Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)

Harry Potter - J. K. Rowling
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Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)
Summary
En un giro inesperado del destino, una joven que ha perdido la vida se encuentra reencarnando en el mágico mundo de Harry Potter, ahora como Harriet Potter, la versión femenina del famoso mago. A diferencia de su predecesor, Harriet no cuenta con la valentía ni la fuerza necesarias para enfrentarse a los desafíos que se avecinan. Atrapada en una lucha interna con su propia depresión, su mayor obstáculo es su incapacidad para creer en sí misma.A medida que avanza en su nuevo entorno, Harriet descubre que la astucia puede ser su mejor aliada. Con la ayuda de nuevos amigos y la magia que la rodea, se embarca en una búsqueda para encontrar su lugar en el mundo y, sobre todo, para aprender a ser feliz. A lo largo de esta travesía, tendrá que confrontar sus miedos y aprender que, a veces, la mayor magia reside en la fuerza para seguir adelante.
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El viaje desde el andén nueve y tres cuartos 

El último mes de Harriet con los Dursley no fue divertido. Es cierto que le gustaba pasar tiempo en su habitación pero ahora parecía que la ignoraban. Ya no le dirigieron la palabra y Dudley no sé quedó con ella en la misma habitación. Estaba acostumbrada a su indiferencia en muchos sentidos pero después de un tiempo resultaba un poco deprimente.

Harriet decidió que necesitaría zapatos y ropa para los días en qué no tuviera que utilizar su uniforme. Se negaba a verso mal cuando podría permitirse algo mejor.

Una mañana, a la hora que a veces salía a caminar antes de estudiar, tomó la bolsa mágica que había comprado, le dijo a su tía que iría a la biblioteca y se fue hasta una parada de autobús a unas cuadras de la casa de sus tíos.

El centro comercial más cercano quedaba a 30 minutos en autobús. Lo primero en su lista era la ropa. Después de observar las diferentes tiendas optó por una que destacaba en apariencia y prendas bonitas. Un escalofrío, más que por el frío del aire acondicionado, le recorrió la espalda. No era solo la incomodidad de estar en un lugar desconocido, sino una sensación opresiva, como si un foco invisible la iluminara, la analizara. Cada mirada, aunque fugaz, le parecía una evaluación, un juicio silencioso sobre su ropa, un poco desgastada, sus zapatos, un tanto desaliñados. No dejará que la vergüenza apagará su deseo de explorar, de comprar.

Se acercó a una de las chicas, sin dejar que su mirada llena de juicios la afectará.

—Disculpa ¿Podrías ayudarme a elegir algunas prendas? —Preguntó Harriet con una sonrisa amable.

—¿Estás con alguno de tus padres? —Preguntó en respuesta.

—Solo tengo a mi padre y él no sabe elegir mi ropa así que esta vez lo convencí de que podía hacer las compras yo sola. Fue difícil acostumbrarnos desde que mamá murió pero quiero mostrarle que puedo hacerlo. —Respondió Harriet tratando de sonar inocente y un poco triste.

La chica parecía conmovida y mucho más amable. Le mostró diferentes prendas, la animó a probarse y aconsejó que usar. Harriet eligió varios vestidos, faldas y remeras de manga larga.

Siguió una tienda de zapatos. Eligió dos pares de zapatos de vestir planos de color negro de cuero, con una correa delgada, una punta ligeramente puntiaguda y un tacón bajo para llevar con el uniforme. Un par de zapatos estilo bailarinas negras de punta redonda con un pequeño lazo decorativo en la parte delantera. Y otro par idéntico pero con un moño más voluminoso cómo decorativo.

Ya tenía varias bolsas con las cuales resultaba difícil caminar. Fue hasta el baño y sin que nadie vea puso todo en su bolsa mágica.

Por último, compró algunos productos para el cabello, labiales hidratantes. Se disponía a irse cuando vió de lejos una librería. ¿Así se sentiría Dudley cuando acompañaba a su mamá de compras? Todo lo que le gustaba ahora podía tenerlo. 

Eligió varios libros y cómics de Marvel, bolígrafos, plumas, lápices y cuadernos. 

Habían pasado más de dos horas de compras cuando decidió volver a casa. Esto no era inusual cuando iba a la biblioteca así que los Dursley no dijeron nada al verla regresar.

El resto de las vacaciones pasó la mayor parte de su tiempo en su habitación leyendo sus libros del colegio que eran muy interesantes. Excepto el tiempo que salía a hacer ejercicio, que era un tiempo obligatorio en su agenda según su terapeuta. En su última cita se explicó que se iría a un internado y se despidió. Era la única persona que extrañaría, era su espacio seguro para hablar y la apreciaba mucho por eso.

El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus tíos para poder ir a la estación de King Cross, al día siguiente. Así que cayó al salón, donde estaban viendo la televisión. Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba allí, y Dudley gritó y salió corriendo. 

—Hum… ¿Tío?

Tío Vernon gruñó, para demostrar que lo escuchaba. 

—Necesito estar mañana en King Cross para… para ir a la escuela.

El tío Vernon gruñó otra vez.

—¿Podrías ser que me lleves hasta allí?

Otro gruñido. Harriet interpretó que decía que sí. 

—Gracias. 

Estaba a punto de subir la escalera, cuando tío Vernon finalmente habló.

—Y ¿dónde queda ese colegio, de todos modos?

—Está en Escocia. Tengo que tomar el tren que sale a las 11 de la mañana.

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A la mañana siguiente, Harriet se despertó a las cinco, una hora antes de lo habitual, tan emocionada y nerviosa que no pudo volver a dormir. Se levantó y se peinó su cabello, ahora más suave por la poción nutritiva, y lo ató en una cola de caballo baja. Le gustó cómo se ondulaba las puntas.

Quería ponerse su ropa nueva pero sabía que su tía se enojaba cuando se arreglaba demasiado. Por ahora, arreglaría de forma modesta para no discutir.

Miró otra vez su lista para estar seguro de que tenía todo lo necesario y luego se sentó a leer un cómic esperando que los Dursley se levantaran. Dos horas más tarde, el pesado baúl de Harriet estaba cargado en el coche de los Dursley. La tía Petunia había hecho que Dudley se sentara con Harriet, para poder marcharse. Nunca fueron los mejores amigos pero ahora, Dudley parecía tenerle miedo. Harriet le dio una pequeña sonrisa para tranquilizarlo, pero él le evitó y miró por la ventana.

Llegaron a King Cross a las diez y media. 

—Espero que tengas un buen año escolar —le dijo a Dudley —¡Nos vemos cuando regrese!

Sin esperar respuesta bajó del auto. Tío Vernon cargó el baúl de Harriet en un carrito y se marchó sin decir una palabra. Harriet observó de lejos el andén nueve y diez. Aún tenía tiempo, se dirigió al baño y sacó de su bolsa mágica un cambio de ropa. 

Quince minutos después salía usando un vestido de algodón de corte A con manga larga, de color verde oscuro con un estampado sutil de pequeñas flores en un tono más claro, con una hilera de botones pequeños al frente. La cintura se veía ligeramente marcada por un frunce o pliegues justo debajo del pecho, dando un ligero efecto acampanado la falda. Con pantimedias negras y zapatos de vestir. Su cabello, ahora peinado en una trenza larga y suelta que comienza en la sien y caía sobre su hombro izquierdo. Sus labios brillaban por el bálsamo de cereza que le hidrataban dándole un poco de color.

Llevó su baúl dirigiéndose hacia el andén nueve y diez, con la frente en alto ahora más segura de sí misma. Aún tenía 10 minutos para tomar el tren. 

En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas palabras. 

—...lleno de muggles, por supuesto…

Harriet se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un baúl y llevaban una lechuza. 

Harriet los observó, como viendo una película, mientras reía con el intercambio de los gemelos. Era fascinante observar cómo desaparecían en la pared, estaba ansiosa por entender cómo funcionaba la magia. 

—Discúlpame —dijo Harriet a la mujer regordeta.

—Hola querida —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.

Señaló al último y menor de sus hijos varones. Harriet le dio una sonrisa amable como un saludo.

—Sí, ¿Puedes decirme cómo…? —dijo Harriet señalando a la pared.

—No te preocupes —dijo—lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que Ron.

Harriet ascendió, empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Cerró los ojos, esperando al choque, pero no llegó. Sigue rodando. Abrio los ojos. 

Una locomotora de vapor, de colores escarlata, esperada en el andén lleno de gente. Un rótulo decía “Expreso a Hogwarts, 11 h”.

Lo había logrado.

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes. Harriet empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío mientras observaba el humo de la locomotora que se elevaba sobre la cabeza de la ruidosa multitud, gato de todos los colores, lechuzas y el movimiento de los baúles. Todo parecía emocionante. 

Harriet abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero solo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole.

— ¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que había seguido a través de la barrera de los andenes.

—¡Sí, por favor! —jadeó Harriet.

—¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!

Con su ayuda, el baúl finalmente quedó en un rincón del compartimento. 

—Gracias —dijo Harriet, recibiendo un guiño de vuelta que la hizo sonreír.

Los gemelos salieron del vagón y Harriet se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculto, podía observar a las familias despidiéndose.

El tren comenzó a moverse. Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Harriet sintió una ola de emociones por lo que estaba por venir.

La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.

—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harriet—. Todos los demás vagones están llenos. 

—No, adelante.

Harriet sacó uno de los libros que había comprado “El dragón rojo” de Thomas Harris, sin interés en hacer conversación empezó a leer. 

—Eh, Ron —una voz interrumpió su lectura. Los gemelos habían vuelto. 

—Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una tarántula gigante y vamos a verla.

Harriet hizo una mueca al pensar en una tarántula. 

—De acuerdo —murmuró Ron.

—Señorita —dijo el otro gemelo—, ¿Te hemos dicho quiénes somos? Fred y George Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano.

—Soy Harriet 

—Nos vemos después, entonces.

—Hasta luego —dijeron Harriet y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta. 

Harriet se dispuso a continuar con su lectura. 

—¿Te gustan los dragones? —preguntó Ron— Mi hermano Charlie trabaja con dragones en Rumanía. Le fascinan, es casi de lo único que habla.

—¿Has visto alguna vez un dragón?— preguntó Harriet ahora con más interés.

—No, pero sí me mostró uno de sus dientes y escamas. Cuando los dragones crecen, los dientes se caen y crecen en su lugar uno nuevo que será más afilado y fuerte. También cambian de piel, primero cuando están creciendo y cuando son adultos lo hacen cada varios años. Le encanta hablar sobre su trabajo.

—Parece emocionante —dijo Harriet, mientras recordaba que si conocía al guardabosques (cuyo nombre había olvidado) tal vez tendría la oportunidad de ver uno.

Harriet volvió a su libro, no sin antes prestarle un cómic de “New mutants #97” a Ron con la esperanza de mantenerse callado y entretenido.

A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y le dijo: 

—¿Queréis algo del carrito?

Harriet, que no había desayunado, dejó su libro a un lado, se levantó de un salto y salió al pasillo. 

Muchos de los dulces parecían desconocidos. Tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores, chicles, paletas de caramelo con forma de corazón, ranas de chocolate, empanadas de calabaza, pasteles de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad de cosas extrañas.

Harriet compró un poco de cada uno y muchas paletas de caramelo en forma de corazón para más tarde.

Después de pagar depositó sus compras sobre un asiento vacío mientras Ron la miraba asombrado.

—Tenías hambre, ¿Verdad?

—Un poco, pero nunca antes había visto esta clase de dulces y quería probarlos —dijo Harriet, dando un mordisco a una empanada de calabaza— Sírvete lo que quieras, no podría comer todo. 

Ron había sacado un paquete arrugado, con cuatro bocadillos. Se paró uno y dijo:

—Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.

—A mí me gustan, te la cambio por cualquiera de estos. 

—No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió rápidamente— … Ya sabes, con nosotros cinco.

—Está rico —dijo Harriet probando uno—. Prefiero las comida saladas, tengo miedo de comer muchos dulces y con los nervios vomitar durante la selección.

Ambos se rieron de eso. Harriet hace mucho que no había tenido nada que compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una agradable sensación. 

—¿Eres hija de muggles? —preguntó Ron— ¿Por eso no los habías probado antes? 

—... No, mis padres eran magos. Pero cuando murieron fui a vivir con mis tíos muggles.

—Oh… lo siento— murmuró Ron avergonzado.

—Está bien —sonrío Harriet para tranquilizarlo mientras habría un envase de ranas de chocolate.

—Ten cuidado se te escapará.

Harriet tomó la rana entre sus dedos antes de que saltara, aún se movía entre sus dedos.

—Cuando la muerdes deja de moverse.

—No quiero comer algo que se mueve—. Harriet hizo una mueca. Parecía sentir un insecto moviéndose entre sus dedos. Por suerte Ron se la quitó.

Harriet sacó el cromo en el que estaba impreso el rostro de Albus Dumbledore.

—Los puedes coleccionar, son de brujas y magos famosos. Yo tengo cómo quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.

—Puedes quedarte con las demás ranas, pero si encuentras una carta que ya tienes ¿Me la das?.

—Claro.

Sintió curiosidad al ver que el Dumbledore de la imagen desapareció. ¿La imagen se reproducía en bucle o tenía cierto nivel de conciencia y desaparecía cuando quería?

Pasaron un buen rato probando los dulces. La carne en conserva Harriet ya se la había acabado.

En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro. 

Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró un muchacho de cara redonda que parecía muy afligido. 

—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no vieron un sapo?

Cuando los dos negaron con la cabeza, gimió.

—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo! 

—Probablemente  salió a recorrer el lugar y volver a cuando se canse—dijo Harriet.

—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la veis…

Se fue.

—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así que no puedo hablar. 

Trató de evitar su multa de disgusto al ver a la rata. 

Ron estaba a punto de intentar un hechizo con la rata cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.

—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona, mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos. 

—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba mirando la varita que tenía en la mano.

Harriet miraba al niño afligido por su sapo.

—No te preocupes, aparecerá cuando dejes de buscarlo. —le daba palmaditas en la espalda mientras le ofrecía un dulce. 

Mientras tanto el hechizo había fracasado y la niña no paraba de hablar muy rápidamente de todo lo que había leído.

—¿Y ustedes cómo se llaman?

—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.

—Harriet —dijo Harriet solamente.

—¿Y tú apellido? —insistió la niña.

—...Parker—Mintió por no querer armar un escándalo como en el Caldero Chorreante.

—¿Ese libro es tuyo?—dijo señalando el asiento—. Mis padres no me dejan leerlo porque dicen que no es apropiado para mi edad.

—A mis padres no les importa—contestó Harriet un poco cansada de su actitud de mandona. 

—¿Saben a qué a casa van a ir?...

Harriet ignoró la conversación mirando por la ventana.

—Y ustedes deberían cambiarse, vamos a llegar pronto. 

Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.

—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron.

—Solo tiene demasiada energía y probablemente esté ansiosa por llegar. Tal vez en algún libro de la biblioteca de Hogwarts hay un hechizo para cambiarle de color—. Harriet imaginaba que por “error” se equivocaba de hechizo y mataba la estúpida rata.

—Iré a ponerme el uniforme, puedes tener los demás dulces si quieres —dijo Harriet después de guardar su libro. Abrió el compartimento y se dirigió al baño. 

Tenía todo lo necesario en su bolsa mágica: camisa, falda, corbata, túnica y el sombrero lo guardó en un bolsillo. Peinó su flequillo, se volvió a aplicar el bálsamo labial de cereza y salió al pasillo.

—Hay que sacarlo del pasillo o alguien lo va a pisar.

—Agárralo y déjalo en una esquina.

Harriet observó a tres niños que rodeaban algo en el suelo. Se acercó a ver y era un sapo, pero nadie quería tocarlo así que lo empujaban con el pie.

—Lo vas a lastimar —interrumpió Harriet—. Había un niño buscando su sapo ¿Debería llevárselo?.—Pero Harriet no quería tocarlo con las manos desnudas.

—¿Quién eres? —preguntó el niño rubio pálido con despreocupación.

—Me llamo Harriet ¿Y ustedes? —preguntó Harriet. Observó a los otros muchachos que eran corpulentos. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían guardaespaldas.

—Oh, éste es Cabbe y éste es Goyle. Y mi nombre es Draco Malfoy.

Harriet sonrió al reconocer sus nombres.

—¿Eres hija de muggles? —preguntó Draco mirándola de pies a cabeza.

—Que grosero —dijo Harriet frunciendo el ceño por la forma en que la miró.

El sapo dió unos saltos queriendo huir.

—No me has dicho tú apellido— Insistió.

—¿Tienes un pañuelo? —preguntó Harriet siguiendo al sapo.

—¿Por qué te lo daría? —preguntó Draco de forma petulante.

—¿Por qué es lo que hace un caballero?.

—Mi padre dice que no deberían dejar entrar a los que no vienen de familias de magos, no los educaron para conocer nuestras costumbres. 

—Grosero —murmuraba Harriet sacando su sombrero del bolsillo, envolvió al sapo con él y lo atrapó—. Listo. Me lo llevaré. Te perdonaré está vez porque eres lindo pero cuidado con cómo me hablas—le dijo a Draco.

Un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas. 

—Nos vemos chicos —. Harriet volvió a su vagón con el sapo envuelto en sus manos.

Al llegar al vagón, Ron también se había cambiado.

—Mira lo que encontré —dijo, mostrándole el sapo en su mano.

— ¿Qué vas a hacer con él?

—Esperaré a que venga a buscarlo.

Hermione volvió a abrir la puerta del compartimiento.

—Oh, ya están cambiados. Acabo de ir a la locomotora, le preguntó al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. 

—Sabes ¿dónde está Neville? Encontré su sapo —dijo, entregándoselo envuelto.

Una voz retumbó en el tren. 

—Llegaremos a Hogwarts en cinco minutos. Por favor, deja su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio. 

El tren aminoró la marcha, hasta que se detuvo. Todos se empujaban para salir del pequeño y oscuro tren. Harriet se estremeció bajo el aire frío de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos.

—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí!

Un hombre alto con la cara peluda rebosaba alegría sobre el mar de cabezas. 

 No era común para Harriet estar entre tantas personas, tantas voces y tantas cosas nuevas por ver resultó abrumador. Se sentía abrumador. Se encontró respirando profundamente de forma lenta y constantemente mientras seguía las instrucciones por el estrecho sendero.

Se produjo un fuerte ¡ooooooh!

Harriet levantó la vista para ver un impresionante castillos con muchas Torres y torrecillas en la punta de una alta montaña. Era más hermoso de lo que había imaginado.

Harriet se subió a un bote y fue seguida de Ron, Hermione y Neville. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras el bote se deslizaba sobre el lago. 

—Gracias por encontrar a Trevor —dijo Neville al bajar del bote. Harriet le sonrió de vuelta.

—Éste es tu sombrero? —Le entregó a Neville.

Harriet lo tomó impidiendo mostrar su desagrado por haber tocado el sapo y lo guardó en su bolsillo.

Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante una gran puerta de roble.

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