. Su cabello negro era largo, enmarañado y desordenado, cayendo en rizos aparentemente descontrolados que parecían reflejar su personalidad.

Llevaba un vestido negro ceñido al cuerpo y adornados con detalles góticos, como encajes y corsés, que le daban un aire elegante pero amenazante. Su voz era aguda y sarcástica, capaz de oscilar entre una risa histérica y un tono frío, cargado de crueldad.

- ¿Explícame por qué siendo quién eres, no vas a esa casa, te quitas las ganas y después vuelves y te concentras en lo importante? — siseó la mujer

- Qué más quisiera — dijo él — pero aún no está lista

- Solo es una perra más que debe ladrar cada vez que truene los dedos ¿o me equivoco? — preguntó con voz afilada mientras el hombre la miraba con rabia contenida

- Di lo que quieres Lestrange y lárgate — siseó el hombre

- Necesito — recalcó ella — que mueves tu maldito culo de esa silla y examines a los nuevos candidatos

- ¿andas tan estresada porque aún no llega tu nuevo juguete? — preguntó con una sonrisa macabra

- Serás el amo de este lugar, pero de mi cama no vas hablar nunca, imbécil — siseó la mujer antes de salir azotando la puerta maldiciendo

El hombre volvió a ver la pantalla donde se proyectaba la imagen de Bill. Tomó su celular y marcó. Espero mientras abría un cajón del cual saco un collar de perro que en la placa decía “Bill”. La llamada fue al buzón. Volvió a marcar, pero seguían sin contestar. Envió un SMS y miro por la pantalla al Bill abrir el mensaje. Volvió a marcar y segundos después contestó Bill con voz temblorosa

- Tengo ganas de ver como juegas con tu hermoso clítoris, mi chica caldera — dijo y al instante Bill colgó lanzando lejos el aparato. Abrió una gaveta de su escritorio y de él sacó un collar de perro con una identificación que decía “Bill”. Lo dejó sobre su escritorio y sonrió acariciando su entrepierna “Pronto hermosa. Muy pronto” cerró su laptop y poniéndose de pie salió del lugar, mientras Bill quebraba cosas en su taller

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