Draco Malfoy y la Casa de los Nero

Harry Potter - J. K. Rowling
F/F
F/M
M/M
G
Draco Malfoy y la Casa de los Nero
Summary
Después se un desastroso primer año en Hogwarts, Draco esta decidido a que este año sea mejor, de que sea normal. Así que destruye el diario de Voldy, venir del futuro lo ayudaba en la tarea.Pero el destino tiene que equilibrar todo de nuevo, si ya no tenemos a Voldemort con nosotros este año... ¿Qué pasará? ¿Y cómo estamos tan seguros de qué él no está ahí en realidad?Además de eso, tiene que buscar sobre la familia Nero (que podría o no ser también su familia). ¿Lo malo? Pareciera que nunca existió, aunque tengan pruebas de que si.Esta es la bienvenida a su segundo año....Hola! Este es el segundo libro de la saga "Draco Malfoy y el diario de Carlise Noir" así que para leer esto te recomiendo antes leerte el anterior, que podrás encontrar en mi perfil.Al final, decidí omitir por completo a Voldemort aquí, ¿o quizá no?Espero que le den una oportunidad a esta segunda parte, y disfrútenla.Nos leemos!M. S. C
All Chapters Forward

Un viaje fuera de control

La puerta se abrió con un rechinido y la silueta de mi padrino apareció en el umbral, oscura como la propia noche.

—Hola, Severus.

No fue exactamente una declaración triunfal. Más bien sonó como el susurro de un moribundo, lo cual era una metáfora bastante acertada de mi estado.

Severus me observó, sus ojos negros descendiendo lentamente desde mi cabello empapado hasta mis botas embarradas. Su expresión no cambió ni un milímetro, sin embargo juraría que su ceja se arqueó un milímetro cuando vio la sangre en mi boca.

—Vaya, qué espectáculo traes —Hablo finalmente, con la misma entonación con la que alguien comentaría sobre el clima—. Déjame adivinar, ¿decidiste que la lluvia era el mejor accesorio para tu dramatismo?

—Oh sí, completamente intencional. Estaba entre esto o lanzarme a un río —reí apenas, sin ningún altivismo de humor en mi voz.

Él resopló, lo más parecido a una risa que se le podía sacar. No me invitó a entrar, pero tampoco cerró la puerta en mi cara. Simplemente se dio la vuelta y caminó hacia el interior de la casa, dejando claro que era mi decisión seguirlo o quedarme afuera y morir de hipotermia.

Así que, con mi dignidad arrastrándose por el suelo como un fantasma moribundo, crucé el umbral y cerré la puerta detrás de mí.

El interior de la casa era lo que esperaba de Severus: oscuro, austero y con olor a pociones. No había una sola decoración innecesaria, a menos que contaras la estantería llena de frascos con ingredientes sospechosamente viscosos.

Me quedé de pie en la entrada, sintiéndome repentinamente fuera de lugar. Era la primera vez que estaba en casa de mi padrino, contando mi anterior pasado, así que está fue mi primera impresión.

Él se giró para verme, y durante un largo momento, no dijo nada. Luego murmuró. —Si me vas a ensuciar el suelo, al menos intenta no sangrar en la alfombra.

Me pasé la lengua por los labios, sintiendo el sabor metálico de la sangre.

—Voy a intentarlo. No prometo nada.

Dio un largo suspiro negando con la cabeza, y luego hizo un gesto con la mano. —Ven aquí.

Lo seguí sin protestar, lo cual ya era una señal de lo jodido que estaba.

Me condujo a una pequeña habitación con una chimenea encendida y un sofá de cuero que no tenía pinta de haber vivido mejores días. Sobre la mesa de centro había un tintero abierto y un pergamino con lo que parecían notas de pociones.

No me dio tiempo de examinar más, ya que sacó su varita y con un movimiento preciso, secó mi ropa, lo cual, aunque útil, no eliminó la sensación de frío que se me había instalado en los huesos. Luego conjuró una poción en un frasco oscuro y me la tendió sin mirarme.

—Bebe.

—¿Qué es?

—Algo para que no me des un ataque de tos y mueras en mi sofá. Bebe.

Considerando que mi padrino no era de los que envenenaban a sus huéspedes (al menos no a propósito), hice lo que me dijo. La poción bajó por mi garganta como fuego líquido y al instante sentí cómo mi cuerpo dejaba de temblar. Poción de sueño sin sueño pude reconocer.

Me dejé caer en el sofá con un suspiro y él se sentó frente a mí, cruzando los brazos.

—Supongo que no volverás a casa.

Solté una risa amarga. —¿Cuál casa?

Se hizo un silencio pesado. Severus no era alguien que llenara los vacíos con palabras innecesarias, lo que significaba que cada pausa en la conversación se sentía como una disección meticulosa de mi miseria.

—Si me vas a decir "te lo dije" —murmuré—, por favor, espérate a que pueda soportarlo sin querer saltar por la ventana.

Inclinó la cabeza levemente, seguro recordando nuestra charla antes de irme de Hogwarts.

—No tengo la costumbre de decir obviedades —traducción: "Te lo dije, pero no voy a restregártelo en la cara, no aún". Asi que en su lugar, conjuró una manta y me la lanzó sin mirarme—. Descansa, mañana tendrás que explicarme cómo diablos terminaste aquí.

Tomé la manta sin decir nada. Me sentía como un niño otra vez, como cuando él me enseñaba pociones en privado y me corregía con su tono severo aunque paciente a la vez.

Solo que ahora no había un caldero entre nosotros. Solo un océano de cosas que no quería decir en voz alta.

Respiré hondo, dejando que el calor de la chimenea se infiltrara en mi piel. Las palabras finales de Lucius aún resonaban en mi cabeza.

"Al menos yo no fui un error".

Apreté los dientes. Pero no estaba en la Mansión Malfoy, no estaba bajo su techo. No estaba en su casa.

Respiré otra vez.

La voz de Snape interrumpió mis pensamientos.

—Bienvenido a casa, Draco.

En contra de todo lo que creía, sonó cálido, reconfortante, hasta algo emotivo. Sonreí para mí mismo, en ese momento, era lo más cercano a un hogar que tenía.

Así que simplemente cerré los ojos y me dejé llevar por la oscuridad.

.

Desperté con la extraña sensación de haber dormido demasiado poco y demasiado profundo al mismo tiempo.

El fuego de la chimenea seguía ardiendo, pero la habitación estaba en penumbras. Mi cuerpo dolía de formas que no podía nombrar, como si cada músculo hubiera decidido quejarse por separado.

Mi mente, sin embargo, dolía más.

No quería pensar en mi padre. No quería recordar.

Sin embargo, lo hacía.

Porque lo amaba.

Porque, por encima de todo, había querido que él me amara también.

Y, durante un tiempo, lo había hecho.

Podía recordarlo.

Había sido un buen padre. Quizás nunca el más cálido, nunca el más expresivo, pero sí alguien que me había cuidado. Me había enseñado cosas con paciencia, me había sostenido cuando aprendí a caminar, me había dicho que el apellido Malfoy era un escudo y que yo lo portaría con orgullo.

Mi padre no siempre había sido el hombre que me dejó bajo la lluvia.

O tal vez sí, y yo simplemente no quería verlo.

Cerré los ojos, recordando. Recordando cómo, cuando era niño, él me había hablado del mundo mágico como si fuera un reino hecho para nosotros, como si la sangre pura nos hiciera parte de algo sagrado. Cómo me había dicho que los muggles eran inferiores, no porque fueran crueles o malvados, sino porque simplemente no pertenecían. Cómo, en algún momento, le había creído.

Me estremecí, sintiéndome sucio.

Había intentado cambiar.

Desde el momento en que la guerra me había arrebatado la certeza de quién era, había intentado encontrar otra verdad. Había dejado de ver a los muggles como sombras en el fondo de un escenario, había aprendido a admirar a los mestizos que demostraban que la magia no tenía fronteras de sangre, había aceptado que el linaje no determinaba el valor, yo lo vi, hasta me fui a vivir con ellos.

Mi padre también lo había visto. Mi padre lo había odiado.
Y sin embargo, durante un tiempo, lo había intentado.

Después de la guerra, cuando todo se redujo a sobrevivir, él había bajado la varita. Se había mantenido en casa, había evitado cualquier contacto con antiguos mortífagos, había aceptado el mundo tal como era.

Habíamos tenido momentos de paz.

Pero la paz no dura cuando está construida sobre rencores envenenados. Y Lucius Malfoy era un hombre lleno de veneno antes de todo eso. Antes de vivir de nuevo la guerra en carne propia.

Porque ese Lucius, ese padre que había intentado cambiar para mejor no era el mismo de ahora.

Y la idea de que su hijo no fuera el heredero de sus ideales, de que yo rechazara lo que él consideraba un legado, lo carcomía y lo sabía.

Él había tratado de disimularlo.
Había tratado de amarme a pesar de ello.

Pero no podía.

No cuando, en el fondo, siempre había esperado que volviera a él.
Que volviera a ser el niño que lo admiraba sin cuestionarlo.
Que volviera a ser su orgullo.

Me pasé una mano por la cara, sintiendo la piel aún tirante por los golpes.

Tal vez mi padre nunca cambiaría.
Tal vez nunca podría amarme sin condiciones.
Y tal vez, lo peor de todo, era que yo aún quería que lo hiciera.

Respiré hondo, tratando de ordenar mi mente.

¿Qué se suponía que hiciera ahora?

Tal vez… No, él no podía saberlo. No aún.

Blaise... no. Sabía exactamente lo que diría, igual que Anthony.

Mi garganta se cerró un poco al pensar en Theo.

No.

No estaba listo para enfrentar a nadie, no estaba listo para decir en voz alta que mi propio padre me había echado. Que mi padre me había golpeado. Que mi padre me había llamado un error.

Un nudo se instaló en mi pecho y tuve que respirar lento para controlarlo.

No podía dejar que esto me destruyera.

No podía dejar que él ganara.

Aunque… ¿acaso eso no era lo que siempre hacía?

La puerta crujó y me enderecé instintivamente, Severus estana ahí y me observaba desde el umbral. —Te traje comida.

No mencionó nada más. No preguntó cómo estaba. No intentó hablar de lo que pasó.

Y, por alguna razón, eso me hizo querer llorar más que cualquier otra cosa.

Él no dijo nada, ni cuando dejé que el silencio se extendiera entre nosotros. Ni cuando aparté la bandeja con comida sin tocarla. Ni cuando, finalmente, levanté la mirada hacia él.

Solo esperó.

Era una espera paciente, meticulosa, como si supiera que, tarde o temprano, las palabras saldrían de mi boca.

Y salió una.

—Papá.

Mi propia voz me sorprendió. Sonó… rota. Más de lo que había querido.

Severus se movió apenas, un cambio sutil en su postura que solo alguien como yo podría notar.

—Te echó —afirmo. No era una pregunta, apreté los labios, mi padrino suspiró, tomando asiento en la butaca frente a mí—. ¿Qué sucedió?

No quería decirlo. Pero ya había empezado y no daría marcha atrás.

Además, de alguna manera, la idea de contarle a Severus no me hacía sentir tan expuesto como pensé que lo haría.

—Peleamos —murmure en voz baja. Eso no era suficiente, cerré los ojos un momento y volví a intentarlo—. Se entero de que llevé a mamá con la tía Andy...

No necesitaba decir más.

Las cejas de Severus se alzaron apenas, pero su rostro se mantuvo impenetrable.

—No lo tomó bien —volvió a afirmar.

Una burla agria se formó en mi garganta. —No. No lo tomó bien —me incliné hacia adelante, frotándome la cara con ambas manos—. Al principio solo fue… su enfado usual, sabía que no le gustaría, sabía que… que me vería como un traidor.

Y sin embargo, lo había hecho.

Porque ella era mi madre. Porque, después de todo lo que nos habían hecho, se lo merecía. Ella se merecía ser feliz.

—Y luego… —mi voz falló por un momento. No quería recordar, aunque las palabras seguían saliendo—. Luego sólo... explotó —tragué saliva—. Me golpeó.

Silencio.

No quise mirar a Severus.

No quise ver si su expresión cambiaba.

—No fue la primera vez, ¿cierto? —preguntó finalmente.

Un escalofrío me recorrió la espalda. —No —admiti.

Nunca me había pegado tan fuerte, nunca me había intentado maldecir. Nunca más de lo que "se esperaba" de un hijo desobediente.

Hasta anoche.

—Me dijo cosas. Cosas que… —me corte—. No sé si alguna vez voy a olvidar.

Los recuerdos me golpearon con fuerza.

"Debil". "Patético". "Al menos yo no fui un error"

Mis manos se cerraron en puños. —Y luego me echó —concluí.

Finalmente, levanté la mirada.

Severus me observaba con intensidad, no con lástima, no con compasión vacía. Solo con un entendimiento profundo, pesado.

—Entonces, ¿qué piensas hacer ahora? —preguntó.

Me encogí de hombros. —No lo sé.

Era la verdad, no lo sabía.

Había pasado las últimas horas sobreviviendo, poniendo un pie frente al otro sin pensar en qué haría después.

No tenía un plan.

Él asintió una vez. —Puedes quedarte aquí.

Mi garganta se cerró un poco.

No esperaba que lo dijera.

—No quiero causarte problemas —murmuré.

—Ya los causas desde que naciste, Draco. No veo por qué este sería diferente —Me reí, un sonido breve y ásperoy él no sonrió, aunque algo en su expresión se suavizó—. Tómate tu tiempo —dijo—. Descansa. Luego decidiremos qué hacer.

No tenía nada más que decir.

Solo asentí.

Y, por primera vez en mucho tiempo, dejé que alguien más me sostuviera.

.

Todo se sentía como un gran vacío.

Era extraño cómo, después de que todo explotaba, la mente simplemente… se apagaba.

No sentía enojo. No sentía tristeza. Solo… nada.

Severus no preguntó más. Me dejó estar.

Era lo mejor que podía hacer.

Sin embargo eventualmente, tenía que enfrentarlo. Tenía que decidir qué haría.

Y mi padrino como siempre, fue directo.
—Lucius me envió una carta —Mis manos se tensaron en mi regazo, severus dejó caer la carta sobre la mesa. No la toqué—. No se disculpa —continuó mi padrino—. No me sorprende —ni a mí tampoco—, apesar de eso, me dijo que cubrirá tus gastos mientras permanezcas aquí.

Eso sí me sorprendió. —¿Por qué?

Él dio un largo suspiro. —Porque aún es tu padre —Las palabras me molestaron más de lo que deberían.

—¿Después de echarme a la calle como si nada? ¿Cómo si fuera una maldita basura?

—Draco.

Miré hacia otro lado. Severus se inclinó hacia adelante.

—No digo que esté bien, ni mucho menos digo que lo perdones. Solo te estoy diciendo los hechos —no le respondí y él esperó un momento antes de seguir—. Vas a quedarte aquí, al menos durante las vacaciones.

Volví a mirarlo. —¿De verdad?

Severus me observó, sin una pizca de duda en sus ojos oscuros.
—Sí.

No sé por qué, algo en mi pecho se aflojó.

No tenía a dónde ir. Pero tenía esto.

—Gracias —susurré.

Él asintió, y luego, con evidente incomodidad, levantó una mano y me revolvió el cabello.

Era un gesto torpe.
Era un gesto extraño viniendo de él.
Pero era un gesto que significaba algo.

No me moví.
—Tendrás la casa para ti solo por un tiempo —continuó, volviendo a su tono habitual—, tengo que regresar a Hogwarts antes que los estudiantes, ya sabes, soy un profesor también.

No me sorprendió. Y aún así, mi estómago se apretó un poco.

No quería estar solo.

Severus lo notó. —No estarás completamente solo —dijo—. Asumo que tus amigos estarán aquí para fastidiarme.

Me reí, aunque fue un sonido bajo.

—Probablemente.

Mi padrino me miró por un momento más y luego se puso de pie.

—Vamos a comprar lo que necesites antes de que me vaya.

No protesté.

Por primera vez en días, sentí que tenía un plan.

Tal vez no era el más grande.

Tal vez no lo solucionaba todo.

Pero era algo.

Y eso era suficiente para mi.

~~~❤︎~~~

El sonido de la lluvia golpeando las ventanas era lo único que rompía el silencio en la habitación. No era una lluvia violenta, sino una de esas persistentes, que caen con una monotonía casi hipnótica, como si el cielo estuviera lamentándose en voz baja. Desde mi posición en el sofá, envuelto en una manta que apenas hacía algo por mitigar el frío que sentía, observé las gotas deslizándose por el vidrio, siguiendo caminos irregulares hasta perderse en el borde de la ventana.

Habían pasado solo unos días desde que todo se había derrumbado. Desde que me había quedado sin hogar. Desde que mi padre había hecho lo impensable. Desde que su voz todavía resonaba en mi cabeza con cada maldición que me había lanzado. Desde que había sentido sus manos sobre mí, no en un gesto de afecto, sino de ira. Desde que me había dejado afuera, solo, con la lluvia empapándome hasta los huesos, con el eco de sus últimas palabras quemándome la piel.

"Al menos yo no fui un error" volvía a resonar en mi cabeza. ¿Por qué no podía borrar esa maldita frase de mi memoria?

Tragué saliva, obligándome a apartar la idea de mi mente. Pero era difícil. Demasiado difícil. Porque esa frase no era nueva, porque ya la había escuchado antes, porque me había definido antes de que siquiera entendiera lo que significaba.

No me di cuenta de cuánto tiempo había pasado hasta que el sonido de pasos en la entrada rompió el letargo. La puerta de la casa se abrió y se cerró con rapidez, y una voz que conocía demasiado bien resonó en el pasillo.

—¿Dónde está? —El tono de Theo era tenso, urgente, como si la respuesta a esa pregunta definiera algo mucho más grande que solo mi paradero.

No hice ningún movimiento cuando lo escuché avanzar por la casa, sus pisadas cada vez más cercanas. Sentí una punzada en el pecho, una mezcla de ansiedad y… algo más. Algo que no quería nombrar, algo que no quería aceptar. No era el momento.

No hasta que lo vi.

Theo apareció en la puerta de la sala como una tormenta. Sus ojos se encontraron con los míos en el mismo instante en que supe que todo lo que había tratado de contener iba a derrumbarse en cuanto abriera la boca.

—Draco.

Era solo mi nombre, pero en su voz había tantas cosas que no podía procesar de golpe. Había rabia, había preocupación, había algo parecido al miedo. Había ternura disfrazada de severidad. Había desesperación.

Blaise y Anthony llegaron justo detrás de él, pero yo solo podía mirarlo a él. A Theo. A sus ojos negros oscuros, más oscuros que nunca. A la tensión en su mandíbula. A la forma en que sus puños estaban cerrados, como si se estuviera obligando a no hacer algo de lo que pudiera arrepentirse.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que finalmente se moviera.

Fue rápido.

Antes de que pudiera reaccionar, Theo estaba arrodillado frente a mí, sus manos en mis mejillas, sus ojos escaneando cada parte de mi rostro como si buscara algo, como si necesitara asegurarse de que yo estaba realmente ahí, de que no era solo una sombra de lo que quedaba de mí.

—¿Te hizo daño? —Su voz era baja, aunque cada palabra estaba cargada de una intensidad que me dejó sin aire.

No pude responder de inmediato.

Porque la verdad era que no sabía qué decir.

No en un sentido físico, ya no al menos. No había marcas visibles, no quedaban rastros de los golpes, sin embargo eso no significaba que no hubiera daño ahí.

Theo lo supo.

Lo vio en mis ojos antes de que yo pudiera decirlo en voz alta.

—Lo mataría—susurró, y sus manos se apretaron un poco más en mis mejillas, no con fuerza, si no con desesperación—. Juro por Merlín que lo haría.

No me reí.

No porque no creyera que lo decía en serio.

Sino porque, por primera vez en mucho tiempo, la idea no me pareció tan descabellada.

—No vale la pena—murmuré finalmente con mi voz más débil de lo que quería.

Él no pareció convencido, pero no insistió. En cambio, dejó que su pulgar trazara un camino ligero sobre mi pómulo, un roce apenas perceptible, casi reverente. Y por un segundo, por un instante, fue demasiado.

Demasiado íntimo.

Demasiado real.

Demasiado sincero.

Aparté la mirada. —Blaise, Anthony—murmuré, intentando concentrarme en ellos—. No pensé que vendrían.

Blaise se encogió de hombros, aunqje su expresión no tenía la indiferencia o diversión habitual.

—Nos llamó Snape—hablo de forma simple—. Dijo que necesitabas compañía.

Le lancé una mirada incrédula. —¿Severus dijo eso?

Anthony sonrió con un destello de diversión en los ojos.
—No con esas palabras exactamente. Pero sí, básicamente.

Me sorprendió más de lo que debería. Severus nunca había sido un hombre de demostrar afecto de forma convencional, pero esto… esto era diferente. No estaba seguro de qué hacer con esa información.

Aunque antes de que pudiera procesarlo, Theo habló de nuevo. —Te quedarás aquí, ¿verdad? Con el profesor Snape —No fue una pregunta pero de todos modos, asentí.

—Sí.

Él cerró los ojos por un momento, como si estuviera soltando un peso que había estado cargando desde el momento en que se enteró de lo que había pasado. Cuando los abrió, su mirada volvió a encontrar la mía, y por un segundo, no supe qué hacer con la intensidad que encontré en ella.

—Bien—murmuró, y su mano se deslizó de mi mejilla a mi hombro, en un gesto que se sintió tan natural que casi me hizo olvidar que algo en mí estaba roto.

Por un momento, no hubo palabras.

Solo nosotros.

Solo el sonido de la lluvia.

Solo la sensación de que, a pesar de todo, no estaba completamente solo.

No todavía.

—Snape nos dijo que estabas mal, pero no nos dijo qué pasó—hablo Anthony, rompiendo el silencio que se había formado después de la primera avalancha de emociones. Era un tono cuidadoso, como si tuviera miedo de presionar demasiado.

Mi mandíbula se tensó. No sabía si quería hablar de eso. No sabía si podía.

Pero entonces miré a Theo.

Seguía en el suelo, frente a mí, sin moverse ni un centímetro. Sus ojos seguían fijos en los míos, como si estuviera esperando, como si estuviera dispuesto a quedarse allí todo el tiempo que hiciera falta hasta que yo hablara. Y había algo en esa mirada que hizo que las palabras se atascaran en mi garganta.

Porque él realmente quería saber.
Porque le importaba.
Porque por primera vez en mucho tiempo, sentí que si decía lo que me estaba ahogando, alguien lo recibiría sin juzgarme.

Inspiré hondo.

Y lo dije.

—Me echó de la casa.

Las palabras salieron más rápido de lo que esperaba, como si hubieran estado esperando su oportunidad para escapar. Si, se lo había dicho a mi padrino antes, pero ahora... ahora realmente caía en cuenta de ello. Porque antes, esa frase habría sonado tan irreal, y en este instante era la verdad. Un hecho.

Blaise frunció el ceño. —¿Tu padre? —asentí.

—Sí.

Hubo un silencio tenso.

—¿Por qué?—preguntó Anthony con su tono era suave y firme.

Apreté la mandíbula. —Porque soy un error.

No lo había planeado.

Pero ahí estaba.

La verdad en su forma más cruda.

El peso de esas palabras pareció caer en la habitación como un yunque. Ninguno de ellos habló de inmediato, sin embargo Theo se movió. Sus manos volvieron a mis mejillas, con más urgencia esta vez, con una especie de desesperación contenida.

—No eres un error, Draco—dijo, y su voz tenía un filo que nunca había escuchado en él antes—. No vuelvas a decir eso.

Tragué saliva —Lo dijo él.

—Él es un imbécil.

Blaise y Anthony no discutieron con eso.

—Draco…—él suspiró, y sus pulgares trazaron líneas suaves sobre mi piel. No se dio cuenta de lo que estaba haciendo, pero yo sí. Yo lo sentí. Y por primera vez en mucho tiempo, ese contacto no me pareció extraño—. Él no te merece —su voz bajó de volumen, a pesar de eso la intensidad en sus palabras no disminuyó ni un poco—. Eres lo mejor que tiene, y ni siquiera se da cuenta.

Sentí un nudo en la garganta.

Theo siempre había estado allí. Siempre había sido constante. Siempre había sido mi pilar silencioso. Pero en ese momento, algo cambió. Algo en la forma en que sus ojos brillaban con rabia y tristeza. Algo en la manera en que su agarre en mi piel temblaba ligeramente, como si estuviera conteniendo demasiado. Algo en la forma en que parecía que cada célula en su cuerpo estaba diciéndome que me quería, que me necesitaba, que no iba a dejarme caer.

Pero no podía procesar eso ahora.

No ahora.

Así que aparté la mirada.

—No sé qué voy a hacer...  —Fue una confesión pequeña, pero era la más real que tenía.

Blaise se apoyó contra la pared, cruzando los brazos. —Te quedas aquí. Eso es lo que harás.

Anthony asintió.
—Y si quieres, podemos colarnos en el Ministerio y tirarle huevos a su oficina.

Eso me sacó una sonrisa, pequeña si. Pero honesta. —¿Cómo planean hacer eso? —Blaise sonrió con suficiencia.

—No preguntes cosas que no quieres saber.

Anthony alzó una ceja. —Solo di la palabra y lo tendrás hecho, Príncipe —me reí un poco, hace mucho que no escuchaba ese apodo.

Aunque Theo no se rió.

Porque todavía estaba mirándome, porque todavía parecía querer decir algo más.

Fue entonces cuando la puerta de la sala se abrió y una presencia inconfundible llenó el espacio.

—A dos metros de distancia con mi ahijado, Nott.

La voz de Severus era tan seca y afilada como siempre, sin embargo había algo en su tono que hizo que el aire se volviera más pesado.

Theo para mi sorpresa, se alejó de inmediato. —Sí, señor.

El destello de diversión en los ojos de Blaise y Anthony fue inconfundible.

—Profesor—saludo Blaise, con una inclinación de cabeza casi burlona—. Qué placer verlo.

Mi padrino le dedicó una mirada de advertencia antes de dirigirse a mí.

—¿Estás bien?

La pregunta me tomó por sorpresa. No por el hecho de que la hiciera, sino porque la respuesta no era tan simple.

—Sí —mentí.

Él me miró y era obvio que no me creyó, aunque tampoco presionó.

—Estás con la gente correcta—fue todo lo que dijo antes de girarse hacia los demás—. No más de dos horas, y nada de caos.

Blaise puso su mejor cara de inocencia. —¿Cuándo hemos sido caóticos?

Severus no respondió, pero la mirada que le dirigió fue lo suficientemente clara.

Cuando se fue, el silencio volvió a la habitación, aunque está vez era más ligero.

Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez, solo tal vez, todo estaría bien.

.

Las primeras semanas en casa de Sev fueron… extraños. No en el mal sentido. Solo extraños.

Acostumbrarme a la idea de que esa era ahora mi casa, de que no tenía que estar atento a los cambios de humor de mi padre, de que no tenía que medir cada una de mis palabras o acciones, era más difícil de lo que esperaba. No era como si él fuera cálido y acogedor (porque no lo era, aunque lo intentaba y eso lo apreciaba) pero había algo en su presencia que me daba una sensación de estabilidad.

Él no intentaba obligarme a hablar. No me miraba con lástima, no trataba de arreglarme. Simplemente me dejaba estar. Y eso, de alguna manera, era exactamente lo que necesitaba (¿cuantas veces había repetido eso ya?)

Pasábamos las tardes en silencio la mayor parte del tiempo. A veces yo leía en la sala mientras él corregía pergaminos o preparaba pociones. Otras veces me dejaba ayudarle en el laboratorio, aunque siempre con la advertencia de que no causara una explosión (por favor, como si alguna vez lo hiciera). O en otras ocasiones solo existíamos en el mismo espacio, con el sonido del fuego crepitando en la chimenea como única compañía.

No era como antes. Pero tampoco era insoportable.

Mis amigos seguían viniendo cada vez que podían. Theo siempre llegaba primero, a veces sin avisar con cualquier excusa estúpida para justificar su presencia. "Me sobraban estos chocolates y pensé que podrías querer algunos" o "Tuve la repentina necesidad de molestarte, así que aquí estoy".

Blaise y Anthony solían llegar después, generalmente con comida y planes absurdos que nunca terminaban bien.

—He conseguido información importante—dijo Anthony un día, dejando caer un pergamino sobre la mesa con dramatismo.

Theo lo miró con el ceño fruncido. —¿Qué tipo de información?

—El horario exacto en el que los empleados del Ministerio salen a almorzar.

Blaise arqueó una ceja claramente divertido. —¿Y eso por qué nos importa?

Anthony le sonrió.
—Porque es el momento perfecto para colarnos y dejarle un pequeño regalo a nuestro querido Lucius Malfoy.

Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír. —No vamos a colarnos en el Ministerio.

—No aún —murmuró Blaise.

Los días pasaban de esa manera. Con Theo mirándome como si tuviera miedo de que me rompiera en cualquier momento. Con Blaise y Anthony haciendo estupideces para hacerme reír. Con Severus asegurándose de que comiera y descansara sin ser demasiado evidente al respecto.

Y poco a poco, me di cuenta de algo.

Estaba bien.

No en el sentido de que todo estaba arreglado y que ya no dolía. Seguía doliendo. Había noches en las que me quedaba despierto hasta tarde, preguntándome si mi padre se arrepentía de lo que había hecho, si en algún momento de la madrugada se daría cuenta de que había cometido un error y vendría a buscarme.

Pero cada vez que esos pensamientos se volvían demasiado fuertes, recordaba el tono de su voz cuando me llamó un error.

Y me daba cuenta de que no quería volver.

Así que seguí adelante.

Me levantaba temprano, charlaba un poco con Theo en el jardín a pesar de ambos ser desastrosos en la tarea, ayudaba a mi padrino cuando me lo permitía. Pasaba horas en la biblioteca buscando cosas que me distrajeran, hablaba con mis amigos, reía con ellos. Me permitía sentir que todo podía estar bien, aunque fuera por momentos.

Porque si había algo que había aprendido de todo esto, era que podía vivir sin mi padre.

Y eso era suficiente.

~~~❤︎~~~

—Solo, por amor a Merlín, no hagan ninguna estupidez, ¿sí? —Severus nos miró con una mezcla de resignación y amenaza velada mientras nos preparábamos para salir.

—¡No prometemos nada! —respondí con una sonrisa. Y era verdad.

Theo y Blaise soltaron risas bajas, mientras Anthony aplaudía teatralmente. Él cerró los ojos por un breve segundo, probablemente considerando si lanzarnos una maldición aturdidora antes de que cruzáramos la puerta.

—Draco—hablo mirándome fijamente—, si regresas herido, arrestado o convertido en cualquier cosa que no sea un mago humano completamente funcional, considérate oficialmente desheredado de mi protección.

—Oh, vamos, Sev —dije, fingiendo estar dolido—. ¿Eso significa que no nos darás galletas cuando volvamos?

Snape me lanzó una de sus miradas de "voy a envenenar tu porción en la cena esta noche", pero no dijo nada más mientras salíamos de la casa.

.

El Callejón Diagon estaba abarrotado. Entre el murmullo de la multitud y el sonido de calderos chocando en un escaparate, avanzamos con un objetivo claro: conseguir mis cosas para el curso.

Aunque el plan se desvió cuando pasamos por la lechucería y la ví.

—Oh, Merlín no…—susurró Blaise al ver cómo me detenía de golpe.

Dentro de una jaula, con las plumas grisáceas y blancas brillando bajo la luz de la tienda, estaba el ave más majestuosa y despectiva que había visto en mi vida, no era una lechuza. No, eso hubiera sido demasiado sencillo. Era un águila. Y me estaba mirando con absoluto desprecio.

—Draco —hablo Theo con cautela—, no.

—Draco, sí—susurré, acercándome al escaparate.

El ave inclinó la cabeza y me observó como si estuviera juzgando cada una de mis decisiones de vida. Me reconocí demasiado en su mirada.

—Tienes suficientes cosas que cuidar, no necesitas un ave con complejo de superioridad—insistió Anthony.

—Justo por eso la necesito —repliqué sonriendo. Entré en la tienda antes de que pudieran detenerme—. Quiero esa—le dije al encargado, señalando al águila.

El hombre me miró con incredulidad.

—Oh… eh… joven, esa no es precisamente una mascota…

—¿Es un ave? —pregunté.

—Sí, pero…

—¿Vuela?

—Sí, pero…

—Entonces la quiero.

El hombre me estudió, luego miró al águila, luego de nuevo a mí. —Es... muy temperamental.

—Lo manejo.

—No le gustan los extraños.

—A mi tampoco.

—Es cara.

—Por favor, míreme —dije, abriendo los brazos y mostrando mi atuendo (que, por cierto, lo lucía genial). Lucius podrá ser muchas cosas, y una de ellas era despistado con el dinero. Y para mi suerte le hanai quitado mucho antes de que me hechara.

El hombre suspiró y sacó al ave de la jaula. —Bien. Pero no acepto devoluciones.

—No las habrá —respondí con seguridad. El águila extendió las alas con elegancia y me observó con una mezcla de escepticismo y aprobación silenciosa—. Hola, preciosa —murmuré, acercando la mano con cuidado, me picoteó los dedos.

—Supongo que te caigo bien—afirme sonriendo aún más.

Cuando salí con el águila posada en mi brazo (con un guante protector, claro), los chicos me miraron como si hubiera perdido la cabeza.

—No puedo creerlo —murmuró Blaise.

—No puedo creerlo —repitió Anthony.

—Por supuesto que puedes—dijo Theo con una sonrisa de lado.

—Obviamente puedo —admitió el primero.

Miré al águila, que me seguía observando con la misma intensidad de antes.

—Te llamaré… Arabella —El ave giró la cabeza y luego soltó un sonido que, si mi intuición no fallaba, era un bufido de desaprobación —. Sí, sí, sé que no te gusta, pero es mi decisión—le dije.

Theo me dio una palmadita en el hombro. —Felicidades, ahora tienes una versión voladora de ti mismo.

—Lo sé, y estoy muy orgulloso.

Blaise suspiró.
—Solo… no la sueltes en la tienda de túnicas. No quiero morir decapitado por un águila furiosa.

—Con el riesgo de sonar repetitivo, no prometo nada—respondí con una sonrisa.

Y con eso, seguimos con nuestras compras.

.

Si, había estado olvidamdo muchas cosas desde que volví en el tiempo. Y al parecer una de ella era lo idiota que era Gylderoy Lockhart.

Flourish y Blotts olía a papel viejo, tinta y sudor ajeno. Había demasiada gente, demasiadas voces, demasiadas luces parpadeando alrededor del centro de atención del momento, nuestro próximo maestro.

Y, por supuesto, no podía faltar la sección del momento "Desgracias del Día de Draco Malfoy".

—¿Por qué nos metimos aquí? —gruñó Blaise, hojeando un libro sin el menor interés.

—Porque Draco insistió en comprar todo hoy, aunque podríamos haber esperado a que esto terminara —respondió Anthony.

—En mi defensa, no creí que estaríamos atrapados en un evento de firma con el hombre más insufrible del planeta —dije.

—No se ve tan malo —comentó Theo, aunque su tono era puramente burlón—. Me retracto, me cae mal —cambio enseguida al verlo mejor.

—Te lo dije.

Fue en ese preciso momento, cuando me debatía entre salir corriendo o esconderme detrás de Blaise, que Lockhart decidió detectar mi presencia.

—¡Draco Malfoy!

Mierda.

Me quedé completamente inmóvil, como si eso sirviera de algo. En cuestión de segundos, Lockhart se abrió paso entre la multitud y apareció a mi lado con esa sonrisa blanca y perfecta que gritaba dentadura mágica de primera calidad.

—¡Qué sorpresa tan agradable! —exclamó, poniendo una mano en mi hombro de forma completamente innecesaria.

Mis amigos se tensaron inmediatamente.

—Sí, una sorpresa, definitivamente… —murmuré, intentando no apartarme de un manotazo.

Lockhart me rodeó con el brazo, acercándome de una manera que hizo que mi piel se erizara por el asco. —Querido muchacho, tienes potencial, lo sé. He oído sobre ti, eres inteligente, de una familia distinguida, y con una imagen que podría encantar a cualquiera. Oh sí, definitivamente podríamos hacer algo al respecto.

—¿Cómo que hacer algo al respecto? —preguntó Theo con el ceño fruncido.

Lockhart ni siquiera lo miró.
—No seas modesto, pequeño Malfoy —continuó, ignorando por completo mi incomodidad—. Con el mentor adecuado, podrías brillar.

—No quiero brillar, quiero comprar mis libros —espeté.

—Vamos, vamos —se rió —, una foto al menos. Será un momento icónico.

—Prefiero morder la varita de un duendecillo de Cornualles —respondí.

Pero fue demasiado tarde ya que la cámara destelló y la imagen quedó capturada para la posteridad.

—Qué momento inolvidable —dijo Lockhart, y sus dedos presionaron ligeramente mi hombro antes de soltarme. Una náusea amarga se me revolvió en el estómago.

Antes de que pudiera procesar mi deseo de incinerar a ese hombre, otra voz se coló en la escena.

—Draco.

El aire se volvió más denso, y me giré lentamente. Y ahí estaba la persona más esperada del momento.

Harry Potter.

Me miraba como si acabara de ver un fantasma, con el ceño ligeramente fruncido y un gesto extraño en el rostro.

—No sabia que estabas por aquí —dijo.

Rodé los ojos. —Lo sé. Qué tragedia, ¿no?

Él no sonrió.
—¿Estás bien?

Me reí sin humor y sin saber que hacer, tenia que alejarme de él por ahora. —¿Desde cuándo te interesa? —seria mejor volver a un rol más... antagónico y relajado. Potter apretó la mandíbula.

—Draco, yo…

Sin embargo como si el universo estuviera decidido a hacerme la vida más miserable, una voz fría y elegante interrumpió nuestra conversación.

—Draco.

Ahí sí sentí que se me helaba la sangre.

No.

No, no, no.

Me volví a girar con el corazón latiéndome en las costillas, porque Lucius Malfoy, mi padre, me observaba con su impecable porte y su expresión indiferente. Mi respiración se volvió más superficial.

Theo, Blaise y Anthony dieron un paso más cerca de mí, con el mismo gesto de alerta.

—¿Padre? —pregunté, más para confirmar que esto no era una pesadilla.

—Estás haciendo un espectáculo —dijo con calma—. Vamonos.

Mi mandíbula se tensó. —No voy a ir contigo.

Silencio absoluto.

—Draco —su voz se volvió más afilada—, no hagas esto aquí.

—¿Hacer qué exactamente? —pregunté, cruzándome de brazos y su expresión se endureció.

—Sabes perfectamente que lo que ocurrió en casa fue un malentendido.

—¿Un malentendido? —repetí, sintiendo cómo la furia se encendía en mi pecho—. No lo pareció cuando decidiste echarme.

Potter frunció el ceño. —¿Te echó? —Ignoré su pregunta.

Padre no parecía dispuesto a dejar que esta conversación se alargara.

—Draco, volvamos a casa. Hablaremos en privado.

—No —respondí con simpleza.

Él parpadeó una vez. Y entonces vi la tensión en su mandíbula, el destello peligroso en sus ojos.

—No me hagas repetirlo —susurró.

Theo se movió instintivamente, colocándose medio paso frente a mí. —Señor Malfoy —intervino, con voz cuidadosamente educada—, Draco ya tiene dónde quedarse. No necesita…

—Esto no es asunto tuyo, Nott —cortó él con frialdad.

—Lo es —hablo Blaise con voz controlada—. Porque Draco es nuestro asunto. Él los miró con evidente desprecio.

Pero no tuvo oportunidad de responder, porque de repente, dos figuras pelirrojas se colocaron entre él y yo.

Los gemelos Weasley.

—¿Problemas, Malfoy? —preguntó Fred, cruzándose de brazos.

—Porque si los hay —añadió George—, podemos solucionarlos ahora.

La mirada de mi padre se oscureció. —Ustedes no tienen nada que ver con esto.

—Oh, no lo sé —sonrió Fred, aunque no había rastro de humor en su rostro—. Tal vez sí.

George miró a padre como si estuviera debatiendo la mejor forma de patearle la cara. —¿Tienes problemas de audición o qué? —preguntó—. Draco dijo que no va a ir contigo.

Él los observó con una mezcla de desdén y molestia y yo solo miraba la escena en completo desconcierto.

Genial, ahora todo el mundo nos tiene en la mira Pensé al ver como todos en la tienda estaban fingiendo no vernos, o intentando disimular sus susurros.

Y, para colmo, la atención de Potter estaba fija en mí, sus ojos parecían analizarme, intentando entender algo.

Pero no había nada que entender. Porque en este momento, no importaban los intentos de mi padre, ni las amenazas, ni las preguntas de Potter.

Solo había una verdad clara en mi mente.

Yo no iba a volver.

No con él.

Pero mi padre no era un hombre que tolerara desafíos. Mucho menos de adolescentes impertinentes, y aún mucho menos de Weasley's.

Su mirada pasó de mí a Theo, de Theo a Blaise, de Blaise a Anthony y de Anthony a los gemelos Weasley, con una expresión que se volvió más gélida con cada segundo.

—Esto es ridículo —hablo al final con voz baja y peligrosa—. Draco, ven aquí.

No me moví.

Fred y George tampoco. Theo, Blaise y Anthony se mantuvieron firmes.

—¿Qué parte del no no ha entendido, señor Malfoy? —preguntó Theo con voz tranquila, pero sus manos estaban en los bolsillos, donde probablemente tenía la varita lista.

Mi padre le dedicó una mirada llena de desprecio. —No te metas en asuntos que te superan, Nott.

Theo no se inmutó.
—No hay nada que me supere cuando se trata de proteger a Draco —Había algo en su tono, algo definitivo.

Y por primera vez vi a mi padre analizarlo con más atención. Entonces vi el momento exacto en que entendió, no sabía qué exactamente, pero entendió.

Sus ojos se entrecerraron con una mezcla de burla y algo más difícil de descifrar. —Oh —murmuró, como si acabara de descubrir un dato fascinante—. Ya veo.

Theo apretó la mandíbula y to sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

No.
No, no, no, no.
No le des ideas. No le des palabras. No le des nada con lo que pueda jugar.

Lucius siempre había sido un padre (y hombre en si) de pocas emociones, sin embargo era un maestro de la manipulación. Y lo conocía demasiado bien como para no saber que había encontrado un punto que podía usar.

—Qué encantador —continuó él con una sonrisa apenas perceptible—. Nott, pensé que tu familia tenía más estándares —Theo no respondió, aunque su expresión se endureció, inclinó la cabeza ligeramente—. No me sorprende. Después de todo, Draco siempre ha tenido un cierto… efecto en la gente, ¿no?

Mi estómago se revolvió y él dio un paso adelante. —Señor Malfoy, con todo el respeto que no le tengo, ¿por qué no deja de perder el tiempo y se va?

La sonrisa de mi padre se desvaneció y el aire se volvió más pesado. Hubo un momento de tensión absoluta.

Las manos de los gemelos estaban en sus varitas. Blaise tenía el ceño fruncido. Anthony estaba tenso como un resorte. Potter observaba todo en completo silencio.

Y él, con toda su presencia imponente y su aura de poder, se quedó completamente inmóvil.

Hasta que…

—Esto no termina aquí —dijo.

Se giró sin más, su capa ondeando tras suyo y se perdió entre la multitud.

Yo no respiré hasta que su figura desapareció por completo.

Hubo un instante de silencio antes de que Fred exhalara y murmurara: —Bueno, eso fue un desastre.

George asintió. —Y pensar que solo vinimos por libros…

—Draco… —murmuró Theo mirándome fijamente.

—Estoy bien —respondí de inmediato, pero él no pareció convencido. Nadie lo pareció.

Mi corazón seguía latiendo con fuerza, aunque una parte de mí… una parte de mí estaba extrañamente tranquila.

El murmullo de la gente no tardó en elevarse. Lo sabía, lo sentía. Miradas curiosas, cuchicheos apenas disimulados, algunos magos y brujas fingiendo que hojeaban libros o revisaban mercancía, cuando en realidad estaban prestando atención al desastre que acababa de explotar en Flourish & Blotts.

Lucius Malfoy acababa de intentar arrastrarme de vuelta a su casa como si fuera una posesión más de su colección.

Y había sido rechazado.

No por la ley. No por un decreto oficial.

Por mí.

—¡Qué vergüenza! —escuché a una bruja susurrar a su amiga arpía —. Un Malfoy, rechazando su propia sangre en público…

—¿Y quiénes eran esos muchachos que se pusieron en su defensa?

—No lo sé, pero uno parecía muy dispuesto a iniciar una pelea.

Sabía de quién hablaban.

Theo.

Él todavía estaba tenso, como... no sabia ue metafora poner aquí. Podía sentir la furia contenida en su postura, en la manera en que su mandíbula se mantenía apretada, en la forma en que sus manos estaban cerradas en puños, listas para lo que hiciera falta. Me había defendido como si su vida dependiera de ello.

Blaise no estaba mucho mejor. Su expresión era la de alguien que estaba decidiendo si decir algo mordaz o si simplemente sacar la varita. Y Anthony… bueno, Anthony me miraba como si quisiera asegurarse de que no me desmoronara en ese momento.

Pero no lo haría.

No me desmoronaría.

No le daría esa satisfacción a nadie.

Entonces, la voz de alguien más irrumpió entre la multitud.

—Draco… —Y por supuesto, tenía que volver a ser Potter. Me giré lentamente, encontrándome con él de frente, llevaba esa mirada… esa maldita expresión preocupada que, por alguna razón, parecía reservada solo para mí. Como si en su cabeza yo fuera algo que debía arreglar.

Lo soporté por exactamente tres segundos antes de darme la vuelta de nuevo.

—No —dije, con absoluta determinación.

—Pero yo solo-

—No.

—Es que-

—Potter, no.

—Draco, yo-

—Si sigues hablando, voy a buscar en toda la tienda y voy a comprar el diccionario más grande que encuentre para arrojártelo en la cabeza —por fin cerró la boca.

Granger, que estaba justo a su lado, suspiró. —Realmente no tienes remedio.

Mi Weasley menos favorito en cambio, tenía una expresión muy diferente. Se estaba riendo.

—¿Así que te echaron? —hablo con una sonrisa de suficiencia—. Vaya, Malfoy, ¿dónde quedó todo ese orgullo de sangre pura? ¿O es que ni siquiera los tuyos te aguantan?

Theo se giró de inmediato. —Weasley, cállate.

Pero la comadreja nunca había sido particularmente sabio cuando se trataba de saber cuándo parar.

—¿Y qué? ¿Ahora vas a mendigar un lugar en Hogwarts? ¿Esperar a que Dumbledore te adopte?

Blaise alzó una ceja. —¿Sabes qué es gracioso? Que hables de familias cuando la tuya tiene más hijos que galeones.

—¡Oye!

Anthony intervino antes de que esto escalara más.
—Solo cierra la boca, Weasley. Ya hiciste suficiente.

Fred y George, que habían estado observando en silencio, finalmente decidieron hablar.

—Mira, Ron— hablo Fred, cruzándose de brazos—. Nosotros somos los primeros en molestar a Draco.

—Pero hay una gran diferencia entre molestar y ser un idiota —añadió George.

—No estamos de su lado —aclaró Fred con una expresión de "en realidad, si lo estamos".

—Solo estamos en contra del tuyo.

Su hermanito los miró ofendido. —¿Qué? ¡¿Cómo pueden decir eso?!

La niña Weasley que hasta ahora había permanecido en silencio, aprovechó para hablar.

—Ron, cállate —dijo en un tono muy parecido al de su madre—. Estás haciendo el ridículo.

Este abrió la boca, listo para responder… sin embargo se quedó callado cuando la chica le lanzó una mirada asesina.

Potter, por otro lado, aún no había desistido. —Draco, si necesitas ayuda con algo…

No lo miré. —No la necesito.

—Pero yo-

—No gracias —no necesito ayuda del que esta viviendo con sus tíos maltratadores. Pensé, aunque eso no sonaba muy bonito.

Y entonces, porque el universo realmente tenía un sentido del humor cruel, apareció Gilderoy Lockhart detrás de mí.

—¡Ah, qué escena tan fascinante! —exclamó, con una sonrisa resplandeciente—. ¡Realmente Malfoy, qué manera de captar la atención de la gente!

Por favor, que alguien lo golpee por mi.

—Sería un excelente material para un libro —continuó, ignorando mi evidente incomodidad—. Draco Malfoy: Un Heredero Sin Hogar. ¡Imagínalo! ¡Yo podría escribirlo y tú podrías… protagonizarlo!

Theo no se movió, pero su expresión se oscureció.

Blaise miró a Anthony.

—¿Cuántos años de prisión en Azkaban nos darían por asesinato?

—Depende de cómo lo hagamos.

Yo simplemente exhalé con exasperación.

Fue entonces que Lockhart se acercó, demasiado.

Puso una mano en mi hombro, que pronto se fue más abajo hacia mi cintura.

La sensación fue inmediata. No era miedo, no era pánico; era asco.

Y, aparentemente, Theo sintió lo mismo porque, en un movimiento rápido y sin decir palabra, le apartó la mano con una fuerza que dejó claro que no estaba jugando.

—No lo toque —hablo con una calma peligrosa.

Este parpadeó, fingiendo sorpresa. —Oh oh, qué protector, qué dulzura.

—Que. No. Lo. Toque —repitió.

Lockhart levantó las manos en un gesto de rendición.
—Está bien, está bien, nada de violencia—

—Aún —murmuró George.

Lockhart soltó una risa nerviosa y decidió que lo mejor era marcharse antes de que alguien realmente cumpliera con la amenaza.

.

Si había algo en lo que podía confiar en este mundo, además de mi impecable sentido del estilo y la incompetencia de Lockhart, era en que Garrick Ollivander no me daría respuestas fáciles.

Ya lo había visitado antes, ya había tenido esa charla incómoda sobre cómo mi varita no era originalmente mía, cómo pertenecía a un tal Carlisle Noir, y cómo la caja con la inscripción Nero solo añadía más misterio a mi vida, como si no tuviera suficiente drama.

Pero hoy no veníamos a descubrir eso. Hoy veníamos a presionar a Ollivander para que soltara más información.

—Si se pone a hacer declaraciones crípticas otra vez —murmuró Theo mientras abríamos la puerta—, juro que le tiro una caja de varitas encima.

—Espero que sean las de pino —añadió Blaise—. Son las más pesadas.

Yo solo rodé los ojos y empujé la puerta, listo para entrar en mi sesión de interrogatorio personal con el fabricante de varitas.

Lo que no esperaba era encontrar a Luna Lovegood parada en el mostrador, observando fascinada cómo Ollivander sacaba varitas para ella.

Y lo que definitivamente no esperaba era que, en cuanto me vio, me mirara como si ya supiera absolutamente todo sobre mí.

Y cuando digo todo, me refiero a todo.

Mi respiración se detuvo por un segundo. Porque esa mirada no tenía sorpresa, ni desconfianza.

Solo... entendimiento.

Me pasó un escalofrío.

—Draco Malfoy —hablo ella con una sonrisa suave, como si estuviéramos retomando una conversación interrumpida.

—Lovegood —respondí con precaución.

—Oh, ¿se conocen? —intervino su padre Xenophilius, si recordaba bien, mirándonos con una vaga curiosidad.

—Nos hemos visto antes —respondió ella con un tono etéreo.

—No la conozco —dije al instante.

—Claramente sí —murmuró Blaise.

—No, en serio, no la conozco —insistí, con mi cerebro empezó a hacer cálculos veloces. Habíamos interactuado en el futuro, sí. Pero en este tiempo, no…

A menos que…

Oh, maldición.

De repente, mi memoria me golpeó con un recuerdo enterrado.

La mansión Malfoy.

Una niña de cabello rubio y ojos grandes, escondida en una celda. Yo, colándome para dejarle comida cuando nadie miraba.

Mis labios se apretaron. Luna ladeó la cabeza, todavía sonriendo.

—Gracias por el pan, por cierto.

—¿Qué? —preguntó Anthony con incredulidad.

—Nada —corte rápidamente, antes de que alguno de mis amigos pudiera hacer más preguntas.

Ollivander, mientras tanto, había tomado mi varita con calma y la examinaba con ojos expertos.

—Que sorpresa Joven Malfoy, si recuerdo bien tu varita tenia unos núcleos… excepcionales —murmuró.

Yo crucé los brazos. —No empiece con los misterios otra vez, que ya sabemos que era de Carlise Noir, lo de la inscripción Nero y todo el rollo. Hoy queremos respuestas de verdad.

Ollivander me miró como si le hubiera pedido que me revelara el número exacto de canas que tenía.

—Joven Malfoy, las respuestas nunca son tan simples.

—Bueno, ¿y si las simplificamos? —propuso Theo—. Por ejemplo, ¿Carlise Noir existió o es solo una leyenda oscura para asustar a los niños?

—Oh no, si existió.

—¡Ja! —exclamó Blaise, señalándome—. Te dije que no era una conspiración inventada.

—Bien, existe —dije, masajeándome las sienes—. ¿Pero por qué mi varita era suya?

Ollivander se quedó en silencio.

Luna, que hasta ese momento había estado observando la conversación con una expresión soñadora, de pronto murmuró: —Porque así debía ser.

Nos quedamos todos en silencio.

—¿Disculpa? —preguntó Anthony, frunciendo el ceño.

Ella se giró hacia mí, su mirada escudriñándome como si viera algo más allá de lo que cualquiera podía ver.

—Tú no elegiste esta varita. Ella te eligió a ti. Y este tal Carlise lo sabía.

Mi piel se erizó.

En cambio Blaise decidió lidiar con la incomodidad como siempre lo hacía: con humor. —Perfecto, ahora las varitas también son proféticas. ¿Qué sigue, que Draco sea el elegido de una profecía secreta?

—No le des ideas al destino —murmuré.

Luna solo sonrió.

Y por alguna razón…

Tuve la sensación de que ella sabía mucho más de lo que estaba diciendo.

.

Luego de que Luna consiguiera su varita y que Ollivander no nos haya dicho nada nuevo, ella se desiso de su padre para empezar a seguirnos como un patito.

No tardó mucho tiempo para hacerse nuestra amiga.

—¿Entonces de qué trata exactamente esta expedición secreta? —preguntó ladeando la cabeza mientras caminábamos por el Callejón Diagon.

—No es secreta, es... confidencial —respondió Anthony, como si la diferencia fuera obvia.

—¿Y eso qué significa?

—Que si te lo contamos, tienes que jurar que no se lo dirás a nadie —dije mirándola de reojo.

—Oh, eso es fácil —respondió con naturalidad—. No tengo muchos amigos, así que tampoco tengo con quién compartir secretos.

Blaise soltó un sonido que podría haber sido una risa ahogada, aunque lo disimuló con una tos.

—Bienvenida al club —hablo Theo con una inclinación de cabeza solemne—. Aquí todos somos socialmente incompetentes.

—Ey, yo soy perfectamente funcional en sociedad —repliqué, fingiendo indignación.

—Sí, Draco, claro —intervino Anthony con una palmada en mi hombro—. Porque insultar a Potter en público y sonreírle en privado es muy funcional.

—¡No le sonrío en privado! —no lo hacía, y ellos lo sabían.

—Ajá —murmuró Blaise, cruzándose de brazos—. Y yo soy el heredero de Gryffindor.

Luna observó el intercambio con una sonrisa distraída antes de girarse hacia mí. —Entonces, ¿cuál es el plan?

Me mordí el labio, preguntándome hasta qué punto podía contarle, había algo en ella que me hacía sentir que ya sabía más de lo que decía.

—Estamos investigando sobre Carlise Noir —respondí finalmente.

Esperé que me mirara con confusión, como la mayoría. Pero en lugar de eso, su expresión se tornó... curiosa.

—Oh... eso tiene sentido.

Parpadeé.

—¿Tiene sentido?

—Sí.

—...

—...

—¿Por qué?

—Porque es el tipo de cosa en la que terminarías involucrado.

Theo soltó una carcajada. —¿Ves? ¡Yo siempre lo digo!

—¡No estoy involucrado en nada extraño! —protesté.

Los cuatro me miraron con el mismo nivel de escepticismo.

—Está bien, tal vez solo en un par de cosas.

Luna sonrió con ese aire de saber cosas que nadie más sabía.
—No te preocupes, Draco. Yo te ayudaré.

Y de alguna forma, no me sorprendió en absoluto.

Así fue como Luna Lovegood se unió a nuestro grupo.

.

Volver a casa de Severus después de un día entero en el Callejón Diagon debería haber sido un alivio. Pero en cuanto crucé la puerta, con una niña rubia a mi lado y un águila hermosa en mi brazo, supe que no iba a ser tan sencillo.

Severus estaba en la sala, con un libro abierto en las manos y una taza de té humeante en la mesa. Alzó la vista y su expresión pasó por varias fases:

1. Confusión absoluta.

2. Un largo parpadeo de incredulidad.

3. Resignación existencial.

Y luego, con la voz más grave y cansada que había escuchado en mi vida, dijo:
—Draco… ¿por qué parece que has secuestrado a una niña?

Fruncí el ceño, ofendido. —¡No la secuestré!

—Eso lo diría un secuestrador.

—Soy Luna Lovegood —intervino ella con su habitual tono soñador—. No fui secuestrada, solo encontré a Draco y decidí seguirlo.

Severus le dirigió una mirada fulminante y luego volvió a mí.

—¿Por qué una niña que acabas de conocer decidió seguirte a casa, como un patito siguiendo a su madre?

Theo, que entraba detrás de nosotros junto a Blaise y Anthony, dejó escapar una carcajada.

—Es su encanto natural, profesor.

—Silencio, Nott.

Severus me señaló con un dedo acusador.
—Tú. Explicación. Ahora.

Suspiré dramáticamente. —Fuimos a... —tenia que inventarme una excusa — saludar al señof Ollivander, ya sabes, por los viejos tiempos. Y allí estaba Luna, esperando por la suya. Empezamos a hablar, y bueno… conectamos.

—¿Y eso explica que ahora esté aquí?

—Oh, no. Eso fue cosa de ella, simplemente decidió que ahora somos amigos y no hubo forma de detenerla.

—No creo en las amistades instantáneas —espetó él

—Pues deberías —hablo Luna, sonriendo—. Son bastante reales.

Severus presionó los dedos contra su sien como si le doliera la cabeza. —Y el águila.

—Arabella —lo corregí.

—El águila —insistió con fastidio—. ¿Por qué hay un águila en mi casa?

—Porque es mía.

Hubo un silencio tenso. Mi padrino ladeó la cabeza y analizó al animal. Arabella lo observó con sus ojos fríos e inteligentes y para mi horror, movió la cabeza exactamente al mismo ritmo que él.

El silencio se prolongó.

Entonces Blaise dejó escapar una risa ahogada.

—Merlín…

—¿Qué? —pregunté.

—Draco —susurró Theo, con una sonrisa temblorosa—. Arabella es una míni Snape.

Arabella graznó en ese preciso instante.

Severus la miró. Arabella lo miró de vuelta.

—No.

—Sí —asintió Anthony, conteniendo la risa—. Es igual de tétrica, odia a las personas, con una mirada de juicio permanente…

Mi padrino se pasó una mano por la cara. —No puedo creer que mi ahijado haya adoptado un ave que se parece a mí.

—Yo tampoco —dije con sinceridad—, pero es un poco gracioso, ¿no crees?

Me miró con tanto cansancio que por un momento temí que realmente me desheredara de algo que ni siquiera tenía.

—Draco… —habló con la voz de alguien que estaba a punto de perder la paciencia—. Te dejé salir bajo una condición, que no hagas estupideces.

—¡Y no hice ninguna! —era bueno que parecía no estar enterado de lo que pasó en Flourish y Blotts.

—¿Ah, no? Entonces explícame cómo pasaste de "ir de compras" a "regresar con una niña y un ave rabiosa" —Arabella ofendida le lanzó otro graznido severo.

—No sé si me agrada su actitud —susurró Luna.

—A nadie —murmuró Blaise.

—Los estoy escuchando —gruñó Severus.

—Era el punto —sonrió Theo.

Ssoltó un suspiro que parecía contener el peso de toda su paciencia agotada.

—Draco… solo dime una cosa.

—Lo que sea señor.

Se frotó el puente de la nariz. —¿Hay más sorpresas de las que debería preocuparme?

Miré a Luna, que seguía sonriendo. Miré a Arabella, que me picoteó suavemente la mano como si quisiera que le diera la razón. Miré a mis amigos, que intentaban (sin éxito) no estallar en carcajadas.

Y luego volví a Severus.

—Definir preocupación es subjetivo, ¿no crees?

Severus cerró los ojos un segundo.

Luego se levantó con un suspiro derrotado.

—Voy a necesitar más té.

—Haz suficiente para todos —insistió Luna con dulzura—. Me gusta el té.

Él la miró. La miró por demasiado tiempo.

—Dioses, ahora tengo que lidiar con dos —murmuró apenas audible —. Si alguien intenta entrar a esta casa con otro ser vivo más, los desheredo a todos.

—¡Pero no somos tus herederos! —grito Blaise divertido.

—Pues lo serán solo para que pueda desheredarlos.

Y con eso, se fue a la cocina, dejándome con la sensación de que, por alguna razón, su paciencia iba a tener que triplicarse a partir de ahora.

~~~❤︎~~~

 

—Draco Lucius Malfoy —me llamó Severus —. Escuchame, y esta vez hazlo bien. Yo me iré ahora mismo para Hogwarts, y tus amiguitos y tú irán de manera pacífica y normal en el tren mañana, ¿entendido?

—¡Si, señor! —le respondí con una sonrisa.

A la mañana siguiente, todo ya estaba saliendo mal.

.

Y así empieza nuestro especial del día.

10 Pasos para perder el tren y casi arruinar la Selección de Casa (según Draco Malfoy y compañía)

Paso 1: Tener una mañana caótica.

Gracias a mi insistencia para nada cruzando la línea del acoso a mi padrino, una muy larga conversación con Xenophilius, la mamá de Anthony y Lady Zabini. Theo, Blaise, Anthony y Luna se habían quedado a dormir.

El problema vino cuando, por algún motivo inexplicable, nadie puso una alarma.

Y ahora, en lugar de una salida tranquila hacia la estación, lo que teníamos era:

Anthony corriendo por la casa con la túnica a medio poner.

Blaise sosteniendo una taza de té con expresión de derrota.

Theo gritándole a su baúl como si eso lo ayudara a cerrarlo más rápido.

Yo peinándome mientras me preguntaba si sería muy grave simplemente aparecerme en Hogwarts.

Y Luna…?

—¿Dónde está Luna? —pregunté.

Intercambiamos miradas.

—¡Oh, por Merlín… otra vez no!

Paso 2: Perder a Luna.

Después de revolver toda la casa, encontramos a Luna en el jardín.

Hablando con una piedra.

—Luna… —dije con toda la paciencia que mi alma podía reunir—. El tren.

Ella parpadeó y me miró con una sonrisa soñadora. —Oh, cierto. Aunque antes te presento a Matías, es un gran conversador.

Miré la piedra.
Miré a Luna.
Miré la piedra otra vez, esperando, absurdamente a que me respondiera.

—Me alegra saber que tienes amigos, Luna, pero si no nos vamos ahora mismo, Matías se quedará solo porque nos van a matar en Hogwarts.

—Eso sería triste.

—Sí, muy triste.

Tomamos a Luna de la mano y corrimos de regreso a la casa.

Paso 3: Perder (esta vez)  a Blaise.

Con Luna asegurada, comenzamos la siguiente fase del plan: salir de la casa sin más incidentes.

Lo que, evidentemente, no ocurrió.

—¿Blaise? —pregunté, mirando a mi alrededor cuando llegamos al callejón donde tomaríamos el transporte.

Silencio.

—¿Dónde se metio Blaise? —Theo frunció el ceño.

—¿No estaba contigo? —preguntó Anthony.

—¡No, yo pensé que estaba con ustedes!

Nos quedamos parados en círculo, procesando nuestra existencia y la increíble habilidad de nuestro grupo para perder personas.

—¿Podría estar en la tienda de té? —preguntó Luna. Nos quedamos en silencio.

—Definitivamente está en la tienda de té.

Corrimos de vuelta y, efectivamente, Blaise estaba ahí, saliendo con una bolsa en la mano y cara de satisfacción.

—¡¿EN SERIO, BLAISE?! —exclamé.

—Era una oferta limitada —respondió sin inmutarse.

—¡Nos estamos por perder el tren por una bolsa de té!

—Nosotros no perderemos el tren. El tren nos perdera a nosotros —hablo tranquilamente —. Y yo solo me aseguré de que el viaje de regreso tuviera buen sabor.

Apreté los puños.

—Merlín dame paciencia, porque si me das fuerza, lo mato.

Paso 4: Perder el Expreso de Hogwarts… y el acceso a la Plataforma 9 ¾

Finalmente, después de una carrera caótica, llegamos a la estación de King's Cross…

…justo a tiempo para ver cómo el Expreso de Hogwarts desaparecía en la distancia.

—No… —susurró Theo, con la expresión de quien acaba de ver su vida pasar frente a sus ojos.

Blaise dejó caer su bolsa de té.

Anthony murmuró algo en otro idioma que, por el tono, probablemente significaba "nuestra muerte es inminente".

Yo simplemente me negaba a aceptar la realidad.

—Tal vez… tal vez no se ha ido de verdad —dije, con la esperanza tonta de que todo fuera un malentendido.

Theo me puso una mano en el hombro.
—Draco, estamos aquí en vez de allá. Y no podemos entrar.

Ah.

Ups.

Y por si todo esto no fuera suficiente, descubrimos que la entrada a la plataforma ya estaba cerrada.

—Oh —hablo Luna, inclinando la cabeza—. Esto es interesante.

—¡No, Luna! ¡No es interesante, es un maldito desastre!

—Depende de la perspectiva —respondió con una sonrisa.

Inspiré hondo. —¿Y ahora qué hacemos?

En ese preciso momento, Potter y Weasley llegaron corriendo como idiotas… también tarde.

Nos miraron.

Los miramos.

Nos ignoramos mutuamente.

Nada de esto sucedió.

Paso 5: Terminar varados en Londres muggle porque claramente el universo nos odia

—Bien —dije cruzándome de brazos—. Estamos varados en Londres.

—Podríamos pedir ayuda —sugirió Anthony.

—¿A quién? ¡Todos los adultos están en Hogwarts!

—Podemos buscar transporte alternativo —dijo Blaise.

—¿Alternativo cómo?

—No sé, un taxi mágico o algo así.

—¿Taxis mágicos existen?

—No tengo idea, pero deberían.

Justo cuando comenzábamos a desesperarnos, alguien se acercó.

—Pero mira a quien tenemos aquí —llamo alguien —. Draco Malfoy en persona.

Me giré, y ahí estaba él.

Mark.

Un chico que había conocido solo una vez, cuando arrastre a Severus en contra de su voluntad a una tienda de discos muggle en busca de mis favoritos. Un chico que coqueteó conmigo sin vergüenza en ese entonces y que ahora, sonreía con curiosidad.

—¡Mark! —exclamé, sonriendo.

—Vaya, qué coincidencia —dijo cruzándose de brazos—. ¿Qué haces por aquí con tus... —busco las palabras adecuadas —... amigos, creo?

—Perdimos el tren a nuestro colegio en Escocia —explique —. Y solo son los inadaptados que me persiguen a todas partes —llegue a escuché sus chillidos indignados.

—Ya veo.

—…

—Y ahora no tenemos cómo llegar.

—…

—Y probablemente terminaremos en un callejón pidiendo limosna si no encontramos una solución.

Mark parpadeó. —Sigo sin entender cómo pierdes un tren, pero suena como algo que harías.

—Gracias —le sonreí.

—Por suerte para ustedes —hablo con una sonrisa ladeada—, yo tengo una solución.

—¿Qué clase de solución?

—Bueno… resulta que también soy mago —... ¿Qué?

Los chicos y yo nos quedamos en silencio. —¡¿Qué?!

—Oh, esto se pone cada vez mejor —comentó Luna encantada.

Y así, con el destino de nuestras vidas mágicas en manos de un chico guapo con el que había coqueteado antes, nos embarcamos en la última parte de nuestra odisea para llegar a Hogwarts… a tiempo para la Selección de Casas.

(Spoiler: casi no lo logramos.)

Parte 6: Descubrir que Mark es un mago. Uno muy coqueto, por cierto.

—Entonces, ¿cómo es que tú puedes llevarnos a Hogwarts?

Mark sonrió con esa confianza encantadora que probablemente le abría muchas puertas en la vida.
—Bueno, técnicamente no puedo, sin embargo sé cómo hacerlo.

—Eso no es tranquilizador —comentó Theo.

—Ah, pero tampoco es una negativa —respondió Mark con un guiño, antes de girarse hacia mí—. Qué lástima que tuvieras que pasar por todo esto, Malfoy. Si hubieras sabido que estaba en Londres, podrías haberme llamado antes.

—Oh, claro —dije cruzándome de brazos—. Porque lo primero que haría al perder el tren es pensar "hmm, déjame llamar al tipo atractivo con el que solo hablé una vez en persona"

Mark se inclinó un poco hacia mí con una sonrisa ladina. —Admito que "atractivo" era mi parte favorita de esa oración.

Los chicos detrás de mí intercambiaron miradas, y Theo tosió en su puño con intención.

—Si terminamos varados en otro lado porque Draco está ocupado... haciendo eso, juro por Salazar que lo dejo aquí —murmuró él.

—Oh, no me interrumpas —respondió Mark, sin apartar su mirada de la mía—. Me estaba divirtiendo.

—¡No estamos aquí para que te diviertas, sino para llegar a Hogwarts! —interrumpió Anthony visiblemente exasperado.

—Bueno, bueno, vamos entonces. Pero espero que recuerdes mi número, Draco. Nunca se sabe cuándo podrías necesitar otro rescate —Rodé los ojos, pero no pude evitar una ligera sonrisa.

Paso 7: Intentar tomar una ruta alternativa… y casi fracasar en el intento

Mark nos llevó a un callejón apartado y sacó su varita (ignoremos que tiene trece años y es probablemente ilegal).

—Voy a llevarlos a una red de trasladores reservada para emergencias mágicas.

—¿Y por qué nunca habíamos oído hablar de eso? —preguntó Blaise con escepticismo.

—Porque no es oficial.

—Eso me suena a que es ilegal.

—Suena rápido —intervine de forma impaciente—. Vámonos.

Lo que no esperábamos era que la red de trasladores fuera un sitio casi abandonado en la parte trasera de una tienda de artículos mágicos viejos.

—¿Estamos seguros de que esto es seguro? —preguntó Theo.

—No —respondió Mark con una sonrisa—. Pero ya estamos aquí.

Nos miramos.
—Bueno —suspiré—, si morimos, al menos nos habremos ahorrado el castigo.

Paso 8: Llegar al castillo… al borde del desastre

La cosa con los trasladores es que no son elegantes.

De alguna manera, terminamos cayendo en un rincón apartado del castillo, justo cuando la Selección estaba por terminar.

—¡Nos hicieron trasplantar a una montaña rusa en lugar de un castillo! —exclamó Blaise, aún mareado.

—¡Oh, no! ¡La Selección! —Anthony corrió hacia el Gran Comedor, y todos lo seguimos.

En el momento en que cruzamos las puertas, el comedor entero se quedó en silencio.

Los profesores nos miraron.

Los alumnos nos miraron.

Y mi querido padrino Severus desde la mesa de los profesores nos miró con la expresión de alguien que estaba debatiendo si nos mataba ahora o después.

—Oh, esto va a doler —murmuró Theo.

Paso 9: Que Luna por fin sea seleccionada

Aparentemente, llegamos justo a tiempo para el final de la ceremonia. Ya que solo quedaba una persona en la lista: Luna Lovegood.

Ella avanzó tranquilamente, como si no acabáramos de interrumpir todo el proceso con nuestra llegada dramática.

El Sombrero Seleccionador apenas le rozó la cabeza antes de gritar: —¡RAVENCLAW!

Los de nuestra mesa aplaudieron, y ella solo miró a su alrededor con una sonrisa de satisfacción.

Me acerqué a ella cuando volvió a sentarse con nosotros.
—Luna, perdóname. Casi hago que te pierdas la selección —¿Qué clase de amigo hace eso?

Ella me miró con genuina diversión.

—¿Bromeas Draco? ¡Ha sido lo más divertido que he hecho!

Bueno.

Supongo que, para alguien como Luna, esto fue una experiencia educativa.

Paso 10: Y, como cereza del pastel, Potter y Weasley llegan aún más tarde

Justo cuando la ceremonia terminaba y pensábamos que la atención finalmente se apartaría de nosotros…

CRASH.

Las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe y dos figuras cubiertas de hollín y con la respiración agitada entraron.

Potter y Weasley.

Aun más tarde que nosotros.

El comedor volvió a quedarse en silencio.

Yo los miré.

Ellos me miraron.

Y no pude evitar sonreír.

"Bueno, al menos no somos los peores" pensé.

.

Y así damas y caballeros, comienza un nuevo año en Hogwarts.

Forward
Sign in to leave a review.