
Enemigo
09 de noviembre de 1996
Miro alrededor de la habitación de Dumbledore, un lugar que nunca antes había pisado. Nunca hubiera imaginado que su habitación estuviera escondida detrás de un retrato en su oficina. Cuando dije la contraseña, el retrato se deslizó a un lado de inmediato, revelando un espacio íntimo y lleno de detalles que hablaban de la vida del anciano director. Libros antiguos, objetos curiosos y un ambiente cálido pero misterioso llenaban el lugar.
Mi mirada se dirige hacia Dumbledore, quien yace en su cama, luciendo más débil y frágil que nunca. Parece haber envejecido décadas en cuestión de semanas, su rostro demacrado y su cuerpo consumido por la maldición. Aunque no quiero admitirlo, siento un nudo en el pecho al verlo así. Le he tomado cariño, a pesar de todo. Dumbledore me ha ayudado, me ha guiado, y sé que, en el fondo, me aprecia. Por primera vez desde que regresé al pasado, siento la necesidad de proteger a alguien más que no sea Harry.
—Dumbledore te aprecia—dice Snape, acercándose a mí después de curarle el brazo, o lo que quedaba de él. Su voz es suave, casi como si no quisiera perturbar la quietud de la habitación.
—Lo sé—murmuro, sin apartar la vista de Dumbledore.
—Nunca he visto que cambiara una decisión o un plan, pero lo hizo por ti. Aunque no estoy seguro de si eso fue lo correcto—añade Snape, con un tono que delata su preocupación.
Snape me mira, esperando una reacción, pero guardo silencio. No sé qué decir. La situación es demasiado abrumadora.
—Dumbledore no podrá recuperar su magia por completo—continúa Snape, su voz grave y llena de pesar— Está demasiado destruido por la Maldición. Y no tardará mucho en que el Señor Oscuro se entere de esto. Hogwarts caerá.
Sus palabras me sacuden. Por primera vez, reacciono con firmeza.
—No lo hará—digo, con una determinación que sorprende incluso a mí mismo— Hogwarts me ha elegido como su nuevo guardián.
Snape abre los ojos con sorpresa, su mirada se llena de incredulidad.
—¿El castillo te eligió?—pregunta, como si no pudiera creer lo que acaba de escuchar.
—Sí—respondo con calma— Cuando Dumbledore estaba débil, me consideró su heredero. El único capaz de soportar esa responsabilidad. Y Hogwarts lo aceptó.
Snape se ríe, una risa amarga que resuena en la habitación. Sus carcajadas son tan fuertes que casi parecen sacudir las paredes.
—La seguridad de miles de estudiantes está en tus manos—dice, con un tono que mezcla sarcasmo y preocupación— Podrías traicionar a Dumbledore, y nadie se sorprendería.
Sus palabras me hieren, pero no me sorprenden. Snape siempre ha sido así, frío y directo. Sin embargo, esta vez siento la necesidad de preguntarle algo que siempre he querido saber.
—¿Cómo lo soportas?—le pregunto, mirándolo fijamente— ¿Cómo soportas que todos duden de ti y que te desprecien?
Snape me mira, y por un momento, veo algo en sus ojos que no había notado antes, dolor. Un dolor profundo y antiguo.
—La única opinión que me importa ya no la puedo tener—dice, con una voz que apenas logra mantener estable— Está muerta. El mundo mágico nunca me ha importado. Solo estoy tratando de redimirme por ella.
Sus palabras me golpean con fuerza. Sé de quién habla, y por primera vez, siento que entiendo un poco más a Snape.
—A mí me importa mucho lo que él piense de mí—murmuro en voz baja, recordando mi último encuentro con Harry en la Sala de los Menesteres.
—No debería—responde Snape, con un tono más suave del habitual— Harry Potter no merece que lo ames de esa manera.
—Él lo merece—susurro, casi para mí mismo— Él se merece eso y más.
Snape no responde, pero su mirada se suaviza por un momento. Es como si, por primera vez, ambos estuviéramos en la misma página, compartiendo un dolor que no podemos expresar del todo. La habitación queda en silencio, solo interrumpido por el suave respirar de Dumbledore, quien yace inconsciente en su cama.
En ese momento, me doy cuenta de que, aunque el camino que tenemos por delante es oscuro y lleno de incertidumbre, y estoy solo. Y tal vez, solo tal vez, eso no sea suficiente para que pueda seguir adelante.
10 de noviembre de 1996
El pasillo estaba envuelto en un silencio tenso, solo roto por el eco de los pasos apresurados de Pansy y Blaise. Sus rostros estaban sombríos, sus miradas perdidas en el vacío mientras caminaban por el corredor desierto. La atmósfera en Hogwarts se había vuelto opresiva, y cada día que pasaba sentían el peso de la guerra acercándose más y más. Sus mejores amigos estaban en peligro, y ellos, atrapados en medio de todo, no podían hacer nada para ayudarlos.
—No puedo seguir así—murmuró Pansy, su voz temblorosa pero llena de frustración. Sus ojos brillaban con lágrimas que se negaba a dejar caer. —No puedo seguir viendo cómo todo se desmorona sin poder hacer nada.
Blaise la miró con preocupación. Pansy siempre había sido la más fuerte de los dos, la que mantenía la cabeza fría incluso en las situaciones más difíciles. Verla al borde del colapso lo perturbaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Pans... —dijo suavemente, colocando una mano en su hombro—. No estás sola en esto. Estoy aquí contigo.
—¡No es suficiente, Blaise!—gritó Pansy, golpeándose el pecho con el puño cerrado, como si el dolor físico pudiera aliviar el tormento que sentía en su interior—. Necesitamos hacer algo. Necesito hacer algo por Draco, por Theo, por todos los Slytherin que están siendo arrastrados a esta guerra sin quererlo. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras todo se desmorona.
Blaise la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su amiga temblaba en sus brazos. Ambos se aferraban el uno al otro como si fuera lo único que los mantenía en pie. Pero su momento de consuelo fue interrumpido por un grito agudo que resonó en el pasillo.
—¿Oíste eso?—preguntó Blaise, separándose de Pansy y mirando hacia el origen del sonido.
Pansy no respondió. En lugar de eso, salió corriendo hacia el origen del sonido, su instinto de protección despertando de inmediato. Blaise la siguió de cerca, su varita ya en la mano, preparado para lo que fuera que estuviera ocurriendo.
Al doblar la esquina, encontraron una escena que les hizo hervir la sangre. Ritchie Coote, un Gryffindor de quinto año, tenía a una pequeña Slytherin de primer año colgando boca abajo en el aire, mientras se burlaba de ella. La niña lloraba desconsoladamente, sus brazos temblorosos tratando de cubrir su rostro de la humillación.
—¡Bombarda! —gritó Pansy sin pensarlo dos veces.
El hechizo explotó contra la pared, sacudiendo el suelo y enviando a Coote a volar. Se estrelló contra las piedras con un sonido sordo, quejándose de dolor. La pequeña Slytherin cayó bruscamente, pero Blaise reaccionó a tiempo.
—¡Arresto Momentum!
La niña aterrizó en el suelo, temblando. Blaise se acercó para asegurarse de que estuviera bien, mientras Pansy avanzaba hacia Coote con la varita alzada y fuego en los ojos.
—¡Eres un maldito asqueroso! —espetó, dispuesta a acabar lo que había empezado.
Pero antes de que pudiera lanzar otro hechizo, un escudo brillante apareció entre ella y Coote.
—¡Protego! —gritó Harry Potter.
La tensión se disparó en el pasillo.
Pansy giró sobre sus talones con furia, encontrándose con el trío dorado: Harry, Hermione y Ron. Harry tenía la varita en alto, su postura rígida, sus ojos oscuros y llenos de odio.
—Tenías que ser tú. —La voz de Pansy goteaba veneno—. Siempre metiendo las narices donde nadie te llamó.
—¿Qué crees que estás haciendo, atacando a un Gryffindor a plena luz del día? —espetó Harry, su tono afilado como una navaja.
—¿Yo? —Pansy soltó una risa amarga— ¿Por qué no preguntas qué estaba haciendo él? O claro, ¿los tuyos siempre tienen la razón?
—Ese idiota nos atacó primero—respondió Blaise con frialdad, sin bajar su varita— Pero supongo que no nos creerás.
—Harry—susurró Hermione, tratando de calmarlo, pero él la ignoró.
—No tengo por qué escuchar sus mentiras. —Harry la miró con desprecio— Todos los Slytherin son unos mentirosos y manipuladores.
—¿Mentirosos? ¿Manipuladores? ¿Y qué si lo somos?—gritó, su voz llena de rencor—. Prefiero eso que ser un maldito Gryffindor lleno de prejuicios. Ustedes se creen justos, pero al final del día solo protegen a los suyos, aunque sean unos abusivos.
Hermione y Ron miraron a la pequeña Slytherin, que seguía llorando en el suelo, y luego a Coote, quien empezaba a recuperarse. La tensión está en su punto máximo.
—Amigo, creo que deberíamos hablar—dijo Ron, tratando de mediar—. Bajemos las varitas y vayamos a buscar a la profesora McGonagall.
—Sí, ella resolverá esto—añadió Hermione, mirando a Harry con preocupación.
—Iré por el profesor Snape—dijo la pequeña Slytherin entre lágrimas, mirando a Blaise y Pansy con gratitud antes de salir corriendo.
—Baja tu varita, Harry—suplicó Hermione, pero Harry no la escuchó.
—Tienen que ir por Snape porque no pueden resolver sus problemas solos—se burló Harry, mirando a Pansy y Blaise con desdén.
Blaise lo miró en silencio, pero Pansy explotó.
—¿Que no podemos resolver nuestros problemas?—gritó, su voz llena de ira—. ¡Qué ironía viniendo del supuesto Elegido que lo único que hace es retozar con la chica Weasley! De salvador solo tienes el nombre. ¿Dónde estabas cuando asesinaban a cientos de sangre pura por no unirse al Señor Oscuro? ¡Eres tan despreciable como ese bastardo tirado en el suelo!
Harry palideció, pero su enojo no disminuyó.
—¡Cállate!—gritó, apuntando su varita directamente a Pansy.
—¡No me callaré hasta decirte todas tus verdades, maldito Gryffindor idiota! —espetó Pansy, su voz vibrando con furia mientras avanzaba un paso más, clavando su varita en dirección al rostro de Harry.
Harry no retrocedió. Sus nudillos estaban blancos por la fuerza con la que sujetaba su varita, su mandíbula tensa, su mirada oscurecida por la rabia.
Ambos se miraban con odio, sus cuerpos tensos como resortes listos para desatarse en cualquier momento. Un solo movimiento, un pestañeo más largo de lo debido, y el aire se rompería en un estallido de magia.
Hermione tragó saliva, su corazón martilleando con fuerza. Quería intervenir, detener aquella locura antes de que alguien terminara herido, pero antes de que pudiera dar un paso adelante, sintió la mano firme de Ron aferrando su brazo.
—No te metas, Hermione —susurró él, su tono bajo pero urgente. Su rostro estaba serio, pero en sus ojos se leía la preocupación— Parkinson no dudará en atacarte si intentas detenerla.
Hermione apretó los labios, indecisa. No le gustaba quedarse de brazos cruzados, pero tampoco podía ignorar el peligro.
Blaise observaba la escena con una expresión severa, sus ojos fijos en Pansy. Su postura era relajada, pero sus manos estaban listas para actuar si era necesario. Había crecido con Pansy, la conocía mejor que nadie, y sabía que cuando su amiga estaba así de furiosa, ni siquiera un ejército de aurores la haría retroceder.
Y en el fondo, confiaba en ella.
Porque si alguien podía darle una paliza al maldito Elegido, esa era Pansy Parkinson.
—Basta, Pansy.
La voz que interrumpió la confrontación no era ni fuerte ni agresiva, pero tuvo el efecto de un hechizo Silencius en el pasillo.
Draco Malfoy.
Su tono era bajo, controlado, pero con un filo cortante en el fondo. Su sola presencia hizo que el aire se volviera más denso, más asfixiante. Estaba de pie en el umbral, su uniforme desordenado, la corbata floja y las mangas arremangadas, como si hubiera estado despierto toda la noche. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero sus ojos—esos ojos de tormenta contenida—se fijaban en Harry con algo imposible de descifrar.
Harry sintió que su respiración se volvía errática, como si el suelo bajo sus pies estuviera cediendo centímetro a centímetro.
Draco avanzó sin prisa, cada paso deliberado, hasta colocarse entre Harry y Pansy. Su postura no era desafiante, pero tampoco sumisa. Era una barrera, un escudo, un acto de intercesión silencioso.
—Draco... —murmuró Pansy, pero él no le prestó atención.
Pansy bajó la varita de inmediato, incapaz de apuntar a su amigo, pero Harry no hizo lo mismo. Al contrario, aferró la suya con más fuerza, su mirada ardiendo de odio mientras la dirigía directamente hacia Draco.
Draco, sin embargo, no se movió. No sacó su varita, no intentó defenderse. Solo sostuvo la mirada de Harry con una intensidad impenetrable, como si buscara algo en sus ojos, como si esperara que Harry entendiera algo que él aún se negaba a ver.
—Terminemos con esto, Harry —dijo Draco con una calma inquebrantable, como si hablara con un niño testarudo— ¿De verdad quieres batirte en duelo con Pansy aquí, en medio del pasillo? No quieres eso.
—¿Qué sabes tú sobre lo que yo quiero? —exclamó Harry, su voz cargada de furia mientras apuntaba su varita directamente a Draco.
Pansy, al ver el peligro inminente para su amigo, reaccionó instintivamente. Sujetó el brazo de Draco con fuerza, su agarre firme como un ancla. Con la otra mano intentó sacar su varita, pero Draco la detuvo, atrapando su muñeca con suavidad pero con una determinación inquebrantable.
—Basta, Pansy —susurró Draco, su voz apenas audible, un murmullo que solo ella y Blaise lograron escuchar— No permitiré que lo último.
Pansy sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su varita tembló en su mano hasta que sus nudillos quedaron blancos. En ese momento lo comprendió: Draco, su mejor amigo, estaba eligiendo a Harry Potter.
Y lo peor de todo es que lo hacía sin dudarlo.
—Parece que no me considera un enemigo, ya que prefieres susurrarle cosas a tu novia —soltó Harry, su voz impregnada de amargura. Sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y dolor al ver a Pansy tocando el brazo de Draco.
Draco le sostuvo la mirada con serenidad.
—Nunca serás mi enemigo, Harry —dijo con una calma sincera, como si esas palabras fueran la verdad más absoluta de su vida— Baja la varita, resolvamos esto con McGonagall y Snape.
—Sí, hagamos eso —intervino Hermione, dando un paso adelante con el ceño fruncido— Harry, baja la varita. Draco no está armado, ni siquiera ha sacado la suya.
Y era cierto. Draco Malfoy permanecía inmóvil, con los brazos relajados a los costados, dejando que Harry lo amenazara sin hacer el menor intento por defenderse.
Harry apretó la mandíbula.
—¡Saca tu varita, cobarde! —gritó, su voz desgarrada por la ira— Pelea conmigo, maldita sea.
Pero Draco no se movió. Se limitó a observarlo en silencio, con una pequeña sonrisa triste curvando sus labios.
—Jamás podría apuntarte con mi varita, Harry... no mientras te ame —murmuró, y su voz fue apenas un suspiro.
El pasillo pareció quedarse en suspenso.
Pansy y Blaise se miraron con resignación. Conocía a Draco demasiado bien. Sabían que, cuando él sentía algo, lo hacía con una intensidad que no se apagaba jamás.
Hermione sintió que el aire se volvía pesado. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del brazo de Ron, como si temiera que algo terrible estuviera a punto de suceder. Ron, por su parte, no dijo nada. Solo miró a su mejor amigo y luego a Draco, y en el fondo —aunque jamás lo admitiría en voz alta— supo que Harry estaba perdido.
—¡Mentiroso! —rugió Harry, al borde del colapso—. Todo lo que sale de tu boca son mentiras.
Hermione sintió una punzada de miedo. Algo iba mal.
—Harry... —trató de intervenir la chica, agarrando su muñeca.
Pero él se soltó con un movimiento brusco.
—Harry...
Draco apenas pudo pronunciar su nombre antes de que todo se desmoronara.
—¡Sectumsempra!
El hechizo desgarró el aire.
Todo ocurrió en cámara lenta. Un resplandor verdoso salió disparado de la varita de Harry y se estrelló contra el pecho de Draco con una precisión letal.
El impacto lo lanzó hacia atrás. Su cuerpo chocó violentamente contra la pared antes de desplomarse en el suelo con un sonido sordo.
Y entonces, la sangre.
Un par de heridas profundas se abrió en su torso, desgarrando la tela de su camisa y cubriéndola de rojo. La sangre manó en horribles riachuelos, empapando el suelo bajo él. Draco sintió el dolor atravesarlo como una cuchilla, como un recuerdo amargo de otra vida.
—¡Draco! —gritó Pansy, su voz llena de horror mientras se arrodillaba a su lado.
Blaise cayó de rodillas junto a ella, con las manos temblorosas al intentar conjurar hechizos de curación.
—¡Reparifors! ¡Episkey! ¡Vulnera Sanentur! —murmuró con desesperación, pero la sangre no dejaba de brotar.
Pansy le tomó la mano con fuerza, intentando contener las lágrimas.
—Tranquilo, Draco. Ya buscamos ayuda. Aguanta, por favor...
Hermione y Ron estaban pálidos como fantasmas.
—¡Ron, ve por Snape! —ordenó Hermione, con la voz al borde de la histeria.
Ron reaccionó al instante y salió corriendo por el pasillo, su corazón martillando con fuerza en su pecho.
Blaise presionó una mano sobre la herida de Draco, sin importarle la sangre caliente empapando su piel.
—Aguanta, hermano... —susurró, con la voz quebrada.
Hermione se arrodilló junto a Pansy, tratando de ayudar, pero nada parecía surtir efecto. Draco respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando en jadeos silenciosos.
Aun así, sus ojos reflejaban calma.
No se retorcía. No se quejaba. Solo miró el techo con una extraña resignación.
Porque lo entendía.
Harry lo veía como su enemigo.
Le había lanzado el Sectumsempra otra vez porque lo consideraba su enemigo.
Draco sonrió con amargura.
Snape le había dicho que ese hechizo había sido creado para matar. Que quien lo usaba lo hacía con la intención de destruir.
Y Harry lo había usado contra él.
Cerró los ojos.
Quizás sería mejor así.
Draco Malfoy quería morir.
Unos pasos apresurados resonaron en el pasillo.
—¿Draco...? —murmuró Harry, con la voz quebrada.
Su varita cayó al suelo con un débil sonido metálico.
Los ojos de Draco estaban cerrados.
Y Harry sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.