
El amor correspondido está sobrevalorado
El aire olía a leña recién encendida y a tierra helada. Hermione apareció justo al borde del camino de piedra frente a la Madriguera, envuelta en su abrigo mostaza y con el cabello recogido de forma práctica. A lo lejos, las siluetas de dos figuras se recortaban contra la escarcha.
Harry fue el primero en hablar.
—Vaya, la verdadera domadora de dragones ha llegado —dijo con una media sonrisa, los brazos cruzados y el gorro ladeado.
—Pensé que ya no venías —añadió Ron, con ese tono entre gruñón y bromista que usaba cuando no sabía cómo mostrar afecto sin parecer demasiado blando.
—Me adelanté para ayudar con la cena —respondió Hermione, acercándose—. Molly me pidió que revisara la salsa de arándanos antes de que Charlie la vuelva a arruinar.
—Como si eso se pudiera evitar —murmuró Harry.
Ron, sin previo aviso, le puso en las manos un paquete rectangular, envuelto en un papel negro con detalles metálicos.
—Esto es para ti —dijo con voz más baja.
Hermione lo miró, arqueando una ceja.
—¿Desde cuándo envuelven regalos como si fueran artefactos malditos?
—Desde que sales con uno —respondió Harry, sin inmutarse.
Hermione no pudo evitar una carcajada seca.
—Qué considerados.
—Para que vayas a juego con Malfoy —añadió Ron, con una sonrisa torcida—. Pero tranquila, no muerde. No demasiado.
Hermione desenvolvió el paquete con cuidado. Dentro había una libreta de cuero oscuro, con las iniciales H.G. grabadas con hechizos de ocultación que solo se veían bajo la luz de un encantamiento específico. En la primera página, una frase escrita con letra firme:
“Para lo que no puedes decir en voz alta.”
Hermione parpadeó. Por un momento, el sarcasmo se le congeló en la garganta.
—Chicos… es perfecta.
—Gracias por los guantes —dijo Harry, cambiando de tema con torpeza—. Son mejores que los que nos dieron en el equipo. Ron no se los quitó ni para cenar anoche.
—Fue para domarlos —gruñó Ron, pero sonreía.
Hermione los abrazó a ambos. Un segundo. Nada más. Suficiente para recordar quiénes eran, quiénes habían sido, y por qué siempre regresarían a eso.
—Vamos —dijo Harry—. La familia nos espera. Y también el espectáculo.
—¿El espectáculo?
—Charlie está en la cocina. Haciendo el “gran regreso” —dijo Ron, haciendo comillas con los dedos—. Deberías darte prisa si quieres evitar el momento incómodo.
—O no —dijo Hermione, enderezándose—. Tal vez es hora de no evitar nada.
Charlie removía el caldero con una cuchara de madera como si su vida dependiera de mantener la salsa a la temperatura exacta. Molly revoloteaba detrás de él, organizando platos, hechizos y gritos con la misma eficacia de siempre.
—Por Merlín, Charlie, no la quemes esta vez —le advirtió sin levantar la vista—. Y no olvides añadir la ramita de menta al final, no al principio.
—Sí, mamá.
Pero su atención no estaba en la menta. Ni en la salsa. Ni siquiera en el hechizo que mantenía los panecillos tibios. Estaba en el sonido de pasos que venían del recibidor. En esa voz.
Hermione.
Cuando entró, llevaba la bufanda que su madre le había tejido y el cabello algo más ordenado que de costumbre. Saludó a Molly con una sonrisa y dejó su bolso junto a la despensa como si nada. Como si no pasara nada.
Charlie, sin embargo, se quedó quieto por un segundo.
La observó recoger una cuchara y acercarse al caldero con seguridad. Revisó el contenido, hizo un gesto con la nariz y murmuró algo sobre las proporciones. Y todo eso, sin mirarlo. Como si él fuera parte del mobiliario.
¿Desde cuándo?
¿Desde cuándo camina así, con esa seguridad? ¿Desde cuándo le resultaba imposible ignorar el color de su boca cuando probaba la salsa?
Se sintió estúpido. Incómodo.
La última vez que Ginny le había insinuado que Hermione lo miraba con otros ojos, él lo había negado entre carcajadas.
—Jamás la vería como algo más —le había dicho, mientras limpiaba césped de sus botas—. Es Hermione. Es como tú, Gin.
Pero ahora…
Ahora Hermione se movía en esa cocina como si supiera exactamente quién era. Y no lo necesitaba. No lo buscaba.
Y él, que siempre la había tratado como una hermana menor, de pronto se preguntaba por qué recordaba con tanta claridad la vez que ella lo miró nerviosa, en verano, mientras él tallaba una escoba en el jardín. Por qué esa mirada lo había seguido en silencio durante meses.
¿Y por qué demonios pienso en esto si Aurélie me hace sentir como si todo lo demás fuera bruma?
¿Por qué justo ahora que empiezo a entenderme con ella, me doy cuenta de que miré mal a Hermione toda la vida?
Molly salió de la cocina, dejándolos solos.
Hermione no pareció notarlo. Estaba probando la salsa con el dorso de la cuchara. Se lamió los labios, pensativa, y luego le tendió la cuchara a Charlie sin mirarlo.
—¿Quieres probar?
Él la tomó, casi con torpeza. Probó. No sabía a nada.
—Está perfecta —dijo, aunque no era verdad. Aunque no podía pensar con claridad.
Hermione asintió y empezó a buscar las especias sin decir palabra. Como si ya no hubiera nada que hablar entre ellos. De hecho no lo había habido jamás
Y quizá, pensó Charlie, era cierto. Quizá todo lo que no dijeron en los años anteriores ya había quedado dicho con sus silencios.
Tras varios minutos de un vaivén dentro de la cocina Charlie no sabía por qué lo hizo. Tal vez fue el silencio, o el olor a canela que siempre lo ponía nostálgico. O tal vez fue simplemente el hecho de que Hermione ya no parecía necesitar explicaciones.
Pero aun así, las buscó.
—¿Y tú… estás bien con todo esto?
Hermione se giró ligeramente, sacando una bandeja de panecillos del horno con un hechizo. Lo miró por encima del hombro.
—¿Todo esto… qué?
Quería preguntar por su perdida relación que de hecho era inexistente porque jamás había ocurrido pero encontró la forma de desviar la conversación hacia otro lugar que también le interesaba
—Con Malfoy —dijo sin rodeos, dejando el nombre caer entre ellos como una piedra.
Ella parpadeó, pero no respondió de inmediato. Charlie siguió hablando, como si las palabras se le escaparan sin permiso.
—Es solo que… no me lo esperaba. Ustedes dos no parecen… —Se interrumpió, buscando una palabra que no sonara cruel—. Compatibles.
Hermione ladeó la cabeza, apoyándose contra la mesa.
—¿Compatibles cómo?
—Él viene de una familia que no te va a aceptar fácilmente. Sabes lo que piensan los Malfoy. Lo que siempre han pensado. Y tú… —Charlie apretó los dientes—, tú eres brillante, Hermione. Eres una de las personas más fuertes y extraordinarias que conozco. Mereces estar con alguien que te respete por completo. Que no tenga que luchar con quién eres para poder amarte.
Hermione lo observó en silencio. Ya no había dulzura en su expresión.
—¿Y qué te hace pensar que Draco no me respeta?
Charlie bajó la mirada, incómodo.
—Solo creo que hay magos allá afuera que estarían orgullosos de tenerte a su lado sin tener que cargar con ese lastre… ese linaje.
Hermione se cruzó de brazos. Su voz, cuando habló, no tembló.
—¿Sabes qué es curioso? Que tú digas eso justo ahora. No soy ingenua Charlie, se que Ginny te dijo lo que pensaba que sentía por ti. Así que me parece ridículo que justo tú, que nunca me viste como algo más que la amiga de tu hermana. Que nunca te fijaste en mí hasta que dejé de estar disponible. Me estés diciendo todo esto
—No es eso —dijo Charlie, aunque no sonaba muy convencido ni de sí mismo.
—Entonces, ¿qué es? ¿Te molesta que alguien como Draco Malfoy —el último que cualquiera hubiera esperado según tu criterio— me mire como nadie más lo hizo? ¿Por qué debería molestarte que me vea cuando tú no lo hiciste?
Charlie tragó saliva, sin saber qué decir.
Hermione continuó, más suave esta vez, pero con el mismo filo en la voz.
—Yo no necesito que alguien me “permita” ser parte de su mundo, Charlie. Mucho menos que me “acepte”. Draco me quiere como soy. Y si su familia no lo entiende, será su batalla, no la mía.
Charlie asintió, sin encontrar una respuesta. Por primera vez, Hermione no le hablaba como la niña inteligente que cocinaba en silencio a su lado. Le hablaba como una mujer. Y no una que estuviera pidiendo permiso para quedarse.
Hermione respiró hondo, tomó la bandeja de panecillos y, antes de salir de la cocina, dijo sin mirar atrás:
—Gracias por preocuparte. Pero ya no soy la misma chica que te miraba desde el jardín, Charlie. Y tú… tampoco eres quien creí que eras.
Charlie se quedó quieto, sintiendo el peso de lo no dicho y lo dicho demasiado tarde.
Hermione apenas había cruzado la puerta con la bandeja en las manos cuando escuchó su voz, más baja, más real.
—Hermione… espera.
Se detuvo. Cerró los ojos un instante antes de girarse.
Charlie no se movió de donde estaba, junto al caldero. Parecía más grande en esa cocina pequeña, como si el techo estuviera bajando para presionarlo. Pero había algo en su mirada que había cambiado: ya no era juicio, ni orgullo mal enfocado. Era humildad.
—No quería que terminara así —dijo—. No contigo.
Hermione sostuvo la bandeja contra su pecho. No era una barrera, pero casi.
—Entonces dilo bien.
Charlie asintió con lentitud. Dio un paso hacia ella, y esta vez su voz no tenía capas, ni ironías.
—Lo siento. De verdad. Me equivoqué al hablar así de él. No lo conozco, no como tú. Y supongo que… me asustó un poco ver que ya no eras la misma. Que creciste sin que me diera cuenta.
Hermione bajó la bandeja con cuidado sobre la encimera. Se acercó, sin miedo.
—Crecí, sí. Pero no sola. Draco… —pausó, buscando la palabra justa—, Draco ha sido una especie de espejo retorcido. Me ha obligado a mirarme con otros ojos. Me ha mostrado cosas que no sabía que necesitaba ver.
Charlie la escuchaba sin interrumpir.
—No es perfecto. Ha tenido sus luchas, como yo. Pero no me exige que sea menos para que encaje en su mundo. Me desafía. Me admira. Y… me quiere a su manera.
Charlie asintió, con la mandíbula apretada. Y entonces Hermione le sonrió, apenas, como quien no quiere herir, pero sí cerrar aquel ciclo de la mejor manera.
—Es un hombre inteligente —dijo Hermione—. Recuerda quién fue su tutora. Una bruja a la que sé que admiras mucho.
Charlie soltó una risa suave, resignada. Bajó la cabeza y negó con la cabeza.
—Aurélie… sí. Tiene una mente afilada como una navaja. A veces creo que puede leerme con solo una mirada.
—De seguro lo hace —dijo Hermione.
Ambos rieron en silencio, compartiendo algo que ya no era tensión, sino comprensión.
—Supongo que eso es lo que hacen las personas excepcionales —dijo Charlie.
—Retarte —completó Hermione, con dulzura.
Se miraron un momento más, sin palabras. Ya no era incómodo. Ya no dolía.
Hermione tomó la bandeja otra vez y se dirigió a la puerta. Esta vez, Charlie no la detuvo.
—Gracias —dijo él, justo cuando ella cruzaba el umbral—. Por seguir siendo tú.
—Y tú —respondió ella, sin volverse—, por volver a ser tú.
Charlie se quedó en la cocina, solo con la menta, el vapor, y una sonrisa que no era del todo feliz, pero sí verdadera.
En la mansión Nott la chimenea crepitaba en la sala de lectura, llenando de sombras doradas los estantes interminables. Draco se quitó los guantes con lentitud, observando cómo Theo servía dos copas de licor de higo sin preguntar. Esa era una de las cosas que siempre admiró —y temió— de Theo: su capacidad para intuir lo que los demás sentían sin que nadie tuviera que decir nada.
—Así que vas —dijo Draco, aceptando la copa.
—Ginny insistió —respondió Theo, sin rodeos—. Quiere que conozca a sus padres oficialmente. Le parezco importante, al parecer.
Draco lo miró de reojo, apoyándose en la repisa.
—¿Y tú también lo ves así?
Theo lo pensó un segundo. No lo dijo con arrogancia ni con inseguridad. Solo con la certeza de quien ha estado solo demasiado tiempo.
—Sí. Estoy con ella. En serio.
Draco no respondió de inmediato. Dio un sorbo al licor, dejando que el sabor fuerte y especiado le quemara la garganta.
—Nunca dijiste que salían oficialmente.
—No lo hacíamos hasta hace poco —Theo se sentó en uno de los sillones de terciopelo verde oscuro—. Pero Ginny no es de las que se esconde. Me pidió claridad, y se la di.
Draco alzó las cejas, ligeramente sorprendido.
—¿Y los Weasley? ¿No han dicho nada?
Theo sonrió, pero sin rastro de burla.
—Estoy huérfano desde los quince, Draco. El Ministerio manejó mis propiedades hasta que cumplí los diecisiete hace unos meses. No tengo a nadie que me imponga con quién puedo o no estar. Y si los Weasley se incomodan… bueno, tienen todo el derecho. Pero yo no voy a esconderme por el apellido que me tocó.
Draco asintió en silencio. Sabía que esa frase, en el fondo, también era para él.
—¿Entonces irás en calidad de?
—Iré como lo que soy. Su novio —dijo Theo, sin dramatismo—.
Draco giró la copa entre los dedos, midiendo sus palabras.
—Hermione estará allí. Y Charlie también.
—¿Te preocupa?
—Confío en ella. Pero no me gusta lo que representa él. Lo familiar. Lo sencillo. Lo seguro. Lo conocido.
Theo lo observó en silencio.
—Y tú no eres nada de eso.
—Yo soy lo que aprendimos a ser, Theo. Lo que nos enseñaron a amar y a destruir con las mismas manos. No soy fácil. Pero soy suyo.
Theo levanto su copa fingiendo un brindis y asintió con suavidad. Luego dejó la copa a un lado.
—Entonces ven. Pero no como una sombra ni como un espectro. Ve como lo que eres para ella.
Draco apretó los labios, y entonces soltó:
—No estoy invitado.
Theo sonrió con esa expresión entre encantadora y peligrosa que a veces usaba como escudo.
—Molly Weasley es una mujer profundamente decente. Capaz de alimentar a un asesino si tiene cara de estar desabrigado. Te va a servir sopa, te va a decir que estás más flaco que la última vez que te vio, y va a obligarte a repetir plato.
—Y Ron Weasley me va a matar con la mirada —murmuró Draco.
—Sí —dijo Theo, con una sonrisa ladina—. Pero Molly probablemente le dará un coscorrón por ser maleducado.
Draco no pudo evitar soltar una risa breve, seca. La primera en todo el día.
—Bien —dijo, dejando su copa sobre la repisa—. Vamos a cenar con los Weasley.
Theo lo miró de reojo mientras se ajustaba los guantes.
—¿Y cómo van las cosas en la Mansión Malfoy… con tu encantadora huésped?
Draco se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.
—Me da igual. Fue mi madre quien sugirió que pasara el día aquí. Dijo que necesitaba aire fresco.
—Qué considerado de su parte —murmuró Theo, con una ceja en alto.
—Más bien estratégico. Es la única que sabe manejarla sin perder la cordura. Yo prefiero mantenerme al margen.
—Debo admitir que me impresiono saber que te apoya
—Antes de ser una Malfoy o una Black es mi madre
Theo no dijo nada, el silencio aunque incomodo representaba lo solitario que Theo se sentía aun acompañado de sus padres
Se dirigió a la chimenea y antes de tomar un puñado de polvos flu se giro hacia Draco
—Eso sí —añadió mientras se abrochaba la capa—, trata de no lucir como si vinieras a tomar posesión del lugar. Solo un poco menos aristócrata de lo habitual.
Draco alzó la barbilla.
—Este es mi estado más humilde.
—Estamos jodidos entonces —murmuró Theo.
Y con eso, Draco siguió a Theo.
El Callejón Diagon estaba inusualmente animado para ser Navidad. Las farolas encantadas titilaban con luces doradas y blancas, y una fina nevada mágica flotaba sobre las tiendas. Theo y Draco caminaban bajo el toldo de Madame Primpernelle cargando varias bolsas, cada una con un sello elegante y muy poco disimulado de excesivo gasto navideño.
—¿Eso es para Ginny? —preguntó Draco, señalando una caja larga y estrecha.
—No. Es para Percy —respondió Theo sin inmutarse—. Ginny tiene su regalo desde hace semanas.
—¿Y ese? —dijo, alzando el mentón hacia un paquete envuelto en azul pizarra.
—Fred y George. Les compré una suscripción a “Pócimas Prohibidas”, con acceso a ingredientes que están vetados en Hogwarts. Me van a adorar.
Draco alzó una ceja.
—¿Y qué le diste a Ron? ¿Una poción para ampliar su capacidad gástrica?
—No, una caja de ajedrez rúnico tallado a mano de Noruega. Odio admitirlo, pero tiene buen criterio cuando no está hablando.
—Eres un idiota, ¿lo sabías?
—Un idiota que está invirtiendo en una bruja que vale la pena —dijo Theo, girándose para mirarlo con fingida solemnidad—. Me juego la vida por la diplomacia doméstica.
Draco bufó y revisó su reloj de bolsillo.
—A este paso, tu fortuna se va a agotar antes de que Ginny acepte casarse contigo.
—Lo dice el heredero Malfoy mientras compra un tarro de mermelada y un set de cucharones rústicos para Molly Weasley.
Draco alzó la bolsa con dignidad.
—Es simbólico. La mujer cocina para un ejército. Merece acero encantado y una mermelada de ruibarbo decente.
Theo lo miró con diversión mientras caminaban hacia la salida.
—¿Estás nervioso?
—No.
—Mientes.
Draco se ajustó el abrigo con una media sonrisa.
—Solo me estoy asegurando de no parecer lo que ellos creen que soy.
—Buena suerte con eso —murmuró Theo—. Yo me conformo con salir vivo.
Draco lo miró de reojo, y ambos rieron, con ese tipo de complicidad silenciosa que solo se forja entre personas que han sobrevivido a demasiadas versiones de sí mismos.
El traslador que tomaron desde el callejón Diagon los dejó justo al borde del jardín delantero, donde la nieve parecía derretirse con el calor que emanaba desde las chimeneas. La Madriguera, torcida y mágica como siempre, tenía un encanto innegable incluso para alguien como Draco Malfoy.
Theo se sacudió la escarcha del abrigo con elegancia natural. Draco simplemente alzó el mentón y respiró hondo, como quien entra a un territorio enemigo sabiendo que ganará el duelo.
—¿Listo para el juicio familiar? —murmuró Theo, ajustando la caja de regalo con un encantamiento para evitar que flotara torpemente.
—Siempre.
Theo llamó a la puerta con el puño. Se oyó un alboroto de pasos y risas antes de que la puerta se abriera con fuerza.
—¡Theodore! —exclamó Ginny, envuelta en un suéter rojo oscuro que le caía un poco del hombro.
Theo la saludó con una reverencia exagerada y le entregó uno de los paquetes con una sonrisa que solo ella entendía.
—Para tus padres. Y seis más para repartir con estrategia diplomática.
Ginny le dio un beso fugaz en la mejilla y entonces notó a Draco, que esperaba en silencio, con la mano aún en el abrigo.
—Mira lo que trajo la Navidad... Malfoy —dijo ella, con tono neutral pero sin hostilidad.
—Weasley —respondió él, con una leve inclinación de cabeza.
—Te aconsejo usar nombres en adelante o tendrás nueve pares de ojos mirándote cada vez que saludes
Draco asintió
—Mamá está en la cocina. Adelante, los dos.
Apenas cruzaron la puerta, el caos navideño los envolvió: los gemelos reían desde la sala, Bill leía un libro y Percy intentaba organizar los cubiertos con una varita desesperada. El aire olía a especias, pino y a un hechizo casero mal hecho.
Molly Weasley apareció desde la cocina, con las mejillas coloradas y la varita sujetando el cabello en un moño improvisado.
—¡Oh, Theodore, querido, por fin estas aquí! —dijo, acercándose con los brazos abiertos—. ¡Draco!, Bienvenido.
Draco asintió como un gesto de agradecimiento, pero antes de que ella pudiera decir más, le extendió una caja pequeña, envuelta en papel azul oscuro y con un lazo de rafia.
—Para usted, señora Weasley. Mermelada de ruibarbo y cucharones de acero encantado. Nada muy lujoso, pero… práctico.
Molly lo miró, luego el regalo, y entonces se le iluminó la cara.
—¡Pero qué maravilla! —exclamó, tomando la caja con las dos manos—. Siempre estoy perdiendo cucharones y esta mermelada es imposible de encontrar. Qué considerado de tu parte muchacho. ¡Arthur! ¡Draco Malfoy me trajo mermelada!
Draco sintió a Theo girarse a su lado con una sonrisa maliciosa.
—Claro, claro —susurró Theo con tono de fastidio fingido—. Yo me dejo una fortuna en regalos y tú te ganas el corazón de la matriarca con cucharas y fruta azucarada. Increíble.
—Mi madre se sentiría orgullosa —murmuró Draco, sonriendo.
Hermione apareció desde el comedor, sosteniendo una bandeja de copas. Cuando lo vio, se detuvo un segundo. Le brillaron los ojos, de esa forma que nadie podía fingir. Draco lo notó. Y sonrió.
Charlie, desde la mesa, lo vio también. No dijo nada, pero su mandíbula se tensó mientras bebía en silencio. Molly los llevó directo al salón y los presentó a sus hijos mayores como si Draco fuera un primo lejano y no el hijo del exenemigo político de casi todos en esa casa.
Arthur se acercó cuando Draco dejaba su abrigo.
—Draco —dijo con voz grave pero amable—. Me alegra verte aquí. Sé que tú y Hermione han tenido… diferencias. Pero venir hoy habla de tu carácter. Tal vez tu padre nunca lo diría, pero si tuviera algo de sentido común, estaría orgulloso de tener un hijo sin prejuicios.
Draco sostuvo la mirada con firmeza. Asintió con respeto.
—Gracias, señor Weasley.
Pero mientras Arthur se alejaba, Draco no pudo evitar pensar: ¿Qué pensaría Lucius si supiera que estaba aquí? Sentado entre risas, olor a sopa, y mas de media docena de Weasleys.
Lo pensó un segundo. Y luego lo descartó.
Porque justo en ese momento, Hermione se acercó a él. Le rozó la mano con disimulo. Y todo lo demás dejó de importar.
La mesa se extendía mágicamente para albergar a los catorce presentes. El mantel tenía manchas encantadas de estrellas doradas, y un candelabro flotante lanzaba sombras largas sobre las copas de cristal antiguo.
Molly había preparado una cena abundante incluso para estándares Weasley. Todos estaban sentados: los gemelos peleaban por el último panecillo, Percy recitaba estadísticas del Ministerio, y Arthur hablaba con Bill sobre un problema con dragones de importación. Theo y Draco estaban uno al lado del otro, ambos perfectamente erguidos, como si la silla supiera que no debía crujir bajo el linaje.
—Entonces, Draco —dijo Arthur, sirviéndose un poco de puré—, ¿tus planes para después de Hogwarts? ¿Ministerio, tal vez?
Draco sostuvo la copa con elegancia. Su tono fue impecable, su sonrisa, neutral.
—Lo que sea que me permita reescribir algunas estructuras sin tener que fingir que ya no existen.
Hubo un pequeño silencio. Bill alzó una ceja, interesado. Charlie, desde el extremo opuesto, bebió sin mirar.
—Me gusta cómo suena eso —dijo Bill—. Podrías unirte a Gringotts. Necesitamos gente con buenas ideas… y poca paciencia para la burocracia.
—Y mucha tolerancia al peligro —añadió Fleur, que había llegado unos días antes y observaba todo con mirada aguda.
—Draco se aventura al peligro con gran facilidad —murmuró Theo, sin despegar la vista de su copa—. Se encuentra en una relación amorosa de lo mas desafiante.
Hermione casi escupe el vino. Ron resopló, pero no replicó. Molly frunció el ceño.
—Theodore, por favor —dijo Molly—, un poco de moderación en la mesa.
—Claro, señora Weasley. Fue una observación completamente académica.
—Y tú, Theo —intervino Charlie—, ¿sigues con la idea de hacerte auror?
—Lo estoy considerando. Tiene un encanto casi romántico, eso de perseguir gente armada con traumas y varitas defectuosas.
—Podrías escribir un libro —dijo Ginny con media sonrisa—. Cómo sobrevivir al Ministerio sin perder el alma ni el estilo.
—Sería un éxito editorial —dijo Draco—. Aunque dudo que Percy lo apruebe.
Percy se irguió en su asiento, escandalizado.
—No todo en el Ministerio es decadencia e incompetencia.
—Tienes razón —dijo Theo—. A veces también hay té.
Los gemelos soltaron carcajadas. Fred le ofreció un brindis silencioso a Theo, y George lanzó un hechizo para que su tenedor bailara un vals solo.
Hermione miró a Draco. Él le devolvió la mirada con una expresión suave, casi íntima, y su mano rozó la de ella por debajo de la mesa.
Molly observó el gesto y sonrió con cierta resignación.
—Es bueno ver que algunos pueden compartir pan sin lanzar maldiciones —dijo.
—Por ahora —susurró Ron a Harry, que le dio un codazo en las costillas.
Charlie no dijo nada. Masticaba con más fuerza de la necesaria, su mirada fija en el plato. Pero cada tanto, sus ojos se deslizaban hacia Draco. Y luego, inevitablemente, hacia Hermione.
Draco lo notó. Por supuesto que lo notó.
Y le sostuvo la mirada, sereno. Sin amenaza. Sin disculpa.
Solo verdad.
Y Charlie, al final, fue quien bajó la vista.
La cena había dejado a todos satisfechos, o como mínimo, incapaces de moverse sin ayuda mágica. Mientras algunos recogían los platos con un simple “evanesco”, otros ya se acomodaban en la sala cuando Molly y Arthur anunciaron su retirada.
—Pórtense bien, muchachos —dijo Molly, con una sonrisa cansada pero satisfecha—. Y si el jardín se prende fuego, al menos limpien antes de que me despierte.
Arthur le dio una palmada a Ron en el hombro y se despidió de Draco con una leve inclinación de cabeza.
—No lo digo con ironía, muchacho. Me alegra verte aquí.
En cuanto Arthur y Molly estuvieron fuera de vista se retiraron hacia la sala de estar que ahora parecía tan pequeña como acogedora
La chimenea parecía extinguir las últimas llamas. Poco a poco, uno a uno, se fueron retirando del salón—algunos a las habitaciones, otros por la chimenea.
Ginny estaba junto al hogar, ayudando a Theo a acomodarse el cuello del abrigo, con los dedos demorándose un segundo más de lo necesario.
—Intenta no causar un escándalo internacional —susurró ella.
—No prometo nada —respondió él, lo justo para que solo ella lo oyera.
Le rozó la mano con sutileza—tan breve que cualquiera podría haberlo confundido con nada. Pero Hermione lo vio. También Ron, que solo alzó una ceja sin decir nada.
Theo se volvió hacia los demás, alzando dos dedos en una especie de saludo casual antes de lanzar un pellizco de polvos flu al fuego.
—Mansión Nott.
Y desapareció en chispas verdes.
Hermione se quedó un momento más, adelantando trabajo de Molly y ayudo a recoger un par de platos rezagados, aunque claramente no era necesario.
Charlie la observaba desde el umbral, con los brazos cruzados. No dijo nada, pero su mirada permanecía fija en ella, incluso cuando Draco se acercó por detrás, en silencio.
La mano de Draco rozó la de Hermione—una sola vez—mientras la miraba. Ella asintió sin decir palabra. Luego, sin anunciarlo, él tomó su brazo con suavidad.
Y desaparecieron juntos con un chasquido.
El cuarto de Hermione permanecía en un tranquilo silencio. En cuanto aparecieron, Hermione no se apartó. Exhaló despacio, buscando equilibrio.
—Salió mejor de lo que esperaba —dijo.
—Solo amenacé con retar a Ron a duelo… en mi cabeza. Eso ya es evolución personal —respondió Draco.
Ella se volvió hacia él, divertida y le dio un suave beso
Justo afuera de la ventana de la Madriguera, Charlie seguía en el umbral.
No se había movido.
Había visto todo—la forma en que Draco la miraba, el acuerdo silencioso entre ellos, la naturalidad.
Y esta vez, no sintió rabia.
Solo sintió que la puerta se cerraba.