Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)
Summary
En un giro inesperado del destino, una joven que ha perdido la vida se encuentra reencarnando en el mágico mundo de Harry Potter, ahora como Harriet Potter, la versión femenina del famoso mago. A diferencia de su predecesor, Harriet no cuenta con la valentía ni la fuerza necesarias para enfrentarse a los desafíos que se avecinan. Atrapada en una lucha interna con su propia depresión, su mayor obstáculo es su incapacidad para creer en sí misma.A medida que avanza en su nuevo entorno, Harriet descubre que la astucia puede ser su mejor aliada. Con la ayuda de nuevos amigos y la magia que la rodea, se embarca en una búsqueda para encontrar su lugar en el mundo y, sobre todo, para aprender a ser feliz. A lo largo de esta travesía, tendrá que confrontar sus miedos y aprender que, a veces, la mayor magia reside en la fuerza para seguir adelante.
All Chapters Forward

Halloween

Draco miraba molesto la mesa de Gryffindor. Ron y Seamus tenían un aspecto cansado pero muy alegres. 

—En realidad no esperabas que lo expulsaran por tan poco ¿Verdad? —preguntó Harriet con indiferencia.

Pero podía ver en su expresión que aún quería meterlos en problemas. 

La posibilidad llegó una semana más tarde, por correo.

Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre, la atención de todo se fijó de inmediato en el paquete largo y delgado, que llevaban seis lechuzas. Draco estaba igual de interesado como los demás en ver qué contenía, estaba para abrirlo cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el paquete. 

Abrió el sobre para leer primero la carta y fue una suerte, porque decía: 

 

Draco:

He recibido noticias de tu nombramiento como buscador suplente del equipo de Quidditch de Slytherin. 

Es un logro que demuestra tu talento y tu dedicación.  Sin embargo, recuerda que debes esforzarte para ser titular.  Los Malfoy no se conforman con la segunda posición.

La Nimbus 2000.  Es una escoba superior, digna de tu potencial.  Úsala con sabiduría y demuestra que eres el mejor.

 

El profesor Snape, los había regañado al escuchar que los encontraron en el campo utilizando escobas a pesar de que son de primer año. Había recibido una petición tanto del capitán de Slytherin Marcus Flint como una recomendación de la profesora McGonagall.

—¿Creen que les voy a premiar por quebrantar las reglas? —vociferaba.

—No quiero estar en el equipo de quidditch profesor —interrumpió Harriet.

Tanto Draco cómo Snape parecían sorprendidos. En especial Draco que no sabía que le habían pedido a unirse al equipo.

—¿Slytherin es demasiado poco para ti, Potter?

—No me quiero caer de la escoba o que me golpeen con un balón. Creo que Draco lo haría mejor. Conoce más del juego y es muy bueno volando ¿Por qué me piden solo a mi cuando estábamos volando juntos?

Después de varios días, le habían hecho una prueba para buscador y lo habían aceptado cómo suplente.

Draco hablaba con cualquiera que quería escucharlo de su gran talento, exagerado aún más la historia de pedir prestado las escobas para volar en el campo. A veces eran tan irreales y fantasiosas que tenía que ocultar su rostro para reírse a carcajadas.

Draco estaba feliz con la atención y Harriet estaba feliz por él.

Tal vez fue porque estaba ocupada con sus clases u observando las prácticas de quidditch casi tres veces por semana, la razón por la que se sorprendió de que ya había pasado dos meses en Hogwarts. Las clases eran cada vez más interesantes, una vez aprendidos los principios básicos tuvo la confianza para practicar más hechizos simples, leía por diversión libros de adivinación y completaba con Neville su cuaderno de ilustraciones botánicas.

En la mañana de Halloween se despertaron con el delicioso aroma de calabaza asada flotando por los pasillos. Pero Harriet tenía la sensación de que no sería un buen día. 

Durante las clases estaba más en silencio y pensativa. Se alegró cuando terminaron las clases y prefirió saltarse del resto del día e ir a dormir temprano. De camino a las mazmorras oyó que Parvati Patil le decía a su amiga Lavander que Hermione estaba llorando en el cuarto de baño de las niñas y deseaba que la dejaran sola.

Harriet quería evitar cualquier interacción por el resto del día pero no se quedaría tranquila si no hacía nada. Buscó a la profesora McGonagall y le contó lo que escuchó. Lo que pasara después no era su problema.

Volvió a su dormitorio en las mazmorras y durmió por el resto de la noche. 

Al día siguiente despertó muy temprano, todos seguían dormidos. Su estómago rugía de hambre por no haber cenado la noche anterior. Pensó que era un buen momento para buscar las cocinas.

Se preparó, con el uniforme impecable y una expresión de determinación, salió de la sala común para recorrer los corredores. 

Sabía que se encontraba cerca de la sala común de Hufflepuff y que había que tocar un cuadro con peras… pero, tras varios intentos fallidos se encontraba desanimada pero no derrotada. 

De repente, se encontró con una figura fantasmal flotando en el pasillo.  Era el Fraile Gordo, con su hábito gris y su expresión perpetuamente triste.  Harriet mostró curiosidad, hasta ahora no sé había atrevido a hablar con ningún fantasma.

—Perdón, ¿sabe usted cómo llegar a las cocinas? —preguntó Harriet con su voz educada.

El Fraile Gordo respondió con un suspiro:  

—Ah, las cocinas...  Un lugar secreto, sí.  Muchos intentan encontrarlas, pero pocos tienen éxito.  ¿Por qué necesitas ir allí, jovencita?

—¿Tengo hambre? Y me gustaría conocer a los elfos —respondió sin rodeos.

El Fraile Gordo asintió.

—Entiendo.  Bueno, si insistes...  Las cocinas están mucho más cerca de lo que piensas.  Desde aquí, sigue el pasillo hasta el final, luego a la derecha, pasando el primer retrato, sigue el corredor hasta llegar a un cuadrado con un frutero ¡Mucha suerte! —concluyó sin dar más instrucciones, desapareciendo en la pared.

El corredor era oscuro y silencioso a esa hora de la mañana, interrumpido solo por el crujir de sus zapatos sobre el suelo de piedra.

Al final del corredor, se encontró con un cuadro, aparentemente anodino, que representaba a un frutero con una abundante selección de frutas.  Harriet, sin dudar, se acercó al cuadro y le hizo cosquillas a una pera que colgaba del frutero.

La pera, con un ligero movimiento, se desprendió del cuadro y se transformó en una manivela de bronce reluciente.  Harriet la giró con firmeza.  Con un suave chasquido, la pared de piedra detrás del cuadro se abrió, revelando la entrada a las cocinas de Hogwarts.  El aroma a pan recién horneado y a guisos especiados la recibió con fuerza.  Harriet, satisfecha por su éxito, entró en la bulliciosa cocina.

Harriet entró en la cocina con una sonrisa leve, observando el frenesí organizado de los elfos domésticos.

El aire estaba denso con el aroma a pan recién horneado, a especias y a algo dulce e indefinido.  Decenas de elfos domésticos se movían con una eficiencia asombrosa, un torbellino de movimientos rápidos y coordinados.  Sus ropas, sencillas túnicas de un gris deslavado, parecían casi invisibles entre el vapor que se elevaba de las ollas y sartenes.  Sus orejas puntiagudas sobresalían debajo de sus gorros raídos, y sus ojos, grandes y oscuros, brillaban con una energía incansable.  Algunos llevaban pequeños delantales manchados de harina, otros empujaban carritos repletos de ingredientes, y otros más limpiaban con una rapidez asombrosa las superficies de trabajo.  Harriet notó la variedad de sus alturas y complexiones, algunos pequeños y delgados, otros más robustos, pero todos compartían una misma aura de diligencia y alegría silenciosa.

—¡Guau! —exclamó y ese pequeño sonido fue suficiente para llamar la atención de los elfos que detuvieron sus tareas para mirar en su dirección.

—¡Buenos días! Me llamo Harriet Potter. Discúlpeme no quería interrumpir su trabajo así —dijo con alegría.

De repente, como si una ola se hubiera roto sobre ella, los elfos domésticos la rodearon.  Un mar de túnicas grises, de ojos oscuros y brillantes, la envolvió por completo, un murmullo colectivo que la dejó sin aliento.

Un coro de "¡Buenos días, señorita!" la envolvió, una ola de entusiasmo que la dejó sin aliento.  Era una bienvenida mucho más efusiva de lo que esperaba.

Un elfo, algo más corpulento que los demás, con una túnica ligeramente más limpia y un pequeño sombrero adornado con una ramita de romero, se acercó y los dispersó para que vuelvan a sus trabajos.

Dos elfos se quedaron.

—¡Señorita Potter! —exclamó el primero, haciendo una reverencia profunda.  Su voz, aunque suave, resonaba con una emoción palpable—. ¡Qué honor servirle!

El segundo elfo asintió con entusiasmo, sus ojos brillando.

—Sí, señorita Potter, un gran honor.  Nosotros...  hemos servido a su familia durante generaciones.

Harriet se quedó atónita.

—¿A mi familia? ¿Cómo?

El elfo “Rhys” sonrió con ternura.

—Servimos a sus abuelos, señorita.  Y cuando su madre... la señora Lily Potter... se mudó, ella nos envió aquí, a Hogwarts.  Dijo que aquí estaríamos bien cuidados y que podríamos continuar sirviendo a la magia, aunque ya no a su familia directamente.

El otro elfo, “Lila”, añadió con un brillo de nostalgia en los ojos:

—Recordamos a la señora Lily con mucho cariño, señorita.  Era muy amable, muy justa.

Los elfos, con una mezcla de orgullo y afecto, le ofrecieron un desayuno abundante:  pan recién horneado, leche con chocolate cremoso y un sándwich de jamón y queso.  Mientras Harriet comía, los dos elfos le contaron historias de sus abuelos, anécdotas que habían recogido a lo largo de los años, llenando el momento con una calidez y una conexión inesperada.  La visita a la cocina se convirtió en un encuentro conmovedor, una conexión con la historia de su familia que nunca había imaginado.

Mientras se despedía, una nueva idea se afianzó en su mente.  La lealtad de Rhys y Lila, su conocimiento profundo de Hogwarts y su discreción, podrían ser invaluables.  Había encontrado  aliados, fieles ayudantes que podrían ser cruciales en sus planes futuros.  La sensación de soledad que a menudo lo había acosado se disipó, reemplazada por una sensación de fortaleza y apoyo.  La visita a la cocina, inicialmente un simple capricho, se había convertido en un descubrimiento significativo, un refuerzo inesperado en su camino hacia el futuro.

Mientras Harriet volvía por el corredor, buscando la sala común de Slytherin, el profesor Snape apareció en el pasillo, su túnica negra ondeando detrás de él como una sombra.  Sus ojos, oscuros y penetrantes, se fijaron en Harriet, quien estaba allí, mordisqueando una mini tarta de calabaza.

—Potter —dijo con su voz baja y amenazante— ¿qué hace un estudiante de Slytherin vagando por los pasillos a esta hora?

Harry, sorprendido y aún con la mini tarta en la mano, sintió que la culpa lo invadía.

—Lo siento, profesor.  No cené anoche y... solo salí a buscar algo para comer.

Snape lo observó con desdén, pero en el fondo, creyó notar un destello de comprensión en sus ojos.

—No es excusa, Potter.  Debe tener más cuidado al seguir las reglas.

Harriet asintió, sintiéndose un poco más aliviada al ver que el profesor no estaba tan furioso como parecía.  Snape continuó, su voz más baja pero aún imponente. —Aproveche su tiempo en Hogwarts para aprender, no para deambular en busca de bocados a deshoras.  Pero esta vez, lo dejaré pasar.  No me haga arrepentirme de esta indulgencia.

Con una última mirada severa, Snape se dio la vuelta, su figura oscura desvaneciéndose en el pasillo.  Harriet se quedó allí, sintiéndose aliviada, sabiendo que había evitado un castigo.

Durante el resto del día, escuchó historias sobre la noche anterior. Sobre cómo había aparecido un troll en el castillo. Algunas decían que medía tres metros y otros que medía cinco metros y medio, otros que vieron a Harriet Potter escabullirse antes de que el troll entrara, pero en todas las profesora McGonagall aparecía para salvar a Hermione y castigar a otros dos Gryffindors por no seguir al prefecto a sus habitaciones. 

Forward
Sign in to leave a review.