
Beso
El aire vibra con la electricidad de la batalla mientras sostengo la mirada de Voldemort, cuyos ojos escarlata arden con un entusiasmo grotesco. Hay algo en su sonrisa serpentina, en la manera en que sus dedos huesudos se flexionan alrededor de la varita, que delata un plan retorcido, algo que ni siquiera la magia más oscura podría anticipar.
De reojo, capto el estado de la Orden del Fénix, sus túnicas destrozadas, manchadas de tierra y ceniza, los rostros surcados por la fatiga y la desesperación. Mis amigos no están mejor—sangre seca en las sienes de Theo, los nudillos de Blaise blanquecinos al aferrarse a su varita—pero es Pansy quien roba mi aliento. Allí está, erguida entre los escombros, con el cabello revuelto y la mirada ardiente, desafiando al mismo señor oscuro que alguna vez juró servir. Ella lo hizo, pienso, y un escalofrío de orgullo atraviesa mi espina. Ella se rebeló contra todo... contra sus padres, contra el miedo, contra el destino que nos impusieron.
Y entonces, inevitablemente, mi atención se desvía hacia él. Harry Potter, con su melena desordenada aún más rebelde que nunca, entrelaza sus dedos con los de Ginny. Está rodeado de sus leales, de esos rostros sonrientes que jamás dudaron, jamás vacilaron. Una punzada de hielo se expande en mi pecho. Lo sé, me recuerdo mientras mis pupilas se oscurecen. Sé lo que tiene que pasar. Y no habrá vuelta atrás.
—Es mejor que te retires por hoy— susurro, sin apartar los ojos de los abismos escarlata de Voldemort. Mi voz es un hilo de seda envenenada, apenas audible sobre el crujir de los escombros.
Siento a Harlan aferrándose a mí, sus dedos temblorosos hundiéndose en mi brazo. Me inclino hacia él, rozando sus oídos con mi aliento al murmurar.
—Ve con los Slytherin. Muéstrales el anillo.
Harlan alza el rostro. Por un instante, veo el miedo nadando en sus pupilas grises, ese mismo terror que una vez paralizó a tantos de nosotros. Pero entonces como un relámpago su expresión se endurece. Asiente con una determinación que no le conocía, mientras su mano se desliza hacia la bolsa mágica que pende de su muñeca. Los Horrocruxes siguen ahí, parece comprobar. El peso de nuestro futuro.
Harlan libera mi mano con un último apretón. Lo observo alejarse, su figura esbelta abriéndose paso entre el caos hacia el grupo de Slytherin. Allí permanecen, apartados incluso de sus supuestos aliados espaldas contra espaldas, miradas llenas de cuchillas. Desconfían, pienso, amargamente familiarizado con ese juego.
—Tu nuevo juguete se ve... adorable— murmura Voldemort, avanzando hacia mí con pasos lentos y calculados. Su voz es un susurro melifluo, como el roce de una serpiente entre la hierba. —¿Por qué no jugamos con él como en los viejos tiempos?
—Nunca disfruté jugar contigo.—respondo con frialdad, mi mirada fija en sus ojos rojos como brasas. Está tan cerca que puedo sentir el frío que emana de su presencia, un frío que cala hasta los huesos.
Voldemort suena, una sonrisa torcida y cruel, mientras inclina ligeramente la cabeza.
—¡Qué memoria tan selectiva tienes, Draco! —dice con un deleite perverso, sus palabras impregnadas de veneno. Su rostro se ilumina con una especie de éxtasis oscuro al evocar esos recuerdos. —Recuerdo vívidamente cómo tus mejillas se sonrojaban de placer cuando los muggles gritaban. Cómo tus ojos brillaban más que tu varita recién estrenada...
—Déjate de estupideces. ¿Por qué atacaste Hogwarts? ¡Solo hay niños aquí! —espeté, señalando a los estudiantes cubiertos de sangre. Un estremecimiento de alivio recorrió mi cuerpo al comprobar que, al menos por ahora, no había ningún muerto—. Se supone que no te gusta derramar sangre mágica joven.
—Tienes razón —admitió Voldemort con su voz serpenteante, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de burla y desdén—. No me gusta... pero tampoco me importa. Son insignificantes. Basura, comparados conmigo.
Entonces alzó la mano y, con un gesto inquietantemente suave, me acarició la mejilla. El silencio fue inmediato. Todos contuvieron el aliento ante aquella visión grotesca.
—Sabía que si tocaba a tu precioso Niño Que Vivió, vendrías corriendo a salvarlo —susurró con veneno en cada palabra—. Y funcionó.
Le aparté la mano de un manotazo, con frialdad e indiferencia.
—Basta de estupideces. Si quieres atacar Hogwarts, tendrás que pasar sobre mi cadáver —respondo con voz firme, clavando la mirada en él sin apartarme un solo paso.
—¿Hogwarts? ¿No Harry Potter? —replica Voldemort, alzando una ceja, como si acabara de descubrir un secreto entretenido. Su tono es burlón, casi divertido—. Qué curioso...
Sin dejar de mirarme, lleva su varita a su propio rostro. Un suave movimiento, apenas un susurro de magia, y el glamour se disuelve como niebla. Lo que aparece ante mí no es el rostro serpentino y deforme que todos temen, sino uno sorprendentemente humano. Demasiado hermoso.
Su piel, pálida como la luna. Sus ojos, rojos como el rubí, brillan con una mezcla de peligro y seducción. Una sonrisa curva sus labios, podría parecer dulce... si no fuera tan venenosa.
El silencio se apoderó del lugar. Todos quedaron mudos, boquiabiertos ante la nueva apariencia de Voldemort. Nadie podía creer lo que veían: su rostro joven, perturbadoramente hermoso, desafiaba todo lo que sabían de él. Era como si la muerte misma se hubiera disfrazado de ángel para jugar con sus presas.
El silencio se apoderó del lugar como una maldición. Todos quedaron mudos, boquiabiertos ante la nueva apariencia de Voldemort. Nadie podía creer lo que veían: su rostro joven, perturbadoramente hermoso, desafiaba todo lo que sabían de él. Era como si la muerte misma se hubiera disfrazado de ángel para jugar con sus presas.
—Bellatrix —murmuró él, sin apartar los ojos de mí.
Mi querida tía, que hasta ese momento permanecía tras Voldemort, desapareció en un destello fugaz. Un segundo después, se materializó justo detrás de Harry, que aún sostenía la mano de Ginny. Con una sonrisa sádica, lo agarró por el hombro y lo desapareció con ella... solo para hacerlo reaparecer junto a Voldemort, indefenso, vulnerable, expuesto a la mirada depredadora del Señor Tenebroso.
En un movimiento sincronizado, Bellatrix y otros diez mortífagos alzaron sus varitas, apuntando directamente a mis Slytherin. La amenaza era clara: un solo paso en falso, y los harían caer.
Volteé hacia Harry. Lo observé mientras forcejeaba en vano, con los ojos encendidos de furia, clavados en la varita de Voldemort. No podía moverse. Un hechizo de congelamiento lo mantenía completamente inmóvil. Aun así, luchaba con la mirada, con cada fibra de su ser.
Nuestros ojos se encontraron. Y entonces... lo sentí.
Nada.
No había rabia. No había miedo. No había dolor.
Solo vacío.
Un hueco insondable donde antes había fuego.
A lo lejos, los gritos de la Orden del Fénix rompieron el aire, llenos de desesperación. Al ver a Harry capturado, intentaron intervenir... pero fueron detenidos. Snape y Dumbledore alzaron sus brazos, conteniéndolos con una firmeza que no admitía discusión.
Harry estaba en manos del enemigo.
Y yo... estaba demasiado roto para sentir.
—Juguemos —exclamó Voldemort con una voz juvenil, casi encantadora, que contrastaba horriblemente con la monstruosidad de su propuesta—. Me iré de Hogwarts... pero solo si eliges entre tus preciosos Slytherin... o tu amado Harry Potter.
Un silencio helado se apoderó del lugar. Los mortífagos intercambiaron miradas nerviosas; algunos apretaron los labios, otros fruncieron el ceño. Sus propios hijos estaban entre los estudiantes. Y ahora sus vidas estaban en juego. Incluso los más fanáticos empezaban a mirar a Voldemort con una sombra de rencor.
Desvié la mirada un segundo. Harlan, desde la distancia, asintió con la cabeza. Como si todo esto... fuera parte de un plan. Uno perfecto. Uno inevitable.
—Tus juegos son patéticos —murmuré con calma, clavando mis ojos en los de Voldemort—. Infantiles.
—Entonces decide. Ahora —espetó él con impaciencia, la sonrisa aún curvando sus labios peligrosos.
Tragué saliva. Sentí la mirada de todos sobre mí. El tiempo se volvió denso, como si se resistiera a avanzar. Finalmente, pronuncié las palabras que sellarían el destino de muchos.
—Slytherin. Deja vivir a Slytherin.
Un murmullo de incredulidad se propagó como fuego. La reacción fue inmediata.
Snape abrió los ojos de par en par, sorprendido. Dumbledore me observó con intensidad, como si intentara leer mi alma. Pero al final, simplemente asintió, con esa confianza ciega que siempre había tenido... incluso cuando no la merecía. La Orden del Fénix estalló en caos.
—¡Traidor! ¡Eres un maldito traidor! —rugió Sirius Black, intentando lanzarse sobre Voldemort. Fue contenido por Lupin, pero Snape... Snape no hizo nada para detenerlo. Es más, parecía dispuesto a dejarlo ir.
—¡Cállate! —gritó Harlan, con la voz llena de sarcasmos—. ¿Acaso la vida de una sola persona vale más que la de veinte?
Sirius y Harlan se enfrentaron con la mirada, como si el resto del mundo se hubiera desvanecido.
—¡Lo vale! ¡Harry lo vale!
Harlan soltó un resoplido, incrédulo.
—Solo para ti. Pero no para nosotros.
Las palabras fueron como una puñalada. Sirius se liberó del agarre de Remus y se lanzó contra Harlan. Pero este apenas movió los labios y, con un hechizo sutil, casi elegante, lo mandó a volar por el aire. Sirius cayó con un golpe seco, sin moverse.
La risa de Voldemort resonó en todo el castillo, burlona, como si el dolor ajeno fuera música para sus oídos.
—Nadie tocará a mis compañeros —declaré, con voz firme y clara. Avancé un paso, mirando a cada miembro de la Orden del Fénix, a Dumbledore, a los estudiantes... a Harry. Y finalmente, a Voldemort— Yo soy el guardián de Slytherin.
Apunté mi varita directo al pecho de Voldemort. Él no se inmutó. Solo sonrió.
—Ya no es divertido —murmuró, haciendo un puchero casi encantador, si no fuera porque era... él. Sin previo aviso, empujó a Harry hacia Dumbledore con un simple gesto—. Ustedes me son irrelevantes. Tú eres lo que me importa.
Voldemort se acercó con paso lento y deliberado, hasta que la punta de mi varita presionó contra su pecho.
—Mortífagos, retírense.
Uno a uno, desaparecieron en destellos. En segundos, no quedaba ni uno.
—Si quieres asegurarte de que nadie más muera —susurró con una suavidad escalofriante—, concédeme un deseo.
Lo miré. Esos ojos rojos, encendidos como brasas. Después miré a los estudiantes, heridos, asustados. A Dumbledore, que se sostenía con dificultad. Hogwarts... estaba al borde del colapso.
No podía ganar. No todavía.
—¿Qué deseas?
—Un beso —susurró Voldemort, tan cerca que sentí su aliento en mi piel—. Bésame... y no atacaré Hogwarts por dos meses. Tiempo suficiente para que entiendas que solo a mi lado puedes ser tú mismo.
Estaba tan cerca que podía ver el brillo líquido en sus ojos rojos, el leve temblor de sus pestañas. Sus labios eran... hermosos. Y eso me enfermó.
No dije nada. Solo alcé la mano y la apoyé en su mejilla. Su piel estaba tan fría que quise apartarla de inmediato... pero no lo hice.
Cerré los ojos.
Y lo besé.
Con fuerza. Con decisión. Con asco.
Voldemort intentó controlar el beso, dominarme, como siempre hacía. Pero no se lo permití. Fui yo quien tomó las riendas. Fui yo quien exploró su boca. Su lengua intentó entrar... la rechacé. Él lo notó. Y lo aceptó.
Fue un buen beso. Técnicamente perfecto.
Pero yo no sentí nada.
Frío. Monótono. Vacío.
Nos separamos, respirando con dificultad. El silencio era absoluto, hasta que lo rompieron los jadeos incrédulos de Harlan... y de todos los Slytherin. El asombro y la repulsión estaban pintados en sus rostros.
—Nos veremos pronto, Draco —murmuró Voldemort con una sonrisa coqueta—. Te doy dos meses. Dos meses para darte cuenta de que eres demasiado para ellos.
Volteó a mirar a Dumbledore... y con un remolino de humo negro, desapareció.
Giré hacia el castillo.
Y me encontré con todas las miradas.
Miedo. Desconfianza. Rechazo.
Incluso Harry me miraba como si no pudiera procesar lo que acababa de ver. Hermione, Ron... todos igual. Como si yo fuera algo que ya no reconocían.
—¡Draco! —gritó Harlan, corriendo hacia mí—. ¡Eso fue... asqueroso!
Sin pedirme permiso, alzó su manga y empezó a frotar mis labios con fuerza, como si pudiera borrar lo que había visto.
—Lo fue —susurré solo para él.
Harlan se detuvo un momento. Me miró a los ojos.
—Perdóname por esto.
Y entonces me besó.
Sus labios eran temblorosos, tímidos. No se parecía en nada al beso anterior. No buscaba dominar. Solo sanar. Lo dejé hacerlo.
Y por primera vez en toda la noche... sentí algo.
Después de la retirada de Voldemort y después del beso más repulsivo que muchos jurarían haber presenciado en toda su vida, el caos fue inevitable. Draco Malfoy desapareció junto con Harlan y los Slytherin, envueltos en una densa neblina mágica que los tragó como si nunca hubieran estado allí.
Pero no se habían ido. Seguían dentro del castillo, según confirmó Dumbledore. Y los dejó estar. Confiaba en que Draco sabría cómo protegerlos.
No hubo muertos. Y eso, en medio de tanto horror contenido, era un milagro. Un milagro que tenía nombre y apellido, Draco Malfoy. Dumbledore lo sabía, y aunque no lo dijera en voz alta, estaba agradecido. Sin Draco, Hogwarts habría caído esa noche. El caos se habría desatado, la guerra comenzado.
Los heridos fueron trasladados a la enfermería, y los que no lo estaban, enviados a descansar a sus salas comunes.
Harry Potter no dormía.
Estaba sentado en uno de los sillones de la sala común de Gryffindor, con el Mapa del Merodeador desplegado sobre sus piernas. Sus ojos no se despegaban de dos pequeños puntos que compartían una habitación en las mazmorras: Draco Malfoy y Harlan Windsor.
El mapa también funcionaba con muggles. Y eso, lejos de parecerle útil, le revolvía el estómago.
—¿Qué haces, Harry? —preguntó Hermione al aparecer detrás de él.
Harry dio un pequeño brinco y apretó el mapa entre las manos para cerrarlo rápidamente.
—Nada —murmuró, demasiado rápido.
Pero Hermione ya lo había visto.
—No es lo que vi —dijo mientras se sentaba a su lado con expresión tranquila.
—No sé qué viste —replicó Harry, sin mirarla.
Hermione se recostó en el sillón, observando a su mejor amigo con una calma que contrastaba con la tensión de él.
—¿Estás seguro de que quieres casarte al graduarte de Hogwarts? —preguntó con suavidad.
Harry desvió la mirada.
—Sí.
Hermione soltó un largo suspiro.
—Bueno, pues... parece que funcionó —dijo en voz baja, como si recordara algo que no le agradaba.
—¿Qué funcionó? —preguntó Harry, confuso.
—Tu estrategia. Tu distancia. Tu indiferencia. Todo eso que has hecho... Al fin lograste que Draco Malfoy dejara de amarte.
Harry frunció el ceño.
—Nunca me amó —espetó con amargura.
Hermione lo miró, y su mirada fue más triste que enojada.
—Te equivocas. El día que le lanzaste Sectumsempra, él te eligió a ti antes que a sus compañeros de Slytherin. Y eso... fue una de las cosas más tristes que he presenciado.
—Eso no significa nada —murmuró Harry con el ceño fruncido.
—¿No? —Hermione miró hacia el techo, como buscando palabras—. Hoy, cuando Voldemort te usó como rehén, todos... todos pensamos que Draco te elegiría. Que, como siempre, haría lo imposible por salvarte, incluso a costa de otros. Y sin embargo... no lo hizo.
—¿Querías que muriera? —saltó Harry, girándose hacia ella con los ojos encendidos.
—¡Claro que no! —respondió Hermione al instante—. Eso no es lo que quise decir y lo sabes.
—Entonces deja de decir tonterías —espetó él, molesto, cruzándose de brazos como si así pudiera protegerse de lo que sentía.
—No son tonterías, Harry —replicó ella con firmeza, sin alzar la voz—. Lo has perdido. Y lo sabes. Lo sabes desde el momento en que viste ese beso.
Harry bajó la mirada. Apretó el mapa en sus manos como si quisiera arrancarle la verdad.
—Y perdóname si esto me hace una mala amiga... —añadió Hermione con dureza— pero me alegra. Me alegra que por una vez él eligiera algo que no fueras tú. Porque no merecía seguir esperándote.
Silencio.
Harry no dijo nada. Solo se quedó ahí, con el mapa sobre las piernas, viendo los nombres de Draco y Harlan cada vez más cerca. Como si el mundo que conocía se estuviera alejando... y no pudiera hacer nada para alcanzarlo.