El último suspiro de la noche

Harry Potter - J. K. Rowling Twilight Series - All Media Types Twilight Series - Stephenie Meyer Twilight (Movies)
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El último suspiro de la noche
Summary
Se sentó en el viejo catre, abrazándose las rodillas. Cerró los ojos y trató de ignorar el eco de la voz de Harry en su mente."Es solo hasta que pueda volver con él."Se repitió una y otra vez.Pero no podía evitar sentir que esa posibilidad se alejaba cada vez más.. . .Antes de que pudiera moverse, otro hechizo golpeó su bolsillo trasero.Hermione sintió un tirón desgarrador en su interior. Un remolino la envolvió. El mundo desapareció.Y Hermione Granger se desvaneció en el aire.. . .Detuvo el auto por un momento, frotándose el puente de la nariz, intentando encontrar las palabras correctas.Entonces, algo cambió.El bosque denso, iluminado únicamente por la luz de la luna, se rasgó con un destello brillante. Un remolino apareció de la nada, retorciendo el aire como una tormenta en miniatura.Un grito. Agudo. Desgarrador. Edward giró la cabeza bruscamente justo a tiempo para ver algo—o alguien—caer desde la nada.
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Entre la vida y la muerte

El Volvo plateado se detuvo bruscamente frente a la mansión Cullen. Edward bajó de un salto, sosteniendo con increíble delicadeza a la pequeña ninfa en sus brazos.

La sentía demasiado frágil.

Su respiración era errática. Su piel, fría y pegajosa por la sangre seca. Antes de que pudiera tocar la puerta, Esme la abrió apresurada.

—¡Oh, cielos! —Jadeó, llevándose una mano a la boca al ver la escena.

Edward no se detuvo.

—¡Carlisle! —Gritó, entrando con rapidez a la casa.

Los pasos de su padre resonaron en la escalera, y en segundos estuvo frente a él. No hizo preguntas. Con una mirada evaluadora, asintió y le indicó que lo siguiera a una de las habitaciones en la parte trasera de la mansión, un cuarto especialmente esterilizado para tratar emergencias.

Edward no soltó a la chica hasta que Carlisle le indicó que la colocara en la camilla. La vio estremecerse levemente bajo la luz fría del lugar.

Había algo horriblemente íntimo en ver su estado tan vulnerable.

Carlisle comenzó a revisarla de inmediato, moviéndose con rapidez y precisión médica. Edward no apartaba la vista de ella.

Su pequeña ninfa.

La había encontrado en el bosque, sangrando y rota. No podía dejarla sola ahora. Pero entonces, la voz firme de su padre lo sacó de su trance.

—Edward, necesito que salgas.

Edward se tensó al instante.

—No.

—Edward…

—No puedo alejarme de su lado.

La desesperación en su voz no pasó desapercibida. Carlisle suspiró, pero antes de que pudiera insistir, Esme intervino. Con un toque suave pero firme en su brazo, lo jaló fuera de la habitación. 

Edward quiso resistirse. 

Quiso pelear. Pero su madre lo sostuvo con más fuerza, mirándolo con dulzura y preocupación.

—Déjalo a él trabajar, cariño. Va a estar bien.

¿Y si no lo estaba?

Edward apretó la mandíbula, obligándose a quedarse junto a la puerta.

Esperando.

Escuchando.


Unos minutos después, sus hermanos llegaron a la mansión.

Alice fue la primera en percibir su tensión.

—Edward… ¿qué está pasando?

Edward no respondió. Su mirada estaba clavada en el suelo, su mente un caos.

Entonces, el sonido de una respiración entrecortada dentro de la habitación lo hizo tensarse aún más. Emmett, que estaba detrás de Alice, frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo, un gruñido bajo se escuchó en la sala.

Jasper.

Edward giró la cabeza bruscamente y vio cómo Emmett lo sujetaba por el brazo, reteniéndolo.

Los ojos de Jasper ardían en un negro hambriento, sus pupilas dilatadas.

Edward no había pensado en eso.

Había sangre en el aire.

Mucha.

—Llévatelo fuera, Emmett. —Ordenó Alice rápidamente, su voz tensa.

Emmett no dudó en arrastrar a Jasper fuera de la mansión.

Edward escuchó cómo Rosalie chasqueaba la lengua con fastidio.

—¿Es en serio? —bufó—. ¿Ahora recogemos humanas moribundas?

Edward ignoró su comentario.

Pero entonces, Carlisle llamó a Rosalie desde dentro de la habitación.

—Necesito tu ayuda.

Rosalie frunció el ceño, pero entró sin rechistar.

Edward se pegó más a la puerta, escuchando cada palabra.

La voz de Rosalie sonó extrañamente preocupada.

—Su ropa… está destrozada.

Edward cerró los ojos con fuerza. Sabía eso. Lo había visto.

—Los cortes no son superficiales. —Dijo Carlisle con voz profesional—. La laceración en el brazo es profunda, y la pierna está malherida. Está perdiendo demasiada sangre.

Edward sintió un nudo en la garganta.

—Y… —Rosalie hizo una pausa—. Hay una cicatriz.

Silencio.

—¿Cicatriz? —preguntó Carlisle.

—Sí. —Dijo Rosalie en voz baja—. Es… extraña. No es como las cicatrices humanas normales. Es morada, con la textura de cristales. Parece partirla en dos… Justo cerca de las costillas.

Edward sintió algo oscuro y espeso retorcerse en su pecho.

¿Qué le habían hecho?


Las horas pasaron lentamente.

Carlisle y Rosalie no salieron de la habitación ni un segundo.

Edward no se movió de la puerta.

No había hablado con Alice. No había respondido a Emmett. No había prestado atención a nadie más.

No podía pensar en nada más que en la pequeña ninfa.

Entonces, su madre se acercó a él.

—Deberías ir a cazar.

—No.

—Edward…

—No pienso dejarla.

Esme suspiró.

Edward sabía que ella entendía que algo dentro de él había cambiado.


El amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonos suaves cuando la puerta finalmente se abrió.

Edward se enderezó de inmediato.

Carlisle parecía agotado, pero su expresión era tranquila.

—Está estable.

Edward sintió algo en su pecho aflojarse de golpe.

Sin esperar más, entró a la habitación.

La vio.

Tendida en la camilla, con su piel pálida aún más contrastada por la luz fría. Su pequeño cuerpo estaba conectado a múltiples monitores, su respiración suave pero constante. Su pecho subía y bajaba lentamente. Sus rizos castaño miel estaban esparcidos sobre la almohada, desordenados y rebeldes.

Edward se sintió roto. Si tuviera corazón, en ese momento se habría quebrado en mil pedazos.

Se acercó sin hacer ruido, tomando su mano fría entre las suyas.

—Estás a salvo ahora… —murmuró, más para sí mismo que para ella.

No pensaba dejarla sola.

No otra vez.

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