Draco deslizó los dedos por su cintura antes de soltarla por completo. Hermione sintió el aire frío ocupar el espacio que él había dejado, pero se obligó a no reaccionar. No debía reaccionar.
Se acomodó el uniforme con movimientos rápidos, como si con eso pudiera recuperar el control de la situación, de sí misma. Draco, en cambio, se tomó su tiempo. Se pasó una mano por el cabello con aquella indiferencia calculada que tanto la exasperaba, como si el roce febril de hace un instante no lo hubiera afectado en absoluto.
—Lo necesitábamos —dijo él finalmente, con su tono más despreocupado, como una justificación mas para si mismo que para ella
Hermione alzó la barbilla, adoptando la misma máscara impasible.
—Sí —respondió sin titubear—. Para recordar
Draco esbozó una sonrisa ladeada. Su mirada la recorrió con una mezcla de burla y algo más, algo que ella prefirió no descifrar.
—Exactamente.
El aula de Runas aún estaba en penumbra. La luz de la mañana apenas se filtraba por las ventanas cubiertas de polvo, proyectando sombras alargadas sobre las antiguas runas talladas en la piedra. Hermione intentó concentrarse en los símbolos esparcidos por la habitación, en la magia que aún vibraba en las paredes, en cualquier cosa que no fuera el calor persistente en su piel.
Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Draco, supo que él sentía lo mismo.
Porque la verdad era que ambos sabían que esto no era solo para recordar.
Desde la noche anterior, cuando se miraron tras el segundo de sus besos, quedó claro que los vagos recuerdos de aquella noche de embriaguez comenzaban a esclarecerse. No habían hablado de ello abiertamente, por supuesto. Ambos eran demasiado orgullosos para admitirlo. Pero en algún punto, sin necesidad de palabras, llegaron a la misma conclusión: unos besos no harían daño si los ayudaban a recordar.
Fue Hermione quien mencionó primero el encantamiento en la botella de Draco, un hechizo traslador que, según parecía, los habia proveido de alcohol durante todo su encuentro. Draco recordó que ella había insistido en jugar a alguna estupidez con la botella vacía, y Hermione, con una paciencia medida, le explicó que había intentado modificar un juego muggle que vio en una película con su prima Charlotte el verano pasado.
El detalle pareció fastidiar aún más a Draco, como si la sola idea de inspirarse en algo muggle le resultara una afrenta personal. Hermione lo notó y disfrutó en silencio del gesto de desagrado en su rostro.
Pero más allá de eso, la lógica era innegable: el contacto parecía ser la vía más rápida para recuperar los recuerdos. Nadie saldría lastimado. No significaba nada.
Así que, ¿por qué no hacerlo?
—Nos vemos en el desayuno —murmuró Hermione, dándose la vuelta antes de que su voz la delatara.
Draco no intentó detenerla, pero tampoco respondió.
Porque ambos sabían que ese no sería su único encuentro furtivo.
El desayuno transcurrió en una aparente tranquilidad. Hermione permanecía sentada junto a Ginny, quien ya estaba conversando animadamente con Neville. Frente a ellas, Harry, Ron, Seamus y Dean hablaban sobre su próximo partido de Quidditch. Cuando Draco entró en el Gran Comedor junto a Theo y Blaise, tomó una decisión que captó la atención de todos: en lugar de dirigirse a la mesa de Slytherin, se sentó junto a Hermione en la mesa de Gryffindor. Theo, con una sonrisa traviesa que delataba algún plan en su mente, lo siguió sin reparos, al igual que Blaise, que simplemente inclinó la cabeza en un saludo indiferente.
Draco saludó con un simple: —Buenos días.
Theo, más efusivo, sonrió como si esperara algún tipo de espectáculo. Blaise, por su parte, se limitó a tomar asiento sin dirigirse a nadie en particular. Cada uno invocó su plato, y Draco rompió el incómodo silencio que parecía comenzar a formarse dirigiéndose a Harry:
—Sabes, Potter, nunca pensé que usarías tu fama para pedir más horas de entrenamiento en el campo de Quidditch. No suele prestarse los fines de semana.
Tomó un trozo de pan, lo llevó a su boca y esperó una respuesta.
Harry arqueó una ceja. —No sé de qué hablas, Malfoy. Yo no solicité nada.
Hermione carraspeó, y Ginny soltó una pequeña risa mientras continuaba desayunando.
—Oh… —respondió Draco, encogiéndose de hombros—. Entonces, mis disculpas. Un descuido de mi parte.
Toda la mesa, incluso sus propios amigos, lo miraron con incredulidad. Fue Ron quien expresó lo que todos pensaban:
—¿Desde cuándo te disculpas, Malfoy?
Lo cierto era que Draco tampoco lo sabía. Sentía una necesidad estúpida de encajar en ese espacio, de agradar, aunque fuera solo un poco. Quizá solo intentaba facilitarse la vida, se dijo a sí mismo, como si con eso pudiera justificar el cambio en su actitud.
Soltó el tenedor y el cuchillo, y con una expresión de autocomplacencia, deslizó un brazo por detrás de Hermione hasta apoyarlo sobre su hombro.
—Parece que esta bruja me está convirtiendo en un mejor mago.
Ginny y Theo hicieron una mueca de asco al unísono, mientras Hermione se ruborizaba. Harry lo observó con desconfianza.
—Es difícil saber si hablas en serio.
Hermione, por su parte, no sabía qué pensar. El contacto de Draco la tensaba, pero no porque lo encontrara desagradable, sino porque su cuerpo no parecía rechazarlo. Debería apartarlo, reprenderlo, pero en lugar de eso, se quedó inmóvil. Draco se inclinó hacia ella y le susurró algo trivial, aunque lo que realmente la puso alerta fue el roce de su aliento contra su piel.
Intentó concentrarse en su desayuno, pero presintió que Draco estaba disfrutando atormentándola. Con un gesto desafiante, pinchó un trozo de tocino con su tenedor y se lo llevó a la boca de Draco, tal como él lo había hecho con ella en otro momento. Draco pareció debatirse entre aceptarlo o no, hasta que su mirada se desvió hacia la mesa de los profesores. Hermione no tuvo que adivinar en quién se había fijado.
Draco dejó asomar una media sonrisa y, sin apartar la vista de aquel punto de interés, abrió la boca y aceptó el bocado. Luego la miró con una solicitud tácita de que continuara. Hermione sintió el impulso de girarse para ver a quién observaba, pero se contuvo. En su lugar, tomó un pedazo de fruta y se lo ofreció. Draco continuó alternando su mirada entre ella y el lugar donde se sentaban los profesores hasta que notó que el resto de la mesa los observaba con desconcierto, diversión e incluso horror en el caso de Ron.
Draco se debatía entre el placer de sentirse mimado por Hermione, aunque fuera fingido, y la mirada intensa de Aurélie, que no le quitaba los ojos de encima mientras tomaba su desayuno. Desvió la vista hacia Charlie Weasley, quien apretaba la mandíbula con evidente tensión. Tomó nota mental de contarle aquello a Hermione en otro momento. Tras un par de bocados, se sintió saciado de atenciones y continuó desayunando con normalidad.
Después de la comida, Draco esperó a que Hermione saliera del Gran Comedor y, al pasar junto a él, le deslizó una nota en la mano. Hermione la empuñó con suspicacia y la leyó más tarde. Contenía una de sus órdenes: debía encontrarse con él en el invernadero menor después de la cena. Aquello la desconcertó y, para su sorpresa, la entristeció un poco. ¿Eso significaba que no cenarían juntos? ¿Desde cuándo le importaba eso? Por Merlín, el infierno podía congelarse ahora. ¿En qué momento había comenzado a desear su cercanía? No, debía ser el extraño vínculo entre ellos, nada más. Se convenció de ello y respiró hondo, tratando de ahuyentar aquel pensamiento.
Pero tras la cena, en lugar de dirigirse al invernadero, Hermione optó por la biblioteca. No tenía intenciones de seguir órdenes hoy, se dijo. O tal vez solo estaba buscando una excusa para evitar la ansiedad que le producía la perspectiva de estar a solas con Draco.
Mientras hojeaba libros en una estantería apartada, sintió una presencia a sus espaldas. Un escalofrío recorrió su columna incluso antes de que él hablara.
Draco había esperado un minuto en el invernadero antes de decidir que ya estaba lo suficientemente ofendido como para ir a buscarla. Sabía exactamente dónde encontrarla. No podía entrar a la sala común de Gryffindor, pero sí a la biblioteca. Y, en efecto, allí estaba, ojeando libros con una candidez que lo irritó aún más. ¿De verdad creía que podía ignorarlo así?
Se ubicó detrás de ella, dispuesto a reclamarle, pero en cuanto se inclinó y el familiar aroma a vainilla y jacintos lo envolvió, su molestia se disipó un poco. Ahogó un gruñido de frustración, molesto con sus propios pensamientos contradictorios. Se asomó por encima de su hombro para ver qué estaba leyendo.
—¿Historia de la magia, Granger?
Hermione se giró ligeramente, pero no lo suficiente para enfrentarlo.
—Es información valiosa.
—Sí, claro, como si eso nos ayudara.
—No puedo invertir todo mi tiempo en "nosotros" —dijo Hermione, haciendo comillas con los dedos para acentuar la inexistencia de ese "nosotros".
Draco sintió el impulso de corregirla, de poner las cosas en perspectiva, pero se decantó por irritarla. Porque eso era más divertido. Y porque así se protegía a sí mismo.
Se inclinó más y dejó que su nariz rozara su mejilla con descaro. Hermione se tensó, pero no se apartó. Podía sentir su respiración contra su piel.
—Deberías —susurró contra su oído.
Hermione giró el rostro con la intención de responder, pero fue su error. Draco aprovechó el movimiento para acortar la distancia y tomar su boca con la suya. Cuando sus labios se encontraron, el beso fue cualquier cosa menos tímido. Draco la sujetó con firmeza, y Hermione se aferró a su túnica como si eso pudiera estabilizarla. Fue un choque de emociones contenidas, de desafíos velados y rendiciones tácitas. Él la empujó suavemente contra la estantería, profundizando el beso con una desesperación inesperada. Hermione se perdió en la sensación, en el calor de su cuerpo, en la manera en que sus labios parecían encajar perfectamente con los suyos.
Y por primera vez, no quiso escapar.
Draco la apartó aún más de la vista de todos, guiándola hacia un rincón de la biblioteca que ya había explorado en otra ocasión con Pansy. No la soltó en ningún momento, manteniéndola atrapada en el roce de sus cuerpos y el sabor de sus labios. Al principio, la diferencia de estatura complicó la urgencia del momento, haciéndolos tropezar torpemente entre besos entrecortados y suspiros jadeantes. Pero ninguno de los dos parecía dispuesto a separarse, ni siquiera para recuperar el equilibrio.
Frustrado por la barrera física, Draco tomó una decisión instintiva. Sus manos descendieron hasta los muslos de Hermione, y con una facilidad sorprendente, la levantó, haciéndola enroscarse alrededor de su cadera. Pensó que ella lo detendría, que protestaría, pero en su lugar, sintió cómo un jadeo quedaba atrapado entre sus labios, electrizando cada fibra de su ser.
Con paso seguro, la llevó hasta una estantería semivacía y la sentó en uno de los compartimentos, asegurándose de que sus rostros quedaran a la misma altura. Hermione seguía aferrada a él, sus manos sujetando su nuca como si soltarlo fuera impensable, como si el propio aire dependiera de ese contacto.
Ese deseo tangible lo encendió aún más.
Con movimientos lentos, casi deliberados, aflojó la corbata de Hermione y desabrochó algunos botones de su camisa, lo justo para exponer la piel de su cuello largo y delicado. Un estremecimiento la recorrió al sentir su aliento caliente rozando su clavícula. Draco se maldijo en silencio, temiendo haber ido demasiado lejos, pero cuando sus ojos buscaron los de Hermione, no encontró duda en ellos.
Solo deseo.
Un deseo tan intenso que lo dejó sin aliento, animándolo a adueñarse de la piel de su cuello con besos ardientes mientras sus manos se afianzaban en sus muslos, recorriéndolos con una lentitud que la hacía temblar.
Hermione se estremecía aún más con aquel contacto. Las manos de Draco quemaban sobre su piel expuesta, encendiendo un fuego que la dejaba sin aire. ¿Cómo habían llegado hasta ese punto? No lo sabía, y en ese instante, tampoco le importaba. Solo quería sentir.
Ninguno de los besos que McLaggen le había dado la habían hecho experimentar algo similar. De hecho, ni siquiera se habían acercado a algo tan íntimo, tan visceral. Había llegado a suponer que todo contacto entre dos personas sería así de insípido, por eso nunca comprendió el entusiasmo de Parvati o Lavender cuando hablaban de sus encuentros con William y Tony, los Hufflepuff de su año. Pero con Draco todo era distinto. Su cuerpo no solo respondía a su cercanía; la exigía. Podría implorar por más, si de ello dependiera continuar sintiéndolo.
Draco la atrajo aún más, y ella envolvió sus piernas con fuerza alrededor de su torso. No era suficiente. Quería más. Sus dedos se enredaron en su cabello, tirando de él con la desesperación de alguien que no quiere dejar escapar algo precioso, algo irremplazable. Lo sintió suspirar contra su cuello y cerró los ojos, perdida en la sensación.
Pero entonces, un recuerdo nubló su mente.
Draco se detuvo, sus labios apenas rozando los de Hermione, como si el aire mismo se hubiese vuelto denso entre ellos. Sus ojos se encontraron, reflejando la misma emoción cruda, la misma mezcla de anhelo y temor.
Y entonces, la magia vibró.
No solo la que ardía entre sus cuerpos, sino una más antigua, más profunda. Un eco familiar se filtró en sus mentes, como el susurro de un recuerdo enterrado.
Las palabras resonaron en su conciencia, no como un simple recuerdo, sino como algo vivo, inquebrantable. Draco sintió el peso de ellas en su pecho, cada sílaba regresando con la misma intensidad de aquella noche.
"Si el amor no es nuestro destino… que no sea nuestro final."
Hermione se estremeció en sus brazos. También lo escuchaba. La certeza de aquellas palabras le erizó la piel.
"No lo buscaremos, no lo reconoceremos, no lo aceptaremos."
La voz de Draco en su mente se mezclaba con la suya propia, como si ambos estuvieran atrapados en un eco imposible de romper.
"No seremos salvación ni consuelo. No seremos anhelo ni pérdida."
Su respiración se volvió errática. El pacto había sido claro, cada promesa grabada en su magia, en sus huesos.
"Si el amor no nos quiso, que tampoco nos encuentre."
Draco cerró los ojos con fuerza. Un nudo se formó en su garganta al recordar la convicción con la que habían pronunciado esas palabras. Palabras que ahora se sentían como grilletes.
"Que este pacto nos haga inquebrantables, que nos sostenga cuando todo lo demás falle."
Hermione sintió un escalofrío helado recorrer su columna. En aquel entonces, las palabras le habían parecido una salvación, una armadura contra el dolor. Pero ahora, enredada entre los brazos de Draco, con su aliento cálido en su piel, se sintieron como una maldición.
"Que nuestra magia se alce como una sola, impenetrable e indivisible."
Draco tragó en seco. ¿Cómo habían sido tan ciegos? ¿Cómo no habían previsto esto?
"Que nos fortalezca en su unión… y nos castigue en su ausencia."
El peso de la última frase cayó sobre ellos como un hechizo irrompible. Hermione sintió que algo dentro de ella se desgarraba.
Porque ahora lo comprendía.
El pacto no los había hecho inquebrantables. Los había encadenado.
Hermione pareció recordar algo de un libro que había consultado la semana anterior, antes de su investigación sobre Quidditch. Su expresión cambió de súbito, y Draco, captando la señal, se apartó. Como si el aire entre ellos se despejara de repente, ambos se ajustaron el uniforme, tratando de recuperar la compostura. A Draco le tomó un poco más de tiempo; el evidente bulto entre sus pantalones tardó en desaparecer. Hermione, al notarlo, se aclaró la garganta y desvió la mirada, pero el rubor en sus mejillas la delató.
Cuando estuvo lista, lo miró fijamente. Su conexión era tan palpable que no necesitaban palabras. Con un último vistazo, se giró y descendió rápidamente por las escaleras. Draco la siguió sin cuestionarla.
Hermione se adentró en la amplia sección de encantamientos como si sus pasos ya conocieran el camino. Tenía la biblioteca memorizada. Sus dedos recorrieron los lomos de los libros a toda velocidad mientras murmuraba, casi con desesperación:
—Lazos invisibles... Lazos invisibles…
Draco la escuchó y, deduciendo que ese era el título del libro, comenzó a buscar también. No tardó en encontrarlo. Era un tomo antiguo pero sorprendentemente bien conservado, encuadernado en cuero oscuro con detalles en relieve. Su título, grabado en letras plateadas, brillaba a la luz de las velas:
"Los Lazos Invisibles: Magia de Pactos y Destinos"
Autor: Edgar Thorne
Draco lo tomó sin vacilar y se dirigió hacia Hermione, que para entonces parecía al borde de un ataque de pánico. Sin una palabra, se lo extendió.
—Es este —susurró ella al verlo.
Se movió de inmediato hacia una mesa, con Draco pisándole los talones. Se sentaron uno junto al otro, pero si hace un momento había estado desesperada por consultarlo, ahora Hermione dudaba en abrirlo. Sus manos temblaban sobre la cubierta.
Draco le tomó la mano sin saber exactamente por qué lo hacía. Tal vez un intento torpe de tranquilizarla.
—Granger, ábrelo de una vez. Sé que en esa cabeza tuya ya intuías la respuesta. Solo confirmémoslo.
Hermione tragó saliva.
—Tengo miedo, Malfoy. Si no recuerdo mal —y no suelo hacerlo—, hemos cometido un error terrible.
Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Pero se forzó a mantener la calma.
—Sea lo que sea, Granger, estamos juntos en este barco.
Hermione respiró hondo y, como si sus palabras le dieran la última pizca de coraje que necesitaba, abrió el tomo.
Las páginas, marcadas con anotaciones al margen de antiguos lectores, estaban amarillentas pero impecables. Draco pensó que tal vez el libro era poco consultado, relegado a un rincón de la magia obsoleta.
De pronto, las letras en la página parecieron dibujarse solas frente a ellos, como si el hechizo mismo supiera que estaban allí.
Fatum Ligare (Destino Atado) -
Hermione levantó la mirada y encontró los ojos de Draco. Tragó saliva. Sin decir una palabra, ambos comenzaron a leer con una sincronía casi inquietante.
El contenido del libro se resumía en una verdad escalofriante:
Este hechizo podría ser una variación antigua de un encantamiento vinculante, diseñado para unir a dos personas bajo un acuerdo emocional o sentimental. No los obliga mágicamente a cumplirlo, pero cuanto más se alejen de su promesa, más sentirán la carga emocional del pacto.
Destino: Sugiere que una vez hecho el pacto, sus caminos estarán entrelazados, incluso si intentan separarse
Atado: Implica que no es solo un acuerdo verbal o emocional, sino algo más profundo, casi ineludible. La magia lo refuerza, haciendo que no puedan ignorarlo sin consecuencias.
Las características del pacto incluían el activarse únicamente con el consentimiento mutuo de ambas partes. El recuerdo los invadió de golpe: aunque ebrios, estaban dispuestos… o al menos eso parecía.
No era un encantamiento letal, pero creaba un lazo mágico latente que pesaba sobre ellos hasta que el pacto se cumpliera o se rompiera de forma natural. De ahí el tirón de magia que ambos sentían al separarse o al intentar usar su magia a distancia, como en el partido de Quidditch.
La magia del pacto se "desgastaba" cuando la verdad se hacía evidente. Sin embargo, aquello era un enigma para ambos: ¿qué verdad debía revelarse? ¿Cuál de todas las palabras dichas podría ser la clave? ¿Quizá todas?
Por último, el pacto podía manifestar su ruptura con un efecto sutil: un escalofrío, un leve destello o la sensación de que algo se "desprendía" de ellos. Esto aún no había sucedido, pero la simple mención de esa posibilidad los llenó de una esperanza frágil y peligrosa.
Los efectos inmediatos del pacto eran sutiles, pero significativos. Hermione recordó la vibración en su varita justo antes de sentir su energía mágica drenada por completo. Draco, por su parte, recordó la misma sensación instantes antes de perder el conocimiento en el aula de Encantamientos.
Mientras el pacto durara, existiría una conexión inexplicable entre ellos: pensamientos intrusivos, escalofríos, reacciones involuntarias cada vez que intentaran alejarse emocionalmente. De repente, todo tenía sentido: los sueños con el otro, la atracción sofocante en su cercanía…
Sin embargo, lo siguiente que leyó hizo que Hermione tragara en seco.
Si uno sufre, el otro lo sentirá de alguna manera. No necesariamente como un dolor físico, pero sí como un peso en el pecho, un presentimiento ineludible.
Draco bufó con irritación. —¿Así que ahora tengo que asegurarme de que seas feliz, Granger? Fantástico —murmuró con sarcasmo, pasando una mano por su rostro. La sola idea de estar atado emocionalmente a ella lo desesperaba.
Pero Hermione apenas lo escuchó. Su mente repasaba todo lo que había sentido desde aquella noche. La inexplicable compasión que la impulsó a quedarse con él en el aula. La urgencia con la que intentó calmarlo en sus ensoñaciones. Cada mínimo impulso que había tenido de tocarlo, de consolarlo.
Y finalmente, lo que temía leer apareció en la página.
El pacto no podía romperse fácilmente, porque no era solo un acuerdo. Era un lazo mágico que unía sus destinos hasta que el pacto se cumpliera… o se rompiera de la manera correcta.
Hermione cerró el libro de golpe, con una sensación amarga en la boca. El dulce rastro de los besos de Draco había desaparecido.
Draco compartía su desconcierto. Se quedaron en silencio, mirándose, atrapados en una ensoñación incómoda hasta que un carraspeo los sacó de su trance.
—Señores, la biblioteca cierra. —Madame Pince los fulminaba con la mirada.
Hermione se tensó. Quería llevarse el libro. Lo necesitaba.
Pero la bibliotecaria ni siquiera se lo permitió considerar. Su mirada severa dejaba claro que no había opción.
Con frustración contenida, Hermione se puso de pie. Tendría que esperar hasta mañana. Aunque, con lo que acababan de descubrir, dudaba que pudiera dormir en toda la noche.
Hermione no pudo dormir en toda la noche. Por más que intentó obligarse a descansar, su mente no dejaba de repetir una y otra vez lo que había descubierto. Cada pensamiento la llevaba al mismo punto: el pacto que había hecho con Malfoy no era un simple juego de borrachos.
Y si había alguien que podía confirmarlo, era el director Dumbledore.
Después de todo, sus palabras crípticas tras el espectáculo de la cena debían significar algo. Él lo sabía. O al menos lo sospechaba. Pero ni ella ni Draco lo tomaron en serio en su momento.
Cuando el alba asomó tímidamente por la ventana de su habitación, decidió que era una hora decente para levantarse sin riesgo de despertar a nadie. Se dio una ducha rápida, intentando despejar la neblina en su cabeza, y se vistió con la misma determinación con la que se preparaba para una batalla. Aún era temprano cuando se encontró a sí misma esperando frente al despacho del director.
La puerta se abrió con un leve chirrido, como si Dumbledore ya la hubiera estado esperando.
—Se ha tomado su tiempo en venir, señorita Granger —dijo con una mirada que destilaba sabiduría y un dejo de diversión. Luego extendió un brazo en dirección al interior—. Por favor, acompáñeme.
El grifo de piedra ascendió, revelando la escalera que llevaba a la oficina del director. Hermione inspiró hondo antes de dar el primer paso.
Dumbledore tomó asiento detrás de su escritorio, con las manos entrelazadas sobre la superficie pulida. Con un gesto de los ojos, señaló una de las sillas frente a él.
—Bien, ¿en qué puedo ayudarla?
Hermione abrió la boca, pero por un instante no supo por dónde empezar. Vaciló, sintiendo cómo su garganta se cerraba con la incertidumbre. Finalmente, decidió ir directo al punto.
Explicó su inquietud sobre la posibilidad de haber ligado su magia a la de Draco Malfoy a través de un Fatum Ligare. Narró la noche en que se embriagaron juntos, omitiendo los detalles más comprometedores: el juego, la imagen que la había impulsado a hacer aquella estupidez… y la verdad oculta tras su arrebato.
Pero Dumbledore no era alguien fácil de engañar.
—Señorita Granger —dijo con tono paciente, aunque sus ojos azules la perforaban con perspicacia—, creo que falta lo más importante en su relato.
Hermione sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sus dedos se crisparon sobre su falda, pero mantuvo la compostura. Lo miró con los ojos entrecerrados, como si con ello pudiera desafiar su intuición.
Dumbledore se acomodó en su asiento, inclinándose apenas hacia adelante.
—Si en efecto es un Fatum Ligare lo que la une al señor Malfoy —dijo, con una serenidad que no hacía más que intensificar la gravedad de sus palabras—, debo decir que su deducción es brillante. Pero hay condiciones que deben cumplirse. Estoy seguro de que ya las ha investigado.
Hermione se removió en su asiento. Se sintió… juzgada. No injustamente, claro. Si Madame Pince no le hubiera prohibido sacar aquel libro de la biblioteca, ya habría devorado hasta la última página del tema. Pero en lugar de ponerse a la defensiva, decidió escuchar.
Dumbledore entrelazó los dedos y continuó con su explicación.
—En primer lugar, debe haber una motivación personal. Mi poca experiencia —su tono irónico hacía evidente que se trataba de una modestia fingida— me ha enseñado que, en muchos casos, el detonante de un Fatum Ligare no es más que un vacío emocional.
Hermione sintió su estómago retorcerse.
—El mago o bruja que termina ligado —prosiguió el director— suele pretender llenar ese vacío a través de la ilusión que le ofrece la otra parte. Las emociones que impregnen el pacto en el momento del hechizo son cruciales.
Las palabras de Dumbledore flotaron en el aire como un eco en su mente. ¿Qué vacío emocional la había llevado a esto?
Charlie.
El nombre golpeó su cabeza con la fuerza de un martillo.
¿Era eso? ¿Había querido suplir su deseo por Charlie a través de Malfoy? ¿Había querido ser otra persona a sus ojos? ¿Alguien más interesante, más osada, más digna de su atención?
Y si eso era cierto… ¿qué vacío llenaba Draco?
Rabia, desafío… una falsa indiferencia por el amor.
Un escalofrío la recorrió.
—Son esos sentimientos, señorita Granger, los que constituyen la necesidad misma que se desea suplir —continuó Dumbledore—. Son el corazón emocional del pacto. Y las palabras que pronunciaron… aunque le aconsejo que las mantengan en secreto incluso para mí, debieron estar cargadas de esa emoción. Esas palabras les dieron intencionalidad a sus deseos. Porque sí, señorita Granger… para que un Fatum Ligare se concrete, las partes involucradas deben compartir no solo emociones similares, sino también una intención en común.
Hermione se quedó helada.
Una intención en común…
Ella y Draco querían llamar la atención de los mismos profesores.
La sensación de vértigo la golpeó. Dioses.
Dumbledore la observó en silencio por un momento, permitiéndole procesar la información.
—Veo que el panorama comienza a aclararse para usted.
Hermione tragó saliva con dificultad. ¿Estaba leyendo su mente?
El anciano sonrió apenas, como si hubiera escuchado la pregunta en su cabeza.
—Por otro lado —prosiguió—, este tipo de pactos contienen una regla que implica un nivel de compromiso. Algo que les impida simplemente alejarse cuando las cosas se compliquen.
Hermione sintió un nudo en el estómago.
Lo sabía.
Lo había experimentado. Alejarse de Draco debilitaba su magia. Y viceversa. Pero… ¿eso significaba que habían adquirido algún tipo de compromiso mutuo? ¿Qué clase de vínculo tenían ahora?
Como si Dumbledore pudiera leer su inquietud, añadió:
—Eso no es todo, señorita Granger. Un Fatum Ligare siempre contiene una restricción mágica. Esta es, de hecho, el alma del pacto. Representa el encantamiento vinculante que evita que el acuerdo se rompa.
Dumbledore la miró por encima de sus lentes.
—Sin consecuencias.
La frase final le cayó encima como una losa.
Hermione sintió que el aire de la oficina se volvía más pesado.
Dumbledore no dijo nada más. No había necesidad. El silencio que siguió fue la confirmación de que ya había dicho todo lo que podía decirle.
Hermione se levantó lentamente, con la mente aturdida.
—Gracias… —musitó apenas, con un leve asentimiento de cabeza.
Dumbledore inclinó la suya en respuesta, pero justo cuando ella iba a girarse para salir, su voz la detuvo.
—Señorita Granger.
Ella se volteó.
Dumbledore la observó con una expresión que no supo descifrar del todo. Y entonces, con una suavidad casi paternal, le dejó una última advertencia:
—No todos los lazos pueden deshacerse. Algunos simplemente… deben seguir su curso.
Hermione sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Sin decir una palabra más, abandonó el despacho con una nueva certeza ardiendo en su pecho:
Estaban en problemas.