Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)

Harry Potter - J. K. Rowling
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Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)
Summary
En un giro inesperado del destino, una joven que ha perdido la vida se encuentra reencarnando en el mágico mundo de Harry Potter, ahora como Harriet Potter, la versión femenina del famoso mago. A diferencia de su predecesor, Harriet no cuenta con la valentía ni la fuerza necesarias para enfrentarse a los desafíos que se avecinan. Atrapada en una lucha interna con su propia depresión, su mayor obstáculo es su incapacidad para creer en sí misma.A medida que avanza en su nuevo entorno, Harriet descubre que la astucia puede ser su mejor aliada. Con la ayuda de nuevos amigos y la magia que la rodea, se embarca en una búsqueda para encontrar su lugar en el mundo y, sobre todo, para aprender a ser feliz. A lo largo de esta travesía, tendrá que confrontar sus miedos y aprender que, a veces, la mayor magia reside en la fuerza para seguir adelante.
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Chapter 6

Harriet estaba de buen humor, a pesar de que era el cumpleaños de Dudley. Su relación con él ya no era del todo hostil, aunque estaba claro que no eran amigos; sus tíos no lo permitían. La razón de su buen ánimo era que sabía que pronto llegaría su carta de Hogwarts. Tenía sus dudas; su magia accidental no había sido tan notoria desde el episodio del octavo cumpleaños de Dudley, pero había pequeños momentos que la hacían dudar. Por ejemplo, su lápiz favorito se reparaba solo cuando se hacía tan pequeño que pensaba en tirarlo o sus gafas se reparaban cada vez que se rompían o se rayaban. Eran cosas insignificantes, como esas, que la hacían cuestionar si era magia o si simplemente había visto mal.

Tuvo que ir al zoológico con los Dursley y el amigo de Dudley, Piers Polkiss. Aunque charlar con una serpiente tan grande resultaba emocionante, no tenía intenciones de medirse en problemas. Ya había conversado con varias serpientes de jardín, y el hecho de que le respondieran y no intentaran atacarla las hacía bonitas. Sin embargo, una serpiente no tenía mucho que aportar a una charla más allá de cuáles eran sus presas favoritas y cómo las cazaba. Así que, al ver a la boa constrictor en el zoológico, solo la saludó deseándole un buen día. La serpiente avanzaba con la cabeza y seguía su camino, mientras Harriet continuaba con su recorrido.

Los siguientes días, cada vez que venía el correo, Harriet lo buscaba antes de que se lo pidieran. Se sentía decepcionada cada vez que veía que ninguna carta era para ella. Ya estaban en julio, y Dudley se preparaba para ir al colegio Smeltings en septiembre, desfilando en el salón con su uniforme. Los libros de estudio de Harriet ya habían llegado; Los Dursley no estaban al tanto de su avance, pero ella ya iba en décimo año de su educación secundaria, a diferencia de Dudley, quien había pasado al séptimo. Si todo iba como esperaba, se graduaría varios años antes que él.

En el Reino Unido, al terminar el año 13, los estudiantes suelen recibir un título llamado "A-Levels". Los A-Levels son un conjunto de exámenes y evaluaciones que se realizan al final del año 13 y son requisitos para ingresar a la universidad. Los estudiantes suelen elegir tres o cuatro materias para estudiar durante el Año 12 y el Año 13, y se realizan exámenes y evaluaciones para obtener el título de A-Levels.

El problema al elegir estas materias era que a Harriet le interesaba todo. Aún tenía tiempo para decidir, pero al ver la lista de materias académicas, se imaginaba lo útil que serían las ciencias como biología y química para entender las pociones, la física y las matemáticas para comprender los hechizos, las humanidades como historia y religión para entender el mundo, las lenguas como el francés para su cuarto año en Hogwarts o el español, que se le hacía fácil porque ya lo hablaba, y las artes y el diseño, en las que era buena. No sabía cómo resultaría, pero estaba decidida a terminar su educación muggle ya hacer que todo funcionara junto con su nueva vida mágica.

Una mañana, cuando Harriet fue a tomar el desayuno, su tío Vernon leía el periódico, mientras Dudley golpeaba la mesa con su bastón de colegio, que llevaba a todas partes. Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo. Harriet se levantó para buscar la correspondencia, como todos los días. Había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de su tío Vernon, que estaba de vacaciones en la Isla de Wight; un sobre color marrón que parecía una factura; y, para su sorpresa, una carta dirigida a Harriet.

La recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda elástica. Sabía lo que significaba. De inmediato, la escondió entre su ropa y regresó al salón para entregar las otras dos cartas y terminar su desayuno.

Después de hacer algunas tareas, volvió a su habitación. La carta seguía bien escondida entre sus jeans desgastados. Antes de abrirla, cerró la puerta y la trancó con una silla, solo para estar seguro de que nadie interrumpiría.

 

Señorita H. Potter

El dormitorio más pequeño  

Privet Drive, 4  

Pequeña lloriqueo  

Surrey



El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.

Con las manos temblorosas, Harriet le dio vuelta al sobre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban la gran letra H.Sacó la carta y leyó:

 

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

Director: Albus Dumbledore

(Orden de Merlín, Primera Clase, 

Gran Hechicero, Jefe de Magos,

Jefe Supremo, Confederación 

Internacional de Magos).

 

Querido señor Potter:

Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.

Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su leche antes del 31 de julio.

Muy cordialmente, Minerva McGonagall.

 

Harriet le echó la carta varias veces, había tenido mucho tiempo para pensar qué escribir en respuesta. Lo más sensato sería fingir que no sabe nada porque para los Dursley la magia no existe. Arrancó una hoja de su cuaderno y con un bolígrafo escribió:

 

Querida señora McGonagall:

Recibí su carta y no estoy seguro de qué decir. Dice que tengo una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Nunca he oído hablar de un colegio de magia. ¿Magia de verdad? ¿Como en los cuentos?

Mis tíos dicen que la magia no existe. ¿Se ha equivocado usted? ¿O se ha equivocado mi tía? La lista de cosas que necesito también es un poco extraña... "¿Una lechuza?" ¿De verdad necesito una lechuza? ¿Y una varita? ¿Para qué sirve una varita?

No entiendo mucho de lo que dice la carta, pero me gustaría saber más. ¿Podría explicarme qué es Hogwarts y qué significa todo esto? Si es magia de verdad, ¡sería increíble! Pero si no lo es, me gustaría saber por qué me han escrito.

 

Espero su respuesta.

Atentamente,

      H. Potter

 

Leyó su carta varias veces, se sintió muy estúpida al preguntar algunas cosas pero después de todo se suponía que solo tenía casi 11 años. Dobló su carta y le pegó un pequeño pedazo de cinta para que no se abriera.

El siguiente problema ahora sería cómo conseguir una lechuza. Abrió la ventana de su habitación y miró hacia afuera. Vió una pequeña lechuza acicalándose en un árbol, silbó para que la viera agitando la carta. La lechuza voló hacia ella hasta posarse en la ventana. Sus plumas, de un marrón apagado salpicado de manchas más claras, estaban un poco desaliñadas.

A Harriet le pareció muy bonita. Quiso acariciar su cabeza, pero intentó picotear sus dedos, esto la hizo reír.

—Me gustaría que entregaras esta carta a la profesora McGonagall, en el Colegio Hogwarts de Magia. ¿Puedes hacerlo?

La lechuza tomó su carta con sus patas pero no se fue. 

— ¿Tienes sed? Debió haber sido un viaje largo—. Harriet tomó el vaso de su lapicera y salió del espacio de la habitación para buscar agua. Al regresar la lechuza seguía ahí.

—No sé qué comen las lechuzas pero si te vuelvo a ver te llevaré algo.

La lechuza bebió la mitad del vaso, extendiendo sus alas y se fue. 

El resto del día Harriet casi no salió de su habitación. Tenía en su diario, que le había dado su terapeuta años atrás, todos los eventos que recordaba que pasarían en los 7 años que vendrían. Una lección de su vida anterior que no olvidaría era que un diario nunca sería privado, en algún momento sería encontrado por alguna persona y leído sin su permiso, así que tomó precauciones, escribió con números, cada número en su diario equivale a una letra del abecedario y aún si descubrieran esto, estaba todo escrito en español (no en inglés). Después de haber llenado dos diarios con hechos, ideas, pensamientos sobre lo que podía pasar, dibujos, letras de canciones que grababa y que tardarían décadas en volver a escuchar si es que sucedía, ya podía relacionar de memoria cada número con la letra. Al final, para cualquiera que lo encontrara parecía un collage bastante raro de tonterías sin sentido.

Al día siguiente, Harriet esperaba otra carta, una visita o cualquier cosa que probara que aquella carta en verdad existía. Si no la tuviera guardada en su habitación pensaría que se lo había imaginado. 

Pasó una semana llena de días normales hasta que una mañana cuando el señor Dursley se fue a trabajar y Dudley salió a jugar con sus amigos, Harriet limpiaba la sala cuando alguien tocó la puerta. Era una señora alta y delgada, de unos 50 años, cabello oscuro, ojos castaños y expresión seria.

—Hola? ¿Puedo ayudarla? —preguntó Harriet con duda.

—Soy Minerva McGonagall. Me gustaría hablar con los señores Dursley por favor.

—Oh —La cara de Harriet se iluminó— ¿Es por la carta? ¿Es de verdad?

—¿Así es, están en casa?

—Mi tía está. Pasé por favor, la llamaré ahora.

Después de hacerla pasar, Harriet subió corriendo las escaleras para buscar a su tía que en ese momento hacía la lavandería.

De vuelta a la sala con su tía, McGonagall volvió a presentarse.

—Soy Minerva McGonagall, Profesora de Transfiguración y Jefa de la Casa Gryffindor en Hogwarts.

Petunia miró a Harriet quien le devolvió la mirada con falsa inocencia.

—Dijo que era de una escuela de magia. 

—Aquí nadie irá a una escuela mágica. Cuando no adoptamos, juramos que íbamos a detener toda esa porquería —dijo tía Petunia— ¡Juramos que íbamos a sacarla de ella!

McGonagall parecía entre molestada y confundida.

—¿Tú eres Harry? —preguntó mirando a Harriet.

Harry asintió.

—… Soy Harriet Jazmín Potter.

La profesora McGonagall la miró sorprendida. Estaba esperando encontrar a un niño, pero al observarla, el pelo que aún recogido se veía desordenado, las gafas y las facciones de su rostro, sin duda se parecía a su padre.

—La última vez que te vi eras sólo una criatura —dijo McGonagall—. Te pareces mucho a tu padre, pero tienes los ojos de tu madre.

Harriet sonrojándose. Petunia frunció el ceño.

— ¿Estás segura que soy una bruja?

—Por supuesto, eres una bruja al igual que tus padres.

—Ella no irá —interrumpió tía Petunia.

—Si ella quiere ir ustedes no podrán detenerla. ¡Detener a la hija de Lily y James Potter para que no vaya a Hogwarts! Su nombre está apuntado desde que nació. Irá al mejor colegio de magia del mundo. Estará siete años ahí, con jóvenes de su misma clase, lo que será un cambio.

—Además… —Harriet Interrumpió— Si me voy serán 9 meses en los que no me verás ¿No es eso algo bueno?

Petunia guardó silencio ante este comentario. 

—No cuento con mucho tiempo. Prepárate para salir mientras hablo con tu tía. 

Harriet observó a su tía y corrió hacia su habitación antes de que le dijeran lo contrario. Se puso la mejor ropa que tenía, que aunque la compraban de segunda mano al menos la hacían parecer más una niña. Era un mono vaquero de color azul oscuro sobre una camiseta de rayas verdes y blancas de manga larga. Lleva calcetines blancos y zapatos negros. Se miró un momento al espejo y pensó que ya no podía arreglar nada más. Luego bajó las escaleras para encontrar a la profesora Magonagal esperándola junto a la puerta.

—Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio. Si tienes más preguntas las responderé en el camino.

Harriet miró hacia la sala pero no vio a su tía. Estaba emocionada por este día y solo la seguía.

Una vez fuera de la casa Harriet preguntó:

—Yo no tengo dinero y no creo que mis tíos vayan a pagar para que vaya a aprender magia.

—No te preocupes por eso —dijo Magonagal mientras extendía su brazo— ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?

Aunque Harriet lo sabía estaba aliviada de que lo confirmarán. Tenía muchas dudas de si lo que recordaba era real después de vivir tanto tiempo en este mundo.

—Toma mí brazo, apareceremos en el lugar. Es más fácil si cierras los ojos.

Harriet cerró sus ojos y con ambas manos se sostuvo de su brazo. Sintió un mareo y perdió el equilibrio un momento. Al abrir los ojos estaba en un lugar diferente.

Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. 

—Es aquí —dijo McGonagall deteniéndose—. El Caldero Chorreante.

Era un bar diminuto y de aspecto mugriento, estaba muy oscuro y destartalado.

—¿Lo eres siempre, Minerva?

—No puedo, estoy aquí acompañando a una alumna —respondió

—Bienvenida señorita —dijo el cantinero.

—Hola...—respondió Harriet con una pequeña sonrisa.

—Esta es Harriet Potter—la presentó la profesora McGonagall al notar que Harriet no diría nada más.

Harriet no sabía qué decir. Todos la miraban. McGonagall estaba radiante.

Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harriet se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.

Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.

—Profesora Quirrell —dijo McGonagall—. Harry, el profesor Quirrell te dará clases en Hogwarts.

—PP-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de

Acosar-. N-no pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de cococerte.

—mmm...–Harriet solo se sentía incómoda por toda la situación y queriendo alejarse de Quirrell.

—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry.

McGonagall se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbasjos.

Miró le sonríe a Harriet.

—No te lo dije, ¿verdad? Eres famoso. Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla.

La parte sociable de su personalidad ya se estaba apagando. Nunca había interactuado con tantas personas en un solo día. Solo hacíamos su comentario y tratado de devolver la sonrisa.

Dio tres golpes a la pared, con la punta de su varita.

El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. un segundo

Más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

—Bienvenida —dijo McGonagall— al callejón Diagón.

Sonrió ante el asombro de Harriet. Entraron en el pasaje. Harriet miró

rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvió a cerrarse.

Harriet movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras.

—Mejor que vayamos primero 

a conseguir el dinero.

Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había…

—Sí, eso es un gnomo —dijo McGonagall en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que Harriet. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y dedos y pies muy largos. Harriet pensó en un cuento de terror de Blancanieves. Cuando entraron los saludó. 

Dos gnomos las hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio salón de mármol. Un centenario de gnomos estaban sentados en los altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pasando monedas en balanza de cobre y examinando piedras preciosas con lentes.

Harriet estaba muy distraída con todo lo que observaba a su alrededor hasta que escuchó a McGonagall decirle que la siguiera hacia una de las puertas de salida del vestíbulo. Se subieron a un pequeño carro y siguieron la marcha por los rieles. El carro era veloz ya Harriet se le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos. A pesar de que se sujetaba con fuerza del carro por miedo a caerse, se reía cada vez que había una curva.

Cuando el carro al fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo. Griphook Gabriela cerradura de la puerta. 

—Todo tuyo —dijo McGonagall

 

Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños nudos de bronce y otros objetos que debían realizarse más minuciosamente.

McGonagall le pasó una bolsa para poner una cantidad en ella. 

— ¿Cuánto hay exactamente? —preguntó Harriet mirando hacia el gnomo.

Griphook hizo aparecer un papel donde Harriet observó mientras aparecían los números.

— 100.854 Galeones

— ¿Hay otros activos, inversiones o propiedades?

—Las cuentas han estado congeladas hasta ahora. No cuenta con acciones ni bonos. Hay una propiedad pero no se puede alquilar ni vender hasta que cumplas la mayoría de edad.

—...¿Puedes recomendarme un asesor financiero?

Griphook hizo una mueca aterradora que Harriet tradujo como una sonrisa.

—Puedo hacerlo personalmente por una tarifa de gestión de la administración de inversiones.

—Mmm —Harriet pensó un momento con algo de duda—Me gustaría invertir solo una cuarta parte para reducir el riesgo de pérdida.

—Crearé un plan personalizado según sus objetivos. Firme aquí para nombrarme su asesor y le enviaré una lechuza con los avances.

Harriet observó el documento mientras sostenía la pluma que le había sido entregada. Palabras cómo “acuerdo de servicios financieros”; “tarifas de gestión anual 1,5% de valor de la inversión”. Le parecía todo en orden y lo escrito, mientras McGonagall observaba por encima de su hombro. Terminado esto, puso una cantidad en la bolsa.

—Las de oro son galeones —explicó— 16 hoces de plantas en un galeón, y 29 knuts equivalen a un hoces.

—¿Puedo cambiar un poco por dinero muggle? —Preguntó Harriet 

—Por supuesto.

Hicieron una parada más a la cámara setecientos trece. Harriet se inclinaba esperando ver el contenido pero solo vamos a usar un pequeño paquete y el lugar vacío. 

Después de la de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts.

—¿Tienes tu carta?

Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.

—Bien —dijo McGonagall—. Hay una lista con todo lo que necesitas.

Harry desdoblo la hoja y leyó:

 

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

UNIFORME

Los alumnos del primer año necesitarán:

— Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).

— Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.

—Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).

— Una capa de invierno (negra, con broches plateados).

(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)

LIBROS

Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:

— El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.

— Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.

— Teoría mágica, Adalbert Waffling.

— Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.

— Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.

— Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.

— Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.

—Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.

RESTO DEL EQUIPO

1 varita.

1 caldero (peltre, medida 2).

1 juego de redomas de vidrio o cristal.

1 telescopio.

1 balanza de Latón.

Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.

SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS DE PRIMER AÑO NO 

SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.

 

—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo McGonagall, señalando hacia

«Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—.

Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color 

malva.

— ¿Hogwarts, linda? —dijo, cuando Harriet empezó a hablar. Harriet ascendió.

Madame Malkin puso a Harriet en un escabel, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.

Harriet permaneció en silencio mientras miraba alrededor, los estantes que se elevaban hasta el techo, cargadas de telas de todos los colores y texturas imaginables. El aire estaba lleno del olor a lana, seda y algodón.

Estaba absorto en la contemplación de las telas y los trajes que la voz de Madame Malkin la sorprendió:

—Ya estás listo lo tuyo, linda.

Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Aunque una pluma que no necesite tintero sería mejor, pensó Harriet.

Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, de diferentes tamaños, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas. McGonagall casi tuvo que arrastrar a Harriet para que dejara Hechizos y contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las más recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, Lengua Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian. Harry lo dejó mientras hacía un puchero, no planeaba usarlos pero sería bueno saberlos. 

Consiguieron una bonita balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre. Harriet observó una bonita daga, con su hoja larga y afilada, el metal, un acero oscuro casi negro, estaba finamente grabado con intrincados diseños que parecían retorcerse como vides en la penumbra. La empuñadura, de un jade oscuro y pulido.

— ¿Cuánto cuesta eso? —preguntó Harriet a un joven que trabajaba ahí.

—Esta daga está formada por un metal especial, ha sido embutida por magia de los goblins…

Harriet lo miró con una expresión incrédula, pensó qué exagerada para venderlo más caro.

—… pero por ser tú, te lo dejaré en 20 galeones.

—No, no puedo permitir que compres algo así —interrumpió McGonagall.

—Solo tenía curiosidad, no lo voy a llevar.

McGonagall le dio la espalda a Harriet mientras elegía los objetos de la lista. Harriet le hizo una seña al chico para que supiera que si lo quería. Quería discutir el precio pero en esta situación no era posible. Sacó las monedas de su bolsa, observando que McGonagall no notará el intercambio. Lo guardó en la bolsa mágica que compró junto con su baúl y continuó como si nada.

Luego visitaron la droguería para comprar los ingredientes de las pociones. Esta vez McGonagall no dijo nada cuando compró una poción para hidratar su cabello.

Fuera de la droguería, McGonagall miró otra vez la lista de Harriet.

—Sólo falta la varita…. Ah, sí, y todavía no te hemos buscado una mascota. 

—No es necesario —dijo Harriet. 

—¿No te gustaría un sapo, una lechuza o un gato? Las lechuzas son más útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás. 

—Me gustan los gatos, la señora Figg tiene nueve de ellos, son muy bonitos. Pero a mis tíos no les gustaría que llegue con una mascota, un sapo no me gustaría tocarlos, las lechuzas son bonitas pero no quiero tenerla encerrada para que mis tíos no se enojen, un gato querría más espacio y no quiero esa responsabilidad por ahora… ¿Está bien si no tengo una mascota por ahora? —preguntó Harriet insegura de sí debía haber dicho todo eso.

—Está bien —le aseguró McGonagall—. Entonces lo último es una varita. Iremos a Ollivander, el único lugar donde venden varitas.

Cuando entraron, una campana resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salgo por la silla larguirucha donde McGonagall se sentó a esperar.

—Buenas tardes —dijo una voz amable.

Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.

—Buenas… tardes—dijo Harriet con torpeza.

—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter.

—Harriet… —corrigió sin pensarlo.

—Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita…

Blablabla, pensaba Harriet preguntándose cuánto duraría la charla mientras forzaba una sonrisa educada.

—Y aquí es donde…

El señor Ollivander se acercó su largo dedo blanco hacia la cicatriz de Harriet. Ella dió un paso atrás al mismo tiempo que con su mano daba una palmada a la mano contraria para alejarla.

—Lo siento —se disculpó Harriet de inmediato— No me gusta que me toque.

Ollivander desarrolló una sonrisa amable.

—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas… Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo…

—Bueno, la varita no tuvo la culpa. 

Ollivander se acercó ante la respuesta.

—Bueno, ahora, Harry… Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?

Al salir de la tienda, el sol ya estaba muy bajo en el cielo. Harriet observaba su varita. Sentia un subito calor en los dedos.

Su varita, con un núcleo de pluma de Fénix, que resulta que la cola de Fénix de donde salió la pluma dio otra pluma. Realmente parecía destinada a esta varita, creyó que al ser otra persona podría evitarla, pero fue su hermana la que le dio esa cicatriz. Algunas cosas serán inevitables, pensó Harriet mientras guardaba su varita en la manga de su mano izquierda. 

Harriet y McGonagall aprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Harriet no habló mientras salían a la calle y ni siquiera anotó la cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con una serie de paquetes de formas raras. Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington.

—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren —dijo.

Le compró una hamburguesa a Harriet y se sentó a comer en una silla de plástico. 

—¿Estás bien Harry? Esperaba más preguntas, pero no me has hecho ninguna —dijo McGonagall. Harriet masticó su hamburguesa tratando de encontrar las palabras.

—Ví ​​muchas cosas nuevas hoy, aún estoy tratando de entender… ¿La razón por la que todos me conocen… son por mis padres?— soltó Harriet comenzando por lo más difícil — Nunca se lo preguntó a mis tíos pero oí decir que fue en un accidente automovilístico. Pero sé que no es verdad.

En su vida pasada, Harriet tuvo una breve obsesión por el mundo de Harry Potter, del mismo modo que lo tuvo por Sherlock Holmes y muchos otros personajes de ficción. Sabía por los libros qué pasó con sus padres, los Potter. Pero sus recuerdos de aquella noche eran difusos.

McGonagall pareció molesta por un momento, luego con un tono bajo y amable relató los acontecimientos de esa trágica noche.

Harriet sintió un nudo en la garganta al escucharlo. Se tomó un momento para procesarlo y asentarse. Ya no quería hablar de eso.

—La escuela… ¿Cómo va a ser?

Después de un momento el ambiente se volvió más animado, al hablar de casas, deportes, materias. Harriet pudo terminar de comer.

McGonagall ayudó a Harriet a subir al tren que lo llevaría hasta la casa de los Dursley y luego le entregó un sobre. 

—Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está todo en el billete. Te veré pronto Harry.

El tren arrancó de la estación. Harriet quería observar a McGonagall hasta que se perdió de vista, pero luego parpadeó y ya no estaba.

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