
Decisiones, Opiniones y Respuestas
El cielo gris de Forks parecía estar en sintonía con el estado de ánimo de Edward Cullen. Desde que Hermione les había contado sobre la guerra en el mundo mágico, la atmósfera en la casa Cullen se había vuelto tensa, como si una sombra se cerniera sobre ellos. Todos, excepto Alice, se habían comprometido a ayudarla. Sin embargo, lo que más inquietaba a Edward no era la amenaza de la guerra en sí, sino la firme decisión de Hermione de regresar a Inglaterra.
No había manera de hacerla cambiar de opinión. Edward había intentado razonar con ella, advertirle del peligro, incluso había considerado la posibilidad de esconderla si era necesario. Pero a pesar de los pocos meses de estar con ella, conocía la determinación de Hermione: cuando se proponía algo, era imposible detenerla. Lo único que podía hacer era asegurarse de que estuviera preparada.
Por eso, había contactado a Jason Jenks, el abogado de la familia, para que fabricara documentos falsos para Hermione: una nueva identidad, un pasaporte, todo lo que necesitara para moverse sin levantar sospechas. Aunque detestaba la idea de verla partir, no podía—no debía—detenerla.
Edward dejó escapar un suspiro, mirando a través de la ventana del Volvo estacionado en el aparcamiento del instituto. Desde su lugar, tenía una vista clara de Alice, quien, con su entusiasmo característico, hablaba sin parar con Bella Swan.
Bella.
Edward sintió un ligero dolor de cabeza al pensar en ella. No tenía nada en su contra—de hecho, Bella era una chica amable, aunque un tanto ingenua—. Pero Alice había decidido incluirla en sus vidas sin consultarle a nadie, y eso complicaba las cosas.
El problema era que Alice había hablado de más. Lo sabía porque, días atrás, Bella lo había arrastrado al bosque, su rostro iluminado por una emoción febril y un miedo igualmente sereno.
—Eres rápido, fuerte… tus ojos cambian de color… —había dicho con un aire de misterio.
Edward, sorprendido por la teatralidad de la escena, se desconectó de la conversación por un momento, preguntándose por qué Bella era tan dramática. Finalmente, con calma, le preguntó qué creía saber.
—Eres un vampiro —respondió Bella, su voz apenas un susurro.
Él solo levantó una ceja con incredulidad. No lo negó ni lo confirmó. Simplemente se disculpó y se alejó, dejándola con su descubrimiento.
Sabía perfectamente que Alice era la responsable.
Desde entonces, Alice parecía más decidida que nunca a integrarla en la familia. Edward intentaba mantener la cortesía con Bella, pero le molestaba la forma en que Alice lo empujaba constantemente a interactuar con ella. En más de una ocasión, Alice desaparecía en el último momento y lo dejaba con la tarea de llevar a Bella al instituto, lo que generaba una incomodidad que él preferiría evitar. Para empeorar las cosas, Bella había comenzado a sentarse con ellos en el almuerzo, entusiasmada por la atención que Alice le brindaba.
Sentada justo al otro lado de la mesa, Alice hablaba con Bella Swan, radiante de entusiasmo. Su voz era una melodía efusiva, y Bella la escuchaba con una mezcla de fascinación y timidez. Desde hacía días, Alice se había aferrado a Bella con un interés casi obsesivo, llevándola y trayéndola al instituto, invitándola a su mesa, compartiendo con ella pequeños secretos que no le correspondía revelar.
Edward observó a su hermana mientras se reía de algo que Bella había dicho. La humana sonreía ampliamente, sus ojos brillando con emoción. Edward intentaba ser cortés, respondiendo sus preguntas de la mejor manera posible, pero su incomodidad era evidente.
Lo más frustrante era que Bella creía ingenuamente que ella era la única chica humana en la vida de Edward. Y Alice, por razones que Edward no entendía del todo, había decidido no mencionar a Hermione en absoluto.
Bella no tenía malas intenciones, eso lo sabía. Era una chica dulce, quizás algo ingenua, y parecía absolutamente fascinada con todo lo que rodeaba a los Cullen. Pero Edward veía en sus ojos algo más: un anhelo, una esperanza que él no estaba dispuesto a corresponder.
Edward solo tenía espacio en su corazón para una persona.
Edward cerró los ojos por un momento, sintiendo una punzada de culpa. Hermione tenía suficiente con preocuparse por la guerra y por su inminente regreso a Inglaterra. No necesitaba saber que Alice estaba jugando con fuego al involucrar a Bella en sus asuntos, con nimiedades adolescentes.
Pero la preocupación crecía en su interior.
Porque, aunque Bella parecía inofensiva, su atracción por Edward era obvia. Y aunque él no correspondía a esos sentimientos, sabía que era cuestión de tiempo antes de que las cosas se complicaran.