
Sombras y Verdades
El clima de Forks parecía una representación perfecta del estado de ánimo en la mansión Cullen. La lluvia caía en finas cortinas, golpeando los enormes ventanales y pintando el bosque con tonos aún más oscuros. La humedad se filtraba en el ambiente, pesada y silenciosa, mientras los Cullen se reunían en la amplia sala de estar.
Edward observaba atentamente a Hermione. Se había sentado con solemnidad en uno de los sillones de la estancia, con las manos entrelazadas sobre su regazo, los nudillos ligeramente blancos por la tensión. No había dicho nada desde que bajaron juntos al salón, pero su respiración era calmada, controlada… al menos en apariencia.
Edward no quería a Alice cerca de ella. Aún sentía la furia arremolinándose en su pecho por lo que había dicho la noche anterior. Ni siquiera Jasper había podido apaciguar el enojo de los presentes después de sus palabras. Pero Hermione… ella había insistido en que Alice también debía escuchar la historia. “Sería injusto dejarla fuera,” había dicho con firmeza.
Alice, sentada al otro extremo de la habitación, mantenía los brazos cruzados y el ceño fruncido. No se atrevía a hablar, aunque Edward podía sentir su incomodidad.
Carlisle y Esme estaban juntos en el sofá principal, con miradas expectantes. Rosalie se apoyaba en el marco de la ventana, con los ojos fijos en Hermione, mientras Emmett, sentado en el apoyabrazos de un sillón, la observaba con interés. Jasper, a un lado de Alice, parecía absorber la tensión en el aire, su expresión contenida.
Edward tomó la mano de Hermione con suavidad, su piel fría contrastando con la calidez de ella. Hermione le dedicó una breve mirada antes de inhalar profundamente y comenzar a hablar.
—En la Inglaterra mágica … hay una guerra.
Esas palabras parecieron llenar el espacio con un peso tangible.
—Soy parte de ella —continuó, con la voz clara—, por asociación y por justicia.
Un silencio denso cayó sobre la habitación.
Edward vio cómo Esme fruncía ligeramente el ceño, y cómo Rosalie se tensaba. Jasper inclinó la cabeza, evaluando la gravedad de la situación.
—¿Una guerra? —murmuró Emmett con incredulidad—. ¿Quién está peleando?
Hermione tragó saliva antes de responder.
—Un mago oscuro… al que llaman el Señor Tenebroso —dijo con tono neutro, aunque sus dedos apretaron con más fuerza la mano de Edward—. Quiere exterminar a los hijos de muggles y gobernar el mundo mágico.
La expresión de Esme se ensombreció.
—Pero eso es… ¿genocidio?
Hermione asintió.
—Lo es. Para él, las personas como yo no merecemos vivir.
El ambiente en la sala cambió drásticamente. La palabra resonó como un eco entre los Cullen. Edward sintió una ola de indignación recorrer su cuerpo, y por la forma en que Emmett apretó la mandíbula, supo que él sentía lo mismo.
—Los hijos de muggles —continuó Hermione—, somos blancos fáciles. Pero no soy la única luchando contra él. Un grupo de resistencia, dirigido por un hombre llamado Albus Dumbledore, trató de encontrar una forma de derrotarlo antes de que muriera.
Mencionó ese último detalle con un tinte de tristeza en la voz, y Edward la observó con cautela.
—Antes de morir, Dumbledore le confió la tarea a mi amigo, Harry Potter… Ronald Weasley y a mí.
Los nombres parecían pesar en sus labios.
—¿Por qué ustedes? —repitió Rosalie, curiosa—.
Hermione desvió la mirada, pero respondió con firmeza.
—Harry Potter es el único que ha sobrevivido a una maldición… el que, según una absurda profecía, estaba destinado a enfrentarse a él y acabar con todo esto.
Alice se cruzó de brazos con desdén.
—¿Una profecía? —murmuró—. Eso es ridículo.
Hermione no la miró, pero Edward sintió cómo su cuerpo se tensaba sutilmente.
—Ridículo o no, esa fue la carga que le impusieron. Y junto a él, a Ron y a mí se nos encomendó encontrar y destruir los fragmentos de su alma para debilitarlo lo suficiente como para que Harry pudiera matarlo.
El ambiente en la sala se volvió sofocante.
Esme llevó una mano a su boca, horrorizada.
—¿Fragmentos de su alma?
Hermione asintió.
—Hizo algo llamado horrocruxes. Objetos en los que selló partes de su alma para volverse inmortal. Y nosotros… nosotros tres tenemos que encontrarlos y destruirlos.
Edward sintió la respiración entrecortada de Esme.
—Pero tú… solo eres una niña.
—Hay más niños luchando —respondió Hermione con voz serena—. No somos los únicos.
Edward notó que Esme apretaba los labios, incapaz de encontrar una respuesta. Mientras que Rosalie parecía horrorizada.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? —preguntó Carlisle suavemente.
Hermione se tomó un segundo antes de responder.
—Me distancié de mi campamento por accidente —dijo con tono tenso.
Edward detectó la mentira en sus palabras, pero no dijo nada.
—Estuve vagando sola, sin varita, sin comida, hasta que encontré una cabaña en el bosque. Sobreviví con lo que pude, pero cuando intenté acercarme a un pueblo, fui capturada.
Edward sintió su estómago hundirse.
—¿Por quién?
Hermione tomó aire con dificultad.
—Un hombre lobo… llamado Fenrir Greyback.
Rosalie soltó un jadeo ahogado, y Emmett entrecerró los ojos.
—¿Qué te hizo? —preguntó Jasper en un tono peligroso.
Hermione no contestó de inmediato. Edward sintió que su corazón latía más rápido, aunque trataba de mantener la compostura.
—Intentó atacarme —dijo finalmente—, pero escapé. Aunque no sin heridas. Un hechizo golpeó el traslador que hice por accidente— dijo Hermione sacando una moneda — este se activó y termine de Inglaterra a Forks.
La sala quedó en completo silencio.
Edward apretó su mano con fuerza, y sin dudarlo, la rodeó con sus brazos en un abrazo protector.
—No dejaré que nadie más te haga daño —susurró.
Hermione apoyó la frente en su pecho por un momento antes de recomponerse.
Alice, sin embargo, rompió el momento con un comentario seco.
—¿Cómo sabemos que no vendrán por ti?
Edward sintió un gruñido formarse en su pecho, pero Hermione habló antes que él.
—Porque es casi imposible rastrearme hasta Forks. El traslador es ilegal. Y si fuera rastreable, ya estuvieran aquí desde el primer día.
Alice no parecía convencida, pero Carlisle intervino antes de que pudiera decir algo más.
—Aquí estás a salvo, Hermione.
Esme asintió con una sonrisa cálida.
—Nosotros te apoyaremos.
El alivio en los ojos de Hermione fue evidente.
Edward observó a Alice de reojo, viendo cómo fruncía los labios. No estaba de acuerdo, pero no dijo nada.
Edward se prometió a sí mismo que protegería a Hermione, sin importar lo que pasara.
Esa noche, todos comprendieron que su mundo nunca volvería a ser el mismo.