
Navidad
Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de diciembre Hogwarts se descubrió cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente congelado y Harriet no podía parar de reír después de ver a los gemelos Weasley hechizar varias bolas de nieve para que siguieran a Quirrell y lo golpearan en la parte de atrás de su turbante.
Todos excepto Harriet estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Esto se debía a que era la única de primer año de Slytherin que se quedaba en el castillo. Tenía libros que planeaba leer y podía avanzar mucho con su cuaderno de ilustraciones sobre plantas mágicas.
Obviamente, ir a Privet Drive para las fiestas estaba totalmente descartado. El profesor Snape había pasado la semana anterior haciendo una lista de los alumnos que iban a quedarse allí para Navidad, y Harriet puso su nombre de inmediato.
Durante la clase de pociones, Draco la invitó a pasar Navidad en su casa pero Harriet pensó en varias razones por las que no parecía una buena idea. Claro que no las dijo, en cambio, dio una excusa educada y perfectamente razonable sobre que aún no se conocen bien y prefiere la tranquilidad del castillo para leer y dedicar tiempo a su pasatiempos.
Harriet se quedó esperando después de clases. Snape lo había llamado para una charla privada.
—Potter —dijo Snape, sin rodeos, su voz baja y cortante como siempre—. He escuchado tu conversación con Malfoy. Su invitación a pasar la Navidad en su casa… es una idea imprudente, por decir lo menos.
Harriet se encogió de hombros, un poco sorprendida.
—No es que lo estuviera considerando seriamente, profesor.
—Aun así —continuó Snape, sus ojos oscuros clavados en Harriet— debes entender que salir del castillo durante las vacaciones requiere el permiso explícito del Director Dumbledore y de tus tutores. Es altamente improbable que te lo concedan, especialmente considerando las… circunstancias. Snape hizo una pausa, dejando la insinuación colgando en el aire. Harriet sabía a qué se refería: la compleja relación entre los Malfoy y Voldemort.
—Lo entiendo, profesor —respondió Harriet, asintiendo—. No tenía pensado ir.
Snape estudió a Harriet por un momento, su expresión impasible. Luego, asintió con la cabeza, un gesto casi imperceptible.
—Bien. Puedes irte, Potter.
Harriet salió del aula un poco triste por la conversación. Desde que llegó a Hogwarts no había estado sola en ningún momento y se había acostumbrado.
Al doblar la esquina, sin embargo, escuchó una acalorada discusión. Era Draco y Ron, sus voces elevadas y entrecortadas.
—¿Estás tratando de ganar algún dinero extra, Weasley? Supongo que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts… Esa choza de Hagrid debe de parecerte un palacio, comparado con la casa de tu familia.
Harriet observó sin intervenir. Cuando Ron se lanzó contra Draco apareció Snape en lo alto de las escaleras.
—¡WEASLEY!
Ron soltó el cuello de la túnica de Draco.
Mientras el profesor Snape restaba puntos a Gryffindor por la pelea. Draco vió la mueca de desagrado en el rostro de Harriet.
Harriet lo ignoró mientras se dirigía al Gran Comedor. Draco la persiguió tratando de explicar que que Weasley había iniciado la pelea.
—Realmente no me importa. No tienes nada que disculparte conmigo —dijo Harriet tratando de terminar la charla—. Draco te quiero como un amigo pero a veces no me agradas. Nos vemos después.
Entró al Gran comedor donde la profesora McGonagall y el profesor Flitwick estaban ocupados en la decoración.
El salón estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo colgaban de las paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos por el lugar, algunos brillando con pequeños carámbanos, otros con cientos de velas.
Vió a Neville junto a Hermione en la mesa de Gryffindor y se acercó.
—Hola Neville ¿Estás ocupado?
—Hola, no. Solo estamos viendo cómo decoran el Gran Comedor.
—¿Puedes corregir mi cuaderno de plantas?
—¡Claro! —dijo con entusiasmo.
Harriet se sentó junto a Neville en la mesa de Gryffindor mientras comía sus paletas y lo observaba escribir anotaciones sobre sus plantas.
—¡Guau! —exclamó al dar la vuelta a la página y ver el dibujo de una planta “sanguinaria” que se utiliza para pociones para la sangre.
—Se ve genial ¿Cierto? —dijo Harriet con orgullo—. Probablemente termine de dibujar todas las plantas y hongos mágicos durante las vacaciones.
—¿Te quedarás en el castillo en vacaciones? —preguntó Hermione.
Harriet asintió.
—Ron también se quedará —comentó Hermione.
—Los detesto a los dos —añadió Ron uniéndose a la mesa— A Malfoy y a Snape.
Se sorprendió al ver a Harriet.
—Está bien, lo entiendo —dijo Harriet dándole la razón.
—¿Qué haces en la mesa de Gryffindor? —gruñó Ron, aún enojado por la pelea anterior.
—No es hora de la cena. Solo estoy visitando a mi amigo Neville —dijo Harriet dándole una palmada en el hombro a Neville, pero aún así Ron le fruncía el ceño.
—¿Tú también te quedarás para las vacaciones? —cambió de tema Harriet.
—...Sí —asintió dubitativo por la familiaridad en qué le hablaba—. Mis hermanos también se quedarán, porque mis padres se marcharán a Rumania, a visitar a mi hermano Charlie.
—Oh… —dijo Harriet entendiendo. Había creído que era una excusa que habían puesto en el libro para no dejar solo a Harry Potter durante las vacaciones.
—Aunque me alegro de que alguien que conozco se quede. Hubiese sido muy aburrido.
—Y eso me recuerda… Ron, nos queda media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la biblioteca.
—¿La biblioteca? ¿Justo antes de las fiestas? —preguntó Harriet curiosa.
—Nosotros estamos tratando de averiguar quién es Nicolás Flamel, eso es todo —dijo Ron.
—Ah —exclamó Harriet con cansancio al ver los problemas que podían buscar estos dos juntos— ¿Alguna vez escuchaste el dicho “la curiosidad mató al gato”?
—¿Qué tiene que ver un gato con Flamel? —preguntó Ron.
—Significa que es mejor no entrometerse en asuntos que no te incumben, ya que podrías meterte en problemas —explicó Harriet— Te dijeron “aléjate del corredor del tercer piso porque podría sufrir una muerte dolorosa” ¿No crees que deberías alejarte de ahí y buscar otro pasatiempo?
—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros —dijo Hermione.
Harriet suspiró.
—Ron, ¿recuerdas que me dijiste que coleccionabas los cromos que venían con las ranas de chocolate?
Ron mostró una mirada de entendimiento y se fue corriendo seguido por Hermione.
Un momento después Neville terminó de escribir y Harriet regresó a la mesa de Slytherin para cenar.
—¿No vas a quedar con tus amigos Gryffindors? —dijo Draco con molestia en su voz.
—Al contrario de tí, no tengo enemigos, Draco. Seré amable con cualquiera que sea amable conmigo —contestó Harriet con indiferencia —. Además, mis padres eran Gryffindors. Sería estúpido si odiara a toda una casa sabiendo eso.
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Cuando comenzaron las vacaciones, Harriet pasó largas horas leyendo, dibujando y yendo a las cocinas a charlar con los elfos. A veces se reunía en el Gran Comedor para comer o jugar ajedrez con Ron. Las piezas de ajedrez, al estar vivas, lo hacían muy parecido a dirigir un ejército en una batalla. Ron ganó todas las veces, pero las batallas fueron largas y lo hizo dudar en algunos momentos.
Por Navidad, Harriet había hecho algunas compras por correo de lechuza. Aunque su amistad con Draco era inestable en algunos momentos, le compró una Recordadora que le envió con el mensaje:
Para Draco:
¡Feliz Navidad!
Recuerda no ser un idiota.
Con cariño: H. Potter 🌼
Le envío el mismo obsequio a Dudley, con una nota sobre sobre qué era y cómo funcionaba. A veces se preocupaba por él y tenía la esperanza de que se convirtiera en una mejor persona.
Para sus otros compañeros, que aún no conocía bien, les envío una variedad de dulces y chocolates de Honeydukes. Incluyendo a los gemelos, Ron, Hermione, Neville y Percy.
En víspera de Navidad, Harriet se quedó hasta en la mañana leyendo en su cama, esperando levantarse tarde y evitar todo lo posible el día siguiente.
Los saludos, los abrazos siempre se sintieron incómodos en su vida pasada pero ahora era triste no recibir nada de eso.
Cuando al día siguiente se despertó a las 11:30 de la mañana, lo primero que vio fue unos cuantos paquetes a los pies de su cama.
Draco le había enviado dos libros: “Harry Potter en la isla del tesoro perdido” y “Harry Potter y el misterio del reloj de arena”.
Una nota adjunta, escrita con la elegante caligrafía de Draco, decía:
"Feliz Navidad, Harriet. Espero que disfrutes de estas lecturas... aunque quizás hayan exagerado un poco la parte donde vuelas en un dragón a los once años. En serio, ¿quién necesita una escoba cuando tienes la habilidad de volar sobre un dragón? Con cariño, Draco.”
Ésto le pareció increíble. No pensó que podían existir algo así.
—¿No deberían pagarme por el uso de mi imagen y mi nombre? —pensó Harriet. No recordaba haber visto nada de eso en los resúmenes de su cuenta de Gringotts. Enviaría una carta para preguntar más tarde.
Luego abrió el paquete que estaba arriba, envuelto en papel de embalar y tenía escrito: «Para Harriet de Hagrid». Contenido una flauta de madera, toscamente trabajada. Era evidente que Hagrid la había hecho. Harriet sopló y la flauta emitió un sonido parecido al canto de una lechuza.
El tercero, muy pequeño, contenía una nota:
«Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de Navidad. De Vernon y tía Petunia.» Pegada a la nota estaba una moneda de 50 peniques.
—No sé para qué se molestan —pensó, pero guardó la moneda.
Le quedaba el último. Harriet recordó qué podía ser. Lo desenvolvió.
Era fluido y de color gris plateado. Al tocarla, producía una sensación extraña, como si fuera agua convertida en tejido.
Harriet se puso la capa sobre los hombros, se miró los pies pero ya no estaban. Se dirigió al espejo y vio solo su cabeza suspendida en el aire, porque su cuerpo era totalmente invisible. Se puso la capa sobre la cabeza y su imagen desapareció por completo.
Harriet tomó la nota que había caído junto con la capa. Decía:
“Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te sea devuelto. Utilízalo bien.
Una muy Feliz Navidad para ti.”
Harriet sintió esa sensación extraña cada vez que hablaban de sus padres pero la ignoró y comió una de las galletas que le había enviado Draco mientras observaba cómo desaparecía en el espejo.
Harriet no había celebrado en su vida una comida de Navidad como aquella. Se sentó con los Weasley, ya que no conocía bien a ninguno de los estudiantes mayores de Slytherin.
En la mesa había un centenar de pavos asados, montañas de patatas cocidas y asadas, soperas llenas de guisantes con mantequilla, recipientes de plata con una grasa riquísima y salsa de moras, y muchos huevos sorpresas esparcidos por todas las misas. Harriet tiró uno al suelo y no solo hizo ¡pum!, sino que estalló con un cañonazo y los envolvió en una nube azul, mientras del interior salía en una gorra de contralmirante y varios ratones blancos, vivos. En la Mesa Alta, Dumbledore había reemplazado su sombrero cónico de mago por un bonito floreado, y se reía de un chiste del profesor Flitwick.
A los pavos le siguieron los pudines de Navidad, flameantes. Percy casi se rompió un diente al morder un sickle de plata que estaba en el trozo que le tocó.
Cuando Harriet finalmente se levantó de la mesa, estaba cargado de cosas de la sorpresa navideñas, y que incluían globos luminosos que no estallaban y piezas nuevas de ajedrez.
Harriet y los Weasley pasaron una velada muy divertida, con una batalla de bolas de nieve en el parque. Más tarde, helados, húmedos y jadeantes, regresaron cada uno a su sala común.
Beber chocolate caliente frente al fuego mientras leía los libros que Draco le había regalado fue la mejor manera de terminar el día. Más tarde, cuando se fue a dormir, se había olvidado por completo de la capa de invisibilidad guardada en su baúl.
Los días siguientes, al no tener horarios de clases preestablecidos, su rutina fue un poco inestable. Leía mucho, tanto literatura como libro de hechizos y adivinación me sacó de la biblioteca. Pasaba tardes enteras dibujando y cuando se acordaba de comer sabía dónde quedaban las cocinas. Visitaba la casa de Hagrid para tomar el té pero llevaba galletas y pasteles de las cocinas para evitar sus infames pasteles de roca.
Una mañana, después de un desayuno tardío con los elfos domésticos, Harriet fue sorprendida por el profesor Snape al salir de las cocinas. Snape, con sus oscuros ojos fijos en ella, lo interrogó con una voz gélida.
—Potter. Así que aquí es donde has estado. No te he visto en ninguna comida esta semana.
Harry, sorprendido, tragó el resto de pastel que estaba masticando. —Buenos días, profesor. He estado… ocupada.
Snape arqueó una ceja, su expresión impenetrable.
—¿Ocupado? ¿Con qué, Potter? ¿Con la elaboración de alguna poción ilegal? ¿O tal vez con la práctica de algún encantamiento prohibido?
Harriet arqueó una ceja ¿Por qué pensaría eso?
—He estado leyendo, profesor. Y dibujando. Y… visitando a Hagrid.
Snape lo miró con desdén.
—Leer. Dibujar. Visitar a Hagrid. Actividades ciertamente… poco apropiadas para un estudiante de Hogwarts, incluso durante las vacaciones—. Pausó, sus ojos recorriendo la figura de Harriet.
—¿Y comer, Potter? ¿Qué hay de comer? ¿Has estado alimentándote adecuadamente?
Aunque la pregunta sonaba severa e intimidante, Harriet pensó que estaba preocupado.
—Sí, profesor. He comido en la cocina. Los elfos me han preparado el desayuno.
Snape frunció el ceño.
—La cocina no es un comedor, Potter. El Gran Comedor es donde se supone que debes comer. Es una cuestión de orden, de disciplina. Y tú, Potter, claramente careces de ambas cosas.
—Lo siento, profesor —dijo Harriet, sintiéndose culpable— No pensé que fuera un problema.
Snape suspiró, un sonido casi imperceptible.
—No es solo una cuestión de pensar, Potter. Es una cuestión de reglas. De seguir las normas establecidas. A partir de ahora, me aseguraré que cumplas con las normas, incluso durante las vacaciones. Te espero en el Gran Comedor a cada comida.
Harry asintió, entendiendo la advertencia implícita. La conversación, aunque breve, dejó una profunda impresión en ella.
Es cierto que la falta de horarios y estructuras la había hecho sentir desanimada, ansiosa y solitaria. En vacaciones también tenía que organizar sus horarios.