Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal

Harry Potter - J. K. Rowling
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Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal
Summary
-Harry Potter ha muerto-gritó Voldemort.Draco Malfoy viaja al pasado mediante un peculiar giratiempo.¿Qué pasaría si regresar al año de Hogwarts donde todo empezó a salir mal?¿Qué pasaría si Draco Malfoy finge estar a lado de Voldemort para traicionarlo?Todo el mundo de Harry Potter pertenece a J.K Rowling.
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Pasado, Presente y Futuro

Después de tranquilizarme, me acomodo en el sillón desgastado, sintiendo cómo la madera cruje bajo mi peso. Harlan se sienta frente a mí, en una silla tambaleante, con los ojos fijos en mí, expectante. Por un momento, dudo si contarle todo, pero algo en su mirada, en esa extraña mezcla de curiosidad y compasión, me hace abrirme. Comienzo a hablar, como si estuviera contando una historia que no me importara, como si fuera algo trivial. Pero en realidad, cada palabra que sale de mi boca lleva el peso de años de secretos, de dolor y de decisiones que han marcado mi vida.

Le cuento todo. Desde mi infancia en la Mansión Malfoy, criado bajo las sombrías enseñanzas de mi padre, Lucius, y las expectativas de mi madre, Narcisa. Le hablo de cómo crecí creyendo en la pureza de la sangre, en la superioridad de los magos sobre los muggles, y de cómo todo eso se derrumbó cuando me vi obligado a servir a Voldemort. Le cuento sobre el miedo que sentí al tener que matar a Dumbledore, sobre la culpa que me consumió después de aquel acto fallido, y sobre cómo me di cuenta de que estaba del lado equivocado.

Luego, le hablo del giramtiempo. Le explico cómo, después de la guerra, encontré un artefacto mágico antiguo en los archivos de Malfoy, un objeto que me permitió regresar al pasado. No le doy todos los detalles, pero le cuento cómo usé ese poder para cambiar cosas, para intentar enmendar mis errores. Le hablo de cómo me convertí en Darcy Dumbledore, un nombre falso que adopté para infiltrarme en el mundo mágico sin ser reconocido. Le cuento cómo cambié eventos clave, cómo salvé a algunas personas y cómo, en el proceso, me convertí en el discípulo de Voldemort, no por lealtad, sino para sabotearlo desde dentro.

También le hablo de mi núcleo mágico, algo que pocos saben. Le explico cómo, durante una visita a Gringotts, los duendes me revelaron una profecía: que mi núcleo mágico estaba ligado a algo mucho más grande, algo que ni siquiera ellos podían comprender del todo. Eso me llevó a explorar magias antiguas, a buscar respuestas que nadie más tenía. Pero nunca le menciono a Harry. Eso es demasiado privado, demasiado mío. Mi amor por él, mi obsesión, mi dolor... eso lo guardo para mí. Es la única cosa que no estoy dispuesto a compartir.

Mientras hablo, algo dentro de mí se alivia. Es como si hubiera estado cargando una herida abierta durante años, y ahora, por fin, estuviera sanando. Harlan me escucha en silencio, sin interrumpir, sin juzgar. Sus ojos verdes reflejan comprensión, como si realmente entendiera el peso de lo que estoy diciendo.

Cuando termino, el silencio llena la cabaña. Harlan se reclina en su silla, pensativo, y luego dice:

—Eso explica muchas cosas—murmura—. Pero hay algo que no entiendo. Si cambiaste tanto el pasado, ¿por qué sigues aquí, en este momento, conmigo? ¿No deberías haber alterado todo hasta el punto de que esto no existiera?

Es una pregunta inteligente, y por un momento, no sé cómo responder. Finalmente, digo:

—El tiempo es complicado. No es una línea recta, sino más bien una red de posibilidades. Cambié muchas cosas, pero algunas... algunas son inevitables. Algunas personas, algunos eventos, parecen estar destinados a suceder, sin importar lo que hagas.

Harlan asiente lentamente, como si estuviera procesando todo lo que le he contado. Luego, con una sonrisa tímida, dice:

—Bueno, Draco, o Darcy, o como quieras que te llame... gracias por confiar en mí. Sé que no fue fácil.

—No lo fue—admito, sintiendo un peso menos en mi pecho—. Pero necesitaba contárselo a alguien. Y por alguna razón, tú... pareces entender.

—¿Estás enamorado de Harry Potter?—pregunta Harlan, mirándome con una comprensión que me desarma. Sin decir nada más, coloca su mano sobre la mía, y su toque, cálido y firme, me brinda un consuelo que no esperaba.

—¿Es demasiado evidente?—pregunto con una sonrisa irónica en mis labios, tratando de ocultar la vulnerabilidad que sus palabras han despertado en mí.

—Nadie viaja al pasado solo por arrepentimiento—dice Harlan con una suavidad que me sorprende— Debiste tener otra razón para hacerlo. El amor.

Sus palabras me golpean con una fuerza inesperada. Harlan tiene razón. Mi viaje en el tiempo no fue solo por redención o por cambiar el curso de la guerra. Fue por él. Por Harry. Por la posibilidad de que, tal vez, esta vez las cosas pudieran ser diferentes.

Pero la expresión de Harlan cambia de repente. Su sonrisa se congela, como si algo lo hubiera perturbado profundamente.

—¿Qué sucede?—pregunto, preocupado por su repentino cambio de actitud.

—Nada—murmura, evitando mi mirada—. Solo... ¿cómo planeas detener el ataque de Voldemort?

—Lo enfrentaré—respondo con determinación, levantándome del sillón—. En este momento, necesito asesinar a mi padre para heredar la casa Malfoy y acceder a la bóveda de los Lestrange.

Harlan me mira con los ojos ligeramente entrecerrados, como si estuviera evaluando cada una de mis palabras.

—¿Estás buscando los horrocruxes?—pregunta, y su tono sugiere que ya sabe la respuesta.

—Sí—admito, mirándolo con esperanza—. ¿Sabes qué hay en esa bóveda?

—Sí lo sé—responde sin vacilar— Es una copa. La copa de Helga Hufflepuff.

Mis esperanzas aumentan. Harlan no solo conoce los horrocruxes, sino que parece saber exactamente dónde están.

—¿Sabes cuáles son los otros horrocruxes?—pregunto, conteniendo la emoción en mi voz.

Harlan asiente con la cabeza, y por un momento, siento que el peso de la guerra se alivia un poco.

—No te preocupes—le digo, mirándolo a los ojos— Te protegeré. Nadie te hará daño. Ven conmigo, ayúdame a derrotar a Voldemort, y te prometo que cuidaré de ti con mi vida.

Mis palabras son sinceras. Necesito a Harlan. No solo por su conocimiento, sino porque, de alguna manera, su presencia me hace sentir menos solo en esta batalla que parece no tener fin.

—¿Lo prometes?—pregunta, buscando confirmación en mi mirada.

—Lo prometo—respondo sin dudar—. Nadie te tocará un pelo.

Harlan asiente, pero luego añade algo que me desconcierta. 

—Confío en ti. Y no tienes que preocuparte por Harry Potter. Él no morirá —dice Harlan con una certeza inquebrantable, como si estuviera convencido de que el protagonista de esta historia jamás podría perecer.

Sus palabras, en lugar de aliviarme, me hieren. Harry no me necesita. Nunca me necesitó. Todo lo que hice fue en vano. Solo empeoré el pasado, el presente y el futuro. Mi intervención fue innecesaria.

—Déjame hacerte una pregunta, Harlan —digo, tratando de contener mis lágrimas. Me humedezco los labios, sintiendo un nudo de angustia en la garganta—. Harry... ¿es feliz en el futuro que conocías antes de que yo viajara en el tiempo?

Harlan me observa con tristeza y evita mi mirada. El silencio entre nosotros es denso, cargado de una verdad que ya sé pero que me niego a aceptar.

—Sí —murmura al fin—. Harry es muy feliz. Se casa y tiene tres hijos.

Su voz es casi un susurro, como si no quisiera decírmelo, pero al mismo tiempo sabe que es lo único que podría hacerme reaccionar.

El golpe es brutal. Me desplomo en el sillón y entierro mi rostro entre mis manos. Un temblor me sacude el cuerpo y no puedo evitarlo más. Las lágrimas comienzan a empapar mis dedos, cayendo con un peso insoportable.

—Todo lo que hice fue en vano... —mi voz se quiebra entre sollozos, un lamento roto que apenas logro reconocer.

Harlan se acerca sin dudarlo y se arrodilla a mi lado. Con cuidado, coloca una mano en mi rodilla, en un gesto que es a la vez firme y reconfortante.

—No lo fue —su tono es suave, pero lleno de convicción—. Tú lograste hacerlo más feliz. Si Sirius Black hubiera muerto, o si Dumbledore hubiera seguido envenenado y muriera en esa torre de Astronomía, Harry habría quedado destruido. Tú evitaste que eso sucediera. Le diste algo que nadie más le habría dado... Tú lo protegiste. Evitaste que la guerra recayera completamente sobre un niño inocente, aunque el costo haya sido que tú quedaras destruido en el proceso.

Sus palabras son un bálsamo para mi alma herida, pero no puedo evitar sentir que no las merezco.

—Todo esto lo merezco —murmuro, sin levantar la cabeza—. Cometí tantos crímenes cuando me uní a los mortífagos... y en esta vida hice lo mismo. Asesiné a muggles y a cientos de magos solo para ganarme la confianza de Voldemort.

Harlan me mira con una intensidad que me sorprende.

—Eso no fue tu culpa —dice Harlan, tomando mis manos y apartándolas de mi rostro para obligarme a mirarlo—. Todo eso fue culpa de tus padres. Eres y serás un niño que creció demasiado rápido. No te mereces esto, Draco. Nadie lo merece.

Mi vista se nubla y me rompo completamente. Siempre quise que alguien me dijera eso. Cuando estaba escondido en la Mansión Malfoy, aterrado de los mortífagos, convencido de que moriría... Nadie lo hizo. Lo único que recibí fue desprecio y golpes por parte de mis propios padres.

—La culpa es de los adultos que no supieron proteger a los niños en medio de la guerra —murmura Harlan, antes de abrazarme con fuerza—. No te preocupes, Draco. Yo te cuidaré.

Una sonrisa, rota pero sincera, se forma en mi rostro en medio del llanto. Es irónico. Un muggle que parece frágil, sin magia, prometiéndome que me protegerá. No tiene lógica, pero hay algo en sus palabras que me reconforta.

—Tú serás feliz. Tendrás amor. Y para eso no necesitas a nadie, solo a ti mismo —afirma Harlan.

Quiero creerle, pero mi corazón está demasiado lleno de dudas. Permanecemos así, abrazados, y su cercanía es como un bálsamo. Es la primera vez en años que siento que no estoy solo en esta carga.

Entonces, un estruendo interrumpe el momento. Las alarmas mágicas que instalé en la cabaña comienzan a sonar, un eco penetrante que rasga la calma como una advertencia urgente.

Me separo de Harlan de inmediato, limpiando mis lágrimas con el dorso de la mano. Él luce confundido, sus ojos recorriendo la cabaña como si los mortífagos fueran a materializarse de la nada.

—Están aquí —murmuro con frialdad.

Harlan traga saliva, su expresión reflejando una mezcla de miedo y determinación.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta con la voz tensa.

—Tú, nada. Lo haré yo —respondo con firmeza.

Me quito el collar que me dieron los gemelos Weasley y lo coloco en sus manos. Harlan me mira con confusión.

—Grita el nombre de los gemelos Weasleys  y te aparecerás en su tienda —le ordeno.

—¿Y tú qué? —pregunta con preocupación evidente.

—Debo convertirme en el jefe de la casa Malfoy —digo con determinación—. ¿O tienes otra idea para entrar a Gringotts?

—Podemos hacer lo que hizo Harry —sugiere Harlan.

Alzo una ceja, incrédulo.

—¿Montar un dragón y escapar volando? No es mi estilo.

Harlan hace una mueca.

—Tampoco fue una gran idea —admite—. ¿Morirás?

Niego con la cabeza.

—No soy tan débil.

Harlan sonríe.

—Eres tan presuntuoso como te recuerdo.

Le devuelvo la sonrisa.

—Los hábitos no se van tan rápido, aunque viajes al pasado.

Harlan sujeta el collar con fuerza entre sus manos.

—Si mueres, te juro que te daré una paliza.—dice con firmeza—. Espero que asesines al hijo de puta de tu padre, y que te lleves a muchos mortifagos al infierno. Y si no logras salvar al pueblo, no sera tu culpa. 

Antes de que pueda decir algo más, Harlan grita el nombre de los gemelos y desaparece en un destello de luz.

Salgo de la cabaña, sintiendo el peso de la noche y la presencia de los mortífagos que se reúnen a mi alrededor. Miro a los encapuchados que me rodean y sonrío, no con alegría, sino con resignación. Puede que viajar al pasado no haya servido de nada, y que solo haya alterado el futuro perfecto de Harry, pero me consuela saber que al menos lo ayudé a ser..... menos infeliz. 

Eso me basta. Y aunque no sobreviva al menos se que el sera feliz, y que no me necesita. 

La habitación de los gemelos en la base de la Orden del Fénix era pequeña, con las paredes cubiertas de humedad y el aire impregnado de un olor rancio a encierro

La habitación de los gemelos en la base de la Orden del Fénix era pequeña, con las paredes cubiertas de humedad y el aire impregnado de un olor rancio a encierro. Apenas cabían sus camas y un baúl repleto de artefactos explosivos de su invención. La tenue luz de una vela parpadeaba en la mesita de noche, proyectando sombras largas y temblorosas.

Fred y George estaban en pijamas, recostados sobre sus camas, con la vista perdida en el techo después de haber sido testigos de la propuesta de matrimonio más patética en la historia de la humanidad.

—Quizá sea buena idea irnos mañana —murmuró Fred, girando la cabeza para mirar a su gemelo.

—Sí, es lo mejor —coincidió George con un suspiro.

El silencio se instaló por unos segundos, roto solo por el crujir de la madera bajo el peso de la humedad. Fred frunció el ceño, inquieto.

—Draco quizá necesite nuestra ayuda. ¿Crees que esté bien? —preguntó en voz baja, con un matiz de preocupación poco común en él.

Antes de que George pudiera responder, la puerta se abrió de golpe, dejando pasar a Ron, quien entró arrastrando los pies. Llevaba una almohada abrazada contra su pecho, su cabello rojo revuelto y sus ojos abiertos de más, como si hubiera visto algo que no deseaba recordar.

—No puedo aguantar más —dijo con voz lastimera, dejando caer la cabeza contra la almohada—. Ginny no suelta a Harry, solo quiere estar besándolo. Y lo hacen en nuestra habitación.

Fred y George se miraron con expresiones idénticas de asco, como si Ron acabara de anunciar que había pisado caca de dragón y la había traído dentro.

—Vete a la habitación de Hermione —dijeron al unísono, apuntando hacia la puerta.

—¡No puedo! —chilló Ron—. ¡Un hombre y una mujer no pueden estar en la misma habitación!

George resopló con exasperación, mientras Fred esbozaba una sonrisa maliciosa.

—¿Y dónde está el hombre? —preguntó con fingida inocencia—. Solo estaría la mujer.

El rostro de Ron se tiñó de rojo en un instante, furioso y avergonzado. Abrió la boca para replicar, pero justo en ese momento, una luz plateada irrumpió en la habitación. De la nada, una tarántula brillante y espectral emergió en el aire, moviendo sus patas metálicas con precisión aterradora. Su boca se abrió y la voz de Lee Jordan resonó con urgencia:

—¡Nos atacan! ¡Invasores en la tienda!

Los gemelos saltaron de la cama al mismo tiempo. Su actitud juguetona desapareció en un instante. Sin perder tiempo, alargaron la mano hacia sus anillos gemelos, idénticos salvo por un pequeño grabado en la parte interna. Con un giro sincronizado, ambos desaparecieron en un parpadeo.

Ron se quedó paralizado solo un segundo, con el corazón golpeándole el pecho.

—Mortífagos —susurró con terror antes de salir corriendo de la habitación en busca de ayuda.

Harlan apareció en una pequeña sala repleta de artilugios extraños, muchos de los cuales emitían sonidos inquietantes o brillaban con luces intermitentes

Harlan apareció en una pequeña sala repleta de artilugios extraños, muchos de los cuales emitían sonidos inquietantes o brillaban con luces intermitentes. Sabía muy bien que, si algo caracterizaba a los gemelos Weasley, era que sus creaciones rara vez eran seguras. Con precaución, se apartó de los objetos más sospechosos y avanzó con cuidado, buscando a los gemelos. Necesitaba su ayuda para Draco, algo en su interior le decía que el chico estaba al borde de un abismo del que no quería salir.

Recorrió la pequeña casa, pero no encontró a nadie. La sensación de estar solo en un lugar tan lleno de magia lo puso nervioso. Como buen muggle, decidió armarse con lo primero que encontró: un sartén de hierro que tomó de la cocina. Lo sostuvo con firmeza, sintiendo que era su única defensa en un mundo que apenas comenzaba a entender.

De repente, antes de que pudiera reaccionar, escuchó una voz susurrar detrás de él. 

Petrificus Totalus.

Un escalofrío recorrió su espalda y soltó un grito de miedo. Sin embargo, el collar que Draco le había dado reaccionó al instante, desplegando un escudo protector alrededor de Harlan. El hechizo rebotó y golpeó a un chico moreno que estaba detrás de él, dejándolo petrificado en el acto. Con el corazón acelerado y sin pensar en las consecuencias, Harlan giró y le dio un fuerte sartenazo al chico, quien, por supuesto, no pudo moverse ni defenderse.

—¡Maldito hijo de puta! —gritó Harlan, aún temblando por el susto—. ¡Eso es por asustarme! ¿Te atreves a usar magia contra un muggle?

Miró al chico petrificado con una mezcla de enojo y satisfacción, y, sin poder contenerse, le dio otro sartenazo. Pero antes de que pudiera prepararse para un tercer golpe, dos figuras aparecieron de la nada, sorprendidas por la escena. 

Sin dudarlo, los recién llegados comenzaron a lanzarle hechizos. Harlan, asustado, se agachó y gritó, pero una vez más, el collar de Draco entró en acción. Un poderoso escudo se formó alrededor de él, desviando los hechizos hacia los gemelos Weasley, quienes cayeron al suelo, aturdidos y con expresiones de total incredulidad.

—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —exclamó uno de los gemelos, frotándose la cabeza mientras se incorporaba.

Harlan, aún sosteniendo el sartén con firmeza, los miró con una mezcla de alivio y frustración.

—¡Ustedes dos son los que necesito! —dijo, tratando de recuperar el aliento—. Draco está en problemas, y si no hacemos algo pronto, creo que... —se interrumpió, sin querer terminar la frase.

Los gemelos se miraron entre sí, y luego a Harlan, quien seguía empuñando el sartén como si fuera una varita mágica. Uno de ellos no pudo evitar esbozar una sonrisa, a pesar de la situación.

—Bueno, parece que alguien sabe defenderse —dijo el otro, levantándose y mirando con curiosidad el collar que Harlan llevaba—. Ese artefacto es... interesante. ¿Draco te lo dio? Es diferente al que le dimos, ahora ese collar es más que un traslador. 

Harlan asintió, bajando lentamente el sartén.

—Sí, y creo que lo hizo porque sabía que iba a necesitarlo. Ahora, ¿van a ayudarme o no?

Los gemelos intercambiaron una mirada cómplice antes de asentir.

—Claro que te ayudaremos —dijeron al unísono, recuperando su habitual tono despreocupado—Pero primero, ¿puedes dejar ese sartén? Nos está dando un poco de miedo.

Harlan miró el sartén y luego a los gemelos, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, una sonrisa asomó en su rostro.

—Solo si prometen no lanzarme más hechizos —dijo, dejando el sartén en el suelo.

—Trato hecho —respondieron los gemelos. 

Harlan miro a los gemelos con preocupación. 

—¿Él te envió a pedir ayuda? —preguntó uno de los pelirrojos, Fred, mirando hacia su hermano George con una ceja levantada, como si sospechara que había algo más detrás de la visita de Harlan.

—No —responde Harlan rápidamente, ajustando el collar que Draco le había dado,  y que ahora sentía más pesado que nunca—. Solo me dijo que aquí estaría seguro. Pero él no está bien. Algo malo le va a pasar. Tienen que ayudarlo.

Los gemelos se miraron entre sí, y por un momento, pareció que iban a decir algo, pero luego negaron con la cabeza al unísono.

—No podemos hacer eso —dijo George, cruzando los brazos—. A Draco le gusta cazar solo. Siempre ha sido así.

—¿Están locos? —grito Harlan, sintiendo que la desesperación se apoderaba de él— ¡No entienden! ¡Esto no es una cacería! ¡Esto es... esto es algo peor!

—Draco estará bien —dijo Fred, aunque su voz sonaba más como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo que a mí— No morirá. Él es... bueno, es Draco.

Harlan los  miró fijamente, sintiendo que la frustración hervía dentro de él. Sin pensarlo dos veces, levantó el sartén del suelo y trató de darles un sartenazo, pero ambos esquivaron el golpe con una facilidad exasperante.

—No seremos tan tontos como Lee —dijo Fred, señalando con la cabeza hacia el chico moreno que seguía petrificado en el suelo, con los ojos abiertos y una expresión de sorpresa congelada en su rostro.

—Malditos mocosos —murmuró Harlan, bajando el sartén y sintiendo cómo el enojo se mezclaba con la impotencia—. Si fuera mago, les patearía el trasero para educarlos.

Fred y George intercambiaron una mirada divertida antes de que Fred preguntara. 

—¿Por qué hablas como si fueras mayor que nosotros? —preguntó, mirando a Harlan de arriba abajo. Harlan era alto, pero delgado, y su aspecto no inspiraba precisamente respeto.

—¿Cuántos años tienes? —añadió George, con una curiosidad genuina en su voz.

—¿Qué te importa? —responde Harlan, dejándose caer en la silla más cercana y apoyando el sartén contra la mesa. Su mente seguía dando vueltas alrededor de Draco— ¿De verdad creen que Draco estará bien? Me dijo que es poderoso, pero no sé si pueda enfrentarse a... a Voldemort.

Los gemelos se quedaron en silencio por un momento, como si el nombre les hubiera quitado el aire. Finalmente, George preguntó. 

—¿Él te habló del Que-No-Debe-Ser-Nombrado? —su voz era más baja ahora, casi un susurro.

—Sí —responde Harlan, sin entender por qué parecían tan sorprendidos—. ¿Por qué no lo haría?

—Porque eres un muggle —dijo Fred, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—¿Y cómo conoces a Draco? —preguntó George, inclinándose hacia adelante, como si finalmente hubiera decidido que era el momento de hacer esa pregunta.

Harlan los miró a ambos, sintiendo que no tenía nada que perder.

—Soy un amigo —dijo, encogiéndome de hombros—. Nos conocimos no hace mucho. —No mentía, pero tampoco dio muchos detalles. No era el momento—. ¿Y si le decimos a la Orden del Fénix que lo vayan a ayudar? —preguntó Harlan, mirándolos con una esperanza que no quería admitir que sentía.

Fred y George intercambiaron una mirada seria antes de que Fred respondiera. 

—No sería una buena idea. La Orden está dividida ahora mismo. No confían en Draco.

—¿No confían en él después de que les salvó el culo varias veces? —preguntó Harlan, incapaz de ocultar su incredulidad.

—Eso mismo pensamos mi hermano y yo —murmuró George, con un tono de amargura en su voz que no se había escuchado antes.

—Todos son unos idiotas —dijo Harlan, levantándose de la silla y sintiendo que la rabia lo consumía—. ¡Todos! —gritó, lanzando maldiciones al techo, aunque sabía que no servían de nada. No era mago, después de todo.

Fred y George me miraron en silencio, como si no supieran qué decir. Finalmente, Fred se acercó y puso una mano sobre su hombro.

—Escucha, chico —dijo, con un tono más serio de lo habitual—. Sabemos que te importa Draco. A nosotros también nos importa. Pero él... él tiene sus propias batallas que pelear. Y a veces, lo único que podemos hacer es confiar en que sabrá cómo salir de ellas.

—Pero ¿y si no puede? —preguntó Harlan, con voz temblorosa—. ¿Y si esta vez es demasiado?

George se acercó y se sentó frente a él.

—Draco es más fuerte de lo que parece —dijo—. Y si algo hemos aprendido de él, es que siempre encuentra una manera de salir adelante. Incluso cuando todo parece perdido.

—Pero... —comenzó a decir Harlan, pero se detuvo. No sabía qué más decir. Solo sabía que no podía quedarse sentado sin hacer nada.

Fred suspiró y se sentó al lado de su hermano.

—Mira, no podemos prometerte nada —dijo—. Pero si algo pasa, estaremos ahí para él. Y para ti también.

—Gracias —murmuró, bajando la cabeza y sintiendo que el peso en su pecho no se aliviaba ni un poco. 

Un enorme estruendo detuvo mis preocupaciones justo cuando la sala comenzó a llenarse de siluetas que aparecían de la nada, como si el aire mismo se estuviera materializando en personas

Un enorme estruendo detuvo mis preocupaciones justo cuando la sala comenzó a llenarse de siluetas que aparecían de la nada, como si el aire mismo se estuviera materializando en personas. 

Solté un gritito de sorpresa, mientras Fred y George se movían con una rapidez asombrosa para ponerse frente a él, como si fueran un escudo humano. Sus rostros, usualmente llenos de bromas y sonrisas, ahora estaban serios, casi protectores.

Las figuras empezaron a tomar forma, y poco a poco pude distinguir quiénes eran. La primera en aparecer claramente fue una señora pelirroja de rostro cálido pero preocupado. Era regordeta, con una pijama holgada y algo desgastada que parecía haber sido usada demasiadas veces. A su lado, un hombre de cabello rojo igualmente despeinado y con una pijama que parecía gemela de la de ella. Ambos tenían ese aire de padres preocupados, aunque en ese momento parecían más confundidos que otra cosa.

Luego, mi atención se desvió hacia un hombre de cabello largo y negro como la tinta, con una piel pálida que contrastaba con sus ojos intensos y oscuros. Estaba al lado de otro hombre, de cabello castaño desordenado y una cicatriz que le cruzaba la mejilla. Ambos eran sorprendentemente guapos, aunque de maneras completamente diferentes. El primero tenía un aire misterioso y algo sombrío, mientras que el segundo irradiaba una especie de nobleza cansada, como si hubiera cargado con demasiado durante demasiado tiempo.

Mi respiración se aceleró cuando reconocí al trío de oro. Allí estaban, tal como los había imaginado tantas veces. Hermione Granger, con su pijama verde sencilla y su cabello ondulado despeinado, como si acabara de salir de la cama. Aún así, su expresión era de determinación, y sus ojos brillaban con esa inteligencia que siempre la había caracterizado. Era tan valiente, tan brillante... era imposible no admirarla.

Ron Weasley estaba a su lado, y era exactamente como lo había imaginado: alto, delgado pero con una contextura musculosa que delataba que no era ajeno al ejercicio. Su rostro era guapo, aunque tenía esa expresión ligeramente torpe que siempre lo hacía parecer un poco despistado. Aún así, había algo en él que resultaba encantador, como si su torpeza fuera parte de su atractivo.

Y luego estaba Harry. Harry Potter. Era más bajo de lo que había imaginado, más bajo que yo, incluso. Pero su figura era impresionante: delgado, ágil, con una presencia que llenaba la habitación. Sus ojos verdes brillaban detrás de sus gafas, y su cabello desordenado parecía desafiar cualquier intento de domarlo. Era tan... lindo. No me sorprendía que Draco se hubiera enamorado de él. Los dos habrían formado una pareja increíble, si no fuera por...

Mi mirada se desvió hacia Ginny Weasley, quien estaba de pie junto a Harry, agarrando su mano con fuerza, como si temiera que alguien se lo fuera a llevar. En su otra mano sostenía su varita con firmeza, lista para actuar si era necesario. Su cabello rojo caía en ondas sobre sus hombros, y sus ojos marrones brillaban con una mezcla de determinación y preocupación. Era hermosa, no podía negarlo, pero en ese momento, sentí una punzada de resentimiento hacia ella. ¿Por qué tenía que ser ella la que estuviera a su lado? ¿Por qué no podía ser Draco?

—¿Dónde están los mortífagos? —gritó el hombre de cabello negro y desgreñado, cuya mirada salvaje y agitada solo podía pertenecer a Sirius Black. Su rostro, marcado por años de angustia y encierro, lucía tenso, y sus ojos grises brillaban con una mezcla de furia y preocupación. Llevaba una túnica oscura y desaliñada, como si se hubiera vestido apresuradamente.

—¿De qué hablas? —respondió Fred, bajando rápidamente su varita al reconocer a los recién llegados. Su expresión de alerta se relajó un poco, pero aún mantenía una postura defensiva, como si no estuviera seguro de cómo manejar la situación.

—Ron nos dijo que recibieron un Patronus de Lee, advirtiendo que la tienda estaba siendo atacada. Pensamos que eran mortífagos —explicó Remus Lupin, cuyo rostro cansado y marcado por cicatrices le daba un aire de sabiduría y paciencia. Sus ojos dorados me miraron con curiosidad, como si intentara descifrar quién era yo y qué hacía allí.

—No estamos siendo atacados —aclaró George, lanzando una mirada asesina hacia Ron, quien se encogió de hombros, incómodo bajo la mirada de su hermano—. Simplemente llegó una visita, y Lee la confundió con un atacante.

—Menos mal, hijo —murmuró Arthur Weasley, aliviado. Su rostro, aunque cansado, mostraba una bondad innata. Llevaba unas gafas redondas que se empañaron ligeramente por el calor de la situación, y su pijama vieja y remendada le daba un aire de padre cariñoso pero distraído.

—Pensé lo peor —susurró Molly Weasley, llevándose una mano al pecho. Sus ojos, llenos de preocupación, brillaban con lágrimas reprimidas. Su cabello rojo, aunque despeinado, aún mantenía ese aire acogedor que la caracterizaba—. Estos tiempos son peligrosos. No podemos permitirnos bajar la guardia.

—Aquí no ha pasado nada, así que pueden irse —dijo George rápidamente, tratando de esconderme detrás de él y Fred. Sus movimientos eran ágiles, pero no lo suficiente para pasar desapercibidos.

—¿A quién están tratando de esconder? —preguntó Ginny con tono acusador, cruzando los brazos. Su cabello rojo caía en ondas sobre sus hombros, y sus ojos marrones brillaban con sospecha—. ¿Acaso alguno de ustedes tiene novio?

—¿Qué estupideces dices, mocosa? —pregunté, saliendo de detrás de los gemelos con una sonrisa irónica. No pude evitar sentir una oleada de emoción al estar frente a los personajes principales del mundo mágico que tanto admiraba. Aunque la situación era tensa, no podía negar que estaba emocionado.

—Mucho gusto, soy Harlan Windsor —me presenté, tratando de alisar mi pijama arrugada, que de repente me pareció ridículamente informal para la ocasión— Draco me ha contado mucho de ustedes.

—¿Draco? —preguntó Hermione, mirándome fijamente. Su cabello castaño y ondulado estaba despeinado, pero su expresión era tan aguda como siempre. Sus ojos marrones, llenos de inteligencia, parecían escudriñar cada una de mis palabras.

La reacción en la sala fue inmediata. Todos se tensaron al escuchar el nombre de Draco, como si hubiera mencionado a Voldemort en persona. Fred y George intentaron callarme con miradas urgentes, pero yo necesitaba que entendieran la gravedad de la situación. Draco no estaba bien, y lo sabía.

—Sí, Draco y yo nos conocimos hace un tiempo, pero ahora necesita de su ayuda —dije rápidamente, ignorando las miradas de advertencia de los gemelos—. Él está en peligro.

—¿Le pasó algo a Draco? —preguntó Molly, acercándose un poco más. Su rostro, aunque preocupado, mostraba una compasión que me dio esperanza. Tal vez ella podría convencer a los demás de ayudarlo.

—Sí —respondí, acercándome a ella con urgencia—. Cuando me separé de él, se quedó defendiendo una isla para que los mortífagos no mataran a los muggles. Necesita ayuda, ¡ahora!

—¿Salvándolos? ¿No querrás decir asesinándolos? —preguntó Sirius con una risa burlona, ganándose miradas de reproche de Remus, Arthur e incluso Molly, quien parecía estar a punto de regañarlo.

—Cállate, Sirius —dijo Arthur, mirando a su esposa con preocupación antes de volverse hacia mí—. No es momento para bromas.

—Es la verdad —insistió Sirius, ignorando las miradas de desaprobación—. Él es el discípulo del Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Un traidor natural.

Apreté los puños con fuerza, sintiendo que la rabia hervía dentro de mí. No podía quedarme callado.

—¿Tú qué derecho tienes de hablar sobre él? —le grité, avanzando un paso hacia él—. Draco salvó tu patética y desgraciada vida en la Sala de los Misterios. ¿Y así le pagas? No eres más que un mago patético que estuvo encerrado en Azkaban de forma tan miserable, dejando todo atrás como si eso pudiera quitarte la culpa de no haber sido el guardián secreto de los Potter. Y para colmo, abandonaste a tu ahijado, que vivió siendo maltratado por sus tíos. Todo el daño que le hicieron es tu culpa, por no cuidar lo único que debió importarte en ese momento. ¡Maldito idiota!

Mi respiración se volvió agitada después de soltar todo eso, pero no me arrepentí. Sirius parecía aturdido, como si mis palabras lo hubieran golpeado físicamente. Su rostro palideció, y por un momento, pareció que iba a llorar.

—¿Tú qué sabes, pequeña mierda? —gritó Sirius, tratando de sacar su varita, pero Remus lo detuvo rápidamente.

—Sirius, baja tu varita. No puedes atacar a un muggle —dijo Remus, con una voz calmada pero firme. Su rostro mostraba preocupación, pero también una especie de resignación, como si estuviera acostumbrado a lidiar con los arrebatos de Sirius.

Todos en la sala soltaron un jadeo de sorpresa al darse cuenta de que yo era un muggle.

—¿Eres un muggle? —preguntó Harry, hablándome por primera vez. Su voz sonaba incrédula, como si no pudiera entender cómo alguien como yo había llegado hasta allí.

—Sí —respondí, mirándolo con irritación—. ¿Por qué están tan sorprendidos? ¿Acaso nunca han visto a un muggle antes?

—Draco es un supremacista de sangre —murmuró Harry, como si eso explicara todo.

Lo miré fijamente, sintiendo que mi paciencia se agotaba.

—No conoces a Draco —le dije con firmeza—. Y espero que nunca tengas el privilegio de hacerlo.

—¿Privilegio? Por favor, solo es un mortífago —exclamó Ginny con una risa burlona, cruzando los brazos.

—¿Tú qué sabes? Deja de involucrarte en conversaciones que no te incumben —le espeté, mirándola con enojo. No podía creer que estuvieran siendo tan cerrados de mente.

—Calmémonos —dijo Hermione, levantando las manos en un gesto de paz. Su voz era calmada, pero se notaba que estaba tratando de mantener el control de la situación—. Esto no nos lleva a nada.

—Yo estoy calmado —respondí, poniendo los ojos en blanco. No podía creer que estuvieran discutiendo en lugar de hacer algo.

—Lo que importa ahora es salvar a Draco —dijo Hermione, mirándome con determinación. Su rostro mostraba preocupación, pero también una especie de resolución que me dio esperanza—. Dime, Harlan, ¿sabes dónde está la isla?

Asentí con entusiasmo, sintiendo que finalmente alguien estaba dispuesto a escuchar.

—Yo no iré —murmuró Sirius, con los brazos cruzados y una expresión obstinada—. Ese maldito mortífago puede morir.

—Ojalá hubieras muerto tú, asqueroso perro —le grité, sintiendo que la rabia me consumía—. Tu destino era desaparecer detrás de ese velo. Ojalá lo hicieras ahora mismo.

Sirius parecía a punto de saltar sobre mí, pero Remus lo detuvo de nuevo, esta vez con más firmeza.

—Yo tampoco iré —murmuró Harry, ganándose miradas de sorpresa de todos en la habitación. Incluso yo lo miré con incredulidad. Siempre había descrito a Harry como bondadoso y valiente, el tipo de persona que salvaría a cualquiera, incluso a Draco. No podía creer que lo odiara tanto.

—¡Harry! —exclamó Ron, mirándolo con los ojos llenos de sorpresa.

—No quiero perder a ninguno de ustedes por él —murmuró Harry, con una expresión obstinada que me hizo hervir la sangre.

Por primera vez en mi vida, sentí ganas de golpear a un niño. Pero antes de que pudiera hacer algo, un gran estruendo resonó en la sala. Todos nos giramos hacia el sonido, y allí, en medio de la habitación, apareció Draco.

Su túnica estaba rota y manchada de sangre, su rostro lleno de cortes y moretones. Se tambaleó, sosteniéndose con dificultad mientras su mano agarraba con fuerza algo que no podía distinguir. Su respiración era agitada, y sus ojos plateados, aunque llenos de dolor, aún brillaban con determinación.

—Draco... —murmuré, sintiendo que el corazón se me encogía al verlo en ese estado. Corrí hacia él, ignorando las miradas de sorpresa y preocupación de los demás. Lo único que importaba en ese momento era que estaba vivo.

Mis pies se movieron rápidamente, casi sin pensarlo, y me abalancé sobre Draco, abrazándolo con fuerza

Mis pies se movieron rápidamente, casi sin pensarlo, y me abalancé sobre Draco, abrazándolo con fuerza. Un suspiro de alivio escapó de mis labios al sentir su cuerpo contra el mío, aunque noté de inmediato que mi pijama se empapaba de algo cálido y húmedo. Sangre. No me importó. Si era la sangre de un mortífago, por mí estaba bien. Lo único que importaba era que Draco estaba vivo.

—Estoy bien, Harlan —murmuró Draco, respondiendo a mi abrazo con una debilidad que me partió el corazón. Su voz era suave, casi un susurro, como si estuviera agotado pero no quisiera preocuparme—. Te prometí que te protegería con mi vida, y lo cumpliré.

Un carraspeo incómodo nos hizo separarnos ligeramente. Draco miró por encima de mi hombro, y su expresión cambió de inmediato al darse cuenta de la presencia de la Orden. Su rostro, antes vulnerable, se endureció como si una máscara de frialdad hubiera caído sobre él. Se separó de mi abrazo, pero no soltó mi mano. Al contrario, la sujetó con más fuerza, como si fuera un ancla en medio de la tormenta.

—¿Estás bien, Draco? —preguntó Molly Weasley, acercándose un poco con una expresión de genuina preocupación. Sus ojos, llenos de bondad, parecían querer abrazarlo, pero Draco se mantuvo firme, distante.

—¿Necesitas que te curen? —preguntó Hermione, sorprendiendo a todos en la habitación. Su voz era práctica, pero había una nota de compasión en sus palabras que no pasó desapercibida.

—Estoy bien —respondió Draco con frialdad, aunque no pude evitar notar cómo su voz temblaba ligeramente—. Lamento interrumpir, pero solo vine por Harlan.

—¿Necesitas ayuda con algo? —preguntó uno de los gemelos, Fred o George, con cautela. Ambos lo miraban con respeto. 

—No. Gracias por cuidar de Harlan —dijo Draco, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de agradecimiento formal— Les debo un favor. Despídete, Harlan.

Draco me miró mientras decía eso último, y yo entendí que era mi turno de hablar. Respiré hondo y me volví hacia el grupo, sintiendo que la rabia que había contenido durante toda la conversación finalmente estallaba.

—Fue un desagrado conocerlos —dije, mirándolos uno por uno con una mezcla de enojo y decepción—. Son unos adultos patéticos.

Draco abrió un poco los ojos al escuchar mi despedida, y luego, para sorpresa de todos, soltó una carcajada. Era una risa genuina, llena de diversión y alivio, como si mis palabras hubieran roto la tensión que lo consumía. No pude evitar sonreír con él, sintiendo que, por un momento, todo estaba bien.

Y así, antes de que alguien pudiera responder, Draco apretó mi mano con más fuerza y activó un aparato que llevaba en la otra. Un tirón en el ombligo me indicó que estábamos siendo transportados. Cuando el mundo dejó de girar, me encontré en un lugar completamente diferente: la Mansión Malfoy.

Y me di cuenta de algo. Draco nunca miro en dirección hacia Harry, aunque este buscaba su mirada. 

 

 

 

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