Veritas et Poena (Español)

Harry Potter - J. K. Rowling
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Veritas et Poena (Español)
Summary
Cuando Hermione Granger y Draco Malfoy se ven atrapados en un pacto mágico que potencia su conexión y desafía las reglas del mundo mágico, su enemistad se transforma en algo más peligroso: una atracción incontrolable. Lo que comienza como un juego de manipulación y estrategia dentro de Hogwarts pronto se convierte en un vínculo imposible de ignorar. Mientras las costumbres de la sociedad mágica tiemblan con romances prohibidos que salen a la luz, ambos descubren que el verdadero peligro es romper las reglas sino se esta dispuesto a asumir las concecuencias
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Puente

Los días se volvieron semanas, y Hermione y Draco pasaban más tiempo en la sala que les habían asignado como premios anuales que en sus propios dormitorios o salas comunes. Siempre regresaban a dormir a sus camas en la torre de Gryffindor y las mazmorras respectivamente pero hacia altas horas de la noche o la madrugada incluso. Aquello solo pareció consolidar su relación a ojos de los demás, al punto de que incluso sus jefes de casa parecían resignados a aceptar aquella improbable unión. Después de todo, continuaban siendo alumnos ejemplares y en lo que respectaba a los espectáculos en cualquier lugar publico parecian abstenerse por completo, si iban a hacer algo indecoroso que fuese en la intimidad de aquel espacio, ya eran mayores.

Sin embargo, no todos compartían la opinión general.

Este año Hermione había decidido pasar las fiestas con sus padres y compartir solo la pascua de Navidad en la madriguera, algo que la mayoría de los Weasley lamentaron. No obstante, Hermione se excusó alegando que en los últimos seis años no había compartido la cena navideña con sus padres y que no le parecía justo seguir posponiéndolo. Lo que no confesó fue que Draco se había mostrado inquieto ante la idea de que ella pasara tiempo a solas con Charlie. Al principio, aquello la molestó e incluso la inquietó; parecía una orden implícita, como si Draco tuviera algún derecho a decidir por ella. ¿En qué momento su relación había dejado de ser solo una fachada? Sin embargo, aunque él nunca lo pidió de manera directa ni tenía poder alguno para imponerle nada, Hermione notó el alivio en sus ojos cuando le informó que pasaría las festividades con sus padres y solo iría a la madriguera para pascua, Y, por alguna razón, eso la hizo sentir extrañamente satisfecha.

Con la Navidad acercándose, Hermione se encontró ante una encrucijada: debía escoger un regalo para Draco. ¿Qué se le podía dar a alguien que parecía tenerlo todo?

El último fin de semana antes de abandonar la escuela, Hermione y Ginny se dirigieron al Callejón Diagon para hacer juntas las compras navideñas, una tradición que mantenían desde que Hermione tenía quince y Ginny catorce años. Ambas sabían qué regalos comprar para los demás, excepto para ellas mismas. Para evitar ese inconveniente, Hermione ya había previsto el regalo de Ginny: un elegante juego de plumas encantadas de tinta autorellenable y resistente al agua, perfectas para sus clases y para escribir cartas sin preocuparse por manchas o derrames.

Los demás regalos fueron relativamente fáciles de escoger. Como cada año, al entrar en Artículos de Calidad para el Quidditch, encontraron enseguida los obsequios para Harry y Ron. Sin embargo, Hermione seguía sin dar con algo adecuado para Draco. Nada parecía lo suficientemente especial, lo suficientemente significativo.

Ginny, notando su dilema, le pidió que la acompañara a Equipamiento Mágico de Sabihondos, pues quería comprarle algo a Theodore Nott. Aquello no sorprendió a Hermione en lo absoluto. Entraron en la tienda, y mientras Ginny hojeaba un diario encantado que respondía preguntas cerradas, la mirada de Hermione se posó en una vitrina. En su interior, un pequeño colgante de plata, cuidadosamente trabajado en la forma de una Snitch pero plateada, captó su atención.

Justo entonces, un mago apareció a su lado.

—No es un adorno común —comentó en voz baja, como si compartiera un secreto—. Si el portador lo sostiene entre los dedos y se concentra, las delicadas alas grabadas en su superficie vibrarán sutilmente, orientándose en la dirección de aquello que más anhela en ese momento.

Hizo una pausa y miró a su alrededor antes de añadir, casi en un susurro:

—No sabemos por qué tiene forma de Snitch, pero sí que solo se produjeron tres de estas.

Hermione meditó por un instante. No era un objeto que le diera ventaja en el juego, pero sí un recordatorio constante de su instinto como buscador, de aquello que verdaderamente ansiaba encontrar en el campo: la Snitch dorada.

O quizá, fuera de él, algo más.

—Me lo llevo —dijo con determinación.

 

Aquel viernes sería la última vez que podría encontrarse en aquel espacio con Draco. Al día siguiente, partirían hacia sus respectivos hogares. Hermione permanecía acostada en el sofá de la sala de estar, frente a las dos habitaciones, cuando Draco entró por la puerta. Antes de que pudiera levantarse, ya lo tenía sobre ella, atrapada entre su cuerpo y los brazos del sofá, con sus labios sobre los suyos en un beso más suave de lo habitual. Hermione sonrió en respuesta mientras lo rodeaba con los brazos por el cuello, un gesto que se le hacía cada vez más natural y que denotaba una intimidad que antes no existía. Apoyó su nariz sobre la de él y pareció dudar antes de hablar.

—Sé que esta relación es, en teoría, fingida... aunque hayamos agregado ciertos beneficios al trato —murmuró.

Draco arqueó una ceja con una expresión divertida.

—Los llamaría más que beneficios, Granger. Y, si soy honesto, creo que los dos sabemos perfectamente que lo de fingir quedó atrás hace semanas.

La declaración la tomó por sorpresa. Draco ya no parecía tan reacio a mostrar sus deseos abiertamente cuando estaban solos. En público, mantenía una actitud posesiva sobre ella, pero en la privacidad de su refugio compartido, era más transparente, más real. Y pese a todo, la afirmación solo logró agrandar la sonrisa de Hermione, algo que Draco disfrutaba en ella. Para él, era un preludio delicioso a lo que podía ser un encuentro fabuloso después de un largo día. Había tenido práctica de Quidditch aquella mañana y no se habían visto desde entonces, hasta ahora.

Draco se retiró con un aire despreocupado y se dirigió hacia la habitación que nunca usaban. Hermione escuchó el sonido de algunos movimientos, pero permaneció quieta. Cuando volvió a aparecer en la sala, traía consigo una caja alargada, envuelta en papel verde esmeralda con un moño plateado.

—Supongo que debería decir "Feliz Navidad" y todo eso, Granger, pero esto es lo máximo que obtendrás de mí —dijo con fingida indiferencia.

Hermione se puso de pie y, alzándose sobre la punta de sus pies descalzos, depositó un suave beso en la comisura de sus labios antes de aceptar la caja.

—Es más de lo que hubiera esperado —admitió, con una sinceridad que la sorprendió a sí misma.

—Pero menos de lo que tendrás mientras sigas siendo mía —replicó Draco con una media sonrisa.

Parecía demasiado fácil. La dinámica entre ellos había cambiado tanto que el tiempo que antes empleaban en su investigación ahora lo ocupaban en perderse el uno en el otro. El objetivo inicial de encontrar respuestas sobre el pacto, de buscar una manera de romperlo, había quedado archivado junto con las restricciones que ambos se habían impuesto en un principio. Restricciones que, claramente, habían sido incapaces de mantener. 

Incluso aquellas motivaciones que en un principio los habían llevado a hacer aquel pacto y el desamor que habían experimentado por aquellas personas parecían haberse quedado atrás.

Hermione volvió al sofá con una sonrisa satisfecha y desató el moño del regalo con dedos temblorosos de expectación. Retiró la tapa de la caja y encontró en su interior un libro. Levantó la mirada hacia Draco, y la expresión de Hermione cuando estaba feliz lo desarmaba últimamente. Lo llenaba de una especie de furor que le hacía sonreír sin remedio. Al principio intentó evitarlo, porque sabía que ella lo notaría. Pero con el tiempo dejó de contenerse. Ahora solo sentía la misma calidez que probablemente la invadía a ella. Y eso, por extraño que sonara, lo hacía sentir satisfecho.

Hermione tomó el libro entre sus manos, recorriendo la portada con las yemas de los dedos.

—Los cuentos de Beedle el Bardo —leyó en voz baja, con asombro.

—Son historias para niños mágicos —explicó Draco, encogiéndose de hombros—. Theo mencionó alguna vez que en la cultura muggle también tienen cuentos similares y me pareció que podría interesarte. Bueno, aunque tú sueles interesarte en cualquier cosa con hojas empastadas, así que...

Su comentario quedó interrumpido cuando Hermione lo besó sin previo aviso, sosteniéndose de su cuello mientras aún sujetaba el libro en una mano. Aquel beso estaba cargado de pasión, sí, pero también de algo más. Algo que Draco no supo identificar de inmediato. Cuando sus ojos se encontraron, Hermione le susurró

—Gracias.

Draco se aclaró la garganta y desvió la mirada.

—No es una edición cualquiera. Por favor, ábrelo.

Hermione se apartó con curiosidad y abrió el libro. Apenas pasó la primera página, las ilustraciones comenzaron a cobrar vida de una manera que la dejó sin aliento.

—Es una copia encantada —explicó Draco. Su tono, que usualmente oscilaba entre el sarcasmo y la arrogancia, se había suavizado con ella—.

Hermione pasó las páginas, fascinada por los dibujos en movimiento, hasta que notó pequeñas anotaciones al pie de varias hojas.

—¿Esto lo escribiste tú? —preguntó, con los ojos brillantes.

Draco se encogió de hombros, fingiendo desinterés.

—Solo algunas notas que me parecieron importantes. Son mi punto de vista sobre ciertos pasajes. Nada impresionante.

Hermione lo miró con una intensidad que le hizo un nudo en la garganta. Su regalo le pareció de repente demasiado impersonal en comparación con lo que Draco le había dado. Él notó la forma en que ella lo observaba y, sintiéndose ligeramente incómodo, añadió:

—La tinta se adapta a la luz, asegurando una lectura siempre perfecta.

Pero Hermione continuaba mirándolo como si acabara de descubrir un tesoro escondido. Draco desvió la vista con rapidez, incapaz de sostenerle la mirada. Y fue en ese instante cuando ella lo entendió. Sintió cómo una verdad ineludible se abría paso en su interior, lenta pero implacable. En contra de toda lógica y de todo lo que había supuesto sobre sí misma, Hermione Granger se estaba enamorando de Draco Malfoy.

Debería haberle asustado. Debería haber sentido pánico ante las implicaciones de lo que eso significaba, ante los riesgos y el dolor que podía acarrear. 

Aquello deberia sorprenderla pero en lugar de eso, la invadió una calidez inesperada. Una sensación que no solo aceptó, sino que abrazó sin dudar, una calidez que seguro Draco estaba sintiendo tambien, porque no dudo un segundo mas y la beso como si la vida se le fuese en ello

Era extraño pensar en como habia comenzado todo aquello y en que punto estaba parada ahora, debería estar preocupada por los efectos de sus sentimientos y emociones por lo que Dumbledore habia expresado y su investigación respecto al pacto mismo habia arrojado y sin embargo solo quería continuar en ese espiral de emociones en el que Draco la envolvia. 

Tras recuperar el aliento, se apartó lentamente, dejando el libro junto a su bolsa antes de abrirla. Sacó una caja de color granate con un lazo dorado y, al notar los colores idénticos de sus respectivos empaques, ambos rieron. Eran demasiado predecibles.

Hermione caminó hacia Draco y le dio un beso en cada mejilla.

—Feliz Navidad, Draco.

Él, siempre educado bajo preceptos que le imponían parecer inmune a cualquier emoción, esbozó una sonrisa medida. Había dudado en regalarle algo a Hermione. No era una costumbre que soliera compartir con cualquiera. Sin embargo, cuando vio a Theodore elegir un obsequio para Ginevra Weasley—quien ni siquiera era su bruja oficialmente—supuso que no podía quedarse atrás. Después de todo, había sido criado para ser un caballero, aunque rara vez se comportara como tal. Y por alguna razón, quería que Hermione se sintiera tan importante como lo estaba empezando a ser para él.

Pero jamás se imaginó recibir algo a cambio.

Destapó la caja, encontrando su interior forrado con una aterciopelada tela negra. En el centro, una Snitch plateada pendía de un delgado colgante del mismo color. La tomó con cautela entre los dedos, observándola con una mezcla de curiosidad y expectación. De repente, el pequeño artefacto batió sus alas y tiró de él, acercándolo sutilmente a Hermione. Ella sonrió con complicidad.

Draco la miró en silencio, esperando una explicación.

—Tiene un encantamiento —dijo ella, divertida por su desconcierto—. Se supone que, si el portador la sostiene entre los dedos y se concentra, lo llevará en la dirección de aquello que anhela en ese momento.

Draco sintió un calor inesperado subirle al rostro.

—Me pareció un objeto útil para tus partidos —añadió ella con naturalidad—. Si en algún momento pierdes de vista la Snitch, quizá puedas localizarla con...

No terminó la frase. No pudo.

Draco la calló con un beso. Uno intenso, nacido de un impulso que no pensó en reprimir. La atrajo hacia sí con la mano libre aferrada a su cintura, mientras Hermione se sujetaba contra su pecho como si él fuera lo único, un ancla en medio del torbellino que la envolvía.

Por Merlín… ¿siempre se sentiría así de bien?

Cuando se separaron, Hermione notó algo diferente en su mirada. Ya había reparado en cómo el color y la profundidad de los ojos de Draco mutaban según su estado de ánimo. Ahora, sus iris grises tenían un resplandor plateado, como si la luz atrapada en ellos titilara entre la duda y la certeza. Cuando estaba furioso, su mirada se oscurecía, adquiriendo una intensidad tormentosa, impenetrable como el acero. Cuando mentía, sus pupilas se contraían sutilmente, un truco aprendido de la nobleza para ocultar emociones detrás de un muro de indiferencia. Pero ahora... ahora sus ojos brillaban con un fulgor crudo, casi cristalino, reflejando algo que Draco ni siquiera se atrevía a poner en palabras.

—Parece que funciona bastante bien para los fines que mencionaste —dijo, sosteniendo la Snitch entre los dedos con aire distraído—. La usaré en el campo solo si es necesario, aunque dudo que me haga falta. Siempre suelo encontrar la Snitch por mi cuenta.

—Por supuesto —replicó Hermione, aunque en su voz había algo más.

Se miraron fijamente, atrapados en un lenguaje silencioso que decía más que cualquier palabra. Pensamientos abiertos, emociones desnudas. Y en medio de todo ello, una certeza crepitando en el aire, innegable.

Hermione tragó en seco.

Tuya.

Draco sonrió, más para sí mismo que para ella.

Tuyo.

La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por el fuego crepitante en la chimenea. La cálida luz anaranjada danzaba sobre la piel de Hermione, proyectando sombras ondulantes en las paredes. Pero nada se comparaba con el fuego que ardía en su interior mientras miraba a Draco. Su camisa estaba desabotonada hasta la mitad, dejando ver la extensión de su pecho pálido, y el rubio de su cabello reflejaba la luz tenue como hilos de oro. Sus ojos... esos ojos grises, normalmente fríos e impenetrables, ahora parecían líquidos, como mercurio fundido, cargados de un deseo que Hermione sabía que coincidía con el suyo.

Habían estado besándose por lo que parecía una eternidad, una danza desesperada entre labios y manos que se buscaban con hambre y con una familiaridad que solo el tiempo podía otorgar. Sabían exactamente dónde tocar, dónde presionar, dónde arrancar jadeos y suspiros ahogados. Nada en ese momento se sentía forzado o ajeno. Sus cuerpos se reconocían como si hubieran estado destinados a encontrarse así, piel con piel, sin barreras, sin reservas.

No debería sentirse así. No debería desearlo de esta manera. El pacto que habían hecho lo prohibía, su propia promesa de no buscar, no aceptar, no reconocer el amor. Pero hacía semanas que ese pacto había dejado de importar. Hacía semanas que se habían olvidado de Charlie Weasley y Aurelie Dumont, nombres que alguna vez habían significado tanto y que ahora eran apenas ecos lejanos de lo que creyeron querer. No eran más que sombras difuminadas, recuerdos sin peso frente a la realidad innegable de lo que eran el uno para el otro.

Draco no pensaba en ella como una sangre sucia, ni siquiera como una Gryffindor. Había dejado de lado todo lo que le enseñaron, todo lo que le inculcaron sobre pureza de sangre, sobre linajes y sobre lo que debía o no debía desear. Hermione Granger lo había desterrado de esas creencias con cada palabra inteligente que pronunciaba, con cada desafío que le lanzaba, con cada vez que lo hacía olvidarse de sí mismo solo con una mirada. Y él no quería resistirse más.

—Dime que pare —susurró Draco contra su boca, su voz ronca, cargada de algo más allá del deseo. No era una orden, era una súplica, una última oportunidad de detener lo inevitable.

Hermione entreabrió los ojos y vio la lucha en su rostro. Draco Malfoy, el chico que había jurado nunca amar, el mismo que se burló de ella durante años, ahora la miraba como si ella fuera su perdición. Pero ella no quería salvarse. No de él.

En lugar de hablar, dejó que sus dedos recorrieran la piel expuesta de su pecho, sintiendo el calor que irradiaba su cuerpo, la forma en que su respiración se entrecortaba bajo su toque. Despacio, bajó las manos hasta el borde de su camisa y comenzó a deslizarla por sus hombros, sintiendo cómo los músculos bajo su piel se tensaban ante el contacto. Draco la dejó hacerlo, observándola con una mezcla de reverencia y avidez, sus pupilas dilatadas, sus labios entreabiertos, su respiración cada vez más pesada.

Cuando sus manos alcanzaron su piel desnuda, un temblor recorrió su cuerpo. Hermione sintió el poder en ese gesto, en saber que podía desarmarlo con una caricia, que podía hacer que Draco Malfoy se olvidara del mundo con solo tocarlo. Y entonces supo con certeza que no había vuelta atrás.

—Eres mía —murmuró Draco contra su cuello, sus dientes rozando la piel antes de atraparla entre sus labios.

Hermione arqueó la espalda, aferrándose a sus hombros mientras el calor subía por su piel. Cada roce, cada aliento entrecortado, cada gemido contenido en la garganta era un recordatorio de cuánto lo necesitaba, de cuánto lo quería.

—Y tú eres mío —respondió ella, su voz temblorosa, pero segura.

Y esta vez, ninguno de los dos tuvo intención de detenerse.

 

Draco comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Hermione con una habilidad experta, la misma que había demostrado innumerables veces antes. Sin embargo, esta vez, sus dedos parecían dudar apenas, como si, pese a su destreza, le estuviera dando la oportunidad de detenerlo. Pero Hermione lo miraba con determinación, su mensaje era claro, sus pensamientos aún más.

Así que continuó. Deslizó la prenda por sus hombros, desnudando su piel centímetro a centímetro. Su falda cayó con un leve susurro al suelo cuando ella misma la empujó por sus muslos, mientras Draco se deshacía de su propio pantalón con una prisa contenida. En un abrir y cerrar de ojos, ambos quedaron en ropa interior, la tensión entre ellos vibrando en el aire, cargada de deseo y promesas silenciosas.

Draco se incorporó, observándola con un brillo travieso en los ojos.

—Hay algo que siempre he querido hacer, Hermione.

Ella arqueó una ceja.

—No me digas… ¿me harás adivinar?

Él sonrió aún más, su expresión era la de un depredador entreteniéndose con su presa.

—¿Recuerdas cuando me dijiste que, si quería tenerte cerca en el campo de Quidditch, tendría que cargarte al hombro?

Los ojos de Hermione se abrieron de par en par.

—No te atreverías.

Draco levantó una ceja con arrogancia.

—Pensé que, a estas alturas, ya tenías claro que lo que un Malfoy quiere, lo consigue.

Hermione apenas tuvo tiempo de ahogar un gritito antes de que Draco la sujetara firmemente por la cintura y la echara sobre su hombro con una facilidad insultante.

—¡Draco, bájame ahora mismo!

Su protesta se convirtió en un jadeo entrecortado cuando sintió su mano recorrer la curva de su trasero antes de darle una palmada inesperada. El calor del golpe se extendió por su piel, pero, lejos de desagradarle, un estremecimiento placentero recorrió su cuerpo. Draco lo notó, y con una sonrisa ladina, deslizó la palma sobre el punto que acababa de castigar, acariciándolo con deliberada suavidad… solo para repetir el gesto, esta vez con menos dureza pero con más intención.

El gemido contenido de Hermione fue suficiente para que la sangre de Draco hirviera.

El camino hasta la cama fue corto, y al llegar, la tendió con delicadeza sobre el colchón. Se colocó sobre ella, apoyándose en sus manos y antebrazos, dejándose embriagar por la imagen frente a él.

Hermione ya no era la chica tímida que, al principio, se cubría cada vez que él la observaba sin ropa. Ahora lo miraba de vuelta, con esa mezcla de confianza y deseo que lo volvía loco. Sin embargo, esta vez, en sus ojos había algo más… algo que hizo que Draco contuviera el aliento.

—Eres demasiado hermosa, Hermione —murmuró con una devoción que ni él mismo entendía del todo—. Nunca imaginé que alguien pudiera lucir tan perfecta como tú.

Hermione sostuvo su mirada y, por un instante, todo a su alrededor desapareció. En los pensamientos de Draco en ese momento no había nada más que ella. La certeza la envolvió, cálida y absoluta: era suyo. Suyo y de nadie más. Y ese conocimiento la tranquilizó de una manera que no esperaba, enviando un dulce escalofrío por su espalda.

El rubor en sus mejillas no hizo más que intensificar su deseo. Con una caricia inquietante, recorrió el contorno de su cuerpo, deslizándose desde sus muslos hasta sus costillas con la suavidad de un roce eléctrico.

Cuando sus dedos rozaron sus pezones a través de la tela de su sostén, Hermione exhaló un suspiro entrecortado. Draco sintió el latido acelerado de su corazón, la anticipación palpitando en el aire entre ellos. Se inclinó, dejando que su lengua pasara sobre la fina tela, deleitándose con la manera en que su cuerpo reaccionaba a cada mínima provocación.

Con la misma destreza con la que desabrochaba túnicas y capas en los vestidores de Quidditch, deslizó los dedos hasta el broche de su sujetador y lo liberó con un movimiento ágil. Su mirada se oscureció al verla completamente expuesta ante él.

Era una visión que jamás podría cansarse de contemplar.

Llevó su boca a su pecho, atrapando un pezón entre sus labios mientras su lengua dibujaba lentos círculos sobre él. Sintió cómo Hermione se arqueaba bajo su toque, su cuerpo respondiendo a cada gesto, cada roce, con una entrega absoluta.

Pero esta vez… no iban a detenerse ahí.

Lo supieron en el momento en que sus miradas se encontraron. No había duda. No había marcha atrás.

Draco descendió lentamente, dejando un rastro de besos desde su cuello hasta su abdomen. Su lengua delineó la curva de su cadera mientras sus dedos jugueteaban con el elástico de su ropa interior.

—Levanta un poco las caderas para mí, amor —murmuró contra su piel.

Hermione obedeció sin pensarlo, su respiración entrecortada, sus manos crispando las sábanas. Draco aprovechó su sumisión momentánea y, con una destreza indolente, atrapó la delicada tela entre sus dientes, arrastrándola lentamente por sus piernas. La manera en que su piel quedó al descubierto, palpitante bajo su mirada hambrienta, lo hizo jadear suavemente.

Dejó los panties a un lado y emprendió el viaje de regreso, besando y mordiendo con suavidad la cara interna de sus muslos, sus rodillas, sus tobillos, incluso el arco de sus pies. Saboreándola. Reverenciándola.

Y cuando su boca se posó sobre su centro, reclamándola con una devoción indómita, Hermione dejó de pensar en el pacto, en las reglas, en cualquier cosa que no fuera él.

La lengua de Draco se movía con destreza sobre su centro, arrancando jadeos entrecortados de los labios de Hermione. Su cadera se arqueaba en busca de más fricción, y sus manos se aferraban a su cabello, enredándose entre los mechones rubios como si temiera que él pudiera alejarse. Cada vez que su lengua se apartaba apenas un milímetro de su punto más sensible, Hermione ahogaba un gemido y deslizaba sus dedos por su cuero cabelludo, acariciándolo con una mezcla de pasión y desesperación. Entre suspiros, su voz flotó en el aire, cargada de placer y entrega.

—Draco...

El sabor de Hermione se mezclaba con su saliva, y Draco no había probado nada más embriagador en su vida. Lo había hecho antes, una sola vez, pero no podía compararse en lo más mínimo con la entrega absoluta que Hermione le mostraba en aquel instante. Podría quedarse allí para siempre, perdido entre sus gemidos y su sabor, pero sintió el temblor de sus paredes internas, palpitando con intensidad contra su lengua. Alzó la mirada y la vio; su pecho subiendo y bajando con respiraciones entrecortadas, los labios entreabiertos, los ojos entrecerrados y nublados por el placer. La conocía demasiado bien. Sabía exactamente lo que vendría después.

Extendiendo una mano, atrapó su pecho y rozó su pezón con la yema de los dedos. Hermione jadeó y atrapó su mano entre las suyas, sin apartarla, guiándolo con suavidad. Y entonces, su cuerpo se tensó y su nombre escapó de sus labios, desgarrado en un grito entrecortado mientras el placer la consumía.

—Draco...

En ese momento lo supo: jamás se cansaría de escuchar su nombre pronunciado así.

Depositó un beso suave sobre su pubis antes de incorporarse y tomarla entre sus brazos, abrazándola con firmeza mientras su cuerpo temblaba con los resquicios del éxtasis. Con caricias perezosas, recorrió su espalda con la palma de la mano y deslizó sus dedos a través de la maraña de rizos húmedos, bajando hasta su cadera. Hermione se acomodó contra él, rodeándolo con una pierna, buscando su calor.

Entonces, alzó la vista y encontró los ojos de Draco: un torbellino de mercurio líquido, intenso y hambriento. Se inclinó hacia él y lo besó, primero con dulzura, como si tratara de contener el deseo, pero Draco no lo permitió. Correspondía a su beso con un hambre feroz, una necesidad insaciable que no parecía menguar. Sus manos se enredaron tras su cuello mientras él la ubicaba a horcajadas sobre sus muslos. Hermione se detuvo un instante, observándolo con el corazón desbocado. Deslizó sus manos sobre su pecho, bajando hasta la pretina de sus boxers. Draco pareció tensarse, su expresión era un reflejo exacto de la suya: deseo y nerviosismo en igual medida.

Draco fue el primero en romper el silencio.

—¿Estás segura?

Hermione arqueó una ceja y sonrió con ese aire de autosuficiencia que tanto lo enloquecía.

—¿Cuándo he estado equivocada?

Draco soltó una risa baja, divertida.

—Bruja soberbia. Por eso me encantas, Hermione Granger. Solo tú puedes hacer que cualquier dualidad parezca natural y clara. Le das perspectiva a todo.

Hermione sonrió y sus dedos trazaron pequeños círculos sobre su piel antes de susurrarle al oído:

—¿Conoces algún hechizo anticonceptivo?

Por supuesto que Draco lo conocía, pero, por alguna razón, se sintió reacio a admitirlo. No quería que ningún recuerdo del pasado empañara ese momento. Hermione notó su duda y tomó su mentón con delicadeza, obligándolo a mirarla. Sus ojos eran profundos y cálidos.

—No importa lo que haya pasado antes, Draco. Piensa en ello de otra forma: todo lo que sucedió antes nos llevó hasta aquí. Quizá era el camino que debíamos recorrer antes de encontrarnos de esta manera. Antes de ser solo tú y yo en este momento.

Draco no podía creer lo fácil que ella se lo tomaba cuando él hervía de celos cada vez que pensaba en McLaggen y sus malditos besos con Hermione. Pero alejó la idea de su mente. Hermione estaba ahí, con él, y eso era lo único que importaba.

—¿Quieres que sigamos siendo solo tú y yo? —preguntó con voz ronca.

Hermione parpadeó, sorprendida. Pero no alzó sus barreras. No con él. Solo fue honesta, como siempre.

—No sé si esto tenga un final feliz... pero sé que quiero verte sonreír todas las horas que pasemos juntos.

Su voz tembló ligeramente. Contuvo las lágrimas antes de continuar:

—Las expectativas de tu familia distan mucho de lo que yo soy. Pero me basta con la certeza de cumplir con las tuyas, Draco.

Aquel momento era demasiado íntimo, demasiado real. Draco no quería pensar en las expectativas de nadie. Solo en Hermione. Solo en la bruja que había derribado todas sus barreras y que ahora parecía estar entregándole su corazón sin miramientos. Y si debía olvidarse de todo por ella, lo haría.

—¿Crees que me extrañarás cuando todo acabe? —susurró ella.

Draco la miró, sus ojos tornándose de un gris brumoso que Hermione nunca había visto.

—Si es que acaba, Hermione. Sé que te extrañaría incluso si no te hubiera conocido.

Eso fue todo.

Hermione se hundió en un beso desesperado, profundo. Draco, con manos hábiles y temblorosas, eliminó la última barrera entre sus cuerpos. Chocaron con la urgencia de quienes han esperado demasiado, de quienes han negado lo inevitable hasta que ya no queda espacio para la duda. Sus pieles se encontraron, se reconocieron, y en ese instante, no hubo más pasado ni futuro. Solo ellos.

Draco la observó una última vez antes de murmurar un "Accio varita" y susurrar un hechizo sobre su vientre. Hermione apenas sintió el nudo mágico formándose dentro de ella antes de rendirse por completo a él.

Nada existía fuera de Draco. Nada importaba en aquel instante, salvo la forma en que la hacía sentir, en cómo derribaba sus barreras con apenas una mirada y la convertía en una criatura guiada por el deseo. Su mente entera ardía con una sola certeza: lo quería.

—No quiero que te detengas —susurró, y supo que no había retorno cuando los ojos de Draco destellaron con lo que debió ser el reflejo de los suyos propios y la giró para quedar sobre ella.

Un gruñido bajo y gutural escapó de su garganta antes de que su boca atrapara la de ella con renovada ferocidad. Hermione no se dejó intimidar por el ímpetu de su deseo; quiso ordenarle, como él lo había hecho en otras ocasiones, que no apartara la mirada, que la mirara mientras lo sentía dentro de ella, pero no pudo. Las oleadas de placer volvían a agolparse en su vientre, haciéndola arquear sus caderas contra él, desesperada por más.

Pero Draco no tenía intención de apresurarse.

—Podría llegar a doler un poco al principio —murmuró, su mano descendiendo hasta la entrepierna de Hermione.

—Joder, Hermione, estás tan húmeda… Creo que eso ayudará a que no te moleste tanto.

El roce apenas perceptible de su erección la hizo temblar.

—¿Estás lista?

Hermione solo asintió y tuvo el valor de tomarlo con sus dos manos, enmarcando su rostro, perdiéndose en sus ojos y permitiendo que él se perdiera en los suyos, en el placer infinito que debería ver reflejado en ellos.

Draco temblaba ligeramente. Se movió sobre ella con una delicadeza inusual en él, como si temiera romperla. Hermione sintió su cuerpo ceder, expandiéndose lentamente para darle espacio, un gemido entrecortado escapó de sus labios y vio los ojos de Draco tornarse a un gris fundido, intenso, abrumador. Cuando finalmente estuvo por completo dentro de ella, se retiró con la misma paciencia con la que se había abierto camino en su interior, inclinó su rostro a solo centímetros del de ella, sin apartar su mirada, como si el contacto visual fuera tan vital como la unión de sus cuerpos. 

Se movía sobre ella con una tortuosa precisión, separándose apenas para volver a hundirse en ella, en un balanceo lento y milimétrico que la hacía jadear en su boca. Hermione se aferró a sus hombros cuando él se hundió con más fuerza y más rapidez, haciéndola sentir cada centímetro de su deseo.

El placer fue inmediato, crudo, devastador. Draco dejó caer la cabeza en el hueco de su cuello, su respiración entrecortada mientras la llenaba por completo.

—Joder, Hermione… —Su voz se rompió en un jadeo ronco, el control que se había forzado a mantener desmoronándose mientras su cuerpo temblaba con la intensidad del momento.

Y entonces continuó moviéndose cada vez más fuerte, más rápido.

Cada embestida era un golpe directo a su cordura, un vaivén de placer que los arrastraba sin tregua hacia el abismo. Hermione lo sentía en cada fibra de su ser, en la forma en que su cuerpo se adaptaba a él, en cómo sus jadeos se mezclaban con los suyos, en la manera en que Draco murmuraba su nombre entre dientes como si fuera un hechizo, una maldición, una súplica.

El susurro de su nombre en su boca la hizo tensarse por dentro. Sintó la oleada de emociones desbordarse, estrechándola alrededor de él, obligándola a moverse al compás de Draco, elevando sus caderas, dejando atrás cualquier rastro de dolor. El éxtasis era mayor, la necesidad de responder a su rápido y desesperado ritmo, irrefrenable.

Draco se tensó sobre ella, sus embestidas se tornaron erráticas, desesperadas. Hermione sintió el nudo en su vientre tensarse hasta casi romperse.

—Hermione… —Su voz sonaba rota, necesitada.

Ella deslizó los labios hasta su oído y lo atrapó entre sus dientes, susurrándole su propia ruina.

—Ven conmigo, Draco.

Sus ojos se encontraron, fundiéndose con la misma intensidad con la que sus cuerpos se entrelazaban. En ese instante, pudieron verse el uno al otro en su más pura y vulnerable esencia. Vieron todo lo que eran, lo que nunca se atrevieron a admitir en voz alta. Vieron amor, deseo, entrega, un hogar que nunca supieron que buscaban hasta que lo encontraron en la piel del otro.

Draco se hundió en ella una última vez, un sonido gutural escapó de su garganta mientras su cuerpo se estremecía con la intensidad del orgasmo, arrastrándola con él.

Draco quedó inmóvil por un instante, su respiración entrecortada contra su cuello, antes de dejarse caer a su lado, arrastrándola con él, abrazándola con la poca fuerza que le quedaba.

Hermione se quedó allí, su rostro enterrado en su pecho, su aliento cálido rozando su piel. Draco la sostuvo, sintiendo cómo su magia temblaba, cómo el pacto entre ellos reaccionaba a lo que habían hecho, a lo que eran ahora el uno para el otro.

Draco contempló su piel, brillando bajo la luz de la luna como si estuviera hecha de polvo de estrellas.

Se aferró a ella con más fuerza, su respiración agitada, su piel húmeda por el esfuerzo.

No dijeron nada.

No lo necesitaban.

Pero los dos sabían la verdad.

Habían faltado a su pacto.

El amor los había encontrado.

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