
Don't call me that.
Regina odiaba su nombre, o quizás odiaba la horrible forma en que su madre lo pronunciaba, a veces sentía que era un insulto su propio nombre debido al asco con el que lo decía cuando estaba molesta, y otras veces le daba asco la falsa dulzura con la que la llamaba cuando estaban frente a otros, presumiendo cómo su dulce hijita podía tocar cualquier pieza de Beethoven que pidieran, o cómo podía recitar versos de memoria. Regina era, después de todo, una verdadera dama.
Si había algo que Regina amaba, era su apodo, no Gina como le llamaban sus primas cuando la obligaban a convivir con ellas antes de que sus padres expresaran cuán importante era que se le conociera con su nombre completo. No el "niña" con el que su padre se refería a ella, asqueado con la sola idea de que una fémina pudiera haber nacido de sí, que había traído al primer Black varón de esa nueva generación a la vida. No, Regina amaba el apodo que su hermano mayor había escogido para ella, amaba cuando se acurrucaban a escondidas de sus padres (porque toda muestra de afecto era inaceptable en la casa Black, al ser una muestra de debilidad) y su hermano acariciaba su cabello, llamándola "Mi Regi".
Regina entró al vagón que su hermano compartía con sus amigos y saludó educadamente, manteniendo su postura como una dama debe hacerlo. El primero en hacerse notar fue un pelinegro de lentes.
-¡Regi! Es un gusto conocerte pequeña Black, Sirius nos ha hablado mucho de ti- habló con una gran sonrisa, una sonrisa que Regina jamás había visto, una que iluminaba toda la habitación.
Regina odió esa sonrisa, no podía traer nada bueno.
Tras la introducción de todos los ocupantes de aquel compartimento, Regina fue a sentarse con sus primas mayores, después de todo no podía ser vista estando junto a tantos hombres sin supervisión adulta.