El último suspiro de la noche

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El último suspiro de la noche
Summary
Se sentó en el viejo catre, abrazándose las rodillas. Cerró los ojos y trató de ignorar el eco de la voz de Harry en su mente."Es solo hasta que pueda volver con él."Se repitió una y otra vez.Pero no podía evitar sentir que esa posibilidad se alejaba cada vez más.. . .Antes de que pudiera moverse, otro hechizo golpeó su bolsillo trasero.Hermione sintió un tirón desgarrador en su interior. Un remolino la envolvió. El mundo desapareció.Y Hermione Granger se desvaneció en el aire.. . .Detuvo el auto por un momento, frotándose el puente de la nariz, intentando encontrar las palabras correctas.Entonces, algo cambió.El bosque denso, iluminado únicamente por la luz de la luna, se rasgó con un destello brillante. Un remolino apareció de la nada, retorciendo el aire como una tormenta en miniatura.Un grito. Agudo. Desgarrador. Edward giró la cabeza bruscamente justo a tiempo para ver algo—o alguien—caer desde la nada.
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Un Día de Sol

El invierno comenzaba a retirarse con pereza, dejando paso a la tímida promesa de la primavera. Era principios de marzo, y, contra todo pronóstico, el cielo sobre Forks estaba despejado. Sin nubes, sin la habitual llovizna cubriendo el paisaje. Un día tan inusual significaba que ninguno de los Cullen podría asistir al instituto sin levantar sospechas.

Edward observaba a Hermione desde el umbral de la puerta.

Estaba sentada en el sofá, con la espalda recta y una manta ligera cubriendo sus piernas. Su movilidad había mejorado bastante, pero Edward aún podía notar los pequeños gestos de incomodidad cuando se movía demasiado rápido o cuando un dolor inesperado la sorprendía. Sin embargo, en ese momento, su expresión era relajada, sus labios curvados en una sonrisa mientras conversaba con Esme.

—… Y en casa solía hacer pequeños arreglos en la cocina con magia accidental —decía Hermione con calidez—. No grandes cosas, pero sí lo suficiente para que mi madre pensara que era no buena idea mantenerme en la cocina.

Esme soltó una risa suave.

—Me recuerda a cuando Edward comenzó a cocinar para ti —comentó, lanzándole una mirada divertida a su hijo.

Hermione giró la cabeza hacia Edward con una expresión que mezclaba gratitud y resignación.

—No me dejan hacer casi nada por mí misma —murmuró con un suspiro, pero sin verdadera molestia.

Edward se apoyó contra el marco de la puerta, cruzándose de brazos.

—Es porque aún te estás recuperando.

—Lo sé —admitió Hermione, encogiéndose de hombros—. Pero sigo sintiéndome como una niña pequeña. Esme me ayuda a bañarme y vestirme, Rosalie insiste en cepillarme el cabello, Jasper me baja los libros, Emmett me lleva por la casa como si fuera una mochila y tú…

—Yo preparo tu comida y te ayudo con lo que necesites —completó Edward con una sonrisa ladeada.

Hermione rodó los ojos con suavidad.

—Exactamente.

Edward notó el rubor en sus mejillas y decidió cambiar de tema antes de que ella se sintiera demasiado expuesta.

—Ven, quiero llevarte a un lugar.


Edward la cargó con facilidad, sosteniéndola con un brazo mientras con la otra mano llevaba una canasta de picnic. Sabía que a Hermione no le gustaba depender de los demás, pero no podía hacer nada al respecto en ese momento. Solo esperaba que el destino que había elegido para ella valiera la pena.

Cuando llegaron, el prado se abrió ante ellos como un cuadro sacado de otro mundo. El verde intenso de la hierba se extendía hasta donde la vista alcanzaba, salpicado por pequeñas flores silvestres que parecían saludar al sol. Hermione inhaló profundamente, sus ojos castaños reflejando la luz con asombro.

—Es hermoso —murmuró, y su sonrisa iluminó su rostro.

Edward la dejó suavemente sobre la hierba, observándola con atención mientras ella tomaba el paisaje con cada uno de sus sentidos. Su fascinación era palpable, y Edward se permitió disfrutar del momento en silencio.

Pero entonces, la luz del sol cayó sobre él.

Hermione giró la cabeza y lo miró.

Edward ya conocía esa expresión. No era de miedo ni de sorpresa descontrolada. Era la mirada de alguien analizando, tratando de entender lo que tenía frente a ella. Sus ojos recorrieron su piel centelleante, la forma en que la luz se reflejaba en cada partícula de su cuerpo.

—Te mimetizas con la naturaleza —comentó al fin, con una sonrisa suave.

Edward sintió un inesperado calor en su pecho. Si pudiera sonrojarse, lo haría.


Preparó la canasta de picnic con cuidado, acomodando los emparedados y la fruta que había preparado para Hermione.

Ella comió en silencio, saboreando cada bocado con una expresión que Edward interpretó como nostalgia.

Después de un rato, Hermione se recostó bajo un árbol cercano, cerrando los ojos por un momento, disfrutando del calor del sol en su piel. Edward se sentó a su lado, observándola.

Había algo en la manera en que Hermione expresaba sus emociones que lo fascinaba. No escondía lo que sentía. Cuando algo la sorprendía, sus cejas se arqueaban con genuina curiosidad. Cuando se entristecía, sus ojos se volvían más oscuros, más profundos. Era sabia, eso lo había notado desde el primer día, pero también era terrenal, conectada con el mundo de una manera en la que él nunca lo estaría.

Quería saber más de ella.

—Hermione… —murmuró, y sus ojos se abrieron, enfocándose en él—. Cuéntame sobre tu mundo.

Ella parpadeó, sopesando su pregunta.

Edward dudó un segundo antes de añadir:

—¿Qué hacías en el bosque el día que apareciste? ¿Por qué estabas herida?

Apenas terminó de hablar, vio cómo Hermione se tensaba.

Sus manos se cerraron en puños sobre la hierba, y su respiración cambió.

—No estoy lista para hablar de eso —susurró al fin, su voz entrecortada.

Edward iba a decirle que no tenía que responder cuando, de repente, vio cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.

Y entonces se quebró.

Las primeras lágrimas rodaron por sus mejillas en silencio, seguidas de un sollozo contenido que hizo que Edward se moviera sin pensar. Se acercó y la rodeó con sus brazos, sosteniéndola con firmeza.

—Shh… Está bien —murmuró, besando suavemente su frente—. No tienes que hablar de ello si no quieres. No te apresuraré.

Hermione no se alejó.

Se aferró a él, escondiendo el rostro en su pecho, y Edward la sostuvo como si fuera lo más frágil y precioso en el mundo.


Después de ese día, algo cambió entre ellos.

Edward lo notó en los pequeños detalles.

Hermione ya no se apartaba cuando él intentaba tomar su mano.

Cuando pasaba junto a ella, sus dedos rozaban los de él, y Edward no podía ignorar la corriente de electricidad que lo recorría cada vez que eso sucedía.

Cuando estaba distraída, él besaba su frente, y ella cerraba los ojos por un instante, como si encontrara consuelo en el gesto.

Edward sabía que estaban construyendo algo, lento pero seguro.

Y lo único que podía hacer era esperar que Hermione estuviera lista para compartir su historia con él. Cuando llegara ese momento, él estaría ahí

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