Veritas et Poena (Español)

Harry Potter - J. K. Rowling
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Veritas et Poena (Español)
Summary
Cuando Hermione Granger y Draco Malfoy se ven atrapados en un pacto mágico que potencia su conexión y desafía las reglas del mundo mágico, su enemistad se transforma en algo más peligroso: una atracción incontrolable. Lo que comienza como un juego de manipulación y estrategia dentro de Hogwarts pronto se convierte en un vínculo imposible de ignorar. Mientras las costumbres de la sociedad mágica tiemblan con romances prohibidos que salen a la luz, ambos descubren que el verdadero peligro es romper las reglas sino se esta dispuesto a asumir las concecuencias
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Irresponsables

Al abrir los ojos, lo primero que vio y reconoció fue el ventanal del aula de Encantamientos, una obra de arte en sí misma. La estructura imponente se alzaba casi hasta el techo abovedado, permitiendo que la luz se derramara en haces dorados sobre las antiguas mesas de madera. Sus marcos de piedra pulida estaban ornamentados con delicados grabados de runas arcanas que parecían susurrar secretos antiguos cuando el sol las iluminaba en el ángulo correcto. El vidrio, encantado por generaciones de profesores, no solo ofrecía una visión perfecta del paisaje exterior, sino que parecía cobrar vida según la hora del día. Al amanecer, se teñía de tonos ámbar y carmesí, reflejando el despertar del castillo. Por la intensidad del ámbar, Hermione dedujo que debían ser entre las seis y las ocho de la mañana.

El cómo había llegado allí era un misterio, pero el lugar era inconfundible. Intentó incorporarse a pesar del peso de un brazo que le rodeaba la cintura y agradeció a Godric, Merlín y Morgana que fuera sábado. Al menos, ya sabía en qué momento del tiempo se encontraba, pero no en persona… No podía ser ella. Hermione Granger no podría haber estado recogida contra el pecho de Draco Malfoy.

Su mirada recorrió el aula con rapidez. Por fortuna, no había nadie. Se giró hacia la puerta y lanzó un Colloportus a la cerradura. Se deslizó con la mayor suavidad que su cabeza, que parecía a punto de estallar, le permitió. Entonces se percató de su uniforme: la corbata casi deshecha y varios botones de su camisa abiertos. Su pulso se aceleró. Giró hacia Draco con el temor de descubrir algo peor, pero él parecía tener la ropa en su lugar. Un leve alivio la recorrió.

Entonces vio la botella de vidrio ámbar justo detrás de él. No necesitó más pistas: se había embriagado con Draco Malfoy.

La ironía la golpeó de lleno. Borracha con Malfoy. Y, lo peor, es que no podía decidir si eso era simplemente absurdo o extrañamente… emocionante. La expresión "dormir con el enemigo" adquiría un matiz nuevo. Aunque, por lo visto, ella estaba intacta y la escena ante sus ojos no era tan desagradable. Ver a Draco Malfoy en completa pasividad, sin su habitual expresión de desprecio, era… inesperadamente agradable. No duraría mucho por supuesto, regresaría a su  habitual expresión de despecio hacia ella.

Se abrochó la camisa y ajustó la corbata, con movimientos medidos. Intentó incorporarse con cautela, pero aún no había logrado liberarse del todo. El brazo de Malfoy, que descansaba sobre su pierna, se tensó de repente y la atrajo de nuevo hacia él. Hermione se congeló cuando escuchó el susurro ronco de su voz:

—Aurélie…

Lejos de irritarla, aquello le provocó un leve atisbo de compasión. Con cuidado, apartó unos mechones platino de su rostro y, sin saber por qué, acarició suavemente una de sus cejas.

—¿Eres tú, Aurélie?

Hermione tragó saliva. No sabía qué responder.

—Shhh… Tranquilo, descansa.

Draco pareció sumirse de nuevo en su ensoñación. Su expresión se relajó aún más, y en sus labios, que reposaban sobre la tela de su falda, se dibujó una sonrisa. Hermione sintió una punzada extraña. La profesora Dumont Qué afortunada debía sentirse esa mujer. Draco era un imbécil, sin duda, pero parecía profesarle una devoción similar a la que Charlie tenía por ella. Una bruja con suerte, pensó, sin saber si lo hacía con sarcasmo o con un dejo de otra cosa.

Con sumo cuidado, retiró la mano de Draco, logrando que solo soltara un leve suspiro. Se puso de pie sin soltar la varita. Unos cuantos pasos más allá, sintió la pesadez en sus extremidades. Lanzó un Alohomora, salió y cerró la puerta tras de sí. Miró en todas direcciones. Solo algunos alumnos de tercero o cuarto año rondaban por el pasillo. Se enderezó y continuó su camino hacia la torre de Gryffindor.

Con cada paso, la pesadez aumentaba. Decidió arriesgarse: entraría directamente al baño y transfiguraría su uniforme en algo parecido a un camisón para evitar preguntas incómodas. Lo que no esperaba era que Ginny estuviera a punto de entrar también.

El brillo en los ojos de la pelirroja lo dijo todo.

Iba a interrogarla.

Y su uniforme apenas estaba en condiciones decentes.

—Parece que alguien no durmió en su cuarto anoche.

—Larga historia —respondió Hermione con desgana, intentando restarle importancia.

—Tengo toda la mañana. Por si no lo sabías, apenas son las siete —Ginny cruzó los brazos, evaluándola de arriba abajo—. Te traeré un albornoz. Por favor, date un baño. Luces… un poquito deshecha. Espero que al menos haya valido la pena.

La sonrisa traviesa de la pelirroja no coincidía del todo con la burla de sus palabras.

—Ginny, por el amor de Godric, ¿puedes traerme también una poción para la resaca?

—Solo si prometes contármelo todo.

—Como si fueras a dejar que no lo hiciera.

Ginny salió disparada hacia su habitación, y Hermione aprovechó para entrar al baño y cerrar la puerta sin seguro. Abrió el grifo del agua caliente, dejando que cayera en un hilo apenas visible, mientras que el agua fría corría con algo más de fuerza. Cuando la bañera estuvo casi llena, comenzó a desvestirse hasta quedar en ropa interior. Probó el agua con el pie y, al sentirla a la temperatura perfecta, se deslizó dentro, permitiendo que las burbujas la cubrieran antes de deshacerse por completo del sujetador.

Unos golpes suaves en la puerta la hicieron sobresaltarse.

—Puedes pasar —dijo, recostando la cabeza en el borde de la tina.

Ginny entró con una energía contagiosa, el rostro iluminado por la expectativa.

—Bien… ¿me dirás ya qué demonios hiciste anoche?

Hermione entrecerró los ojos.

—Antes de eso, ¿te gustaría explicarme por qué diablos usaste al pobre Roger Davies para darle celos a Theo Nott? ¿O fue solo una coincidencia?

Ginny ladeó la cabeza con picardía.

—¿Funcionó?

—Por supuesto. Theo se quitó a Lavender de encima con la mayor delicadeza posible y se retiró a los dormitorios.

—Entonces no funcionó del todo —Ginny chasqueó la lengua—. Tenía que parecer furioso, así Lavender lo dejaría en paz. Pero bueno, al menos el resultado fue positivo. Ahora dime, ¿dónde te metiste toda la noche? Te vi entrar en la sala hace unos minutos.

—¿Prometes no decir nada?

—Si quieres, podemos hacer un Juramento Inquebrantable.

Hermione bufó.

—No hace falta tanto. Me basta con tu palabra.

—La tienes.

Antes de comenzar su relato, Hermione sacó su varita y lanzó un Muffliato… o al menos lo intentó. Apenas logró un chisporroteo.

—Debes de estar agotada —dijo Ginny, lanzando el hechizo con la suya—. Hasta tu núcleo mágico parece tan cansado como tú.

—Quizá —murmuró Hermione. Nunca le había pasado algo así, pero no le dio demasiadas vueltas.

Respiró hondo y comenzó a contarle los detalles de su noche, hasta donde los recordaba. Se detuvo justo en la parte en la que le propuso a Draco jugar a la botella. Omitió, por supuesto, cualquier cosa relacionada con Charlie.

Ginny, como los gemelos y probablemente toda La Madriguera, sabía del enamoramiento de Hermione por su hermano. Era uno de esos secretos a voces que nadie mencionaba porque la incomodidad que generaba era demasiado grande. Por eso, Ginny había intentado, sin éxito, distraerla con otros chicos. Cuando vio que Hermione no cedía, cambió de estrategia: intentó que Charlie la viera de otra manera.

Fue un intento fallido.

La prueba definitiva llegó en la Navidad de hace dos años, cuando Charlie le regaló a Hermione un par de pendientes de cornalina —una piedra que simbolizaba la amistad— y dejó en claro, con una sonrisa afable, que la veía como a una hermana más. En ese instante, Ginny entendió que había sido demasiado obvia en su intento y que todo había sido en vano. Sin decirlo en voz alta, ambas acordaron abandonar la causa.

Pero Hermione no podía permitirse que sus sentimientos fueran evidentes, así que, al llegar a sexto año, decidió desviar la atención. El candidato perfecto debía ser alguien mayor, próximo a graduarse, y Cormac McLaggen encajaba a la perfección. Él siempre había mostrado interés en ella, así que no fue difícil hacer que el engaño funcionara.

Le concedió algunos besos, pero en cuanto sintió su lengua resbaladiza en su boca, marcó un límite: solo labios, nada más. Cormac aceptó de mala gana, sustituyendo los besos profundos por toqueteos que Hermione restringió cuidadosamente a sus extremidades. Él parecía conforme, y a ojos de todos, su relación funcionaba.

Cuando McLaggen se graduó, Hermione fingió cierta tristeza por su partida, aunque en realidad se sintió aliviada. Al fin estaba libre del escrutinio de sus amigos respecto a Charlie Weasley.

Pero ahora tenía un problema aún mayor.

Había pasado la noche con Draco Malfoy. Y no tenía idea de qué tanto recordaba de ello.

Hermione se tomó la cabeza entre las manos mientras Ginny le pasaba un vial de color azul platino.

—Para la resaca.

Hermione lo bebió de un trago y puso una mueca de asco.

—Por Merlín… sabe peor que lo que estaban repartiendo anoche. No tiene gracia beber algo desagradable solo para aliviarlo con algo aún peor.

—Solo tómatelo, te sentirás mejor al instante.

Hermione ya se lo había tragado y tuvo que admitir que el alivio fue casi inmediato.

—Entonces… amaneciste junto a Draco Malfoy en el aula de Encantamientos del sexto piso.

—Sí, los dos estábamos en el aula.

—No preguntaré detalles, me los imaginaré. —Ginny arqueó una ceja con una mirada mordaz e inquisitiva.

—No es que deba aclararlo, pero no pasó nada. Al parecer, solo bebimos de más.

—Interesante. Amaneces bebida junto al chico que más parecía desagradarte en toda la escuela… por no mencionar que, a pesar de ser un imbécil de primera, también luce como una maldita obra de arte, de esas que hay en los museos muggles. Tallado a la perfección.

—Ginny… —Hermione la reprendió con tono exasperado.

—No podemos negar que es bastante atractivo, Hermione. Te confieso que, en un par de ocasiones, me he distraído viéndolo con su uniforme de Quidditch.

—Eso fue desagradable, Ginny.

—No te creo. Lo único realmente desagradable aquí es que no puedas recordar detalles importantes para saciar mi curiosidad. Tendré que recurrir a mi imaginación.

—Tienes una imaginación del tamaño de Asia.

—Pues qué suerte. Así podremos hablar de todos los escenarios posibles de esta "peripecia" tuya con Draco Malfoy.

 

La mirada de Draco recorrió las mesas del comedor. No había probado bocado desde que había vaciado lo que asumía habían sido las últimas dos comidas de su cuerpo, y la idea de comer le resultaba insoportable. Solo quería verla. Se obligó a no parecer obvio, así que se mantuvo junto a Theo, esperando pacientemente a que Hermione hiciera su aparición. Intentó no pensar demasiado en lo que fuera que hubiera ocurrido la noche anterior, pero al despertar con el sol dándole de lleno en la cara, sintió un pinchazo de irritación al no encontrar a su extraña nueva compañera de penas. Si es que podía llamarla así. Si es que aquello podía llamarse algo en absoluto.

Aún así, el sueño que había tenido lo compensó. Aurélie, en su regazo. Él, abrazándola, mientras ella le apartaba el cabello de la frente y acariciaba su ceja con delicadeza. Susurrándole palabras tranquilas para que siguiera durmiendo. Fue tan real. Su cintura atrapada entre sus brazos, el movimiento de su espalda contra su pecho al respirar, el aroma de su cabello... tan vívido que podía jurar que olía a vainilla y jazmín. Normalmente detestaba los olores demasiado dulces, pero el de su sueño… el de Aurélie… era, sin lugar a dudas, el mejor olor del mundo.

Theo se acomodó en su asiento en cuanto vio a Ginny Weasley entrar sola al comedor. La menor de los Weasley se sentó en la mesa de Gryffindor, justo frente a él, con una sonrisa difícil de definir. ¿Picardía? Quizá. Recorrió las mesas con la mirada, buscando a sus amigos, y en cuanto notó que Lavender Brown había posado los ojos en Nott y se acercaba a la mesa de los Slytherin, reaccionó de inmediato. Se puso de pie con rapidez y se dejó caer en la silla frente a Theo con absoluto aplomo. Tomó un puñado de patatas del centro de la mesa y las dejó caer en su plato con desenfado.

—Entonces, ¿dormiste bien, Nott?

—Como un bebé —respondió Theo con indiferencia.

—¿En serio? ¿Despertaste meado y babeando? —soltó Ginny con tal naturalidad que parecía no importarle en lo absoluto el retorcijón en el estómago de Draco, audible y agravado por la mención de fluidos corporales como la saliva y la orina.

Theo esbozó una sonrisa apenas perceptible y siguió comiendo.

—Me atrevería a decir que alguien pasó mejor noche que yo… Tal vez tú no pudiste dormir, ¿eh? —La mirada desafiante que le dirigió a la pelirroja estaba cargada de diversión.

Ginny se limitó a sonreír con calma mientras se pasaba el cabello hacia atrás. Un simple gesto… pero fue suficiente para que el ahora inconfundible aroma a vainilla y jazmín impregnara el aire entre los tres. Draco se detuvo en seco, observándola con creciente inquietud.

—¿Dónde pasaste la noche, Weasley? —preguntó con el ceño fruncido.

Theo lo miró con desconcierto, alzando una ceja en un claro "¿Qué carajos te pasa?". Draco carraspeó.

—No es que me importe. Olvídalo.

Pero su mente ya trabajaba a toda velocidad, encajando piezas, formulando teorías. Ginny le lanzó una mirada extraña, lo que solo avivó su necesidad de una respuesta.

—Dime… ¿a todas las chicas en Hogwarts les dan el mismo champú?

El comentario pareció divertirla, porque casi escupe el agua que acababa de beber. Se limpió las comisuras de la boca con el dorso de la mano y le dedicó una sonrisa burlona.

—No, de hecho, no. Yo uso uno con aroma cítrico —respondió con fingida inocencia antes de trinchar otra patata con el tenedor—. Pero dime, Malfoy… ¿quieres el puesto de Filch como conserje? Pareces demasiado interesado en el mantenimiento de la escuela.

Theo soltó una carcajada, aunque sabía que el comentario no era precisamente halagador para Draco. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue la falta de reacción de su amigo. Apenas hizo una mueca de desprecio hacia Ginny y, en lugar de soltar una réplica mordaz, se limitó a continuar la conversación con una calma inquietante.

—No hueles precisamente a algo cítrico, Weasley.

—Mil disculpas, Malfoy. No sabía que mi olor te molestaba —respondió Ginny con una sonrisa divertida—. Si te refieres a mi cabello, hoy no usé mi champú. Tuve que usar el de Hermione. Es demasiado dulce, lo sé, incluso a mí me resulta empalagoso, pero era lo único que tenía a la mano.

Un destello de entendimiento cruzó los ojos de la pelirroja antes de añadir, con un tono cargado de malicia:

—Parece que reconoces el aroma, Malfoy. Te preguntaría dónde estuviste anoche, pero creo que ya lo sé.

Siguió comiendo como si nada, pero le guiñó un ojo a Theo, en una promesa silenciosa de que tal vez, en algún momento, le contaría algo más.

Draco, en cambio, se quedó helado. El perfume con el que se había envuelto la noche anterior, el mismo cuyo recuerdo lo había arrastrado a la privacidad de su cama dos veces antes de tener que darse una ducha helada esa mañana… no pertenecía a Aurélie.

Era de Hermione Granger.

La verdad le golpeó como una maldición directa al pecho. Un asco visceral le revolvió el estómago, y sin decir una sola palabra, se puso de pie y salió del Gran Comedor con paso rígido. Apenas alcanzó el retrete más cercano cuando sintió la boca llenarse de un sabor agrio y ácido. Se inclinó sobre la taza y vació lo poco que quedaba en su estómago en violentas arcadas, su cuerpo convulsionando con la repulsión.

El mareo le nublaba la mente, pero una idea se abría paso entre la niebla de su malestar. Hermione Granger era una bruja corriente. Apenas era algo por el simple hecho de ser mágica. No podía ser que… No podía ser que…

Apretó los ojos con fuerza, negándose a dejar que el pensamiento terminara de formarse.

Se puso de pie, jaló la cadena del retrete y se enjuagó la boca en el lavabo, pero el asco persistía. Conjuró un hechizo de higiene bucal, pero solo logró que sus dientes adquirieran un tono amarillo enfermizo, cubiertos por una capa de sarro grotesca.

Un nuevo espasmo de náuseas lo dobló, pero se obligó a controlarlo. Necesitaba privacidad.

Sin perder más tiempo, se dirigió a las mazmorras y entró al baño de los chicos de Slytherin. Cerró la puerta tras de sí y la aseguró con su varita antes de desplomarse de rodillas frente al retrete y vaciar lo poco que quedaba en su estómago: un líquido amargo y bilioso. Cuando terminó, se tambaleó hacia el lavabo y comenzó a hacer buches compulsivos con el agua, intentando arrancarse la sensación de la boca. Pero no era suficiente.

Se apresuró hacia su baúl y sacó el neceser que su madre siempre le preparaba para "emergencias mágicas". No supo por qué lo había tomado antes de entrar al baño, pero ahora parecía una premonición.

Frotó sus dientes con el cepillo hasta desgastar las cerdas, escupiendo cada vez con más desesperación hasta que, al fin, logró arrancar la mayor parte del sarro. Se sintió un poco mejor… hasta que levantó la vista y en el espejo encontró el reflejo de Zabini.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Draco escupió el último sorbo de agua que tenía en la boca, sintiendo cómo la incomodidad volvía a instalarse en su estómago.

—Cualquiera pensaría que entiendes el concepto de privacidad, Blaise.

Zabini lo miró con hastío, rodando los ojos.

—Si querías privacidad, deberías haber asegurado la puerta. Si me sentí con la confianza de abrirla, es porque no tenía cerrojo.

—Pero si lancé… —Draco se detuvo de golpe. Un escalofrío le recorrió la espalda ante la inquietante revelación que se asomaba en su mente.

Sin decir más, empujó a Zabini fuera del baño y volvió a lanzar el hechizo de cierre. Esta vez, por si acaso, lo hizo dos veces.

—Intenta abrir la puerta otra vez, Blaise.

Zabini lo hizo sin el menor esfuerzo. La puerta se abrió de par en par.

—¿Algo más, señor Malfoy, o puedo usar el baño de una vez?

Draco sintió un nudo en el estómago.

—¿No tuviste que deshacer ningún encantamiento para abrirla?

—No —respondió Zabini con sequedad.

El miedo se enroscó en el pecho de Draco. En un movimiento brusco, atrajo a Zabini de vuelta al interior del baño y cerró la puerta con ambos dentro.

—Asegúrala tú. Usa tu varita.

Blaise lo miró con suspicacia.

—No soy tu maldita asistente, Draco.

—Por favor, Zabini. Es una maldita urgencia.

Algo en su tono, en la angustia que teñía sus palabras—tan inusual en Malfoy—, hizo que Blaise cediera. Con un leve encogimiento de hombros, sacó su varita y lanzó el hechizo de cierre.

Draco se acercó a la puerta, la palpó. Seguía firmemente asegurada. Entonces, sin apartar la vista del cerrojo, le extendió su propia varita a Blaise.

—Ahora, por favor, desbloquéala con mi varita.

Blaise frunció el ceño.

—Esto es muy extraño, Draco. Vas a tener que explicarme qué demonios está pasando.

—Lo haré. Solo… inténtalo.

Con reticencia, Blaise tomó la varita de Draco y lanzó el hechizo de apertura. Draco contuvo el aliento. Se acercó a la puerta con una lentitud casi reverencial, como si temiera confirmar lo que su mente ya sospechaba.

Por favor, que solo sea mi varita. Que no sea mi magia.

Pero la puerta se abrió sin resistencia.

El estómago de Draco se contrajo. Se giró hacia Zabini, su expresión ilegible.

—Préstame tu varita.

—No, hasta que me digas qué está pasando. Y más te vale que sea una buena razón, por Salazar, Malfoy —replicó Blaise, entornando los ojos mientras se acercaba—. ¿Qué? ¿Acabas de besar a tu tatarabuela muerta? Admito que el incesto es un recurso entre los sangre pura, pero podrías haber elegido algo menos perturbador.

Draco le lanzó una mirada fulminante, cerrando la boca de golpe. En silencio, extendió la mano en un gesto implícito.

Quizá por camaradería, o tal vez solo por curiosidad, Zabini suspiró y le entregó su varita. Draco la tomó con dedos tensos y, con algo de miedo, pero decidido a probarlo, buscó un objeto sobre el cual hacer el hechizo.

La toalla.

Se enfocó en la pieza de tela que colgaba junto al lavabo y, con voz firme, ordenó:

—Leviosa.

Apenas un chisporroteo.

El miedo le mordió la nuca. Su agarre en la varita de Zabini se volvió más fuerte. Respiró hondo e insistió con más determinación:

—Leviosa.

El pánico se transformó en puro horror cuando la toalla estalló en llamas.

Antes de que pudiera reaccionar, Zabini le arrebató la varita y lanzó un Aguamenti, apagando el fuego con un chorro de agua.

—¿Pero qué carajos te pasa, Draco?!

El rubio apenas lo escuchó. La voz de Blaise sonó distante, como un eco lejano.

¿Qué estaba pasando?

Draco tenía una vaga idea.

Lo que no entendía… era por qué?

Zabini había accedido a solucionar el problema en su boca tras una breve conversación en la que Draco, con una mezcla de frustración y desconcierto, admitió que no sabía por qué, pero su magia parecía estar averiada. Blaise no necesitó más pruebas después de lo ocurrido en el baño; le creyó sin hacer más preguntas y le ordenó que se quedara en la habitación para evitar empeorar la situación.

Regresó con Theo aproximadamente una hora después, un tiempo que le resultó insufrible a Draco, quien, sumido en el encierro, sentía que se estaba volviendo loco. Se obligó a reconstruir los recuerdos fragmentados de la noche anterior, pero no estaba solo en esa tarea: además de Theo, también lo acompañaban Ginevra Weasley y Hermione Granger.

En cuanto la vio, Draco reaccionó por puro instinto. Con un movimiento casi violento, atrapó a Granger por la muñeca y la arrastró al interior de la habitación, cerrando la puerta de golpe y dejando a los demás afuera. Cualquiera habría esperado que Hermione se escandalizara por su arrebato, pero, lejos de ello, sintió un retorcido alivio ante el contacto. Lo mismo le sucedió a Draco, aunque su consciencia lo alcanzó un segundo tarde.

Recordó, demasiado tarde, que no podía asegurar la puerta con magia, lo que Ginny aprovechó sin dudar. Apenas reaccionó, la pelirroja lanzó un hechizo punzante contra su mano, obligándolo a soltar a Hermione con un siseo de dolor. Se reprendió mentalmente: debía controlar sus impulsos.

—¿Qué carajos me hiciste, Granger?

Hermione, lejos de amedrentarse, lo miró con un aire renovado, como si se hubiera desprendido de una piel vieja. Era la Granger de siempre, pero con una rabia contenida que le endurecía la mandíbula.

—Podría preguntarte lo mismo, Malfoy.

Theo intervino antes de que la tensión estallara en algo más peligroso.

—Deberíamos calmarnos. No tengo idea de qué demonios hicieron anoche, pero lo que sí sabemos, gracias a Zabini y las sospechas de Ginny, es que su magia está jodida. —Se dejó caer sobre la cama junto a Blaise y continuó con la misma calma estudiada de siempre—. Así que deberán recordar. Y si no lo hacen, siempre podemos recurrir a un mago talentoso para extraer los recuerdos.

Dirigió una mirada significativa a Zabini, quien le respondió con un ademán desinteresado, como si su habilidad fuera cualquier cosa.

Hermione fue la primera en atacar.

—Hasta donde yo sé, tu familia tiene afinidad con los magos oscuros, Malfoy. Así que la pregunta correcta es: ¿qué demonios nos hiciste? Apenas puedo conjurar un "Lumos" con mi varita.

Como si la mera pronunciación del hechizo fuera suficiente, la punta de su varita se iluminó al instante. Hermione la miró con asombro, la Gryffindor en su interior envalentonándose ante la posibilidad.

—Nox.

La luz se extinguió.

—Accio bufanda.

Una bufanda de ribetes verdes y plateados voló hasta sus manos sin la menor resistencia.

Hermione miró a Malfoy, con los ojos brillando de interrogantes y un deje de alivio contenido.

—Por el buen Godric... Gracias a Merlín, parece que esto solo fue un bache. Este imbécil no me ha maldecido después de todo.

—Por supuesto que no te hice nada, Granger —espetó Draco con irritación—. Aquí el único afectado soy yo.

Hermione entrecerró los ojos, evaluándolo. Apenas notó el ligero movimiento de sus labios al hablar.

—¿Y cómo se supone que estás afectado? —lo desafió—. Prueba tu varita también.

Draco la fulminó con la mirada, pero su desconcierto fue evidente antes de que su orgullo se sobrepusiera.

—No voy a seguir tus órdenes, Granger. Lo haré porque me da la gana, que quede claro.

Apuntó su varita hacia la pluma de azúcar sobre la cómoda.

—Engorgio.

La pluma comenzó a expandirse lentamente.

Por un instante, ambos sonrieron.

Ginny, sin perder el tiempo, atrapó la muñeca de Hermione y la arrastró hacia la salida.

—Bien, todo solucionado —declaró, sin dejar espacio a protestas.

Hermione no se resistió. Sintió un alivio inmediato, aunque, por alguna razón, evitó usar su varita el resto del día. Pasó la tarde en la biblioteca, recordando vagamente las palabras de sus padres —ambos médicos— cuando era niña: "Si el cuerpo sufre un trauma, por pequeño que sea, hay que darle el reposo necesario para que funcione con normalidad". Aunque se tratara de magia, sintió que quizás darle un descanso a su varita ayudaría a restablecer su flujo mágico. Era una idea absurda y sin fundamento, pero igual la puso en práctica.

Draco, por su parte, decidió que una siesta le ayudaría a recomponerse del horror que había vivido esa mañana… y de lo que fuera que pasó anoche. Se empeñó en clasificarlo como una pesadilla absoluta, pero mientras más se forzaba a convencerse de ello, más miedo le daba la idea de recordar.

No pudo evitarlo.

Flashazos de la noche anterior regresaron con crueldad: él y Hermione jugando con una botella. Por Merlín, ¿cómo demonios había dejado que esa bruja lo convenciera? Seguro era alguna estupidez muggle. Luego, bebiendo de la misma botella sin control. Trató de aferrarse al asco, pero su mente, traicionera, le devolvió una imagen aún más retorcida que aquella mañana en el baño.

Hermione Granger.

Con gotas de licor ámbar deslizándose por su cuello.

Bajando, recorriendo sus clavículas.

Separándose en su pecho apenas cubierto por un sujetador escarlata.

Draco cerró los ojos con fuerza. Sintió la sangre arderle en las venas cuando la imagen, en lugar de disiparse, lo endureció aún más bajo la sábana.

Por Merlín.

Se levantó de golpe, corrió hacia su baúl y sacó los recortes de periódico que guardaba de Aurélie. No se molestó en encantar la puerta; a esa hora, nadie se atrevería a molestarlo. Se aseguró de que las cortinas estuvieran cerradas y, con la tenue luz filtrándose a través de la tela, dejó que sus ojos se clavaran en el rostro impreso en el papel, mientras su mano libre se deslizaba entre sus piernas en busca de alivio.

Pero la muy maldita se atravesó en su mente.

Hermione Granger.

Se abrió paso sin permiso, desplazando sin esfuerzo la imagen de su adorada Aurélie.

Draco apretó los dientes, tratando de forzar el recuerdo de anoche en la dirección correcta, pero lo único que consiguió fue perderse aún más en la visión de su cuello, de aquellas gotas deslizándose hasta su escote… hasta el centro de su pecho… hasta la curva de sus senos.

Merlín santo.

Su mente completó la imagen con un pezón endurecido, una areola rosada atrapando la última gota de licor.

Oh, dulce Merlín.

Cuando llegó al clímax, miró con horror su otra mano. El recorte de Aurélie estaba completamente arrugado.

Durante el resto del fin de semana, ni Hermione ni Draco hicieron uso de su varita. Para cuando llegó el lunes, sus hechizos parecían funcionar con completa normalidad en clase. Dado que ambos habían obtenido casi las mismas notas en sus TIMOS, compartían la mayoría de sus asignaturas, salvo Adivinación y Estudios Muggles. En esas clases, en las que apenas se hacía uso de la varita, no tuvieron motivos para notar nada inusual.

Con un ánimo renovado, los dos retomaron sus respectivas obsesiones con sus amores no correspondidos. Durante la cena, compartieron una mirada de desagrado cuando Charlie se acomodó junto a una complacida Aurélie, quien no rechazaba en absoluto sus insinuaciones. La tensión solo se rompió cuando el profesor Flitwick, con una sonrisa afable y un evidente sentido del decoro, decidió sentarse entre ambos, interrumpiendo la escena. Draco y Hermione se miraron, complacidos con la inesperada intervención, y por primera vez en días, continuaron su cena sin más sobresaltos.

Todo parecía marchar con relativa normalidad hasta el miércoles, cuando el equipo de Slytherin tuvo su entrenamiento de cara al partido del viernes contra Gryffindor. Como capitán del equipo, Draco se aseguró de que todos estuvieran preparados. Sin embargo, a medida que la práctica avanzaba, algo le resultó inquietante. Su escoba respondía como de costumbre, pero cuando intentó retirar una rama con un hechizo verbal, nada sucedió. En un intento de esquivar una bandada de aves que cruzó el campo, murmuró un Depulso, pero la magia no respondió.

Su estado físico y reflejos lograron compensarlo, pero la incomodidad persistió.

Al finalizar el entrenamiento, Draco descendió con el ceño fruncido, las manos aferradas con frustración a su escoba. No había sido su peor práctica, pero tampoco su mejor desempeño. Sentía que le faltaba algo, una chispa en sus reflejos, en su capacidad de maniobrar con precisión quirúrgica en el aire.

—¿Qué demonios te pasa, Malfoy? —preguntó Montague, uno de los golpeadores, cruzándose de brazos—. Estuviste lento.

—Que te jodan —espetó Draco, pasándose una mano por el cabello sudado—. Algo está mal. Mis hechizos no funcionaban en pleno vuelo.

Algunos de sus compañeros soltaron risitas burlonas, pero Pansy, quien había asistido al entrenamiento con la excusa de ver a Montague, frunció el ceño con curiosidad.

—¿Desde cuándo tienes problemas con tu varita?

—Mi varita está bien —respondió Draco con brusquedad.

Aún molesto, decidió que no iba a darle más vueltas. Seguramente estaba cansado. O su magia aún no se estabilizaba del todo. Fuera lo que fuera, estaría en plena forma para el viernes.

Sin embargo, el jueves por la tarde, durante Adivinación, su varita volvió a fallar.

Era una clase insoportable, con Trelawney divagando sobre catástrofes inminentes. Draco, aburrido, decidió verificar cuánto faltaba para que terminara.

Tempo.

Nada.

Frunció el ceño.

Lo intentó otra vez.

Nada.

Miró de reojo su varita, con un vago sentimiento de ansiedad. En toda la semana no había tenido problemas. Desde el lunes, todos sus hechizos habían funcionado sin inconvenientes… cuando estaba cerca de Granger.

La sospecha lo golpeó con fuerza.

El entrenamiento del miércoles. Adivinación. Los momentos en que su varita no había respondido coincidían con los momentos en los que Hermione no estaba cerca.

Al final de la clase, Draco se apresuró a buscarla.

No la encontró en el Gran Comedor, ni en la biblioteca. Fue en el pasillo de las aulas de Encantamientos donde la vio, con su varita en la mano y un gesto de pura irritación en el rostro. Ginny Weasley estaba a su lado, con los brazos cruzados.

—Te digo que es raro —bufó Hermione, con frustración—. Lumos.

Nada.

—¿Sigues nerviosa por el juego del viernes? —preguntó Ginny, arqueando una ceja—. No pensé que te importara tanto el Quidditch.

—No es eso, Ginny, es que…

Su voz se cortó cuando sintió la presencia de Malfoy a su espalda.

—Déjame adivinar —murmuró él, mirándola con intensidad—. Tu varita no funciona.

Hermione parpadeó, sin saber si estaba más sorprendida por el tono grave de su voz o por el hecho de que parecía compartir su problema.

—No… no exactamente. Es solo que…

Sin pensarlo mucho, Draco caminó hasta el otro extremo del aula.

—Prueba otra vez —dijo desde allí.

Hermione, todavía confundida, levantó la varita.

Lumos.

Nada.

Draco sintió un nudo apretarse en su estómago. Hermione también lo sintió.

Entonces, con la mandíbula tensa, Draco comenzó a caminar de regreso hacia ella.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Hermione tragó saliva y volvió a intentarlo.

Lumos.

La luz emergió instantáneamente de la punta de su varita.

Hermione se quedó helada.

Ginny miró la escena con los labios entreabiertos, su mirada yendo de Hermione a Draco como si estuviera presenciando algo fuera de lo normal.

Draco y Hermione se miraron, con la certeza de que, por más absurda que fuera la idea, la respuesta estaba justo frente a ellos.

Su magia solo funcionaba cuando estaban cerca. Casi juntos.

El partido del viernes se avecinaba, y con ello, la inevitable separación entre ellos en lados opuestos del campo.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Si su magia no funcionaba sin Hermione cerca… ¿cómo demonios iba a jugar Quidditch?

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