Ramitas de tanaceo

Harry Potter - J. K. Rowling
F/M
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Ramitas de tanaceo
Summary
Hace nueve años, Hermione Granger ideó un plan para convertirse en Ministra de Magia cuando cumpliera 60 años. Como parte de ese plan, sabía que necesitaba un marido y dos hijos para convencer al público para apoyarla.Ahora, a punto de cumplir los treinta y cuatro, sigue soltera, aunque no por falta de ganas. Se cuestiona su método para salir con chicos a medida que sus amigos se alejan, sus padres envejecen, su edad fértil llega a su punto álgido y los objetivos profesionales que se marcó a los veinticinco empiezan a ser más difíciles de alcanzar. Sabe que necesita cambiar algo, pero es más fácil decirlo que hacerlo cuando Draco Malfoy no la deja en paz.En cuanto a Draco, no existe nada más seductor que una Hermione Granger furiosa y por eso lleva diez años tomándole el pelo. Solo cuando se le ocurre su mejor idea y consigue que lo asignen como su guardaespaldas para un evento en el que no es necesario, es cuando empieza a descubrir quien es ella realmente. Es algo más que una hermosa bruja con un temperamento feroz. Es imperfecta, solitaria y está empezando a agotarse.Draco sabe que puede ayudarla. Lo único que necesita es que ella diga que sí primero.
Note
Disclaimer Este fanfic está basado en el universo de Harry Potter, creado por J.K. Rowling y propiedad de Warner Bros. Entertainment Inc. No poseo los derechos de los personajes, escenarios o elementos originales de la franquicia. Este es un trabajo creado por fans, sin fines de lucro.La historia pertenece a Beforetherealbook, el título original es Srings of Tansy. Ella y J me dieron el permiso par realizar la traducción, que espero que esté a la altura de la historia.
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La dama de hierro

Hermione — 17 de abril de 2013

 

Lo que llamamos el principio a menudo es el fin
Y llegar al final es llegar al principio.
El fin es el lugar del que partimos.

Morimos con los moribundos:
Mira, ellos se van y nosotros con ellos.
Nacemos con los muertos:
Mira, ellos vuelven y nos traen con ellos.
El momento de la rosa y el momento del tejo
Tienen la misma duración. Un pueblo sin historia
No se redime con el tiempo, porque la historia es un patrón
de momentos atemporales. Así, mientras la luz falla
En una tarde de invierno, en una capilla aislada
La historia es ahora y en Inglaterra.

Con el tiempo de este Amor y la voz de esta Llamada

No cesaremos la exploración
Y el fin de toda nuestra exploración
Será llegar a donde empezamos
Y conocer el lugar por primera vez.

 

Little Gidding (1942) de Four Quartets

T.S. Eliot (1888-1965)

 

Hermione leyó el poema que estaba al principio del programa y frunció el ceño. Era apropiado para un acontecimiento como éste, suponía. Por supuesto que lo era. Ningún país occidental realizaba las ceremonias como los británicos. Estaba segura de que consideraron todos los poemas importantes del repertorio británico, antes de llegar a éste como la opción perfecta para el acontecimiento histórico que tenía lugar ese día.

Eliot era una buena elección. Creaba ambiente y daba al público algo en lo que pensar mientras esperaban a que todo comenzara.

Estaba sentada bastante cerca de los asientos delanteros, aunque todavía había varios bancos delante de ella que estaban casi vacíos. Escuchó el órgano y el coro, siguiendo el programa mientras una docena de notas sonaban durante el preludio. El funeral comenzaría exactamente a las once, pero el cortejo empezaría a las diez. Estaba allí como invitada y no formaba parte de ninguna comitiva —todavía no—, por lo que se sentó con más de una hora de antelación. 

Le daba tiempo de sobra para reflexionar sobre Eliot.

En cuanto su reloj marcó las diez, las cosas cambiaron a su alrededor y comenzó el cortejo. Permaneció sentada, tal y como pedía el programa, mientras los jefes de estado y los miembros del cuerpo diplomático tomaban asiento. Algún día, dentro de muchos años, Hermione formaría parte de aquel grupo, estaba segura. Vio a Kingsley Shacklebolt entrar con ellos y una cabeza rubia y familiar lo siguió, lo que hizo que Hermione arrugara la nariz. Draco Malfoy vestía como si fuera algún tipo de lord. En realidad, sabía que no era nada más que el guardaespaldas de Kingsley. 

Se suponía que lo elegían para estos eventos porque su magia sin varita era bastante avanzada y era poco probable que provocara un problema con el Estatuto del Secreto si tenía que utilizarla. El hecho de que fuera el único auror lo bastante arrogante y rico como para pasar desapercibido en un evento así lo convertía en la elección obvia. Kingsley no tenía que asistir a este tipo de cosas muy a menudo, pero siempre que lo hacía el jefe del departamento de aurores , Gawain Robards, elegía a Malfoy como el auror asignado. Resopló al ver que él llevaba un frac, como todos los demás hombres muggles y hasta parecía llevar insignias militares en el abrigo. 

Era ridículo y se sintió incómoda al darse cuenta de que los asientos de Kinsgley y él estaban bastante cerca del suyo, solo tres pasillos más arriba y una fila por detrás de la parte delantera de su asiento. Agachó la cabeza mientras pasaban y se sintió aliviada de que pareciera no percatarse de su presencia. Aunque no era religiosa, alzó una plegaría para que siguiera sin notarla durante todo el acto. 

Después de todo, estaban en la catedral de San Pablo. Si Dios existía, seguro que la podía oír ahora mismo.

Volvió a mirar su programa y, diez minutos después, los líderes religiosos del mundo se sentaron. Cinco minutos después llegó el Presidente de la Cámara y David Cameron, el actual Primer Ministro. Lo observó atentamente mientras pasaba. Ella tenía un asiento en el pasillo, lo que le daba una vista fantástica, pero él no la miró al pasar por su lado. Por supuesto que no. Hermione nunca antes lo vio en persona. 

Cuando el Primer Ministro pasó junto a Kinsley, se saludaron con la cabeza. Entonces, para su consternación, el Primer Ministro pareció asentir también a Malfoy y Hermione arrugó la nariz.

« ¿Se conocen? Seguro que no. Me habría enterado si lo hubieran hecho …»

Frunció los labios, aunque volvió a concentrarse en el programa cuando entró el arzobispo de Canterbury, junto con varias personas más y llegó el momento de ponerse de pie al empezar la procesión religiosa. Hermione echó los hombros hacia atrás y se enderezó, sus ojos atraídos involuntariamente hacia los dos hombres altos que estaban tres filas delante de ella y al otro lado del pasillo. Kingsley era imponente, siempre lo fue. Hizo un trabajo extraordinario para consolidar el poder y mantenerlo durante todos estos años y, en su fuero interno, creía que tenía los medios para convertirse en el Ministro de Magia más longevo si así lo decidiera. Lo respetaba por su capacidad para unificar a grupos dispares y desmantelar poco a poco a los puristas de sangre, al tiempo que evitaba que la economía colapsara después de la caída de Voldemort. Aunque no siempre estaba de acuerdo con sus políticas, era indudable que el mundo de los magos florecía bajo su mandato, una vez que se estabilizó y los guió a través de los años tan difíciles que siguieron inmediatamente a la guerra.

Malfoy estaba a la izquierda de Kinglsey y era incluso más alto que el Ministro de Magia. Siempre fue alto, pero se desarrolló tardíamente y dio un estirón después de la guerra que lo hizo serlo casi tanto como Ron, con el pecho y los brazos bastante anchos. Su pelo de un rubio pálido brillaba a la luz de la catedral como un faro. Incluso desde su posición ventajosa, podía ver que su chaqueta y su frac se le ajustaban a la perfección. Las mujeres en el pasillo detrás de él claramente pensaban lo mismo, basándose en la forma en que inclinaban la cabeza para mirar sutilmente su culo.

Hermione puso los ojos en blanco cuando la música comenzó, indicando la llegada de la persona más importante del día, aparte del invitado de honor, por así decirlo.

Su Majestad, la reina.

Hermione no era una acérrima monárquica, ni mucho menos, pero como la mayoría de sus compatriotas —y mujeres, por supuesto— sentía una enorme debilidad por la reina Isabel II. La mujer era prácticamente una institución en sí misma y tenía la extraordinaria habilidad de permanecer muy por encima de los escándalos y la política, incluso cuando su propia familia se veía envuelta en estos.

Hoy la acompañaba su marido, el duque de Edimburgo, y a Hermione se le cortó la respiración cuando la reina pasó al alcance de su mano. Sus miradas se cruzaron y sintió que el tiempo se detenía.

Por una fracción de segundo, no se sintió como una mujer en la flor de la vida que ayudó a ganar una guerra hacía quince años. Se olvidó de sus propias aspiraciones políticas, que algún día harían que su funeral fuera igual de grandioso. En lugar de eso, se sintió como una niñita, mirando a una mujer que parecía saberlo todo sobre el mundo y sobre todas las personas que lo habitaban. Sintió que la reina captaba detalles sobre ella en un instante y que sacaba conclusiones sobre Hermione mientras lo hacía. Se sintió extrañamente desnuda, hasta que una leve sonrisa cruzó los labios de la reina y ésta volvió a girar la cabeza hacia delante.

Desapareció después y el extraño momento terminó. Hermione dejó escapar una exhalación, hasta que vio un segundo par de ojos que la miraban fijamente, ignorando por completo a la reina que pasaba ahora a su lado. Aquellos ojos eran del color de las nubes de tormenta y parecían burlarse de ella, como de costumbre.

Malfoy no se esforzaba en ocultar que la estaba examinando. Sus ojos estudiaron el tocado negro que llevaba en el pelo, sujeto a un lado de sus rizos, recogidos hacia atrás. Tenía una pequeña redecilla y algunas plumitas, pero nada tan alto como para impedir que quienes estaban detrás de ella observarán. Entonces le vio echar un vistazo a sus ojeras, donde llevaba unos pendientes de perlas y diamantes y luego su collar de perlas. Hoy llevaba un collar doble. Hermione supo que era la elección correcta cuando vio que la reina también llevaba un collar de dos vueltas, en lugar del habitual de tres vueltas. Su collar era elegante, formal y, al mismo tiempo, discreto. Estas perlas, junto con los pendientes a juego, eran reliquias familiares y posiblemente las joyas más bonitas que poseían ella y su madre. Compartían las perlas siempre que surgía una ocasión para lucirlas y este acontecimiento, sin duda, lo justificaba. 

Los ojos de Malfoy se dirigieron a la solapa de su vestido, donde lucía un brochecito de diamantes con la forma de un lirio. Era una reliquia de los Potter y perteneció en su día a la propia Lily Potter. James se lo regaló el día de su boda y Harry se lo dio a Hermione después de la guerra. Dijo que era como su hermana y que su madre querría que su hermana lo tuviera. Hermione todavía lloraba ligeramente cada vez que recordaba ese momento y lo llevaba a menudo en recuerdo de todo lo que compartieron juntos hacía tantos años. De hecho, Malfoy pareció asentir para sí mismo cuando reconoció el broche antes de que sus ojos siguieran bajando.

Se obligó a no sonrojarse cuando él se fijó en su vestido sastre negro, de mangas largas, por supuesto, que se ensanchaba en la cintura y le llegaba justo a la altura de la rodilla. Sus ojos se deslizaron por los guantes negros de encaje que llevaba puestos, por sus medias de seda negra y zapatos, de punta cerrada, por supuesto, con tacones altos y bastante finos.

La volvió a mirar y enarcó una ceja. Hermione apretó la mandíbula y deseo que el calor de sus mejillas desapareciera. Hoy estaba perfecta o, al menos, eso creía. En cuanto se enteró de la noticia, investigó a fondo y se apresuró a encargar el vestido a medida para el evento. Seguro que no podía encontrarle defectos así. Maldita sea, se parecía a casi toda la nobleza menor que la rodeaba. Y, sin embargo, algo en aquella ceja y en su sonrisa burlona al verla sonrojarse hizo que Hermione empezará a sudar.

No sabía por qué la miraba así. ¿Era por el tocado? ¿Sus perlas perdieron su brillo? ¿Se equivocó con la tela del vestido? ¿Tal vez eran por los guantes?

Apretó las manos alrededor de su programa, miró a los lados y de repente se dio cuenta de que la mayoría de las mujeres no llevaban guantes. Pero la reina llevaba guantes, así que eso era señal de que eran apropiados. 

No sabía en qué se equivocó, pero estaba segura de que a él le parecía que le faltaba algo.

De repente se sintió como una plebeya y lo odiaba.

Apartó los ojos de él y volvió a centrarse en la procesión. El ataúd no tardaría en llegar y, seguramente, incluso Malfoy tendría los modales suficientes para prestarle atención. Después de todo, sus modales supuestamente impecables y su magia sin varita eran la única razón por la que Robards insistía en asignarle trabajos como aquel. Puede que Malfoy no conociera el mundo muggle tan bien como Hermione, pero conocía el lujo, la riqueza y la aristocracia. 

Al parecer, la realeza muggle era bastante similar a la mágica.

Volvió a mirarlo y comprobó que ya no la miraba fijamente, sino que mostraba una expresión adecuadamente solemne mientras pasaba el féretro. Lo llevaban miembros de las fuerzas armadas y estaba cubierto con la bandera británica, junto con un asombroso despliegue de rosas blancas.

La fastuosidad y la elegancia bastaban para que Hermione se sintiera sorprendentemente emocionada.

No era que a Hermione le importara especialmente Margaret Thatcher, cuyos restos llenaban aquel ataúd. De hecho, sospechaba que eran muy pocos los que apreciaban a una mujer que llegó tan alto. Puede que no fuera justo, pero era cierto. Las mujeres poderosas siempre eran criticadas, mucho más que los hombres.

En la opinión personal de Hermione, Margaret Thatcher fue demasiado conservadora y, por supuesto, bastante controvertida. No le sorprendía, porque los primeros ministros siempre suscitaban polémicas de un tipo u otro. Pero tampoco cabía duda de que destrozó techos de cristal y se ganó el apodo que le dieron los rusos: «la Dama de Hierro».

Dejando a un lado la política, era obvio para Hermione que Margaret Thatcher fue feroz, ambiciosa, inteligente y despiadada. No podía ser otra cosa si quería cumplir su destino y convertirse en la primera mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra de Gran Bretaña. Incluso sobrevivió a Winston Churchill y se convirtió en la Primera Ministra más longeva del siglo XX. Y mientras veía cómo la enterraban, sintió cómo se encendía la chispa de su propia ambición.

Porque Hermione Granger iba a convertirse en Ministra de Magia algún día. Llevaba casi nueve años trabajando para conseguirlo.

Hermione no decidió convertirse en Ministra de Magia en el momento en que Voldemort cayó. De hecho, durante un tiempo pensó que las criaturas mágicas eran su verdadera vocación. Al terminar sus estudios en Hogwarts después de la guerra, se unió al Ministerio ligeramente a regañadientes. Todavía se sentía un poco resentida por los funcionarios que permitieron que se aprobaran políticas contra los muggles durante la guerra, pero sabía que el mejor lugar para cambiar el gobierno era desde dentro. 

Por desgracia, su carrera en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas resultó increíblemente frustrante, ya que sus políticas fueron bloqueadas una y otra vez. Lo único que consiguió en cinco años fue promulgar una ley que castigaba el abuso de los elfos domésticos con una breve estancia en Azkaban. Desearía estar orgullosa de aquella ley, pero no lo estaba. La ley carecía de fuerza, porque alguien tenía que denunciar el abuso directamente, a los elfos domésticos que estaban vinculados —y, por lo tanto, los más propensos a sufrir abusos— siempre se les podía ordenar que se callaran.

Ni una sola persona fue arrestada bajo esa ley desde que entró en vigor y era tan desmoralizante que Hermione supo que necesitaba una posición más fuerte, más poder, algo más que le diera la base que necesitaba para un cambio real. 

El día de su veinticinco cumpleaños, se sentó con una copa de vino y un trozo de pergamino para escribir su objetivo en la parte superior:

Quiero ser Ministra de Magia.

A partir de ahí, elaboró una lista de objetivos a corto plazo, porque semejante hazaña no se lograría de la noche a la mañana. De hecho, probablemente no se lograría en las próximas dos décadas. Hermione decidió que podía vivir con eso. Pero era una persona orientada a objetivos y necesitaba un plan que la llevara del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas al despacho del Ministro de Magia.

Elaboró el plan y empezó a ejecutarlo. Solicitó varios traslados laterales en el Ministerio de Magia y los realizó, por lo que ahora ocupaba un prestigioso puesto en el DMLE que servía de enlace con el gobierno muggle , especialmente en el ámbito de la seguridad nacional. Su puesto se encontraba suspendido entre ambos gobiernos y ésa era la única razón por la que la invitaron al funeral de hoy.

No siempre fue un camino de rosas. A veces la energía de Hermione decaía y necesitaba que le recordarán por qué seguía deseándolo tanto. Pero, inevitablemente, siempre que se cuestionaba sus decisiones vitales, surgía algo que reforzaba el objetivo original que se marcó a los veinticinco años. Asistir a un funeral de estado por la primera mujer Primer Ministro era precisamente el tipo de cosa que hacía que volviera a centrarse en el premio: su propio ascenso al equivalente mágico de este cargo.

A Hermione le dolían los pies mientras seguía de pie durante las oraciones iniciales y un himno, antes de que por fin les permitieran sentarse de nuevo para escuchar las lecturas.

Cuando David Cameron se puso en pie para realizar la segunda lectura, podría jurar que sus ojos se desviaron hacia Kingsley y Malfoy, que parecía enderezarse en su banco ante la atención. Una vez más, Hermione soltó un resoplido irritado.

Las palabras la inundaron y pronto llegó el momento de levantarse de nuevo. Esta vez el himno era uno de sus favoritos y le produjo escalofríos oírlo cantado por más de dos mil voces en la enorme catedral.

 

Amor Divino, que a todos los amores supera, 

Gozo del cielo, a la tierra desciende, 

Fija en nosotros tu humilde morada, 

Corona todas tus fieles misericordias. 

Jesús, tú eres toda compasión, 

Amor puro e ilimitado tú eres; 

Visítanos con tu salvación, 

Entra en todo corazón tembloroso.

 

Hermione cantó con su tono de soprano, quizá más alto de lo que pretendía, pero no era capaz de evitarlo. Le encantaba cantar. Era algo que siempre le gustó y que, finalmente después de que terminara la guerra, se tomó el tiempo para aprender con instrucción formal. Tres filas más adelante, Malfoy se volvió y la miró con extrañeza, pero Hermione se negó a reconocerlo. Seguramente no podría distinguir su voz entre miles de voces. No lo miró mientras cantaba de memoria la segunda y la tercera estrofa.

Después llegó el momento de las oraciones y, entonces, se indicó a los asistentes que se arrodillaran o se sentaran. Hermione optó por sentarse, pero sus ojos se fijaron en Malfoy que, por alguna inexplicable razón, estaba arrodillado. No podía apartar los ojos de él, hasta que por fin llegó el momento de levantarse de nuevo.

Dios, los pies la estaban matando. Sin duda sus zapatos eran perfectos, pero no estaban hechos para estar tanto tiempo de pie. Se movió incómoda, justo cuando Malfoy volvía a mirarla. Le dirigió otra mirada burlona al verla mover los pies y, de algún modo, Hermione supo que él se daba cuenta de su incomodidad y se reía internamente de que se le olvidara utilizar un encantamiento amortiguador.

Después de lo que parecieron horas —Hermione miró el reloj y vio que en realidad pasó más de una hora—, por fin terminó el funeral. Por suerte, solo tenía que permanecer de pie mientras la procesión salía en sentido inverso, pasando primero la reina. Luego le permitieron sentarse mientras pasaban casi todos los demás, incluidos los jefes de Estado. 

Kingsley por fin la vio al darse la vuelta por primera vez. Le lanzó un guiño que la hizo sonreír un poco, pero ignoró la expresión divertida de Malfoy cuando pasó a pocos centímetros de ella. 

Aun así, no logró evitar el ponerse rígida cuando Malfoy alargó la mano y arrastró un dedo por el reposabrazos de su banco. Su anillo de sello brilló en la penumbra y sus ojos se fijaron en él sin que se diera cuenta. 

Sintió un ligero cosquilleo mágico y jadeó. 

Sus zapatos se ablandaron, ensanchandose ligeramente, y Hermione se obligó a no gemir de alivio. Pero sus ojos se cerraron automáticamente de satisfacción antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

Volvió a abrirlos de golpe y sus ojos se cruzaron con los de él. Se dio cuenta de que se encontraba estudiando su reacción porque parecía más divertido que nunca. Él no dijo nada, por supuesto, simplemente enarcó una ceja antes de marcharse. Dejó a Hermione aferrada a su programa, con su corazón latiendo inexplicablemente fuerte.

Era el comportamiento típico de Draco Malfoy.

Siempre le hacía ese tipo de cosas. Se burlaba constantemente de ella cada vez que se veía obligada a interactuar con él y, de vez en cuando, sorprendentemente, hacía algo muy amable por ella. La distraía y nunca sabía exactamente a qué atenerse con él. A Hermione no le gustaba sentirse desorientada y él parecía tener el don de ser la única persona capaz de desconcertarla tanto. Nunca sabía si iba a ser insultada o halagada, reprendida o salvada.

Tal vez Dios le habló hoy y por eso optó por ser útil con aquella sutil magia sin varita que provocaba la envidia de los demás aurores . Sin duda volvería a ser el mismo hombre irritante de siempre la próxima vez que lo viera en el Ministerio.

Hermione cerró los ojos mientras sus pobres pies se estiraban por primera vez en tres horas. Apartó de su mente la enloquecedora imagen de Draco Malfoy mientras contemplaba lo que se avecinaba esta noche: tenía una cita y esperaba —de verdad tenía esa esperanza— que por fin llegaría a alguna parte.

Porque sabía que tenía la determinación y la ética de trabajo necesarias para convertirse algún día en Ministra de Magia. Pero le faltaba algo para seguir adelante con su sueño: un marido.



******

 

Draco

 

Draco miraba la botella de vino que se encontraba en el centro de la mesa, preguntándose si valdría la pena el tiempo que tardaría en terminar un tercer vaso.

—¿Pero un funeral muggle , Draco? No lo entiendo. En primer lugar, ¿por qué Kingsley tenía que asistir a algo así?

—Ya te lo he dicho, madre. Era la Primera Ministra muggle . Kingsley fue invitado a asistir como homólogo del Primer Ministro Cameron.

—Pero ella no estaba en el poder cuando Kingsley asumió el cargo —insistió Narcissa—. Leí todo sobre ella en La Estirpe . ¿Sabías que tuvo una aventura con Albus Dumbledore? Esa es una de las razones por las que él era tan amante de los muggles .

—Eso no es cierto, madre —dijo Draco con un suspiro de sufrimiento.

La Estirpe se convirtió en la respuesta de los sangre pura a El Quisquilloso , que muchos consideraban demasiado liberal y favorable al régimen de Shacklebolt. Los artículos sobre extrañas criaturas mágicas disminuyeron un poco tras la jubilación del viejo Xenophilious Lovegood, pero Luna estaba decidida a continuar con la revista y aumentar su tirada. Se volvió bastante política en los últimos siete u ocho años, aunque todavía tendía a centrarse en teorías conspirativas y cosas que Draco estaba seguro de que no eran ciertas. Por otra parte, las exclusivas que Harry Potter concedía con bastante regularidad a El Quisquilloso contribuían sin duda a darle un aire de legitimidad, a pesar de que Luna intentaba desde hacía poco tiempo resucitar la llamada Conspiración Rotfang .

Desde el punto de vista de Draco, La Estirpe no era mejor que El Quisquilloso . Ambas tendían a publicar tonterías, solo que desde puntos de vista diferentes. Su madre, sin embargo, devoraba cada página de aquella revista y se lo creía todo. Rara vez podía convencerla de que las tonterías que insistía en leer no eran ciertas.

—¿Por qué dices eso, Draco?

—Porque Dumbledore era gay. Te aseguro que no le habría interesado.

Se oyó el ruido del tenedor de su madre.

—Dumbledore era… —se interrumpió.

Draco puso los ojos en blanco.

—Sí. Todo el mundo lo sabía.

Narcissa empezó a balbucear, por lo que Draco hizo un raro y silencioso ruego a su padre.

—Escuché rumores similares, querida —dijo Lucius con el ceño fruncido—. Pero, por supuesto, uno nunca sabe qué creer.

La expresión de Narcissa se aclaró al oír eso.

—Claro que los rumores son simplemente eso. Estoy segura de que La Estirpe tiene razón. Nunca se equivocan.

«Siempre se equivocan» , pensó Draco con ironía. Volvió a mirar el vino y decidió que podía tomarse su tercera copa en casa. No merecía la pena.

—Bueno, en ese sentido, me temo que debo irme —dijo, mientras se levantaba de la mesa—. Enviaré una lechuza cuando sepa mi horario para el próximo mes.

Sus padres se levantaron también, su madre parecía un poco disgustada. Su pelo rubio empezaba a tener vetas plateadas y se le comenzaban a formar arrugas en el entrecejo, acentuadas por el ceño fruncido que le dirigía en ese mismo instante.

—Me gustaría que volvieras a casa, Draco —dijo—. La mansión no es lo mismo sin ti.

Draco se acercó a ella y le dio un beso conciliador en la mejilla, como de costumbre.

—Lo sé. Pero no es sensato con mis horas de trabajo, ya lo sabes. Estoy bastante contento con mi nuevo piso.

Tenía más de un año con el «nuevo» piso, pero en la mente de sus padres no era más que una inoportuna caja rectangular formada por otras cajas rectangulares en su interior. Les parecía una monstruosidad moderna comparada con la mansión.

Aunque nunca se molestaron en visitarlo para comprobar si sus suposiciones eran correctas.

Su madre suspiró.

—Ojalá no trabajaras, Draco. Ya sabes lo que opino.

—Lo sé —dijo Draco, repitiendo ahora la misma conversación que mantuvo con Narcissa docenas de veces desde que se convirtió en auror hacía más de diez años—. Pero me encanta mi trabajo. Me mantiene ocupado. Ha ayudado a restaurar el apellido Malfoy.

Como era de esperar, Lucius resopló y ésa fue la señal de Draco. 

—Como ya he dicho, avisaré por lechuza para nuestra cena habitual del mes que viene. Debo irme. Tengo que escribir mi informe sobre el funeral de hoy.

Narcissa frunció los labios pero asintió una vez, mientras Lucius se apoyaba en su bastón y acompañaba a Draco hacia la sala de flu. 

—Hijo —dijo cuando se detuvieron junto a la chimenea de la sala de flu. 

Draco enarcó una ceja en señal de interrogación.

—Si insistes en mantener este estilo de vida de soltero que llevas, en algún momento no tendré más remedio que pasarle todo a Teddy. Todavía no es mayor de edad, por supuesto…

—Acaba de cumplir quince años, padre —dijo Draco, poniendo los ojos en blanco.

—Sí, soy consciente, pero eso significa que será mayor de edad en un par de años. Hay que ocuparse de la finca y no voy a esperar eternamente. Me estarás forzando la mano si no llegas pronto a una decisión.

Draco le devolvió una mirada pétrea. A decir verdad, no le importaba que todo fuera a parar a Teddy cuando Lucius muriera. Adoraba a su primo pequeño. Pero también sabía que él no quería las presiones con las que Draco creció. Se lo dejó claro hacía mucho tiempo. Draco trató de desviar la atención.

—Tengo treinta y dos años, padre —dijo poniendo los ojos en blanco.

—Casi treinta y tres —señaló Lucius.

—En un par de meses, sí —reconoció Draco.

—Y hace años que no traes a una mujer a casa para que la conozcamos.

Draco sintió que se le crispaba un músculo de la mandíbula.

—No, no la he traído.

—Solo puedo concluir que se debe a que sigues repartiendo tus favores —dijo Lucius con brusquedad.

Se obligó a no poner los ojos en blanco. A decir verdad, no estaba haciendo tal cosa. No tenía una relación, ni siquiera casual, desde hacía bastante tiempo. Era cierto que una vez fue un picaflor, como solían ser los jóvenes veinteañeros, pero con el tiempo eso perdió su atractivo. Sin embargo, Lucius escuchó los rumores y seguía creyendo que era cierto, aunque Draco no hiciera nada más que flirtear con una mujer atractiva en los últimos tres años.

Sin embargo, sabía que era inútil negarlo. Lucius nunca le creería.

—Soy un hombre sin ataduras. Tengo derecho a ver a quien me plazca.

—Esa no es la cuestión, hijo, y lo sabes —insistió su padre—. A estas alturas aceptaría a casi cualquiera con tal de que trajeras una bruja a casa.

Draco le dedicó una sonrisa tensa.

—Ya veremos.

Lucius frunció el ceño.

—No quiero pasarle las propiedades a Teddy. Admito que me he encariñado con el chico a lo largo de los años, pero no eres tú. No es mi hijo. La finca debería ser tuya. Es tu derecho de nacimiento, tu deber.

Draco suspiró.

—Soy consciente, padre. Me lo has estado diciendo toda mi vida.

—Entonces encuentra a alguien, Draco. Deja de acostarte con cualquiera. Sienta la cabeza. Conviértete en padre. Merlín, hasta aceptaría a un mestizo si eso fuera necesario para mantener tu interés.

Involuntariamente, la imagen de las plumas junto a la redecilla negras sobre un tocado pequeño y casi caprichosamente confeccionado y un collar de perlas flotó en su mente antes de que cerrara de golpe sus escudos de oclumancia para que su padre no se diera cuenta.

—Si alguna vez traigo a casa a un hijo de muggles , tendrás que limpiar tu vocabulario —dijo Draco con ironía. 

A Lucius se le ensancharon las fosas nasales.

—Bueno, desde luego no sería mi preferencia —declaró—. Pero si insistieras en una sangre… hija de muggles no te lo impediría, ya no. Aceptaría a casi cualquier bruja si eso significa que te quedarás con la finca.

Draco puso los ojos en blanco.

—Bien.

—¿Bien? —matizó su padre—. ¿Significa eso que lo considerarás?

—Nunca dejé de considerarlo, padre —respondió Draco—. De verdad —añadió, tras ver la mirada escéptica de Lucius—. Pero no es culpa mía que la mayoría de las mujeres de mi entorno estén casadas, desesperadas o sean prácticamente unas niñas. No puedo salir con mi ayudante, como sugería mamá el mes pasado. Solo lleva un año fuera de Hogwarts.

El ceño de Lucius se frunció aún más.

—¿No hay nadie que haya captado tu interés? ¿Nadie en absoluto?

Esta vez Draco vio un broche de diamantes y unas piernas enfundadas en medias de seda que terminaban en el par de tacones más precarios que vio en su vida. Subió más que nunca sus muros de oclumancia .

—No —dijo simplemente.

Lucius pareció desinflarse.

—Pues no te rindas todavía, hijo. Seguro que hay alguna bruja que puedas tolerar. Llegados a este punto, quizá deberías casarte con la próxima con la que disfrutes acostándote. Al menos así cumplir con tu deber no será una carga y, como siempre nos dices que trabajas tanto, no tendrás que pasar tiempo real con ella.

Draco hizo una mueca, pero se limitó a inclinar la cabeza para poder salir de allí. Esta conversación con Lucius se venía repitiendo en distintas ocasiones desde hacía un par de años, haciéndose cada vez más desesperante. Sabía que la paciencia de su padre se agotaba si le sugería una hija de muggles .

Aunque seguramente no se refería a ESA hija de muggles…

No es que Draco necesitara la aprobación de Lucius para salir con una hija de muggles , en absoluto. Lo que ocurría era que la hija de muggles más interesante en su vida era también la más difícil y hacía años que se dio por vencido. 

Draco tenía ojos, como cualquier otro hombre cuya mirada se perdiera tras Hermione Granger, con sus tacones muggles repiqueteando sobre los suelos de mármol del Ministerio de Magia y su pelo prácticamente levitando por la magia residual que siempre parecía rodearla. Superó sus prejuicios sobre su estatus de sangre durante la guerra y, aunque tardó unos años, acabó trabajando cerca de ella en el Ministerio de Magia. Después de una disculpa incómoda, pero muy sincera, se sintió atraído por su órbita cada vez más a menudo gracias a los amigos que ahora tenían en común. Un día se armó de valor y le preguntó si quería tomar un café con él. Fue algo casual, por supuesto. Pero ella lo rechazó con firmeza y volvió a rechazarlo por segunda vez cuando lo intentó de nuevo unos meses después. 

Draco no era tonto. Sabía captar una indirecta. Le fastidiaba que ella nunca le concediera la cortesía de treinta minutos de su tiempo y una taza de café, pero no lo hizo. Así que renunció a cualquier vana esperanza que tuviera de que quizás pudieran empezar algo juntos, y su relación —si es que se la podía llamar así— se deterioró como resultado.

No, definitivamente ninguna hija de muggles vendría a visitar la mansión Malfoy.

—Lo tendré en cuenta, padre —dijo Draco, mintiendo entre dientes. 

Lucius asintió con firmeza, antes de alejarse y hacer una pequeña mueca de dolor.

—¿Qué pasa? —preguntó Draco con preocupación. 

Lucius se limitó a hacerle un gesto con la mano.

—Nada. Una rodilla mal, ya lo sabes.

—Deberías hacértela mirar —dijo Draco por enésima vez.

Lucius se burló.

—Por favor. Ahórratelo. Todos los curanderos son unos charlatanes. ¿Sabes que últimamente están incorporando tonterías muggles a la curación mágica? Tu madre lo leyó todo en La Estirpe . Dicen que la tasa de mortalidad se disparó desde que empezaron a hacerlo. Voy a tener que ir a una de las nuevas clínicas privadas si alguna vez quiero ver a un sanador que practique la curación mágica de la manera correcta. San Mungo es una causa perdida.

Draco se obligó a no poner los ojos en blanco.

—Pues ve a una de esas clínicas nuevas, padre.

Lucius le hizo un gesto con la mano.

—Es una pérdida de tiempo. Solo es una rodilla. La puedo diagnosticar yo mismo, sé exactamente qué es. Simplemente es la vejez. Pero mientras esté en pie para ver el día de tu boda, no me importa si después soy un inválido.

Ahora Draco puso los ojos en blanco ante el dramático discurso de su padre.

—Bien. Entonces no veas a un curandero.

—No lo haré. La última vez que fui a uno me hicieron orinar en una taza. Tu madre jura que me manché los pantalones y me regañó durante días. No merece la pena.

Draco hizo una mueca de dolor y supo que debía retirarse antes de que su padre siguiera hablando de más.

—Le pediré a Theo que te envíe una poción especial para el dolor que usan los aurores , padre —dijo—. Tal vez sea útil.

Lucius le dio una palmada en el hombro.

—Eres un buen chico, Draco. Haz que Theo me envíe esa poción y luego búscate una esposa, ¿sí? Es lo único que te falta últimamente.

Draco le dedicó una sonrisa tensa a Lucius y cogió un poco de polvo flu. Lo arrojó al fuego y gritó su dirección, emergiendo en su oscuro piso del otro lado con un gran alivio.

Las cenas mensuales con sus padres empezaban a ser demasiado. Quería a sus padres. Siempre los quiso. Pero Merlín, si no se volvían difíciles a medida que envejecían. Su madre era demasiado crédula, su padre demasiado testarudo para hacer lo necesario para resolver la miríada de problemitas de salud que le aquejaban. El declive era lento, pero evidente, y en la actualidad Draco temía las cenas mensuales a las que seguía asistiendo como un hijo obediente. 

Esa era la verdadera razón por la que se mudó hacía varios años, yendo de piso en piso hasta que finalmente compró el que ocupaba ahora. Le encantaba. Mientras que la mansión era opulenta, tradicional y señorial, su piso era moderno y muggle , con acabados masculinos y líneas limpias. Tenía tres dormitorios bien equipados. Una era el dormitorio principal. El segundo era supuestamente para invitados, aunque en el año que llevaba viviendo allí no tuvo ni un solo huésped que se quedara a dormir y, de hecho, nadie más que él y un par de elfos entraron en este. El último dormitorio lo convirtió en un estudio. El edificio tenía varias plantas, con una hermosa vista sobre el Támesis, Draco ocupaba una de las cuatro unidades del último piso, de las cuales solo dos daban al río. Era un hallazgo excepcional y supo que tenía que ser suyo en cuanto entró.

Todos los pisos superiores eran muy grandes —de ahí el tercer dormitorio, una zona de estar más amplia, un baño principal y un armario más grandes—, o eso le dijeron. No era como si Draco conociera a sus vecinos de los pisos inferiores para tener un punto de comparación, dado que su chimenea estaba conectada a la red flu y nunca levantó las protecciones antiaparición alrededor de su piso. Nunca necesitó salir por la puerta principal para ir al trabajo o a cualquier otro lugar importante del mundo mágico. Incluso sus lugares habituales en el mundo muggle tenían puntos de aparición cercanos. Aunque hacía poco uso de las instalaciones del edificio y nunca asistía a actos sociales con sus vecinos, disfrutaba del espacio que era todo suyo y, sobre todo, de las vistas nocturnas. Cuando el tiempo era agradable, tomaba una copa en el gran patio privado. Había mamparas que le impedían ver el patio de sus vecinos, por lo que disfrutaba de la soledad mientras veía pasar el tráfico marítimo por el Támesis.

«Mreow», lo saludó la gatita blanca que saltó a su sofá de cuero. Draco le sonrió y le rascó la cabeza.

—¿Cómo te va, chica? Mejor que a mí, apostaría.

La gata —a la que, para su desgracia, Pansy llamó Bola de Nieve hacía varios años— ronroneó satisfecha y Draco se limitó a reírse. 

—Eres una cosita mimada, ¿verdad? Vete ya, antes de que me cubras de pelo de gato. Tengo que empezar con el informe.

Bola de Nieve le dio un último ronroneo antes de bajar de un salto y salir del salón, hacia el estudio de Draco, que él sabía que era su preferido. La siguió un momento para recoger su portátil antes de llevarlo a su dormitorio y encenderlo.

Se apoyó en el cabecero y empezó a escribir.

Estaba seguro de que prácticamente todas las personas de su vida se escandalizarían si supieran que podía utilizar tan bien un ordenador muggle . Pero después de observar un día los dedos de un muggle volando sobre las teclas durante una misión, Draco hizo algunas averiguaciones discretas. Aprendió lo suficiente sobre ordenadores como para sentirse muy intrigado, así que no pudo evitar comprar uno en cuanto se mudó a su primer piso muggle , varios años atrás. Tras unos meses de práctica meticulosa, aprendió a escribir a máquina, lo que hacía cada vez con mayor agilidad. Se acostumbró a mecanografiar sus informes en casa, ahora le resultaba mucho más rápido que manuscribir. Luego se limitaba a leérselos en voz alta a una vuelapluma para que los trasladara a tinta y pergamino para poderlos archivar en el Ministerio. Su rapidez y eficacia desconcertaba a los demás aurores , que seguían escribiéndolo todo a mano.

Draco pensó en el informe que tenía que realizar. Cada misión requería uno. Normalmente iban directamente a la mesa de Robards, pero sabía que el protocolo difería cuando la misión tenía lugar en el mundo muggle . Esos informes eran revisados por otra persona, alguien que estaba más familiarizado con el mundo muggle que Gawain Robards. Parte de su trabajo consistía en leer los informes de los aurores y comunicar las amenazas a los muggles si era necesario, a la vez que tomaba nota de cualquier actividad muggle sospechosa que dedujera del informe y de la que el auror de turno no se percatara.

Una lenta sonrisa cruzó el rostro de Draco mientras sus dedos empezaban a volar sobre el teclado. 

Después de una hora de trabajo, lo releyó una vez más, antes de que el golpe de la cama de sus vecinos contra la pared que compartían lo distrajera. 

Era una molestia, lo único de su piso que le disgustaba. Suponía que sus vecinos eran un matrimonio porque parecían tener relaciones sexuales de forma irregular, pero siempre era por la noche, antes de que se hiciera demasiado tarde. A Draco nunca le despertaban en mitad de la noche o a primera hora de la mañana los sonidos de aquel cabecero, suponía que estarían en un punto de su matrimonio en el que el sexo era un poco predecible y aburrido, por lo que lo practicaban más por sentido del deber que por verdadero deseo.

Aun así, era detestable cada vez que decidían echar un polvo. También sabía que tenían tres dormitorios. ¿No podían utilizar uno de los otros?

Suspiró antes de golpear la pared con el puño para pedirles que se callaran. Como de costumbre, funcionó y pronto cesaron los ruidos del cabecero, mientras volvía a concentrarse en su informe. En su boca se dibujó una sonrisa que creció hasta que empezó a reírse entre dientes. Bola de Nieve brincó sobre su cama, se acercó dando saltitos para investigar el inusual sonido de su humano riendo así y Draco alargó la mano para acariciarla.

—¿Qué te parece, chica? —preguntó—. ¿Me maldecirá esta vez?

Y ahora, como ocurría tan a menudo cada vez que decidía tomarle el pelo a Hermione Granger, la imagen de ella flotó en su mente. Pero esta vez, en lugar de levantar sus muros de oclumancia , dejó que sucediera. Su cerebro mezcló sus encuentros en el funeral de ese día en algo totalmente inventado, pero no menos honesto que la verdad.

Vestía de negro de pies a cabeza, lo que hacía resaltar las perlas y los diamantes que la adornaban. Su maquillaje era neutro y sus rizos estaban bien domados, mientras que aquel ridículo y fascinante tocado parecía flotar sobre su pelo. Draco pensó que parecía tan regia como su majestad la reina. Si no la conociera, diría que pertenecía a la nobleza, ya que tanto su vestimenta como su postura eran absolutamente perfectas. En su imaginación, ella inclinaba la cabeza con respeto y bajaba los ojos con una deferencia poco habitual mientras la Dama de Hierro pasaba a su lado. Entonces levantó la mirada hacia él, sus ojos parecieron arder con esa familiar mezcla de irritación, incertidumbre y un persistente deseo de probarse a sí misma ante el.

En cuanto a Draco, él también experimentó algo familiar: una respiración entrecortada, una ligera sequedad en la boca, las palmas de las manos, que solo le sudaban cuando ella estaba cerca, húmedas. Resolvió aquel malestar que ella le provocaba de la forma que siempre lo hacía.

La miró directamente a los ojos y sonrió satisfecho.

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