
La parte de adelante
Los días siguientes, Draco había logrado recuperar la compostura que lo abandonó el día que prácticamente huyó de la biblioteca. Retomaron su investigación con disciplina, pero sin encontrar nada nuevo de valor. Consideraron centrar sus esfuerzos en descubrir si estos pactos tenían una fecha de caducidad, pero la búsqueda fue infructuosa. Draco llegó a barajar la posibilidad de pedir ayuda a su madre, bajo la promesa de que jamás se lo mencionaría a su padre. Sin embargo, decidió posponerlo un poco más. Después de todo, la cercanía con Hermione no le desagradaba en absoluto, y por lo que veía, a ella tampoco.
De hecho, le gustaba.
La sorpresa inicial de sus compañeros había dado paso a una aceptación silenciosa. A estas alturas, su relación ya no despertaba dudas, sino una suerte de resignada comprensión. Tal vez no lo habían visto venir, pero al final, tenía sentido.
Draco había terminado por aceptar la sala que se le había asignado como Premio Anual, estratégicamente cerca de la Torre de Gryffindor. Aunque la mayoría de las noches la dejaba abandonada, en algún punto él y Hermione acordaron que sería prudente darle uso. Al principio, se citaban con miradas furtivas y palabras proyectadas en la mente del otro a través de la legeremancia, pero pronto descubrieron que ya no necesitaban ese recurso. Ahora, un simple cruce de miradas bastaba. Como si la costumbre hubiera creado su propio lenguaje entre ellos. Sin planearlo, establecieron un horario tácito para sus encuentros, antes o después de la cena.
Ambos continuaban siendo los alumnos ejemplares que siempre habían sido, lo que pareció calmar la inquietud de sus jefes de casa ante su repentina cercanía. La obsesión de Hermione por sus estudios no menguaba, pese a las insistencias de Draco de que debía relajarse, aunque fuera un poco. Ella veía en ese consejo una estrategia encubierta de su parte para sacarla del primer lugar, por lo que no bajó la guardia. Pero había un lugar donde sus barreras no existían.
En esa sala, cuando la puerta se cerraba tras ellos, Hermione no tenía que ser la alumna intachable, ni Draco el Malfoy intocable. Allí, las expectativas y el mundo exterior quedaban fuera junto con la nostalgía que en otro tiempo los invadía por no poder tener a quienes realmente querian
Y entonces, solo eran ellos dos.
Aquella noche, como tantas otras, Draco la estaba esperando, apoyado contra el escritorio, con una expresión de calculada indiferencia. Hermione entró con el ceño ligeramente fruncido, aún con la mente atrapada en las notas que había estado repasando antes de ir allí.
—Si vienes con esa cara, mejor regresa a la biblioteca —comentó él con desdén, sin moverse de su lugar.
Hermione dejó escapar un suspiro pesado, pero no se molestó en responderle. Solo dejó sus cosas a un lado y se acercó a él con paso decidido.
Draco arqueó una ceja, sorprendido por la falta de discusión, pero antes de poder decir algo más, ella se puso de puntillas y lo besó.
Era un beso impaciente, cargado de frustración y necesidad. Draco sintió la calidez de su boca contra la suya y el familiar hormigueo que siempre le provocaba. No tardó en corresponderle, sujetándola por la cintura para atraerla más a él. Hermione se dejó hacer, aferrándose a su camisa, como si el contacto pudiera ayudarle a sacarse de la cabeza los malditos ensayos que había estado revisando.
—Vaya, Granger —murmuró Draco contra sus labios, con una sonrisa ladeada—. ¿Estás intentando usarme como método de relajación?
—Cállate —respondió ella, antes de volver a besarlo con más fuerza.
Draco dejó escapar una risa grave antes de hacerla girar con facilidad y acorralarla contra el escritorio. Hermione no se quejó. Al contrario, deslizó las manos por su cuello y entrelazó los dedos en su cabello, tirando de él justo como sabía que a él le gustaba.
Él la sujetó con más firmeza, delineando con sus manos el contorno de su cuerpo. La falda de su uniforme se había subido un poco con el movimiento, y Draco aprovechó para acariciar la piel expuesta de sus muslos con los nudillos, disfrutando de la forma en que Hermione se estremecía contra él.
—Dime que cerraste la puerta con un encantamiento —susurró ella contra su mandíbula.
Draco sonrió contra su cuello, sus labios rozando su piel en un roce que la hizo contener el aliento.
—Por supuesto que lo hice.
No había interrupciones. No había expectativas. No había mañana.
Solo estaban ellos.
Aquella noche, la lluvia golpeaba las ventanas con furia, acompasada con el crepitar de las llamas en la chimenea.
Draco no queria admitirlo pero el momento de su encuentro con Hermione se habia vuelto su momento favorito del día, junto con sus encuentros en la biblioteca o las clases en que se sentaban juntos, ya no se sorprendía tanto como antes ante aquellos pensamientos, Hermione estaba desplazando casí por completo el recuerdo de lo que nunca habia pasado con Aurélie y es que no se cansaba de quedarse mirandola, había algo en ella, en la forma en que mordisqueaba inconscientemente su labio inferior mientras leía, en la manera en que su cabello rizado caía sobre su hombro cuando lo llevaba suelto que lo enloquecía.
Se apreto mas entre sus piernas, Hermione alzó la vista, con una ceja arqueada.
—¡Vas a seguir mirándome así toda la noche o…?
No terminó la frase. Draco se inclinó sobre ella, apoyando las manos sobre el escritorio, atrapándola entre su cuerpo y la madera. Hermione sintió el latido acelerado de su corazón cuando él rozó su mejilla con la punta de la nariz.
—O… —murmuró Draco, con la voz grave, antes de inclinarse lo suficiente para atrapar sus labios.
Hermione dejó escapar un suspiro contra su boca, enredando los dedos en la tela de su camisa para acercarlo más. Draco no se hizo de rogar. Sus labios se movieron con urgencia, explorándola como si no pudiese saciarse de ella. La besó profundo, con la lengua deslizándose contra la suya en un ritmo cadencioso y tentador.
Sintiendo que el escritorio no era suficiente, Draco la levantó en un solo movimiento, haciendo que sus piernas se enroscaran instintivamente alrededor de su cintura. Hermione ahogó una exclamación contra su boca, aferrándose a sus hombros mientras él la llevaba hacia una de las habitaciones. Sus espaldas chocaron contra el colchon mullido, y en un instante, Draco estaba sobre ella, recorriendo la piel expuesta de su cuello con besos perezosos.
—Te heche de menos hoy —susurró Hermione, sin siquiera darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
Draco detuvo su camino de besos y la miró con intensidad.
—Es jueves, debes asistir sola a estudios muggles, pero ahora estoy aquí —susurró contra su piel.
Y con un lento y delicioso movimiento de caderas, le demostró exactamente cuán presente estaba.
Hermione dejó escapar un jadeo entre sus labios entreabiertos.
Draco la observó con una expresión de hambre indescifrable en el rostro, debatiéndose entre pedir permiso o simplemente tomar lo que quería. Un Malfoy no pedía, un Malfoy tomaba. Pero con ella era distinto. Con Hermione, cada gesto parecía exigir un nuevo tipo de control que nunca había necesitado antes.
—Creo que deberías decirme cuando quieras que me detenga.
—No quiero que lo hagas —susurró Hermione sin titubear.
Draco entrecerró los ojos, estudiándola con atención.
—No pretendo parecer demasiado experimentado, Granger, pero es evidente que tengo más experiencia que tú. Podría llevar esto más lejos, pero no sé qué tan lejos has llegado antes.
Un pensamiento incómodo lo atravesó. Cormac McLaggen.
Sintió una punzada de celos al imaginar hasta dónde Hermione le habría permitido llegar a ese imbécil. No pudo evitarlo. Y por la expresión en el rostro de la bruja frente a él, supo que su pensamiento había sido más transparente de lo que le habría gustado.
Hermione se apoyó sobre los codos, su rostro enrojecido. Sabía que debía ser sincera. Lo habían acordado desde el principio, y no faltaría a su palabra.
—La verdad es que Cormac y yo no pasamos de simples besos —confesó, jugueteando con un mechón de su cabello, intentando restarle importancia—. De hecho… me asqueó un poco cuando intentó meterme la lengua en la boca.
Lo dijo en tono ligero, como si fuera una anécdota sin importancia, pero la mirada de Draco se oscureció. No había rastro de diversión en su expresión.
—Por eso quiero que me lo digas si algo te incomoda. No quiero que te sientas obligada a nada. Que estemos haciendo esto y que ambos lo disfrutemos no significa que estés dispuesta a todo. Y ese imbécil tampoco debió creerse con derecho a nada.
Las palabras la dejaron perpleja por un instante. Nunca habría esperado ese nivel de consideración de Draco Malfoy.
Intentó aligerar el ambiente.
—No quiero hablar de él, la verdad. Menos aún cuando estamos tú y yo en esta… —se aclaró la garganta— posición. Fue lo que fue. Un noviazgo inocente y ya.
Dudó un momento antes de confesar:
—Pero contigo todo se siente… cómodo. Nada forzado.
Draco alzó una ceja, volviendo a su tono de superioridad.
—Parece que lo disfrutas, Granger.
Hermione esbozó una sonrisa desafiante.
—Tú tampoco pareces disgustado.
—No lo estoy. —Draco bajó la cabeza y atrapó el borde de su mandíbula entre sus labios—. Lo que me disgusta es no poder hacerlo más a menudo.
—Nos vemos todos los días aquí.
—Eso no es muy a menudo. Deberíamos considerar saltarnos el almuerzo y venir directamente…
No lo pensó antes de decirlo. Le había salido como una confesión tácita de cuánto la deseaba. Cuánto la quería solo para él.
Hermione rió suavemente, como si su propuesta no le pareciera del todo descabellada, pero replicó de inmediato:
—Sería demasiado evidente si dejamos de aparecer en el Gran Comedor.
Draco no respondió. En su lugar, dejó un beso en su cuello, luego otro. Sus manos trabajaban con deliberada lentitud en los botones de la camisa de Hermione, deslizándolos uno a uno hasta deshacerlos por completo. La corbata, ya floja, cayó a un lado sin resistencia.
Hermione dejó escapar un suspiro y arqueó ligeramente las caderas hacia él. Draco lo notó, y al no encontrar ninguna protesta—solo la calidez creciente de su piel bajo sus labios—, continuó, desabrochando el resto de los botones con mayor rapidez.
Cuando terminó, la tela cayó a los lados de su cuerpo, dejando al descubierto su sujetador blanco. Draco sintió el impulso de comparar, de recordar otras pieles y otras noches, pero la idea se desvaneció en cuanto la vio.
Hermione era hermosa.
La luz de la luna se filtraba por la ventana y acariciaba su piel con un resplandor plateado, dándole un aire etéreo, casi irreal. Y lo estaba dejando tocarla, lo estaba dejando saborearla.
Draco descendió por el delicado arco de sus clavículas, presionando besos perezosos hasta el centro de su pecho.
Hermione entrelazó los dedos en su cabello y exhaló su nombre en un susurro entrecortado.
Y Draco supo, sin necesidad de palabras, que esa noche podría llevarla tan lejos como ella quisiera.
Sus manos se deslizaron por su cintura con una lentitud tortuosa, ascendiendo por sus costillas hasta la curva de su espalda, donde encontraron el broche de su sujetador. Hermione tragó saliva, y el sonido fue tan evidente en la quietud de la habitación que Draco alzó la mirada. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, su pensamiento se filtró en el de ella, como un asentimiento silencioso.
—Puedes.
Draco pensó que sonreiría con su habitual descaro, satisfecho de lo que estaba logrando con Hermione, pero en lugar de eso, sintió un nudo en el estómago. Nervios. Ansiedad. Expectación. La posibilidad de continuar lo dejó momentáneamente sin aliento. Desabrochó el sujetador con destreza, y la prenda se deslizó lentamente hacia abajo por el cuerpo de Hermione, que seguía apoyada en sus codos.
Cuando volvió a mirarla, se dio cuenta de que ella estaba tan, o incluso más, nerviosa que él. Esto no debería sentirse así. No debería ser tan… trascendental. Hace solo unos meses, la idea de estar con Hermione Granger de esta manera era simplemente impensable. Fugazmente, recordó cómo con Pansy todo se reducía a instinto y necesidad. Tomaba lo que quería, cuando lo quería, sin pensarlo demasiado. Pero con Hermione… con ella todo era distinto. Quería saborearla, quería tomarse su tiempo. Reverenciarla.
Su mirada descendió hasta sus pechos ahora desnudos. Eran pequeños, firmes, perfectamente redondeados. Sus pezones se erizaban, ya fuera por el frío o por la anticipación, y Draco sintió el impulso de inclinarse. Se acercó y deslizó los labios sobre la suave curva bajo uno de ellos, apenas rozándola con su aliento. Hermione dejó escapar un jadeo ahogado.
Él levantó la vista.
Hermione tenía los ojos cerrados, su boca apenas entreabierta, su pecho subiendo y bajando en un ritmo entrecortado. Su expresión era un cúmulo de sensaciones que Draco no podía descifrar del todo, pero sí sentir.
No se detuvo.
Subió un poco más y atrapó su pezón con la boca. La respiración de Hermione pareció cortarse de golpe, y Draco pudo escuchar el latido frenético de su corazón.
Si fuera cualquier otra bruja, no perdería el tiempo. Se desharía de la poca ropa que quedaba entre ellos y la haría suya sin preámbulos. Pero Hermione… Hermione era distinta. Quería saborearla lentamente, atesorar cada detalle, grabar en su memoria cada jadeo, cada estremecimiento.
Un pensamiento fugaz cruzó su mente. ¿Se sentiría así con Aurélie?
El pensamiento le resultó incómodo.
De la misma forma en que se preguntó si Hermione, aunque fuera por un instante, pensaba en Charlie.
No. No lo permitiría. No ahora. No en este momento.
Sacudió la cabeza, despejando cualquier distracción, y separó los labios de su piel desnuda.
—Mírame.
Hermione abrió los ojos de inmediato, y cuando sus miradas se encontraron, Draco supo que en su mente no había nadie más. Solo él. Solo ellos.
Sonrió con una satisfacción oscura y la empujó suavemente hasta recostarla por completo. Sus labios descendieron de nuevo, esta vez al otro pecho. Pero antes de tomarlo entre su boca, levantó la vista y murmuró con un tono bajo, firme, que era al mismo tiempo una orden y una súplica.
—No quiero que dejes de mirarme, Granger.
Hermione asintió sin parpadear.
Draco sacó la lengua y la deslizó sobre su pezón con una lentitud exasperante, viendo cómo se crispaba bajo su toque. Hermione dejó escapar un suspiro tembloroso, su pecho se arqueó levemente en dirección a él.
Con paciencia cruel, Draco rodeó el punto sensible con la lengua, despacio, deliberado, mientras ella se retorcía bajo él. Sabía que la estaba desesperando. Sabía que su respiración se volvía errática, que su piel ardía.
Se detuvo solo para esparcir pequeños besos sobre sus pechos, susurrándole entre ellos:
—No quiero que dejes de mirarme cuando estemos haciendo esto.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Hermione cuando sintió su lengua deslizarse entre sus senos.
Y entonces Draco lo dijo.
—Sé que estás enamorada de alguien más.
Hermione tragó saliva con dificultad. Últimamente, hasta ella misma dudaba de eso.
Draco lo vio en sus ojos. Lo supo.
—Pero quiero que seas mía. Solo mía. Ahora y en cada momento que tengamos, Granger.
Hermione no apartó la mirada.
Y entonces, un pensamiento suyo se filtró en la mente de Draco, fugaz, nítido.
—¿Y tú? ¿También serás solo mío en este momento?
Draco sonrió. Un movimiento lento, depredador.
Su mano descendió hasta sus muslos y, con un roce apenas perceptible, comenzó a subir entre sus piernas.
—Solo tuyo, Granger.
Un jadeo se escapó de sus labios cuando sintió la humedad traspasando las bragas de Hermione.
No dejó de mirarla.
Y ella asintió, perdida en un torbellino de pensamientos y emociones que reflejaban exactamente lo que él también estaba sintiendo.
Draco presionó su mano contra su entrepierna, sintiendo la humedad filtrarse a través de la fina tela de su ropa interior. Hermione se estremeció bajo su toque, sus muslos temblando apenas perceptibles.
Sin apartar la mirada de su rostro, Draco deslizó los dedos bajo el resorte de sus bragas, trazando un camino lento y tortuoso sobre sus pliegues antes de hundirse entre ellos. Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir la calidez resbaladiza contra su piel.
Y entonces, lo hizo.
Algo que siempre había querido hacer con alguien más.
Alguien que ahora apenas era un eco lejano en su mente.
Sacó los dedos lentamente y, sin apartar los ojos de los de Hermione, los llevó a su boca. Los envolvió con los labios y los saboreó con descaro, con una picardía calculada que, lejos de incomodarla, encendió un fuego aún más intenso en ella.
—Tal como lo imaginé, Granger —murmuró con una sonrisa depredadora—. Sabes delicioso.
El rostro de Hermione se encendió en un rubor ardiente, pero en sus ojos titiló algo desafiante. Su espíritu Gryffindor resurgió, valiente y provocador.
—¿Imaginaste esto?
Draco no dudó.
—No me avergüenza admitirlo.
Su lengua se asomó junto a sus dedos, deslizándose lentamente sobre ellos, cubriéndolos con su saliva antes de llevarlos a los labios de Hermione.
Ella suspiró, entreabriendo la boca para recibirlos, rodeándolos con su propia lengua, probándose a sí misma en él.
Draco sintió un espasmo recorrer su cuerpo.
—Esa lengua tuya, Granger… parece que sabe moverse bien.
—Es puro instinto —musitó ella, y su voz vibró en el aire como un desafío velado.
Draco sonrió. Oscuro. Posesivo.
—Eso espero, Granger. No quiero que nadie más disfrute de esa bonita boca tuya.
Hermione no respondió. Solo le sostuvo la mirada con una media sonrisa cargada de intención.
Entonces su sonrisa se quebró en un jadeo ahogado cuando él deslizó un dedo entre sus pliegues. Su respiración se tornó errática, su pecho subiendo y bajando a un ritmo desbocado mientras Draco la observaba, devorándola con la mirada.
—Nadie más puede tocarte así, Granger.
Se inclinó sobre ella y capturó sus labios con un beso lento, profundo, mientras su dedo índice trazaba círculos expertos antes de hundirse dentro de ella.
Hermione arqueó la espalda, un gemido quedó atrapado en su garganta.
Draco sintió el calor y la estrechez envolverlo, sintió cómo se amoldaba a su toque con una necesidad palpitante.
Y entonces, sin romper el beso, deslizó otro dedo dentro de ella.
Se movió con un ritmo letal, estudiándola, memorizando cada temblor de su cuerpo, cada jadeo, cada forma en que su boca buscaba la suya como si el aire no bastara.
—Mierda, Granger… —gruñó contra sus labios—. Te sientes demasiado bien.
Hermione no pudo responder.
No cuando un torbellino de placer estaba devorándola entera.
Cuando su mente comenzó a nublarse y un leve vértigo la distrajo momentáneamente del calor abrasador que se concentraba en su vientre, Hermione sintió que algo en su interior se tensaba, amenazando con arrastrarla a un abismo desconocido. Era como si hubiera una promesa oculta entre cada embestida de los dedos de Draco, algo prohibido y exquisito formándose en lo más profundo de su ser, haciéndola estrechar sus paredes alrededor de él, aferrándose desesperadamente a la sensación.
Cerró los ojos, dejándose llevar por la intensidad del placer, pero la voz grave de Draco la ancló de vuelta.
—No los cierres, Granger. Quiero verte. Quiero ver lo que sientes cuando te dejas caer.
La orden, murmurada con una oscura y peligrosa sensualidad, la hizo temblar.
Hermione abrió los ojos con esfuerzo, su mirada turbia encontrándose con la de Draco. Él la devoraba con sus pupilas dilatadas, absorto en la imagen de su cuerpo cediendo ante su tacto.
Intentó aferrarse al ritmo cadencioso de sus dedos, hacerlo durar, estirar la sensación hasta lo insoportable, pero el calor era demasiado. La presión, el roce perfecto, la forma en que su pulgar acariciaba con precisión la parte más sensible de su cuerpo... todo se acumulaba en una espiral vertiginosa que la empujaba hacia el borde.
—Draco… —su voz se quebró en un gemido, sus uñas hundiéndose en sus brazos, en su ropa, en cualquier cosa que la mantuviera a flote mientras la marea crecía.
Draco no dejó de mirarla ni por un segundo. Sabía que estaba al filo, que el momento era inminente.
—Déjate ir, Granger —susurró, su tono una mezcla de exigencia y adoración.
Y entonces ocurrió.
El abismo la atrapó en su caída.
Su espalda se arqueó violentamente cuando la oleada la alcanzó, un estallido de placer surgiendo desde su centro y expandiéndose en ondas ardientes a través de cada fibra de su cuerpo. Sus piernas temblaron, su respiración se hizo entrecortada y un sonido incontrolable escapó de su garganta, ahogado entre sus jadeos.
Draco sintió cómo su cuerpo se estremecía bajo él, sus paredes pulsando con una intensidad casi sobrecogedora alrededor de sus dedos. La expresión en su rostro lo dejó sin aire.
Hermione Granger, la bruja de lengua afilada y mirada desafiante, se deshacía completamente en sus manos.
La vio perderse en la sensación, consumida por el placer que él le había dado, y sintió un orgullo oscuro e inflamado en su pecho.
Cuando la última sacudida de su orgasmo la atravesó, Hermione jadeó su nombre, temblando contra él.
Draco la sostuvo, sin sacar los dedos de su interior hasta que sintió que su cuerpo comenzaba a relajarse. Solo entonces, con una lentitud tortuosa, los retiró.
Los llevó a su boca una vez más, mirándola a los ojos mientras los lamía con un placer deliberado.
—No me cansaré de esto, Granger. Nunca.
Hermione, aún temblorosa, lo miró con los labios entreabiertos, atrapada entre la vergüenza, el asombro y el deseo renovado que Draco Malfoy parecía despertar en ella con una facilidad casi insultante.
Y lo supo.
No era suficiente.
No podía ser suficiente.
No con él.
Draco hizo el ademán de levantarse, pero Hermione lo atrapó por la nuca y lo arrastró de vuelta a su boca en un beso que ardía de hambre, uno que le decía sin palabras que lo que acababa de ocurrir no había sido suficiente. No para ella.
Él se dejó caer sobre su cuerpo, respondiendo con la misma desesperación. Aún podía sentir su propio sabor en sus labios y, lejos de avergonzarla, aquello la embriagó de una valentía inquebrantable. Mientras Draco profundizaba el beso, reclamando su boca con la misma maestría con la que lo hacía todo, Hermione deslizó las manos por su pecho, tanteando con prisa los botones de su camisa. Draco no la detuvo, ni siquiera cuando ella empujó la tela sobre sus hombros con ansias palpables. En cambio, se inclinó hacia su cuello, trazando un sendero de besos y mordidas hasta su clavícula, mientras con sus manos atrapaba sus pechos, torturando sus pezones con la precisión exacta para hacerla jadear y arquearse bajo su toque.
El gris tormentoso de sus ojos se encontró con el suyo cuando Hermione descendió la mano hasta la pretina de sus pantalones, y él se detuvo un instante, el aliento irregular golpeando su piel.
—No deberías, Granger. No sé si pueda detenerme.
Sonaba a advertencia, pero Hermione solo lo escuchó como un desafío.
Y ella no tenía ninguna intención de detenerlo.
Nada existía fuera de Draco. Nada importaba en aquel instante, salvo la forma en que la hacía sentir, en cómo derribaba sus barreras con apenas una mirada y la convertía en una criatura guiada por el deseo. Su mente entera ardía con una sola certeza: lo quería.
—No quiero que te detengas — y supo que no había retorno cuando los ojos de Draco destellaron con lo que debió ser el reflejo de los suyos propios.
Un gruñido bajo y gutural escapó de su garganta antes de que su boca atrapara la de ella con renovada ferocidad. Hermione no se dejó intimidar por el ímpetu de su deseo; en cambio, deslizó sus dedos con destreza, desabrochando el botón de sus pantalones y bajando la cremallera en un solo movimiento. Se ayudó con los pies para deslizarlos por sus piernas hasta librarlo de ellos. Draco hizo lo mismo con su falda, y con un tirón ágil la despojó de ella, deslizándola por su torso hasta sacarla por su cabeza sin darle tregua a su boca.
Hermione hubiera querido ordenarle, como él lo hizo antes, que no dejara de mirarla a los ojos, pero no podía. Las oleadas de placer volvían a agolparse en su vientre, haciéndola arquear las caderas hacia el creciente bulto entre las piernas de Draco. Ahora solo los separaba su ropa interior.
Draco comenzó a balancearse sobre ella, y aunque ambos estaban desesperados por más, el roce era suficiente. Se movía milimétricamente, apenas separándose de su centro, mientras la fricción de la tela contra su núcleo le arrancaba jadeos y suspiros ahogados que morían en la boca de Draco. Él continuaba besándola, devorándola con hambre insaciable. Hermione intentó bajar los brazos para tocarlo, pero Draco la detuvo, llevándolos por encima de su cabeza mientras su cadera embestía contra la suya con más vigor.
El contacto se volvió insoportable. Cada roce era una punzada de placer que recorría su columna como un latigazo de fuego. Hermione sentía su centro pulsar y supo que no aguantaría mucho más.
—Mierda, Hermione… —gruñó Draco contra su cuello, su respiración agitada golpeando su piel.
Hermione se retorció bajo su cuerpo liberandose del agarre de Draco y clavando las uñas en sus hombros mientras llegaba a su propio clímax nuevamente, con espasmos que la hacían aferrarse a él. Draco apretó los dientes con fuerza y, tras un par de movimientos más, gimió contra su oído, estremeciéndose sobre ella cuando alcanzó el suyo.
La tensión se disipó poco a poco, y por un instante, solo se escucharon sus respiraciones aceleradas. Draco no se movió de inmediato; su frente cayó contra la de Hermione mientras intentaban recuperar el aliento.
—Eso… —su voz era ronca—. No estaba en mis planes.
Hermione dejó escapar una risa entrecortada, todavía atrapada en las sensaciones que la recorrían.
—¿Desde cuándo seguimos planes?
Draco cerró los ojos un instante y sonrió con algo parecido a la resignación.
—Maldita seas, Granger.