
Noches de Confesiones
La brisa nocturna se filtraba a través de las gruesas copas de los árboles en Forks, generando un murmullo que envolvía la mansión Cullen en un aire de calma. Sin embargo, dentro de la habitación de Edward, el ambiente estaba cargado de emociones contenidas.
Hermione estaba acurrucada entre los brazos de Edward, sumida en la lectura de un libro de biología que le pertenecía a él. Sus dedos pasaban las páginas con suavidad, sus labios se movían en un susurro casi imperceptible mientras absorbía cada línea. Edward la observaba, fascinado por su concentración y la forma en que su ceño se fruncía cada vez que encontraba algo interesante.
A diferencia de otras personas que él había conocido, Hermione no estudiaba solo por obligación o para demostrar su inteligencia. Lo hacía porque tenía una sed genuina de conocimiento. Y a Edward le encantaba eso. Le encantaba ella.
—¿Nunca te cansas de absorber información? —murmuró Edward contra su cabello, sonriendo al sentir cómo su cuerpo se estremecía levemente ante el roce de su voz.
—No —respondió sin apartar la vista del libro—. Siempre hay algo nuevo que descubrir, algo más allá de lo que creemos saber.
Edward la observó con ternura.
Hermione siempre decía que había aprendido a no ser una "sabelotodo molesta", pero para él, no era así. Su inteligencia era parte de su encanto, y la admiraba por ello.
Con una caricia pausada, deslizó su mano por su abdomen hasta alcanzar el área cercana a sus costillas, donde sus dedos rozaron la cicatriz que Hermione tenía allí. Era una marca peculiar, con tonalidades moradas que brillaban tenuemente bajo la luz tenue de la lámpara de escritorio. A Edward no le gustaba pensar en lo que había ocurrido para que Hermione terminara con esa cicatriz, pero tampoco podía negar que encontraba algo hermoso en ella. Era una prueba de su fortaleza.
Hermione no protestó ante su toque, simplemente suspiró suavemente y apoyó la cabeza contra su hombro. Edward cerró los ojos, disfrutando de la calidez de su cuerpo contra el suyo.
Pero la paz no duró mucho.
Un golpe seco en la puerta irrumpió en el ambiente sereno, y sin esperar respuesta, Alice entró como un torbellino. Su expresión era de pura furia, su mandíbula tensa y los ojos resplandeciendo con enojo.
—¡No puedo creerlo! —exclamó Alice, su voz cargada de indignación.
Edward apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el resto de la familia apareciera detrás de ella, atraídos por su exabrupto. Carlisle y Esme tenían el ceño fruncido, Emmett observaba con curiosidad y Rosalie cruzaba los brazos, claramente molesta por la interrupción. Jasper permanecía en el umbral de la puerta, con la mandíbula tensa como si ya pudiera sentir la tensión en el aire.
—¿Alice, qué sucede? —preguntó Edward con frialdad, sosteniendo con más fuerza a Hermione, quien se había tensado en sus brazos.
—¡Bella Swan! —soltó Alice, mirándolo con furia—. Estuvo a punto de ser atacada esta noche. ¡Por hombres! ¡Y tú estabas aquí, besándote con Hermione, en lugar de protegerla!
El silencio que siguió fue ensordecedor.
Edward sintió cómo Hermione se tensó aún más contra él, pero no apartó la mirada de Alice.
—¿Qué estás diciendo? —su voz salió fría, carente de emoción.
—¡Que Bella casi es abusada por unos hombres cuando salía de la librería! —Alice casi gritó—. ¡Y fui yo quien tuvo que salvarla! ¡Yo! Porque tú estabas demasiado ocupado con… con ella.
Edward sintió cómo el pánico y la ira de Alice llenaban la habitación. Pero no le importaba Bella. No sentía la más mínima culpa.
Pero Hermione…
Edward giró el rostro justo a tiempo para ver el brillo de dolor en los ojos de Hermione. Un brillo que reconoció al instante.
Y entonces, su mente se abrió.
Sin que Hermione lo bloqueara, Edward fue arrastrado a sus recuerdos, a un momento oscuro y aterrador que ella nunca le había contado.
Un bosque cubierto de sombras.
Ropa desgarrada.
El hedor de la sangre y la respiración pesada de un monstruo.
Hermione corriendo, con el miedo atenazándole el pecho, sintiendo el aliento caliente del hombre lobo en su cuello mientras, destrozaba su ropa y se preparaba para atacarla.
Edward sintió un rugido interno, un deseo primitivo de destruir a quien le había hecho eso.
Hermione cerró los ojos con fuerza, como si pudiera ahuyentar los recuerdos.
Alice seguía hablando, pero Edward apenas la escuchaba. Lo único que le importaba era la mujer en sus brazos.
Hermione levantó la vista y, con la voz temblorosa pero firme, preguntó:
—¿Está Bella bien?
Alice bufó con molestia.
—¡Por supuesto que está bien! Pero tal vez tú deberías irte, para que Edward pueda encontrar la manera de estar con ella y protegerla. ¡Es a ella a quien debería estar salvando, no a ti!
Edward giró la cabeza bruscamente hacia su hermana, sus ojos oscurecidos por la furia.
—¿Qué dijiste?
—Que tal vez Hermione debería irse —repitió Alice con los dientes apretados—. Así podrías concentrarte en Bella.
Edward sintió una furia ardiente en su interior.
—No tengo nada que ver con Bella Swan —su voz salió firme, con una dureza que hizo que Alice parpadeara—. Apenas y le hablo. No es mi responsabilidad, ni la quiero cerca.
Hermione se movió en sus brazos. Edward intentó retenerla, pero ella se apartó con rapidez, esquivando a todos antes de salir de la mansión.
Carlisle suspiró con desaprobación.
—¡Alice, eso estuvo fuera de lugar!— Expresó Carlisle, con un destello de furia, que rayaba a la incredulidad.
—¡No me mires así! ¡Estoy diciendo la verdad! —protestó ella.
Pero Esme la miraba con una decepción palpable, y Rosalie parecía lista para saltarle encima si Emmett no la estuviera sujetando.
Edward no se quedó para escuchar más.
Salió tras Hermione, encontrándola bajo la luz de la luna. Caminaba con los brazos cruzados, temblando ligeramente, aunque no sabía si era por el frío o por la ira.
La alcanzó en segundos y la envolvió en sus brazos.
Hermione no luchó. No esta vez.
Y entonces, se rompió.
Con un sollozo entrecortado, enterró el rostro en su pecho.
—Debo irme… —susurró con la voz ahogada—. Edward, esto es un error.
—No —respondió él de inmediato, sosteniéndola con más fuerza—. No te vas a ir.
—No entiendes…
—Sí, lo entiendo —su voz fue más suave esta vez.
Hermione se apartó lo suficiente para mirarlo a los ojos.
—¿Leíste mis pensamientos? —preguntó en un susurro.
Edward asintió, acariciando su mejilla con delicadeza.
—No necesitas hablar de ello si no quieres.
Hermione respiró hondo, tratando de calmarse.
—Pero quiero —dijo finalmente—. Es momento de contarles todo.
Edward asintió, sabiendo que esa noche no sería fácil.
—Mañana —murmuró, besando su cabello—. Hoy, solo descansa.
Hermione asintió con cansancio y dejó que Edward la llevara de regreso a la mansión.
Esa noche, mientras dormía en sus brazos, Edward sabía que el amanecer traería más que solo luz. Traería respuestas.
Y con ellas, un nuevo mundo que él aún no comprendía.