
Encuentro inesperado
24 de diciembre de 1996
Harlan decidió pasar la Navidad como mejor sabía hacerlo: durmiendo. No tenía a nadie con quien celebrar, así que se puso su pijama más cómoda: un pantalón de cuadros negros y verdes, y una camisa de manga larga con una enorme cara del Grinch estampada. Nada podía representar mejor su estado de ánimo en esas fiestas.
El día transcurrió lento, casi arrastrándose. Desde su cabaña, podía oír la música de la fiesta que se celebraba en el pueblo, un eco lejano que llegaba hasta su refugio. Sin embargo, sus ganas de unirse a la celebración eran nulas. A Harlan no le gustaba socializar, especialmente con adultos, y todos en la isla parecían ser mayores que él.
Se sentó en su sala, mirando fijamente la enorme televisión que, en esos tiempos, era más bien una caja gigantesca que parecía pesar más que él mismo. Con un suspiro de aburrimiento, observó cómo caía la noche. La música de la fiesta se volvía cada vez más fuerte, más estridente, pero él permanecía impasible, ajeno al bullicio.
Con los párpados pesados y el sueño apoderándose de él, Harlan se dirigió a su cama. Mientras se acomodaba entre las sábanas, no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al pensar que solo faltaba una semana para irse del país, donde magos locos luchaban por el poder en una guerra que no entendía ni le importaba.
Draco Malfoy se apareció en medio de un bosque denso y sombrío, aunque la isla en la que se encontraba estaba rodeada por el mar, la brisa salada se colaba entre los árboles, acariciando su rostro con un toque frío y húmedo. El olor a sal marina impregnaba el aire, mezclándose con el aroma terroso de la maleza. Con pasos lentos y deliberados, avanzó por el sendero que lo llevaría al pueblo cercano. A lo lejos, las luces brillaban como pequeñas estrellas en la noche, y el eco de una música alegre y distante llegaba hasta sus oídos, arrastrado por el viento.
Mientras caminaba, sus pensamientos se desviaron hacia el pasado, hacia la primera vez que había estado en ese pueblo. Aquella noche, bajo las mismas estrellas y el mismo olor a mar, había cometido su primer asesinato. La imagen del chico que había matado volvió a él con una claridad perturbadora. No era el miedo lo que había visto en los ojos de aquel joven, ni siquiera el odio. Había sido algo mucho peor: lástima. El chico lo había mirado como si lo entendiera, como si supiera que Draco no era más que un peón en un juego mucho más grande. "Hazlo rápido", había susurrado el chico, y Draco, con las manos temblorosas, había cumplido su deseo.
Ese momento lo había perseguido durante años. No era el acto en sí lo que lo atormentaba, sino la comprensión en los ojos de aquel chico. Era como si hubiera visto a través de él, como si hubiera reconocido la fragilidad y el miedo que Draco intentaba ocultar detrás de su máscara de orgullo y desdén.
Mis ojos se posan en una cabaña vieja y desgastada que se alza solitaria en los límites del bosque. Su estructura de madera, carcomida por el tiempo y la humedad, parece doblarse bajo el peso de los años. Las ventanas, rotas y cubiertas de telarañas, reflejan la luz tenue de la luna, y la puerta, medio desprendida de sus goznes, cruje con el más leve movimiento del viento. A simple vista, parece abandonada, pero en estos tiempos, las apariencias engañan. Con un movimiento rápido y preciso de mi varita, lanzo un hechizo de detección para asegurarme de que no hay rastros de vida humana o mágica en su interior. El hechizo confirma lo que sospechaba: está vacía.
Con movimientos precisos, comienzo a trazar runas protectoras en las paredes y el suelo, utilizando mi varita para tejer una red de hechizos que oculten mi presencia y amortigüen cualquier rastro de magia que pueda emanar de mí. Cada símbolo brilla brevemente antes de desvanecerse, integrándose en la estructura de la cabaña. No es un escudo infalible, pero será suficiente para ganar algo de tiempo.
Mientras trabajo, no puedo evitar pensar en el plan que he trazado. Sé que no puedo salvar a todos los muggles del pueblo, no con la fuerza bruta de los mortífagos y la crueldad de Voldemort. Pero tal vez, solo tal vez, pueda distraerlo lo suficiente. Si logro que su ira se concentre en mí, si consigo que me vea como una amenaza lo suficientemente irritante, quizás olvide su sed de sangre hacia los inocentes. Es un plan arriesgado, casi suicida, pero es lo único que se me ocurre.
Con pasos lentos y cautelosos, me acerco a la cabaña. La maleza crece salvaje a su alrededor, y el suelo cruje bajo mis botas. Al empujar la puerta, esta emite un chirrido agudo que resuena en el silencio de la noche. Miro alrededor de la cabaña, y mi cuerpo se paraliza ligeramente al notar que, aunque el exterior parece abandonado, el interior luce habitado.
Hay una manta doblada sobre una silla, un plato con migas de pan sobre la mesa y una taza de té medio vacía. Sin embargo, dado que hay una fiesta en el pueblo, lo más probable es que su habitante esté allí, disfrutando de la celebración. Con un suspiro, me dejo caer con pesadez sobre el sillón desgastado, esperando a que los mortífagos comiencen a aparecer. El tiempo parece arrastrarse lentamente, y el silencio solo se ve interrumpido por el crujido ocasional de la madera y el susurro del viento que se cuela por las rendijas de las paredes.
De repente, un ruido me sobresalta. Me levanto con rapidez, mi varita ya en la mano, y me encuentro cara a cara con un chico que parece haber acabado de despertarse. Lleva una ropa extraña, algo que nunca había visto antes. Nuestros ojos se encuentran, y mi corazón se acelera al reconocer ese rostro. Es imposible, pero ahí está: aquellos ojos verdes claros, el rostro delgado y pálido, y el cabello rubio brillante. Es el mismo chico al que asesiné en el pasado, el mismo que me ha perseguido en mis pesadillas durante meses.
El chico abre los ojos de par en par, como si no pudiera creer lo que está viendo. Su mirada se posa en mi atuendo, una capa negra con capucha que oculta mi rostro, y luego en la varita que sostengo firmemente en mi mano. Deja escapar un grito ahogado de miedo y retrocede hasta chocar contra la pared. Sus ojos verdes, ahora llenos de pánico, miran a su alrededor como si buscara a alguien más.
Alzo mi varita, preparado para borrarle la memoria y esconderlo antes de que lleguen los mortífagos. Sin embargo, un sentimiento extraño se instala en mi pecho, una mezcla de culpa y determinación. En el pasado, lo asesiné. Ahora, quiero protegerlo. Tal vez eso me ofrezca algo de consuelo, aunque sea mínimo.
El chico, al verme alzar la varita, deja de temblar. El miedo en sus ojos se desvanece, y ahí está otra vez: esa mirada que tanto odié y que, al mismo tiempo, me llena de frustración y confusión. Esa mirada que parece ver a través de mí, como si supiera todo lo que he hecho y todo lo que soy. Sin poder evitarlo, pregunto con voz tensa.
—¿Por qué me miras así?
El joven me mira sorprendido al oír mi voz, como si no esperara que le hablara. Sus labios tiemblan ligeramente antes de responder.
—Te compadezco—murmura, mirando fijamente la varita que aún lo apunta— Hazlo rápido.
Esa frase. Otra vez. Las mismas palabras que dijo aquella noche. Un nudo se forma en mi garganta, pero esta vez no voy a ceder.
—No te mataré—digo, bajando lentamente mi varita.
Y es raro. ¿Cómo sabe este muggle sobre las varitas mágicas? ¿Cómo es que no lo detecté cuando lancé el hechizo para comprobar si la cabaña estaba habitada?
—¿Qué?—murmura el rubio, con una mezcla de sorpresa y esperanza en su voz— ¿No me asesinarás?
Niego con la cabeza, pero la duda me corroe. Sin pensarlo dos veces, intento usar legeremancia en él, pero grande es mi sorpresa al encontrarme bloqueado. No puedo penetrar en su mente. Mi magia no funciona sobre él.
Me acerco al chico, acorralándolo contra la pared y presionando la punta de mi varita contra su cuello.
—¿Qué eres tú?—le pregunto con frialdad, mis ojos escudriñando cada detalle de su rostro— ¿Te envió Voldemort?
El chico me mira con horror al oír el nombre de Voldemort. Sus ojos verdes se llenan de confusión y miedo.
—¿Tú eres su mortífago, no? ¿Por qué lo llamas así?—pregunta, mirándome como si yo fuera el enigma, no él.
Mis ojos recorren su rostro, buscando alguna señal de engaño. Noto que esconde algo, pero no sé qué.
—No lo soy—respondo con firmeza—. ¿Cómo sabes todo eso? ¿Acaso tienes familiares magos?
El chico me mira fijamente, como si estuviera tratando de descifrar mi actitud, mi personalidad. Sus ojos parecen saber algo que yo ignoro, y no puedo evitar intentar usar legeremancia otra vez, pero de nuevo, no funciona.
—¿Crees en otros mundos?—pregunta de repente, cambiando por completo el rumbo de la conversación.
—Deja de decir tonterías—digo con seriedad, apretando la varita contra su cuello con más fuerza—. Y dime cómo sabes sobre Voldemort y los mortífagos. Contesta mis preguntas, o quizás quieras conocer el hechizo Cruciatus.
Por primera vez, el chico tiembla de miedo. Su respiración se acelera, y sus manos se aferran a la pared detrás de él. Y mis sospechas aumentan al notar que sabe sobre ese hechizo.
—No, no lo hagas—dice rápidamente— Yo te diré todo. Solo responde una pregunta, y te juro que te contaré todo. ¿Eres un mortífago?
Miro al chico con frialdad, evaluando sus intenciones. Finalmente, respondo.
—No lo soy. Nunca sería un mortífago—digo, y esta vez lo digo con convicción. No esta vez.
El chico asiente lentamente, como si mi respuesta lo hubiera tranquilizado. Luego, con una sonrisa que parece demasiado confiada para alguien en su situación, dice.
—Soy un clarividente.
—¿Qué?—murmuro, sorprendido. Los clarividentes en el mundo mágico son una leyenda, tan raros que solo se conocen dos en toda la historia, y eso fue hace miles de años, en la época de Merlín. Pero un muggle clarividente... eso es imposible—No trates de engañarme. Eso es imposible.
—Pregúntame cualquier cosa—dice el rubio, mirándome fijamente— Yo te conozco. Conozco todo sobre ti.
—Está bien. Seguiré tu juego, pero si me mientes, te haré sufrir una muerte dolorosa.
Sin añadir más, me acomodo en el sillón, observando al muggle que sigue pegado a la pared, inmóvil y tenso. Con un simple gesto, le indico que se siente en el sillón a mi lado. Él obedece, avanzando con pasos lentos y precavidos, como si cualquier movimiento en falso pudiera sellar su destino.
—Te diré toda la verdad, lo prometo —exclamó el chico, llevándose una mano al corazón en un gesto peculiar.
Frunzo el ceño, observándolo con desconfianza. Su expresión es genuina, pero sus movimientos son exagerados, casi teatrales. ¿Intenta convencerme con su actitud o solo juega conmigo?
Cruzo los brazos y lo miro fijamente.
—Entonces, muggle, si eres un clarividente, dime cómo me llamo.
Él parpadea, como si la pregunta le pareciera un reto demasiado simple.
—Tú eres Draco Lucius Malfoy —responde con naturalidad—. ¿Eso lo prueba?
Mis ojos se estrechan mientras lo analizo con más atención.
—Eso no prueba nada. Alguien pudo habértelo dicho.
Las posibilidades giran en mi mente. Algo en este muggle es diferente. No puedo rastrear su magia ni penetrar en su mente con legeremancia. Solo hay dos opciones: o es un subordinado de Voldemort, una marioneta que planea asesinarme, o realmente es un clarividente poderoso, capaz de bloquear la magia de forma natural e inconsciente.
Mis ojos lo miran con más intensidad. Eso no prueba nada. Alguien podría haberle dicho mi nombre.
El chico suspira, como si esperara mi escepticismo.
—Entonces pregunta sobre el futuro —dice el chico, haciendo un puchero como si todo esto fuera un juego.
Lo ignoro y fijo mi mirada en él con renovado interés.
—¿Qué es lo que más aprecia Voldemort?
Si responde "los Horrocruxes", sabré que no tiene relación con él. Pero si dice otra cosa, lo mataré sin dudar.
Nuestros ojos se encuentran, y los suyos, de un verde intenso, parecen sonreír. Como si supiera exactamente lo que estoy intentando hacer.
—Lo que más valora Voldemort son sus Horrocruxes —dice con una seguridad escalofriante.
Mis ojos se abren de sorpresa y, sin poder evitarlo, sonrío. Pero no es una sonrisa amable. Es la sonrisa de alguien que acaba de encontrar la grieta en la armadura de su enemigo. El tiempo de Voldemort se está acabando.
Me levanto del sillón y me inclino sobre él, imponente.
—¿Cómo te llamas, clarividente muggle?
El chico se pone de pie y extiende su mano hacia mí.
—Harlan Windsor —se presenta, estrechando mi mano antes de sacudirla de forma rápida y torpe.
Lo miro con desconcierto.
—¿Qué es esto? —pregunto, observando nuestras manos unidas.
—Es un saludo muggle —responde con una sonrisa, como si estuviera tratando con un niño. Hay algo desconcertante en su actitud.
—Bueno, Harlan, empaca tus cosas. Te llevaré conmigo.
—¿Estás loco?—grita, soltando mi mano y retrocediendo hasta esconderse detrás del sillón—. ¡No pienso ir contigo a ninguna parte!
Su reacción me arranca una breve carcajada. Este muggle es realmente interesante.
—No tienes elección —digo con firmeza, avanzando hacia él— Si Voldemort o los mortífagos te encuentran, estarás muerto. Y no pienso permitir que eso suceda. No esta vez.
Harlan me observa fijamente, su expresión cambia sutilmente, como si mis palabras hubieran encajado en un rompecabezas que él aún no terminaba de armar.
—¿Otra vez? —repite, mirándome con seriedad—. ¿Qué quieres decir con eso?
Mi mirada se clava en la suya. Si él es un clarividente, entonces sabe más de lo que aparenta. Sabe del futuro, del pasado, del presente... Es un sabio del tiempo.
—Tú fuiste asesinado por mí en mi vida pasada —digo con calma, esperando ver sorpresa en su rostro, pero no hay ninguna—. Justo esta noche, dentro de unas horas, Voldemort y sus mortífagos atacarán esta isla, y tú serás uno de los muchos muertos.
Harlan permanece en silencio, evaluándome con esos ojos que parecen ver más allá de lo que cualquiera podría imaginar.
—Dime, Draco —susurra con un tono más grave—, ¿eres un viajero del tiempo? ¿O eres un poseedor?
Frunzo el ceño.
—¿Poseedor? ¿Qué es eso?
Harlan levanta una mano y hace un gesto impaciente, como si no quisiera perder el tiempo explicando lo obvio.
—Olvídalo.
Comienza a caminar en círculos por su pequeña cabaña, murmurando cosas en voz baja, palabras que no alcanzo a comprender. De vez en cuando, se detiene para frotarse la sien con frustración, luego sigue caminando.
De repente, se gira hacia mí con pasos rápidos y decididos.
—¿En qué punto de la historia...? No, mejor dicho, ¿en qué momento de tu vida viajaste al pasado? —pregunta con urgencia.
Siento que la temperatura en la habitación baja.
—Viajé al pasado cuando Harry Potter murió en la Batalla de Hogwarts —respondo en voz baja.
Harlan se queda inmóvil.
—Eso es imposible —murmura, casi para sí mismo— Harry nunca murió en la batalla.
Un escalofrío me recorre la espalda.
—¿Qué estás diciendo? —pregunto, dando un paso adelante y sujetándolo bruscamente por el cuello de su camisa—. No juegues conmigo.
Harlan no se inmuta. Sus ojos verdes me miran con una calma que me resulta insoportable.
—Harry Potter no murió. Fingió estar muerto.
Mis dedos se aflojan y suelto su camisa de golpe.
—No... No puede ser cierto —murmuro, llevándome las manos al rostro, mi respiración se vuelve errática—. Yo... yo escuché los gritos. Los gritos de sus amigos, de los estudiantes cuando vieron su cuerpo. —Mi voz tiembla—. ¡Por eso tomé ese giratiempo! ¡Por eso regresé al pasado! Para remediar lo que hice. Para protegerlo a él.
Mis palabras se quiebran en mi garganta. Siento algo arder en mi pecho, una mezcla de furia, impotencia y desesperación.
—¿Todo esto fue en vano? ¡No digas tonterías!
La rabia explota en mi interior como un incendio incontrolable. Mis pensamientos se desbordan en un torbellino de frustración y desesperación, y antes de poder detenerme, mi varita se alza por instinto.
—¡No puede ser!
¡BOOM!
El estallido retumba en la cabaña. La cocina se convierte en un caos de madera astillada y metal retorcido. Platos y cubiertos salen disparados en todas direcciones, el aire se llena de polvo y cenizas, envolviendo la habitación en un velo de destrucción.
Pero antes de que la furia siga consumiéndome, algo inesperado sucede.
Un puño se estrella contra mi rostro.
El impacto es repentino, brutal. Mi cabeza gira por la fuerza del golpe, y por un segundo todo se vuelve un zumbido. Retrocedo un paso, más sorprendido que herido, y mis ojos se encuentran con los de Harlan.
—¡Deja de actuar así! —gruñe con una autoridad que no espero de un muggle—. Ahora dime todo lo que has hecho desde que viajaste en el tiempo. Y no te pierdas ni un solo detalle.
Su tono no deja espacio para discusiones. Me mira con la severidad de un maestro regañando a un alumno indisciplinado.
Apreté la mandíbula, respirando con pesadez. La adrenalina aún corre por mis venas, pero sé que tiene razón. Si Voldemort y sus mortífagos estarán aquí dentro de poco, no hay tiempo para arrebatos innecesarios.
Cierro los ojos un instante y uso la oclumancia para calmarme. Como si tejiera una barrera invisible en mi mente, escondo todos mis recuerdos en un rincón, aislando la confusión y la ira. Ahora no es el momento de perderme en el pasado.
He encontrado a un clarividente. Algo que nunca creí posible.
Ahora, solo debo concentrarme en el futuro.