Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)

Harry Potter - J. K. Rowling
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Harriet Potter, un nuevo comienzo (Primer año)
Summary
En un giro inesperado del destino, una joven que ha perdido la vida se encuentra reencarnando en el mágico mundo de Harry Potter, ahora como Harriet Potter, la versión femenina del famoso mago. A diferencia de su predecesor, Harriet no cuenta con la valentía ni la fuerza necesarias para enfrentarse a los desafíos que se avecinan. Atrapada en una lucha interna con su propia depresión, su mayor obstáculo es su incapacidad para creer en sí misma.A medida que avanza en su nuevo entorno, Harriet descubre que la astucia puede ser su mejor aliada. Con la ayuda de nuevos amigos y la magia que la rodea, se embarca en una búsqueda para encontrar su lugar en el mundo y, sobre todo, para aprender a ser feliz. A lo largo de esta travesía, tendrá que confrontar sus miedos y aprender que, a veces, la mayor magia reside en la fuerza para seguir adelante.
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Chapter 4

Harriet se despertó con la luz brillante del día, sintiéndose desorientada hasta que la puerta de la casa se abrió. Una mujer delgada y alta, con cabello rubio, la miró sorprendida al encontrarla allí. Harriet observó la sala, llena de objetos y adornos de una familia feliz con su hijo. Recordó los acontecimientos del día anterior: su madre ya no estaba, otra vez. Esa era su nueva realidad.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que los Dursley la observaron. Había estado sollozando en silencio, su rostro enrojecido por las lágrimas.

La señora Dursley se apresuró a preparar un biberón, y pronto Harriet se encontró sola en una pequeña habitación. Aprovechó ese tiempo para procesar todo lo que había pasado. Pasaba horas sumida en sus pensamientos y sentimientos, a veces golpeando la puerta por aburrimiento. A veces la dejaban salir; otras, le daban algún juguete y la volvían a encerrar, ordenándole que se mantuviera callada.

Cuando finalmente salía de su habitación, solía tomar alguna revista que llegaba por correo, algo que no sería echado de menos, o algún crayón que Dudley dejaba tirado. Los guardaba para leer o practicar su escritura. Dibujo cosas que temía olvidar, como el perro negro que la seguía en sus sueños y a sus padres.

El único lugar fuera de casa al que iba era la casa de la señora Figg, que vivía cerca de los Dursley y se ofreció a cuidar de Harriet. Era una casa pequeña y desordenada, llena de gatos y objetos diversos. La señora Figg no era una persona cálida ni cariñosa, pero mostraba cierto afecto hacia Harriet. A pesar del ambiente sombrío, la niña disfrutaba de su compañía y de los gatos, a menudo jugando con ellos o dibujándolos.

Los Dursley, en general, eran ignorados. No es como si hablasen con ella; simplemente asentía a sus órdenes y se mantenía fuera de su camino. No se dio cuenta de cuánto se había encerrado en sí misma hasta que, a los cinco años, escuchó a los Dursley hablar sobre enviarla a una escuela especial. Dejó de lavar los platos en la cocina para escuchar mejor.

—Esa niña no puede hablar. Tal vez debamos esperar unos años más y buscar una escuela especial para los de su tipo —dijo el señor Dursley.

Harriet se sintió sorprendida. ¿Pensaban que no podía hablar?  

—Yo puedo hablar —interrumpió, confundida. Los Dursley la miraron con incredulidad. ¿Era posible que esta fuera realmente la primera vez que la escuchaban?

—¿Qué dijiste? —preguntó el señor Dursley, visiblemente aturdido.  

—Puedo hablar bien. También sé leer y escribir. ¡Puedo ir a la escuela con Dudley! —su voz se alzó con la esperanza de ser escuchada.

El silencio que siguió fue denso y pesado. El señor Dursley se inclinó hacia adelante.  

—¿Leer y escribir? —repitió, como si las palabras fueran una ofensa—. Eso es ridículo. Una niña como tú no puede hacer algo así. Estás mintiendo.

Harriet se quedó en silencio, sin saber qué responder, como siempre que le alzaban la voz. Su tía la miró con desprecio.  

—Justo cuando decides hablar, solo sabes decir mentiras. Vuelve a tu alacena, niña.  

Una vez más, Harriet se encontró encerrada el resto del día.

Se preguntó qué le había llevado a pensar que la escuela sería diferente. Se sentía insegura, con la ropa heredada de Dudley, a pesar de sus adaptaciones, y su cabello negro, despeinado y desordenado, le hacían sentir como le había comentado a su tía: "como una niña de la calle". Esa afirmación fue recibida con regaños y comentarios de "malagradecida". Era más fácil guardar silencio ante las cosas que no podía cambiar.

A pesar de todo, se arreglaba lo mejor posible para parecer una niña normal. Era amable y mostraba interés en sus compañeros, lo que le ayudó a hacer algunos amigos. Sin embargo, cuando Dudley se dio cuenta de que su actitud mimada y malcriada solo agradaba a sus padres, comenzó a golpear y amenazar a cualquiera que se acercara a Harriet.

Desde entonces, pasó todo el tiempo que pudo en la biblioteca de la escuela. No era una mala opción para ella, pero sí resultaba algo solitario.

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Las clases se estaban volviendo monótonas para Harriet. Con su mente adulta atrapada en el cuerpo de una niña, encontraba que muy pocas cosas eran realmente nuevas. Cualquier tarea que le asignaban se resolvía en cuestión de minutos. Lo único que realmente disfrutaba de ir a la escuela era la biblioteca. Le tomaba apenas cinco minutos completar su tarea, y el resto del tiempo lo pasaba sumergida en los libros. Al principio, esto molestaba a sus maestros, pero al notar que cumplía con sus responsabilidades y se mantenía en silencio, decidieron ignorarla.

Sus calificaciones se convirtieron en un punto de inflexión para ella. Ningún regaño ni castigo lograría hacer que bajara sus notas; estaba decidida a no ser peor que Dudley.

Dudley y sus amigos intentaron jugar al "cazar a Harry", pero Harriet sabía que si corría en la primera ocasión, eso se convertiría en una constante. Así que, en su primer intento de acoso, se detuvo y decidió enfrentar la situación, devolviendo los puños y las patadas. Aunque no ganó la pelea, sus atacantes también salieron lastimados. A pesar de que lo intentaron varias veces más, con el tiempo comprendieron que ella no huiría de un enfrentamiento, lo que los llevó a cambiar su estrategia a burlas e insultos.

Defenderse constantemente era agotador. Ya fuera en la escuela, en la casa de sus tíos o en cualquier lugar donde se encontrara, la necesidad de luchar por su dignidad la consumía. Intentar discutir con los Dursley solo la llevaba a las lágrimas, y poco a poco se dio cuenta de que nunca estarían de su lado. Así que, en lugar de expresar sus sentimientos, guardó todo dentro y fingió que no le importaba.

El cumpleaños número ocho de Dudley fue especialmente malo para Harriet, principalmente debido a la visita de la tía Marge. Esta mujer era excepcionalmente cruel con Harriet, despreciandola y haciendo comentarios despectivos sobre su apariencia y situación. Los Dursley respaldaban sus palabras, lo que aumentaba la sensación de rechazo y soledad que la envolvía. La ira y los sentimientos reprimidos comenzaron a oprimir su pecho, y, de repente, las lámparas estallaron, la mesa tembló y los objetos a su alrededor empezaron a moverse con violencia. El grito de su tío, ordenándole que parara, la hizo reaccionar. Se detuvo, aterrorizada, sin estar segura de si realmente había provocado ese caos.

Fue encerrada el resto del día, una vez más, en la alacena que llamaban su habitación. Ese tiempo a solas la llevó a reflexionar sobre sus opciones. ¿Cómo podría huir? ¿A dónde iría? ¿Con qué dinero? Solo tenía siete años, y no encontraba ninguna alternativa que le ofreciera la paz que tanto anhelaba. 

La noche llegó, trayendo consigo un silencio abrumador. Desde la habitación debajo de las escaleras, sollozos ahogados resonaban en la oscuridad. Lloró por sus padres, por sus hermanos, y por el hecho de que, sin importar dónde estuviera, su vida era una cadena de infelicidades y soledad. Se cansó de llorar, y aunque la fatiga la envolvía, tomó el pequeño espejo que guardaba entre sus escasas pertenencias y lo rompió. Con el fragmento más grande, realizó un profundo corte desde la muñeca hasta el codo. No podía ver nada, solo sentía dolor, un dolor abrumador que, poco a poco, la llevó a la inconsciencia.

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