
Necesito
El patio de la entrada principal estaba abarrotado de estudiantes y profesores. Draco ya se encontraba allí, junto a Theo y Blaise, ambos impacientes por partir. Pero él aún esperaba a Hermione. Ninguno de los dos había pasado la noche en sus respectivas casas, y su ausencia no pasó desapercibida para sus amigos. Blaise no comentó nada al ver a Draco llegar esa mañana con el uniforme puesto a toda prisa, pero Theo, con años de amistad a su favor, no dejó pasar la oportunidad.
—Parece que alguien no durmió… pero sí pasó una excelente noche.
Draco disimuló su sonrisa con un bufido y se inclinó sobre su baúl, fingiendo concentrarse en ordenar sus pertenencias. Sin embargo, su mente estaba muy lejos de allí. Seguía enredada en la sensación de despertar con Hermione entre sus brazos, con el aroma a vainilla y jacintos impregnado en su piel. Ahora estaba seguro de que su amortentia olería a ella.
Su movimiento se detuvo al encontrar algo en el fondo del baúl: la caja donde guardaba los recortes de periódico de Aurélie. Sin dudarlo, la sacó y la dejó sobre la cómoda al final del dormitorio. Se alejó un paso y, sin sombra de remordimiento, conjuró un Incendio. La caja se consumió al instante. Hubo un leve estremecimiento en su magia, una sacudida en el aire, pero lejos de inquietarlo, le produjo una calma inexplicable.
Observó distraídamente cómo Ginny Weasley llegaba y se encontraba con Theo a mitad de camino, antes de dirigirse con él a una de las columnas más alejadas. Luego, la vio a ella.
Hermione.
Su rostro irradiaba una felicidad contenida al verlo, como si tratara de no delatar lo mucho que lo ansiaba. Últimamente, esa imagen se había vuelto una de sus favoritas. Junto con Hermione estudiando, mordiendo su labio con el ceño fruncido, Hermione furiosa por un comentario sarcástico suyo… y, por supuesto, Hermione temblando de placer debajo de él.
La vio soltar su baúl a medio camino y correr hacia él sin importarle las miradas. Sus brazos se engancharon alrededor de su cuello, y Draco la levantó por los muslos, acomodándola contra su cintura en un gesto posesivo. Las demostraciones públicas de afecto entre ellos eran poco comunes, salvo por aquella que protagonizaron en el Gran Comedor al anunciar su relación. Aquella vez, fue una mentira. Ahora, era la verdad.
Hermione sintió la mirada severa de la profesora Sprout y, con un respingo, se soltó de inmediato, aclarando la garganta.
—Sprout nos está viendo.
Draco giró el cuello con desgano hasta encontrar la expresión endurecida de la profesora de Herbología.
—En efecto. Supongo que tendremos que esperar hasta vernos en el cementerio.
—¿Crees que es seguro, Draco? —preguntó Hermione en un susurro.
—Lo será. Es un buen punto de aparición y está cerca de tu casa.
- Tienes razón. La próxima vez podrás aparecerte directamente en mi habitación.
—Entonces, ¿voy a conocer tu cuarto?
—Por supuesto. ¿Acaso crees que quiero verte cada dos días en un cementerio?
Draco dejó caer su mirada sobre ella, intensa, hambrienta.
—Lo que quiero hacerte no puede hacerse frente a los muertos Granger sería una flagrante ofensa a su descanso —murmuró contra su oído.
Hermione se sonrojó hasta la raíz del cabello. El acuerdo de verse al menos una vez cada dos noches no era solo una necesidad mágica; era una necesidad visceral. No sabían qué pasaría si se alejaban demasiado tiempo, pero tampoco querían averiguarlo.
A lo lejos, Theo regresaba de su encuentro con Ginny, y Blaise seguía de pie junto a tres baúles, con la clara expresión de quien se contiene para no soltar un comentario mordaz.
—Tengo que irme —dijo Hermione con pesar.
—Lo sé. Yo también.
Miró en dirección a Harry y Ron, quienes estaban de pie con Neville y Luna. Sabía que debía ir con ellos.
Draco la sujetó por la cintura y la besó antes de que pudiera reaccionar. Sus dedos se aferraron con firmeza, como si quisiera impedirle partir, como si intentara dejar su huella en su piel. La besó con una necesidad brutal, desesperada, posesiva. Un beso que devoraba y marcaba. Hermione oyó murmullos a su alrededor y trató de apartarse, pero su agarre se volvió más firme.
—No quiero que te vayas —gruñó contra sus labios, su voz baja y peligrosa.
Hermione sintió un estremecimiento recorrerle la espalda. Los ojos de Draco viajaron instintivamente hasta su cuello, donde la bufanda cubría la marca que le había dejado esa mañana. Esperaba que pronto se volviera aún más visible, como prueba irrefutable de que le pertenecía.
Ella lo notó y suspiró.
—Tuve que cubrirla. Ginny me dijo que podría ocultarla, pero ninguna de las dos estaba muy segura de qué hechizo usar.
Draco sonrió, complacido.
—Perfecto. Aún mejor.
—Draco… —lo regañó, pero él solo la miró divertido.
—Sabía que iba a ser tormentoso.
Hermione sonrió, a pesar de sí misma, y se puso de puntillas para dejar un beso fugaz en sus labios. Ya no podía alargar más la despedida. Con una última caricia sobre su mejilla, se apartó… pero Draco atrapó su muñeca antes de que pudiera alejarse más.
—No te acerques demasiado a Weasley.
Su tono fue gélido, cortante, pero sus ojos eran un incendio en plena tormenta.
—Es mi mejor amigo —protestó Hermione, frunciendo el ceño.
Draco rodó los ojos.
—Hermione... Sabes a qué Weasley me refiero.
Desde la noche anterior, Draco había empezado a llamarla por su nombre. Y, aunque intentaba no demostrarlo, eso le robaba una sonrisa y hacía que su corazón latiera con fuerza traicionera.
—Solo lo veré en Pascua —dijo ella, intentando sonar despreocupada—. Estará allí, pero no es como si…
—No me importa —la interrumpió. Se acercó aún más, hasta que sus narices se rozaron—. No quiero a ningún hombre demasiado cerca de ti. Y mucho menos él.
La respiración de Hermione se quedó atrapada en su garganta.
Cualquier otra persona habría encontrado aterrador ese tono oscuro, esa crudeza en sus palabras. Pero en él… en él, la hacía arder.
—Entonces no faltes —susurró, antes de darle un último beso.
Fue él quien lo convirtió en un asalto feroz, un roce de lenguas y dientes que buscaba dejar una última marca. Hermione se soltó con un gruñido de frustración y se obligó a retroceder.
Draco levitó su baúl y, junto con Theo y Blaise, emprendió la marcha hacia el carruaje que los llevaría a Hogsmeade para tomar la Red Flu, pero parecía que Zabini no estaba dispuesto a contenerse más.
—Finges demasiado bien, Draco. Incluso yo estoy comenzando a creer que estás enamorado de Granger.
Horas después, Hermione saludaba a sus padres en la estación de King’s Cross. Su padre la abrazó con tanta fuerza que logró aflojar la bufanda que llevaba puesta, dejando al descubierto el cardenal que Draco le había hecho aquella mañana. Hermione se cubrió tan rápido como pudo, pero ya era tarde. La mirada de su madre se fijó en la marca con una expresión entre sorpresa y complicidad que, para su alivio, no estaba cargada de reproche.
—Nos alegra que, por fin, nos dediques más días a nosotros en lugar de a ese mundo mágico —comentó Hugo Granger con una sonrisa.
—Era hora, padre. Me disculpo por no haberlo hecho antes.
—Vamos, parece que tenemos mucho de qué hablar —intervino Rose Granger, con la mirada afilada—. ¿Crees que debamos contar con alguien más para la cena de Navidad, Hermione?
—Aún no, madre.
El "aún" dejó satisfecha a Rose.
En la Mansión Malfoy, la atmósfera era distinta. Más fría. Más tensa.
Draco apareció en el vestíbulo con una mueca de disgusto. La casa, aunque impecable, se sentía más asfixiante de lo habitual. No tardó en notar por qué.
Aurélie estaba allí.
La vio antes de que ella lo viera a él. Su silueta esbelta y elegante, la melena negra cayendo en ondas perfectas sobre su espalda. Estaba de pie junto a Narcisa, charlando con la naturalidad de quien se siente en casa.
Draco tensó la mandíbula. Mierda.
Increíble cómo, meses atrás, su presencia habría sido suficiente para desarmarlo por completo. Cómo, en otro tiempo, verla ahí habría bastado para llenarlo de una euforia casi infantil. Ahora, solo sentía molestia. Incluso incomodidad.
No pudo evitar pensar en Hermione.
Le había pedido que se mantuviera lejos de Charlie Weasley, pero él estaba justo ahora en el mismo lugar que Aurélie. Hipócrita.
—Draco.
La voz de su madre lo llamó, suave pero inconfundible. No había escapatoria. Respiró hondo, recomponiendo su expresión antes de acercarse.
—Me alegra que llegues. Quería decirte que Aurélie pasará las fiestas con nosotros. ¿No es encantador?
Encantador. Claro.
Apretó los dientes y esbozó una sonrisa vacía mientras sentía los ojos de Aurélie recorrerlo con familiaridad.
—Draco —dijo ella, con esa cadencia melodiosa que, en otro tiempo, habría sido música para sus oídos y que ahora, igual que en clase, solo conseguía irritarlo un poco—. Ha pasado tiempo.
Demasiado poco, pensó con amargura.
—Pensé que la había visto en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras el martes pasado, profesora Dumont. No diría que ha pasado tanto tiempo.
Aurélie se puso lívida por un instante, pero su respuesta fue una sonrisa socarrona.
—Por supuesto, tienes razón.
Draco no pudo evitar pensar que, al parecer, su única distracción en esa casa iba a ser la pesadilla de su pasado.
La cena fue exactamente como la recordaba: su padre despotricando sobre la ineptitud del Ministerio y quejándose, como siempre, de Arthur Weasley.
—Los Weasley son una burla para el mundo mágico.
Arthur Weasley que habia sido trasladado al Departamento contra el Uso Indebido de la Magia, no estaba poniendo fácil la importación de una serie de artefactos que Lucius habia adquirido en Bulgaria
Draco habría estado de acuerdo en cualquier otro momento, pero esta vez se giró instintivamente hacia Aurélie. Su expresión era impasible, como si su supuesto novio no formara parte de ese clan.
—El nuevo maestro de Cuidado de Criaturas Mágicas es un Weasley —comentó Draco, midiendo la reacción de su padre.
Lucius alzó la mirada.
—Tendré que hablar con el Consejo. Esa decisión, evidentemente, no pasó por mí.
—No me parece necesario, padre. El profesor Weasley me ha parecido de lo más competente, a decir verdad.
Lucius lo miró con incredulidad y altivez.
—¿Y dices eso basado en qué?
Draco sostuvo la mirada de su padre.
—He visto cómo ha logrado domar criaturas que parecían inofensivas, pero que resultaron ser bastante peligrosas.
Sintió la mirada de Aurélie clavada en su perfil.
—Bueno, supongo que no todos los Weasley son tan malos, después de todo —intervino Narcisa con calma, cortando un pedazo de lomo antes de llevarlo a su boca.
—De hecho, comparto la opinión de Draco, señor Malfoy —comentó Aurélie con una sonrisa ladina—. El maestro Weasley ha demostrado ser un excelente profesor. Es bastante servicial… y muchos alumnos parecen apreciarlo. Algunas alumnas demasiado, en mi opinión.
Draco sintió una punzada de irritación. Así que así jugarían.
—Bueno, debemos admitir que el profesor Weasley tiene una apariencia decente —comentó con fingida despreocupación—. No parece una comadreja como sus hermanos. Quizá eso lo haga popular entre sus alumnas… e incluso entre algunas profesoras.
Lucius frunció el ceño.
—Eso no sería bien visto —replicó con desagrado—. Sin duda, tendré que informar al comité.
—Son solo suposiciones de la profesora Dumont y mías, padre —dijo Draco con indiferencia—. Aunque yo lo conozco poco. Quizá usted, profesora, pueda darnos una impresión más precisa del carácter del profesor Weasley.
Se giró hacia Aurélie con una mirada calculadora. Ella se tensó por un instante antes de esbozar su sonrisa más neutra y dejar los cubiertos en su lugar sobre la mesa.
—En mi opinión, es un mago con gran destreza en el manejo de criaturas. Eso lo hace completamente competente para el puesto. Su amabilidad y carisma lo acercan a los alumnos… Desearía poder ser tan afable como él, pero supongo que mi educación me impone ciertos límites.
—Como debe ser, querida —murmuró Narcisa, dedicándole una sonrisa aprobatoria.
—De hecho, me ha invitado a la cena de Pascua en su casa. Es un hombre muy atento.
Narcisa la miró, horrorizada.
—No pensarás en ir, por supuesto.
Aurélie le sostuvo la mirada con serena confianza.
—Lo estoy considerando, señora Malfoy. El profesor Weasley tiene buenos contactos dentro del profesorado. El mismo director ha mostrado en repetidas ocasiones su apoyo a su gestión académica. Y debo admitir que quisiera gozar del favor de Albus Dumbledore también.
—Solo haría que perdieras valor, señorita Dumont —intervino Lucius con evidente incomodidad.
—No es como si fueran sangre sucia, señor Malfoy —dijo Aurélie con desdén—. Esos magos y brujas, si es que pueden llamárseles así, definitivamente no deberían compartir nuestro mundo.
Draco se tensó. Pero no iba a dejar pasar aquello.
—Es curioso que diga algo así, profesora Dumont, cuando la mejor bruja de nuestra generación es hija de muggles.
Narcisa arqueó una ceja.
—¿La chica Granger?
—La misma, madre. De hecho, he compartido algunas clases con ella y es interesante ver cómo le es tan fácil destacar… incluso sobre mí, debo admitirlo, muy a mi pesar.
Lucius entrecerró los ojos con una expresión de puro desagrado.
—Lo dices como si la apreciaras, Draco.
—Le he tomado aprecio, de hecho.
Las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera detenerlas.
El sonido de los cubiertos chocando contra la porcelana llenó el aire. Lucius se levantó de la mesa sin decir una palabra.
Narcisa observó a su hijo con desconcierto, pero se limitó a terminar su cena antes de retirarse.
Aurélie, en cambio, se quedó. Cuando la puerta se cerró tras Narcisa, le dedicó a Draco una sonrisa lenta, triunfal, antes de inclinarse ligeramente hacia él.
—"On dirait que tu es devenu un homme bien compliqué, mon cher Draco."
Parecía divertirse.
Draco solo la miró con frialdad.
Unos minutos después, Draco estaba a punto de entrar en su habitación para ponerse una capa y aparecerse en aquel cementerio, dispuesto a buscar a Hermione en todos los vecindarios cercanos si era necesario. Sin embargo, su madre lo esperaba al final del pasillo. Aquello solo podía significar una conversación incómoda.
Narcisa lo siguió al interior de su cuarto y se detuvo frente a la ventana que daba al laberinto de setos, mientras Draco tomaba asiento en la silla de su escritorio, impaciente.
Una punzada de algo parecido al miedo lo recorrió cuando su madre lanzó un hechizo que pareció asegurar la puerta y luego conjuró lo que parecía ser un Muffliato sobre la habitación. Eso era inusual en ella. Siempre se había sentido segura en la mansión—era su hogar, después de todo.
—Es difícil imaginar que mi hijo pueda tomarle aprecio a alguien —dijo Narcisa con voz serena, aunque con un filo peligroso—, mucho menos a una bruja nacida de muggles.
Draco tragó en seco y esperó a que su madre continuara.
—Así que me veo obligada a pedirte que aclares a qué tipo de afecto te refieres.
Draco debía pensar rápido. Si alguien lo conocía bien, era su madre. Si no sostenía una respuesta medianamente creíble, su silencio hablaría por él.
—Es una bruja brillante —dijo, midiendo sus palabras—. Eso inspira admiración, a pesar de su origen.
—Nunca antes te habías referido a ella de esa manera, Draco.
—¿De qué manera?
—Como si realmente la apreciaras. Antes era solo la bruja que te irritaba porque tenía mejores calificaciones que tú y te relegaba al segundo lugar.
Draco se tensó aún más.
—Quizá maduré, madre —respondió con calma—. Comprendí que puede ser brillante a pesar de su origen.
—No recuerdo que en esta casa hayamos alentado ese pensamiento.
—Supongo que, para ti, no son más que sangre… —Draco se detuvo. Ni siquiera era capaz de pronunciar aquella palabra—. Seres inferiores porque no nacieron de magos.
—Puedes suponer muchas cosas, Draco —dijo Narcisa sin inmutarse—, pero yo solo quiero la verdad.
Se acercó a él y se inclinó a su lado. Jamás hacía algo así. Draco intentó apartarse, pero los ojos de su madre permanecieron fijos en los suyos. Ella era legeremante. Lo sabía. Apartó la mirada tan rápido como pudo.
—La verdad, madre —dijo, sin más escapatoria—, es que sí le tengo aprecio.
Si el infierno iba a arder porque él se había fijado en una bruja nacida de muggles, que así fuera. Hermione lo valía.
—De hecho, estamos saliendo.
Narcisa se puso de pie de golpe, tragando audiblemente.
—No puedes mencionarle esto a nadie más.
—No lo haré.
Draco había esperado una reacción mucho peor. Sin embargo, no veía disgusto en su rostro, solo asombro.
—Supongo que la profesora Dumont lo sabe.
—La escuela lo sabe. Eso incluye a la profesora Dumont.
—Su comentario fue demasiado directo, entonces. No sé qué le hizo pensar que podía desafiarte así en tu propia casa.
Draco quedó perplejo. Su madre estaba furiosa con Aurélie por su insinuación sobre los hijos de muggles… pero no con él. O al menos, eso parecía.
—Tendremos que mantenerla lejos de tu padre.
El tono de su madre se suavizó, lo que lo desconcertó aún más.
—Por favor, no vuelvas a provocar ninguna conversación que pueda derivar en la señorita Granger. Debemos evitar al máximo mencionarla frente a ella. Podría terminar revelando tu relación.
Draco estaba cada vez más confundido. Su madre no solo no lo estaba reprimiendo, sino que parecía estar… protegiéndolo.
No pudo esperar más.
—¿Estás de acuerdo con esta relación, madre?
Narcisa se sentó en el borde de su cama y apoyó una mano a su lado en un gesto claro para que él se acercara. Draco caminó con zancadas firmes hasta ella.
—Dime solo la verdad, Draco.
Él asintió.
—¿Por qué decidiste tener una relación con la señorita Granger?
Draco tragó saliva. No debía detenerse en los detalles del inicio, sino en lo que realmente importaba: lo que Hermione le hacia sentir
—Porque con ella no tengo que demostrar nada. No espera que sea un Malfoy impecable ni un hijo perfecto. No intenta moldearme ni quebrarme. Me ve por lo que soy, incluso con mis errores, y aun así decidió quedarse.
Narcisa entrecerró los ojos, analizando cada una de sus palabras.
—¿Y tú qué ves en ella?
Draco sostuvo la mirada de su madre con determinación.
—Todo lo que me enseñaron a despreciar y que ahora entiendo que es admirable. Su valentía, su determinación, Su capacidad de desafiarme sin miedo pero su forma de ceder cuando sabe que puede ser algo importante para mi y es tan hermosa y brillante. Me obliga a ser mejor sin siquiera intentarlo.
El silencio que se instaló entre ellos fue distinto esta vez. No era tenso, sino reflexivo. Y cuando Narcisa posó una mano en su mejilla, Draco supo que había dicho la verdad que su madre necesitaba escuchar.
—Entonces, estoy de acuerdo, querido.
Draco parpadeó, sorprendido.
—Siempre la has descrito como una bruja brillante incluso ahora—continuó Narcisa—, y en las ocasiones en que he asistido en lugar de tu padre al comité escolar, no hacen más que elogiarla tanto como lo hacen contigo. No dudo que lo es.
Su tono se volvió más serio.
—Pero lo más importante… es que si has sido capaz de dejar atrás los preceptos con los que fuiste criado, esos que antes defendías tan acérrimamente, es porque realmente vale la pena.
Narcisa le sostuvo el rostro con suavidad.
—Confío en tu criterio, hijo. Yo no te eduqué en esos preceptos. Lo hicieron tus institutrices, por orden de tu padre. Pero sí me aseguré de formarte como el caballero que eres ahora, aunque no quieras aceptarlo.
Le dio un beso en la mejilla y, antes de levantar los encantamientos, murmuró:
—Toda familia tiene sus secretos, querido. Este será el nuestro. Y el que te revelaré mañana también.
Se irguió y, con una última mirada a Draco, añadió:
—Te espero a las nueve, después del desayuno, en la entrada principal. Aurélie dijo que saldrá, y tendremos que aprovechar ese momento.
Draco se quedó inmóvil mientras su madre salía de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
A pesar de todo lo que había ocurrido en esa conversación, al parecer tenía una aliada para su relación con Hermione. Y aunque jamás habría esperado que fuera su propia madre, sintió la misma tranquilidad que cuando quemó la caja con los recortes de periódico de Aurélie.
Solo esperaba que Hermione lo sintiera también.
En Hampstead Garden, la cena en casa de los Granger transcurrió con tranquilidad. Hermione no tenía mucho que contar esta vez, pues los últimos meses los había pasado prácticamente en compañía de Draco. Hizo algunos comentarios sobre los partidos de Quidditch y sobre cómo preparaba sus ÉXTASIS entre clases, lo que pareció satisfacer a su padre, pero no a su madre, que la miraba exactamente como lo hacía Ginny cuando llegaba de sus encuentros con Malfoy. Por Merlín, solo quería que la tierra se la tragara. Estaba segura de que su madre la abordaría en su habitación.
Y así fue. Después de lavar y secar los platos, subió a su cuarto y, en un respingo, su madre ya había cerrado la puerta detrás de ella y la había sentado en la cama junto a ella.
—¿Cómo se llama?
Hermione no sabía si debía pronunciar ese nombre. Después de todo, era el mismo chico del que se había quejado cada verano durante los últimos seis años. Se alegró en secreto de no haber mencionado jamás el detalle de que la había llamado "sangre sucia" y de haber limitado sus comentarios a que simplemente le hacía la vida imposible porque estaba celoso de que ella ocupara el primer lugar. Finalmente, lo dijo en voz baja:
—Draco Malfoy.
Su madre estalló en una carcajada y se tapó la boca de inmediato. Hermione la miró extrañada.
—Siempre suelen ser así... Los chicos que más te molestan resultan estar enamorados en secreto. Como en Orgullo y prejuicio.
Hermione pensó que se parecía más a Cumbres Borrascosas: un franco menosprecio que termina en enamoramiento. Pero no dijo nada. En lugar de eso, disfrutó de aquella complicidad con su madre, quien se aclaró la garganta antes de continuar.
—¿Cómo te trata?
Hermione respondió de inmediato, sin necesidad de pensar demasiado. Draco la trataba como si no hubiese nada más importante en el mundo para él que ella.
—Bien. Intenta comportarse como un caballero. Me corre la silla cuando vamos a la biblioteca o al comedor, me deja en la puerta de la sala común de la Torre y ha intentado compartir espacios con mis amigos, que no eran los suyos, por cierto.
Aquello pareció complacer a la señora Granger.
—Suena bien. En especial que se haya portado como un caballero contigo... aunque la marca en tu cuello diga lo contrario.
Hermione se tensó y esperó que su madre dejara el interrogatorio ahí, pero no tuvo suerte.
—Debo preguntarte, Hermione. Aunque ya tuvimos esta charla cuando me hablaste de ese otro chico, Cormac... al que, por cierto, nunca trajiste a casa. Y espero, por supuesto, que con Draco sea distinto. —La miró fijamente—. ¿Qué tan lejos han llegado?
El calor subió por las mejillas de Hermione y su corazón se aceleró.
—No te reprocharé nada, Hermione. Eres mayor, pero quiero saber si estás tomando las precauciones adecuadas. Estoy demasiado joven aún para ser abuela.
Hermione intentó calmarse, aclarar sus ideas y construir una respuesta coherente.
—No te haré abuela pronto, te lo prometo, madre.
Aquello bastó para que la señora Granger le diera un abrazo antes de retirarse del cuarto. Pero antes de salir, se giró hacia ella con una sonrisa.
—Llegué a pensar que estabas enamorada de alguno de los chicos Weasley. Siempre tenías ese brillo extraño en el rostro cuando regresabas de su hogar. Pero esta vez es distinto. Luces realmente feliz, y tus ojos hablan por ti.
Hermione sabía que su madre tenía razón. Quizá lo que sintió por Charlie no fue más que un gusto alimentado por la curiosidad nata en ella, aquel aprecio por lo desconocido. Sonrió de vuelta a su madre, quien, al parecer, recordó algo. Sacó algo del bolsillo de su suéter de botones y se lo entregó a Hermione.
—Cúbrete eso, por favor, hija. No queremos que tu padre piense mal del chico sin siquiera conocerlo. —Le guiñó un ojo y salió.
Hermione quedó tendida en su cama, con un frasco de maquillaje de color natural en la mano. Trazó con los dedos la marca que Draco, muy amablemente, había dejado en su cuello y sintió el impulso de salir corriendo hacia aquel cementerio. Sabía que no se verían hasta mañana, pero, de repente, mañana parecía terriblemente lejano.
Draco la siguió, emergiendo junto a su madre en medio de una multitud que se apresuraba entre las tiendas, cargada de paquetes y envuelta en la fiebre de las compras navideñas. Narcisa lo tomó firmemente por la muñeca y lo guió con determinación por un sendero poco familiar.
Al final de Flourish and Blotts, se alzaba una pequeña tienda de antigüedades a la que jamás había prestado atención. Su escaparate era discreto, casi deslucido, como si el polvo acumulado en los cristales disuadiera a los clientes de entrar. Sin embargo, su madre se adentró sin vacilar.
En el interior, una bruja de avanzada edad los recibió con una mirada sagaz antes de sacar su varita y mover con un simple gesto una estantería llena de objetos cubiertos de polvo. La estructura se deslizó con un crujido, revelando un pasadizo oculto.
Narcisa se giró hacia él.
—Vamos a visitar a tu tía.
Draco se detuvo en seco.
—¿A mi tía?
La única hermana de su madre de la que se hablaba en casa era Bellatrix, y nadie en su sano juicio la visitaría en Azkaban, mucho menos en Navidad. Su estómago se revolvió con la idea de que su madre hubiera encontrado un modo de hacerlo.
Narcisa no le dio oportunidad de hacer más preguntas y avanzó por el pasadizo. Draco, con una creciente sensación de inquietud, la siguió hasta que la oscuridad dio paso a un nuevo umbral.
Salieron a una tienda distinta, mucho más iluminada y repleta de objetos que Draco reconoció con confusión y un leve disgusto. Estanterías repletas de relojes digitales, radios muggles, extrañas cajas con pantallas negras y un sinfín de cosas que solo había visto a la distancia en algún libro sobre estudios muggles.
Detrás del mostrador, un hombre de cabello canoso y rostro afable los observó con una media sonrisa.
—Narcisa —saludó con calidez—. Qué sorpresa verte por aquí.
Draco parpadeó, desconcertado. ¿Su madre conocía a este hombre?
—Edward —respondió ella con un leve asentimiento de cabeza—. ¿Podemos usar tu chimenea?
Draco frunció el ceño. Nunca en su vida había oído hablar de un tal Edward. No era un nombre propio de la nobleza mágica, y sin embargo, su madre hablaba con él como si lo conociera de toda la vida.
—Por supuesto —respondió Edward con tranquilidad—. Andrómeda estará encantada.
Draco sintió que su piel se erizaba.
—¿Andrómeda? —repitió en voz baja.
No recordaba a nadie con ese nombre en la familia. Sin embargo, por alguna razón, su madre evitó su mirada.
Antes de que pudiera exigir respuestas, Narcisa tomó un puñado de Polvos Flu y lo miró con la misma expresión inquebrantable que usaba cuando no aceptaba objeciones.
—Calle Abedul, número 17 —pronunció con claridad y, en un parpadeo, desapareció entre las llamas verdes.
Draco apretó la mandíbula.
Edward se cruzó de brazos y lo observó con detenimiento.
—Eres la viva imagen de tu padre —dijo con voz tranquila—. Pero estaba seguro de que algún día te vería por aquí.
Draco le sostuvo la mirada con frialdad.
—¿Ah, sí?
Edward inclinó la cabeza, evaluándolo con una media sonrisa.
—Porque, aunque luces como Lucius, en el fondo eres como Narcisa. Quizás no lo sepas todavía, pero lo verás con el tiempo.
Draco sintió una punzada de incomodidad, como si aquel hombre estuviera leyendo algo en él que ni él mismo entendía.
—No tienes idea de quién soy.
—Quizás no —admitió Edward, encogiéndose de hombros—, pero sé quién es tu madre. Y si ella ha decidido traerte aquí, significa que tarde o temprano descubrirás por qué.
Draco frunció el ceño, incapaz de encontrar una respuesta adecuada.
Edward sonrió con complicidad y señaló la chimenea.
—Vamos, no querrás hacerla esperar.
Draco vaciló un segundo más, luego tomó un puñado de Polvos Flu, lanzó una última mirada desconfiada a Edward y entró en la chimenea.
—Calle Abedul, número 17.
Las llamas verdes lo envolvieron, arrastrándolo hacia lo desconocido.
Draco se sacudió el polvo de la túnica mientras observaba a su madre perderse en el abrazo de una mujer que, aunque parecía solo un poco mayor que ella, tenía un parecido inquietante con el retrato de su tía Bellatrix. Sin embargo, su cabello liso y castaño claro, así como la serenidad en su expresión, le daban una apariencia menos severa. Narcisa se irguió con elegancia antes de hablar.
—Draco, ella es tu tía Andromeda.
Draco recorrió con la mirada el amplio salón de la casa. No se parecía en nada a los salones que conocía, ni siquiera al de la mansión Malfoy. No era solo una cuestión de tamaño, sino de disposición: había una biblioteca integrada en el mismo espacio, y sobre las estanterías se alineaban artefactos idénticos a los que había visto momentos atrás en la tienda donde habían estado.
—Tu tía Andromeda está casada con Edward Tonks, el dueño de la tienda que acabamos de visitar.
—¿Edward es un muggle? —No lo dijo con desdén, sino con genuina sorpresa.
Andromeda se tensó por un instante, pero respondió con calma:
—Sus padres lo eran, pero nos conocimos en Hogwarts. Él también es mago.
Draco captó la sutil elevación de ceja de su madre. No necesitaba palabras para comprender el mensaje implícito: "Como Hermione". Y de pronto, todo comenzó a tener más sentido.
Su madre tenía una hermana de la que nunca había oído hablar. Ginevra Weasley y Potter habían mencionado en alguna ocasión a una tal Andromeda Tonks, pero jamás se le había ocurrido pensar que fuese hermana de Narcisa, lo que la convertía en su tía.
Esa tía se había casado con un mago nacido de muggles, lo que significaba que había vivido en una situación similar a la suya con Hermione.
¿Era esa la razón por la que su madre lo había traído aquí? ¿Para que conociera a su tía? ¿O era un respaldo tácito a su relación con Hermione? ¿O ambas cosas?
—Entonces, eres mi tía.
—En efecto, así es.
—¿Hay más familiares de los que deba enterarme?
—Los hay.
Una voz femenina y juvenil resonó desde la escalera que conducía al segundo piso. Draco alzó la vista y vio a una mujer que parecía solo unos años mayor que él. Tenía ojos oscuros y brillantes, una piel tan pálida como la suya y un rostro de rasgos afilados que, para su desconcierto, le recordaban al suyo propio. Su cabello, corto y de un rosa vibrante, contrastaba con su atuendo extravagante, que la hacía parecer la hermana mayor de Luna Lovegood. De seguro compraban su ropa en la misma tienda.
La mujer descendió con pasos ligeros y se acercó a Narcisa, saludándola con un beso en la mejilla.
—Tía Cissy, qué raro verte por aquí antes de Navidad.
—Lo siento, querida, no quería ser inoportuna. Solo quería que conocieran a Draco.
Luego, Narcisa se giró hacia él.
—Draco, tu prima Nymphadora.
—Puedes y debes llamarme Dora… o Tonks, en su defecto —corrigió ella con una sonrisa ladina.
Draco reconoció el nombre al instante. Lo había escuchado de las mismas fuentes que mencionaban a su tía. Cada pieza comenzaba a encajar.
Nymphadora lo examinó con la mirada y, al notar que él la observaba de vuelta, su expresión se tornó astuta.
—Tienes razón, tía, es todo un Slytherin.
—Por supuesto, querida, suelo tener razón —respondió Narcisa con absoluta naturalidad.
Draco disimuló una sonrisa. Había algo en la manera en que su madre y Hermione compartían ese tono de certeza inquebrantable. Recordó que Blaise solía bromear con que, con algo de suerte, él evitaría la maldición de terminar con una mujer parecida a su madre… o no viviría para contarlo.
—¿Te gustaría que tomáramos el té en el solar? —preguntó Andromeda.
—Me parece perfecto —asintió Narcisa.
Los cuatro se dirigieron hacia la parte trasera de la casa. Al atravesar lo que Draco identificó como una cocina, su atención se desvió hacia una serie de artefactos extraños colocados sobre la encimera. Su madre encendió el fogón y colocó una tetera sobre él, pero Draco no pudo evitar detenerse.
—Son electrodomésticos muggles —explicó su prima, notando su curiosidad—. Supongo que no estás muy familiarizado con ellos.
Draco giró la cabeza para mirarla.
—En efecto, no lo estoy.
—Ven, te daré un recorrido. Será corto, mamá no tiene una cocina muy grande.
—La tuya sí lo es.
—No, de hecho, la mía es más pequeña. No tengo electrodomésticos. Remus nunca aprendió a usarlos.
Draco frunció el ceño.
—¿Ahora me dirás que vives con Lupin? Mi profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en tercer año.
—En efecto. Sabía que lo conocías.
Draco la miró fijamente.
—¿Es que todos ustedes se conocen entre sí y yo era el único que ignoraba todas estas conexiones? Déjame adivinar… ¿también conoces a mi bruja?
—¿Quién es tu bruja?
—Hermione Granger.
Por primera vez, Nymphadora pareció realmente sorprendida. Su asombro se transformó en una carcajada sonora.
—No sabía que los Malfoy tenían sentido del humor.
Narcisa, que los esperaba en la puerta del solar, la interrumpió con un tono neutro.
—No es una broma, Dora. Aunque no debía contarlo, Draco está saliendo con la señorita Granger desde este año.
La risa de Nymphadora cesó de golpe.
—Pero… se supone que Hermione es lista —murmuró.
—Precisamente —respondió Narcisa sin inmutarse.
Draco rodó los ojos.
—Supongo que el sarcasmo es un rasgo distintivo de la línea Black —comentó, decidiendo que el tour por la cocina podía esperar. En ese momento, prefería un té.
Se sentó junto a su madre, frente a su prima y su tía. Sirvió el agua en la tetera y añadió un poco de leche, sintiendo el escrutinio de Nymphadora sobre él.
—¿Quieres preguntarme algo, Tonks?
—De hecho, sí. ¿Por qué tú, un Malfoy, saldrías con Hermione?
Draco dejó su taza sobre el plato con calma.
—¿Y por qué no?
—Porque es hija de muggles. No me malinterpretes, mi padre también lo era, pero pensé que los Malfoy nunca se permitirían algo así.
—Draco también es un Black —intervino Narcisa, llevándose la taza a los labios.
—Supongo que es una respuesta suficiente —murmuró Nymphadora, echando tres cucharadas de azúcar en su té. Draco la observó con incredulidad ante semejante exceso de dulzura.
Un breve silencio se extendió mientras todos disfrutaban del té. Finalmente, Andromeda habló con serenidad.
—Hermione es una bruja excepcional, Draco. No tengo dudas de que ustedes dos tienen mucho en común. Narcissa siempre ha hablado de tu inteligencia; puedo verlos como una pareja bien equilibrada.
Su tía tenía una forma de hablar y moverse muy similar a la de su madre, pero en ella había una calidez que Narcissa solo reservaba para él y su padre. Sus palabras le hicieron sentir una extraña satisfacción, aunque también despertaron otra inquietud: ¿por qué Hermione nunca le había mencionado que conocía a su tía? Claramente, lo hacía.
Andrómeda, aún observándolo atentamente, pareció leerle la mente.
—Si te preguntas por qué Hermione nunca te habló de mí, es porque no sabe que Narcissa y yo estamos en contacto. Solo Ted—o bueno, probablemente lo conozcas como Edward—, Dora, Remus, tu madre y yo lo sabemos. Y ahora, tú también.
Draco miró a su madre.
—Supongo que ahora compartimos secretos, madre.
—Así es, querido. Pero más que eso, quería que entendieras que la señorita Granger siempre será bienvenida en mi hogar. Quería dejarlo claro. Y, por supuesto, quería que conocieras a tu tía. Tus revelaciones de anoche solo facilitaron mi decisión.
—Aún no lo entiendo. —murmuró Nymphadora.
Draco sonrió con suficiencia.
—Debes ser una Hufflepuff. Son los únicos que nunca captan las cosas rápido. O tal vez una Gryffindor, tercos y cabezotas.
—Tu bruja es una Gryffindor.
—Por eso mismo lo sé.
Nymphadora soltó una carcajada.
—Sí, fui una Hufflepuff. Y me honra haber estado en la mejor casa de Hogwarts.
Los tres Slytherins alzaron una ceja al unísono.
—¡Oh, no me miren así! Mi padre estaría de acuerdo. Ustedes pueden pelearse por el segundo lugar. Solo no se lo digan a Remus o a Hermione; son insoportables cuando defienden sus casas.
—Tal como tú. —replicó Draco.
—Solo digo la verdad.
Draco agitó la cuchara en su té con un gesto casual antes de responder con su característica altanería:
—Si realmente dijeras la verdad, admitirías que Hufflepuff es la casa de los que no supieron decidirse por una cualidad sobresaliente.
Nymphadora entrecerró los ojos, divertida.
—Oh, claro, lo dice el Slytherin que probablemente lloró cuando no lo pusieron en Ravenclaw.
—¿Llorar? —Draco dejó su taza con un leve clic sobre el platillo—. No es propio de los Slytherin lamentarse por lo que no es. Nos aseguramos de que el mundo se acomode a lo que queremos.
—Ah, sí, los ambiciosos. Los que traman y manipulan. Si tan solo usarán esa energía para algo más productivo…
—Como hacer tartas en la cocina de Hufflepuff —replicó Draco con sorna.
Nymphadora rio, divertida.
—Te sorprendería lo que se puede aprender en una cocina, primito. Algunas cosas son más útiles que solo mover la varita.
Draco ladeó la cabeza, pensativo.
—Bueno, al menos admites que necesitas una varita para hacer magia. Eso ya es más sensato de lo que esperaba.
—¡Por el barril de Helga! —exclamó Tonks en exagerada indignación—. Con que así es un Malfoy cuando intenta ser encantador… Me alegra que Hermione sea Gryffindor, al menos te pondrá un alto cuando se te suba demasiado el ego.
La sola mención de Hermione le hacía extrañarla, quería tenerla a su lado siempre, de seguro tendría algo que replicar a su prima, alguna observación brillante para defender su casa y al el no le importaría en absoluto porque la tendría cerca.
Draco entrecerró los ojos, fingiendo molestia, pero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa. Tal vez, después de todo, tener más familia de la que esperaba no era tan terrible.