Seducción Oscura

Harry Potter - J. K. Rowling
M/M
G
Seducción Oscura
Summary
Bill Weasley llevaba una vida común, hasta que el azar lo puso en el camino de alguien que vio en él mucho más que un rostro atractivo. Lo que comenzó como algo que él creyó una broma se convirtió en un entramado de manipulación y poder, donde cada paso alejará más a Bill de sí mismo, hundiéndolo en una oscuridad que lo consumirá lentamente, convirtiéndolo en una pieza más de un juego cruel y calculado
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Atado Al Sonido

El sol empezaba a descender cuando tomó valor suficiente para levantarse de la cama y darse un baño. No quiso tomar Mimvey por miedo a dormir. La habitación era un desastre. No se había levantado en todo el día. Pronto llegaría Fleur y no tenía ni la menor idea en cómo explicarle todo. Debía ir a la policía, pero ¿cómo explicarles todo lo ocurrido? ¡se había auto — violado obligado por un completo desconocido! Se levantó lentamente. Su cabello largo despeinado. Caminó hacia el baño, donde lo esperaba una ducha rápida. El baño era sencillo, pero tenía un espejo grande con un marco desgastado que claramente él mismo restauró, un recordatorio de su pasión incluso en los pequeños detalles de su hogar. Entró a la ducha y abrió la llave. Dejó que el agua recorriera su piel agarrotada de la experiencia vivida. Le daba asco tocarse. Le daba asco la idea de mirarse al espejo. ¿y Fleur que haría? ¿Qué explicación le daría?

 

Cuando salió de la ducha, se vistió con ropa cómoda pero funcional: unos jeans desgastados, una camiseta sencilla, y una bufanda que su madre le tejió hace años, aún con un aire bohemio y desenfadado. Se sentó en su escritorio para revisar algunos bocetos del proyecto mientras buscaba sus pastillas. Necesitaba pensar en otra cosa. Un SMS entró y no pudo evitar temblar. Desbloqueo lentamente el aparato y leyó: “¿descansaste Reina de Fuego?” Y justo debajo había una foto de su padre riendo con alguien “¿o necesitas ayuda? No limpiaste la sala. ¡Ups!” Un nuevo SMS llegó. Era el comprobante de una transferencia ¡Le estaban pagando como a una prostituta! bloqueó el celular y se alejó aterrado lo más posible.

 

- Bill ¿estás en casa? — preguntó Fleur desde la sala. “Maldición” pensó antes de cerrar el aparato y correr al lugar — ¿Qué pasó aquí?
- Amor — dijo entrando nervioso a la sala
- ¡Billy! — dijo Fleur
- ¡No te preocupes! — dijo — puedo… explicarlo — añadió Mirando a su alrededor desconcertado ¡ Todo estaba en perfecto orden!
- ¡compraste el televisor nuevo que quería! — dijo Fleur lanzándose a sus brazos — ¡Te amo tanto!
- Y yo a ti — añadió Bill desconcertado abrazándola

 

Al caer la noche, Shell Cottage se llenó del aroma de una comida casera que Fleur preparaba con esmero. Cortó hierbas frescas que recogió del pequeño jardín trasero, y las añadió a su cacerola. Bill había puesto la mesa con platos desiguales pero llenos de encanto. Cuando por fin la comida estuvo lista, se sentaron frente a frente. Entre bocados, conversaban sobre su día. Fleur hablaba con entusiasmo de las cartas de su hermana Gabrielle, mientras Bill recordaba un día complicado en el museo. Siempre terminaban compartiendo una risa o dos, especialmente cuando Bill intentaba contar chistes malos en francés, con un acento que Fleur encontraba "encantadoramente terrible". Aunque esa noche todo era silencio. Fleur intentó tomarle la mano, pero él la rehuyó

Al final de la cena, Bill recogió los platos y los lavó en silencio. Fleur permaneció sentada junto a la mesa, observando mientras el agua corría sobre los platos. Su sonrisa habitual se había desvanecido, reemplazada por una expresión de incertidumbre. "¿Tout va bien?" preguntó con suavidad, esperando romper el muro invisible que parecía haber crecido entre ellos. Bill asintió sin girarse, sus movimientos torpes y mecánicos. "Sí, todo bien," murmuró, aunque su voz carecía de la calidez de otras noches. ¿cómo explicarle lo ocurrido? Lo habían obligado a hacerse una especie de auto violación, y en pago había recibido la televisión que su novia tanto quería. Por su parte, Fleur frunció el ceño, pero no insistió; sabía que cuando Bill se encerraba en sí mismo, forzar una respuesta solo lo alejaba más.

 

Cuando terminó de lavar los platos, Bill se secó las manos con un gesto apresurado y se dirigió a la sala, donde la chimenea crepitaba débilmente. Se dejó caer en el sillón, apoyando los codos sobre las rodillas y frotándose las sienes con las manos. Fleur lo siguió, deteniéndose en el marco de la puerta. la escucho subir las escaleras con pasos lentos, cada crujido de la madera pareciendo más fuerte en el silencio de la casa. Dejó escapar un suspiro. Necesitaba a esa mujer, pero se sentía incapaz de explicarlo. Con la mirada perdida en las llamas de la chimenea que poco a poco se consumían. Su postura era incómoda, con el cuerpo inclinado hacia un lado y los pies apoyados en el suelo, pero no hizo ningún esfuerzo por levantarse. Tomo una pastilla para sus dolores de espalda y se concentró en el fuego y sus ganas de no querer volver a despertar

 

El amanecer comenzaba a teñir el cielo de un gris pálido, cuando Fleur despertó sola en la cama. El frío del espacio vacío a su lado le recordó la distancia que había crecido entre ellos. Bajó en silencio, y lo encontró tal como lo había imaginado: encorvado en el sillón, con la cabeza ladeada y el cabello despeinado cayendo sobre su frente. Por un momento, se quedó de pie en el umbral, observándolo mientras dormía. Una mezcla de tristeza y ternura cruzó por su rostro. Se acercó con cuidado, tomó la manta que había caído al suelo y la colocó suavemente sobre sus hombros. Bill no se despertó, pero murmuró algo incomprensible en sueños, como si su mente intentará encontrar una paz que en vigilia le resultaba esquiva.

 

Fleur se quedó un momento más, su mano apenas rozando la de él, antes de ir a la cocina para preparar el desayuno. El sol comenzaba a brillar con timidez, llenando Shell Cottage de una luz cálida que prometía un nuevo día, aunque el peso de la noche anterior aún flotaba entre ellos. Fleur entró en la cocina con pasos suaves, como si temiera que el eco de sus movimientos despertara algo dentro de ella que no quería enfrentar. La luz del amanecer se filtraba por la ventana, proyectando sombras largas sobre las superficies de madera envejecida. Con manos que se sentían más pesadas de lo habitual, comenzó a sacar los ingredientes del armario: un poco de pan, huevos, y leche. El sonido del cuchillo al cortar las rebanadas de pan era lo único que rompía el silencio.
Su rostro, normalmente lleno de vitalidad, mostraba una melancolía que no podía ocultar. Los ojos, ligeramente hundidos por la falta de descanso, se mantenían fijos en la tarea, pero su mente vagaba lejos, hacia pensamientos muy distintos. Mientras batía los huevos en un tazón, la yema se rompió con un sonido sordo, como si reflejara la fragilidad de su estado emocional. La sartén se calentaba lentamente sobre la estufa, pero Fleur no la miraba; sus dedos jugaban con el borde de un trapo de cocina, algo que solía hacer cuando se sentía inquieta.

 

En la habitación, Bill ya estaba en la ducha. Había escuchado perfectamente cuando la mujer se había levantado y le había colocado la frazada encima. Respiro hondo ¿Que debía hacer ¿Ir a la policía? ¿Qué les diría? ¿un tipo me manda mensajes describiéndome como me quiere violar, y ayer me obligo a meter mis dedos en mi ano imaginando que era él y no sé por qué, pero creo que hasta lo disfrute? No podía. Sería su final. Fleur jamás lo perdonaría

 

Cuando el desayuno estuvo listo, Fleur lo colocó sobre la mesa sin entusiasmo, con los ojos fijos en el plato vacío frente a ella. Se sentó, y durante un largo momento, no tocó su comida. Miró por la ventana, observando el día que comenzaba a despejarse, mientras la brisa suave movía las cortinas. Su corazón, sin embargo, seguía atrapado en la misma quietud, esperando algo que no sabía si volvería a encontrar.

 

Bill llegó a la cocina unos minutos después, con el cabello mojado y listo para irse al trabajo. Fleur bebía una taza de café que apenas había tocado. El vapor subía en espirales lentas, perdiéndose en el aire frío de la mañana. Bill saludó con voz baja, mientras se sentaba al otro extremo de la mesa. Fleur levantó la mirada por un breve instante, apenas suficiente para responder con un leve murmullo. Luego, volvió a fijar los ojos en su plato, donde el pan tostado seguía intacto. El silencio se instaló entre ellos como un tercer comensal, pesado y difícil de ignorar. El tintineo del tenedor de Bill al chocar con el plato era el único sonido que llenaba la habitación. Cada movimiento suyo parecía amplificarse: el crujido del pan, el sorbo de café, incluso el suspiro contenido cuando Fleur intentó hablar, pero se detuvo.

 

Ella cortó un trozo de su tostada, pero lo dejó a un lado sin llevárselo a la boca. Sus pensamientos parecían estar muy lejos, más allá del aroma del desayuno que normalmente habría llenado el espacio con una calidez acogedora. Esta vez, sin embargo, la comida era solo una excusa para no enfrentarse directamente. "Gracias por el desayuno," dijo Bill finalmente, rompiendo el silencio, aunque su tono carecía de entusiasmo. Fleur asintió sin mirarlo, sus labios apenas dibujando una sonrisa tensa que no llegó a sus ojos.
Cuando Bill terminó, se levantó con movimientos lentos, dejando el plato en el fregadero. Anunció que se iba al museo, y ella solo inclinó la cabeza en señal de reconocimiento. La puerta se cerró suavemente tras él, dejando a Fleur sola en la cocina, con el eco del silencio envolviéndola de nuevo. Afuera, el día seguía avanzando, Bill subió a su auto y salió de casa rogando no recibir más llamadas

 

_________________________

 

El taller de restauración donde Bill trabajaba en el museo estaba escondido en una esquina tranquila del edificio, lejos de las salas principales llenas de visitantes. Era un espacio amplio, pero algo desordenado, con paredes de ladrillo visto que conservaban el encanto austero del pasado. La luz natural se filtraba a través de ventanas altas con cristales ligeramente opacos por el polvo del tiempo, creando un ambiente tenue que parecía apropiado para el trabajo meticuloso que allí se realizaba. Las mesas de trabajo estaban cubiertas con una variedad de herramientas y materiales: pinceles de cerdas finas, frascos etiquetados con soluciones químicas, lupas y pequeños instrumentos metálicos. Sobre una de las mesas descansaba una pieza de cerámica antigua, partida en varios fragmentos, que Bill había estado intentando reconstruir. Los bordes irregulares estaban cubiertos de un adhesivo fresco que aún debía secarse, y al lado, un cuaderno con notas garabateadas mostraba las medidas precisas y los esquemas de las piezas.

 

En las estanterías que rodeaban la sala se apilaban libros antiguos, algunos abiertos sobre atriles que permitían leer sus páginas amarillentas sin dañarlas. Otros estaban llenos de polvo, pero Bill los consultaba a menudo, buscando referencias para sus proyectos. Entre los libros había también cajas de madera etiquetadas con fechas y lugares, que contenían piezas aún por examinar. El olor del taller era una mezcla peculiar de madera envejecida, barniz y el ligero aroma químico de los conservantes. Un pequeño reproductor de música descansaba en una esquina, apagado, aunque sus auriculares seguían conectados, como si Bill lo usará únicamente en los momentos en los que necesitaba desconectar de sus pensamientos.

 

En un rincón, un caballete sostenía una pintura al óleo dañada, su superficie marcada por grietas y pequeños parches descoloridos. Bill había trazado líneas finas en los bordes del lienzo, indicando las áreas donde planeaba trabajar. Cerca, un banco de herramientas parecía un caos organizado: tijeras, espátulas y bisturís esperaban a ser utilizados, cada uno con una función específica en la restauración. A pesar del desorden aparente, el espacio reflejaba dedicación y cuidado. Cada objeto, desde las herramientas hasta los fragmentos de artefactos, parecía contar una historia, y Bill, en su silencio metódico, era quien se encargaba de darles nueva vida mientras buscaba algo de calma entre las grietas y las sombras del pasado.

 

Ya había pasado un mes desde la última llamada. Si, última, porque después de aquel día había recibido varias. Todas obligándolo a tocarse de maneras que solo lo hacían sentir asco de su cuerpo después de recibir fotos de los miembros de su familia. Todas llamándolo de manera denigrantes como ser Mi Sexi Caperucita, MI Chica Lava o Mi Rojita Salvaje. Todas llevándolo al clímax.
Ese día debía terminar de restaurar un óleo, por lo que se quedó hasta tarde. No se había dado cuenta de que ya eran las diez de la noche hasta que su teléfono sonó

 

- Hola — dijo sin mirar el nombre del contacto
- Hola mi calderita roja — dijo la voz — ¿lista para subir al cielo?
- No por favor, no — suplicó Bill — . Mire, respeto mucho a la comunidad, pero yo no soy...
- Cierra la cortina de tu oficina y ponle llave a la puerta — ordenó la voz — y no protestes. No queremos que ese lindo traserito reciba un correctivo antes de tiempo ¿o sí? — obedeció y al instante la luz se apagó activándose unas bolas de luces que no sabía que tenía — sabes lo que tienes que hacer. ¡Deléitame!

 

Se colocó los audífonos inalámbricos, se paró en mitad de la estancia y cerró los ojos intentando calmar su alocado corazón. La música empezó a sonar y lentamente empezó a contonear sus caderas mientras se acariciaba el torso. Coló sus manos bajo su polo mientras echaba la cabeza hacia atrás dejando escapar gemidos suaves. Bajo por su abdomen, hasta llegar a la pretina de su pantalón, con un movimiento se los quitó junto con su ropa íntima y los lanzó lejos mientras se quitaba los zapatos. Sin flexionar las rodillas se inclinó hasta que sus manos tocaron el suelo y luego empezó a ascender sobre sus piernas. Subió por sus muslos, las dirigió hacia sus glúteos, coló un dedo entre ellos sin evitar gemir de ¿Placer? ¿Por qué su cuerpo reaccionaba tan bien a ese vejamen? ¿Por qué no podía evitar gemir como una hembra en celo? Porque para su inmensa deshonra no podía decir como “un animal en celo” porque eso abría la posibilidad de ser un macho, y eso su amo no se lo tenía permitido
El dedo hacía maravillas que sus lágrimas contradecían mientras la voz en su oído le decía cuánto disfrutaba la vista. Su miembro estaba completamente despierto y palpitante

 

- ¡Eso es, mi caperucita! — dijo la voz — deja que un hombre te lleve al cielo
- ¡Ya no… puedo…!! — gimió antes de liberarse en medio de un grito de puro placer
- ¡ya te imagino cuando sea yo el que esté allí adentro y no tus delicados deditos! — dijo la voz en medio de algo que parecía una sonrisa antes de colgar

 

Al lado de la ventana que dejaba entrar la luz de la tarde, sobre el sofá donde solía descansar entre sesiones largas, a menudo acostándose con un libro o simplemente cerrando los ojos para despejar su mente, estaba desnudo, boca abajo, llorando en silencio. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero su cuerpo se empezaba a recuperar de lo auto infligido. El objeto, que antes representaba un pequeño refugio, había perdido su propósito, convirtiéndose en unos de los peores lugares para él. El testigo silencioso de sus días más apasionados por su trabajo y de aquellos en los que la restauración, ahora era el testigo de su deshonra como hombre
Su celular sonó, era un SMS. Tomó el celular y abrió la app, era Fleur. “¿todo bien, mon amour?” miro la hora. Era casi medianoche. Se limpió las lágrimas y tecleó “lo siento. Se me complicó el trabajo. No me esperes” tiro su celular a un lado y siguió mirando el techo. No se sentía capaz de salir de ese lugar. Sentía que en el momento que pusiera un solo pie fuera, todos lo sabrían y sería su fin. Fleur lo dejaría. Su familia lo juzgaría. Sus amigos lo señalarían. Perdería su trabajo. Todo por lo que tanto luchó.
Su celular volvió a sonar, pero lo ignoro. Medio minuto después entró una llamada

 

- Vístete y vuelve a casa — dijo la voz provocando un escalofrío — y gracias por el espectáculo. Estuvo increíble — añadió antes de colgar

 

Un nuevo SMS llegó. Era otro comprobante de una transferencia Cerró los ojos intentando no llorar. Sin embargo, treinta segundos después le llegó un SMS. Era un link junto a un "Este será nuestro secretito, mi bombón ardiente” Con dedos temblorosos le dio clic y lo redirigió a una página de la web profunda llamado “La Cámara de los Deseos” La página de inicio abría con un diseño elegante y minimalista, utilizando tonos oscuros como negro, gris y dorado, que evocaban sofisticación y privacidad. En el centro, habría un logotipo estilizado de un lobo, acompañado por el eslogan “Donde tus fantasías se hacen reales”. El menú principal, ubicado en la parte superior, presentaba opciones claras como "Explorar", "Categorías", "Destacados", y "Mi Cuenta". Al pasar el cursor por estas secciones, se desplegaban submenús con categorías detalladas que permiten a los usuarios encontrar exactamente lo que buscaban.
Fotografías de hombres y mujeres de distintas edades, razas y contexturas se organizaban en un mosaico de miniaturas de alta calidad, con imágenes estáticas o pequeños clips en bucle, según la preferencia del usuario. Cada miniatura incluía información breve como el "nombre artístico”, la categoría y una calificación por parte de otros usuarios. Al hacer clic en una opción, se abriría una página dedicada con una descripción más detallada, como tamaño de sus genitales, busto, cintura, glúteos, un reproductor de video principal, y sugerencias relacionadas.

 

Más abajo tenía un sistema de búsqueda avanzada, con filtros que permitían seleccionar por categoría, duración, popularidad o incluso estilo de producción. En la barra lateral, estaba "Tendencias del momento". Le dio clic y al momento tuvo que cubrirse la boca con ambas manos para acallar su grito cuando una imagen suya desnudo masturbándose apareció. Bajo un poco más y con horror vio que no eran las únicas. Al final había cinco videos. Le dio clic al más nuevo. Era él hacía un par de horas en esa misma oficina auto degradándose. Tenía música sensual de fondo, y se escuchaban claramente sus gemidos inconfundibles de placer reflejado totalmente en su rostro. ¡Un auténtico manjar para cualquier depravado que navegase en estos lugares! No podía dejar de llorar. ¿cómo las cosas habían escalado a tal punto?

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