
Un Lobo En El Oido
Cuando finalmente subieron al dormitorio, la habitación estaba envuelta en penumbra, con solo la luz de la luna filtrándose a través de las cortinas, creando sombras suaves en las paredes. Bill caminó detrás de Fleur, su figura alta y ligeramente encorvada mientras se quitaba la camisa y la dejaba caer sobre una silla cercana. Fleur, ya envuelta en su camisón de algodón, se metió en la cama, girándose hacia él con una mirada que mezclaba cansancio y ternura. Bill se deslizó bajo las mantas, el colchón hundiendo un poco más de su lado. Por un momento, parecieron dos extraños compartiendo el mismo espacio, cada uno atrapado en su propio silencio. Fleur suspiró suavemente y, armándose de valor, se acercó a él, apoyando una mano ligera sobre su pecho desnudo.
“Bill…” murmuró, su voz apenas audible, como si temiera romper la frágil quietud de la noche. Él giró la cabeza para mirarla, sus ojos cansados pero sinceros. En lugar de responder, cubrió su mano con la suya, entrelazando los dedos con delicadeza. Se movió de lado, y ella lo imitó, hasta quedar frente a frente. Fleur llevó la mano del hombre y la colocó sobre su cintura, mientras ella se acercó lentamente hasta besarla. Bill continuó tímidamente mientras Fleur le acarició el pecho, arrancándole un gemido. Deslizó suavemente su mano hacia el sur del cuerpo de su novio. De pronto, Bill saltó como resorte hacia atrás
- ¡No puedo! — dijo apartándose — ¡No puedo! Perdóname — susurro con la voz quebrada mientras se levantaba para salir de la habitación
Las lágrimas salían sin control. Deseaba tanto hacerle el amor, pero no podía, simplemente no podía. Cada vez que cerraba los ojos, lo único que lograba era alguien detrás de él susurrándome que la mujer era él. Y lo peor de todo era que solo así su cuerpo lograba reaccionar.
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La feria de Cornualles no era solo un evento, sino una celebración del carácter acogedor y la rica tradición de la región, donde cada detalle, desde los sabores hasta las sonrisas, evocaba una calidez que los visitantes atesoraban mucho después de que las luces se apagaran. Era un espectáculo vibrante que parecía arrancado de una postal de ensueño, llevándose a cabo en un amplio prado verde rodeado de colinas ondulantes y salpicado de coloridas carpas y puestos decorados con banderas ondeando al viento. El aroma dulce del algodón de azúcar se mezclaba con el de las empanadas de Cornualles recién horneadas, mientras las risas de los niños resonaban entre los carruseles y las ruedas de la fortuna.
En el corazón de la feria, un escenario improvisado albergaba actuaciones de música folclórica y bailes tradicionales; los músicos, ataviados con trajes típicos, tocaban melodías que invitaban a los visitantes a unirse al espíritu festivo. Más allá, los artesanos locales ofrecían sus creaciones: joyería hecha a mano, cerámica delicada y tejidos que contaban historias de la región. Un rincón especial estaba dedicado a los animales, con pequeños corrales que albergaba ponis, ovejas y gallinas de razas autóctonas, mientras un concurso de perros pastor atraía a una multitud que vitoreaba cada movimiento ágil de los canes.
Bill y Fleur paseaban de la mano por la feria cuando una amiga saludó a la rubia. Bill se alejó para darle su espacio a las mujeres. Miraba un puesto de artesanías cuando su celular sonó. Era ¿su número? ¿cómo podía estar llamándose él mismo?
- ¿Hola? — dijo inseguro
- ¿ves la carpa que hay en el extremo sur? — dijo una voz varonil — hay un regalo para ti en ella
- Gracias, pero no me interesa — dijo Bill y colgó. Cinco segundos después le llegó una foto de él masturbándose analmente, junto a un texto que decía “Quizás a Fleur le interese saber porque ya no llegas al clímax con ella. Dile que te quieres ver tal como eres”
Miro hacia todos lados y divisó a la rubia a lo lejos. Se veía animada. Respiro hondo y se dirigió hacia la carpa. Miró nuevamente en todas direcciones y entró. El interior era un espacio encantador y misterioso, como un refugio arrancado de un sueño antiguo. El aire estaba impregnado de una fragancia embriagadora: una mezcla de incienso de sándalo, hierbas secas y un leve toque cítrico. Un gramófono en un rincón emitía una melodía suave, algo entre lo melancólico y lo festivo, que parecía envolver todo en un aura hipnótica. Las paredes de tela gruesa estaban adornadas con patrones vibrantes en rojo, dorado, morado y azul profundo, formando arabescos que parecían contar historias de tiempos pasados. El techo ascendía en una curva elegante, desde donde colgaban racimos de pequeñas lámparas de aceite, tiras de cuentas tintineantes y cintas de colores que danzaban suavemente al ritmo de la brisa.
En el centro, sobre una alfombra desgastada pero bellamente bordada, había un hombre robusto y de aspecto huraño, Su cabello, desordenado y entrecano, caía en mechones irregulares alrededor de un rostro curtido, mientras que una barba espesa, también salpicada de gris, le daba un aire descuidado, casi salvaje. Vestía con una camisa blanca de lino y un chaleco bordado, mientras trabajaba con movimientos tranquilos pero precisos. Frente a él se encontraba una mesa baja cubierta con herramientas y pequeños frascos. Había pinzas, hilos metálicos brillantes, aceites perfumados, piedras semipreciosas y un pequeño martillo de madera, cada objeto dispuesto con precisión casi ritual. A un lado de la mesa, una caja abierta mostraba los aros que creaba y colocaba. Algunos eran sencillos, de metal pulido que reflejaba la luz cálida de las lámparas; otros, verdaderas obras de arte, estaban grabados con intrincados patrones o incrustados con piedras que parecían contener un destello de luna o la intensidad de un amanecer. Cada pieza parecía llevar consigo un fragmento de historia, como si hubieran sido diseñadas para capturar un momento único en el tiempo.
- Bienvenido — dijo el hombre sin mirarlo — ¿en qué lo puedo ayudar?
- Me quiero ver... tal como soy — dijo Bill con voz nerviosa
- Oh... — dijo él levantando su rostro para mirarlo con unos ojos azules intensos — ya veo — dijo poniéndose de pie — toma asiento. Voy por tu regalo
- ¿Sabe quién es? — dijo Bill sentándose — la persona que me da el regalo
- No me dio su nombre — dijo volviendo con una caja — pero era una mujer muy hermosa.
- ¿Una Mujer? — dijo Bill
- Me dijo que era el regalo de un amigo para “su mujer” — respondió acomodándose el cabello detrás de la oreja delicadamente
- No soy mujer de nadie — dijo Bill poniéndose de pie — dígale a su amigo... — su celular sonó, ¡era él! miró al hombre que tenía enfrente y contestó
- ¡cállate y siéntate para que te pongan mi regalo! — ordenaron — y no te levantes sin importar que pase o si no... Imagina que soy yo — y colgó
Bill se sentó nuevamente y el hombre se acercó más. Acomodo el cabello al lado derecho y acarició el lóbulo de la oreja izquierda. Cerró los ojos mientras sentía que algo frío adormecía la zona. Una caricia sutil en su cuello lo hizo dar un respingo, pero se mantuvo en su lugar. Sentía al hombre trabajar, pero no quiso abrir los ojos, ni siquiera cuando varias cosas cayeron sobre su regazo y el desconocido las recogió, acariciando sutilmente su entrepierna despierta.
- Eres muy guapo — dijo él — Tu novio debe amarte mucho
- No es mi... — gimió Bill
- ¿Te gusta? — pregunto
- No — respondió Bill
- Lo que tu digas amigo — dijo el hombre — , pero tu amiguito dice otra cosa. Terminamos. toma — y le entregó un espejo
Era un arete pequeño de colgar con la silueta estilizada de un lobo. Tenía un rostro feroz pero elegante, esculpido en un metal negro mate o acero inoxidable. Las líneas del pelaje eran detalladas, creando una textura visualmente atractiva, pero con un acabado suave para no perder la comodidad al llevar. Tenía un tono contrastante platinado, para resaltar ciertas áreas del rostro, como los ojos o la nariz. Por ojos, llevaba pequeños zafiros azules , dándole un toque de lujo sin perder el estilo rudo. Era de un tamaño medio, ni demasiado grande ni demasiado pequeño, para resaltar, pero de forma discreta. Tenía un cierre seguro, pensado para comodidad diaria, que le permitiría llevarlo tanto en ocasiones formales como informales, añadiendo un toque de distinción a su estilo personal. Le gustaría mucho, de no ser que lo estaban obligando a llevarlo
- Ya está todo pagado — dijo el hombre — vuelve cuando gustes. Aunque no me molestaría verte en otro lado — añadió — como ser en mi cama — dijo sonriendo mientras lo miraba de forma lasciva antes que Bill saliera lo más rápido posible de la carpa
Cuando Fleur vio el arete del pelirrojo, le encantó, y dijo que era lo único que le faltaba para completar su look masculino. Bill solo pudo sonreír ante la ironía. El resto de la noche, no conseguía dejar de pensar en las manos de aquel hombre, sus roces, su aliento en su oído mientras le contaba cosas de su pueblo ¿Porque lo excitaba tanto un completo desconocido? Desgraciadamente Fleur vio su entrepierna cuando entraba a tomarse un baño, y decidió que sería buena idea acompañarlo. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo sobrehumano por no apartarse mientras la chica le tallaba la espalda ¿Que le pasaba? ¡Era su mujer! ¡La que él había elegido para compartir el resto de su vida! Sin embargo, su hombría parecía dormir el sueño de los justos
Las manos de Fleur vagaron por el cuerpo del hombre. Lamia y besaba su boca y cuello, bajaba por su pecho ancho. Subía sus manos por sus muslos, pasó por su entrepierna hasta llegar a su trasero, que masajeó a gusto . Bill sintió algo deslizándose ligeramente hacia el interior y no pudo evitar gemir. La rubia tomó su miembro con una mano y lo estímulo suavemente. Bill giró sobre ella dejándola debajo suyo, se acomodó entre sus piernas y sin pensarlo se hundió en la chica. Era la gloria. Por fin la podía complacer de nuevo, mientras se movía al ritmo que se imaginaba que le marcaría el dedo si se quedaba más tiempo en su interior. Dos gritos al unísono rompieron la noche, mientras se despreciaba por haber logrado complacer a Fleur solo cuando imagino que un hombre lo complacía a él
El sol comenzaba a asomarse por el horizonte esa fresca mañana, tiñendo el cielo de colores suaves. Los pájaros cantaban alegremente, y el aroma a sal del océano llenaba el aire. En la costa, las olas rompían suavemente contra las rocas, creando una melodía tranquila.
Las flores silvestres empezaban a florecer, y los campos verdes brillaban bajo la luz del sol. En los pequeños pueblos, los pescadores se preparaban para salir al mar, mientras las cafeterías abrían sus puertas y el aroma del café recién hecho llenaba las calles.
Caminando por un sendero costero, muchas personas disfrutaban de la belleza del paisaje. Algunos se detenían a tomar fotos del mar y los acantilados, mientras otros simplemente respiraban el aire fresco. Aquella mañana, el ambiente se sentía revitalizante y lleno de promesas de un nuevo día.
Después de un rato, muchos decidieron entrar en un café acogedor donde degustaron un delicioso desayuno. El sol seguía brillando y la temperatura iba aumentando lentamente, indicando que el día se transformaría en una jornada espléndida para explorar la belleza de Cornualles.
Bill estaba parado en su ventana mirando el vaivén de las olas. Su noche había sido un infierno. Se sentía el ser más despreciable del mundo, porque de cierta manera le estaba siendo infiel a Fleur. Cedía ante amenazas de un desconocido que lo grababa en circunstancias que atentaban a su hombría, pero a la vez le daban placer.
Su celular sonó y no pudo evitar cerrar los ojos. Ya se imaginaba que era. Fleur salió del baño y le dio un beso feliz, antes de ir a la cocina. Su celular volvió a sonar. Era un SMS de WhatsApp. Lo abrió, aunque ya imaginaba que era. Dio clic y lo llevó nuevamente a la página que ya había visitado. En la sección con su nombre había un pequeño anuncio de un nuevo video. Le dio clic y se confirmaron sus suposiciones. Era un video suyo de la noche anterior teniendo sexo con Fleur. La inscripción decía “dos chicas hermosas teniendo sexo” Bajo a la galería, y la fotografía con más like era la de su rostro complacido mientras la rubia introducía la punta de su dedo entre sus glúteos. Borró la conversación, luego borró el caché de su historial y guardó su celular. ¿Hasta cuándo seguiría viviendo ese infierno?