Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal

Harry Potter - J. K. Rowling
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Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal
Summary
-Harry Potter ha muerto-gritó Voldemort.Draco Malfoy viaja al pasado mediante un peculiar giratiempo.¿Qué pasaría si regresar al año de Hogwarts donde todo empezó a salir mal?¿Qué pasaría si Draco Malfoy finge estar a lado de Voldemort para traicionarlo?Todo el mundo de Harry Potter pertenece a J.K Rowling.
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Hogwarts bajo fuego

07 de abril de 1997

El comedor de la Mansión Malfoy había cambiado mucho desde que vine a vivir aquí. Antes, todo era sombrío: cortinajes pesados de terciopelo negro, candelabros de plata opaca que proyectaban sombras alargadas, y retratos de ancestros con miradas frías que seguían cada movimiento. Pero poco a poco, he ido transformándolo. Ahora, la luz del sol se filtra por las ventanas, reflejándose en los detalles blancos y dorados que he añadido. Los manteles son de lino claro, y hasta he convencido a los elfos domésticos de colocar flores frescas en el centro de la mesa. El blanco, creo, es el tono perfecto para la Mansión. Le da una elegancia serena, como si pudiera lavar las sombras del pasado.

Draco rompe el silencio desde el otro extremo de la mesa, su voz neutra pero no del todo fría.

—¿Has arreglado tus cosas?

Alzo la mirada de mi plato. Sus ojos grises ya no tienen el brillo de antes. Desde aquella noche en la que los Mortífagos invadieron la Mansión, algo en él se quebró. Ya no sonríe. Habla solo cuando es necesario. Conmigo sigue siendo amable, pero es una amabilidad distante, como si una parte de él se hubiera esfumado.

—Sí. Todo está empacado en el baúl que me compraste—respondo, incapaz de contener una sonrisa. Sé que no debería estar entusiasmada, pero...es Hogwarts.

Nunca imaginé que pisaría el castillo más famoso del mundo mágico. Donde los retratos hablan, las escaleras se mueven solas y los fantasmas flotan por los pasillos. Podría ver una mandrágora en el invernadero, o incluso un hipogrifo en los terrenos del castillo. La idea hace que me tiemblen las manos bajo la mesa.

Draco me observa con una ceja arqueada, como si leyera mis pensamientos.

—¿Estás emocionada por conocer Hogwarts?

Me muerdo el labio, repentinamente avergonzada. Hogwarts le ha hecho tanto daño. Fue allí donde Harry lo rechazó, donde la guerra lo arrastró al abismo.

—Lo siento. Sé que no debería, pero... sí. Me emociona —murmuro, clavando la vista en mi plato.

Draco exhala, y por un segundo, veo un destello del chico que alguna vez fue.

—No tienes que disculparte. Hogwarts es mi hogar. Y siempre lo será. Allí pasé los momentos más felices de mi vida —su voz se quiebra apenas— Lo amo... pero también lo odio.

La expresión de Draco se congela de golpe, como si un velo de hielo le cubriera el rostro. Sus afilados rasgos, antes solo tensos, se vuelven de piedra. Una sombra oscura atraviesa sus ojos . Se lleva una mano al pecho con brusquedad, los dedos aferrándose a la túnica sobre su corazón como si intentara arrancar algo de su interior. Una línea de dolor —físico o emocional, es imposible saberlo— se marca entre sus cejas, frunciéndolas hasta casi cerrar los ojos.

El aire alrededor parece vibrar con magia perturbada.

—Las defensas de Hogwarts han caído —pronuncia con voz ronca, como si las palabras le quemaran la garganta al decirlas.

Mi tenedor cae contra el plato con un golpe sordo. El aire se espesa. Lo miro con terror.

—Hogwarts me necesita —dice Draco, levantándose de un salto. Su bolsa mágica, donde guardamos los dos horrocruxes que encontramos, brilla con un aura inquietante.

El pánico me ahoga. No puede ir así, sin saber la verdad.

—¡Espera!—grito, agarrándole el brazo antes de que pueda desaparecer—. Tengo que decirte algo... sobre un séptimo horrocrux.

Draco se detiene, girándose lentamente. Sus ojos, ahora llenos de urgencia, me clavan al sitio.

—¿Hay un séptimo horrocrux? ¡¿Qué es?! ¿Porque no me lo dijiste? 

Respiro hondo. El secreto que he guardado desde que nos conocimos... está a punto de cambiar todo.

—No es un objeto... —susurro—Es una persona. Para ser más precisos es Harry Potter. 

En Hogwarts

En Hogwarts

La Gran Sala de Hogwarts brillaba con la cálida luz de miles de velas flotantes, iluminando los rostros sonrientes de los estudiantes que apenas habían llegado de sus largas vacaciones de Acción de Gracias. Los manteles dorados y plateados reflejaban el festín dispuesto sobre las mesas, y el murmullo de conversaciones llenaba el aire junto al aroma de pastel de calabaza y asado.

Hasta que el castillo entero tembló.

Un estruendo sordo, como el rugido de un gigante enfurecido, sacudió los cimientos. Las copas de cristal tintinearon, algunos platos se deslizaron por las mesas, y en las alturas, las velas parpadearon violentamente, proyectando sombras danzantes sobre los rostros ahora pálidos de los comensales.

Fuera, en la oscuridad de la noche, cientos de destellos verdes y rojos estallaban contra el escudo protector del castillo, como estrellas fugaces malditas. El cielo mismo parecía enfermo, teñido de un resplandor esmeralda siniestro.

Dumbledore se levantó de su asiento dorado con una agilidad impropia de su edad. Sus ojos, siempre serenos, ahora ardían con una intensidad azul eléctrico. Su mirada se clavó en Snape, quien ya lo observaba desde  el otro lado de la mesa de los profesores.

Un movimiento casi imperceptible ocurrió, Snape negó con la cabeza, tan leve que solo alguien que lo conociera desde hace décadas lo habría notado.

—¡Todos a sus salas comunes! —la voz de Dumbledore, amplificada por magia, resonó en cada rincón del castillo, clara y firme— ¡Cualquier estudiante que no obedezca será expulsado de Hogwarts inmediatamente!

El comedor estalló en caos.

Los murmullos se convirtieron en gritos ahogados, en sillas arrastradas, en pasos apresurados. Los prefectos, con rostros tensos pero decididos, intentaban guiar a los alumnos más jóvenes, cuyos ojos brillaban con lágrimas reprimidas. Algunos de primer año se aferraban a las túnicas de sus compañeros mayores, buscando consuelo en medio del terror.

Harry se levantó de un salto, sus ojos verdes buscando a Dumbledore.

—¡Tenemos que hacer algo! —gruñó, pero Ron lo agarró del brazo con fuerza, los dedos hundiéndose en su túnica.

—¡No ahora, Harry! —le susurró Ron, arrastrándolo hacia la salida—. ¡Hermione ya está con los de Gryffindors, tenemos que reagruparnos!

Mientras la marea de estudiantes se retiraba, Dumbledore y Snape intercambiaron palabras en voz baja, alejados del resto.

—¿Te avisó? —preguntó Dumbledore, con un dejo de amargura en su tono normalmente jovial.

Snape negó por segunda vez. Dumbledore apretó la mandíbula, su mano izquierda oculta bajo un guante de cuero negro se contrajo involuntariamente. Bajo la tela, el frío metal de su prótesis se clavaba en lo que quedaba de su muñón.

—No podrás proteger el castillo en tu estado —murmuró Snape, con voz cargada de un desprecio que solo podía enmascarar su preocupación— Ni siquiera deberías estar de pie.

Dumbledore sonrió, como si la situación fuera una broma privada entre ellos.

—Lo sé. Pero solo necesito mantenerlo ocupado... hasta que llegue Draco.

Snape soltó un bufido, sus ojos negros brillando con incredulidad, mientras miraba como Dumbledore enviaba su Patronus en busca de la Orden del Fénix. 

—¿Cómo sabes que vendrá? —escupió—. ¿Confiarías la vida de todos estos niños en Draco Malfoy? Ese chico dejaría arder Hogwarts con todos dentro con tal de salvar a Potter.

Dumbledore ajustó sus gafas de media luna, su mirada perdida por un segundo en algún recuerdo lejano.

—A lo largo de mis años como maestro y director —dijo, con un tono casi nostálgico—, he aprendido que los Slytherins tienen una debilidad aún mayor que su ambición.

Una pausa. El aire olía a polvo y magia corrupta.

—El amor. El amor los hace terriblemente vulnerables.

Snape se quedó en silencio.

No podía refutarlo. No cuando Draco había traicionado a los Mortífagos por Harry. No cuando Voldemort había sido derrotado, una y otra vez, por el amor de una madre. No cuando él mismo, Severus Snape, todavía llevaba el peso de un juramento hecho por unos ojos verdes que ya no existían.

¿Era amor lo que lo ataba a Lily? ¿O solo culpa?

No tuvo tiempo de responder. Dumbledore ya caminaba hacia los jardines, su túnica azul ondeando como una bandera en la noche sin viento. Los profesores lo seguían, pero a una distancia respetuosa.

Y en el horizonte, entre los destellos de las maldiciones que golpeaban las defensas, algo enorme y oscuro se movía.

Algo que respiraba.

El aire en Hogwarts pesaba como plomo, cargado con el olor a pólvora mágica y el zumbido de los encantamientos rotos

El aire en Hogwarts pesaba como plomo, cargado con el olor a pólvora mágica y el zumbido de los encantamientos rotos. Los maestros, hombro con hombro en las almenas del castillo, entrelazaban sus varitas en un último y desesperado intento por sostener el escudo protector. Dumbledore, aunque pálido y con la respiración entrecortada, mantenía su mirada firme en el horizonte, donde las sombras de los mortífagos se multiplicaban como cuervos bajo la luna sangrienta.

¡Protego Maxima! —gritó Flitwick, su voz aguda casi perdida entre el estruendo.

Pero era inútil.

Cada impacto de magia oscura contra el escudo resonaba como un trueno, haciendo temblar los vitrales del castillo y sacudiendo los retratos, cuyos habitantes huían de sus marcos con gritos de advertencia. En las salas comunes, los estudiantes más jóvenes se aferraban unos a otros, sintiendo el piso vibrar bajo sus pies. El mensaje era claro, Hogwarts caería.

—¡Mirad! —gritó una estudiante de Ravenclaw, señalando por la ventana.

La Orden del Fénix había llegado, apareciendo en destellos de luz entre las ruinas del puente. Pero incluso ellos, guerreros experimentados, se detuvieron al ver el mar de capas negras que avanzaba. Eran demasiados.

—Dumbledore... ¿qué haremos? El castillo no aguantará por más tiempo. Y el Ministerio no vendrá a ayudar —susurró Kingsley Shacklebolt, su rostro iluminado por el resplandor verdoso de una maldición que se estrellaba contra las defensas.

El director no apartó los ojos del cielo.

—Resistir —respondió, con una calma que cortaba el caos—Hasta que él venga.

Un estallido cegador. Un grito colectivo.

El escudo se quebró como cristal bajo un martillo, y en ese instante, los mortífagos inundaron los jardines como una marea negra. Sus risas, distorsionadas por máscaras plateadas, resonaban entre las paredes, mezclándose con el crujir de la piedra derrumbándose.

Y entonces, apareció.

Voldemort flotaba sobre la multitud, sus ojos rojos fijos en Dumbledore. Entre ellos, el silencio era más elocuente que cualquier hechizo.

Pero algo cambió.

Las puertas del castillo se abrieron de golpe.

No fueron solo los miembros de la Orden. No fueron solo los profesores.

Fueron los estudiantes.

Decenas de ellos, de todas las casas, irrumpieron en el campo de batalla con las varitas en alto. Hufflepuffs con determinación en la mirada, Ravenclaws murmurando contrahechizos, Gryffindors liderando la carga. 

Harry Potter liderando. 

Y entonces, lo inesperado.

Un grupo de Slytherins, encabezados por Pansy Parkinson, avanzó con paso firme. Entre ellos, hijos de mortífagos, sus rostros tensos pero decididos. No se habían unido a sus padres. O por lo menos, no todavía.

Voldemort rió, un sonido que heló la sangre.

El mundo se desgarró alrededor mío con un tirón brutal, y de pronto estaba ahí, en medio del jardín destrozado de Hogwarts, con los dedos entrelazados con los de Draco como si fuera mi único ancla en medio de la tormenta

El mundo se desgarró alrededor mío con un tirón brutal, y de pronto estaba ahí, en medio del jardín destrozado de Hogwarts, con los dedos entrelazados con los de Draco como si fuera mi único ancla en medio de la tormenta.

El aire olía a hierba quemada y magia corrompida. A mi alrededor, el caos: hechizos verdes y rojos cruzaban el aire como balas, estrellándose contra las paredes del castillo, que gemían bajo el asedio. Había aparecido justo en medio de una guerra.

Draco se tensó al instante, su respiración entrecortada. Sus ojos plateados escudriñaron el campo de batalla con rapidez, calculando peligros, buscando una salida. Pero no había salida.

Mi mirada se clavó en él.

Albus Dumbledore estaba de pie en lo alto de las escaleras del castillo, su túnica amarilla mostaza ondeando como una bandera desafiantemente brillante en medio de la noche oscura. Era exactamente como lo había imaginado, pero... más viejo. Mucho más viejo. Las arrugas en su rostro parecían más profundas, sus ojos azules, aunque llenos de determinación, estaban rodeados por sombras de agotamiento.

Levantaba su varita con esfuerzo, como si cada movimiento le costara energía vital. ¿Estaba enfermo? ¿O era el peso de la guerra lo que lo consumía?

Hice una mueca al verlo brillar bajo la luz de los hechizos. "Claro que llevaría algo ridículamente llamativo en medio de una batalla", pensé, pero en el fondo, ese destello de color en medio de la oscuridad me dio un extraño consuelo.

Y entonces... lo vi.

Voldemort.

No estaba preparado.

Ninguna película, ningún libro, ninguna pesadilla podría haber capturado la monstruosidad real de su presencia. Su rostro era el de una serpiente, pálido y escamoso, sin nariz, solo dos hendiduras que vibraban con cada respiración sibilante. Sus ojos... Dios, sus ojos.

Rojos.

Como sangre fresca, como rubíes malditos, brillando con un fervor casi infantil al ver a Draco. Pero cuando su mirada se desvió hacia mí, todo ese entusiasmo se convirtió en asco.

Un gruñido gutural, reptiliano, escapó de los labios de Voldemort.

Y entonces, el tiempo mismo pareció detenerse.

No fue un hechizo, no fue magia. Fue el peso de lo imposible volviéndose real.

Dos extraños, aparecidos de la nada, en medio del duelo más trascendental de la historia mágica.

Los mortífagos, que avanzaban como sombras sedientas de violencia, congelaron sus pasos. Los miembros de la Orden del Fénix, con las varitas aún humeantes, bajaron sus armas. Hasta los gritos de los estudiantes se apagaron, convertidos en susurros ahogados.

Todos los ojos estaban clavados en nosotros.

En mí, un intruso con ropas muggle, aferrado a Draco Malfoy como si mi vida dependiera de ello (que probablemente era cierto).

—¿Qué es esto? —susurró, su voz como el roce de escamas sobre piedra fría.

Me estremecí, instintivamente acercándome más a Draco. Sabía que si soltaba su mano, moriría.

Voldemort notó el gesto. Por un segundo, algo parecido a curiosidad cruzó su expresión.

—¿Un muggle? ¿Aquí? —preguntó, arqueando una ceja casi inexistente.

Draco se puso rígido, al notar la curiosidad de Voldemort sobre mi. Pero sostuvo su mirada con determinación.

Mi corazón se sobresaltó. Mi instinto me decía que algo extraño pasaba. 

 

 

 

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