Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal

Harry Potter - J. K. Rowling
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Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal
Summary
-Harry Potter ha muerto-gritó Voldemort.Draco Malfoy viaja al pasado mediante un peculiar giratiempo.¿Qué pasaría si regresar al año de Hogwarts donde todo empezó a salir mal?¿Qué pasaría si Draco Malfoy finge estar a lado de Voldemort para traicionarlo?Todo el mundo de Harry Potter pertenece a J.K Rowling.
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De vuelta a la Mansión Malfoy

Aparecimos en una sala lúgubre, envuelta en una atmósfera opresiva que parecía pesar sobre nuestros hombros. Las vibraciones que emanaban de las paredes eran densas, casi palpables, y hasta a mí, acostumbrado a situaciones tensas, me resultaban abrumadoras. La estancia era vasta, con techos altos y muebles de diseño exquisito. Sillones de cuero oscuro, una chimenea de mármol tallado que dominaba el centro de la habitación, y, curiosamente, un árbol de Navidad decorado con esferas plateadas que brillaban tenuemente bajo la luz de las velas flotantes.

—¿Dónde estamos? —pregunté, mirando a Draco, quien se dejó caer en uno de los sillones y comenzó a curar sus heridas con movimientos precisos y fluidos.

—Mansión Malfoy —respondió, lanzándose un hechizo de limpieza que eliminó las manchas de sangre y polvo de su ropa, dejándola impecable.

Sin poder evitarlo, me acerqué más a él, invadiendo su espacio personal, como si su presencia fuera un imán que me atraía inevitablemente.

—¿Me trajiste a la guarida de los mortífagos? ¡Estás demente! —grité, histérico, mirando a mi alrededor con desconfianza, como si esperara que las sombras cobraran vida en cualquier momento.

—No te preocupes —dijo Draco con una calma que contrastaba con mi agitación—. Voldemort ya no puede entrar a esta mansión. Ahora soy Lord Malfoy.

Un jadeo escapó de mis labios al escuchar sus palabras.

—¿Lo asesinaste? —pregunté, sentándome a su lado en el sillón—. Dime todos los detalles.

Draco suspiró, reclinándose en el respaldo del sillón y cerrando los ojos por un momento, como si reviviera la escena en su mente.

—Fue suerte —comenzó a explicar—. Cuando los mortífagos me rodearon en la cabaña, mi padre estaba entre ellos. Los eliminé rápidamente, pero luego llegó Snape. Tuve que dejarme herir por él unas cuantas veces para que no fuera evidente que no quería matarlo. Después, apareció él... Voldemort. Se quedó mirándome mientras acababa con sus mortífagos, mientras usaba los hechizos que él mismo me había enseñado.

Tomé su mano entre las mías, apretándola con fuerza, tratando de transmitirle algo de consuelo, aunque dudaba que fuera de mucha ayuda.

—Hubo un hechizo en particular que disfruté usar contra los mortífagos —continuó Draco, abriendo los ojos y mirándome fijamente—. Uno que Voldemort me enseñó en persona. Hace que el mago explote y su sangre salga disparada hacia mí.

Me quedé en silencio, sin saber cómo reaccionar ante esa revelación. Era macabro, incluso para los estándares del mundo mágico.

—Eso no suena muy... bueno —le dije con honestidad, buscando las palabras adecuadas—. Pero si se lo hiciste a esos desgraciados, entonces estuvo bien.

Draco bajó la mirada, murmurando casi para sí mismo.

—Incluso lo usé con unos muggles antes..

—Pero fue porque estabas tratando de ayudar a esos imbéciles de la Orden del Fénix —interrumpí, resoplando con frustración al recordar aquella situación—. Dime algo, Draco. Si en este momento tuvieras a un muggle frente a ti, ¿lo matarías?

Draco negó lentamente con la cabeza, manteniendo los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldo del sillón.

—No. No podría.

—Eso te hace diferente de un mortífago, e incluso de una mala persona —le dije, colocando mi mano sobre su mejilla para que levantara la cabeza y me mirara a los ojos—. Ahora debes lavarte, y debemos planear cómo encontrar todos los horrocruxes de Voldemort. Después de eso, te llevaré a conocer el mundo muggle.

—¿El mundo muggle? —preguntó Draco, con una mezcla de curiosidad y escepticismo en la voz.

—Sí. El mundo muggle es inmenso, y no está dividido en buenos y malos como el mundo mágico —le expliqué, intentando transmitirle la complejidad y la belleza de ese mundo que él desconocía— Será un buen lugar para que empieces una nueva vida.

—¿Nueva vida? —murmuró Draco, como si la idea fuera tan extraña que necesitara tiempo para procesarla.

—Sí. Lejos del mundo mágico, lejos de esa maldita Orden del pollo asado, y  lo más importante, lejos de Harry Potter —dije, aún molesto por el hecho de que ese mocoso no hubiera hecho nada para rescatarlo.

—Nunca había pensado en empezar de nuevo —admitió Draco, como si la idea fuera algo nuevo y emocionante.

—Lo harás. Tienes dinero, así que viviremos muy bien —le aseguré, sonriendo—. Podríamos ir a México, a Estados Unidos, a Australia a ver los animales, o incluso a África para ayudar a los niños que mueren de hambre. Incluso podríamos cazar a muggles malos.

La idea me entusiasmaba. Podría convertir a Draco en un héroe para los muggles, en alguien que hiciera la diferencia en un mundo que lo necesitaba.

—¿Hay niños que mueren de hambre? —preguntó Draco, consternado.

—Sí. ¿En el mundo mágico no? —pregunté, sorprendido por su reacción.

—No. Un niño mágico nunca debe pasar por eso. Desde que nacen con magia, el Ministerio los protege y ayuda —explicó Draco, como si fuera lo más natural del mundo.

—Bueno, el mundo muggle es diferente. Es tan grande y diverso que no todo es perfecto —le dije con seriedad.

Draco me miró con una leve sonrisa, como si empezara a entender la magnitud de lo que le estaba proponiendo.

—Creo que sería divertido conocer el mundo muggle cuando todo esto acabe.

—Será perfecto —le aseguré, sonriendo—. Te prometo que olvidarás el mundo mágico. Ellos no te merecen.

De repente, Draco tomó mi mano y colocó en mi dedo un anillo de oro macizo con el escudo de los Malfoy en el centro. El anillo era lujoso, y aunque al principio parecía grande, se ajustó perfectamente a mi dedo al entrar en contacto con mi piel.

—Toma esto, Harlan —dijo Draco con solemnidad—. Si algo llega a pasar, o si te encuentras con un mago mientras no estés conmigo, muestra este anillo y di que eres el futuro Patriarca de los Malfoy.

—¿Patriarca? —pregunté, confundido pero intrigado por el regalo.

—Sí. El estatuto de los Malfoy te protegerá, y el anillo tiene hechizos de protección que añadí para que, incluso si Voldemort intenta asesinarte, puedas escapar —explicó Draco.

—Eso es increíble. Nunca me lo quitaré —le prometí, sonriendo mientras admiraba el anillo.

Draco me devolvió la sonrisa, pero en el fondo sabía que no era genuina. Draco no era feliz, y me preocupaba que tal vez nunca lo fuera. Sin embargo, estaba decidido a ayudarlo a encontrar algo que le diera paz, incluso si eso significaba alejarnos del mundo mágico para siempre.

 Sin embargo, estaba decidido a ayudarlo a encontrar algo que le diera paz, incluso si eso significaba alejarnos del mundo mágico para siempre

Dos semanas pasaron como el agua, deslizándose entre los dedos sin que nos diéramos cuenta. Draco había estado ocupado, demasiado ocupado, tratando de arreglar los papeles en el Ministerio sobre la muerte de su padre. Los trámites burocráticos eran tediosos, y los duendes de Gringotts no habían hecho las cosas más fáciles. La herencia de los Malfoy estaba envuelta en un laberinto de documentos, sellos y firmas que parecían no tener fin. Pero hoy, por fin, Draco había obtenido acceso a la bóveda de los Lestrange.

Mientras tanto, yo me quedé en la Mansión Malfoy, decidido a cambiar el ambiente lúgubre que parecía haberse adueñado de cada rincón. Con la ayuda de varios elfos domésticos, logré transformar la decoración oscura y opresiva en algo más luminoso. Las paredes, antes cubiertas de tapices sombríos, ahora lucían un blanco brillante, con detalles plateados que reflejaban la luz de las velas flotantes.

Añadí algunos toques de verde, pensando que quizás a Draco le gustaría ver los colores de su casa representados en su nuevo hogar. La atmósfera de la mansión había cambiado drásticamente, y esperaba que eso ayudara a levantar el ánimo de Draco. Porque, si de algo estaba seguro, era que nadie se muere de amor, pero un entorno más alegre podía hacer que el dolor fuera más llevadero.

Mis pasos resonaban en la sala, estaban llenos de preocupación. Daba vueltas sin rumbo, incapaz de quedarme quieto. Sabía que todo saldría bien, pero eso no evitaba que me sintiera inquieto. De repente, el sonido de la chimenea encendiéndose me sacó de mis pensamientos. Las llamas verdes brotaron con fuerza, y de entre ellas emergió Draco, vestido con un traje elegante de color negro que resaltaba su figura esbelta. En su dedo brillaba el anillo de Lord Malfoy, muy similar al mío, como si fuéramos un conjunto perfectamente coordinado.

—¡Draco! —grité, emocionado, acercándome a él rápidamente— ¿Encontraste la copa?

Draco asintió con una pequeña sonrisa en los labios, aunque sus ojos aún reflejaban cierta tensión.

—Sí. Estaba en la bóveda de mi querida tía Bellatrix —dijo, sosteniendo una caja de madera tallada con delicadeza— De solo pensar en lo desesperada que debió estar por mantener esto a salvo, me da un placer indescriptible.

Me acerqué a él y tomé la caja con cuidado, sintiendo el peso de lo que contenía. Draco me miró con preocupación, como si temiera que la copa saltara y me devorará.

—Ten cuidado, Harlan —murmuró, su voz baja pero firme.

Coloqué la caja sobre la mesa y la abrí con sumo cuidado, revelando la copa de Helga Hufflepuff. Era una pieza impresionante, dorada y reluciente, con el escudo de los tejones grabado en su superficie. La luz de la habitación parecía danzar sobre ella, como si la copa tuviera vida propia.

—No te preocupes —dije, intentando transmitirle tranquilidad—. Con la copa, ya tenemos cuatro horrocruxes destruidos. Solo faltan tres más. Después de destruirlos, creo que será conveniente que Harry enfrente a Voldemort. Después de todo, es su destino.

Draco frunció el ceño, claramente incómodo con la idea.

—Creo que es mejor destruirlo por completo —dijo con determinación—. Si destruimos los horrocruxes restantes y yo me enfrento a Voldemort, puedo asesinarlo. No necesitamos a Harry para esto.

Lo miré en silencio, sintiendo el peso de la culpa en mi pecho. Aún no podía decirle que el séptimo horrocrux era Harry, y que, para que Voldemort fuera derrotado, Harry tendría que morir a manos del Señor Oscuro. Era un secreto que me quemaba por dentro, pero no podía revelarlo. No todavía.

—Está bien, si eso es lo que quieres —murmuré, evitando su mirada y concentrándome en la copa, como si fuera la cosa más bella del mundo.

Draco se acercó más, su voz llena de entusiasmo.

—¿Cómo los destruimos? —pregunta, mirándome fijamente con una mezcla de curiosidad y determinación en sus ojos.

—Hay tres métodos que conozco para destruirlos —respondo, manteniendo la voz calmada pero firme—. El primero es con fuego demoníaco, pero es un hechizo difícil de manejar y extremadamente peligroso. El segundo es con veneno de basilisco, que tiene la capacidad de corroer cualquier cosa, incluidos los Horrocruxes. Y el tercero... —hago una pausa, asegurándome de que Draco entienda la gravedad de lo que voy a decir— es con la maldición asesina, Avada Kedavra.

—Eso es fácil —murmura Draco, alzando su varita en dirección a la copa. 

Actúo rápidamente, colocando mi mano sobre la suya y haciendo que baje su varita antes de que pueda pronunciar la maldición.

—No —digo con firmeza, manteniendo el contacto visual—. Creo que es mejor que reunamos todos los Horrocruxes y los destruyamos juntos. Destruirlos uno por uno podría alertarlo antes de tiempo.

Draco frunce el ceño, pero asiente lentamente, bajando la varita por completo.

—Sí... tienes razón. Lo siento, no lo pensé bien —dice, mirando la copa con una mezcla de frustración y ansiedad, como si deseara destruirla en ese mismo instante.

—No te preocupes —murmuro, recargándome en el sillón con comodidad, aunque por dentro siento la misma urgencia que él—. Es normal querer acabar con esto lo antes posible, pero debemos ser estratégicos. Cada movimiento cuenta.

—¿Qué horrocrux sigue? —preguntó, ansioso por continuar con la misión.

—El diario de Ryddle ya está destruido. Nagini está muerta. —comienzo a enumerar, contando con los dedos— El anillo fue destruido por Dumbledore. La copa de Hufflepuff está aquí, pero aún nos faltan el guardapelo de Slytherin, la diadema de Ravenclaw, y... —hago una pausa, sintiendo el peso de mis mentiras— Son todos...

—Entonces, ¿por dónde empezamos? 

—El guardapelo —digo con decisión— Según mis visiones está en la casa de los Black, en Grimmauld Place. Es nuestro próximo objetivo. Pero debemos ser cuidadosos, no quiero que los de la Orden se enteren. 

Draco asintió, aunque su expresión se tornó más seria.

—Los gemelos... —murmuró, como si estuviera sopesando la idea— Confío en ellos, pero no quiero involucrarlos más de lo necesario. Esto es peligroso, Harlan. Más de lo que ellos podrían imaginar.

—Lo sé —dije, colocando una mano en su hombro— Pero no podemos hacer esto solos. Necesitamos aliados, y ellos son de los pocos en los que podemos confiar.

Draco suspiró, pero finalmente asintió.

—Está bien. Hablaré con ellos. 

05 de enero de 1997

05 de enero de 1997

El Expreso de Hogwarts avanzaba con parsimonia a través de los campos nevados, su silueta escarlata destacando contra el manto blanco que cubría la campiña. Las vacaciones de diciembre habían transcurrido en una calma engañosa, como la quietud que precede a una tormenta, y ahora el trío dorado se acomodaba en un compartimento del tren, cada uno sumergido en sus propios pensamientos.

Hermione, acurrucada en un rincón, devoraba las páginas de un libro tan grueso como su antebrazo, su ceño ligeramente fruncido delatando la intensidad de su concentración. Ron, sentado frente a ella, jugaba al Snap  Explosivo consigo mismo, las cartas detonando en pequeñas explosiones de humo que teñían el aire de un olor a azufre. Harry, por su parte, apoyaba la frente contra el cristal frío de la ventana, sus ojos verdes perdidos en el paisaje que se desvanecía a toda velocidad.

—¿Creen que Malfoy volverá a Hogwarts? —preguntó Harry sin apartar la mirada del exterior, su voz lo suficientemente baja como para que Hermione tuviera que bajar su libro.

El sonido de  las cartas de Ron cesó de golpe, y una de ellas cayó al suelo con un chasquido que resonó en el compartimento.

—No tiene motivos para hacerlo —respondió Hermione con firmeza, clavando sus ojos castaños en Harry—No después de todo lo que pasó.

Ron, percibiendo la tensión, intentó aligerar el ambiente con un encogimiento de hombros.

—Bueno, técnicamente, Malfoy ya es un adulto mágico. Y según lo que vimos, su poder ahora rivaliza con el de Voldemort... quizás incluso supera al de Dumbledore. —Hizo una pausa, mordisqueando el borde de una carta chamuscada—. No creo que venir a clases de Transformaciones sea exactamente... emocionante para él.

Hermione lanzó un suspiro, pasando las páginas de su libro con más fuerza de la necesaria.

—Tienes razón. Aunque si lo veo, pienso preguntarle más sobre ese proceso de emancipación mágica que sufrió —murmuró, más para sí misma que para ellos, como si se tratara de un enigma que su mente lógica aún no lograba descifrar— Hay algo en eso que no encaja.

Harry guardó silencio, sus dedos tamborileando contra el marco de la ventana. El nombre de Malfoy siempre había sido capaz de despertar algo en él, pero ahora esa sensación era diferente, más intensa, más punzante.

—Ese muggle... Harlan. —Harry rompió el silencio de nuevo, esta vez girándose para mirar a sus amigos— Parecía conocerlo. Demasiado bien.

Hermione y Ron intercambiaron una mirada cargada de significado.

—Harlan parecía un chico amable —dijo Hermione con estudiada neutralidad, observando de reojo cómo los dedos de Harry se tensaban contra sus rodillas— Es posible que se hayan hecho amigos.

Harry apretó la mandíbula, incapaz de contener el siguiente pensamiento que brotó de sus labios.

—O podrían ser algo más que amigos.

El compartimento se sumió en un silencio eléctrico. Hermione no pudo evitar una pequeña sonrisa de satisfacción al ver cómo los nudillos de Harry palidecían al cerrar los puños con fuerza. Era hora de que ese idiota se diera cuenta.

Después de todos esos años de peleas, de miradas cargadas, de palabras afiladas que escondían algo más... era obvio que Harry Potter estaba perdidamente enamorado de Draco Malfoy. 

31 de Marzo de 1997

31 de Marzo de 1997

—¡Draco!

El grito desgarrador de Harlan rasgó la quietud de la noche en los jardines de la Mansión Malfoy. De la oscuridad surgieron siluetas encapuchadas, docenas, quizás cientos, emergiendo como sombras vivientes, sus varitas apuntando hacia ellos con intención letal.

—¡Protego Maxima!

Una barrera plateada, brillante como el filo de una espada, estalló alrededor de la propiedad, ondulando como si estuviera viva. Los mortífagos chocaron contra ella con furia, sus maldiciones estrellándose contra el escudo en destellos de luz roja y verde, pero la magia de Draco era impenetrable.

Harlan sintió que las piernas le flaqueaban. Era un muggle. No tenía varita, no conocía hechizos, no podía defenderse. Por primera vez, entendió el terror puro que debían sentir los no-mágicos ante este mundo oculto. ¿Cómo podía alguien vivir así? ¿Cómo podía los muggles haber crecido sin saber que existían criaturas y magos capaces de arrancarles la vida con un susurro?

—Harlan, ¿estás bien?

Draco apareció a su lado en un instante, su mano fría pero firme agarrando el hombro de Harlan. Su presencia era un ancla en medio del caos, pero incluso él, el mago más poderoso de su generación, no podía borrar el miedo que paralizaba el cuerpo de Harlan.

—Draco... —murmuró, enterrando el rostro en el pecho del rubio, buscando refugio en el olor a menta y pergamino que siempre lo envolvía— Creo que es hora de ir a Hogwarts.

Desde que los gemelos Weasley habían recuperado el relicario de Slytherin (no sin antes sufrir las consecuencias de enfrentarse a un Kreacher especialmente violento), Harlan había notado cómo Draco evitaba el tema de la diadema de Ravenclaw. Siempre había una excusa: "Hay que esperar más información""No es el momento""No quiero alertar a Voldemort".

Pero Harlan sabía la verdad.

—No puedes huir de él para siempre.

Draco cerró los ojos, como si las palabras lo golpearan físicamente. Cuando los abrió de nuevo, ya no había rastro del arrogante heredero de los Malfoy, solo dolor.

—Solo dime una vez más, Harlan. —Su voz era apenas un susurro, frágil, como si temiera la respuesta—. ¿Harry es realmente feliz con Ginny Weasley?

Harlan apretó los puños, maldiciendo mentalmente a Harry Potter por enésima vez desde que El Profeta había anunciado su compromiso. La foto de portada los mostraba sonriendo en un restaurante lujoso, rodeados de rosas y corazones de San Valentín. Ginny, radiante; Harry, con esa sonrisa torcida que Harlan odiaba porque no era sincera. Porque no era para Draco.

—Sí. —dijó, ahogando el remordimiento—Están destinados a casarse. A tener hijos. Será... muy feliz.

Draco lo abrazó con fuerza, como si Harlan fuera lo único que lo mantenía en pie. Y en ese momento, algo se quebró dentro de él.

Los ojos plateados de Draco, antes llenos de fuego y desafío, ahora eran hielo. Vacíos.

—Entonces es hora de terminar esto. —susurró, alzando la varita hacia el cielo—. Hogwarts nos espera.

Y mientras la barrera plateada se disolvía, dejando a los mortífagos tambaleándose por el contraataque mágico, Draco Malfoy enterraba su corazón junto con cualquier esperanza.

Harry Potter ya no era su destino.

Y eso lo convertía en algo mucho más peligroso.

Y eso lo convertía en algo mucho más peligroso

 

 

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