
La célula que explota
Durante algunos días, Hermione y Draco se evitaron. Sabían que debían mantenerse cerca, pero nada más. No intercambiaban palabras innecesarias ni se buscaban con la mirada. Solo permanecían a una distancia prudente, como si una línea invisible los mantuviera unidos sin permitirles acercarse demasiado.
Sin embargo, cuando el rumor de su supuesta ruptura comenzó a extenderse, no tardaron en aparecer comentarios indeseados. Leny Winchester, un Ravenclaw de último año, se acercó a Hermione en clase de Estudios Muggles y, con una sonrisa socarrona, le susurró:
—No te imaginaba tan apasionada para besar, Granger.
Antes de que Hermione pudiera reaccionar, Theo se interpuso entre ambos con la misma naturalidad con la que se mueve una sombra.
—No sé si a Draco le agrade que llamen sexy a su novia, Winchester —comentó con una calma helada—. Y no te aconsejo que corras ese riesgo.
La sonrisa que le dedicó no era amistosa en absoluto.
Winchester pareció comprender el mensaje porque, después de aquel incidente, guardó silencio. Aun así, la escuela entera sacó sus propias conclusiones cuando, días después, el Ravenclaw sufrió un extraño accidente al bajar de la Torre de Astronomía. Tropezó de forma espectacular, lo que le valió un par de días en la enfermería bajo la atenta supervisión de Madame Pomfrey y unas jornadas adicionales de convalecencia hasta que la Poción Skele-Gro reparara los múltiples fragmentos astillados de su brazo.
Harry y Ron fueron los únicos que confrontaron a Draco por lo ocurrido. Sin embargo, el Slytherin no les dedicó más que una mirada despectiva antes de marcharse sin dignarse a responder. Hermione, por su parte, estaba demasiado absorta en su propia investigación para prestarle atención a la disputa.
Aquel agotamiento se reflejaba en su rostro cada vez con mayor intensidad. Pero no era la única. Malfoy también parecía más demacrado con cada día que pasaba. Las ojeras se marcaban bajo sus ojos con una nitidez alarmante, su piel estaba más pálida que de costumbre y su expresión, aunque siempre altiva, denotaba un cansancio profundo.
No obstante, Hermione no fue realmente consciente de cuánto les estaba afectando aquello hasta la madrugada del sábado siguiente.
Se encontraba dormida cuando un peso sofocante se instaló en su pecho. Por un instante, le faltó el aire. La sensación de opresión la obligó a abrir los ojos, pero la angustia no desapareció. Se sintió atrapada, como si las paredes de su habitación se cerraran sobre ella. La ansiedad se le anudó en la garganta, y supo que necesitaba moverse.
Sin hacer ruido, se deslizó fuera de la cama y salió al pasillo. Primero intentó calmarse en la sala común, pero la sensación persistió. Sus pies la guiaron entonces, casi por instinto, fuera del área de Gryffindor y hacia los pasillos del castillo. No supo exactamente por qué, pero cuando recuperó la noción de dónde estaba, se hallaba en el baño de chicos del sexto piso.
Allí, desplomado contra la pared, encontró a Draco.
La luna se filtraba por la ventana, proyectando sombras sobre su rostro. Vestía su camisa blanca impecable con los puños y el cuello en un tono gris oscuro, y unos pantalones a juego. Pero su ropa, siempre planchada y perfectamente ajustada, estaba ahora arrugada. La camisa permanecía desabotonada hasta el inicio de su abdomen, y en su mano izquierda sostenía un puro de envoltura negra con una banda dorada. El humo flotaba entre ellos en la penumbra, impregnando el aire con su aroma.
—Puedes acercarte, Granger —murmuró sin mirarla—. Hoy no estoy bebiendo, así que no cometeremos más errores.
—No deberías estar fuera de tu sala común.
—Nadie se va a enterar.
—Ya me enteré yo. Cualquiera podría pasar.
Draco dejó escapar una risa seca, sin humor.
—¿Y?
—¿Y? El Premio Anual no debería estar fumando en un baño en la madrugada. No sé si lo hacías antes, Malfoy, pero no deberías empezar ahora.
Él bufó con sarcasmo.
—Déjame adivinar por qué estás aquí, Granger. —Le dio otra calada al puro antes de continuar—. Sentiste algo parecido a la tristeza, ¿verdad?
Hermione no respondió, pero lo que había sentido no era solo tristeza. Era agonía.
Draco exhaló el humo lentamente y agregó con voz cansada:
—Te lo contaría, pero sé que también sentirías dolor… y no estoy dispuesto a pasar por eso otra vez.
Hermione no tuvo que preguntarle a qué se refería. Lo supo en ese instante.
Charlie. Aurélie.
Fue entonces cuando Draco deslizó su mano dentro de su túnica y sacó un pergamino con su ensayo sobre Mantícoras. Se la entrego a Hermione.
No era su contenido lo que lo había perturbado, sino lo que había encontrado escrito en él.
Un mensaje en rúnico, cuidadosamente trazado junto a su calificación.
Aurélie.
Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no delatar su emoción en cuanto lo vio. Porque el mensaje, aunque simple, contenía un significado que solo él entendería:
"El sauce sigue doblándose con el viento, pero nunca se quiebra. Nos vemos bajo su sombra antes de la tercera campanada."
—¿Debo suponer que estuviste en el Sauce boxeador y los viste juntos?
—Sí a lo segundo, no a lo primero. - Draco continuo con su explicación
- En la mansión había un camino lleno de álamos. Solía confundirlos con sauces hasta que Aurélie me hizo ver mi error. Me explicó que la diferencia radicaba en las líneas del tronco: las de los álamos son más transversales, mientras que las de los sauces siempre van en paralelo y se cruzan. Insistió en que era importante conocer la diferencia para las pociones.
Hermione se acercaba lentamente a donde estaba Draco. Llevaba puesta una pijama de rayas ocres que no dejaba ver más que sus pies, manos y cabeza. Por alguna razón, eso la hizo sentir segura. Draco la miró y sonrió.
—Tú serías un sauce, Granger.
Ella se miró y comprendió de inmediato, lo que la hizo reír antes de sentarse a su lado. Pensó que el olor del puro la enfermaría, pero en su lugar percibió un aroma a romero. Era agradable, en realidad. Draco continuó con su historia.
—Así que estuve desde la madrugada de ayer esperando entre las dos y las cuatro, pero no apareció nadie. Decidí que volvería a intentarlo esta noche. Allí estuve nuevamente desde las dos de la madrugada, en el lado este del bosque de álamos junto al campo de Quidditch.
—Sin embargo, lo que pensé que sería mi oportunidad para hablarle al fin en privado...
Hermione lo miró con asombro. ¿Draco Malfoy compartiendo algo tan íntimo sobre Aurélie con ella, así de abiertamente?
—Pero adivina quién llegó primero.
Hermione sintió un leve escozor en los ojos, pero respiró hondo para controlarse. No podía permitirse sentir nada. Recordó que Harry le había enseñado a compartimentar. Así que contuvo cualquier emoción que Draco pudiera percibir y que lo hiciera decidir que no valía la pena volver a sentir dolor.
—Charlie —respondió con indiferencia.
Draco la miró.
—Diez puntos para Gryffindor.
Dio otra calada a su puro, que ya estaba a punto de acabarse.
—En efecto, el profesor Weasley llegó. Y debo decirte, Granger, que una de las cosas que más me molestan es: ¿qué carajos ven brujas tan brillantes como Aurélie y tú en un tipo como él?
El infierno debía estarse congelando, porque ahora estaba recibiendo un elogio de Draco Malfoy. Él pareció notarlo, porque se movió incómodo y apagó el puro contra la baldosa del piso. Luego prosiguió rápidamente con su relato, como si quisiera olvidar que había mencionado no contárselo.
—Aurélie llegó... y nunca pensé que una mujer como ella, que siempre lucía recatada y compuesta, pudiera abalanzarse sobre él y besarlo como si la vida se le fuera en ello.
Hermione sintió una punzada en el pecho, algo similar, aunque amortiguado, a lo que había sentido antes.
Draco no decía ni una palabra más. Hermione sintió la necesidad de llenar el silencio.
—Supongo que el mensaje fue claro para ti... y ahora también lo es para mí. Están juntos.
Draco la miró a los ojos, y por un instante, Hermione podría haber jurado que vio lástima en ellos. Lágrimas contenidas. Lágrimas suficientes para los dos.
—Te daría más puntos, Granger, pero no soy profesor... solo Premio Anual.
Aquellas palabras se clavaron hondo en Hermione. No porque fueran crueles, sino porque entendió lo que ocultaban. Draco menospreciaba su propio título porque quería estar en el lugar de su profesor, así como ella desearía estar en el de Aurélie Dumont. Toda la confusión de los últimos días, su empeño por investigar una forma de romper el pacto, la habían distraído monumentalmente. Pero tal vez a Draco no.
Por un momento, se permitió sentir compasión por él. Por el chico que tenía frente a ella, más frágil de lo que nunca habría imaginado ver a Draco Malfoy. Se acercó, dudando, y extendió una mano hacia su rostro. Vaciló, pero Draco no se apartó. Pareció moverse, como si aceptara su toque.
Hermione se atrevió. Deslizó la mano por su mejilla, notando el calor de su piel, la tensión de su mandíbula. Lo miró a los ojos insondables, que brillaban de forma inusual. ¿Había llorado? Quizás. Su frente se apoyó contra la de ella, y en ese espacio diminuto, compartieron un mismo aliento, un mismo dolor.
Hermione rompió el silencio.
—Sé que pactamos no ser el consuelo del otro… pero también prometimos ser inquebrantables. Sostenernos.
—Cuando todo lo demás falle —completó Draco, volviendo a buscar sus ojos.
Hermione no desvió la mirada.
—No sé por qué alguien a quien quieres de esa forma puede herirte tan deliberadamente, Malfoy… pero no deberías pasar por eso nadie debería hacerlo.
Su aliento cálido, con ese sutil aroma a romero, la envolvió de nuevo, y por un instante, Hermione pensó en besarlo. Parecía que Draco había llegado a la misma conclusión, porque sus labios rozaron los de ella con una suavidad inesperada, como si le diera la oportunidad de retroceder. Pero Hermione no se apartó.
—No sé si debamos hacerlo… —susurró, apenas audible contra su boca—. No sabemos cómo funciona este pacto. ¿Y si nos ata aún más? Dumbledore me dijo que las emociones juegan un papel fundamental en este tipo de vínculo, y yo… no quiero confundirme.
Draco exhaló una risa baja, ronca, su aliento aún acariciando sus labios.
—Pensé que todos los Gryffindor eran valientes.
Apenas se separó lo suficiente para mirarla a los ojos, su tono lleno de desafío, como si la estuviera tentando a dar el siguiente paso.
—Lo he pensado bien, y creo que ambos deberíamos buscar respuestas. Te ayudaré a investigar, Granger. Después de todo, esto nos involucra a los dos.
Su mano se deslizó hasta su cintura y la atrajo sin esfuerzo, acomodándola a horcajadas sobre sus muslos. Hermione contuvo la respiración, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la delgada tela de su pijama. Draco acercó aún más su rostro al suyo, los labios rozando la curva de su mandíbula cuando murmuró:
—Por ahora, no veo razón para preocuparnos demasiado. Lo único que sabemos con certeza es que estar juntos nos hace bien. Y si es así… ¿por qué no hacerlo?
Antes de que Hermione pudiera responder, él la sujetó con más firmeza, y fue entonces cuando lo sintió. Algo duro presionaba justo entre sus piernas, enviando un escalofrío de calor directo a su vientre. Un jadeo se le escapó involuntariamente, y Draco lo notó.
Su agarre se tensó. Sus labios encontraron su cuello en un roce apenas contenido.
—¿Sabes lo que pasa cuando un Malfoy encuentra algo que desea, Granger? —susurró contra su piel, su voz grave, entrecortada.
Hermione tragó en seco, su corazón martillando en su pecho.
—Lo toma.
Draco atrapó su boca en un beso, esta vez sin dudas, sin vacilaciones.
El beso los consumía. No habia lógica ni prudencia, solo calor y piel y la presión de sus cuerpos buscándose en la penumbra. Draco la sostuvo como si temiera que ella desapareciera. Hermione, contra todo juicio, se dejo sostener.
Pero entonces, un escalofrío distinto la atraveso. No era deseo. No era miedo. Era magia.
Un cosquilleo subio por su columna, como electricidad estática, como si la habitación entera estuviera conteniendo el aliento. Draco también lo sintió. Se tensó bajo sus manos, su agarre se endureció en su cintura.
Y de repente, como un eco que resonó en su propia mente, la frase que ella misma había pronunciado aquella noche se forma con una nitidez imposible:
"Si el amor no nos quiso, que tampoco nos encuentre."
Hermione se separó de golpe, con la respiración entrecortada. Draco no la soltó, pero su expresión se había oscurecido.
—¿Lo has oído? —murmuró ella, pero al instante notó de que no habia hablado en voz alta.
Draco la miró fijamente.
—Sí. Y susurras muy sexy, Granger, casi como si estuvieras en mi cabeza.
Aquello la tranquilizó… por un instante. Quizá solo fue un vago recuerdo. Se permitió respirar, relajarse un poco. Sin embargo… ¿por qué esas palabras precisamente? ¿Por qué en este momento?
No. No puede ser.
"Esto… esto no es solo atracción." El pensamiento la golpeó con fuerza. "¿Desde cuándo siquiera me gusta?"
La afirmación escapó de su mente antes de poder detenerla. Y Draco, que la observaba sin que ella hubiera movido un solo centímetro de sus labios que permanecian sellados en una fina línea, lo comprendió. Puede leer sus pensamientos.
Su expresión cambio. Una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro, la clásica arrogancia Malfoy asomando incluso en un momento tan absurdo como ese.
"Siempre lo supe, Granger. Tarde o temprano caerías rendida."
Hermione estuvo a punto de replicar con indignación, pero entonces, un pensamiento ajeno la asalta. No es suyo. No lo ha provocado. Simplemente aparece en su mente como si fuera propio.
"Maldita sea, su boca es perfecta. Y esas malditas piernas… ¿se enfadará si le toco el trasero?"
El agarre de Draco en sus muslos se intensifico, sus manos resbalando apenas hacia arriba.
Hermione se quedo helada. Su primer instinto es negar que ha escuchado eso, pero el rubor encendiéndole las mejillas la delata. Draco lo noto.
Sus ojos se entrecerraron, analizándola con atención, y entonces lo entiendió.
"¿Puedes escucharme?"
La respuesta está en su expresión. Hermione apreto los labios, pero ya es demasiado tarde.
Una sonrisa ladeada y traviesa se instala en sus labios.
"Parece que no solo yo estoy cayendo, Malfoy."
Su valentía Gryffindor duró poco.
Un silencio incómodo los envolvió mientras el peso de lo que acaban de descubrir se instalo entre ellos. No es solo un pacto. No es solo atracción. Es algo más. Algo que nunca debería haber ocurrido.
Hermione se llevó una mano a la frente, tamborileando los dedos contra su sien como si pudiera bloquearlo.
—Merlín… esto es un desastre.
Draco, por otro lado, recargo la cabeza contra la loza del baño y soltó una carcajada baja, casi divertida.
—No sé, Granger. —La observo con diversión peligrosa—. Podría acostumbrarme a esto.
"Por supuesto que podrías." pensó Hermione con sarcasmo, sintiendo tranquilidad al haber disipado la tristeza inicial de la escena
Y Draco sonrió aún más. Porque la ha escuchado.
La semana siguiente, Draco retomó su rutina habitual de compartir algunas comidas con Hermione y sentarse a su lado en clase. Ya no había incomodidad entre ellos; de hecho, la presencia de otras personas servía como una barrera tácita que evitaba que se dejaran llevar. Porque cuando estaban solos, aquello de contenerse se había vuelto una batalla perdida—y ambos lo disfrutaban con una libertad cada vez más descarada.
Entre clases, solían dirigirse a la biblioteca en busca de respuestas. Toda la escuela observaba con extrañeza aquella alianza improbable. Que Hermione Granger pasara horas en la biblioteca no sorprendía a nadie, pero ver a Draco Malfoy allí con ella era otra historia. Él rara vez había pisado esos estantes más allá de lo estrictamente necesario, acostumbrado a que cualquier libro que requiriera le fuera enviado desde la Mansión Malfoy en cuestión de horas. Sin embargo, en este caso, prefería evitar cualquier explicación innecesaria a sus padres. Su madre conocía el plan de estudios de Hogwarts al detalle y, si descubría que estaba investigando pactos mágicos, podría interpretar erróneamente que estaba considerando un contrato matrimonial. Nada más lejos de la realidad.
Los martes y jueves tenían horarios separados: Draco asistía solo a Adivinación en la tarde, mientras que Hermione hacía lo propio con Estudios Muggles los jueves por la mañana. Pero el viernes, después del almuerzo, el destino pareció concederles un inesperado respiro. Un accidente en la clase de Pociones dejó el aula completamente inhabilitada.
Al parecer, un Hufflepuff de primer año había cometido un error catastrófico al intentar preparar una simple Poción Crece-Huesos sin supervisión. La caldera explotó con un estruendo que resonó por toda la mazmorra, esparciendo un líquido espeso y humeante que se adhería a cada superficie como si tuviera vida propia. El desastre fue tal que el aula quedó clausurada hasta nuevo aviso, lo que les dejó una tarde libre e inesperada.
Draco intercambió una mirada con Hermione, y sin necesidad de palabras, supieron exactamente cómo aprovechar ese tiempo extra.
La biblioteca estaba abarrotada de Ravenclaws de último año, todos absortos en la preparación de sus ÉXTASIS. Hermione y Draco avanzaron sin prisa hasta su mesa habitual, situada al fondo del pasillo, justo antes de la sección de Historia de la Magia.
Leny Winchester alzó la vista y, al verlos acercarse, pareció encogerse sobre sí mismo. Cuando Hermione lo saludó y le preguntó cómo seguía su brazo, el chico bajó la cabeza y se hundió aún más en su libro, sin atreverse a mirarla.
Draco dejó escapar una expresión de satisfacción apenas disimulada y, con un gesto posesivo, deslizó su mano hasta la cintura de Hermione por el resto del camino. Hace unos días, ese tipo de actitudes la habrían indignado, pero por alguna razón —quizá el dichoso pacto, que estaba empezando a jugar con su sentido común— ya no le molestaban tanto. O al menos, eso se decía a sí misma.
—Cualquiera pensaría que de verdad te gusto, Malfoy.
Pero no se sentó de inmediato. Como desde hacía algunos días, esperó pacientemente a que Draco le retirara la silla y la acomodara antes de ocupar su lugar. Él lo hacía con la misma elegancia despreocupada con la que hacía todo, sin reparar en la cantidad de brujas que suspiraban a su alrededor al verlo. Hermione, en cambio, sí lo notaba... y no podía negar que lo disfrutaba. Guardaba esas reflexiones para los momentos en que Draco no la observaba directamente, cuando sus ojos grises no parecían atravesarla, descifrando cada pensamiento antes de que siquiera tuviera forma.
Draco, por su parte, sacó su pluma y un pergamino de su refinada bolsa de piel de dragón negro, grabada con su escudo familiar en filigrana plateada. Se ajustó las mangas con calma, desenvolvió el pergamino y, con la misma tranquilidad, alzó la mirada para responderle.
—De hecho, me gustas de verdad.
Hermione sintió el calor subirle al rostro, pero no apartó la mirada ni por un segundo.
—No sé cuándo pasó, pero pasó. Supongo que por el vínculo —su tono mental era sereno, despreocupado, pero la intensidad en sus ojos lo contradecía—. Así que disfrútalo mientras dure, porque no durará más que el pacto. Aun así, siempre podrás agregarlo a tu currículum como una referencia destacada.
Acompañó la burla con una sonrisa descarada. En otro momento, ese comentario la habría irritado. Ahora, solo la divertía.
—Sería una referencia bastante común. Seguramente se encontraría en varios currículums de las chicas de Hogwarts —replicó ella con sorna.
Draco entrecerró los ojos, sin apartar la vista de la suya.
—Ninguna otra bruja podría tener esa referencia, Granger. Hasta ahora, tú has sido la única que oficialmente ha sido mi novia.
Hermione parpadeó, atónita. No se esperaba esa respuesta. Moduló sus pensamientos con rapidez, buscando una salida para no desviar la mirada.
—No sé si Pansy Parkinson compartiría esa opinión.
—Pansy lo ha intentado, sí. Pero qué ironía... —Draco apoyó un codo en la mesa y se inclinó levemente hacia ella—. Tú, sin siquiera proponértelo, lograste en seis semanas lo que ella no pudo en seis años.
Hermione no respondió. El tema quedó zanjado.
En su lugar, tomó su bolsa y sacó los pergaminos con los apuntes que había tomado el martes, mientras Draco estaba en Adivinación. El ejercicio de esa tarde no era más que un intercambio de información: revisar lo que cada uno había encontrado y sacar conclusiones propias. Después de desentrañar Los Lazos Invisibles: Magia de Pactos y Destinos sin encontrar demasiado, decidieron ampliar la búsqueda a bibliografía relacionada.
Hermione lanzó un Muffliato y, sin perder tiempo, comenzó:
—Esta semana he encontrado información relevante en varios textos antiguos sobre pactos mágicos de vinculación. No hallé otras referencias exactas al fatum ligare, lo cual me preocupa, porque significa que hicimos algo lo suficientemente inusual como para no tener precedentes documentados, salvo en el libro de Edgar Thorne. Sin embargo, en Juramentos Inquebrantables y Pactos de Sangre de Marius Greaves, se menciona que cualquier pacto mágico con una cláusula de restricción emocional, especialmente uno que niegue el amor como destino, genera una reacción adversa en la magia de los involucrados. Según el autor, ‘la magia no entiende de prohibiciones abstractas, solo de intenciones verdaderas’, lo que significa que no podemos engañarla, ni siquiera a nosotros mismos. Y sin embargo…
—Y sin embargo, el pacto mismo nos protege del amor, porque fue exactamente eso lo que negamos, afirmamos que no lo aceptaríamos, que no lo reconoceríamos ni lo buscaríamos como nuestro destino —completó Draco por ella.
—En efecto —concluyó Hermione—. Lo cual nos deja en una posición difícil, pues si la emocionalidad, como mencionó el director, hace voluble el vínculo en cualquier dirección, tendremos que fijarnos en detalle en cualquier cambio en nuestra magia. Y lo más difícil, Malfoy: tendremos que ser completamente honestos el uno con el otro respecto a cómo nos sentimos. Lo cual será demasiado incómodo para mi gusto, pero es la única forma segura de reconocer qué rumbo debemos seguir.
Draco la miró con algo parecido al terror, como si quisiera esconder algo y le hubiesen prohibido hacerlo en ese instante. Aunque había admitido ante Hermione que le gustaba, pensó que aquello sería suficiente y que no tendría que volverse más vulnerable aceptando nada más. Esperaba poder controlar sus emociones y mantenerlas al margen si implicaban sentimientos románticos. Ya había encontrado una idea similar a la que Hermione acababa de plantear y solo por eso accedió a admitirlo frente a ella, aunque le costó varias horas de insomnio decidir cómo hacerlo.
Con los ojos fijos en el pergamino que tenía delante, sintió que había estado demasiado tiempo en silencio. Fingiendo buscar un renglón al azar, carraspeó y comenzó a hablar:
—Comprendo, Granger. De hecho, encontré una referencia similar en Las Reglas No Escritas de la Magia Vinculante de Callidora Yaxley. Hay un capítulo entero dedicado a cómo la magia compartida entre dos personas se adapta a su estado emocional. La autora explica que cuando dos magos están conectados por un hechizo de vinculación y experimentan emociones intensas—sean positivas o negativas—su magia reacciona en consecuencia. La ira, por ejemplo, puede generar inestabilidad en el vínculo, mientras que la aceptación mutua lo refuerza. Lo preocupante es que la represión de sentimientos puede causar ‘una disonancia mágica’, lo que explicaría nuestros episodios de inestabilidad cuando…
Se detuvo abruptamente. Completar aquella idea implicaría aceptar que la inestabilidad que experimentaron al principio del pacto, lo que creían era su magia reforzada, no era más que un desequilibrio en sus núcleos mágicos. En aquellos días, Draco se esforzaba por mantenerse al margen de cualquier emoción hacia Hermione, como si estuviera obligado a respetar las reglas del pacto—las cuales, para ese entonces, ni siquiera recordaba del todo—y que se resumían en no aceptar el amor bajo ninguna circunstancia. Ahora comprendía que el resistirse a sentir algo cercano a ello, en este caso gusto y deseo, era lo que provocaba aquella reacción descontrolada en su magia.
Hermione posó su pluma sobre su pergamino, haciéndole saber que no dejaría pasar por alto lo que él estuvo a punto de decir.
—Sé lo que ibas a decir, Malfoy. Para mí tampoco es placentero aceptar que me gustas, y que la resistencia a hacerlo—porque así suelen iniciar la mayoría de las relaciones que terminan en un eventual enamoramiento—fue lo que al principio hizo nuestra magia tan inestable. Pero que seas tú lo hace más fácil para mí.
—¿Por qué? —inquirió Draco, temiendo sin saber por qué que ella respondiera que jamás se enamoraría de alguien como él. Para su sorpresa e incomodidad, la respuesta fue todo lo contrario.
—Porque jamás te enamorarías de una bruja nacida de muggles. Y eso nos da una... llamémosla ventaja estratégica en todo este embrollo. Por primera vez me siento aliviada de toda la repulsión que te causé, y quizá aún te cause, por mi estado de sangre.
Draco quiso decirle que aquella repulsión era prácticamente inexistente ahora. Por la razón que fuera—aunque solo fuese resultado del pacto—esa barrera ya no estaba. Sabía, de manera consciente, que si le gustaba significaba que la barrera había desaparecido por completo. Pero en lugar de decirlo, volvió a ordenar sus pensamientos.
—Bueno, tú jamás te enamorarías tampoco de alguien que te ha saboteado durante seis años.
Hermione sostuvo su mirada. Draco podía leer sus pensamientos, y supo que no había forma de que ella le mintiera.
—Tú y yo somos demasiado distintos, Malfoy. No nos mueven los mismos sentimientos.
Aquello fue suficiente para que ambos regresaran a la condensación de sus ideas. Hermione se aclaró la garganta y continuó:
—Por otro lado, lo más interesante es lo que encontré en Magia y Simbiosis: Cómo las Emociones Afectan los Encantamientos de Beatrice Bagshot. Ella sugiere que la magia vinculante, cuando no se resiste, encuentra un equilibrio natural. Si dos personas están conectadas por un hechizo como el nuestro, pero en lugar de luchar contra sus emociones las aceptan—o al menos no las niegan activamente—la magia responde de manera armoniosa. En otras palabras, cada vez que nos rendimos a la atracción en lugar de reprimirla, el pacto deja de castigarnos.
—Y eso explicaría lo que hemos experimentado —completó Draco con una mirada lasciva.
Hermione se sorprendía de lo fácil que era reír con él ahora. Sus insinuaciones y sus chorradas ya no la irritaban, sino que le resultaban extrañamente naturales.
—Exacto. Ambos hemos aceptado que nos gustamos y no hemos puesto una barrera a ello. Pero la semana antes de nuestro encuentro en el baño fue extenuante para mí. Quizá también para ti. Aunque nuestra magia parecía más estable, sentía un cansancio constante, como si mantener ese equilibrio drenara toda mi energía. ¿Te pasó igual?
Draco asintió y completó la idea:
—Por eso, cada vez que intentamos mantenernos dentro de los términos del pacto—cuando fingimos que no sentimos nada y nos resistimos a la atracción—hay un descontrol. Pero cuando cedemos, aunque sea momentáneamente, la magia se estabiliza. No hay pérdida de control, no hay repercusiones… Solo una sincronización inexplicable.
Hermione parecía complacida con la conclusión, pero su ceño fruncido indicaba lo contrario. Draco lo notó.
—Suéltalo, Granger. Hay un ‘pero’.
Hermione suspiró.
—El problema es que eso no significa que estamos a salvo. Según Bagshot, si la magia vinculante encuentra un nuevo equilibrio basado en una emoción que aún no reconocemos del todo, el efecto puede ser engañoso. Es posible que solo estemos desplazando la verdadera consecuencia del pacto en lugar de evitarla por completo.
Draco, si seguimos así, podríamos estar postergando lo inevitable. No sabemos qué pasará si el pacto se rompe completamente. Pero lo que sí sabemos es que nuestra magia ya no nos castiga cuando nos acercamos, cuando dejamos de negar lo que sea que esté ocurriendo entre nosotros.
—No entiendo cuál es el problema, Granger. Ya aceptamos que nos gustamos.
—¿Y no te parece irónico? Hicimos este pacto para no sentir. Pero parece que la única forma de evitar sus efectos… es hacer exactamente lo contrario. Es como si el pacto mismo, o la forma en que lo construimos, se contradijera por completo. Y en ese orden de ideas, aunque no nos enamoremos, no podemos estar eternamente ligados solo por atracción. Llegará un momento en el que quizá te enamores de alguien más… o en el que quieras enamorarte.
Hermione bajó la mirada por un segundo, sintiendo una punzada en el pecho antes de obligarse a continuar.
—Entiendo perfectamente lo que se espera de ti. Que te cases, que llenes tu mansión de pequeños Malfoys sangre pura… algo que yo jamás podría darte.
Se removió, incómoda, al darse cuenta de lo que acababa de sugerir. No solo la idea de casarse con él, sino la de tener hijos juntos. Se aclaró la garganta con rapidez, tratando de disipar la imagen de su mente antes de que se hiciera demasiado nítida.
—Y yo también querré hacer lo mismo —prosiguió, con un tono que sonó más firme de lo que realmente se sentía—. Enamorarme de alguien, construir una vida con esa persona. Entonces, ¿qué pasará, Malfoy? ¿Nos convertiremos en amantes clandestinos, teniendo encuentros furtivos solo para estabilizar nuestra magia?
Draco la miró con una expresión indescifrable.
—No te atrevas a bromear con eso, Malfoy. Es un tema muy serio.
Pero Draco no estaba bromeando.
Desvió la mirada hacia los estantes de la biblioteca, fijando la vista en los lomos de los libros como si la respuesta a su creciente inquietud estuviera escrita en ellos. Intentó mantener su expresión pétrea, pero su mente lo traicionó.
Hermione hablaba de amar a alguien más, de hacer una vida sin él en ese papel de ser amado, sino quizá como un amante furtivo?, como si esa posibilidad fuera lo más natural del mundo.
Y algo oscuro y afilado se enredó en su pecho.
Fue un pensamiento visceral, crudo, que se instaló en su mente con una violencia que lo dejó sin aliento.
Celos.
Una sensación sofocante, tan extraña como insoportable, como si la sola idea de verla con otro fuera un puñal girando dentro de su estómago. No la quería para él, no debía quererla. Pero tampoco podía soportar la imagen de sus labios pronunciando el nombre de otra persona con la misma intensidad con la que lo llamaba a él en los momentos en que le arrancaba suspiros con sus besos.
El pensamiento era absurdo. Inaceptable.
Pero ahí estaba, quemándole la piel, calándole los huesos.
Y él...
Él jamás había contemplado la idea de ser un amante furtivo. Porque en algún rincón de su desprecio—ese que antes había sido tan visceral y ahora era inexistente—sabía que Hermione Granger no merecía ser la amante de nadie.
Era una bruja brillante.
Inteligente.
Demasiado atractiva para su maldito gusto.
Y todo eso le cayó encima como una revelación absurda y aplastante.
No podía involucrar más emociones en esto. No debía hacerlo.
—Tengo que irme —murmuró abruptamente, apartándose de ella con una tensión evidente en los hombros.
Hermione frunció el ceño.
—¿Qué?
Pero Draco ya se giraba, alejándose con pasos firmes, como si necesitara escapar de algo que no lograba comprender del todo.