
Vacaciones
—¡¿QUÉ TÚ QUÉ?! —gritó mi padre cuando, en un arrebato de mi sinceridad muy cuestionable, le solté toda (bueno, casi toda) la verdad sobre mi primer año en Hogwarts.
Esta bien lo admitía, no fue la mejor forma de decírselo. Tal vez debía haberlo suavizado un poco. Algo como "Papá, tengo que contarte algo interesante sobre mi año escolar. Fue toda una aventura, aunque en su mayoría involuntaria".
En lugar de eso, solté un "Ah si, me había olvidado de contarte. Me lanzaron un Cruciatus, pasemos al postre"
No, definitivamente eso no fue muy Ravenclaw de mi parte.
Lo que sí lo fue, fue haberlo dicho cuando mi madre no estaba en casa. Creo que eso me sumaba puntos.
El sonido de cristal rompiéndose me hizo levantar la vista de mi plato. La copa de vino que mi padre sostenía ahora yacía en pedazos en el suelo y sus nudillos blancos por la tensión.
—Un Cruciatus no fue tan grave —intenté con un encogimiento de hombros—. Fue más como… un toque eléctrico involuntario, uno muy feo si, aunque no muy grave.
Eso no pareció ayudar, ya que él no respondió. Su mirada helada podría haber congelado el Lago Negro en pleno julio.
—¿Quién fue? —su voz era baja, un peligro latente.
Vale, Draco, aquí es donde decides si sobrevives la noche o si terminan escribiendo un artículo sobre ti en El Profeta.
—El profesor Quirrell —le respondí finalmente.
El silencio se hizo denso. Luego, se levantó con un movimiento tan brusco que la silla cayó al suelo.
—Ese incompetente tartamudo... — aunque al final no era tan mudito.
—Que estaba poseído por una parte del alma de un Señor Oscuro sin nariz —le recordé—. Lo típico en Hogwarts, en realidad.
No captó la broma.
—No vuelves a esa escuela —no preguntó, no considero, solo lo afirmó.
—¿Qué?
No podía hacer esto, aunque si podía hacerlo, no podía quedarme sin ir a Hogwarts. No ahora al menos, tenía que ver si el plan funcionaba o si no intentar que no todo salga tan mal. Y... tenía que volver con los chicos.
—Que. No. Vuelves —repitió.
Parpadeé, incrédulo.
—Papá, no puedes hacer eso —si, si puede.
—Soy tu padre, Draco. Claro que puedo hacer eso.
Respiré hondo. Vale, esto requería una estrategia más fina. —Escuchame, por favor —dije, modulando mi tono—. Sé que parece peligroso, pero si no vuelvo, ¿qué haré? ¿Quedarme aquí sin hacer nada? Hogwarts me da la oportunidad de mejorar, aprender magia defensiva, estar preparado si algo más pasa.
—Aquí estarás seguro.
—Aquí seré inútil.
El silencio que siguió fue pesado. Él entrecerró los ojos, analizándome con la misma mirada de hace años atrás, habian cosas que nunca cambiaban. No sabía si eso me reconfortaba o no.
—¿Qué seguridad tengo de que no volverás a meterte en problemas?
—Te daré mi palabra.
Soltó una carcajada fría. —Tu palabra —Hablo con sarcasmo.
Ouch. Estaba herido si, aunque no sorprendido.
—Lo digo en serio —insistí—. No haré nada arriesgado este año. No me meteré en asuntos que no me incumben, no buscaré información sobre cosas que no me conciernen… —Obviamente, todo eso era mentira. Pero la clave era decirlo con suficiente convicción—. Además —agregué rápidamente—, hablé con mi padrino Severus antes de salir de Hogwarts.
Eso llamó su atención. —¿Severus?
—Sí. Dijo que estaría al tanto de mí este año, y que si hay algún problema, se asegurará de avisarte antes de que sea demasiado tarde. Y aunque yo no quiera él lo hará de igual forma —(Esto también era mentira. Severus no me había dicho eso en lo absoluto, creo que ni siquiera sabe lo que sucedió, sin embargo eso seguro lo haría si mi padre se lo pedía).
Él exhaló lentamente, aún evaluándome.
—¿Nada de problemas?
—Nada de problemas —mentí con la mejor cara de niño bueno que pude poner.
—¿Nada de buscar información que no debes?
—Nada de eso —sonreí.
—¿Nada de enfrentarte a fuerzas oscuras antiguas?
—Papá, por favor, ¿qué clase de persona irresponsable haría eso dos años seguidos? —se me venían varios nombres a la cabeza, él mio incluido.
Se quedó en silencio, claramente intentando decidir si mi estupidez era real o calculada.
—Y además —agregué rápidamente antes de que pudiera negarse—, haré la prueba para el equipo de Quidditch —Él había insistido tanto con eso por todo el verano... algo como "mantener a la familia en alto" o "no solo hacer el espectáculo y ser también parte de él".
Mi padre levantó una ceja. —Tú no quieres jugar Quidditch.
—No, sin embargo me sacrificaré por el honor de la familia —El silencio se prolongó. Luego, una lenta y satisfecha sonrisa apareció en su rostro.
—Si te dejo volver, harás la prueba para el equipo de Quidditch.
Oh, no.
—Espera, no era una oferta real...
—Ahora lo es.
—Papá, espera..
—No hay vuelta atrás, Draco —arremetió él —. Volverás sólo si Severus te está vigilando, no causas y/o te metes en más problemas, sigues en el primer lugar en los estudios y haces la prueba para el Equipo de Quidditch —ignorando el hecho de que agrego cosas ahí, asentí.
Fantástico. Ahora no solo había vendido mi alma para regresar a Hogwarts, sino que además tenía que hacer la prueba para un deporte que probablemente me mataría.
Pero lo importante era que lo había logrado.
—Bien —murmuré entre dientes—. No veo ninguna forma en la que esto pueda salir mal para ninguno de los dos.
Él sonrió satisfecho.
—Bienvenido de vuelta a Hogwarts, hijo.
Bueno, uno menos. Ahora solo faltan todos los demás problemas.
—A pesar de eso, esto no te salva de la charla que tendremos sobre esto luego cuando tu madre llegue de regreso —Hablo mientras se volvía a servir en otra copa de vino.
Mierda.
~~~❤︎~~~
Si convencer a mi padre de dejarme regresar a Hogwarts había sido difícil, persuadirlo de que me dejara ver a mis amigos era prácticamente un milagro en proceso.
—No.
Una sola palabra, contundente, final. Como un martillazo sobre la mesa. Sin embargo yo nunca he sido alguien que acepte un ‘no’ sin luchar.
—¿Cómo por qué no? —insistí.
—Porque no veo el por qué necesitas mantener esa… amistad con un mestizo —dijo mi padre, con su tono monocorde y su usual mirada de superioridad. Ah, ahí estaba. La esperada objeción.
Me recosté en el sofá con un suspiro exagerado. —Anthony no es solo un mestizo, padre. También es mi amigo.
—Y eso es precisamente lo preocupante.
—Lucius —intervino mi madre antes de que la discusión escalara—, no hay nada de malo en que Draco pase tiempo con sus amigos —gracias a Rowena ella tiene sentido común. Mi padre exhaló con exasperación y giró la cabeza hacia ella, frunciendo el ceño.
—Narcissa, entiendes perfectamente por qué esto no es apropiado.
—Lo que entiendo es que estás intentando controlar con quién se relaciona nuestro hijo —Hablo con su tono relajado aunque inamovible—. Y no creo que eso sea justo.
Una pequeña victoria. Me acomodé mejor en el sofá, disfrutando de la incomodidad de él.
—No se trata de justicia, se trata de mantener su estatus —insistió mi padre, elevando ligeramente la voz—. Los Malfoy no se mezclan con cualquiera.
—Ah, sí, porque claramente ser amigo de alguien de sangre pura te ha llevado lejos —dije, con una sonrisa sarcástica—. ¿Cómo está el brazo, padre?
Trate de ignorar la clara incomodidad que yo igual tenia, a pesar de que ahora esa.. marca no estaba en mi brazo, había mañanas en las que aún la seguía viendo, sintiendo. Como si todavía estuviera allí. Claramente era un golpe bajo, sin embargo era necesario.
Mi padre me miró con una expresión de rabia.
—Draco —me advirtió mi madre, en un tono que decía "por favor, no lo provoques más".
Pero yo ya había empezado y no iba a detenerme. —Digo, solo es un comentario —continué, con la falsa inocencia de quien está disfrutando demasiado de la discusión—. Después de todo, me cruciaron a mí también en Hogwarts, y no vi a ninguno de los "amigos adecuados" que tanto promueves ayudándome —en este caso, Theo no contaba. Él era mucho mejor que ellos.
Un silencio denso cayó en la habitación. Mi padre cerró los ojos un instante, respirando hondo.
—Cuidado con lo que dices, Draco.
—Solo estoy siguiendo tu misma lógica.
Su mandíbula se tensó. —Ya te dije que no verás a Goldstein.
Rodé los ojos, dejándome caer contra el respaldo del sofá con los brazos cruzados.
—¿Por qué te preocupas tanto? No es como si fuera a casarme con él.
Mi padre apretó los puños. —No quiero que te relaciones con mestizos. Punto.
—Anthony es más que su sangre —afirmo mi madre, su voz calmada pero igual firme—. Y los hijos de Lady Zabini y Lord Nott también estarán ahí, ¿no?
Él la miró como si no pudiera creer que ella estuviera de mi lado en esto. —¿Tú también, Cissy?
—Draco es nuestro hijo, Lucius —hablo de manera simple—. No podemos dictarle cada amistad que tenga.
Mi padre apartó la mirada, dirigiéndola al fuego de la chimenea. Sabía que estaba perdiendo esta batalla.
Me incliné hacia adelante, viendo mi oportunidad. —Podemos hacer esto a tu manera o a la mía, padre. O me dejas verlo con tu permiso, o lo haré a escondidas.
Mi madre presionó los labios en una fina línea, aunque no dijo nada. Sabía que yo lo haría de todas formas. Padre giró lentamente la cabeza para mirarme.
—¿Me estás desafiando?
Le sonreí. —Mmm, ¿tal vez? Bueno... si
Se hizo un largo silencio entre los tres, solo el crepitar del fuego rompía la tensión.
Mi padre cerró los ojos por un segundo, respiró profundamente y, finalmente, habló.
—Si te metes en problemas, será tu responsabilidad.
—Siempre lo es —afirme con satisfacción.
Sabía que no era un si explícito, sin embargo era lo más cercano que conseguiría. Me levanté, sintiéndome victorioso, y me dirigí hacia la puerta.
—Ah, y no hagas ninguna estupidez —añadió mi padre, sin mirarme.
Me detuve solo un segundo.
—Eso nunca ha sido mi estilo, padre.
Y con una última sonrisa, salí de la habitación.
Mi madre me siguió poco después, alcanzándome en el pasillo. —Sabes que esto no significa que él esté de acuerdo, ¿verdad Dragón? —me dijo con su tono suave, como lo había extrañado en el año.
—No lo necesita. Solo necesito que no me detenga.
Ella suspiró y sonrió de lado. —¿Qué haré contigo? Estás creciendo tan rápido.
—Nada, madre. Soy perfecto tal como soy —Ella negó con la cabeza, riéndose suavemente.
La pijamada en la mansión Zabini estaba asegurada.
.
La Mansión Zabini era todo lo contrario a la mia, y no en el mal sentido. No tenía la frialdad de la Mansión Malfoy ni la ostentación excesiva de otras familias de la alta sociedad mágica. Sus torres oscuras se alzaban con elegancia, y los vitrales reflejaban la luz con destellos de colores vivos. No tenía el tamaño ni la historia de la mía, aunque poseía algo que la Mansión Malfoy rara vez lograba transmitir, calidez.
Apenas puse un pie en la entrada, las puertas se abrieron con suavidad, y Blaise apareció en el umbral con una sonrisa tranquila.
—Hasta que llegas, Draco. Te haces desear.
Le devolví la sonrisa.
—Dicen que lo mejor siempre se hace esperar.
El comentario le sacó una risa antes de que me jalara para un abrazo rápido. No pasó un segundo antes de que alguien más me rodeara con fuerza.
—Por fin, carajo —exclamó Anthony dándome un golpe en la espalda—. Nos tenías con la incertidumbre.
—Lo sé, lo sé —dije, tratando de recuperar el aire—. Tampoco es que haya sido fácil salir de mi casa —Theo fue el último en acercarse. No dijo nada, simplemente me dio un leve abrazo firme. Un gesto pequeño, aunque lo entendí perfectamente—. Vaya Theo, me sorprende que seas capaz de demostrar afecto —hablé con diversión.
—No te emociones —respondió con su calma habitual—. Si no venías, Blaise no iba a dejar de quejarse.
—Sí, claro —rodé los ojos, pero sonreí.
Blaise chasqueó la lengua. —Bueno, antes de que esto se convierta en una reunión de... —miro hacia Theo —, solo mejor entremos. No quiero que mi madre piense que son s unos huérfanos necesitados.
Y hablando de la señora Zabini…
Apareció en la sala principal como si hubiese estado esperando el momento exacto. Esmeralda Zabini era una mujer que imponía con solo su presencia. Su porte no tenía la rigidez de las brujas más conservadoras de la sociedad, sino una gracia natural que hacía que la gente la escuchara sin esfuerzo. Vestía un conjunto de terciopelo verde oscuro, con el cabello recogido en un peinado intrincado. Sus ojos negros me recorrieron con un brillo evaluador antes de que una leve sonrisa apareciera en su rostro. Si no fuera gay, molestaría mucho a Blaise con ella, era hermosa.
—Draco Malfoy —saludo con su voz suave—. Qué gusto verte.
—El placer es mío, señora Zabini —respondí con una leve reverencia que había aprendido hace años.
Sus labios se curvaron apenas. —Espero que esta reunión sea menos… accidentada que su año en Hogwarts.
Anthony ahogó una risa, Theo alzó una ceja con interés, y Blaise puso los ojos en blanco. Yo decidí tomarlo con humor.
—Me temo que la tranquilidad no es precisamente mi especialidad.
—Eso lo sé —su mirada se suavizó un poco—. Blaise me ha hablado mucho de ustedes tres. Tienen mi permiso de hacer lo que quieran, siempre y cuando mi casa siga en pie al final del día.
—Haremos lo posible, señora — hablo Anthony a mi lado con un tono demasiado solemne.
Ella lo miró de reojo y negó con la cabeza, divertida. —La cena estará lista en unas horas —anunció antes de girarse para salir de la habitación—. Hijo, no olvides mostrarles sus dormitorios.
Apenas la puerta se cerró, Blaise suspiró.
—Bueno, eso salió bien.
Anthony se dejó caer en un sillón con un suspiro. —Tu madre es increíble. No sé cómo soporta tenerte como hijo.
—Riete todo lo que quieras, Anthony —respondió este, tomando asiento con la misma calma de siempre—. Pero en el fondo, me envidias, lo sé.
Yo me acomodé en el sillón frente a ellos, disfrutando de la sensación de estar con mis amigos de nuevo.
—Esto es mucho mejor que estar en casa con mi padre —solté sin pensar.
El comentario cambió el aire de la sala.
Theo me miró con algo que no supe identificar, Anthony frunció el ceño, y Blaise apoyó un codo en el brazo del sillón, estudiándome.
—¿Tan mal estuvo la conversación? —preguntó Blaise.
—Estuvo… complicada —admití—. Ya sabes cómo es. No quiere que me relacione con nadie que no sea aprobado por él, y Hogwarts ahora es un tema como campo de batalla.
Theo tomo un poco del té—¿Qué dijiste para convencerlo?
—Que me mantendría fuera de problemas —respondí con una sonrisa ladeada—. No me creyó ni un poco.
Anthony bufó. —Eso es obvio.
No pude evitar reírme.
—Mi madre me ayudó. Y aunque él no lo diga en voz alta, creo que no le gusta la idea de que pase demasiado tiempo sin entrenamiento mágico. Hogwarts sigue siendo el mejor lugar para ello.
—Sí, porque aprender a esquivar maldiciones en los pasillos es una habilidad muy útil —murmuró Blaise con sarcasmo.
Theo observó la chimenea en silencio antes de hablar. —Aún así, volviste.
Me apoyé contra el respaldo. —Por supuesto que volví.
Por mis amigos. Por la magia. Porque aunque Hogwarts estaba al borde del caos, alejarme de él significaba perder algo más grande que las guerras de los adultos.
No dije nada de eso en voz alta.
Anthony fue el primero en romper la tensión.
—Bien. Ahora que tenemos eso claro… ¿qué demonios pasó con tu varita?
Eso era el otro motivo del porque estábamos aquí. Hace unas semanas estaba tranquilo en los calabozos de la Mansión practicando magia y luego... luego un fuego negro imposible de hacer salio de mi varita.
La giré en mis manos, observándola con atención. Nada parecía diferente. Mismo tamaño, misma madera oscura y elegante, mismo núcleo misterioso que nunca me molesté en preguntar qué demonios era. Y, sin embargo, cuando la usé de nuevo luego de eso… bueno, digamos que el resultado fue un espectáculo gratuito de luces que no pedí.
—No lo sé —admití finalmente, porque la verdad era que no tenía la menor idea—. Solo sentí que… amplificaba mi magia.
Theo me quitó la varita de las manos antes de que pudiera detenerlo. —¿Amplificaba? ¿Cómo demonio-? — No terminó la frase. Apenas la tocó, un chispazo azul recorrió la madera y él la soltó tan rápido que casi le cayó en la cara—. ¡¿Qué demonios?! —exclamó, alejándose como si la varita fuera un maldito basilisco.
—Bien, eso no es normal —comentó Blaise, con la voz más calmada de lo que la situación merecía.
—Definitivamente no —secundó Anthony, mirándome como si yo tuviera la culpa de todo—. Draco, ¿Ollivander no te dijo nada raro cuando te la vendió?
Abrí la boca para responder… y luego la cerré.
—Esta varita esta en mi familia desde hace siglos atrás; 25 centímetros, con un núcleo de pelo de Veela y una parte de corazón de Dragón —explicó complacido Ollivander —. Su anterior propietario fue Carlise Noir
Mierda.
—Mencionó que era una varita especial —dije con lentitud, tratando de recordar—. Que tenía un núcleo poco común… Veela y Dragón, pero no le presté atención.
Silencio.
—¡¿CÓMO DEMONIOS NO LE PRESTASTE ATENCIÓN A ESO?! —Anthony casi me tiró un cojín a la cara—. ¡Es tu maldita varita, Draco! ¡Es como tu extensión mágica!
—¡No lo sé, tal vez lo olvidé! —protesté, levantando las manos en un gesto defensivo —. Y... y venía una caja que decía 'L'onorevole Casa Nera' o algo así... —recordé.
Anthony se quedó extremadamente callado.
—¿Y te olvidaste de decirnos eso? ¿Por la mitad del maldito año escolar, donde pasamos horas en la biblioteca en busca de una puta pista, Draco?
Me quedé callado. —¿Tal vez? —ahora si me lanzó un cojín. —¡Ey, que nadie recuerda en que cajita venía su varita!
Theo me miró con la mayor incredulidad que había visto en su rostro. —Eres un desastre. Y yo si lo hago, era una color beige con algunos detalles floreados.
—Gracias Theo, eso me ayuda mucho —repliqué con sarcasmo—. Ahora, ¿qué demonios significa todo esto?
Blaise, que había estado hojeando el diario de Carlise con la expresión de alguien que en realidad sí ponía atención a los detalles, de repente se detuvo.
—Chicos… Creo que tengo algo, miré esto es nuevo.
Nos acercamos de inmediato. En la página que señalaba, escrita con la letra descuidada aunque elegante de Carlise, había una nota.
"Si alguna vez encuentras algo con el nombre Nero, considéralo un eco del pasado, mon amour.
Algunas cosas están destinadas a volver a su origen, incluso si sus dueños no lo saben todavía."
Oh, oh, oh...
—Oh, esto se está poniendo cada vez mejor —dije con una sonrisa que definitivamente no era de felicidad.
Anthony se dejó caer en el sillón con un suspiro dramático.
—Esto solo se va a volver más raro, ¿verdad?
Asentí, guardando la varita. —Definitivamente.
Y lo peor era que tenía la sensación de que aún no habíamos visto nada.
.
Había cometido muchos errores en mi vida.
Intentar romper el Horrocrux de Voldemort en la casa de Blaise mientras su madre dormía llevaba la delantera.
—¿En serio estamos haciendo esto? —preguntó Theo, cruzado de brazos y con una expresión que gritaba "odio estar despierto a esta hora".
—No. En realidad, estamos organizando una fiesta sorpresa para tu madre y este diario es la piñata —respondí con sarcasmo, girando el libro en mis manos.
Anthony resopló, aunque no dejó de observar el diario con el ceño fruncido. Blaise por su parte, estaba sentado en el suelo, jugando distraídamente con su varita, como si todo esto fuera un inconveniente menor en su día.
—No, lo digo en serio —insistió él—, esto es una locura. ¡¿Y si explota?!
—Sería trágico —le respondí con fingida seriedad—. Te extrañaré mucho —eso no era mentira.
—Draco.
—Theo.
—Estoy hablando en serio.
—Yo también.
Anthony se pasó una mano por la cara con frustración. —Miren, lo que sabemos es que este diario es un objeto muy oscuro, y no podemos simplemente lanzarlo al fuego y esperar que arda como cualquier otro libro.
—Yo digo que lo apuñalemos —murmuró Blaise sin apartar la vista del suelo.
Hubo un momento de silencio incómodo.
—Blaise… —comenzó Theo lentamente—, ¿eso fue una sugerencia para el diario o es algo que debemos discutir en terapia?
—Para el diario. Lo otro lo hablamos después.
Sacudí la cabeza, enfocándome en el objeto entre mis manos. Se veía tan… inofensivo. Un simple cuaderno negro, gastado por los años. Y sin embargo, contenía una parte del alma de Voldemort.
Genial.
—Hay que pensar en algo que funcione de verdad —dije—. Y que no haga que la casa de Lady Zabini explote, aunque admito que sería una historia muy interesante que contar.
—Podemos tratar un hechizo de destrucción mágica —sugirió el cerebrito—, sim embargo tiene que ser algo muy fuerte.
—¿Y si probamos una maldición? —preguntó Blaise—. Algo lo suficientemente oscuro para dañar lo que sea que haya dentro.
—Me gusta cómo piensas —concorde—. ¿Alguien sabe alguna maldición mortal que no termine matándonos a todos en el proceso?
—Lo que sí sé es que ningún hechizo común va a funcionar —en eso tenia razon Anthony —. Si fuera así de fácil, Dumbledore ya los habría destruido hace años.
Dumbledore.
Apretar la mandíbula fue instintivo. —No quiero involucrar a Dumbledore en esto.
Este me lanzó una mirada significativa, aunque no dijo nada.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Blaise, y pude notar el cansancio en su voz.
Y fue en ese momento que la varita en mi bolsillo comenzó a vibrar.
Al principio, pensé que lo había imaginado. Pero no. Un calor extraño se extendió desde mi túnica hasta mi mano cuando la saqué. Su madera, oscura y pulida, parecía más viva de lo normal.
—Draco… —murmuró Theo con cautela—. ¿Tu varita siempre hace eso?
—No —respondí lentamente, observando cómo pequeñas chispas doradas danzaban entre mis dedos.
—Eso no es normal —dijo Blaise, alejándose un poco.
—Gracias por la gran observación, realmente me iluminas la vida —bufé nervioso.
El símbolo de las dos espadas atravesando un corazón con la N en medio brilló tenuemente en la empuñadura. Algo dentro de mí se removió con inquietud.
—Es el escudo de los Nero —susurré. ¿Cómo sabía eso?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Anthony preocupado
—No lo sé —respondí con sinceridad. Y esa era la parte aterradora.
Era como si la información simplemente estuviera ahí, en lo más profundo de mi mente, esperando el momento correcto para salir a la luz. La varita parecía estar guiándome. Como si supiera qué hacer.
—Creo que… —comencé, pero no terminé la frase. Porque en ese momento, las páginas del diario de Voldemort comenzaron a moverse solas.
El sonido del papel crujiendo llenó la habitación mientras las palabras escritas en tinta negra se deslizaban por las páginas, formando frases que desaparecían y volvían a escribirse. Era como si algo dentro del libro estuviera reaccionando a la varita.
—Eso no es normal —repitió Blaise, ahora claramente nervioso.
—Sí, sí, ya entendimos —murmuró Theo.
Inspiré profundamente y levanté la varita. —Bueno, no vamos a resolver esto quedándonos aquí como idiotas.
—¿Qué planeas hacer? Draco, por favor, no hagas una locura ahora... —suplico Anthony a mi lado.
—Seguir mi instinto.
—…Eso es una pésima idea.
—Lo sé.
Pero no me detuve.
Con un solo movimiento, presioné la punta de mi varita contra la tapa del diario. Y pronuncie las primeras palabras que se me vinieron a la mente.
—Per ignem et sanguinem, purgatur tenebra...
El impacto fue inmediato.
Un grito inhumano llenó la habitación, un chillido agudo y desgarrador que me atravesó el pecho como una daga helada. El diario tembló violentamente en mis manos, su cubierta negra arrugándose como si estuviera viva.
—¡Draco, suéltalo! —gritó Anthony.
Pero no podía.
Era como si algo dentro de mí estuviera atado al objeto, como si mi magia estuviera reaccionando con la esencia oscura del libro. Mi varita brilló con una luz dorada y, de repente, un símbolo apareció en el aire frente a mí.
Las dos espadas.
El corazón.
La N.
Las raíces de los Nero.
Y entonces, lo entendí.
No con palabras, sino con algo más profundo. Esto no era solo un método para destruir el Horrocrux.
Era un legado.
Un conocimiento perdido en el tiempo, esperando ser descubierto.
La voz dentro del diario rugió con furia cuando la magia se intensificó y las páginas comenzaron a chamuscarse, sin embargo no fue con fuego, sino con un brillo oscuro que parecía devorar la tinta de adentro hacia afuera.
Y entonces, el grito cesó.
El diario se quedó inmóvil en mis manos.
Las páginas estaban en blanco.
Silencio absoluto.
Dejé escapar un suspiro tembloroso y miré a los demás. —Bueno, eso fue... intenso.
Blaise me miró con incredulidad. —Draco.
—¿Sí?
—La próxima vez que decidas jugar con magia oscura, avísame para que pueda estar en otro continente —me reí de su comentario.
—Lo tendré en cuenta.
Anthony se acercó y tomó el diario con cautela.
—Está… muerto.
—Bueno, técnicamente nunca estuvo vivo —dije—, pero sí. Lo está.
Theo miró el libro, luego a mí. —¿Tienes idea de qué demonios hiciste?
Negué con la cabeza.
—No del todo. Aunque… —Miré mi varita. El símbolo en la empuñadura ya no brillaba, sin embargo el peso de lo que acababa de suceder aún estaba en el aire—. Creo que esto es solo el comienzo.
Y eso no me gustaba nada.
.
El diario estaba muerto.
Muerto, inerte, sin rastro del alma maldita de Voldemort ni de sus mensajes manipuladores escritos con tinta negra. Y lo mejor de todo: seguíamos vivos.
Lo que significaba que esta era una victoria.
Sonreí, satisfecho, mientras dejaba el diario sobre la mesa con un golpe sordo.
—Bien, ahora que hemos destruido un fragmento del alma del mago más peligroso de la historia después de Grindelwall en la casa de Blaise, mientras su madre dormía plácidamente en la habitación de al lado… ¿qué tal si nos relajamos un poco?
—¿Relajarnos? —este me miró como si me hubieran crecido dos cabezas—. ¿Relajarnos? Draco, acabamos de jugar con magia oscura y tú actuaste como si estuvieras arreglando un problema de matemáticas —se giró hacia Anthony —. ¿Use bien esa expresión, no? —preguntó y este asintió.
—A mi favor, odio las matemáticas —respondí, encogiéndome de hombros.
—¿Sabes qué odio yo? —intervino el cerebrito cruzado de brazos—. Cuando Draco toca objetos malditos y activa magia ancestral sin explicación alguna.
Theo asintió con gravedad. —Apoyo ese sentimiento.
—¡Oh, vamos! —exclamé, extendiendo los brazos—. ¡Hemos hecho algo increíble! Un Horrocrux menos, vidas salvadas. La humanidad me lo agradecerá algún día, probablemente con una estatua.
—Si hacen una estatua tuya, yo mismo la derribaré —gruñó Blaise.
—Ese es el espíritu, Zaza.
Me dejé caer sobre el sofá, sintiendo cómo la adrenalina se desvanecía de mi cuerpo. Sí, todo iba a estar bien. Habíamos terminado con esto.
No más magia oscura.
No más gritos del inframundo en medio de la noche.
Solo nosotros cuatro relajados después de acababar de salvar el mundo un poquito más rápido.
Theo suspiró y se dejó caer en un sillón cercano.
—¿Crees que algo cambiará ahora?
—¿A qué te refieres? —preguntó Anthony.
—No sé… el equilibrio de la magia, el destino, el universo... esas cosas.
—Dioses, Theo, ¿te golpeaste la cabeza? —pregunté—. Destruimos un diario, no el tejido mismo de la realidad.
—Sí, pero tenía un fragmento del alma de Voldemort —insistió él—. Eso no es cualquier cosa.
—No, y aún así no va a cambiar radicalmente el curso de nuestras vidas — le dije con seguridad—. Es más, estoy bastante convencido de que, a partir de ahora, todo será paz y tranquilidad.
Hubo un silencio.
Luego, Blaise resopló. —Acabas de condenarnos a todos.
—Por favor —hablé con una sonrisa confiada—, ¿qué podría salir mal?
Cinco segundos después, la casa entera tembló.
Las lámparas parpadearon violentamente. Un sonido sordo y profundo, como un rugido lejano, se extendió por las paredes. El aire se volvió denso, cargado de electricidad.
Y entonces, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
—¿¡QUÉ DEMONIOS ESTÁ PASANDO AQUÍ!?
La voz de la madre de Blaise cortó el aire como una cuchilla.
Y en ese momento supe que, efectivamente, nada estaba bajo control.
~~~❤︎~~~
Querido pequeño Malfoy (o bueno, gran desastre andante, si así prefieres que te llame):
Espero que esta carta te encuentre sano, salvo y sin haber hecho explotar la casa de algún amigo recientemente. No me hagas levantar una ceja, rubio, sabemos ambos que es una posibilidad real.
Voy al grano porque, aunque me encantaría escribirte diez pergaminos enteros sobre las noticias más recientes del Ministerio (spoiler: siguen siendo unos incompetentes), tengo un asunto importante que discutir contigo.
Te acuerdas de que el año pasado llamé a Charlie para que te ayudara con ese pequeño inconveniente relacionado con dragones y decisiones cuestionables, ¿cierto? Bueno, resulta que ha llegado el momento de cobrar mi favor.
Antes de que pongas los ojos en blanco (porque sé que lo estás haciendo), escúchame. Esto no tiene que ver conmigo directamente. Es sobre nuestras madres.
Mamá… bueno, mi mamá, Andrómeda, sigue siendo terca como una mula y no quiere ni oír hablar de tu madre. Pero sé que, en el fondo, todavía la extraña. Mucho. Y la tia Cissa… bueno, no necesito decirte que, aunque es la reina indiscutible de la elegancia y la contención emocional, sé que tampoco la ha olvidado.
Así que aquí está mi petición: quiero que tú ayudes a que se reencuentren.
No me preguntes cómo. Sé que tienes tus métodos (y si incluyen manipulación sutil, promesas vagas y quizás un poco de culpa emocional, no seré yo quien te juzgue). Solo hazlo.
Sabes tan bien como yo que esas dos necesitan verse. Aunque solo sea para gritarse un rato y luego actuar como si nada hubiera pasado.
Te estaré esperando en Londres en dos semanas. No llegues tarde.
Con cariño (y amenazas implícitas),
Nymphadora Tonks
PD: Sí, lo sé, odias mi nombre. No te atrevas a comentarlo.
Había recibido muchas cartas absurdas en mi vida.
Mensajes de profesores insistiendo en que debía unirme a sus cursos académicos avanzados (como si tuviera tiempo para eso), notas de compañeros pidiéndome ayuda con sus ensayos (como si no pudieran hacerlos ellos mismos), e incluso alguna carta de admiración que, aunque halagadora, era un poco exagerada.
Pero esta… esta era un nuevo nivel.
Tonks quería que reuniera a nuestras madres.
Como si fuera tan fácil.
Como si Andrómeda, la gran traidora de los Black, fuera a aparecer con una sonrisa y un pastel casero en la puerta de la Mansión Malfoy. Como si mi madre no tuviera su propio orgullo, su propio dolor, escondido bajo capas de compostura y perfección.
Me dejé caer en el sillón de mi habitación, la carta aún en mis manos.
—Por favor primito, reúne a nuestras madres —murmuré en una imitación exagerada de Tonks, rodando los ojos—. Sí, claro, qué idea tan brillante. ¿Por qué no lo pensé antes? Seguro que con una taza de té y unas galletas solucionamos años de resentimiento familiar.
Suspiré y pasé una mano por mi cabello.
El problema no era querer hacerlo. Porque, aunque jamás lo admitiría en voz alta, la idea de que mi madre tuviera de vuelta a su hermana no me parecía mala. Sabía que, en el fondo, le dolía. Sabía que había noches en las que, cuando creía que no la escuchaba, pronunciaba el nombre de Andrómeda en un susurro.
Pero la tía Andy no pedía segundas oportunidades.
Y mi madre no perdonaba traiciones.
Así que… ¿cómo demonios iba a lograr esto sin que terminara en un desastre monumental?
Lo que Tonks pedía no era imposible. Difícil, sí. Un suicidio emocional, definitivamente. Pero… posible.
Chasqueé la lengua, molesto.
No podía creer que estuviera considerando esto.
Sin embargo, lo estaba.
Lo peor era que una parte de mí (una pequeña, muy enterrada parte de mí, a quien engaño, no era asi todo mi ser) quería ver a mi madre feliz.
Suspiré y me pasé una mano por el rostro. —Me odio —murmuré.
Porque iba a hacerlo.
Porque, aunque sabía que esto podía terminar con mi madre no hablándome por semanas y con mi padre lanzándome miradas asesinas desde el otro lado de la mesa, una parte de mí no podía ignorar la posibilidad de que, solo tal vez, esto terminara bien.
Lo dudaba, pero…
Ya había hecho cosas más estúpidas antes, ¿qué más daba una más si era por mi madre?
.
Había muchas cosas que prefería hacer antes que tener esta conversación.
Pelear contra un troll de montaña sin varita.
Escuchar a Potter dándome lecciones de moral.
Leer un ensayo de Longbottom sobre pociones sin dormirme a los cinco minutos o quemar el pergamino y darle una lección de cómo no hacerlo mal...
Pero aquí estaba.
Caminé por los pasillos de la mansión con paso firme, repitiéndome que esto no era tan grave. Era solo una charla con mi madre.
Una charla que, si salía mal, podría terminar con semanas de frialdad y miradas que me harían desear no haber nacido.
Así que bueno, pequeños detalles.
Cuando llegué al salón donde ella solía pasar la tarde leyendo, me detuve en la puerta y respiré hondo. La encontré en su lugar habitual, sentada elegantemente en el sofá con una taza de té en la mano y un libro abierto en su regazo.
Perfecto.
Los Malfoy éramos excelentes en muchas cosas, y una de ellas era parecer increíblemente tranquilos mientras estábamos a punto de enfrentarnos a algo que podía acabar con nuestra reputación (o nuestra cordura, lo que pasara primero).
—Madre —llame.
Ella levantó la vista y me dedicó una pequeña sonrisa. —Draco, hijo. Qué sorpresa. Pensé que seguirías en tu habitación un rato más.
Me aclaré la garganta y entré, cerrando la puerta tras de mí.
—Lo estuve. Sin embargo hay algo de lo que quiero hablar contigo.
Arqueó una ceja con elegancia. —Oh. ¿Algo tan serio como para que vengas a verme en lugar de esperar a la cena? —todavía tienes tiempo de salir Draco.
—Bueno… sí —ya no, idiota. Dejé caer mi peso sobre un sillón frente a ella, apoyando un codo en el brazo del asiento y mirándola con la mejor expresión despreocupada que podía lograr—. Digamos que… necesito tu ayuda.
Mi madre cerró su libro lentamente, sin dejar de mirarme. —¿Mi ayuda?
—Ajá.
Su mirada se agudizó.
—¿Tiene que ver con los Nott? ¿Con Zabini? ¿Con la magia sin varita?
—No exactamente.
Un leve fruncimiento de ceño apareció en su rostro. —Dragón, si esto es otro intento tuyo de convencerme de que necesitas un dragón como mascota, la respuesta sigue siendo no.
Rodé los ojos divertido. —Eso fue hace años, madre. Ya lo superé —Más o menos.
Ella apoyó la taza de té en la mesa con delicadeza.
—Entonces dime. ¿De qué se trata?
Momento de la verdad.
Me incliné un poco hacia adelante y la observé con cautela.
—Quiero que te reúnas con la tía Andy.
El silencio que siguió fue casi insoportable. Ella no reaccionó de inmediato, su rostro se mantuvo sereno, aunque vi cómo sus dedos se tensaban apenas sobre el borde de la taza. Cuando por fin habló, su tono fue frío.
—¿Quién te ha pedido esto?
—Mi prima Tonks.
Esta vez, sí vi la reacción. Mi madre parpadeó una vez, luego dos, seguro preguntándose cómo.
—¿Nymphadora?
—No la llames así, prefiere Dora o Tonks, no le gusta mucho su nombre —murmuré por instinto. Ella suspiró y se acomodó en su asiento, cruzando una pierna sobre la otra.
—Así que ha sido ella.
—Sí. Y antes de que digas que no, escúchame por favor —insistí. No había llegado tan lejos para dar marcha atrás ahora.
—¿Por qué debería?
Me froté la sien. —Porque es importante.
—¿Para quién?
Maldita sea.
Sabía que esto no iba a ser fácil.
—Para ti —dije finalmente.
Ella soltó una pequeña risa sin humor. —No me hagas reír, Draco —Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en mis rodillas.
—Madre… sé que no hablas de ella. Sé que no la mencionas. Sin embargo eso no significa que no pienses en ella.
Su expresión se endureció. —No tienes idea de lo que dices.
—Sí la tengo.
Ella exhaló lentamente, como si intentara mantener la calma.
—No entiendo por qué te importa esto.
—Porque me importas tú —dije sin rodeos—. Y creo que te haría bien verla.
—Draco…
—Solo piénsalo, ¿sí? No te estoy pidiendo que la abraces y le digas que la has extrañado todos estos años. Solo… una conversación.
El silencio se alargó entre nosotros. Por un momento, pensé que iba a rechazarme de inmediato. Pero no lo hizo.
Eso era algo.
Finalmente, mi madre se pasó una mano por el cabello y se levantó, caminando hacia la ventana.
—Si tu padre se entera de esto…
—No se enterará —dije de inmediato.
Ella giró ligeramente el rostro hacia mí.—¿Y cómo planeas lograr eso?
Sonreí con la seguridad de alguien que había planeado demasiadas escapadas a escondidas en su vida.
—Solo déjamelo a mí.
Mi madre exhaló con exasperación, pero no me dijo que no.
—Dame tiempo para pensarlo.
Sonreí, porque eso significaba que ya lo estaba considerando.
—Claro, madre. Todo el tiempo que necesites.
Porque, al final del día, los Malfoy siempre hacíamos lo que queríamos.
Y esta vez, eso significaba que mi madre y su hermana volvieran a verse.
.
Vestir a mi madre para el Londres muggle no fue una tarea fácil.
Primero, porque no tenía paciencia. Segundo, porque la última vez que estuvo en un lugar lleno de muggles sin la intención de asesinarlos fue, probablemente, nunca. Tercero, porque Narcissa Malfoy tenía el sentido de la moda de una reina del siglo XVIII, y hacerle entender que las capas de terciopelo no eran parte del vestuario estándar fue una batalla que casi pierdo.
—Esto es horrible —murmuró, mirando con repulsión los vaqueros y el suéter de cuello alto que le había dado (que por cierto, los lucia maravilloso)
—Es ropa. No una maldición imperdonable —insisti divertido.
—En verdad no veo la diferencia.
Rodé los ojos y la obligué a mirarse al espejo. Admito que verla con un atuendo tan común era… extraño. La ropa muggle la hacía parecer menos imponente, pero, de algún modo, más joven. Quizá porque los colores no eran tan apagados como su armario habitual, o porque sin su vestido de bruja parecía más... más... no encontraba la palabra exacta.
—¿No podríamos habernos encontrado en un lugar más… adecuado? —preguntó mi madre mientras caminábamos por las calles de Londres muggle.
—¿Adecuado para qué? ¿Para firmar un tratado de paz entre familias desastrosas?
Ella suspiró. —No sé si esto sea una buena idea, Draco.
—Tarde para eso, ya estamos aquí —le sonreí, intentado tranquilizarla.
Nos detuvimos frente a una pequeña cafetería de esquina, donde el aroma a café y pan recién horneado flotaba en el aire. A través del ventanal, vi a Tonks sentada en una mesa junto a una mujer de cabello oscuro con algunas hebras plateadas. No la había visto nunca, pero su porte y la forma en que sostenía la taza de té dejaban claro que era una Black.
Mi madre también la vio y se quedó inmóvil.
—¿Estás lista? —pregunté, suavizando un poco mi tono.
Ella no respondió de inmediato. Sus labios se fruncieron como si contuviera una respuesta automática cargada de orgullo. Luego, tras un suspiro largo y resignado, asintió.
—Entremos antes de que me arrepienta.
Cuando cruzamos la puerta, Tonks nos vio primero y alzó la mano en un saludo despreocupado.
—¡Eh, primito! Y tú debes ser mi tía Cissy.
Mi madre entrecerró los ojos. —Nymphadora —saludo de forma educada.
Tonks sonrió con malicia. —Me alegra ver que recuerdas mi nombre. Aunque todavía me molesta cómo lo dices.
—Eso es porque es un nombre ridículo.
Mi prima resopló, aunque antes de que pudiera responder, la otra mujer en la mesa dejó su taza sobre el platillo con un suave clic.
—Déjalos en paz, Dora.
Ella levantó las manos en señal de rendición y se recargó en la silla con una sonrisa satisfecha.
Por primera vez, la mirada de mi madre se encontró con la de su hermana.
Era… extraño.
A pesar de los años separadas, tenían el mismo aire. No idénticas, pero claramente de la misma sangre. Como dos reflejos en diferentes momentos de la vida.
Mamá fue la primera en hablar:
—Hola, Andy.
Mi tía alzó una ceja. —Así que todavía me llamas así.
—No supe cómo llamarte de otro modo.
Andrómeda sonrió con un matiz de tristeza.
—Bueno, eso es un inicio.
El silencio se extendió entre ellas, incómodo pero cargado de significado. Yo, como persona altamente inteligente que era, hice lo mejor que podía hacer en ese momento: —Voy por café.
Sin esperar respuesta, me dirigí al mostrador. Desde mi posición, fingí estar concentrado en la pizarra de menú mientras observaba la conversación en la mesa. No podía oír todo, pero podía ver el lenguaje corporal.
Al principio, se sentaron rígidas, como si no supieran qué hacer con el hecho de estar una frente a la otra después de tanto tiempo. Luego, los gestos se suavizaron, el contacto visual se hizo menos hostil.
Cuando regresé con mi café, el ambiente ya no era tan tenso, bien. —¿Qué me perdí? —pregunté, sentándome.
—Tu madre y yo estamos poniéndonos al día —respondió Andrómeda.
—Lo que significa que hemos evitado los temas realmente complicados —añadió Tonks, metiéndose un trozo de pan a la boca.
—No necesitamos discutir el pasado. Está hecho —dijo mamá con firmeza.
La tía Andy la miró con algo parecido a la incredulidad. —¿De verdad crees que podemos pretender que nada pasó?
—No pretendo eso. Sólo… no quiero que esta conversación se convierta en una lista de recriminaciones.
Ella suspiró, masajeándose el puente de la nariz.
—Cissy, no me fui porque quise abandonarte. Me fui porque no podía quedarme en esa casa.
—Lo sé. Y a pesar de saberlo no lo hizo más fácil.
Se miraron, y en ese momento supe que, aunque el pasado seguía ahí, aunque las cicatrices no desaparecerían de la noche a la mañana, había una oportunidad para sanar.
Después de un largo silencio, Andrómeda sonrió levemente.
—Entonces dime, hermana, ¿qué has estado haciendo todo este tiempo?
Horas después, cuando salimos de la cafetería, mi madre estaba extrañamente callada.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Sí —respondió después de un momento—. No era lo que esperaba… pero tampoco estuvo mal.
Lo tomé como una victoria.
Mientras caminábamos de regreso, ella murmuró algo más, casi para sí misma: —Quizá… podamos hacerlo de nuevo.
Sonreí para mis adentros.
Tal vez después de todo, la familia Black no estaba completamente rota.
...
Había tenido discusiones con mi padre antes.
Algunas habían sido frías y distantes, como una partida de ajedrez en la que ambos esperábamos a ver quién hacía el primer movimiento.
Otras habían sido más explosivas, aunque siempre había una línea que ninguno de los dos cruzaba.
Pero esta…
Esta no tenía líneas.
La puerta del estudio se cerró de golpe tras de mí, y el sonido pareció hacer eco en cada rincón de la habitación. No sabía cómo se había enterado, no había forma de que lo hubiera hecho. Todo salio acordé y perfectamente al plan...
Así que, ¿cómo había pasado?
Mi padre estaba de pie frente a la chimenea, el rostro oculto en las sombras, pero su postura rígida y la forma en que apretaba su bastón me dijeron todo lo que necesitaba saber.
Estaba furioso.
—¿Sabes por qué estás aquí? —su voz era baja y peligrosa.
Me crucé de brazos. —¿Porque me veo mejor que tú con el cabello largo? —intenté bromear. No funcionó, su mandíbula se tensó.
—No juegues conmigo, Draco.
—¿Por qué no? Parece que jugar es lo único que te queda después de perderlo todo.
El golpe del bastón contra el suelo resonó con un chasquido seco. —¡CÁLLATE!
Una parte de mí sabía que no era inteligente seguir provocándolo.
Sin embargo otra parte (la parte que estaba harta de él, de sus órdenes, de su control) simplemente no quería detenerse. No era lógico, pero ahora no de dirigía la lógica.
—Dime, ¿qué parte de mi existencia te molesta más? ¿Que no me arrodille como un buen hijo Malfoy? ¿O que no tenga miedo de ti?
Él avanzó hacia mí, sus pasos medidos, controlados. —Te di una orden directa.
—Oh, lo sé. Y la ignoré.
—¡No vuelvas a desobedecerme!
—¡No puedes darme órdenes! ¡No soy un niño! —si, si lo era, y apesar de saberlo no quería darle la razón.
—¡Eres mi hijo!
—¡No pareces actuar como si lo fuera!
Los gritos rebotaron en las paredes como si fueran a derrumbar la casa. Él respiró hondo, como si intentara contenerse.
—No tienes idea de lo que hiciste.
Rodé los ojos. —¿Ah, no? Déjame adivinar. ¿He traído deshonra a la familia? ¿He manchado el apellido Malfoy? ¿He cometido un crimen imperdonable?
—Exactamente.
Eso me tomó por sorpresa.
—¿En serio? ¿Hablar con mi tía es un crimen ahora?
—Esa mujer dejó de ser tu tía el día que traicionó su linaje.
Solté una carcajada vacía. —¿Linaje? ¿Todavía sigues con esa estupidez de la pureza de sangre?
—No entiendes nada —no, yo nunca entendía nada al parecer.
—No, tú no entiendes. Mamá quería verla, yo igual. No hice nada malo.
—Lo hiciste a mis espaldas.
—¡Porque sabía que reaccionarías así!
—¡Porque sé lo que es mejor para esta familia!
—¿De verdad? —me burlé—. Porque desde aquí parece que cada decisión que tomas solo nos arrastra más al fondo.
Un error.
Dije algo que no debía decir.
Mi padre se quedó en silencio por un segundo. Un segundo demasiado largo.
Y entonces, explotó.
—¡TÚ NO TIENES IDEA DE LO QUE HE SACRIFICADO! —El sonido de su voz golpeó mis oídos como una maldición—¡TODO LO QUE HE HECHO HA SIDO PARA PROTEGERTE!
—¡No necesito que me protejas!
—¡SÍ QUE LO NECESITAS, MALDITO NIÑO INGRATO!
El bastón de mi padre se estrelló contra la mesa con un estruendo. Me estremecí, pero no me moví.
—¿Qué quieres que haga, padre? ¿Que me arrodille y pida perdón?
—¡QUIERO QUE TE COMPORTE COMO UN MALFOY!
—¡NO QUIERO SER COMO TÚ!
Se quedó helado, en su lugar—¿Qué dijiste?
Tragué saliva, pero no me eché atrás. Ni siquiera yo sabía porqué había dicho eso.
—No quiero ser como tú.
Su rostro se volvió una máscara de hielo.
—Entonces dime, Draco. ¿Qué quieres ser?
—Lo que sea. Cualquier cosa menos tú.
El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier grito.
—¿Qué dijiste? —repitió.
Respiré hondo. —Dije que quiero ser cualquier cosa menos tú —¿Por qué lo había dicho? ¿Por qué no quedarme callado?
El golpe llegó antes de que pudiera procesarlo.
Duro. Rápido. Fuerte.
Su bastón se estrelló contra el costado de mi rostro, lanzándome al suelo con un crujido doloroso.
El mundo giró. Por un segundo, todo fue estático.
Luego, la rabia explotó en mi interior.
Me puse de pie de un salto, llevándome una mano a la mejilla ardiente. —¡Eres un maldito cobarde!
Lucius me agarró del cuello de la camisa y me estampó contra la pared.
—¡No tienes idea de lo que dices!
—¡Sé exactamente lo que digo! ¡Eres patético!
Sus ojos brillaron con furia. —¡No hables de lo que no entiendes!
—¡Oh, por favor! ¡Toda tu vida gira en torno a complacer a un señor oscuro que ya ni existe! —un Señor Oscuro que arruino mi vida agregué mentalmente, él no debía de saber eso.
Apretó los dientes. —Te lo advertí, Draco.
No me dio tiempo de reaccionar.
El segundo golpe fue peor.
Su anillo de sello se hundió en mi pómulo, y el dolor se extendió hasta mi cráneo.
Caí al suelo de rodillas, mareado. Mi propio padre me miró con desprecio. —Siempre fuiste un fracaso.
Me levanté tambaleante, sintiendo un hilo de sangre descender por mi barbilla.
—¿Eso es todo lo que tienes?
Lucius levantó la varita.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro, asi que saqué la mía, bloqueando la maldición en el último segundo.
El hechizo explotó entre nosotros, iluminando la habitación.
—¿Vas a maldecirme ahora? —mi voz era ronca.
Bajó lentamente la varita, aunque su expresión era pura furia. —No necesito maldiciones para hacerte entender tu lugar.
—No tengo un lugar en tu maldita jaula.
Por un momento, creí ver algo más en su rostro. Algo que no era ira, sino… algo peor.
Decepción.
Luego habló.
Y esas palabras dolieron más que cualquier golpe.
—Al menos yo no fui un error.
El golpe no fue físico. Sin embargo lo sentí igual.
Eso, eso, esas malditas palabras dolieron más que cualquier golpe.
Me atravesó la piel. Se metió en mis huesos. Y dolió.
Mi padre se quedó ahí, de pie frente a mí, con la barbilla en alto, los ojos fríos, las palabras aún flotando en el aire como un maleficio.
Yo solo lo miré. Directo a sus ojos...
Y entonces me acordé.
Me acordé de Bellatrix.
De su risa aguda y cortante, de la forma en que sus ojos brillaban de emoción cada vez que me encontraba escondido en alguna parte de la casa. Me acordé de las veces que jugaba a ver cuánto tiempo podía mantenerme bajo Cruciatus sin que me desmayara. De cómo él mismo se quedaba en su sillón sin hacer nada. De cómo mi madre desviaba la mirada. Me acordé del suelo de mármol contra mi mejilla, del dolor tan absoluto que ni siquiera podía gritar. De la risa de mi tía resonando en mis oídos.
—Un Malfoy no tiembla —me susurraba.
Pero yo estaba temblando.
Mis manos comenzaron a cerrarse en puños.
Mi pecho se hundió de golpe.
El aire dejó de entrar.
No podía respirar.
Abrí la boca, aunque fue como si intentara aspirar nada.
Mi garganta se cerró, el aire no entraba. Mi pecho subía y bajaba a un ritmo errático, como si mi cuerpo no supiera qué hacer con el oxígeno.
Mis dedos comenzaron a hormiguear.
Las paredes del estudio parecieron encogerse, acercándose a mí.
El suelo pareció inclinarse.
Mi visión se volvió borrosa.
—Draco...
Intenté parpadear.
Todo estaba fuera de foco.
El sonido de mi propia respiración era ensordecedor.
Intenté levantar la mano, pero mis músculos no respondieron.
La presión en mi pecho aumentó.
Dolía.
Mi corazón latía demasiado rápido, golpeando contra mis costillas como si intentara salir.
Mi garganta dolía.
Mis pulmones dolían.
Todo dolía.
El aire no entraba.
Estaba asfixiándome.
Mis piernas fallaron.
Caí al suelo.
Las baldosas frías contra mis rodillas.
Intenté inhalar, pero fue como si algo invisible me oprimiera el pecho, las sombras en la habitación se alargaron, las luces parpadearon.
Podía oír la risa de Bellatrix.
Ella estaba aquí.
Podía oírla decirlo, como un eco en mi cabeza... Un Malfoy no tiembla.
Pero yo estaba temblando.
El pánico me envolvió como una garra helada.
Mis manos se crisparon contra el suelo.
No podía moverme.
No podía pensar.
Mi mente estaba atrapada en un bucle de imágenes.
Mármol frío.
Dolor.
Gritos.
No podía respirar.
Lucius me miró desde arriba.
Con ese rostro inmutable.
Con esos ojos llenos de desprecio.
Con su boca curvada en una mueca de asco.
—Patético —murmuró.
Sus palabras se clavaron en mi piel como agujas.
Intenté levantar la cabeza.
Intenté responder.
Intenté hacer algo.
Pero mi cuerpo estaba paralizado.
Mi pecho dolía tanto que sentí que iba a romperse.
Lucius suspiró.
—No puedo creer que seas mi hijo.
Cada palabra fue un cuchillo hundiéndose más hondo.
Se giró.
Lo vi caminar hacia la puerta.
No.
No me dejes aquí.
No me dejes solo.
No me dejes, por favor...
Mis labios se separaron, sin embargo por más que lo intente no salió ningún sonido.
No podía hablar.
No podía hacer nada.
La puerta se cerró con un chasquido seco.
El eco rebotó en las paredes del estudio.
Y me dejó ahí.
Solo.
Roto.
Temblando.
Porque un Malfoy no tiembla.
.
No sé cuánto tiempo pasó.
Segundos. Minutos. Horas.
El suelo de mármol bajo mis manos se sentía frío, pero yo estaba ardiendo.
Mi pecho aún dolía, mi respiración era un desastre, mi mente no dejaba de repetirlo.
"Al menos yo no fui un error"
No me di cuenta de que había vuelto a llorar hasta que una lágrima cayó en el suelo.
Me sentí asqueroso.
Débil.
Patético.
Aunque al parecer él no había terminado conmigo.
Las puertas se abrieron de golpe y dl sonido hizo eco en mi cabeza.
Mi cuerpo entero se tensó. Mi padre regresó con la misma mirada fría, pero ahora su rostro estaba torcido en asco.
—Levántate.
No lo hice. No podía.
Mis piernas seguían entumecidas, mi pecho aún subía y bajaba erráticamente.
Los ojos de Lucius se estrecharon.
Se acercó y me agarró del brazo con fuerza, obligándome a ponerme de pie. —No volverás a hacerme quedar en ridículo en mi propia casa.
No respondí. Porque, ¿qué podía decir?
Las palabras seguían atoradas en mi garganta.
Mi padre me empujó con asco. —Fuera.
Mi mente tardó en procesarlo.
¿Fuera?
Señaló la puerta. —No tienes nada que hacer aquí. No tienes nada aquí.
Su voz era firme. Era una orden.
Mi estómago se revolvió. —¿Me, me estás… echando?
Él me miró como si la pregunta fuera estúpida. —¿Qué más esperabas, Draco?
Algo dentro de mí se rompió un poco más, mi corazón martillaba contra mis costillas, mis piernas flaquearon.
Pero no dejé que lo notara.
Enderecé la espalda.
Y él inclinó la cabeza.
—Si cruzas esa puerta, no vuelvas.
Las palabras me atravesaron como dagas.
Mi boca se secó.
No respondió nada más.
Solo me señaló el pasillo.
Y entonces me fui.
Cada paso se sentía como una sentencia de muerte.
Mi mente gritaba que me detuviera.
Que regresara.
Pero no lo hice.
Porque si volvía, sería para arrodillarme.
Y yo no iba a arrodillarme.
No ante él.
No ante nadie.
.
Mi corazón latía con fuerza cuando bajé las escaleras.
Me sentía vacío.
Como si él me hubiera sacado todo lo que era y lo hubiera tirado a la basura.
El viento frío golpeó mi rostro cuando abrí la puerta de la mansión. La lluvia caía con fuerza, el cielo estaba oscuro.
Tormentoso.
Irritado.
Como si el universo entero supiera lo que acababa de pasar. Como si el mundo estuviera de luto por mí.
Me quedé ahí, en el umbral.
Mis piernas temblaban.
Mi pecho dolía.
Mis pensamientos eran un caos.
—Draco... amor —susurró.
La voz me hizo girarme, mi corazón se saltó un latido.
Ella estaba ahí.
Su mirada estaba llena de pánico, de furia, de dolor. —Dime que no es verdad —dijo con la voz temblorosa —. Por favor... Salazar, los siento tanto .
Mis labios se separaron, pero no supe qué decir, ella dio un paso hacia mí.
Quiso tocarme. Pero algo en mi expresión lo detuvo.
—No puedes irte —susurró —. Eres mi hijo Draco, no puedes irte...
Mi garganta se cerró. Yo también lo deseaba.
Quería que todo esto fuera una pesadilla. Quería abrir los ojos y seguir en mi habitación. Quería que él jamás hubiera dicho esas palabras. Quería quedarme con ella, con mi madre y acurrucarnos como cuando tenía cinco años, y le tenía miedo a loa relámpagos.
Pero todo esto era real.
Ell intentó moverse, sin embargo algo invisible lo contuvo.
Magia.
Lucius.
Sabía que mi madre intentaría detenerme.
Y por eso se aseguró de que no pudiera.
Mi estómago se revolvió. La desesperación en sus ojos era como un puñal en mi piel.
Di un paso atrás.
Ella sacudió la cabeza. —No, no, no, no... Draco por favor no —me suplico.
Pero no tenía opción.
El aire era pesado.
La lluvia seguía cayendo, el viento me helaba hasta los huesos.
Caminé hacia la tormenta.
No miré atrás.
No podía.
Porque si lo hacía…
No me iría.
.
El frío se sintió como un puñetazo en el pecho.
Y no me importó. Nada importaba.
La lluvia caía como agujas sobre mi piel, empapando cada fibra de mi ropa, pegándola a mi cuerpo como una segunda piel. Mis pasos resonaban en el pavimento mojado.
Caminar.
Solo caminar.
Mis piernas se movían sin pensar, como si no fueran mías. El aire me pesaba en los pulmones, mis manos temblaban, no sentía el rostro. No sentía nada.
Vacío.
Era un vacío distinto al de antes.
Uno que se arrastraba por mi pecho como un animal hambriento, devorando todo lo que alguna vez fui, el silencio dentro de mi cabeza era ensordecedor.
Las palabras de mi padre aún ardían en mi piel.
"No tienes nada aqui"
"Si cruzas esa puerta, no vuelvas"
"Al menos yo no fui un error"
Cada una se hundía en mis huesos como cuchillos oxidados.
Me quemaban la garganta.
Quería gritar. Pero mi voz no salía.
Quería llorar. Pero las lágrimas se mezclaban con la lluvia y desaparecían.
Nadie podría notar la diferencia.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Adonde podía ir?
Mis pasos tambaleaban y los latidos de mi corazón eran erráticos, descontrolados. Las sombras de la ciudad me envolvían, las luces de los postes eran un borrón difuso.
No sabía dónde estaba.
No sabía quién estaba siendo.
Porque ya no era Draco Malfoy.
Draco Malfoy tenía un hogar.
Draco Malfoy tenía una familia.
Draco Malfoy tenía un nombre.
Yo no tenía nada de eso.
Era solo un fantasma con los huesos pesados. Solo un niño arrastrando su cuerpo por una calle desconocida, sin rumbo, sin propósito, sin…
Mis piernas se detuvieron de golpe.
Parpadeé.
No sabía cuánto tiempo había pasado.
Podría haber sido una hora. Podrían haber sido solo unos minutos.
Pero ahí estaba.
Frente a una puerta. Una puerta alta, oscura, de madera maciza.
Las gotas de lluvia resbalaban por su superficie como lágrimas.
No la recordaba.
No sabía cómo había llegado ahí.
No sabía por qué mi mano temblorosa se había alzado, tocando apenas la madera con los nudillos.
La tormenta rugió a mi alrededor, el viento me cortaba la piel y todo mi cuerpo temblaba.
No tenía idea de qué esperaba. No tenía idea de qué había detrás. Sin embargo la puerta se abrió.
Y ahí estaba él.
Su silueta se recortaba en la penumbra de la entrada. La luz detrás de su cuerpo era tenue, aunque suficiente para iluminar su expresión.
No era sorpresa. No era enojo. Era algo más pesado.
Algo que me golpeó el pecho con tanta fuerza que me robó el aliento.
No supe qué decir.
Mi voz se atascó en mi garganta, rota, débil.
Tragué saliva.
Mis labios estaban tan secos como si no hubiera estado bajo la lluvia.
Me forcé a hablar.
Mi voz salió en un susurro rasgado.
—Hola, Severus.