Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal

Harry Potter - J. K. Rowling
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Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal
Summary
-Harry Potter ha muerto-gritó Voldemort.Draco Malfoy viaja al pasado mediante un peculiar giratiempo.¿Qué pasaría si regresar al año de Hogwarts donde todo empezó a salir mal?¿Qué pasaría si Draco Malfoy finge estar a lado de Voldemort para traicionarlo?Todo el mundo de Harry Potter pertenece a J.K Rowling.
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Compromiso

21 de diciembre de 1996

El tren avanzaba con su característico traqueteo sobre las vías, pero dentro del compartimento, el ambiente era denso, cargado de tensión, parecía que en cualquier momento alguien explotaría. Harry miraba fijamente por la ventana, su reflejo desdibujado por el paisaje en movimiento. Ron, a su lado, se removía incómodo en su asiento, encorvándose como si quisiera volverse invisible.

Y luego estaba Hermione.

La chica estaba sentada con la espalda rígida, los labios apretados en una fina línea y sus manos crujientes sobre su falda. Sus ojos oscuros fulminaban a Harry con tal intensidad que querer parecía perforarlo con la mirada.

No aguantó más.

— ¿Leíste la carta? —soltó de golpe, sin molestarse en suavizar su tono.

Harry no se molestó en respuesta de inmediato. Siguió observando la ventana, su expresión completamente impasible. Ron, a su lado, se encogió aún más en su asiento, como si con solo estar ahí pudiera ser alcanzado por la furia de su amiga.

—No lo hice. La quemé —respondió al fin, con una frialdad cortante.

Hermione parpadeó, como si no hubiera escuchado bien. Después, su rostro se tornó rojo de pura indignación.

—¿Por qué lo hiciste, Harry? —gritó, poniéndose de pie.

Harry apenas giró la cabeza para mirarla.

—Porque eran mentiras. Todo lo que dice, hace o escribe Draco Malfoy lo es.

La forma en que lo dijo, sin siquiera una pizca de duda, hizo que Hermione sintiera ganas de zarandearlo. Su desesperación crecía con cada palabra que salía de su boca.

—¡Lo amas, Harry! ¿Cómo demonios no te has dado cuenta? —exclamó, con la voz quebrándose de la frustración—. Solo tienes que hablar con él...

—Estoy saliendo con Ginny —espetó Harry, su voz sonando más dura de lo que pretendía.

El silencio que siguió fue pesado. Ron levantó la cabeza, sorprendido de que Harry mencionara a su hermana en medio de esa conversación. Pero Hermione...

Ella soltó una risa seca, sin alegría, y luego dijo, con una especie de locura en la mirada:

—Ginny sale con todos, Harry.

Ron reaccionó al instante.

—¡Hermione! —su tono fue de advertencia, pero ella solo giró su rostro para mirarlo.

—Es mi hermana... —murmuró el pelirrojo, pero la manera en que Hermione lo fulminó con la mirada hizo que se tragara cualquier otra objeción.

—Es la verdad, Ron —continuó Hermione con dureza—. Así como también es verdad que, aunque Draco te haya engañado haciéndose pasar por Darcy Dumbledore, él nunca te obligó a hacer nada que no quisieras. Y aún así, casi lo asesinas, Harry. Él piensa que lo odias tanto que decidió irse de Hogwarts.

Harry cerró los ojos por un momento, tomando aire, como si intentara contenerse.

—No sabía que el hechizo haría eso... —murmuró, con un deje de irritación—. Incluso destruí el libro como me pediste. ¿Ahora puedes dejar de meterte en mi vida?

Hermione frunció los labios, lista para lanzar un nuevo ataque, pero la puerta del compartimento se deslizó con un sonido metálico.

Ginny entró con energía, su largo cabello rojo suelto en ondas perfectas, y vestía ropa muggle, una falda peligrosamente corta y una blusa ajustada.

—Harry—exclamó emocionada, sin notar (o sin importarle) la atmósfera tensa del compartimento.

Se acercó sin vacilar y, antes de que Harry pudiera reaccionar, se dejó caer sobre su regazo, rodeándole el cuello con los brazos. Lo besó sin reservas, con un entusiasmo desbordante que parecía diseñado para ser un espectáculo.

Harry no la apartó.

Hermione desvió la mirada con una mueca de decepción, y mientras Ron ponía cara de asco.

En Hogwarts, el rumor era claro, el mismo día que Draco Malfoy desapareció del castillo, Harry Potter se convirtió en el novio de Ginny Weasley. Porque Malfoy estaba tan destrozado por no haber sido elegido. 

Todos lo creyeron.

Incluso Hermione.

La chica se volvió hacia la ventana, dejando que su reflejo la mirara de vuelta, la imagen de su propia decepción grabada en el cristal.

—Espero que cuando te des cuenta no sea demasiado tarde, Harry... —murmuró, ignorando los besos detrás de ella y la creciente repulsión de Ron ante la escena.

Porque, al final del día, si Harry no abriría los ojos pronto... temía que no habría vuelta atrás.

 temía que no habría vuelta atrás

22 de diciembre de 1996 

El pequeño pueblo muggle estaba sumido en un silencio espectral, solo roto por el murmullo del viento que sacudía las hojas de los árboles cercanos. Bajo la tenue luz de la luna, diez cadáveres de mortífagos yacían esparcidos en el suelo, sus túnicas rasgadas y sus varitas partidas. En el centro de la escena, una figura encapuchada permanecía inmóvil, como si la matanza no le afectara en lo absoluto. Finos mechones plateados escapaban de la capucha, reflejando la luz nocturna con un brillo frío.

Una segunda figura encapuchada se arrodilló junto a uno de los cuerpos, revisando meticulosamente cada rostro.

—No está aquí —informó tras un largo silencio, levantando la vista hacia la silueta inmóvil en el centro.

La figura en el centro dejó escapar un leve suspiro, antes de levantar una mano pálida y deslizarse la capucha hacia atrás. Draco Malfoy quedó al descubierto, su rostro manchado con rastros de sangre, su expresión impasible, casi inhumana.

— ¿Estás seguro? —preguntó con voz neutra, como si la respuesta no fuera a alterar su resolución.

—Sí —afirmó el otro encapuchado, quitándose la capucha también. Fred Weasley lo miró con cautela, notando una vez más la vacuidad en los ojos grises del rubio— Lucius no está entre los muertos.

Draco inclinó ligeramente la cabeza, procesando la información sin mostrar decepción. Finalmente, sin cambiar su expresión, giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia el bosque.

—Es una lástima —murmuró simplemente, internándose en la oscuridad como si fuera una extensión natural de su ser.

Fred y George se quedaron mirando su silueta desaparecer entre los árboles.

—Ya les borré la memoria a los muggles —informó George, apareciendo junto a su hermano. Sus ojos castaños se desviaron instintivamente hacia la dirección en la que Draco había desaparecido.

Fred presionó la mandíbula y sacó su varita.

—Deshagámonos de los cuerpos —dijo, lanzando un hechizo que Draco les había enseñado cuando empezaron a trabajar con él.

El fuego verdoso consumió los cadáveres en un susurro silencioso, convirtiéndolos en polvo que se dispersó con el viento.

Al principio, Draco Malfoy no había querido aceptarlos. Pero cuando se encontraron por accidente en el Callejón Diagon y terminaron persiguiendolo por toda Gran Bretaña, terminó cediendo a regañadientes. Desde entonces, los gemelos habían sido testigos de cómo el rubio luchaba, cazaba y asesinaba sin piedad a mortífagos, persiguiendo obsesivamente a su padre.

Draco Malfoy quería matar a Lucius Malfoy.

Nadie sabía exactamente por qué el rubio actuaba asi, pero los gemelos tenían una teoría.

Todo el mundo mágico sabía que Draco había estado enamorado de Harry Potter. Y todos también sabían que el Elegido lo había rechazado. Ginny, su propia hermana, se había encargado de informarles por carta que estaba saliendo con Harry y que pronto se comprometerían.

Nadie parecía feliz con la noticia. Ni siquiera su madre, Molly Weasley.

Un crujido en la maleza los hizo volver a la realidad.

Draco regresó al claro con pasos tranquilos. Su túnica ondeaba levemente con la brisa nocturna, y su mirada recorrió el sitio antes de notar que los cuerpos habían desaparecido.

—Creo que es momento de que se vayan —dijo con calma, deteniéndose frente a ellos—. Su madre podría preguntarse qué han estado haciendo.

Fred y George intercambiaron una mirada.

Desde que se volvieron a encontrar con el chico, notaron que estaba diferente, Draco no había sonreído ni una sola vez. Nada de bromeaba. No expresaba enojo ni tristeza. Solo existía. Solo se movía con una finalidad mecánica, como si su propia humanidad se hubiera extinguido.

Fred, incapaz de contenerse, habló primero.

—¿Estás seguro de que no quieres venir con nosotros?

George agregó.

—Podríamos pasar Navidad en la tienda, en lugar de ir a la base de la Orden.

Draco negó con la cabeza.

—El 24 de diciembre habrá un ataque masivo en una isla cercana —informó sin emoción—. Estoy seguro de que ahí estará mi padre. Necesito matarlo.

Los gemelos sintieron un escalofrío recorrerles la espalda. No por la amenaza en sí, sino por la manera en que Draco lo dijo. No había odio en su voz. No había rabia. Solo... certeza.

Fred, con el estómago revuelto, no pudo evitar preguntar. 

—¿Por qué quieres matarlo?

Draco guardó silencio por un momento, como si estuviera decidiendo si responder o no.

—Porque solo así podré convertirme en el Lord de la familia Malfoy y tener acceso a las bóvedas —dijo finalmente, con frialdad—. Necesito entrar a la bóveda de los Lestrange.

No hubo más explicaciones. Draco simplemente alzó su varita y, antes de que pudiera decir algo más, desapareció en una nube de humo negro.

Los gemelos se quedaron allí, con más preguntas que respuestas.

George fue el primero en romper el silencio.

—Quizá no fue buena idea seguirlo...

Fred suspiró, pasándose una mano por el rostro.

—Si. Solo hace que nos preocupemos por él.

Ambos se miraron con resignación.

—Quiero golpear a Harry —dijo Fred sin arrepentimiento.

George respondió.

—Yo también.

Y, por primera vez en toda la noche, los gemelos sonrieron con amargura.

Y, por primera vez en toda la noche, los gemelos sonrieron con amargura

23 de diciembre de 1996

Harlan Windsor tenía 35 años cuando murió en un accidente automovilístico rumbo a su trabajo como maestro. Tras una vida de orfandad, creyó que ya había sufrido lo suficiente, pero el destino parecía tener otros planes para él. Al morir, no encontró la paz eterna, sino que reencarnó, una vez más, como un huérfano. Sin embargo, esta vez no volvió al mundo moderno que conocía, sino que fue transportado a los años 90, una época sin celulares ni internet, donde la vida era más simple pero también más complicada.

Hace apenas unos meses, Harlan cumplió 18 años y dejó el orfanato para comenzar una nueva vida. Decidió mudarse a una pequeña isla donde el costo de vida era bajo, los alquileres asequibles y los lugareños, amables. Tenía planes modestos: trabajar como tutor privado, ahorrar para la universidad y construir un futuro estable. Sin embargo, sus planes se vinieron abajo cuando descubrió que no solo había reencarnado en el pasado, sino en el mundo de Harry Potter.

Por supuesto, su primera reacción fue huir. No tenía intención de quedarse en un lugar donde la magia y las fuerzas oscuras podían acabar con su vida en un instante. Con determinación, compró un boleto de avión con destino a Estados Unidos. El vuelo salía el 1 de enero, y Harlan contaba los días con ansiedad. Sabía que, si su memoria no le fallaba, a mediados del próximo año moriría Albus Dumbledore, y los ataques de los mortífagos se intensificarían. Harry Potter tardaría un año en reunir los horrocruxes y derrotar a Voldemort, pero Harlan no quería ser parte de esa guerra.

Aunque a veces se preguntaba si podría ayudar de alguna manera, rápidamente descartaba la idea. ¿Qué podía hacer un simple muggle contra fuerzas mágicas tan poderosas? Si hubiera nacido como mago, tal vez habría considerado luchar, pero como muggle, no estaba dispuesto a arriesgar su vida por tercera vez. La idea de reencarnar en un mundo peor, como Maze Runner o algo aún más despiadado, lo aterraba.

Mientras esperaba el día de su partida, Harlan se refugiaba en una pequeña cabaña que había alquilado en la isla. Aunque por fuera parecía abandonada y descuidada, por dentro era acogedora y cálida. Esa cabaña había sido su primer hogar desde que dejó el orfanato, y aunque sabía que debía irse, se prometió a sí mismo que algún día volvería. Era un lugar que, a pesar de todo, le había dado un sentido de pertenencia en un mundo que no era el suyo.

 Era un lugar que, a pesar de todo, le había dado un sentido de pertenencia en un mundo que no era el suyo

24 de diciembre de 1996 

La base de la Orden del Fénix estaba decorada con luces cálidas y guirnaldas navideñas que colgaban del techo, creando un ambiente acogedor a pesar de la tensión que flotaba en el aire. La familia Weasley, junto con Harry, Sirius, Remus, Hermione y Ron, estaban sentados alrededor de un enorme árbol de Navidad. La cena había terminado, y todos esperaban con ansias el postre y la apertura de los regalos. Sin embargo, algo en el ambiente indicaba que la noche no sería tan tranquila como parecía.

Harry, visiblemente nervioso, se levantó de su asiento y tomó la mano de Ginny. Ella lo miró con una sonrisa radiante, pero había algo en su expresión que delataba una pizca de inseguridad.

—Bueno, familia —comenzó Harry, aclarándose la garganta—, Ginny y yo queríamos compartirles algo importante.

Todos se quedaron en silencio, mirándolos con expectativa. Hermione frunció el ceño, mientras Ron se ajustó incómodo en su silla, evitando mirar directamente a su hermana. Sirius y Remus intercambiaron una mirada rápida, como si supieran que algo grande estaba por suceder.

—Harry y yo hemos decidido casarnos —anunció Ginny, con una voz dulce pero firme—. Será cuando cumpla la mayoría de edad.

El silencio que siguió fue tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Molly Weasley fue la primera en reaccionar. Se puso de pie de un salto, con los ojos llenos de incredulidad y preocupación.

—¡No lo permitiré! —exclamó, con una voz que resonó en toda la sala—. ¡Son demasiado jóvenes! ¡No tienen idea de lo que están haciendo!

—Molly, cálmate —intervino Arthur, colocando una mano en el hombro de su esposa, pero ella lo apartó con un gesto brusco.

—No, Arthur. Esto es serio. No podemos permitir que arruinen sus vidas de esta manera.

—Creo que Molly tiene razón —dijo Remus, con un tono calmado pero firme—. El matrimonio es una decisión muy grande, y deben estar seguros de lo que hacen.

Sirius, que había estado callado hasta ahora, soltó una carcajada incómoda.

—¿En serio, Remus? Si Harry quiere casarse, déjalo. No es asunto nuestro meternos en su felicidad.

—¡No es felicidad, Sirius! —replicó Molly, con los ojos brillantes de furia—. ¡Es una locura! ¡No están preparados para esto!

Ginny, que había estado callada hasta ahora, se puso de pie con los puños apretados.

—¡Madre, no tienes derecho a decidir por mí! ¡Amo a Harry, y me casaré con él, con o sin tu permiso!

—¡Lo que sientes por Harry no es amor, Ginny! —gritó Molly, con lágrimas en los ojos—. ¡Es una obsesión que has tenido desde que eras una niña! ¡No puedes construir una vida basada en eso!

Harry, que había permanecido en silencio durante la discusión, sintió que todas las miradas se volvían hacia él. Molly se acercó a él, con una expresión desesperada.

—Dime, Harry —le dijo, con una voz temblorosa—. Dime que amas a mi hija con todo tu corazón. Mírame a los ojos y dímelo.

Harry tragó saliva, sintiendo el peso de la mirada de Molly sobre él. Quería decir que sí, quería creerlo, pero en ese momento, solo podía pensar en unos ojos plateados que lo habían perseguido en sus sueños durante meses.

—Yo... yo la quiero —murmuró, evitando la mirada de Molly—. Pero...

—Pero no la amas —terminó Molly, con un tono de tristeza y resignación—. No de la manera en que lo amas a él.

Ginny soltó un grito de frustración, soltando la mano de Harry.

—¡No es cierto! ¡Harry me ama! ¡Y nos casaremos, aunque nadie nos apoye!

Molly sacudió la cabeza, con lágrimas rodando por sus mejillas.

—No lo permitiré, Ginny. No cuando sé que esto solo les traerá dolor.

Arthur se acercó a su esposa, colocando una mano en su hombro en un gesto de apoyo silencioso. Molly lo miró, y por un momento, pareció que toda su fuerza la abandonaba. Sin decir una palabra más, salió de la sala, seguida de Arthur.

Sirius se acercó a Harry, colocando una mano en su hombro.

—No te preocupes, Harry. Hablaré con Molly. Ella entenderá.

—No, Sirius —intervino Remus, con un tono firme—. Esto no es algo que debas arreglar. Harry necesita pensar bien lo que está haciendo.

—¿Y tú qué sabes, Remus? —replicó Sirius, con una mirada de enojo—. ¿Acaso no merece Harry ser feliz?

—Claro que lo merece —respondió Remus, con calma—. Pero el matrimonio no es un juego. Y si Harry no está seguro, entonces no debe hacerlo.

Ron, que había estado callado durante toda la discusión, se acercó a Harry con una expresión seria.

—Harry, eres mi mejor amigo, y te quiero como a un hermano. Pero esto... esto no está bien. Ginny es mi hermana, y no quiero verla lastimada.

—¡Ron! —gritó Ginny, con lágrimas en los ojos—. ¡Eres mi hermano! ¡Se supone que debes apoyarme!

—Lo hago, Gin —respondió Ron, con un tono suave pero firme—. Pero esto no es lo correcto.

Hermione se acercó a Harry, colocando una mano en su brazo.

—Harry, siempre estaré aquí para ti. Pero no puedo apoyar esto si sé que no te hará feliz.

Ginny miró a todos con una mezcla de rabia y desesperación.

—¡No los soporto! ¡No puedo creer que nadie en mi familia me apoye! —gritó, antes de salir corriendo hacia su habitación, con lágrimas cayendo por su rostro. Hermione y Ron la siguen de cerca con preocupación a que la pelirroja cometa una locura. 

Fred y George, que habían estado observando todo en silencio, se acercaron a Harry con una expresión seria que no era común en ellos.

—Harry —comenzó Fred, con un tono más serio de lo habitual—, ¿por qué te quieres casar?

—Porque... porque amo a Ginny —respondió Harry, aunque su voz sonaba vacía, como si no estuviera convencido de sus propias palabras.

—¿En serio? —preguntó George, cruzando los brazos—. Porque no parece que la ames. No de la manera en que deberías amar a alguien con quien te vas a casar.

Harry no supo qué responder. Sabía que no estaba mintiendo, pero también sabía que no estaba diciendo toda la verdad.

—Conocemos a alguien que, si se entera de esto, quedará destrozado —dijo Fred, con una mirada penetrante.

—Y no merece eso —añadió George—. Ya ha sufrido suficiente.

Harry sintió un nudo en el estómago. Sabía de quién estaban hablando, y la sola mención de esa persona lo hizo sentirse aún más culpable.

—¿Él... está bien? —preguntó Harry, casi en un susurro.

—No —respondió Fred, con un tono sombrío—. Y todo gracias a ti.

—Espero que algún día deje de amarte —añadió George, antes de dar media vuelta y salir de la sala, seguido de Fred.

Harry se quedó solo en la sala, con el peso de sus decisiones aplastándolo. Sabía que había herido a muchas personas, pero lo peor de todo era que no estaba seguro de haber tomado la decisión correcta.

 Sabía que había herido a muchas personas, pero lo peor de todo era que no estaba seguro de haber tomado la decisión correcta

 

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