
Un pacto
La semana que pasó fue simplemente insoportable. Hermione y Draco intercambiaban miradas furtivas cada vez que Aurélie y Charlie entraban al Gran Comedor, compartiendo comidas como si fueran una pareja de verdad. Las sonrisas cómplices entre ellos hacían hervir la sangre de Malfoy y arrancaban un gesto de disgusto apenas disimulado en el rostro de Hermione.
El viernes por la noche, la sala común de Slytherin vibraba con una fiesta. Su ubicación junto a las mazmorras facilitaba el acceso a los pasadizos secretos que conectaban con distintas áreas del castillo, rutas que cada casa conocía a la perfección y que siempre resultaban útiles cuando había que escabullirse.
Hermione había accedido a ir solo por la amenaza de Ginny, quien había desempolvado un chantaje de los últimos dos años: “Si no vienes, le diré a McGonagall que fuiste tú quien tomó su libro de encantamientos avanzados sin permiso.” Francamente, Hermione había estado a punto de confesarlo por su cuenta más de una vez, pero ahí estaba ahora, frente a la vista del lago negro a través de la sala de Slytherin, bebiendo algo que sabía a orina y preguntándose cómo demonios había terminado en semejante situación.
El interés de Ginny en la fiesta no tardó en aclararse. No apartaba la mirada de Theodore Nott, quien parecía demasiado cómodo en compañía de Lavender Brown. La bruja había posado una pierna sobre la de Theo, pero él parecía más concentrado en desafiar a Ginny con la mirada que en disfrutar de las atenciones de Lavender.
Roger Davies se acercó a la pelirroja y le susurró algo al oído. Hermione alcanzó a escuchar parte de la conversación: una amable solicitud para que Ginny le enseñara ese extraño golpe que usaba para desviar el Quaffle, logrando que, en el último segundo, se colara por el aro en lo que parecía un tiro fallido.
Ginny soltó una carcajada y se giró hacia él, apoyando una mano en su hombro.
—Por supuesto que puedo enseñártelo, Roger.
El capitán de Ravenclaw sonrió, visiblemente complacido.
—De verdad, Weasley, no puedo creer que seas tan generosa.
Ginny deslizó la mano lentamente desde su hombro hasta su pecho, y la piel de Davies se tiñó de un rojo que rivalizaba con el cabello de Ginny.
—Suelo ser muy amable —susurró ella con una sonrisa—. ¿Qué te parece si vamos ahora mismo?
—¿A esta hora? —intervino sorprendido.
Ginny se inclinó hacia el oído de Davies, aunque se aseguró de que Hermione pudiera oír cada palabra.
—Debemos aprovechar que el campo está vacío, Roger. ¿O acaso quieres que todo el mundo vea cómo lo hago y lo imite?
La sonrisa de Davies se ensanchó, y sin dudarlo, tomó la mano de Ginny para guiarla entusiasmado hacia la puerta.
Hermione los observó desaparecer por el pasillo que llevaba a las mazmorras, pero en cuanto llegaron a un recodo, Ginny fingió torcerse el pie. Mientras Roger intentaba ayudarla, ella se zafó con una mueca de fastidio y tomó el pasadizo que la llevaría directamente a la Torre de Gryffindor, dejando a Davies desconcertado.
No importaba. Su verdadero objetivo estaba cumplido: Theodore Nott se había retirado prematuramente a su habitación.
Hermione tomó nota mental para contarle a su amiga más tarde. Después de su extraña, aunque debía admitir, catártica caminata con Draco Malfoy de regreso al castillo a principios de semana, estaba segura de que ninguno de los dos mencionaría jamás lo ocurrido. No se lo confiarían a nadie. Y si él lo hacía, ella tendría con qué contraatacar. Después de todo, ambos compartían ahora un secreto que no solo era vergonzoso—por la miseria en la que los hundía—sino también peligroso, considerando su posición como estudiantes evidentemente interesados en dos de sus profesores.
Parecía haberle tomado cierto gusto a la bebida, porque no dejaba de aceptar lo que fuera que le pusieran en las manos. Su visión de Charlie derretido por Aurélie resultaba simplemente irritante. No recordaba la última vez que se había permitido sentirse tan vulnerable y sobrepasada. Tal vez en primer año. Después de eso, todo se volvió más fácil; poco a poco había afianzado su posición como una sabelotodo, sí, pero una que al menos destacaba.
Cuando sintió que el mareo se volvía demasiado intenso, decidió que era momento de irse. Se abrió paso fuera de la fiesta y tomó rumbo a las mazmorras, buscando el pasadizo que la llevaría de vuelta a la torre de Gryffindor. Pero, tras girar a la izquierda y subir dos tramos de escaleras a la derecha, se dio cuenta de que estaba desorientada. Maldita sea. No debía haber bebido tanto.
Intentó volver sobre sus pasos, pero pronto se encontró, indiscutiblemente, perdida. Suspiró con frustración y decidió sentarse un momento para calmarse. No tardaría en pasar algún otro alumno. Con suerte, alguien que pudiera indicarle el camino. Y con más suerte aún, que no fuera un Slytherin.
Por supuesto, la vida, el destino o la magia misma no hacían más que burlarse de ella.
Apenas oyó pasos acercándose, alzó la varita y susurró:
—Lumos.
La débil luz iluminó un par de zapatos masculinos, impecables y bien lustrados. Hermione tragó saliva y alzó la vista. El pantalón, sin una sola arruga. Luego, el borde de un suéter verde y plata. Maldijo en voz baja.
El mago tenía una mano metida en el bolsillo del pantalón, y la otra—demasiado pálida, con venas azuladas marcadas bajo la piel—apretaba con fuerza una botella de vidrio ámbar. No necesitó más para saber de quién se trataba.
Y entonces, su voz. Irreconocible.
—En otro tiempo, habría disfrutado verte revolcarte en tu propia miseria, Granger. —Su tono sonaba casi aburrido, pero sus ojos, no—. Pero últimamente… estoy más bien decepcionado. Nadie esperaría esto del Premio Anual. Y dado que comparto el título contigo, no es precisamente placentero verte rebajarte a este estado. Ponte de pie. Ahora mismo.
Hermione hizo un amago de levantarse… pero luego decidió que parecer obedecer a Draco Malfoy no era lo correcto.
Tal vez por fastidiarlo. Tal vez porque sí.
Se acomodó sobre manos y rodillas y comenzó a avanzar como un cuadrúpedo.
Un instante después, sintió un brazo rodearle la cintura y alzarla con brusquedad, como cuando ella misma recogía a Crookshanks de algún sitio indebido. Hermione soltó un jadeo. No se había imaginado que Malfoy—tan alto y aparentemente delgado—tuviera la suficiente fuerza para levantarla con tanta facilidad.
Y cuando quedó claro que no tenía intención de soltarla, empezó a patalear.
—¡Suéltame, Malfoy!
—No querrás que te suelte, Granger. El piso por aquí es asqueroso.
—Tú eres asqueroso. —Intentó zafarse—. ¿A dónde me llevas?
Draco ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo.
—No lo sé aún, Granger. —Su tono era tan neutro que resultaba imposible adivinar sus intenciones—. Tengo muchas ideas en mente.
P
or alguna razón, Hermione entró en pánico. ¿La maldeciría?
En cuanto Draco reconoció la puerta que daba al pasillo del sexto piso, la abrió sin soltarla. Hermione había dejado de forcejear y ahora temblaba levemente. Aquello le produjo una extraña satisfacción. Draco siempre había valorado las posiciones que suponían poder, y en ese momento, la imagen de Hermione completamente vulnerable bajo su control le resultaba... intrigante.
Sin embargo, decidió soltarla al final de una larga pared. Ante sus ojos, una gran puerta se materializó.
—La Sala de los Menesteres —afirmó Hermione, alisándose la blusa con gesto automático.
—Qué observadora, Granger. —Draco arqueó una ceja, burlón—. Diez puntos para Gryffindor.
Hermione suspiró, limpiando polvo inexistente de su ropa antes de aclararse la voz. Parecía un poco más sobria.
—Bueno, te dejo con lo que sea que vayas a hacer.
Draco ladeó la cabeza, observándola con detenimiento.
—¿Asustada, Granger?
Su mirada se deslizó hasta los ojos de ella, evaluando si valía la pena provocarla a entrar con él. Se sintió tentado a contarle lo que había presenciado minutos antes, cuando tomaba el camino hacia las mazmorras por los pasadizos: el imbécil de Charlie Weasley y Aurélie, sentados juntos en una banca del patio central del ala oeste del castillo.
De seguro, Granger sufriría. Y ¿por qué no? Un retorcido placer lo recorrió al recordar que, en lo más profundo de su ser, había disfrutado verla sumida en la misma agonía que él expulsaba a punta de fuerza. Claro que ella lo hacía de una manera más patética, aunque más civilizada.
Desvió la vista hacia el pasillo y reconoció el viejo salón de Encantamientos. Su gran ventanal daba justo a aquel lugar. La Sala de los Menesteres se extendía a lo largo del pasillo, siempre supliendo las necesidades de quienes la buscaban. Se convenció a sí mismo de que Hermione debía ver aquello. Aunque quería verla quebrarse aún más, también albergaba la esperanza de que, si Aurélie o Weasley estaban en solitario, significaría que ya no estaban juntos y eso aliviaría, al menos un poco, su propio desasosiego.
Sin darle tiempo a reaccionar, tomó la mano de Hermione y la arrastró hacia el aula. Ella apenas pudo seguirle el paso, tropezando de vez en cuando, sabiendo que levantar la voz sería una pésima idea; ya estaban haciendo suficiente ruido como para arriesgarse a ser descubiertos.
Cuando cruzaron la puerta, la luna bañó sus rostros con una luz plateada. Draco cerró con suavidad y, sin soltarla del todo, volvió a tomar su mano, guiándola hasta la ventana.
El rostro de Hermione recorrió el paisaje, deslizándose sobre las colinas y el campo de Quidditch hasta detenerse, de repente, en un punto fijo. Draco lo reconoció de inmediato. Su satisfacción fue inmediata. Esperaba con ansias la expresión de descomposición en su rostro, el momento en que tendría que sacarla de su miseria nuevamente, esta vez con palabras punzantes o con la fuerza suficiente para hacerla reaccionar.
En ese instante lo entendió: la ambivalencia de verla romperse para luego reconstruirla a base de golpes verbales o presión física le resultaba placentera. ¿Enfermizo? Tal vez. Pero no más que haber estado enamorado de una mujer mayor desde los diez años. Arrastrar a Hermione hasta el mismo abismo en el que él mismo se había hundido era demasiado tentador. También la odiaba. Y hundirla con él resultaba, por completo, apetecible.
Sin embargo, Hermione no reaccionó como él esperaba. Su expresión no mostraba nada.
Draco frunció el ceño y se inclinó un poco más hacia la ventana, como si al cambiar el ángulo la imagen que veían pudiera ser diferente. Pero no.
Ahí estaban.
Aurélie sonreía a ese zarrapastroso de Weasley, y, como si la escena pudiera empeorar, él señaló algo en el horizonte, y ella se recostó en su hombro.
Hermione le arrebató la botella de las manos y comenzó a beber como si fuera agua, pero su rostro permaneció inmutable. No hubo ninguna reacción visible, salvo por el leve sonrojo en sus pómulos salpicados de pecas y un resoplido apenas audible. Tal vez había bebido demasiado rápido.
Draco le quitó la botella y, sin pensarlo, invocó un hechizo de traslación. El líquido volvió a llenar el recipiente hasta rebosar.
—Debo suponer que es alguna baratija lo que bebes ahí, o no se llenaría sola.
Hermione no apartó la vista de la silla donde sus profesores seguían sentados.
—Es un hechizo de traslación —respondió con voz neutra—. El contenido de la bodega de la Mansión Malfoy se agota mientras esta botella se llena.
Draco alzó la botella, ahora completamente llena, y bebió. Luego se la ofreció a Hermione.
Ella la tomó sin dudarlo y bebió de nuevo, esta vez con menos cantidad, pero con la misma avidez.
—Debo admitir que es bastante bonita. - Se llevó la botella a la boca nuevamente y bebió casi la mitad de su contenido.
No era solo bonita, y Draco lo sabía. Era brillante. Y no solo eso: era todo lo que debía ser la mujer con la que se suponía que debía casarse. Sangre pura, con modales, buenas costumbres, de una familia que, aunque no muy conocida, respetaba las tradiciones de sangre. Y, sin duda, la mujer más hermosa que había visto. Su cabello oscuro contrastaba con sus ojos color azul noche; sus rasgos delicados chocaban con la mordacidad de los comentarios que escribía en las cartas a sus hermanas, cartas que él había leído a escondidas más veces de las que admitiría. Y sus curvas... de hecho, podía adivinar sin necesidad de verla que ahora era más voluptuosa que hace siete años. Su delicadeza al hablar, al expresarse... Y, aun así, todo aquello estaba en manos de un sucio Weasley en ese preciso instante.
Draco llenó nuevamente la botella con un encantamiento y la bebió entera, despacio, sin despegar los labios de ella ni los ojos de aquella banca en la que también estaba enfocada Hermione. Un dolor punzante le atravesó la cabeza y se sintió mareado. Iba a llenar la botella otra vez, pero Hermione se la quitó de las manos. Justo antes, sus ojos se clavaron en los suyos.
—Creo que ya fue suficiente para los dos por hoy, Malfoy.
¿Qué carajos le pasaba a esa bruja? Él era quien dictaba las reglas, quien debía sumergirla y sacarla de la miseria. Y sin embargo, algo en su mirada lo doblegaba un poco. La fiereza en sus ojos, o quizás el efecto del alcohol que ella misma había bebido, la habían envalentonado.
—No me vas a decir qué hacer, Granger.
—Te propongo algo más divertido. Podrás... podremos seguir bebiendo.
Draco se enderezó, estirando toda su estatura para parecer imponente frente a esa bruja que debía ser insignificante. Pero Hermione alzó el mentón en señal de desafío, dejando claro que no se dejaría intimidar. Eso le agradó. No perdía nada con escucharla, aunque dudaba mucho que Hermione Granger pudiera proponer algo medianamente divertido. Ella le proporcionaba diversión sufriendo. No sabía de qué otra manera podría hacerlo.
—Te escucho, Granger. Pero me niego a hacer cualquier cosa que involucre libros o pergaminos.
Hermione puso los ojos en blanco y se sentó en el piso con las piernas cruzadas, señalando el espacio frente a ella. Draco entendió la insinuación y, a regañadientes, se dejó caer frente a ella.
—Empiezo yo. Si la botella cae en tu dirección con el extremo de la cola, tendrás que beber un trago. Si cae con el extremo del cuello, deberás contestar una pregunta con la verdad.
Draco sonrió con suficiencia.
—Y luego será mi turno.
Ella asintió.
—Son las mismas reglas.
Draco estiró los brazos, entrelazó los dedos y los hizo crujir.
—No pensé que diría esto jamás, Granger, pero esto podría ser divertido. - Su sonrisa se transformó en una que podría haber sido aterradora, pero Hermione se permitió disfrutar, solo por un instante, la idea de que su enemigo la viera como alguien "divertido" y no solo como una sabelotodo sin gracia.
—¿Quién empieza?
—Primero las damas.
Hermione iba a tomar la botella, pero Draco se la arrebató de inmediato.
—Como no hay ninguna por aquí, empiezo yo.
Eso podría haber enfurecido a Hermione, pero quizá por el efecto del alcohol, solo bufó y reprimió una risa. Draco hizo girar la botella, y el extremo de la cola apuntó hacia Granger. Se apresuró a levantarla y la llenó apenas hasta una décima parte. No sabía qué depararía aquel juego, así que quería ir despacio al principio. Si se tornaba aburrido, siempre podía llenar la botella y dejar a Hermione noqueada de borracha.
La bruja suspiró, llevó la botella a sus labios y bebió el contenido de un solo trago.
—Tendrás que enseñarme el hechizo, en caso de que ya no puedas llevarlo a cabo.
—Buen intento, Granger.
Hermione sonrió con suficiencia y giró la botella. Para disgusto de Draco, le tocaba responder una pregunta. Antes de formularla, Hermione lo miró directo a los ojos.
—Por tu honor, Malfoy, responderás con la verdad.
Maldita bruja. Podía mentir, pero de seguro sabía que la palabra dada bajo el honor del apellido no debía ser mancillada. Mucho menos por los Sagrados Veintiocho.
—Por supuesto, Granger.
—¿Desde cuándo conoces a la profesora Dumont?
—Tenía diez años.
Tomó la botella y la hizo girar. De nuevo, la cola. De mala gana, la llenó un poco más esta vez y se la pasó a Hermione, quien bebió hasta dejarla vacía antes de girarla nuevamente. Otra pregunta.
—Encantaste la maldita botella.
—Pensé que eras inteligente, Draco. No se puede hechizar un objeto dos veces. Ya la tienes bajo un hechizo de traslación.
La maldita bruja tenía razón. Como siempre.
—Te estaba poniendo a prueba.
—Por supuesto, Malfoy. Lo que digas. Ahora responde: ¿por qué la conoces? Y sé más específico esta vez.
Responder no era un problema. No revelaría demasiado. Aurélie era profesora en Hogwarts; decir que había sido su tutora no revelaba nada comprometedor.
—Fue mi tutora el año antes de que ingresara a Hogwarts. Estaba recién egresada de Beauxbatons y necesitaba las recomendaciones de mi madre para impulsar su carrera, que apenas comenzaba.
—Comprendo. Supongo que es una tradición sangre pura... usarse unos a otros.
Draco sintió un leve arrebato de irritación, pero mostrarlo sería complacerla. Seguro esperaba esa reacción. Así que se contuvo y giró la botella. Esta vez le tocó a Hermione responder.
Draco sopesó sus opciones. No indagaría en lo que realmente le interesaba... no todavía. Quizá cuando estuviera más ebria. Optó por devolverle preguntas del mismo estilo que ella le estaba haciendo.
—Tienes como una docena de Weasleys para escoger. ¿Por qué ese?
Hermione sabía que ocultarle su evidente enamoramiento por Charlie a Draco era insultar su inteligencia. Había quedado claro que ambos estaban enamorados de sus profesores. Al menos, ella lo estaba de Charlie. Lo primero que vino a su mente fue la primera vez que lo conoció... y las palabras comenzaron a salir por sí solas.
—Era el receso de Navidad de primer año. Regresé a casa y pasé las fiestas con mis padres hasta Pascua. Harry…— Hermione dudó. No quería revelar la pésima relación que él tenía con la familia de su madre, Lily, quienes habían quedado a su cargo.— Fue invitado a la Madriguera.
Draco arqueó una ceja y la interrumpió.
—¿Madriguera?
—Así llaman a su hogar los Weasley—aclaró Hermione.
—¿No podía ser algo más… corriente?
—No creo que les importe menos tu opinión, Malfoy.
Draco meditó la palabra. Madriguera. Tal vez era su manera de hacer evidente lo rastreros que parecían. Lo que más le molestó fue pensar que alguien como Aurélie, quien merecía al menos una mansión como la suya, pudiera terminar en un lugar con ese nombre. Decidió que quería saber más.
—Continúa, Granger. O acabarás aclarando tanto que nos tomará una eternidad llegar al punto.
Hermione suspiró, irritada, y carraspeó antes de retomar su relato. Parecía que ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder en su tendencia a fastidiar al otro.
—Harry me pidió que lo acompañara. Ron era su mejor amigo, pero yo era su mejor amiga. Y, de algún modo, su apoyo. Ya sabes, ambos habíamos crecido en el mundo muggle; si algo le resultaba extraño a él, seguramente también me lo parecería a mí.
—Qué hufflepuff de tu parte, Granger.
—¿Me vas a interrumpir todo el tiempo, Malfoy?
Draco elevó los ojos.
—Supongo que debería disculparme, pero no lo haré. Prosigue.
Hermione bufó.
—En fin, mis padres me lo permitieron, y llegamos a la Madriguera en la víspera de Año Nuevo. Harry ya era famoso por ser Harry Potter. Yo, en cambio, solo era la chica muggle que parecía brillante. Toda la atención de los Weasley se volcó en él, pero hubo dos de sus miembros que me acogieron desde el principio. De algún modo, me “preferían a mí”. Charlie y Ginny me hicieron sentir parte de aquella caótica familia desde el primer momento.
—¿Y también te enamoraste de Ginevra Weasley?
—No, Draco, no me enamoré de Ginny. Pero cuando entró a la escuela, se convirtió en mi mejor amiga, pese a no estar en el mismo año.
—Conmovedor, Granger, pero ve al grano. Ya estoy volviendo a recuperar la cordura.
Hermione soltó una risa entre dientes.
—Charlie es distinto a sus hermanos, ¿sabes? No es que tenga una característica que lo defina. Simplemente es como quiere ser. Se separó de su familia sin pensarlo dos veces, pero cuando se reúne con ellos, parece disfrutar su compañía al máximo. Supongo que me gustan ese tipo de contradicciones. Puede ser dulce, pero también severo. Tranquilo, pero volátil. Tiene una pasión desbordante por lo que hace. Y cuando lo vuelvo a ver, siempre tiene miles de historias para contarme. A veces pienso que me conoce tan bien que podría jurar que es legeremante.
Hermione terminó con un suspiro.
—Eso fue simplemente empalagoso, Granger.
—Lo sé.
Hermione tomó la botella y la extendió hacia él.
—Llénala.
Draco la miró con incredulidad.
—¿Acaso parezco tu maldito elfo doméstico?
—Son seres que sienten como nosotros, no simples empleados. Pero no espero que lo entiendas, así que solo llénala.
Estuvo a punto de largarse, indignado por la insolencia de la bruja, pero entonces notó cómo los ojos de Hermione comenzaban a humedecerse. Algo retorcido dentro de él, algo que disfrutaba verla desmoronarse, cedió. Llenó la botella hasta una quinta parte y la observó llevársela a los labios. Hermione bebió de un solo trago, despacio, sin detenerse siquiera para respirar.
Su mirada se encontró con la de él. Y, por un instante, Draco creyó ver dentro de ella. Sus ojos estaban iluminados con un brillo extraño. Sus pupilas dilatadas contrastaban con el dorado de los bordes de su iris. Su piel no era tan pálida como la de él, pero las diminutas pecas que se esparcían por sus pómulos y nariz parecían estar dispuestas en una simetría perfecta con su cabello castaño oscuro, que caía en rizos alrededor de su rostro fino y afilado. Sus pestañas, largas y curvas, casi rozaban sus cejas espesas pero bien definidas. Su nariz ya no era la pequeña bola que recordaba de sus primeros años en Hogwarts; se había refinado. Y sus labios… desde ese ángulo parecían más rojos, más carnosos.
Draco tragó saliva y desvió la vista. Siguió la línea de su cuello largo y extendido hasta sus marcadas clavículas, que se hundían en un pequeño hueco. Un hueco del que, en otras circunstancias, se habría permitido beber el mismo whisky que ella acababa de ingerir.
Por Merlín.
¿En qué demonios estaba pensando?
Por muy ebrio que estuviera, debía regresar en sí. Lo mejor que podía hacer era llenar la maldita botella y dársela a Hermione para que de una vez por todas perdiera el conocimiento.
Un cuarto de botella. Eso bastaría.
Hermione sonrió y sus ojos se tornaron aún más expresivos. Sus dientes, blancos como la nieve, resaltaban en la penumbra de la sala. Llevó la botella a sus labios con tal avidez que algunas gotas se filtraron entre ellos, deslizándose por su cuello hasta su pecho.
Draco se quedó helado.
Por la varita de Salazar… estaba mirando el pecho de Granger.
No supo en qué momento se había desacomodado la corbata ni cuántos botones había desabrochado, pero ahora dejaba entrever parte de su piel. Y ahí estaban, brillando bajo la tenue luz, un par de gotas doradas de whisky deslizándose lentamente.
Un sostén escarlata asomó entre la tela de la camisa.
El color de Gryffindor nunca le había parecido tan poco molesto.
Pero debía detener aquello.
Le quitó la botella de las manos y, sin darle tiempo a protestar, se bebió el contenido restante de un solo trago.
Se sintió mareado de nuevo, pero al menos su visión comenzó a nublarse un poco. Así no vería con tanto detalle a Granger. Ella le arrebató la botella y pareció querer terminársela, pero al corroborar que estaba vacía, simplemente la dejó caer con fastidio.
—Mi turno —dijo, girando la botella. Cola.
Draco la llenó solo un poco. Quería salir de ahí. No podían encontrarlo medio inconsciente con Hermione Granger a su lado. Bebió sin darle importancia y giró la botella de nuevo. Ahora sí, su pregunta.
—¿Por qué preguntaste por Aurélie?
Hermione se puso de pie y caminó hacia la ventana. Él supo que los profesores ya no estaban ahí cuando la vio regresar y desplomarse sobre su lugar con una falta de elegancia poco común en ella. Su falda se subió lo suficiente como para que Draco vislumbrara un atisbo de su ropa interior y la forma de sus muslos.
—Quiero saber qué vio en ella —respondió con indiferencia.
Draco dejó escapar una risa seca.
—Nunca serás como ella.
—No quiero ser como ella. Quiero saber qué vio en ella.
—¿Para qué? Si no piensas imitarla, ¿qué sentido tiene?
—Porque quiero echármelo en cara —su voz se volvió un susurro afilado mientras se inclinaba sobre él, quitándole la botella de las manos. Draco no apartó la mirada. Por primera vez en la noche, parecía que jugaban un juego que ambos entendían.
Ella giró la botella de nuevo. Ahora era su turno de preguntar
- Lo tienes demasiado facil Malfoy esa mujer expira elegancia, glamour y ya lo averigue es una sangre pura, es solo por su edad?
Hermione lo miró fijamente, con una mezcla de desafío y expectación. Quería una respuesta honesta. Necesitaba hundirse más en ese pozo de miseria para ver si, en algún momento, encontraba el fondo.
Draco no respondió de inmediato. En su lugar, llenó la botella hasta la mitad y la bebió de un trago.
—Rompiste las reglas —señaló ella con una sonrisa torcida.
—Siempre hay una primera vez para todo.
Hermione estalló en carcajadas.
—¿Esperas que te crea que nunca has roto las reglas hasta este momento?
—Soy un hijo ejemplar.
—¿Ah, sí? No recuerdo eso cuando te pillé en quinto año besuqueándote con Parkinson durante mi patrullaje.
—Dije hijo, Granger, no alumno. Me refiero a las reglas importantes, no a las ridículas normas del colegio. No espero que lo entiendas. Esa es, sin duda, tu mayor diferencia con Aurélie. Ella es una mujer hecha y derecha. No una niñita sabelotodo que usa el uniforme casi hasta la rodilla porque teme perder la virginidad con una mirada lasciva.
Debería haber sentido satisfacción al decirlo, pero en su lugar, algo en su interior se removió con incomodidad. Esperaba que Granger se enfureciera, que lo golpeara, que lo insultara… Pero lo que obtuvo fue una sonrisa llena de picardía. Sus ojos no mostraban ira, sino algo mucho peor: entendimiento.
—Eso fue esclarecedor, Malfoy. Supongo que lo apropiado sería darte las gracias. Y créeme cuando te digo que prefiero ser la estúpida y patética sabelotodo que no ha perdido su virginidad, que el insufrible heredero que se ciñe a las normas impuestas por sus padres. De seguro ellos no aprobarían una relación con Dumont, ¿verdad? No basta con que sea sangre pura. Sería un escándalo por la diferencia de edad y, por supuesto, los Malfoy no se permitirían tales deslices. Así que debes seguir siendo el hijo ejemplar que eres.
Hizo una pausa y lo miró con crueldad.
—¿O qué pasaría, Malfoy? ¿Te desheredarían? No permita Merlín que Draco Malfoy pierda su herencia y su posición. ¿Qué sería de él? ¿Serías alguien, Malfoy? ¿Siquiera serías algo?
El veneno de cada palabra se hundió en su piel, y su varita ya estaba en su mano antes de pensarlo. Granger reaccionó de inmediato, alzando la suya y acercándose tanto que casi podía sentir su respiración.
—No querrás hacerlo, Malfoy.
—No me retes, Granger.
Ella no parecía ser ella misma. Draco no la reconocía.
—Sabes tan bien como yo por qué estamos aquí —su voz era un murmullo afilado—. Nos regodeamos en nuestra propia podredumbre. Tú y yo sabemos que nunca estaremos donde queremos estar. Tú no eres Charlie. Yo no soy Dumont. Y esta patética situación no va a solucionarse. Solo estamos buscando consuelo en el otro porque sufrimos la misma maldita pena. Y eso te escuece tanto como a mí. Es irónico, ¿no crees? Nunca pensé que la vida me daría una bofetada tan descarada: ponerte frente a mí como el único testigo de esta ruindad. Porque no somos capaces de admitirlo frente a nadie más. Porque nos avergüenza demasiado.
Cada palabra era como un cuchillo. Draco sintió el impacto de su verdad con cada sílaba. Siempre lo había sabido, pero escucharlo en voz alta, desde los labios de Granger, lo hizo tangible. Aurélie nunca lo vería como él la veía a ella. Lo había querido, sí, pero como un hermano menor. Como un alumno. No más.
Quería dejar de sentir.
Su padre tenía razón. Amar te lleva a anhelar. Anhelar es solo un deseo insatisfecho. Y el deseo insatisfecho no es más que un engaño.
Pero entonces vio la furia encendida en el rostro de Granger, y algo dentro de él ardió en respuesta.
—Deberías hacerle ver lo que se pierde, Granger —su voz sonó más suave de lo que esperaba, casi tentadora—. Quizá tú tengas la esperanza que yo nunca me permití tener.
Hermione lo miró con desafío.
—Sé perfectamente lo que soy para él. Y sé que no cambiará.
—Podrías hacer que cambie. Créeme, veo potencial.
—Nunca seré como ella.
—Nadie dijo que debías ser como ella. Lo que digo es que deberías hacerle sentir lo que sientes tú. Pareces vacía, Granger. Hazle un hueco en el pecho a ese cretino.
Ella lo miró con curiosidad, pero se detuvo al recordar quién tenía enfrente. Confiar en Malfoy era más peligroso que confiar en un Nundu. Y, sin embargo…
—Parece que tienes algo en mente, Malfoy.
—Quizá, Granger. ¿Qué tal un acuerdo?
—No me digas. ¿Vamos a establecer un calendario para nuestros lloriqueos?
Su sarcasmo le divirtió. Era distinta. No tan controlada. No con él.
Draco lanzó un hechizo sobre la botella, llenándola de nuevo. Se puso de pie y bebió un cuarto antes de extender la mano. Hermione la tomó con la suya, sin soltar su varita. Él tampoco la soltó.
En algún momento, comenzó a sentirse como un juego. Uno que Draco estaba dispuesto a jugar, Hermione intento zafarse del agarre de su mano, tenía atrapada la mano que resguardaba su varita, cuando quisó soltarse Draco no lo permitió y lejos de asustarla, aquello le hizo correr una sensación de euforia por su columna, no sabia en que momento sucedió pero parecía ser un juego de palabras, Draco comenzó a elaborarlas con burla y desafio recordandose lo que había significado para Aurélie pese a su deseo de significar demasiado para ella y ser practicamente nada
Draco comenzó con una sonrisa amarga en su rostro...
"Si el amor no es nuestro destino, que no sea nuestro final. No lo buscaremos, no lo reconoceremos, no lo aceptaremos."
Hermione solto la tensión en su mano y comprendió lo que Draco pretendía, a eso se refería con un pacto, con el orgullo hecho fuego Hermione le siguió el juego...
"No seremos salvación ni consuelo. No seremos anhelo ni pérdida. Si el amor no nos quiso, que tampoco nos encuentre."
Draco la miro con intriga parecía ser que sentian lo mismo, se sintió con ganas de desafiar no solo a su familia, sino tambien a su escencia a la magia...
"Que este pacto nos haga inquebrantables, que nos sostenga cuando todo lo demás falle."
Hermione le sonrió como si fuese un espejo de él mismo y codició un poco de la magia ancestral que sabia acompañaba a los Malfoy y otras familia sangre pura...
"Que nuestra magia se alce como una sola, impenetrable e indivisible. Que nos fortalezca en su unión y nos castigue en su ausencia."
Sino fuese por los efectos de lo que parecia ser el alcohol en sus sistemas podrían jurar que sus varitas vibraron y parecian haber drenado la poca energia que les quedaba, Draco solto a Hermione y ella cayo doblada sobre sus rodillas, Draco le siguió desplomandose sobre el piso y segundos despues Hermione Granger yacia acomodada sobre el pecho de Draco Malfoy.