
El enclave mágico
El día amaneció nublado, como era habitual en Forks, pero Edward lo agradeció. El clima gris era un reflejo de su estado de ánimo mientras se preparaba para salir con Hermione. Sin embargo, cuando la vio bajar las escaleras de la mansión Cullen, su irritación se disipó momentáneamente.
Hermione llevaba el cabello recogido en una trenza impecable, con mechones sueltos que enmarcaban su rostro. Rosalie había sido la responsable de peinarla, lo cual no le sorprendía a Edward. Su hermana mayor tenía un talento natural para la estética y, a pesar de su actitud hosca, parecía haber desarrollado una especie de tolerancia hacia Hermione, lo que era un avance significativo.
Edward le dedicó una sonrisa a Hermione, pero su expresión se ensombreció cuando notó la presencia de Rosalie a su lado.
—No pongas esa cara, Edward —dijo Rosalie con una sonrisa burlona, cruzándose de brazos—. Alice invitó a esa chica a la casa, y yo no pienso estar cerca de una humana.
Edward apretó la mandíbula.
Alice.
Él y Hermione iban a Seattle en busca del enclave mágico, una expedición que ambos habían planeado con anticipación. Sin embargo, como era costumbre, Alice había decidido entrometerse en sus asuntos, invitando a Bella Swan a la mansión Cullen sin siquiera consultarles.
Su hermana se había obsesionado con Bella Swan hasta un punto que rayaba en la locura. No solo se había encargado de hacerle creer que era bienvenida en su círculo, sino que también se había empeñado en mantener a Edward cerca de ella, como si Bella fuera una pieza clave en algún guión que solo Alice entendía.
Esa mañana, Alice había insistido en que Edward se quedara en casa para "pasar tiempo con Bella", como si fuera lo más normal del mundo. Pero cuando él le informó que ya tenía planes con Hermione, su hermana montó en cólera.
—¡No puedes irte! Se suponía que hoy Bella vendría a la casa, y necesitaremos tu ayuda para hacer que se sienta cómoda.
Edward apenas le prestó atención. Alice solía ser obstinada, pero esta vez estaba rozando lo ridículo.
—Ya tengo planes, —fue lo único que dijo antes de marcharse.
Ahora, en el umbral de la casa, Edward miró a Rosalie con resignación.
—¿Lista para un viaje incómodo?
Rosalie rodó los ojos, pero Hermione soltó una risita.
—Será divertido.
Encontrar el enclave mágico de Seattle no fue fácil. Edward había esperado algo más accesible, pero en realidad, el lugar estaba oculto de manera deliberada. Les tomó más de una hora encontrar la entrada, que resultó estar escondida tras una vieja librería con un letrero polvoriento que apenas se leía.
El tendero, un hombre de avanzada edad con gafas gruesas y una mirada astuta, los recibió con una expresión de desconfianza, que se disipó ligeramente al ver a Hermione.
—No esperaba ver a una joven bruja por aquí —murmuró el hombre mientras les abría paso.
Edward notó que Rosalie se mantenía cerca de Hermione, sin decir una palabra, aunque su mirada dejaba claro que el lugar le resultaba desagradable.
Cuando llegaron al banco, Hermione se giró para mirarlos con seriedad.
—Sean amables y no hagan comentarios innecesarios —dijo en voz baja.
Edward le dedicó una sonrisa divertida.
—Siempre soy amable.
—Sí, claro —murmuró Rosalie con sarcasmo.
Edward, sin embargo, no pudo evitar maravillarse al ver a los goblins en persona. Sabía de su existencia gracias a Hermione, pero verlos con sus propios ojos era una experiencia completamente distinta. Eran criaturas astutas, con miradas calculadoras y gestos precisos.
Por otro lado, la expresión de Rosalie era impagable. Su usual aire de superioridad había sido reemplazado por una mezcla de incredulidad y desagrado.
Hermione cambió sus pocas libras a la moneda mágica local, que consistía en Dragones y Sprinks. Edward notó cómo suspiraba al contar su dinero.
Era evidente que no tenía muchos recursos, y aunque jamás admitiría necesitar ayuda, Edward decidió cambiar algo de dinero también, asegurándose de que Hermione no notara cuánto había convertido.
Edward notó cómo Hermione los guiaba a través de una parte del enclave mágico que se volvía cada vez más inhóspita y lúgubre.
—¿Estamos seguros de que esto es buena idea? —murmuró Rosalie mientras esquivaba un charco de agua sucia.
—No podemos ir a una tienda de varitas normal —explicó Hermione con un tono tranquilo, aunque sus ojos reflejaban cierta incomodidad—. Si entro a una tienda oficial, tendré que registrarme, y eso significaría que el Ministerio de Magia británico podría rastrearme. No puedo permitirme eso.
Edward entendió el problema de inmediato. Hermione había ingresado ilegalmente al país lo que daria lugar a ideas sobre escapar de la guerra mágica en Inglaterra. Si el Ministerio de Magia supiera dónde estaba, podrían obligarla a regresar, y eso era algo que ella no estaba dispuesta a arriesgar.
Finalmente, entraron en una tienda que despedía un fuerte olor a madera quemada y polvo antiguo. El dueño, un hombre encorvado con manos huesudas, les dirigió una mirada depredadora… hasta que vio a Edward y Rosalie.
Inmediatamente, su actitud cambió.
—Bienvenida, jovencita —dijo con una sonrisa servil—. ¿Buscando una varita especial?
Hermione asintió con seriedad y dejó que el hombre comenzara a mostrarle diferentes varitas. Probó varias sin éxito, hasta que finalmente encontró la suya.
—Nogal negro, 10¾ pulgadas, núcleo de fibra de corazón de dragón e hilo de acromántula. Ligeramente flexible.
La varita era una obra de arte. Tenía detalles de enredaderas con pequeñas flores talladas en la madera y una empuñadura de amatista incrustada.
Edward vio la expresión de Hermione iluminarse… hasta que escuchó el precio.
Ella sacó su bolsa y contó cada moneda con meticulosidad. Al final, tuvo que vaciar por completo su dinero para poder pagarla.
Edward, sin pensarlo dos veces, deslizó unas monedas extra sobre el mostrador.
Hermione lo miró con reproche.
—Te lo devolveré.
Edward se encogió de hombros.
—No es necesario.
—Lo haré.
Edward no insistió, pero sabía que Hermione era demasiado terca como para olvidar esa deuda.
Después de eso, el ambiente se relajó. Hermione compró algunos libros y baratijas, y Rosalie, sorprendentemente, se animó al ver una tienda de escobas.
—Nunca pensé que diría esto, pero esto es increíble —dijo mientras admiraba los modelos más recientes de escobas mágicas.
Hermione rodó los ojos, pero su sonrisa delataba que estaba encantada con la reacción de Rosalie.
Edward, por su parte, se permitió disfrutar el día.
A pesar de la tensión que había comenzado su mañana con Alice y Bella, este momento con Hermione y Rosalie se sentía… bien.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no tenía que preocuparse por lo que Alice estuviera haciendo en casa. Bella Swan podía esperar.
Porque hoy, él estaba exactamente donde quería estar.